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Fires At Midnight [Ian Lancaster] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Loreena Mckennitt Jue Dic 05, 2013 3:05 pm

Una vez más, la muchacha se había aventurado en uno de sus tantos escapes nocturnos, esta vez no iría acompañada del fiel Vittorio, quería estar sola un rato, hundirse en las profundas aguas del pensamiento y quedarse allí mientras el silencio era su fiel consejero. Últimamente se hallaba más serena que de costumbre, callada y con un extraño aire nostálgico. Vittorio le hacía comentarios con un claro tono burlón, decía que a Loreena la habían cambiado por otra Loreena de una dimensión desconocida, la irlandesa no podía evitar esbozar una suave sonrisa. El chico era bastante creativo, sin duda alguna, pero en realidad, él sólo buscaba que aquella chica consiguiera reavivar sus habituales ánimos; le causaba bastante pena tener que ver a su gran amiga de aventuras, en esa situación. A pesar de que él era un simple protegido de Hans Mckennitt, había logrado encajar perfectamente con la nieta de éste, convirtiéndose ambos en grandes amigos, casi como hermanos.

Vittorio sabía con certeza que a Loreena algo le afligía internamente, no era la misma de siempre y es que, a pesar de que su abuelo finalmente había decidido iniciarla en la logia de Los Espirituales, como ella tanto deseaba, el aniversario de la muerte de su madre le afectó con más ahínco esta vez.  Hacía meses que no veía a su padre y la última carta que recibió por parte de su progenitor era de hace más de un mes; aquello logró debilitarla emocionalmente durante esos días y aunque, no lo quería demostrar abiertamente, su fiel amigo cambiaformas lo presentía.

Era como estar en un laberinto sin salida. Pensamiento fugaz que surgió de la nada mientras, acomodaba una pila de libros en su habitación, se preparaba para salir a dar un paseo que le proporcionara la tranquilidad tanto necesitaba. Las salidas nocturnas de cierta manera le brindaban esa calma necesaria para su alma, empezaba a sentirse ofuscada por una tempestad de malos recuerdos. No era habitual verla de esa manera, ya que, siempre se caracterizó por ser una muchacha de carácter fuerte pero, emocional, lo suficiente como para desestabilizar al clima si se conectaba mucho con el mundo exterior.

En el poco tiempo que pasaba con su abuelo, había logrado controlar sus emociones. Siempre acompañada de Vittorio y de Lord Byron, aquel corcel, que sin duda alguna era uno de los mejores regalos que había recibido durante toda su vida; ambos le hacían sentir que ya no estaba sola, que no necesitaba de la presencia de su figura paterna para ser feliz y sentirse completa. Sin embargo, durante aquel invierno, esa idea se volvió totalmente incierta y como terribles demonios, sus temores infantiles regresaron atormentándola una vez más.

Tomó a Lord Byron por las riendas y caminó con él a paso lento, sus mundos internos hacían colisión una y otra vez. Loreena ya estaba agotada de aquellas pesadas sensaciones, quería sentirse libre como antes, liberarse de esas terribles ataduras que tantos miedos le causaban cuando apenas era una niña. La naturaleza. Recordaba muchas de las frases de Quinn, aquellas que el espectro le musitaba mientras le acompañaba en el ático del hogar de sus tíos en Irlanda; él, a pesar de ser un fantasma, se convirtió en un importante guía en su vida y estando tan alejado de su presencia, jamás olvidaría aquellas lecciones que le sacaron siempre adelante. Esta vez, no permitiría que unos simples recuerdos arruinaran la poca felicidad que había logrado ganar después de tanto tiempo.

La brisa soplaba gélida y traviesa por todos los rincones, le daba la bienvenida a la chica y a su acompañante; ambos se dirigían con una suave marcha hacia la orilla de la laguna, aquella laguna que fue testigo de muchas de las iniciaciones mágicas de Loreena, hace ya un largo tiempo. Rió, al pensar en iniciaciones mágicas, no era nada fantástico, era sólo un estado mental distinto al de muchas otras personas, su abuelo estaba cansado de repetírselo una y otra vez, pero ella, era tan terca como él. La noche parecía estar más calmada que de costumbre y Lord Byron permanecía tranquila, como si intuyera que su dueña necesitaba paz, una paz que ni él quería arrebatársela.

Dejó al corcel de oscuro pelaje libre de ataduras, era un animal astuto y bien entrenado, permanecería cerca de Loreena; en vez de vigilarlo ella a él, Lord Byron la vigilaría a ella. La chica se sentó en alguna parte de la extensa orilla de aquella imponente laguna, se quedó en silencio observando el movimiento aparente de las aguas como si estas buscaran de hipnotizarle. Recordaba innumerables frases que había hallado en muchos de los libros que sus ojos han logrado contemplar durante sus años de vida; aquellas oraciones eran como los personajes de los cuentos, esos personajes que a mitad de la adversidad siempre aparecen para tenderte una mano y eso estaban intentando hacer con Loreena. Quizás era Quinn quién le guiaba a través de los pasillos del pensamiento, haciéndole ver que muchos de esos estantes que lo decoraban, contenían manuscritos innecesarios en su vida y que si seguían ahí, no la dejarían avanzar, esto terminó dibujándole una sincera sonrisa.

No dejaría que su brillo se opacaría por las terribles memorias de su vida, en este mundo lleno de infinitas crueldades, existían personas con peores sufrimientos y salían adelante a pesar de las adversidades. Luego de la tormenta siempre vendrá la calma y aunque, sintiera pesar por todas aquellas incertidumbres, debía prometerse a sí misma que eso no volvería a pasar. La pelirroja en un largo rato, empezaba a recobrar de nuevo la confianza en sí misma, ese paseo nocturno le había hecho bastante bien. Aquella laguna era una silenciosa y potencial amiga que nunca le fallaría.

Observó a Lord Byron a unos cuantos pasos de ella, galopando cerca de las aguas que llegaban apaciguadas al margen de las aguas. Al parecer, el animal también disfrutaba de la suave melodía nocturna que se hacía presente en el lugar; el caballo de vez en cuando relinchaba, aquello le causaba bastante gracia a Loreena, que no podía evitar reír por lo bajo al verlo actuar así. Se refugió más en su abrigo, buscando protección del aire frío que de vez en cuando se hacía presente, mientras sus orbes se posaban sobre aquel cielo invernal. Su humor empezaba a mejorar notablemente pero, aún así se quedaría otro rato más en compañía de su amiga naturaleza, era muy pronto para regresar a casa y ya luego de haber llegado a aquel lugar que tanto bien le hacía, no se alejaría de tan fácilmente.
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Mensaje por Ian Lancaster Mar Dic 17, 2013 4:44 pm

¿Por qué todos los días tenía que pasar algo como esto? ¿No podría todo pararse aunque fuera solo por un momento y dejar que el vampiro continuara atormentado los últimos años?

Ya nada había vuelto a ser igual, ahora las critauras eran perseguidas y apresadas, exterminadas. Cada vez la inquisición recogía nuevos miembros, ya que parecía ser algo legal. Legal por la parte ignorante de los humanos. Aquellos humanos que no sabía nada... Que vida les esperaría si la inquisición, a sus espaldas no exterminara toda criatura de la noche. Estarían acabados.

Ian por diferente, era un vampiro que odiaba a los de su especie, algo extraño, pero con sentido a pesar de la vida de el chico. Muchos eran los años que había vivido y hasta ahora, esta parte del mundo, la ya nombrada inquisición, se hacía mas fuerte. Ahora el vampiro había sido ya perseguido un par de veces en Francia, una por suerte, le salió en su favor, pero por el contrario, ésta segunda vez no fue tan agraciada.

Ian se encontraba en Escocia, llegaba de un viaje que esperaba no olvidar por múltiples razones, una... fue la fiesta que allí hubo unos días antes. El vampiro se encontraba en el castillo de aquel país, sentado en su despacho, firmando algunos papeles, normas, leyes, cosas sin importancia. Llegó hasta un estado de que cerró los ojos por un momento, y se dejo llevar por el sueño, dejando la cara apoyada sobre unos de los papeles, dejando caer una pequeña babilla que manchaba notablemente aquellos documentos. Ian despertó, sobresaltado por su caída inoportuna. Se encontró todo mojado, empapado. Agarró al fin los papeles y los revolvió entre sus manos, ya no queriendo saber nada más de aquello. Se levantó, se puso su túnica negra y se encaminó en la noche, para volver a Francia. Tenía que hacerlo.

El océano Atlántico estaba algo embravecido, pero no pasaría nada, Ian sabría arreglárselas. Tomó impulso y con velocidad, comenzó a correr por encima de aquel gran océano para llegar a su destino, era la forma más rápida que había para llegar a esos lugares con velocidad y precisión. Las olas iban en su contra y alguna vez una lo hacía desestabilizarse y caer al agua, quedando empadado, pero nadaría para saltar de nuevo a la superficie e impulsar sus pies con tanta energía que el agua no volvería a ser traspasada de nuevo. Se mantuvo así durante unos veinte minutos, sin descanso ninguno, sin apenas él, estar cansado siquiera. Al fin llegaría a su destino, al muelle de Francia donde allí fue atacado en cuanto pisó tierra. Era un vampiro aparentemente experimentado en la batalla, pues llevaba algún arma blanca de plata, como un revolver, seguramente también con balas de plata. Ian se desquitó de él en el suelo arenoso, llenándose de arena, pues ya mojado, ésta se pegaría a él. Miró a los ojos al vampiro. No era mayor que Ian, pero no era nada joven al parecer.

El inquisidor sacó un puñal llendo con una velocidad criminal hacia el Barón. Ian estaba algo a exhausto y no necesitaba ahora una batalla precisamente, pero no sabía como reaccionar, lo cual hizo que ese puñal arañara el brazo izquierdo del vampiro. -Ahhhh!- El rugido fue intenso, le dolía más de lo habitual, no podía creerlo. Miró a su herida, ésta no sanaba. -¿Cómo?- Se quedó ensimismado, tal así que no volvió a ver venir al vampiro-inquisidor, asestándole otro desgarro, ahora cerca de las costillas. No obstante, Ian tomó al vampiro con la mano derecha, lo aventó hasta él y el puñal fue clavado, ésta vez, en el estómago del inquisidor. Éste expulsó algo de sangre por la boca, no sabía que estaba pasando, ambos vampiros eran dañados por un puñal de plata. Sí era cierto que dañaba mucho, pero no como en ésta ocasión y mucho menos para lo que acontinuación sucedió, aquel vampiro, cayó al suelo inerte. No estaría muerto del todo, pues solo el fuego, el sol y un degollamiento podría matarlo completamente. El puñal que estaba clavado aún fue arrebatado de su posición por Ian, que fue quien lo sacó y lo observó, queriendo saber que contenía aquel puñal, y estaba en lo cierto. El vampiro probó algo de sangre incrustada, sin tragarla, saboreando una sangre expecialmente repudiante, la de un licántropo.

Herido, sin efecto alguno, la sanación no aparecía, ya que le había atravesado la sangre de un licántropo, la cual ahora estaba circulando poco a poco por el cuerpo del vampiro, debilitándolo un poco. ¿Dónde pararía? Allí estaba la solución, la laguna de París, en donde ya estaba relativamente cerca. Acercándose despacio pero sin pausa, podía comenzar a notar como la vista se le nublaba, iba a tener así para rato, ya que tardaría la sangre vampírica en quemar lo poco de esencia lobuna que poseía el nosferatu en su cuerpo. Llegando, presenció una persona caminar de manera lenta, algo más alejado de ella, lo que parecía ser un caballo, con sangre humana. El vampiro no dió importancia y se acercó a aquel agua, donde se desprendió de todas sus prendas a excepción de su ropa interior y se lanzó a aquella gélida agua que tan fría suponía estar, ya que el vampiro no notaría la temperatura apenas. El mareo continuaba presente, y aun parecía que iría a peor. Ya se había refrescado, ahora tocada salir del agua, salió a duras penas quedándose en la orilla, tumbado, cerrando los ojos lentamente, dejando que la sangre le hirviera por dentro, esperando llegar el momento de que todo acabara, no podría estar así mucho rato. -Ayuda...- Fué lo único que pudo decir, dejando aquellas palabras en un simple susurro inaudible. Se recuperaría, pero no le iba a suponer un rato de dos minutos. Iba a tener algo más complicado. Si la sangre de licántropo no era mucho, no tardaría más que diez minutos en desaparecer los efectos, aunque las heridas, aún estaban dejando rastro de sangre, tanto la del brazo, como la de aquel costado, emanaban sangre, demasiada sangre.
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Mensaje por Loreena Mckennitt Dom Dic 22, 2013 11:02 pm

Estaba ensimismada en sus pensamientos, encerrada en su propio mundo interior mientras sus ojos quedaban hipnotizados por el movimiento de las apaciguas aguas de la laguna. El mundo exterior se había convertido en borrosas sombras, como si no existiera, podía pasar en esa posición durante largos minutos ignorando cualquier situación ajena a la realidad que creaba su mente en esos momentos. Loreena se perdía en los extensos corredores de su mente, tratando de hallar lo que era imposible pero, siempre terminaba fallando y dejando el recorrido a la mitad, ya cansada de buscar algo que no sabía realmente lo que era.

La lejanía y la quietud de aquel lugar siempre le brindaba esos momentos en los que su mente viajaba en el infinito, perdiéndose entre rincones imaginarios. Respiró hondo, absorbiendo todo el aire que pudieron retener sus pulmones; su ser se llenó de paz dejando ir en una larga exhalación todo aquello que le llenaba de penas e incertidumbres, después de todo, una sonrisa valía más que mil problemas y malestares, era la cura para el alma.

Algunos finos cabellos rojizos de la muchacha se elevaban por la suave brisa que se paseaba de un lado a otro, se escabullía entre las hojas de los árboles y danzaba  junto con el movimiento constante y lento de las gélidas aguas que se posaban dando forma a una enorme laguna, paisaje con miles de años de antigüedad y que continuaba perenne e indestructible. Lord Byron se alejó un poco más, totalmente distraído, jugando con la libertad proporcionada por la madre naturaleza; Loreena le ignoró por un largo rato más, al fin y al cabo, ese “caballo loco” –como le decía la chica– regresaría en cuanto se aburriera o simplemente lo haría con escuchar el llamado de su ama.

La joven irlandesa tarareaba alguna que otra canción del folclor de su tierra natal totalmente abstraída de todo lo que le rodeaba. No se percataría de presencias ajenas del lugar, salvo de Dorothy, aquel peculiar espectro que solía postrarse a orillas de la laguna a llorar pero, que curiosamente no se había hecho presente esa noche, más bien se encontraba algo ausente y más distante de lo normal, incluso con Loreena, aquella bruja mortal que se había ganado la estima del espíritu de la joven Dorothy u Ofelia, tal como le apodaba la pelirroja en algunas ocasiones. La menor de las mujeres Mckennitt, se extrañó un tanto por la ausencia del ánima que le acompañaba durante sus largas visitas a la laguna, pero quizás, hasta los seres que no forman parte de este mundo también necesiten estar a solas consigo mismo.

Evadiendo de nuevo al mundo exterior, continuó con su peculiar tarareo mientras movía la cabeza de un lado a otro con suavidad, como si siguiera el ritmo de la música que sólo sonaba en su mente. Sus pies también se meneaban siguiendo aquel sonido imaginario que únicamente escuchaba Loreena. Definitivamente haberse escabullido a su lugar favorito le había sentado bastante bien; se quedaría un rato más disfrutando del paisaje al igual que lo hacía Lord Byron, que había desaparecido ante sus ojos, pero aún podía escuchar sus relinchos a la distancia, actitud que le causaba gracia a la chica, que de vez en cuando echaba la vista en la dirección por la que debía estar su fiel corcel.

Los relinchos del animal se hicieron más notables y cercanos, pero como siempre había sido un escandaloso, Loreena no le prestaba tanta atención hasta el momento en el que este llegó a estar frente a la pelirroja. Se notaba algo conmocionado, como si tratase de decir algo; se alejaba y movía su cabeza buscando de que la joven le siguiera pero, era inútil, ella le hizo ademán de que se calmara y la dejara tranquila. Tan terco aquel ser, –tanto como su dueña– se acercó a su ama y con su hocico buscó la tela del abrigo para jalarla suavemente con sus dientes sin dañar aquella prenda. La bruja gruñó, algo molesta por la actitud desesperada del caballo al que resignadamente terminó siguiendo, sino lo hacía, terminaría loca con tanto alboroto.

—Más te vale que sea importante, Byron décimo cuarto —diría Loreena mientras miraba con cierta molestia al corcel.

Lord Byron bufaría por el comentario de la muchacha, dejando notar su claro desagrado por aquel nombre lo que haría reír a la bruja. No sabía hacía dónde la conducía aquel animal pero, suponía que algo debió llamar la atención del corcel para irrumpir con su paz interior minutos atrás. Avanzó un poco más hasta que se detuvo en seco, algo incrédula por lo que sus orbes observaban. Eso era lo que el muy astuto rocín deseaba mostrarle con insistencia.

Loreena se acercó hasta donde se encontraba postrado el hombre, percibiendo de inmediato la naturaleza del mismo, era un inmortal y más curioso aún, un inmortal herido. Se inclinó frente al vampiro notando con más detalle aquellas heridas de las que emanaba la sangre; se quedó unos segundos estática, sin saber qué hacer y hallando las respuestas de cómo pudo haber ocurrido algo así, era la primera vez que presenciaba semejante escena. Observó a Lord Byron que parecía algo desconcertado, continuando con su alboroto, la chica no sabía si era por la naturaleza del hombre o porque se estaba casi desangrando.

—Caballo loco, en vez de estar armando tanto escándalo, ve y busca sus prendas de vestir, no deben de estar lejos. Anda, anda —le indicaría Loreena al animal con un ademán de manos.

El corcel entendió perfectamente aquellas señas y fue de inmediato a buscar lo que se le pedía. Ella se quedó al lado del inmortal tratando de ayudarle, le estresaba un poco que el líquido carmesí no dejara de brotar, así que en un momento de desesperación rasgó parte de la tela de su abrigo para envolverla alrededor de la herida del brazo masculino, al menos para evitar que escapara más sangre; obtendría otro trozo más del tejido y lo usaría para hacer presión en el costado lesionado.

Al poco tiempo llegaría Lord Byron con las vestiduras masculinas, la joven las tomaría y las colocaría sobre el cuerpo del hombre tratando de cubrir con más atención aquellas contusiones. No parecía importarle el hecho de que él fuera un vampiro, es más, le daba igual, ni siquiera les temía.

—Señor vampiro… Ejem, quise decir, señor... ¿ya está mejor? Reaccione, por favor —musitaría la muchacha a la vez que palmeaba con suavidad la espalda del hombre.

No sabía realmente que lograría tratando de ayudar, sabiendo que aquel individuo podría atacarle y más en su estado pero, se fiaba que no fuera así. No podía juzgar a alguien por su naturaleza, al fin y al cabo no eran tan diferentes o ella era demasiado ingenua, no lo sabría hasta el momento de la recuperación del inmortal de aquellas heridas que le mantenían tirado en el suelo sin poder mover un musculo de su cuerpo.
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Mensaje por Ian Lancaster Miér Ene 15, 2014 3:54 pm

La hemorragia comenzó a ceder en el momento en el que los pedazos de tejidos de aquella muchacha de cabellos rojizos tuvieron contacto con la piel del vampiro, el cual aun se encontraba tumbado, con los ojos cerrados, sufriendo interiormente, luchando un poquito por su vida, esos minutos, eran vitales en su recuperación, pero hacía mucho daño. Aquella chica se había preocupado tan solo un poco por el vampiro, siendo avisada anteriormente por el corcel que tenía como acompañante el cual trajo sus prendas junto a ambos seres.

Calor, temperatura alta. Ian notaba como el calor invadía su cuerpo, siendo tapado por las prendas que traía consigo momentos antes de desprenderse de ellas y dejarlas en otro lado por el que no salió a la superficie siendo arrollado por ese intenso dolor. Abrió los ojos por un instante, observando el aparente rostro angelical de la persona que se encontraba de rodillas frente a él, protegiéndolo una desconocida. Volvió a cerrar los ojos durante unos instantes, esbozando una sonrisa pacífica. -Gracias.- Musitó por fin, agradecido por la ayuda que estaba recibiendo por parte de la bruja loca.

Apoyó la mano izquierda en el suelo, queriendo incorporarse, ya abriendo los ojos una vez mas, sintiendo como el licor lobuno desaparecía de su cuerpo por fin. -¿Cómo... cómo he llegado hasta aquí?- Preguntó confuso a la muchacha, la que seguro que no iba a saber nada de como había llegado. Se puso de pie, apoyándose en el árbol más cercano, sujetando las prendas que lo calentaban colocándolas contra él para que continuaran con su trabajo. La tela que mantenía sobre la piel se había pegado por la sangre que ya apenas brotaba, estaba totalmente cubierto de sangre seca por el costado y el brazo, en el agua había tenido la oportunidad de haberse quitado los demás restos que le habían quedado, tanto suyos como de aquel inquisidor que lo abordó. Escuchó la pregunta de la bruja, sonrió un poco, agradecido. -Sí, ya me siendo con más fuerza, gracias a tí.- Inquirió en su agradecimiento una vez más, dejando claro que por parte del vampiro, no existiría ningún tipo de agresividad y/o ataque que pudiera dañar a quien aparentemente lo salvó de un dolor mayor.

Las heridas quedaron totalmente cicatrizadas en cuestión de un par de minutos más, dejando caer los pedazos de tejido del abrigo de la muchacha. -Creo que te hice romper tu chaqueta, eso no está bien, te compraré una.- Ofreció cuando ya se encontraba casi de nuevo en su mayor explendor. Se estiró un poco, al igual que la mandíbula, la cual abrió como si fuera una fiera, a modo de bostezo para encontrarse en su lugar en el mundo. Ian miró a su alrededor, detectando al fin donde se encontraba, en la laguna de París. Raudo se puso las prendas de nuevo. Miró a ambos, a la pelirroja y al corcel que estaba también en la escena y de nuevo al cielo, viendo su oscuridad absoluta. -Eres muy joven para estar sola en éste lugar. A pesar de tener compañía.- Afirmó observando de nuevo al caballo de arriba abajo, detectando en él su humanidad. Resopló un poco y volvió su mirada de nuevo a la chica. -Me llamo Ian.- Dijo presentándose, estirando la mano pensando que se la estrecharía sin problema, mostrando el pequeño lado amable que el vampiro guardaba para sí desde mucho tiempo atrás, dejando varios sentimientos en el olvido. Tan solo debían volver a despertar en él, las ganas de... vivir su inmortalidad.
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Mensaje por Loreena Mckennitt Vie Feb 07, 2014 10:48 pm

Últimamente se estaba topando con muchos inmortales y para ella no era problema, no les temía y tampoco los despreciaba, para la bruja eran criaturas que en algún momento fueron mortales y nada más. Justo esa noche, sin esperarlo, se encontró con uno de esos inmortales y sin pensarlo mucho le ofreció su ayuda. Él estaba herido y Loreena no se iba a negar a ayudarle, podría estar algo loquita pero no tenía malas intenciones con nadie, si en ella estaba la posibilidad de ayudar a alguien, lo hacía sin esperar nada a cambio. Finalmente aquellas telas estaban logrando su cometido, las heridas del costado del hombre iban sanando poco a poco y eso de cierta manera alivió a la pelirroja; el corcel observaba curioso la escena y en él se notaba un tanto de cautela ante el ser al que ayudaba su dueña.

El vampiro musitaría algunas palabras que la chica no captó muy bien y sólo permaneció en silencio sin apartar su mirada del inmortal. Era joven, curiosa y no tan cuerda y él de cierta forma atrapó su atención, y ni sabía bien porque; aquel hombre se incorporó de nuevo acercándose a uno de los árboles que circundaban la orilla de la laguna, se notaba que ya estaba más recuperado de aquellas heridas que sofocaban su cuerpo. Loreena se puso de pie sacudiéndose un poco la arena que se había adherido a su ropa para luego dedicarle una sonrisa al vampiro.

—Ah, no te preocupes por el abrigo, no tienes que comprarme otro. Eso carece de importancia en comparación con tus heridas que supongo ya deben estar por desaparecer —comentó Loreena bastante tranquila, aun manteniendo cierta distancia, pues no quería incomodarlo—. Oh, la verdad no me da miedo estar por estos lugares, es más, la laguna es mi sitio preferido. Me gusta estar aquí.

La bruja sonaba bastante segura de lo que decía y en realidad lo estaba. Observó a Lord Byron, que ladeó su cabeza al momento en que el inmortal supo de su condición, se sintió algo indignado y se marchó con la cabeza en alto dándole la espalda a la chica y al vampiro, aquello hizo reír a Loreena; el cambiaformas era un tanto quisquilloso algunas veces.

—No le hagas caso, está menos cuerdo que yo. Mucho gusto Ian, mi nombre es Loreena Mckennitt —agregó la muchacha estrechándole la mano al vampiro sin problema alguno—. Ah, estehm, espero no sonar algo metiche, pero, esas heridas… No fueron hechas por algo común o mejor dicho,  por alguien común, ¿Por qué te lastimó? ¿Quería asesinarte?

Loreena podría ser algo fisgona con ciertas cosas y muchas de esas cosas no podía callárselas. Llevó una de sus manos hasta su cabeza alborotando un poco sus ondulados cabellos, esperando que sus preguntas no hubieran sido nada molestas para aquel vampiro. La verdad, sintió un tanto de preocupación por él sin saber porqué, en ese momento pensaba que era la chica más rara que existía sobre la faz de la tierra y era la primera vez que tenía esa clase de pensamientos consigo misma.

—Yo lo siento, no debí preguntar esas cosas, sólo que… Quizás, me preocupo demasiado cuando alguien es herido y sí, tal vez eso —se excusó la bruja, esa noche no quería discutir con nadie, no quería problemas sólo deseaba estar en paz con todo y esperaba que con aquel hombre pudiera estarlo; socializar con otros no era tan malo, de vez en cuando sentaba bastante bien.
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