AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Midnight - Privado-
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Midnight - Privado-
Su despertar había sido brusco, inesperado y confuso. No en el sentido de que no supiera quien era o que debía hacer, no, para ella todo eso era sumamente claro. La dificultad que Rubicante encontraba radicaba en el detalle de que el cuerpo mortal que tomaba en esa ocasión era como siempre uno que no se encontraba en su mejor momento. La demonio había tomado el cuerpo herido y al borde del colapso de una inquisidora de nombre Scarlett Seligman, que en un giro inesperado del destino fue lo suficientemente fuerte como para ponerle trabas a la demonio, impidiendo de manera efectiva que Rubicante se posesionara del todo del cuerpo; claro que los intentos de la mortal habían llegado a su fin cuando Farfarello decidió interferir, siendo esa interferencia la que ayudo a que Rubicante tomara finalmente el control de su situación. Fue además la necesidad de control y de orden lo que llevó a Rubicante a organizar todo lo que alguna vez perteneció a la humana que tomaba. La inquisidora, quien al haber sido salvada de su casi muerte se cambio el nombre a Janine Duchannes, volvió a convertirse una vez más en Scarlett y regresó a la que alguna vez fue su casa, para establecerse ahí como la dueña y señora.
Su regreso al hogar resultó ser todo un evento que sus vecinos no pudieron pasar por alto, después de todo la mayoría de los que alguna vez la conocieron la creían muerta. Y fueron las visitas constantes así como los interrogatorios inútiles los que llevaron a Rubicante a embarcarse a un nuevo viaje, uno que ella pese a querer evitar, era necesario. La demonio iba al Vaticano. Su viaje tan perfectamente planeado fue tomado de mala manera por sus vecinos a quienes tuvo que dejar al cuidado de su residencia, con todo y que ellos creían que lo mejor era que ella permaneciera en París, al menos hasta que se encontraran completamente seguros de que ella era Scarlett y no alguna especie de usurpadora, situación que a Rubicante le divertía pues de cierta manera, ella si era una usurpadora.
Recordar el rostro de sus vecinos al despedirla y el como ella les garantizó estar de regreso para el fin de semana la hizo sonreír. Los humanos eran demasiado crédulos, blandos, incapaces de notar cuando les mentían de manera tan descarada y no solo eran así en París, sino que en el Vaticano eran iguales. Scarlett llevaba apenas un par de horas en aquel lugar cuando ya una gran parte de los solados inquisidores que se encontraban allá le habían saludado creyéndola la vieja soldado que no existía más. Con sonrisas falsas y disculpas ridículas, Rubicante logró evadir a la mayoría de los soldados que insistían en invitarla a comer o dar alguna vuelta por el lugar, pero al único que no se espero encontrar y a quien no deseaba evadir lo encontró en el salón de los arcángeles, contemplando las estatuas de quienes podían llamarse sus enemigos.
Su regreso al hogar resultó ser todo un evento que sus vecinos no pudieron pasar por alto, después de todo la mayoría de los que alguna vez la conocieron la creían muerta. Y fueron las visitas constantes así como los interrogatorios inútiles los que llevaron a Rubicante a embarcarse a un nuevo viaje, uno que ella pese a querer evitar, era necesario. La demonio iba al Vaticano. Su viaje tan perfectamente planeado fue tomado de mala manera por sus vecinos a quienes tuvo que dejar al cuidado de su residencia, con todo y que ellos creían que lo mejor era que ella permaneciera en París, al menos hasta que se encontraran completamente seguros de que ella era Scarlett y no alguna especie de usurpadora, situación que a Rubicante le divertía pues de cierta manera, ella si era una usurpadora.
Recordar el rostro de sus vecinos al despedirla y el como ella les garantizó estar de regreso para el fin de semana la hizo sonreír. Los humanos eran demasiado crédulos, blandos, incapaces de notar cuando les mentían de manera tan descarada y no solo eran así en París, sino que en el Vaticano eran iguales. Scarlett llevaba apenas un par de horas en aquel lugar cuando ya una gran parte de los solados inquisidores que se encontraban allá le habían saludado creyéndola la vieja soldado que no existía más. Con sonrisas falsas y disculpas ridículas, Rubicante logró evadir a la mayoría de los soldados que insistían en invitarla a comer o dar alguna vuelta por el lugar, pero al único que no se espero encontrar y a quien no deseaba evadir lo encontró en el salón de los arcángeles, contemplando las estatuas de quienes podían llamarse sus enemigos.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: Midnight - Privado-
Sus pasos eran rápidos, y sobre el mármol púlido que decoraba los extensos corredores, sonaban ahogados, insignificantes, dejando un eco que no se extendía más allá de la estancia. Vestía de negro, casi como si estuviera rodeado en tinieblas, excepto por las luces tenues de los candiles que alcanzaban un poco su silueta, en especial la palidez de su rostro, tan blanco como el de las esculturas incrustadas en las esquinas, que lo observaban fijamente, con esas miradas lánguidas que él tanto detestaba. Malacoda a veces podía confundirse con una de esas cosas, pero él era diferente, siempre lo había sido, ¿a quién podía engañar? A todos los que se hallaban en el vestíbulo siguiente. Sí, a esos ingenuos que pretendían actuar como verdaderas alimañas del submundo. Jah.
Y ahora que pensaba en esos, ¿qué clase de reunión hipócrita se estaba dando en aquel lugar? Enarcó una ceja con cierta ironía, pero ignoró de inmediato la escena. No tenía humor para relacionarse con esos mezquinos, aunque no pudo evitar saludarles con un ligero movimiento de cabeza, sólo para mantener la diplomacía, y a pesar de sentir auténticos deseos de hacer una mueca de fastidio. Sin embargo, él no pretendía quedarse ahí. Su destino estaba en la siguiente habitación del fondo, oculto entre las enormes puertas de madera tallada con arabescos.
El Salón de los Arcángeles no era su favorito, ni por asomo. Se sentía incómodo ante las figuras que ahí se refugiaban, como soldados silenciosos a punto de ser despertados para combatir. Caraffa solía comprometerlo con asuntos que, honestamente, no le competían. Ya bastante tenía con el tráfico de antigüedades como para estar buscando gente rara entre los inquisidores. Además, era un grupo al que se le tenía muy poca fe, y el mismo debía ser ejecutado de inmediato.
Así pues, luego de haber intercambiado un par de palabras con unos clérigos conocidos, decidió dar el siguiente paso a ese salón que tanto resquemor le causaba. Las pesadas puertas se cerraron tras sí. Echó un vistazo alrededor, y su anfitrión no se encontraba por ninguna parte. ¿Para qué demonios lo llamaban con tanta urgencia si no llegaban a tiempo? Exhaló una profunda maldición, luego se fijó en las esculturas. Esos soldados dormidos por el tiempo... Los guardianes; aquellos arcángeles; ellos sí eran dignos de Él.
Sacudió la cabeza. Se estaba volviendo un tanto quisquilloso con el tiempo; empezaba a imaginar cosas sin sentido. ¡Eran unas simples esculturas! No, no lo eran. Estarían en alguna parte, refugiados en la mismísima humanidad, formando también parte de ésta, como lo hacían ellos. No somos más que sombras en este mundo. Todos lo somos.
El chirrido de una puerta abriéndose lo sacó de sus cavilaciones. Se giro bruscamente, observando al causante de ese ruido; tenía el ceño fruncido y los brazos extendidos a ambos lados. La mujer ciertamente se le hacía conocida.
—¿Quién te ha permitido entrar aquí? —inquirió, severo, intransigente como sólo él era—. Este lugar no está abierto al público. No ahora...
Girándose por completo, quedando frente a ella, la observó en silencio, como si quisiera obtener alguna idea clara de quién podía ser. Sintió su ouroboros palpitar en su espalda. ¿Qué clase de señal era? ¿Podría ser...? No otro más. Lazet había sido la última gota que derramó el vaso, y ya él estaba muy arcaico para seguir aguantando tanta tontería junta.
Y ahora que pensaba en esos, ¿qué clase de reunión hipócrita se estaba dando en aquel lugar? Enarcó una ceja con cierta ironía, pero ignoró de inmediato la escena. No tenía humor para relacionarse con esos mezquinos, aunque no pudo evitar saludarles con un ligero movimiento de cabeza, sólo para mantener la diplomacía, y a pesar de sentir auténticos deseos de hacer una mueca de fastidio. Sin embargo, él no pretendía quedarse ahí. Su destino estaba en la siguiente habitación del fondo, oculto entre las enormes puertas de madera tallada con arabescos.
El Salón de los Arcángeles no era su favorito, ni por asomo. Se sentía incómodo ante las figuras que ahí se refugiaban, como soldados silenciosos a punto de ser despertados para combatir. Caraffa solía comprometerlo con asuntos que, honestamente, no le competían. Ya bastante tenía con el tráfico de antigüedades como para estar buscando gente rara entre los inquisidores. Además, era un grupo al que se le tenía muy poca fe, y el mismo debía ser ejecutado de inmediato.
Así pues, luego de haber intercambiado un par de palabras con unos clérigos conocidos, decidió dar el siguiente paso a ese salón que tanto resquemor le causaba. Las pesadas puertas se cerraron tras sí. Echó un vistazo alrededor, y su anfitrión no se encontraba por ninguna parte. ¿Para qué demonios lo llamaban con tanta urgencia si no llegaban a tiempo? Exhaló una profunda maldición, luego se fijó en las esculturas. Esos soldados dormidos por el tiempo... Los guardianes; aquellos arcángeles; ellos sí eran dignos de Él.
Sacudió la cabeza. Se estaba volviendo un tanto quisquilloso con el tiempo; empezaba a imaginar cosas sin sentido. ¡Eran unas simples esculturas! No, no lo eran. Estarían en alguna parte, refugiados en la mismísima humanidad, formando también parte de ésta, como lo hacían ellos. No somos más que sombras en este mundo. Todos lo somos.
El chirrido de una puerta abriéndose lo sacó de sus cavilaciones. Se giro bruscamente, observando al causante de ese ruido; tenía el ceño fruncido y los brazos extendidos a ambos lados. La mujer ciertamente se le hacía conocida.
—¿Quién te ha permitido entrar aquí? —inquirió, severo, intransigente como sólo él era—. Este lugar no está abierto al público. No ahora...
Girándose por completo, quedando frente a ella, la observó en silencio, como si quisiera obtener alguna idea clara de quién podía ser. Sintió su ouroboros palpitar en su espalda. ¿Qué clase de señal era? ¿Podría ser...? No otro más. Lazet había sido la última gota que derramó el vaso, y ya él estaba muy arcaico para seguir aguantando tanta tontería junta.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Re: Midnight - Privado-
Su viaje hasta el Vaticano lo realizo con la única intención de encontrarse con Caraffa, ponerse a sus servicios y esperar nuevas indicaciones sobre lo que debía hacer y con quien debía hacerlo. Así que tratando de demorarse lo menos posible en actos tan banales y humanos como saludar, contar experiencias y desearse buena fortuna en misiones futuras, Rubicante se dirigió al único lugar donde sabía que podría encontrarse con el sumo pontífice.
El salón de los arcángeles era misteriosamente uno de los lugares donde aquel hombre los citaba, probablemente porque sabía que la presencia de aquellas estatuas lograba perturbar a más de uno de los demonios. Sin embargo, al llegar a su destino, la demonio se encontró no con el pontífice sino con otro demonio, uno al que aunque deseaba ver, no esperaba que fuera tan pronto.
Y ahí, parado contemplando las estatuas de los arcángeles estaba Malacoda, observándola con evidente molestia. Una sonrisa apareció en los labios de Rubicante. En los recuerdos de la mortal Scarlett, había descubierto un encuentro anterior con Malacoda en aquella misma sala, un encuentro en el que no habían congeniado bien. Irónico, que fuera de entre todos los cuerpos, aquel que no tuvo un buen inicio con aquel demonio el que Rubicante decidía tomar.
– Esperaba encontrarme con otra persona en este sitio – avanzó a paso calmo y llevó la mirada a los arcángeles que decoraban el lugar. Caraffa como siempre, brillaba por su ausencia o quizás, decidía encontrarse intencionalmente ausente. Una sonrisa maliciosa apareció en los labios de la demonio al pensar en que aquel encuentro con Malacoda había sido completamente premeditad – ¿Quién me ha permitido entrar? – repitió la pregunta antes de detenerse y girarse para estar de frente a aquel demonio – Pues yo me he permitido entrar – pero sus palabras parecieron simplemente despertar más el mal genio del demonio, quien con voz firme le hizo saber a Rubicante que aquel sitió no se encontraba abierto al público – ¿Te estas refiriendo a mi como público? – se señalo, incrédula de que Malacoda aún no hubiera descubierto su identidad.
Fue hasta que el demonio se posiciono frente a ella que finalmente pudo ver un cambio en él, pero aún así, veía la ligera confusión en su interior.
– O estar en esta sala de verdad te afecta o es que son tan poco importante para ti Malacoda que ya te olvidaste de mi – y tras decir camino hasta quedar más cerca de él – ¿No te gusta mi nuevo recipiente? Esta algo rota como la anterior, pero tiene mucho más potencial, ¿No te parece?.
El salón de los arcángeles era misteriosamente uno de los lugares donde aquel hombre los citaba, probablemente porque sabía que la presencia de aquellas estatuas lograba perturbar a más de uno de los demonios. Sin embargo, al llegar a su destino, la demonio se encontró no con el pontífice sino con otro demonio, uno al que aunque deseaba ver, no esperaba que fuera tan pronto.
Y ahí, parado contemplando las estatuas de los arcángeles estaba Malacoda, observándola con evidente molestia. Una sonrisa apareció en los labios de Rubicante. En los recuerdos de la mortal Scarlett, había descubierto un encuentro anterior con Malacoda en aquella misma sala, un encuentro en el que no habían congeniado bien. Irónico, que fuera de entre todos los cuerpos, aquel que no tuvo un buen inicio con aquel demonio el que Rubicante decidía tomar.
– Esperaba encontrarme con otra persona en este sitio – avanzó a paso calmo y llevó la mirada a los arcángeles que decoraban el lugar. Caraffa como siempre, brillaba por su ausencia o quizás, decidía encontrarse intencionalmente ausente. Una sonrisa maliciosa apareció en los labios de la demonio al pensar en que aquel encuentro con Malacoda había sido completamente premeditad – ¿Quién me ha permitido entrar? – repitió la pregunta antes de detenerse y girarse para estar de frente a aquel demonio – Pues yo me he permitido entrar – pero sus palabras parecieron simplemente despertar más el mal genio del demonio, quien con voz firme le hizo saber a Rubicante que aquel sitió no se encontraba abierto al público – ¿Te estas refiriendo a mi como público? – se señalo, incrédula de que Malacoda aún no hubiera descubierto su identidad.
Fue hasta que el demonio se posiciono frente a ella que finalmente pudo ver un cambio en él, pero aún así, veía la ligera confusión en su interior.
– O estar en esta sala de verdad te afecta o es que son tan poco importante para ti Malacoda que ya te olvidaste de mi – y tras decir camino hasta quedar más cerca de él – ¿No te gusta mi nuevo recipiente? Esta algo rota como la anterior, pero tiene mucho más potencial, ¿No te parece?.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: Midnight - Privado-
Las detestables representaciones se habían llevado gran parte de su atención; se distrajo de manera tan estúpida odiando unas simples imágenes inmortalizadas en el mármol. Sin embargo, muy dentro suyo, estaba al tanto de que no era tan así, como quizás pensarían algunos, cosa que tampoco le interesaba que se supiera, mucho menos. Ellos, amos y señores y de la ignorancia, guardaban celosos la verdad, y abogaban por la falta de comprensión de la humanidad, porque así sería más fácil desviar a los corderos del camino correcto para conducirlos a acantilados sin fin; abismos de donde no pudieran escapar jamás.
Sus enemigos, aunque fueran meras representaciones de algún creativo mortal, parecían vigilarlo con aquellas miradas petrificadas. O al menos, esa fue la impresión de Malacoda. Bien tenía la sensación de que, sí, era vigilado desde espacios apenas pensados por los hombres, pero su atención se desvió cuando escuchó a alguien acercándose, más allá de los murmullos que se escurrían entre los rincones, provenientes de la aburrida reunión que se realizaba afuera.
Por un momento pensó que se trataría de la persona a quien esperaba, sin embargo, no fue así, y tanto que le molestó en ese instante. Aunque, cuando se giró para informarse mejor de la identidad del intruso, la señal de su ouroboros le reveló algo más. Muy a pesar de su mal genio, y la poca fe que tenía en los más jóvenes de la cofradía, guardó silencio, incluso entrecerró la mirada, porque era obvio que no le gustó, en lo absoluto, la manera en la que aquella mujer actuó. Osadía en su más puro estado, pensó. También se tomó uns segundos en averiguar su naturaleza. Era una humana corriente. De acuerdo, no tan corriente, porque había algo más en su mirada.
Aún en su posición, sin mover un solo músculo de su cuerpo arcaico, Malacoda se dio a la tarea de escudriñarla mejor cuando se acercó. Ella se dirigía a él como si lo conociera de toda una vida. Y quizás sí, pero no se había dado cuenta de aquella casualidad. No hasta que lo comprobó por sí mismo.
—Esto tiene que ser una broma —murmuró, llevándose la mano al rostro. Presionó el puente de la nariz con el pulgar y el índice por un breve instante, luego se centró nuevamente en la mujer—. Ya decía yo que esa osadía se me hacía conocida. Supongo que no debería darte la bienvenida nuevamente, Rubicante. ¿O qué esperabas? Ah, Caraffa no va a venir, tiene otros asuntos pendientes, por cierto.
Informó, como solía hacerlo al ser el máximo dirigente de la logia, luego de Caraffa. También se permitió recordar a Carlisle, el otrora recipiente de Rubicante, una mujer con un genio que ni él mismo se aguantaba. Creyó que no iba a buscar la manera de tomar otro cuerpo, pero estaba tan equivocado como con Ciriatto.
—¿Cómo diablos hiciste para encarnar nuevamente? ¡Qué agallas! La verdad no me esperaba esto. Me tomaste un pocco desprevenido, siendo sincero. Además tomar el cuerpo de una inquisidora que estuvo enredada con Cagnazzo. Bueno, eso no me contenta demasiado, sabes.
Sus enemigos, aunque fueran meras representaciones de algún creativo mortal, parecían vigilarlo con aquellas miradas petrificadas. O al menos, esa fue la impresión de Malacoda. Bien tenía la sensación de que, sí, era vigilado desde espacios apenas pensados por los hombres, pero su atención se desvió cuando escuchó a alguien acercándose, más allá de los murmullos que se escurrían entre los rincones, provenientes de la aburrida reunión que se realizaba afuera.
Por un momento pensó que se trataría de la persona a quien esperaba, sin embargo, no fue así, y tanto que le molestó en ese instante. Aunque, cuando se giró para informarse mejor de la identidad del intruso, la señal de su ouroboros le reveló algo más. Muy a pesar de su mal genio, y la poca fe que tenía en los más jóvenes de la cofradía, guardó silencio, incluso entrecerró la mirada, porque era obvio que no le gustó, en lo absoluto, la manera en la que aquella mujer actuó. Osadía en su más puro estado, pensó. También se tomó uns segundos en averiguar su naturaleza. Era una humana corriente. De acuerdo, no tan corriente, porque había algo más en su mirada.
Aún en su posición, sin mover un solo músculo de su cuerpo arcaico, Malacoda se dio a la tarea de escudriñarla mejor cuando se acercó. Ella se dirigía a él como si lo conociera de toda una vida. Y quizás sí, pero no se había dado cuenta de aquella casualidad. No hasta que lo comprobó por sí mismo.
—Esto tiene que ser una broma —murmuró, llevándose la mano al rostro. Presionó el puente de la nariz con el pulgar y el índice por un breve instante, luego se centró nuevamente en la mujer—. Ya decía yo que esa osadía se me hacía conocida. Supongo que no debería darte la bienvenida nuevamente, Rubicante. ¿O qué esperabas? Ah, Caraffa no va a venir, tiene otros asuntos pendientes, por cierto.
Informó, como solía hacerlo al ser el máximo dirigente de la logia, luego de Caraffa. También se permitió recordar a Carlisle, el otrora recipiente de Rubicante, una mujer con un genio que ni él mismo se aguantaba. Creyó que no iba a buscar la manera de tomar otro cuerpo, pero estaba tan equivocado como con Ciriatto.
—¿Cómo diablos hiciste para encarnar nuevamente? ¡Qué agallas! La verdad no me esperaba esto. Me tomaste un pocco desprevenido, siendo sincero. Además tomar el cuerpo de una inquisidora que estuvo enredada con Cagnazzo. Bueno, eso no me contenta demasiado, sabes.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Re: Midnight - Privado-
Con la mirada completamente fija en aquel demonio se mantuvo Rubicante, esperando el momento en que él decidiera verdaderamente prestarle la atención suficiente, ya que solo en ese momento, podría ver la oscuridad que existía ahora en el interior de aquella vasija insignificante y frágil que Rubicante decidía tomar.
Una enorme sonrisa de satisfacción apareció en su rostro al ver la reacción que tenía Malacoda tras descubrir su verdadera identidad.
– Pareces decepcionado de verme de nuevo, ¿Tan mal te trate en la última encarnación? – preguntó a sabiendas de que en su anterior encarnación se había dedicado a hacerle la existencia miserable a aquel demonio frente al que se encontraba; pero ¿Qué hubiera podido hacer? Siendo que fastidiar la existencia de Malacoda era algo que disfrutaba en exceso – Esperaba una bienvenida más cálida de tú parte – con otros demonios podía decirse que mantenía algo de tacto, pero no con él. Y era precisamente la falta de ese tacto lo que la llevó a acercarse más a él – Caraffa siempre esta atendiendo otros asuntos pero no importa, le esperare todo lo que sea necesario. Debo hablar con él – su voz transmitía una urgencia que verdaderamente no tenía, al menos no ahora que encontraba con quien pasar el rato.
Los demonios se tomaban su tiempo en analizar los recipientes que decidían poseer, no lo hacían como se les daba la gana, por eso era que sabía ella que su presencia perturbaba a Malacoda, quien al no poder más, la interrogó sobre como es que había hecho para regresar.
– Es una historia bastante interesante la de mi nueva encarnación – con la delicadeza de quien cuida algo precioso, la demonio deslizo sus dedos por su cuello de manera lenta, tan lenta que hasta la hizo cerrar los ojos– La verdad es que no pensaba volver o más bien, no tenía la fuerza suficiente para hacerlo pero de manera afortunada me tope con ella – abrió los ojos para centrarse en Malacoda – se estaba muriendo y pidió tiempo para seguir existiendo, para vengarse de quienes trataron de deshacerse de ella, así que yo solo concedí su deseo – una sonrisa maliciosa se formo en sus labios – aunque claro, no tuvo tanto tiempo como quiso para completar sus planes de venganza o siquiera para poder comprender que ya no estaba sola en su cuerpo, pero algo es algo. Lo importante es que he vuelto.
Para Rubicante lo primordial era su regreso, aunque para el demonio que la acompañaba en esa sala, lo primordial parecían ser otras cosas. Que ella estuviera de vuelta y que llegará de manera tan repentina desconcertaría a más de uno de los demonios, no solo a Malacoda.
– Tomé este cuerpo porque era el que me daba la oportunidad, además de que es el tipo de cuerpo que me gusta tomar, frágil, roto, necesitado; y el hecho de que ella estuviera enredada con Cagnazzo es completamente aparte – El cuerpo de Scarlett podía ser finito, sin embargo, los poderes que adquiría ese cuerpo al tener a Rubicante dentro de el, la volvían más fuerte de lo que cualquiera podría pensar – aunque ahora que mencionas a Cagnazzo, quizás deba ir a verlo, a ver su él recibe de una mejor manera mi llegada en este cuerpo – sus ojos destellaron con malicia, pues aunque no planeaba verdaderamente entregarle el cuerpo a Cagnazzo, si quería saber hasta que punto le desagradaba a Malacoda el hecho de que Scarlett lo hubiera hecho en algún momento.
Una enorme sonrisa de satisfacción apareció en su rostro al ver la reacción que tenía Malacoda tras descubrir su verdadera identidad.
– Pareces decepcionado de verme de nuevo, ¿Tan mal te trate en la última encarnación? – preguntó a sabiendas de que en su anterior encarnación se había dedicado a hacerle la existencia miserable a aquel demonio frente al que se encontraba; pero ¿Qué hubiera podido hacer? Siendo que fastidiar la existencia de Malacoda era algo que disfrutaba en exceso – Esperaba una bienvenida más cálida de tú parte – con otros demonios podía decirse que mantenía algo de tacto, pero no con él. Y era precisamente la falta de ese tacto lo que la llevó a acercarse más a él – Caraffa siempre esta atendiendo otros asuntos pero no importa, le esperare todo lo que sea necesario. Debo hablar con él – su voz transmitía una urgencia que verdaderamente no tenía, al menos no ahora que encontraba con quien pasar el rato.
Los demonios se tomaban su tiempo en analizar los recipientes que decidían poseer, no lo hacían como se les daba la gana, por eso era que sabía ella que su presencia perturbaba a Malacoda, quien al no poder más, la interrogó sobre como es que había hecho para regresar.
– Es una historia bastante interesante la de mi nueva encarnación – con la delicadeza de quien cuida algo precioso, la demonio deslizo sus dedos por su cuello de manera lenta, tan lenta que hasta la hizo cerrar los ojos– La verdad es que no pensaba volver o más bien, no tenía la fuerza suficiente para hacerlo pero de manera afortunada me tope con ella – abrió los ojos para centrarse en Malacoda – se estaba muriendo y pidió tiempo para seguir existiendo, para vengarse de quienes trataron de deshacerse de ella, así que yo solo concedí su deseo – una sonrisa maliciosa se formo en sus labios – aunque claro, no tuvo tanto tiempo como quiso para completar sus planes de venganza o siquiera para poder comprender que ya no estaba sola en su cuerpo, pero algo es algo. Lo importante es que he vuelto.
Para Rubicante lo primordial era su regreso, aunque para el demonio que la acompañaba en esa sala, lo primordial parecían ser otras cosas. Que ella estuviera de vuelta y que llegará de manera tan repentina desconcertaría a más de uno de los demonios, no solo a Malacoda.
– Tomé este cuerpo porque era el que me daba la oportunidad, además de que es el tipo de cuerpo que me gusta tomar, frágil, roto, necesitado; y el hecho de que ella estuviera enredada con Cagnazzo es completamente aparte – El cuerpo de Scarlett podía ser finito, sin embargo, los poderes que adquiría ese cuerpo al tener a Rubicante dentro de el, la volvían más fuerte de lo que cualquiera podría pensar – aunque ahora que mencionas a Cagnazzo, quizás deba ir a verlo, a ver su él recibe de una mejor manera mi llegada en este cuerpo – sus ojos destellaron con malicia, pues aunque no planeaba verdaderamente entregarle el cuerpo a Cagnazzo, si quería saber hasta que punto le desagradaba a Malacoda el hecho de que Scarlett lo hubiera hecho en algún momento.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: Midnight - Privado-
¿Qué gratuito no? Que Rubicante, una vez más, intentara picarlo de alguna manera para fastidiarlo, más de lo que ya estaba. Porque sí, Malacoda no estaba llevando muy bien las cosas últimamente, empezaba a agobiarse de tanta tontería junta, y lo menos que quería, y deseaba, era que Rubicante saliera con alguna de las suyas. Indiferentemente de su recipiente, ella continuaba tan sagaz como de costumbre, sobre todo en eso de querer tocarle un poquito el humor, hasta verlo colapsar, aunque eso último... no pasaría. Pese a su rigidez habitual, él no era alguien que perdiera los estribos tan fácilmente. Indignarse sí, cómo no, y lo reconocía con absoluta sinceridad, sin embargo, no se dejaba llevar por un mal rato, viniera la intención de quien viniese.
Malacoda prefirió, entonces, no romperse el coco pensando en las últimas palabras de Rubicante, sino que pasó a lo otro que le había contado, al menos para entretenerse un poco, y porque, ciertamente, le interesaba después de todo lo que había ocurrido. Caraffa no iba asomarse por esos lares en ningún momento, temía, así que debía hallar un buen motivo de peso para quedarse enfrascado ahí antes de irse al despacho papal. ¿Y qué mejor que Rubicante? Oh, esperaba no perder tanto la cabeza como antes, aunque, no sería así. Estaba algo irritado por otras cosas más sustanciales, y también por sus recientes responsabilidades dentro de la logia.
—¡Cómo te gusta fastidiar a ti! No, no irás a verlo, no ahora, que carga un humor peor que el mío por la pérdida de Ciriatto —expuso, cruzando los brazos, mientras la escudriñaba con la mirada—. No es la primera vez que te aprovechas de un recipiente roto, Rubicante. No sé por qué has escogido esa manía últimamente. Me lo sigo preguntando, incluso e intentado hallar alguna respuesta lógica, y no, nada sale. Así que me gustaría escucharlo de ti.
No inquirió aquello por casualidad, básicamente se lo había exigido, porque, creía, que tenía esos derechos, sobre todo tratándose de ella. Malacoda solía ser territorial, desde que era un humano incluso. Y no tuvo el menor reparo en demostrárselo una vez más a Rubicante, quien parecía muy entretenida con aquella actitud por parte del vampiro.
—¿Qué? ¡Venga! Tengo más derecho de saberlo que el mismísimo Caraffa, y tú mejor que nadie lo sabes. Además, me hace falta un poco de entretenimiento después de todo lo que me he tenido que aguantar —espetó, poniendo los ojos en blanco—. ¿Adivina quién ha regresado con su cara de niño bonito a fastidiarnos a todos con su presencia? —cuestionó, reconociendo las sospechas en la mirada de ella de inmediato—. Así es, ha sido Scarmiglione. ¿Cómo crees que me siento justo ahora? No sé qué esperar de ese muchacho, y me está poniendo los nervios de punta. Aparte de ti, pero esa ya es cosa aparte. Lo haces para fastidiarme nada más, y hasta me he acostumbrado, supongo.
Tomó asiento finalmente en una de las sillas que rodeaban la mesa del centro, recargándose en el espaldar, aún de brazos cruzados, evitando la mirada ausente de los guardianes de mármol de la sala.
Malacoda prefirió, entonces, no romperse el coco pensando en las últimas palabras de Rubicante, sino que pasó a lo otro que le había contado, al menos para entretenerse un poco, y porque, ciertamente, le interesaba después de todo lo que había ocurrido. Caraffa no iba asomarse por esos lares en ningún momento, temía, así que debía hallar un buen motivo de peso para quedarse enfrascado ahí antes de irse al despacho papal. ¿Y qué mejor que Rubicante? Oh, esperaba no perder tanto la cabeza como antes, aunque, no sería así. Estaba algo irritado por otras cosas más sustanciales, y también por sus recientes responsabilidades dentro de la logia.
—¡Cómo te gusta fastidiar a ti! No, no irás a verlo, no ahora, que carga un humor peor que el mío por la pérdida de Ciriatto —expuso, cruzando los brazos, mientras la escudriñaba con la mirada—. No es la primera vez que te aprovechas de un recipiente roto, Rubicante. No sé por qué has escogido esa manía últimamente. Me lo sigo preguntando, incluso e intentado hallar alguna respuesta lógica, y no, nada sale. Así que me gustaría escucharlo de ti.
No inquirió aquello por casualidad, básicamente se lo había exigido, porque, creía, que tenía esos derechos, sobre todo tratándose de ella. Malacoda solía ser territorial, desde que era un humano incluso. Y no tuvo el menor reparo en demostrárselo una vez más a Rubicante, quien parecía muy entretenida con aquella actitud por parte del vampiro.
—¿Qué? ¡Venga! Tengo más derecho de saberlo que el mismísimo Caraffa, y tú mejor que nadie lo sabes. Además, me hace falta un poco de entretenimiento después de todo lo que me he tenido que aguantar —espetó, poniendo los ojos en blanco—. ¿Adivina quién ha regresado con su cara de niño bonito a fastidiarnos a todos con su presencia? —cuestionó, reconociendo las sospechas en la mirada de ella de inmediato—. Así es, ha sido Scarmiglione. ¿Cómo crees que me siento justo ahora? No sé qué esperar de ese muchacho, y me está poniendo los nervios de punta. Aparte de ti, pero esa ya es cosa aparte. Lo haces para fastidiarme nada más, y hasta me he acostumbrado, supongo.
Tomó asiento finalmente en una de las sillas que rodeaban la mesa del centro, recargándose en el espaldar, aún de brazos cruzados, evitando la mirada ausente de los guardianes de mármol de la sala.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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