AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No hay nada mejor que el cálido rubor de una mujer. [Libre]
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No hay nada mejor que el cálido rubor de una mujer. [Libre]
3 Enero de 1800
París, 17:57 Am.
París, 17:57 Am.
Así transcurría aquella tarde de frío invierno en la solitaria casa de la cual era ocupada simplemente por su hermano, por si mismo y por el resto de la servidumbre. Ni una pizca de samaritindad recorrían los resquicios de aquel lugar, pero todas aquellas personas ya se habían acostumbrado a dar aquello que los verdugos del rey deseaban.
Ellos mantenían toda disciplina, pese a su mezquindad, ambos poseían gran riqueza lingüística, esquisitos modales tanto como aquel don de gentes que solía sacar en adelante cualquier conversación a favor o en contra.
Serios eran los planes de ambos, que solían tener el mismo propósito, aunque en los últimos meses que habían transcurrido desde su llegada al país no habían causado el mismo estupor que en otros tiempos. Dacian se veía realmente metido en sus propósitos, para con alguien, alguien que nos odiaba tanto como nosotros a ella, pero algo me decía que aquella muchacha hacía sentir a mi hermano algo más que repulsión.
Y eso era lo que realmente me daba miedo
miedo de que alguien fuese capaz de
hacerle cambiar.
Ambos unidos desde el día de nuestro nacimiento.
¡Jamás dejaré que una absurda fulana aristócrata nos separe!
miedo de que alguien fuese capaz de
hacerle cambiar.
Ambos unidos desde el día de nuestro nacimiento.
¡Jamás dejaré que una absurda fulana aristócrata nos separe!
El tiempo transcurría, y me cercioré de que aquel encuentro entre ambos no fuese algo especial, sino algo deliciosamente aterrador. Tras aquellas pésimas horas, mi hermano me contó a todo detalle, y entonces comprendí que aquella lucha era entre él y ella, a solas, al mas rudo estilo de nuestras costumbres: torturas coacción, y terror se verían reflejados en la mirada de aquella inquisidora: Jessica Saint-Bonnet.
Darien dispuso aquella bien abrigada gabardina por sobre sus hombros, sin introducir los brazos por las mangas, una mera costumbre. Necesitaba salir aquella noche, sabía que tan solo aquellos desvaríos se debían a que llevaba tiempo sin disfrutar del aliento agitado de una mujer. Necesitaba sentir la piel de gallina de una fémina al ser susurradas palabras en su oido. Voz grave, varonil, seductora, cálida… aquellas que por el mero tacto contra la piel causaba entremecimientos. Eso, era lo que necesitaba, pero no era del tipo que elegía a cualquier fulana, aquella debía entrarle por los ojos, ser la elegida por su… bueno, ya saben.
Entró a la taberna, la que pertenecía al bajo piso del burdel, aquel lugar estaba repleto de humo, pero no por ello se dejaban de entrever las carnes prietas de las piernas de las camareras. Darien se sentó en aquel lugar en el que nadie se sentaba NUNCA, salvo ellos, los gemelos, aunque no acudiesen a diario, aquel sitio era un lugar privilegiado. Tomó asiento, cuando de sus hombros fue desprovista aquella gabardina oscura. Se recostó en la silla, mientras que su mano repiqueteaba contra la madera de la mesa, esperando, observando, eligiendo la “mercancía” que poseería aquella noche, mientras un vaso con bourbon era puesto en su mesa, sin hielo, como siempre acostumbraba a beber.
Røthgar Sbjören- Cazador Clase Media
- Mensajes : 78
Fecha de inscripción : 26/05/2011
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Re: No hay nada mejor que el cálido rubor de una mujer. [Libre]
En ocasiones pensaba que la inmortalidad podía ser más una carga que una bendición. Estaba bien cuando eras una persona rica, cuando vivías rodeada de opulencia y porcelanas, en una casa solariega y atendida por mil criados a tus órdenes. Cuando el dueño de tu destino eres tú misma, sin depender de nadie ni de nada, haciendo lo que más te apetece y en los momentos que tú elijas. No me cabe duda de que una eternidad en ese estilo de vida se podría hacer muy llevadera.
Pero en mi caso, la larga ristra de días que me quedaba por vivir, aunque más me valía decir noches, era interminable. Ser una simple ramera por algo que ya ni siquiera recordaba, con el objetivo de poder conseguir algo de dinero... ¿por qué era yo la única de mi raza en ese sitio? Recordaba que me metí en la profesión por algo relacionado con mis principios o similar, pero ya apenas si lo recordaba bien. Creo que era porque desde pequeña me habían enseñado a no robar, sino a trabajar para ganarme mi sustento.
Habría sido muy fácil saquear un banco y hacerme de oro. En menos de un abrir y cerrar de ojos ya estaría viviendo en una mansión, como la mayoría de los de mi raza. Pero no, me tocaba esperar, trabajar como una bestia haciéndome pasar por una jovencita virginal e inocente para conseguir más dinero, y sisando de las bolsas de los clientes despistados para ganarme un dinerillo extra. Se me hacía demasiado duro pensar en traicionar esos ideales tan arraigados, por mucha miseria que me estuvieran trayendo.
Así que otra noche más bajé a la sala principal del burdel, con un cierto brillo hastiado en mis ojos. Quería irme de allí en cuanto me fuera posible para probar suerte en la ópera, pero claro, no iban a permitir que una jovencita medio andrajosa cruzara ni tan siquiera el umbral. Tendría que resignarme a seguir como hasta la fecha, manteniendo vivo ese sueño para no caer en la desesperación.
Aquella noche pasaba olímpicamente de aquellos hombres que se acercaban curiosos y sobaban mi piel pálida. Había decidido ignorar mis ideales un poco y dedicarme a robar a los incautos, más que a acostarme con el primer borracho que se me cruzara por delante.
Pero en mi caso, la larga ristra de días que me quedaba por vivir, aunque más me valía decir noches, era interminable. Ser una simple ramera por algo que ya ni siquiera recordaba, con el objetivo de poder conseguir algo de dinero... ¿por qué era yo la única de mi raza en ese sitio? Recordaba que me metí en la profesión por algo relacionado con mis principios o similar, pero ya apenas si lo recordaba bien. Creo que era porque desde pequeña me habían enseñado a no robar, sino a trabajar para ganarme mi sustento.
Habría sido muy fácil saquear un banco y hacerme de oro. En menos de un abrir y cerrar de ojos ya estaría viviendo en una mansión, como la mayoría de los de mi raza. Pero no, me tocaba esperar, trabajar como una bestia haciéndome pasar por una jovencita virginal e inocente para conseguir más dinero, y sisando de las bolsas de los clientes despistados para ganarme un dinerillo extra. Se me hacía demasiado duro pensar en traicionar esos ideales tan arraigados, por mucha miseria que me estuvieran trayendo.
Así que otra noche más bajé a la sala principal del burdel, con un cierto brillo hastiado en mis ojos. Quería irme de allí en cuanto me fuera posible para probar suerte en la ópera, pero claro, no iban a permitir que una jovencita medio andrajosa cruzara ni tan siquiera el umbral. Tendría que resignarme a seguir como hasta la fecha, manteniendo vivo ese sueño para no caer en la desesperación.
Aquella noche pasaba olímpicamente de aquellos hombres que se acercaban curiosos y sobaban mi piel pálida. Había decidido ignorar mis ideales un poco y dedicarme a robar a los incautos, más que a acostarme con el primer borracho que se me cruzara por delante.
Dianne Bentrim- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/04/2011
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