La sinfonía de los rieles (Aura Nuñez)

El cielo brillaba en Borgoña pero había sombras en la estación; la misma estaba protegida y el tren llegaría esa misma noche a Paris. El rabel que había ido a comprar estaba reposando en su espalda, cobijado y protegido por el más fino empaque y costoso que pudo encontrar, en memoria de su primer rabel, la primera vez que había interpretado un instrumento y sentido como la música nacía de todos sus poros y lo interpretara como si estuviera hecho para el, el primero que tuvo lo recibió de un músico moribundo, que, a pesar de verlo vampiro, le otorgó el instrumento, cuando Daniel miró el instrumento, preguntándose como había hecho para vivir sin él hasta ese momento.-Eres un vampiro-Dijo simplemente el músico- Con música como esa, expresada así, deberías estar jadeando, tendría que latir con fuerza tu pulso. Ni siquiera respiraste una vez..-.
No podría perdonarse no tener un rabel en su amplia colección de cuerdas en su casa.
El tren estaba lleno de gente y cargado de humo de cigarrillos y charlas intrascendentes. Finalmente encontró un compartimento vacío y se acomodó,  y dejó la valija en la bodega, dejó reposar el rabel en su regazo y acariciaba con ternura el estuche, recordaron su primera interpretación en uno de ellos, sonriendo para si. Mientras el tren se ponía en movimiento, Daniel se perdía en el recuerdo de sus primeros años, cerró los ojos y se encontró de pronto con los azules ojos de Brittania.
Un recuerdo súbito y tétrico lo despertó de su cómodo sueño, de su más reciente encuentro con su amada perdida, pues solo en los sueños podía volver a estar con ella, pero ni los sueños lo libraban de el dolor de su pérdida y se lo recordaban constantemente, cuando todo parecía ir bien, caminando por los jardines de lavanda con Brittania, o jugando el los pantanos, aparecía esa imagen macabra de su muerte inminente, aquella que no pudo evitar pero que tuvo que contemplar, lo despertaba siempre de un sobresalto, borrando la sonrisa de sus labios.
El tren arribaba en el momento en que su sueño fue interrumpido, y como un impulso tomó el rabel entre sus manos, como temiendo haberlo perdido mientras dormía, pero todo estaba en orden, así que buscó su valija, esperó con paciencia a que el tren se detuviera por completo, y se preparó para salir a la estación de trenes de Paris.
El humo se disipaba sin apremio y el aire era denso, los vestidos robustos de las mujeres desfilaban en un carnaval constante y las grandes valijas se acomodaban por lo largo de la estación, Daniel no tenía quien esperara su llegada pero, contemplaba todo a su alrededor, tratando de encontrar nuevamente su sonrisa perdida y ser el mismo vampiro que siempre fue en Paris, confiado y tranquilo Nunca esperó que, de entre el humo del tren y la espesa niebla de invierno, le llegara esa razón, pues se topó de frente con unos ojos increíblemente azules, puros y brillantes, jóvenes y joviales, y aún, confiados y fuertes, estaban adornando un rostro de piel blanca de porcelana, impecable y delicada, sobre sus hombros caían unos cuantos bucles rubios brillantes Su pecho se contrajo de tal manera que Daniel tuvo que dar un paso hacia atrás y poner una mano sobre su pecho
-Brittania...- susurró para si, mientras la contemplaba a lo lejos.