AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desires are what can most easily ruin us - Privado.
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Desires are what can most easily ruin us - Privado.
“Emotions don’t interfere in my acting, nor in my life.”
Junto a la chimenea, donde los colores se ven distintos a lo habitual y el olor a madera quemada se ha impregnado por años, continúa hablando en voz baja como si alguien afuera pudiera oírlos. Están a kilómetros de la casa más cercana, sanando sus heridas en una cabaña ubicada justo en el límite de los terrenos de Fyodor y que por ahora posee todo lo que necesitan: Agua, comida, leña y una cama. Tras la batalla sentía los músculos hinchados y doloridos, tenía varias cicatrices que no se irían rápido pero también la satisfacción de haber conseguido el objetivo que creyó en algún punto no poder alcanzar. Las familias se habían reunido finalmente, el abrazo de padres e hijos que pudo presenciar fue la mejor recompensa obtenida y aún cuando él ahora se sienta levemente vacío, sus propios sentimientos no importan cuando es otro el fin de su cruzada.
Tiene las piernas estiradas en el suelo, junto a él una copa de vino a la mitad y un trozo de pan que ya comienza a ponerse duro. Nina dice algo que no escucha, a veces pierde el tiempo dedicándose a mirar como se mueven sus carnosos labios y luego queda como un estúpido adolescente intentando responder preguntas que no fue capaz de comprender. Ella también tiene las manos agrietadas por cargar el peso de su propia espada y la sangre de tantas batallas. La idea nunca le ha agradado del todo, pero intentar hacerla cambiar de opinión acerca de quedarse en casa sería la estupidez más grande que podría cometer y precisamente ahora no quiere entrar en ese difícil terreno de convencerla de ser una linda ama de casa y no la guerrera que, según el mismo Fyodor cree, es debido a su mala influencia. Porque es su culpa, que ella esté ahí, es su culpa.
— ¿Qué estarías haciendo ahora si no estuvieras aquí? — la pregunta sale de la nada. Ambos llegaron a ese lugar luego de dos días sobre el caballo que los trajo desde tierras lejanas llenas de frío y pobreza. Aún cuando en sus bolsillos nunca falta algo, todos los miembros de la hermandad poseen la humildad como parte de sus características. Y es que pueden ser quizás algo cabrones, sobre todo Fyodor, pero una vez comenzada la misión, cada uno se olvida de todo el peso emocional que traen y se centran en lo que deben hacer. — Ya sabes, si no tuvieras que pasar el rato con este idiota y pudieras elegir lo que quieras hacer… ¿estarías tomando el té con tus amiguitas o algo parecido? — No se la imagina de ese modo, mas bien la escena que llega a su mente es la de Nina con otro hombre, sonriéndole, coqueteando, tal como hace con él durante las tardes cuando están solos y cuando él sabe que lo que le espera es una noche que disfrutará de principio a fin.
Cuando Fyodor dejó en pausa la hermandad para dedicarse a sus labores políticas sintió que su propia vida se relegaba a un segundo plano. Lo llenaron de obligaciones que se sentían como litros de agua ahogándolo y sin posibilidad de salvarse, llegó a tener una prometida de la que pudo deshacerse, debió asistir a estúpidos bailes con trajes que picaban y lo peor de todo, se perdió el momento en que su adorable amiguita –casi prima- Nina pasaba de ser una tierna niña a una increíble mujer. El monstruo al interior de sus pantalones se remueve inquieto, sigue sentado en el suelo mirando al frente intentando mirar sólo de reojo las curvas que la muchacha ahora tiene. Si antes era alta y delgada, ahora tiene todo bien puesto en su lugar. ¿Por qué simplemente no puede lanzarse sobre ella y dejar de ser un puto caballero que tiene que esperar que ella haga la primera movida? — Si yo pudiera elegir, elegiría estar acá… no en otro lugar, no con alguien más… —
Tiene las piernas estiradas en el suelo, junto a él una copa de vino a la mitad y un trozo de pan que ya comienza a ponerse duro. Nina dice algo que no escucha, a veces pierde el tiempo dedicándose a mirar como se mueven sus carnosos labios y luego queda como un estúpido adolescente intentando responder preguntas que no fue capaz de comprender. Ella también tiene las manos agrietadas por cargar el peso de su propia espada y la sangre de tantas batallas. La idea nunca le ha agradado del todo, pero intentar hacerla cambiar de opinión acerca de quedarse en casa sería la estupidez más grande que podría cometer y precisamente ahora no quiere entrar en ese difícil terreno de convencerla de ser una linda ama de casa y no la guerrera que, según el mismo Fyodor cree, es debido a su mala influencia. Porque es su culpa, que ella esté ahí, es su culpa.
— ¿Qué estarías haciendo ahora si no estuvieras aquí? — la pregunta sale de la nada. Ambos llegaron a ese lugar luego de dos días sobre el caballo que los trajo desde tierras lejanas llenas de frío y pobreza. Aún cuando en sus bolsillos nunca falta algo, todos los miembros de la hermandad poseen la humildad como parte de sus características. Y es que pueden ser quizás algo cabrones, sobre todo Fyodor, pero una vez comenzada la misión, cada uno se olvida de todo el peso emocional que traen y se centran en lo que deben hacer. — Ya sabes, si no tuvieras que pasar el rato con este idiota y pudieras elegir lo que quieras hacer… ¿estarías tomando el té con tus amiguitas o algo parecido? — No se la imagina de ese modo, mas bien la escena que llega a su mente es la de Nina con otro hombre, sonriéndole, coqueteando, tal como hace con él durante las tardes cuando están solos y cuando él sabe que lo que le espera es una noche que disfrutará de principio a fin.
Cuando Fyodor dejó en pausa la hermandad para dedicarse a sus labores políticas sintió que su propia vida se relegaba a un segundo plano. Lo llenaron de obligaciones que se sentían como litros de agua ahogándolo y sin posibilidad de salvarse, llegó a tener una prometida de la que pudo deshacerse, debió asistir a estúpidos bailes con trajes que picaban y lo peor de todo, se perdió el momento en que su adorable amiguita –casi prima- Nina pasaba de ser una tierna niña a una increíble mujer. El monstruo al interior de sus pantalones se remueve inquieto, sigue sentado en el suelo mirando al frente intentando mirar sólo de reojo las curvas que la muchacha ahora tiene. Si antes era alta y delgada, ahora tiene todo bien puesto en su lugar. ¿Por qué simplemente no puede lanzarse sobre ella y dejar de ser un puto caballero que tiene que esperar que ella haga la primera movida? — Si yo pudiera elegir, elegiría estar acá… no en otro lugar, no con alguien más… —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
Una cosa era segura: todo se limpiaba mejor que la sangre. No importaba cuántas veces Nina pasara el filo de su espada bajo paños limpios, el metal nunca abandonaba ese tinte rojo, residuo de las almas desterradas. Incluso, las llamas de la chimenea daban la ilusión espejo de que los espíritus, atormentados, continuaban bailando con esperanzas de volver a la vida. Era un fastidio sentirse agotada mentalmente. El cansancio físico era algo que se recuperaba dejando el cuerpo quieto, o moviéndolo más de lo habitual en algunos casos, pero no así la cabeza, que pecaba de reincidente. Necesitaba una mano que la sacara de esa nube a la que había entrado. Levantó la mirada, y ahí estaba Fyodor con esa mirada, aquella demasiado pensativa como para existir de casualidad. Él quería que ella lo viese de la misma forma, en ese preciso instante. Era su lenguaje. Y de pronto, los recuerdos de quienes había asesinado para salvar a otros, ya no eran tan fuertes.
Ante la pregunta de su amigo, compañero, y más, Nina detuvo su lucha con el filo de su arma, y la depositó junto a su asiento como si nada, manteniendo su rostro neutral, mas no así sus pensamientos. No había artefacto ni frío que la distrajera de quien conocía hasta las cicatrices que reposaban bajo sus ropas como la ruta de las andanzas y peligros que le habían tocado recorrer. Sonrió y negó con su cabeza.
—Tomar el té. ¿Hablas de la excusa que usan mis hermanas para cotillear sobre las infidelidades de sus supuestas amigas? —su mano derecha, esa que tenía vendada por cargar la espada sin parar durante las anteriores cuarenta y ocho horas, tocó su frente agradeciendo mentalmente no estar en los zapatos de princesa sin corona de sus congénitas— Nos conocemos desde que éramos igual de testarudos, pero el doble de idiotas que ahora. Desde ese entonces hasta hoy me has llenado la cabeza con historias de la hermandad. ¿Cómo esperar otra cosa que estar ahora solos aquí? Para mí no es ninguna casualidad. No te confundas, que te lo agradezco. Masticaría arena antes de volver a vestirme de una correcta y hermosa imbécil. Aquí me quedo. No te desharás de mí.
¿Qué pasaba por la mente de Fyodor? Era un hombre orgulloso, uno de los más sinceros al respecto que hubiera conocido, y por lo mismo lo que salía de su boca era un tercio de lo que estaba pasando por su mente, casi como una ley. Nina recostó su cuello en el respaldo de la silla, mirando unos segundos hacia el techo antes de volver sus ojos pardos a los claros de aquel que la había visto crecer. Fue cuando se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en sus rodillas para acercar su rostro. ¿Estaba siendo sincero con ella? Siempre lo había sido, y ella también con él.
—Y no tienes que estar en ningún otro lugar. Cuando partiste a Francia… —suspiró entre fastidio y pesar— …no sé qué pretendías hacer. ¿Ibas a casarte con una mujer a la cual odias y besar los pies de quienes le han hecho la existencia imposible a la hermandad? Jamás ha sido tu estilo subir y bajar de carruajes como un soldado de juguete más. Este es tu mundo, con nuestras reglas, con tu gente.
No diría con ella, pero así también lo sentía. Entre ambos no existía exclusividad, pero sí cierta posesión. Tenían personalidades fuertes, altivas, pero así y todo, pendientes de lo que acontecía con el otro. Los ojos de Fyodor no cambiaban de curso. La piel de Nina reaccionaba. Era suficiente. Debían poner las cartas sobre la mesa.
—Tienes esa mirada —susurró no criticando, no alabando, sino solamente marcando un hecho— Ya no tenemos catorce años, Fyodor. ¿Por qué no nos dejamos de rodeos y me dices qué es lo que realmente quieres?
Ante la pregunta de su amigo, compañero, y más, Nina detuvo su lucha con el filo de su arma, y la depositó junto a su asiento como si nada, manteniendo su rostro neutral, mas no así sus pensamientos. No había artefacto ni frío que la distrajera de quien conocía hasta las cicatrices que reposaban bajo sus ropas como la ruta de las andanzas y peligros que le habían tocado recorrer. Sonrió y negó con su cabeza.
—Tomar el té. ¿Hablas de la excusa que usan mis hermanas para cotillear sobre las infidelidades de sus supuestas amigas? —su mano derecha, esa que tenía vendada por cargar la espada sin parar durante las anteriores cuarenta y ocho horas, tocó su frente agradeciendo mentalmente no estar en los zapatos de princesa sin corona de sus congénitas— Nos conocemos desde que éramos igual de testarudos, pero el doble de idiotas que ahora. Desde ese entonces hasta hoy me has llenado la cabeza con historias de la hermandad. ¿Cómo esperar otra cosa que estar ahora solos aquí? Para mí no es ninguna casualidad. No te confundas, que te lo agradezco. Masticaría arena antes de volver a vestirme de una correcta y hermosa imbécil. Aquí me quedo. No te desharás de mí.
¿Qué pasaba por la mente de Fyodor? Era un hombre orgulloso, uno de los más sinceros al respecto que hubiera conocido, y por lo mismo lo que salía de su boca era un tercio de lo que estaba pasando por su mente, casi como una ley. Nina recostó su cuello en el respaldo de la silla, mirando unos segundos hacia el techo antes de volver sus ojos pardos a los claros de aquel que la había visto crecer. Fue cuando se inclinó hacia delante, apoyando sus manos en sus rodillas para acercar su rostro. ¿Estaba siendo sincero con ella? Siempre lo había sido, y ella también con él.
—Y no tienes que estar en ningún otro lugar. Cuando partiste a Francia… —suspiró entre fastidio y pesar— …no sé qué pretendías hacer. ¿Ibas a casarte con una mujer a la cual odias y besar los pies de quienes le han hecho la existencia imposible a la hermandad? Jamás ha sido tu estilo subir y bajar de carruajes como un soldado de juguete más. Este es tu mundo, con nuestras reglas, con tu gente.
No diría con ella, pero así también lo sentía. Entre ambos no existía exclusividad, pero sí cierta posesión. Tenían personalidades fuertes, altivas, pero así y todo, pendientes de lo que acontecía con el otro. Los ojos de Fyodor no cambiaban de curso. La piel de Nina reaccionaba. Era suficiente. Debían poner las cartas sobre la mesa.
—Tienes esa mirada —susurró no criticando, no alabando, sino solamente marcando un hecho— Ya no tenemos catorce años, Fyodor. ¿Por qué no nos dejamos de rodeos y me dices qué es lo que realmente quieres?
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/11/2013
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Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
Moviéndose sobre la silla para intentar –inútilmente- estar un poco más cómodo, escucha su interrogante atentamente y espera. Espera decidir si quiere lanzarse directamente sobre ella, seguir esperando o simplemente desviar la conversación antes de que sea demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué? Se puso de pie y aumentó la distancia entre ellos, necesitaba aclarar un poco la cabeza y comenzar a pensar con esa que tiene sobre los hombros y no lo que está entre sus piernas. Con Nina siempre es todo más complicado de lo que parece, a simple vista luce como una mujer ruda y de carácter fuerte, cuando se trata de ella tomar una decisión puede ser fatal ya que es una mujer capaz de manejar una espada y pelear bastante bien. Fyodor de todos modos ha creído siempre que debajo de esa fachada dura hay una mujer que podría enamorarse, y el problema es que nunca ha sido capaz de averiguar si sus sospechas son ciertas o sólo parte de su paranoia gracias al largo historial de señoritas que ha tenido en la vida. El amor entre ellos sólo lo arruinaría todo, se acabaría la buena relación de amigos, de compañeros de batalla y sobre todo, se acabarían las sesiones de sexo donde ninguno de los dos espera abrazos y promesas a la mañana siguiente.
—A ti… —sus pies se detienen y está nuevamente frente a la chimenea, toma un trozo de leña y lo echa al fuego que luego atiza con lo que encuentra a mano. Fyodor tiene el ceño fruncido porque aquella revelación le molesta levemente. Es probable que ambos sepan que la quiere a ella, pero aún no se acostumbra a sentir deseo por alguien que hasta hace un par de días estaba a su lado con las manos llenas de sangre y bajo un peligro que le gustaría poder evitar pero que es imposible de hacer. —¿Para qué me preguntas eso si sabes exactamente lo que quiero? —controlar su temperamento siempre es algo que le ha costado por sobre incluso lidiar con el resto de sus compañeros. Cuando se acerca a Nina vuelve a mirarla como antes, observándola como si quisiera meterse bajo su piel y explorarla lentamente, recorrer su cuerpo como un ciego que no tiene otro modo de hacerlo que no sea a través de sus manos. Fyodor intenta atravesarla con los ojos y obtener de ella lo que más pueda sin tener que apoderarse de todo. Sólo un poco no es suficiente.
Pasa la mano por su cabello y luce más cansado que antes. Busca alrededor pero su copa está vacía, tal como también lo está él. —Me gustaría levantarte de esa puta silla y tomarte en cualquier rincón de esta cabaña, en cualquier momento o en todo momento mejor… es obvio que sabes que te deseo a cada momento. —suelta una risa carente de algún sentimiento agradable, su risa es ácida al igual que lo son sus palabras. ¿Es que acaso está culpándola de algo? Si sigue así Nina comenzará a convertirse en una distracción y aquello no será algo que quiera tener cuando su cuello está en juego. —¿Hasta cuándo vamos a seguir así sin que lleguen los problemas? Porque no quiero tenerlos… ¿de acuerdo? Quiero mantener todo como hasta ahora, sólo con la diferencia que me gustaría hablar menos y besarte más… —la comisura del lado derecho se alza y sus ojos claros chocan contra esos más oscuros. Cuando Fyodor estira uno de sus brazos es una invitación que ha hecho antes, ella comprende las señales y es por lo mismo que siempre se han llevado tan bien, ambos hablan el mismo idioma. —Ven aquí, Nina… ya se me está olvidando a qué sabes… —
—A ti… —sus pies se detienen y está nuevamente frente a la chimenea, toma un trozo de leña y lo echa al fuego que luego atiza con lo que encuentra a mano. Fyodor tiene el ceño fruncido porque aquella revelación le molesta levemente. Es probable que ambos sepan que la quiere a ella, pero aún no se acostumbra a sentir deseo por alguien que hasta hace un par de días estaba a su lado con las manos llenas de sangre y bajo un peligro que le gustaría poder evitar pero que es imposible de hacer. —¿Para qué me preguntas eso si sabes exactamente lo que quiero? —controlar su temperamento siempre es algo que le ha costado por sobre incluso lidiar con el resto de sus compañeros. Cuando se acerca a Nina vuelve a mirarla como antes, observándola como si quisiera meterse bajo su piel y explorarla lentamente, recorrer su cuerpo como un ciego que no tiene otro modo de hacerlo que no sea a través de sus manos. Fyodor intenta atravesarla con los ojos y obtener de ella lo que más pueda sin tener que apoderarse de todo. Sólo un poco no es suficiente.
Pasa la mano por su cabello y luce más cansado que antes. Busca alrededor pero su copa está vacía, tal como también lo está él. —Me gustaría levantarte de esa puta silla y tomarte en cualquier rincón de esta cabaña, en cualquier momento o en todo momento mejor… es obvio que sabes que te deseo a cada momento. —suelta una risa carente de algún sentimiento agradable, su risa es ácida al igual que lo son sus palabras. ¿Es que acaso está culpándola de algo? Si sigue así Nina comenzará a convertirse en una distracción y aquello no será algo que quiera tener cuando su cuello está en juego. —¿Hasta cuándo vamos a seguir así sin que lleguen los problemas? Porque no quiero tenerlos… ¿de acuerdo? Quiero mantener todo como hasta ahora, sólo con la diferencia que me gustaría hablar menos y besarte más… —la comisura del lado derecho se alza y sus ojos claros chocan contra esos más oscuros. Cuando Fyodor estira uno de sus brazos es una invitación que ha hecho antes, ella comprende las señales y es por lo mismo que siempre se han llevado tan bien, ambos hablan el mismo idioma. —Ven aquí, Nina… ya se me está olvidando a qué sabes… —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
¿Por qué le gustaba tanto poner a Fyodor a prueba? Podía deberse a que ante los ojos de Nina se veía endiabladamente atractivo cuando perdía momentáneamente el control. Intentaba disolver esa expresión distrayéndose con cualquier cosa sin importancia como alimentar el fuego cuando ambos sabían que no lo necesitarían, pero su especial amigo fingía olvidarse de que el deseo, al igual que él, era un seductor silencioso con ojos encantadores. No se podía prevenir, ni mucho menos luchar contra él alimentándose de las imágenes de las guerras de las que habían formado parte cuando una cama se encontraba tan cerca. Era curioso; siempre algo los enviaba directamente a los brazos del otro.
Un suspiro de incredulidad escapó de Nina cuando ésta masajeó un punto tras su nuca con ambas manos. Envidiaba a Fyodor en un sentido: no le costaba nada dejarse ir. Aquello resultaba divertido, porque sí le era complejo hablar al respecto, lo cual a ella se le daba con facilidad. En lo que convenían era que el apetito podía asolarlos. Ya lo estaba haciendo al resistirse a él.
—Fyodor, Fyodor… ¿por qué me lo haces tan difícil? —se focalizaba en reprimirse, pero a la vez sabía que si no cedía ante sus florecientes impulsos, se volvería una inútil y, por ende, una débil. Daba igual que hubiese compartido tantas veces el lecho con su compañero; cada vez se le hacía más difícil.— Es que mientras tú no lo digas, yo haré como si no lo supiera y podremos hacer como si nada el resto de nuestra travesía. —pensó.
Porque entrelazar su carne con la del áureo era olvidar que al día siguiente podían despertarlos balazos haciendo añicos las sábanas. Se asimilaba a la sensación que tenía cuando cabalgaba raudamente en su caballo, no sabiendo adónde diablos estaba yendo. Cabalgaba como si estuviese siendo perseguida por demonios, con la respiración jadeante y pesada. La tierra temblaba debajo del contacto de sus pieles. Se hacían y deshacían sobre un pasto abundante creyendo tontamente que su altura los protegería de lo que pasaba afuera, cuando lo único que hacía era nublar su vista. En ese terreno deliciosamente prohibido podían esconderse de la rabia y el dolor que los perseguían. Sin embargo, ese denso frenesí difícilmente podía esconder a la rusa de las voces que la atormentaban con incertidumbre por haber gozado a su camarada y por querer estar con él. Sólo la espada podría entender el vacío frío que sentía, pues no quería enamorarse de él. No quería tener que exigirle explicaciones cada vez que llegara con el olor de otra mujer en la ropa, ¡qué indignante rebajarse a ese nivel!
Detuvo su tensión finalmente. Soltó las riendas descuidadamente al pensar en recuperar los labios de su compañero para sí. Su mirada demostraba posesividad; esa estable inestabilidad les pertenecía, aunque tuviera el color de las llamas del infierno en ocasiones y el sabor del cielo en otras. Le tenía un poco de miedo, pero sentía eso todos los días al recorrer el peligroso camino de los prisioneros de guerra. Lo viviría una vez más. Se puso de pié de golpe, dirigiéndose inmediatamente a la figura del ruso y a sus labios, palpándolos con sus dedos.
—Si me besaras más, en vez de irnos de inmediato después de hacer el amor, prolongaríamos el tiempo. Es contraproducente cuando vienen ya a por nuestras cabezas, pisándonos los talones. Despertaríamos con las sábanas agujereadas. —al finalizar ese tono neutral apoyó su frente en el cuello de Fyodor. Todavía reposaba su olor allí; sonrió de gusto.— Pero en desmedro de mi razón, prevalece mi rabia. No se me olvida que estuviste a punto de perder tus labios a una sola, mezclando tu sabor con el de ella y perdiendo el tuyo propio para siempre. Prefiero probar distintos sabores difusos en tu boca antes que saber a quién pertenece ese desagradable gusto. —apretó sus dientes al final. Agradecía no haber conocido a la prometida de Fyodor; no sabía fingir simpatía por mera decencia. Subestimaba que, como toda mujer, podía volverse una verdadera arpía.
Y de pronto, desde su misma cómoda posición que le permitía respirar junto a su amante, la masculina cazadora agradeció ser mujer al comenzar a desabotonar los primeros botones de las ropas que reposaban sobre el pecho de su igual. Se permitía acariciar sobre las cicatrices, muchas de las cuales ella había sido testigo. Besó una de ellas y volvió a levantar su mirada hacia arriba. Como sus ojos se encontraron, su cautelosa faz le cortó la respiración por un instante.
—No vuelvas a confundirte de camino. —precisó con el carácter que la caracterizaba antes de recorrer con sus dedos el pecho expuesto de su coima— Este eres tú. Recuérdalo y el resto no se te olvidará más.
Un suspiro de incredulidad escapó de Nina cuando ésta masajeó un punto tras su nuca con ambas manos. Envidiaba a Fyodor en un sentido: no le costaba nada dejarse ir. Aquello resultaba divertido, porque sí le era complejo hablar al respecto, lo cual a ella se le daba con facilidad. En lo que convenían era que el apetito podía asolarlos. Ya lo estaba haciendo al resistirse a él.
—Fyodor, Fyodor… ¿por qué me lo haces tan difícil? —se focalizaba en reprimirse, pero a la vez sabía que si no cedía ante sus florecientes impulsos, se volvería una inútil y, por ende, una débil. Daba igual que hubiese compartido tantas veces el lecho con su compañero; cada vez se le hacía más difícil.— Es que mientras tú no lo digas, yo haré como si no lo supiera y podremos hacer como si nada el resto de nuestra travesía. —pensó.
Porque entrelazar su carne con la del áureo era olvidar que al día siguiente podían despertarlos balazos haciendo añicos las sábanas. Se asimilaba a la sensación que tenía cuando cabalgaba raudamente en su caballo, no sabiendo adónde diablos estaba yendo. Cabalgaba como si estuviese siendo perseguida por demonios, con la respiración jadeante y pesada. La tierra temblaba debajo del contacto de sus pieles. Se hacían y deshacían sobre un pasto abundante creyendo tontamente que su altura los protegería de lo que pasaba afuera, cuando lo único que hacía era nublar su vista. En ese terreno deliciosamente prohibido podían esconderse de la rabia y el dolor que los perseguían. Sin embargo, ese denso frenesí difícilmente podía esconder a la rusa de las voces que la atormentaban con incertidumbre por haber gozado a su camarada y por querer estar con él. Sólo la espada podría entender el vacío frío que sentía, pues no quería enamorarse de él. No quería tener que exigirle explicaciones cada vez que llegara con el olor de otra mujer en la ropa, ¡qué indignante rebajarse a ese nivel!
Detuvo su tensión finalmente. Soltó las riendas descuidadamente al pensar en recuperar los labios de su compañero para sí. Su mirada demostraba posesividad; esa estable inestabilidad les pertenecía, aunque tuviera el color de las llamas del infierno en ocasiones y el sabor del cielo en otras. Le tenía un poco de miedo, pero sentía eso todos los días al recorrer el peligroso camino de los prisioneros de guerra. Lo viviría una vez más. Se puso de pié de golpe, dirigiéndose inmediatamente a la figura del ruso y a sus labios, palpándolos con sus dedos.
—Si me besaras más, en vez de irnos de inmediato después de hacer el amor, prolongaríamos el tiempo. Es contraproducente cuando vienen ya a por nuestras cabezas, pisándonos los talones. Despertaríamos con las sábanas agujereadas. —al finalizar ese tono neutral apoyó su frente en el cuello de Fyodor. Todavía reposaba su olor allí; sonrió de gusto.— Pero en desmedro de mi razón, prevalece mi rabia. No se me olvida que estuviste a punto de perder tus labios a una sola, mezclando tu sabor con el de ella y perdiendo el tuyo propio para siempre. Prefiero probar distintos sabores difusos en tu boca antes que saber a quién pertenece ese desagradable gusto. —apretó sus dientes al final. Agradecía no haber conocido a la prometida de Fyodor; no sabía fingir simpatía por mera decencia. Subestimaba que, como toda mujer, podía volverse una verdadera arpía.
Y de pronto, desde su misma cómoda posición que le permitía respirar junto a su amante, la masculina cazadora agradeció ser mujer al comenzar a desabotonar los primeros botones de las ropas que reposaban sobre el pecho de su igual. Se permitía acariciar sobre las cicatrices, muchas de las cuales ella había sido testigo. Besó una de ellas y volvió a levantar su mirada hacia arriba. Como sus ojos se encontraron, su cautelosa faz le cortó la respiración por un instante.
—No vuelvas a confundirte de camino. —precisó con el carácter que la caracterizaba antes de recorrer con sus dedos el pecho expuesto de su coima— Este eres tú. Recuérdalo y el resto no se te olvidará más.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
Se siente regañado del modo en que lo hacía su madre, con una mezcla de reproche y preocupación que no suena pretencioso ni molesto sino más bien hasta cariñoso. Pero esta vez, las palabras las pronuncia una mujer a la que conoce desde que ambos eran apenas unos niños y que no debería hablar de ese modo. Nunca. La vio crecer, pasar de una niña bastante especial a una adolescente a la que le interesaba más tener una espada en las manos que un bastidor de bordado, la vio convertirse en la muchacha que es ahora y que sabe cómo convencerlo de hacer cosas que ni las peores torturas han podido conseguir que haga. Ella es su peor tortura. Nina es su peor dolor desde que volvió a su vida luego del nefasto compromiso que lo tuvo atado a Paris y es también la perdición que posee desde mucho antes de todo eso aunque recién ahora comienza a aceptarlo de a poco. Aún así, lejos de molestarle aquello le parece casi divertido, lo suficiente para hacerle sonreír mientras la escucha en silencio y le permite inmiscuirse en su piel que parece arder bajo el toque de esa mujer. —Nina… — susurra su nombre y suena como si esta vez fuera él quien intenta prevenirla de continuar por ese camino.
—Nina… tu lugar es en mi cama, dentro de mis pantalones, ten claro que sólo ese es tu terreno y donde debes estar… tu lugar no es mi cabeza ni mis decisiones ni lo que yo haga o deje de hacer, porque si terminé mi compromiso es precisamente por eso, no soporto a una mujercita ladrando ordenes ni llenándome de preguntas que no deseo responder, ¿de acuerdo? —se separa de ella y termina de quitarse la camisa con un movimiento rápido que consigue que los botones salten en cualquier dirección. Se pasea entonces con el torso descubierto y una mirada preocupada en el rostro, mantiene el silencio durante unos buenos minutos y sólo cuando parece haber encontrado las palabras precisas es que vuelve a ella pero no la toca, hacerlo sería como retroceder y necesita ser escuchado. —Tu sermón de las mujeres con las que me acuesto o de si me comprometo y decido follarme sólo a una en vez de a muchas, está de más… porque todo eso es asunto mío, no nuestro, no existe un nuestro, queridita mía… —le acaricia la mejilla pero a medias, no se atreve a hacer algo más porque teme de si mismo en ese momento —si dejé a esa mujer fue porque era sumamente… desabrida, sin gracia, sin atractivo alguno… lo perdió todo cuando comenzó a hablar… —
Fyodor se inclina y pone un dedo bajo la barbilla de Nina para alzar su rostro y encontrar sus ojos. Todo lo que ha dicho es una estupidez tan grande que ni aunque quisiera arrepentirse de sus palabras podría borrarlas. El problema mayor, tal vez, es que lo dice en serio. Su prometida sí era la copia exacta del arroz blanco que le dan a un enfermo o de tener que bailar con la prima fea porque no quedan más muchachas guapas disponibles, pero no por eso debía ganarse todos esos calificativos ni mucho menos entrar a un matrimonio del que nunca quiso ser parte. —No repitas su error o nos irá mal… tú quieres que continuemos como estamos y yo quiero lo mismo… ¿ves lo fácil que es? —la mira de pies a cabeza y se moja los labios, parece saborearse sólo con la vista que posee de ella y es así siempre que están cerca. Incluso en el campo de batalla. Las cejas del ruso se juntan y luce algo molesto, es inútil seguir intentando creer que no desvía sus ojos si cree que el filo de alguna espada estuvo cerca de ella o si está luchando en desigualdad de condiciones. Le gustaría intervenir y sacarla de ahí, hacerlo y arriesgarse a lucir como un cavernícola que toma del cabello a su mujer y se la lleva a la cueva. La opción es dejar de luchar a su lado o tener sexo, ser destinados a distintos frentes o tener sexo. La última idea es siempre mejor. —¿De qué forma quieres que te quite la ropa? —
—Nina… tu lugar es en mi cama, dentro de mis pantalones, ten claro que sólo ese es tu terreno y donde debes estar… tu lugar no es mi cabeza ni mis decisiones ni lo que yo haga o deje de hacer, porque si terminé mi compromiso es precisamente por eso, no soporto a una mujercita ladrando ordenes ni llenándome de preguntas que no deseo responder, ¿de acuerdo? —se separa de ella y termina de quitarse la camisa con un movimiento rápido que consigue que los botones salten en cualquier dirección. Se pasea entonces con el torso descubierto y una mirada preocupada en el rostro, mantiene el silencio durante unos buenos minutos y sólo cuando parece haber encontrado las palabras precisas es que vuelve a ella pero no la toca, hacerlo sería como retroceder y necesita ser escuchado. —Tu sermón de las mujeres con las que me acuesto o de si me comprometo y decido follarme sólo a una en vez de a muchas, está de más… porque todo eso es asunto mío, no nuestro, no existe un nuestro, queridita mía… —le acaricia la mejilla pero a medias, no se atreve a hacer algo más porque teme de si mismo en ese momento —si dejé a esa mujer fue porque era sumamente… desabrida, sin gracia, sin atractivo alguno… lo perdió todo cuando comenzó a hablar… —
Fyodor se inclina y pone un dedo bajo la barbilla de Nina para alzar su rostro y encontrar sus ojos. Todo lo que ha dicho es una estupidez tan grande que ni aunque quisiera arrepentirse de sus palabras podría borrarlas. El problema mayor, tal vez, es que lo dice en serio. Su prometida sí era la copia exacta del arroz blanco que le dan a un enfermo o de tener que bailar con la prima fea porque no quedan más muchachas guapas disponibles, pero no por eso debía ganarse todos esos calificativos ni mucho menos entrar a un matrimonio del que nunca quiso ser parte. —No repitas su error o nos irá mal… tú quieres que continuemos como estamos y yo quiero lo mismo… ¿ves lo fácil que es? —la mira de pies a cabeza y se moja los labios, parece saborearse sólo con la vista que posee de ella y es así siempre que están cerca. Incluso en el campo de batalla. Las cejas del ruso se juntan y luce algo molesto, es inútil seguir intentando creer que no desvía sus ojos si cree que el filo de alguna espada estuvo cerca de ella o si está luchando en desigualdad de condiciones. Le gustaría intervenir y sacarla de ahí, hacerlo y arriesgarse a lucir como un cavernícola que toma del cabello a su mujer y se la lleva a la cueva. La opción es dejar de luchar a su lado o tener sexo, ser destinados a distintos frentes o tener sexo. La última idea es siempre mejor. —¿De qué forma quieres que te quite la ropa? —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
La poco convencional mujer pudo ver la molestia que nació en las expresiones de Fyodor ante sus reproches, pero no le importó. Era su manera de hacerlo pagar por ser el desconsiderado que era, lo cual era curioso, porque tampoco quería cambiarlo. Su amigo de la infancia era justo lo que necesitaba para seguir viviendo cómodamente tal como era. Si el cazador fuera un poco más empático, terminarían buscando algo serio, lo cual para Nina equivalía a despedirse de su libertad y someterse a la voluntad de Fyodor. Si fuera sólo un poco más patán, terminaría pateándole el trasero como los idiotas que se mofaban de sus deseos de ser más que una vaca lechera.
Con placer los ojos de Nina se oscurecieron al ver el torso desnudo de su camarada. Seguía siendo un pedante, pero tenía sus razones para serlo. Varias cicatrices surcaban ese lienzo blanco, pero lejos de disminuir su atractivo, lo aumentaban dramáticamente. Le daba una rudeza que lo distanciaba con creces de sus amiguitos mariposones de trajes elaborados y tacones más altos que los de los reyes franceses. Era otra razón para mantenerlo cerca, aunque nunca unido a ella; le daba lo que quería, esa masculina fortaleza. Hasta las hermanas de Nina la habían escuchado decir en los eventos sociales que su rebelde consanguínea detestaba a los que contradecían ese ideal. «Si me interesaran los metrosexuales, me buscaría una poodle francesa», decía. Y el que él la acariciara a mediana intensidad, conteniéndose, le producía Nina una tremenda intriga de lo que se encontraba detrás.
Mas a pesar de que lo estaba disfrutando y mucho con la mirada, no dejó de escucharlo. Era una ironía cuánto se parecían y cuánto se provocaban. Ni Fyodor ni ella disfrutaban que les dijeran qué hacer, pero seguían marcándole límites al otro. No era la primera vez que marcaban textualmente las fronteras de la cama, pero Nina, sin saber por qué, recordaría esa vez en particular en algún futuro.
—Mi terreno —marcó bien ambas palabras con dureza— Está donde yo lo quiera, querido. —sonrió al final alivianando su expresión mientras usaba el mismo tono que había empleado su compañero momentos antes. Era demasiado orgullosa para admitir a viva voz que quería que la historia expuesta en ese pecho siguiera entremezclándose con la suya.
Sintió su rostro alzado por el tacto de quien la había visto convertirse en quien era, y por eso le devolvió la mirada con intensidad, como si lo estuviese lastimando y acariciando al mismo tiempo con esos ojos oscuros. Era complejo dejarse llevar y no caer. Hacía ver todo tan fácil que a Nina le daba coraje, pero lo más contradictorio era que también encendía sus sentidos. Era un desafío.
—Sé muy bien lo que quiero, y por desgracia te las arreglas muy bien averiguándolo. Te devuelvo el favor recordándote una cosa —bajó sus manos a la hebilla del pantalón de su amante para liberarlo de su estrecha prisión sin dejar de observarlo. A esas alturas ya había memorizado al derecho y al revés el mecanismo más idóneo para desvestirlo— Los errores que cometa también me pertenecen.
Acabada su tarea, rozó sutilmente esa zona caliente y se alejó varios pasos para admirar el cuerpo del cazador. Quería llevarse un buen recuerdo de él si es que acaso encontraban la muerte al salir de esa cabaña. Satisfecha con la vista, esbozó una media sonrisa sin abandonar su fiereza y levantó el mentón. El brío de su semblante continuaba allí. Una vez encendido no se apagaba sino cediendo a él.
—Quítame la ropa enfadado, así como estás. —soltó como si le estuviera dando una orden. Era la única forma que conocía de expresar sus deseos sin sonar como las sumisas de las que se mofaba. Incluso, esta vez, añadió un pequeño reto— Si es que puedes. —finalizó con voz profunda— Así me darás una excusa para hacerte lo mismo.
Con placer los ojos de Nina se oscurecieron al ver el torso desnudo de su camarada. Seguía siendo un pedante, pero tenía sus razones para serlo. Varias cicatrices surcaban ese lienzo blanco, pero lejos de disminuir su atractivo, lo aumentaban dramáticamente. Le daba una rudeza que lo distanciaba con creces de sus amiguitos mariposones de trajes elaborados y tacones más altos que los de los reyes franceses. Era otra razón para mantenerlo cerca, aunque nunca unido a ella; le daba lo que quería, esa masculina fortaleza. Hasta las hermanas de Nina la habían escuchado decir en los eventos sociales que su rebelde consanguínea detestaba a los que contradecían ese ideal. «Si me interesaran los metrosexuales, me buscaría una poodle francesa», decía. Y el que él la acariciara a mediana intensidad, conteniéndose, le producía Nina una tremenda intriga de lo que se encontraba detrás.
Mas a pesar de que lo estaba disfrutando y mucho con la mirada, no dejó de escucharlo. Era una ironía cuánto se parecían y cuánto se provocaban. Ni Fyodor ni ella disfrutaban que les dijeran qué hacer, pero seguían marcándole límites al otro. No era la primera vez que marcaban textualmente las fronteras de la cama, pero Nina, sin saber por qué, recordaría esa vez en particular en algún futuro.
—Mi terreno —marcó bien ambas palabras con dureza— Está donde yo lo quiera, querido. —sonrió al final alivianando su expresión mientras usaba el mismo tono que había empleado su compañero momentos antes. Era demasiado orgullosa para admitir a viva voz que quería que la historia expuesta en ese pecho siguiera entremezclándose con la suya.
Sintió su rostro alzado por el tacto de quien la había visto convertirse en quien era, y por eso le devolvió la mirada con intensidad, como si lo estuviese lastimando y acariciando al mismo tiempo con esos ojos oscuros. Era complejo dejarse llevar y no caer. Hacía ver todo tan fácil que a Nina le daba coraje, pero lo más contradictorio era que también encendía sus sentidos. Era un desafío.
—Sé muy bien lo que quiero, y por desgracia te las arreglas muy bien averiguándolo. Te devuelvo el favor recordándote una cosa —bajó sus manos a la hebilla del pantalón de su amante para liberarlo de su estrecha prisión sin dejar de observarlo. A esas alturas ya había memorizado al derecho y al revés el mecanismo más idóneo para desvestirlo— Los errores que cometa también me pertenecen.
Acabada su tarea, rozó sutilmente esa zona caliente y se alejó varios pasos para admirar el cuerpo del cazador. Quería llevarse un buen recuerdo de él si es que acaso encontraban la muerte al salir de esa cabaña. Satisfecha con la vista, esbozó una media sonrisa sin abandonar su fiereza y levantó el mentón. El brío de su semblante continuaba allí. Una vez encendido no se apagaba sino cediendo a él.
—Quítame la ropa enfadado, así como estás. —soltó como si le estuviera dando una orden. Era la única forma que conocía de expresar sus deseos sin sonar como las sumisas de las que se mofaba. Incluso, esta vez, añadió un pequeño reto— Si es que puedes. —finalizó con voz profunda— Así me darás una excusa para hacerte lo mismo.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
Fyodor dejó que ella terminara de desabrochar su pantalón antes de volver a caminar por la habitación. Se sentía inquieto, molesto, enfadado. Su nivel de enojo iba creciendo con cada palabra que salía de la boca de aquella mujer, parecía como si estuviera riéndose de él sólo por diversión, como si disfrutara verlo de mal humor. Quizás era así porque nadie más que ella sabía cómo lograr que el ánimo del ruso se transformara en algo tan oscuro como ácido. La molestia le corroe las entrañas y le obliga a detenerse un instante junto a una ventana. Afuera parece un día como cualquier otro, pero no lo es, todo ha cambiado ya. Nina está loca si cree que podrá desnudarla, sus ganas de tener sexo con ella acaban de irse más allá de la mierda y no puede entender por qué está tan furioso si ella no ha dicho nada nuevo, nada que no hubiese dicho antes. Tal vez ahí está el punto de todo, que las cosas siguen iguales pese a que secretamente –o no tanto- él desea que cambien. De todos modos la culpa de lo que sea no es de ella, es de él por no ser al menos un poco más valiente, por no atreverse a enfrentar lo que es tan evidente. —No te voy a quitar la ropa, eso deberías hacerlo tú… ¿No acabas de decir que no tengo derechos sobre ti? ¿No acabas de decir que hasta los errores son sólo tuyos? ¿O te refieres a mí cuando hablas de errores? ¿Yo soy tu error, Nina? —
Y ahí, en aquella última pregunta, el tono de su voz comienza a elevarse pero no alcanza a ser un grito, sólo quiere dejar muy claro su punto. El motivo de su enfado se hizo evidente al salir en voz alta y también que es bastante ridículo que se sienta de ese modo. Fyodor busca una silla y se sienta frente a la mujer, quiere oírla con toda claridad pero no es capaz de mirarla a los ojos y entierra el rostro en sus manos para evitar ver cualquier trozo de ella. La conversación que puede nacer de todo esto es un billete de una sola dirección, podría detenerse pero eso sería continuar corriendo en círculos y es bien sabido que no se llega a ningún lugar si no se tiene un destino claro. —No es necesario que me respondas… no tengo derecho a preguntarte algo como eso. Te di mi punto de vista y tú no lo estabas pidiendo, ese es mi error. — dice aún con la cara entre los dedos, dejando escapar un suspiro que incluso a él le sorprende. Tal vez está agotado y sobre todo de mantener esa imagen que tanto dista de la realidad. Levanta la cabeza y se cruza de brazos, también de piernas, como si estuviera cubriéndose de algo, protegiéndose sin ser consciente de que lo hace. —¿Estás viendo a alguien más? —sus propios ojos se abren, inmensos, escudriñándola con la mirada, intentando penetrar en ese escudo que parece tener siempre al frente.
—¿Estás con alguien más, Nina? Eso es asunto tuyo, por supuesto y si lo quiero saber es por mera curiosidad… no porque esté celoso o algo parecido… —terminó murmurando, rogando internamente para que ella no escuchara esa revelación. Fyodor ha olvidado que no tiene la camisa puesta, que ella quiso desvestirlo, olvidó todo para dejar de lado las distracciones en pos de estar atento a su respuesta. ¿Está celoso? Por supuesto que sí, lo está y le hierve la sangre de sólo imaginar una escena donde SU mujer pueda besar a alguien más. ¿Qué tan cliché es que sienta que puede perderla para darse cuenta que toda esa fachada de “sólo quiero algo casual” no es más que eso, una mentira? —Por la mierda, Nina, nada más dime si estás con alguien más… ¿Es alguien a quien tu familia aprueba? ¿Es por compromiso acaso? — recuerda su propia obligación y también los ojos de esa mujer que lo odiaba sólo por el hecho de existir. ¿Odiará Nina a su futuro esposo de la misma forma? ¡Una mierda que permitirá que se case con alguien más! Si ella tiene que amarrarse a alguien será a él, punto. Después de todo no es tan mal partido. Sí, dejó su cargo en la realeza por dedicarse a librar batallas, pero aún tiene los bolsillos llenos y bastante llenos. —¿Es alguien de la hermandad? ¿Eso es? ¿Quién es? Dime quien es, Nina, o mejor no me digas porque si me lo dices voy a matarlo… —
Y ahí, en aquella última pregunta, el tono de su voz comienza a elevarse pero no alcanza a ser un grito, sólo quiere dejar muy claro su punto. El motivo de su enfado se hizo evidente al salir en voz alta y también que es bastante ridículo que se sienta de ese modo. Fyodor busca una silla y se sienta frente a la mujer, quiere oírla con toda claridad pero no es capaz de mirarla a los ojos y entierra el rostro en sus manos para evitar ver cualquier trozo de ella. La conversación que puede nacer de todo esto es un billete de una sola dirección, podría detenerse pero eso sería continuar corriendo en círculos y es bien sabido que no se llega a ningún lugar si no se tiene un destino claro. —No es necesario que me respondas… no tengo derecho a preguntarte algo como eso. Te di mi punto de vista y tú no lo estabas pidiendo, ese es mi error. — dice aún con la cara entre los dedos, dejando escapar un suspiro que incluso a él le sorprende. Tal vez está agotado y sobre todo de mantener esa imagen que tanto dista de la realidad. Levanta la cabeza y se cruza de brazos, también de piernas, como si estuviera cubriéndose de algo, protegiéndose sin ser consciente de que lo hace. —¿Estás viendo a alguien más? —sus propios ojos se abren, inmensos, escudriñándola con la mirada, intentando penetrar en ese escudo que parece tener siempre al frente.
—¿Estás con alguien más, Nina? Eso es asunto tuyo, por supuesto y si lo quiero saber es por mera curiosidad… no porque esté celoso o algo parecido… —terminó murmurando, rogando internamente para que ella no escuchara esa revelación. Fyodor ha olvidado que no tiene la camisa puesta, que ella quiso desvestirlo, olvidó todo para dejar de lado las distracciones en pos de estar atento a su respuesta. ¿Está celoso? Por supuesto que sí, lo está y le hierve la sangre de sólo imaginar una escena donde SU mujer pueda besar a alguien más. ¿Qué tan cliché es que sienta que puede perderla para darse cuenta que toda esa fachada de “sólo quiero algo casual” no es más que eso, una mentira? —Por la mierda, Nina, nada más dime si estás con alguien más… ¿Es alguien a quien tu familia aprueba? ¿Es por compromiso acaso? — recuerda su propia obligación y también los ojos de esa mujer que lo odiaba sólo por el hecho de existir. ¿Odiará Nina a su futuro esposo de la misma forma? ¡Una mierda que permitirá que se case con alguien más! Si ella tiene que amarrarse a alguien será a él, punto. Después de todo no es tan mal partido. Sí, dejó su cargo en la realeza por dedicarse a librar batallas, pero aún tiene los bolsillos llenos y bastante llenos. —¿Es alguien de la hermandad? ¿Eso es? ¿Quién es? Dime quien es, Nina, o mejor no me digas porque si me lo dices voy a matarlo… —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Desires are what can most easily ruin us - Privado.
Cuando escuchó a Fyodor abandonar el tono de firmeza masculinidad que solía dominarlo para adoptar uno severo y cortante, Nina supo que la diversión había topado con un muro de piedra, uno al que no estaba dispuesta a atravesar. Suspiró con frustración. Sabía lo que implicaba aquello, pero eso no hacía que le desagradara menos el significado. Y venía la parte en que se encerraba en sí mismos unos segundos antes de sacar las cosas de una sola vez. Ah, muy bien, ya se había cubierto la cara. Nina negó con su cabeza al tiempo que removió su calzado y lo arrojó a cualquier parte de la habitación. Tendría que satisfacerse sola.
Ya estaba removiéndose la primera pieza superior de su vestimenta cuando oyó a Fyodor utilizar esas palabras que indicaban que lo que vendría seguido de ellas sería algo de mierda. Y de repente, ahí estaba, interrogándola. ¿Pero por qué hacía eso? Ambos sabían que había preguntas fuera de lugar para la extraña relación que llevaba. Porque las respuestas a esas interrogantes generarían más dudas que certezas, las dudas a las sospechas y las sospechas a los celos. ¡Celos! La palabra empleaba para designar el sentimiento de vulneración de la propiedad sobre otra persona. Pero Fyodor no era de nadie. Jamás podría serlo, ¿cierto? Nina bufó entrecerrando los ojos, ¿realmente estaban hablando de eso?
—¿Y qué más da? —preguntó enfáticamente. Hacía años tenían el mismo trato ¿y venía a preguntar ahora? Eso de la curiosidad no se la tragaba. Podría perfectamente haberle preguntado en la cama, o mientras le rompía otro corsé, pero en lugar de eso, la miraba como si hubiese cometido un crimen de los que no estaba dispuesto a perdonar.
Intentó ignorarlo, continuar sacándose la ropa sin sensualidad, dispuesta a darse placer ella misma si él no se lo daba, pero era imposible con esa maldita insistencia suya que le crispaba los nervios. No, no era los nervios, pero algo así. Gruñó más pesado esta vez cuando volvió a preguntarle. ¿En serio necesitaba la respuesta? Pensó que la mejor manera de terminar con tanto drama era con un corte limpio y certero; se suponía que una herida así sanaba rápido, o al menos eso decían. Se plantó frente a su compañero y amante, y con el mismo carácter fuerte que la dominaba, le dio su respuesta.
—Sexo —precisa y seca, y con el corsé a medio desabrochar— Sólo vulgar y animal sexo. Eso he tenido no con uno; con bastantes. Ya, ¿estás feliz? No me digas que te sorprende. Fuiste un gran maestro en mandarlo todo al carajo. Aprendí bien —aún recordaba ciertas cosas. Rencor era una buena palabra para designarlo, pero también herida.— A mi familia ya ni siquiera le importa saber; les daría ataque. Ya que esté en la hermandad les da ataque. Imagina si estoy a solas en un cuarto con un hombre que no es mi esposo. Y eso sin mencionar lo que hacemos después. ¡Soy una deshonra! Por eso les conviene tenerme lejos; así los maridos de mis hermanas no las repudian. ¡Ay, no sé por qué estamos hablando de esto!
La cazadora se dio cuenta de algo; ¿le estaba dando explicaciones? Se exasperó y camino enfadada hacia la ventana sin ver nada hacia fuera. Sólo quería darle la espalda un momento a su cómplice. Lo necesitaba para decir lo que estaba a punto de salir de su boca, casi sin querer.
—¿Por qué quieres hacer de bravucón ahora? Si vamos a sacar trapos al sol, saquémoslos por completo. No recuerdo que hayas hecho lo mismo cuando cumplí quince años y mi papá me arrojó esos vejetes en la fiesta, ¡sí, recuérdalo! Estaba esperando que uno tuviera el estómago para casarse conmigo. Y… ¿por qué no estabas allí? ¡Ah! Ya recuerdo el porqué. ¡Porque estabas revolcándote con la hija de los Romodanovsky en la misma cama de nuestra primera vez! Se supo, ¿de acuerdo? Todo el mundo lo supo. Y yo fui quien se enteró al final. ¿Por qué no fuiste un bravucón cuando realmente necesité que lo fueras? —se escapó un tono más triste en la última frase. Carraspeó la garganta buscando que no se notara.— ¿Sabes qué? Olvídalo.
Por eso odiaba con cada fibra de su cuerpo hablar de esta manera con Fyodor. De alguna manera se las arreglaba para sacar lo peor y más profundo de ella.
Ya estaba removiéndose la primera pieza superior de su vestimenta cuando oyó a Fyodor utilizar esas palabras que indicaban que lo que vendría seguido de ellas sería algo de mierda. Y de repente, ahí estaba, interrogándola. ¿Pero por qué hacía eso? Ambos sabían que había preguntas fuera de lugar para la extraña relación que llevaba. Porque las respuestas a esas interrogantes generarían más dudas que certezas, las dudas a las sospechas y las sospechas a los celos. ¡Celos! La palabra empleaba para designar el sentimiento de vulneración de la propiedad sobre otra persona. Pero Fyodor no era de nadie. Jamás podría serlo, ¿cierto? Nina bufó entrecerrando los ojos, ¿realmente estaban hablando de eso?
—¿Y qué más da? —preguntó enfáticamente. Hacía años tenían el mismo trato ¿y venía a preguntar ahora? Eso de la curiosidad no se la tragaba. Podría perfectamente haberle preguntado en la cama, o mientras le rompía otro corsé, pero en lugar de eso, la miraba como si hubiese cometido un crimen de los que no estaba dispuesto a perdonar.
Intentó ignorarlo, continuar sacándose la ropa sin sensualidad, dispuesta a darse placer ella misma si él no se lo daba, pero era imposible con esa maldita insistencia suya que le crispaba los nervios. No, no era los nervios, pero algo así. Gruñó más pesado esta vez cuando volvió a preguntarle. ¿En serio necesitaba la respuesta? Pensó que la mejor manera de terminar con tanto drama era con un corte limpio y certero; se suponía que una herida así sanaba rápido, o al menos eso decían. Se plantó frente a su compañero y amante, y con el mismo carácter fuerte que la dominaba, le dio su respuesta.
—Sexo —precisa y seca, y con el corsé a medio desabrochar— Sólo vulgar y animal sexo. Eso he tenido no con uno; con bastantes. Ya, ¿estás feliz? No me digas que te sorprende. Fuiste un gran maestro en mandarlo todo al carajo. Aprendí bien —aún recordaba ciertas cosas. Rencor era una buena palabra para designarlo, pero también herida.— A mi familia ya ni siquiera le importa saber; les daría ataque. Ya que esté en la hermandad les da ataque. Imagina si estoy a solas en un cuarto con un hombre que no es mi esposo. Y eso sin mencionar lo que hacemos después. ¡Soy una deshonra! Por eso les conviene tenerme lejos; así los maridos de mis hermanas no las repudian. ¡Ay, no sé por qué estamos hablando de esto!
La cazadora se dio cuenta de algo; ¿le estaba dando explicaciones? Se exasperó y camino enfadada hacia la ventana sin ver nada hacia fuera. Sólo quería darle la espalda un momento a su cómplice. Lo necesitaba para decir lo que estaba a punto de salir de su boca, casi sin querer.
—¿Por qué quieres hacer de bravucón ahora? Si vamos a sacar trapos al sol, saquémoslos por completo. No recuerdo que hayas hecho lo mismo cuando cumplí quince años y mi papá me arrojó esos vejetes en la fiesta, ¡sí, recuérdalo! Estaba esperando que uno tuviera el estómago para casarse conmigo. Y… ¿por qué no estabas allí? ¡Ah! Ya recuerdo el porqué. ¡Porque estabas revolcándote con la hija de los Romodanovsky en la misma cama de nuestra primera vez! Se supo, ¿de acuerdo? Todo el mundo lo supo. Y yo fui quien se enteró al final. ¿Por qué no fuiste un bravucón cuando realmente necesité que lo fueras? —se escapó un tono más triste en la última frase. Carraspeó la garganta buscando que no se notara.— ¿Sabes qué? Olvídalo.
Por eso odiaba con cada fibra de su cuerpo hablar de esta manera con Fyodor. De alguna manera se las arreglaba para sacar lo peor y más profundo de ella.
Nina Krivosheeva- Cazador Clase Alta
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