All the world is made of faith, and trust, and pixie dust - Electra.

— Yo sé que es invierno, no tienes para qué repetirlo tanto… — la mirada acusadora de Dorothea le molesta profundamente, cada vez que la criada la regaña de algún modo se siente culpable y a la vez nostálgica. La empleada le recuerda a esa madre que le ha hecho tanta falta y también al hecho de que aún desconoce si sigue con vida o dónde se encuentra, es obvio que se siente una mala hija, ya no tiene excusas para no ir a Inglaterra y buscarla; o al menos enviar a alguien. — Te he dicho varias veces que no me molesta estar descalza, tengo los zapatos ahí, los puedo usar si quiero, pero ahora no quiero… — se cruza de brazos como una chiquilla malcriada y sigue balanceando las piernas en el asiento de la terraza, sólo cuando León duerme la siesta ella aprovecha para tomar el té con calma y poder descansar de todo lo que llena su mente de problemas que nadie más que Claire podría comprender.

No es alguna enfermedad o la pobreza lo que la aquejen. Y es que sólo ahora se da cuenta que tener dinero no lo soluciona todo. ¿Cuánto tiempo desde su matrimonio fue para disfrutar de estar juntos? Podría contar con los dedos de su mano los meses en que fue realmente feliz, algunos meses que la soledad era inexistente y en que las preocupaciones eran qué se comería en la cena siguiente o qué le regalarían al pequeño para su cumpleaños. Claire internamente tenía esa punzada en el pecho que le hacía creer que la felicidad no sería eterna, algo que pudo ser ridículo pero que terminó transformándose en una premonición. En cambio ahora, los días son largos y las noches demasiado cortas, los círculos oscuros siguen adornando su rostro justo bajo los ojos y los gritos se han transformado en la única comunicación que tiene con su esposo. Sí, Claire sigue amando a Nigel, pero a veces se pregunta si eso alcanza, si a ambos les alcanza con sentir amor. Tal vez se apresuraron, quizás no se conocían lo suficiente, tal vez… sólo tal vez… tal vez todos tenían razón y fue un error estar juntos.

— ¡No me importa que sea tarde, me voy a quedar acá cuanto quiera! — no tuvo la intención de alzar su voz, pero la empleada vuelve a preguntar algo y ella, sin escucharla siquiera, le responde de ese modo porque todo lo que quiere es estar sola. Es por esto que se levanta y toma los zapatos mientras camina, comienza a recorrer las habitaciones de aquel sector de la mansión que no suele visitar. Todo está vacío y algunas cosas siguen cubiertas con sábanas blancas como ella lo ordenó cuando Nigel dejó la casa. Es duro ver la muestra latente de un cambio que se refleja en cada elemento de ese hogar, no es ahora sólo que los trabajadores mantengan la cabeza gacha y teman incluso abrir la boca para decir cualquier cosa, ahora el ambiente gris y sombrío afecta a todo. Cuando abre una puerta le sorprende que ahí nada esté cerrado, las ventanas están abiertas de par en par y la cama parece no pertenecer a la habitación. Hay otros muebles que indican que alguien habita ahí, pero es ilógico, aquella no es la zona donde duerma la servidumbre ni tampoco los habitantes del hogar o quienes vengan de visita.

Claire avanza y lo que encuentra la deja por un segundo paralizada. Una cabellera rubia oscura, labios carnosos, ojos verdes demasiado intensos para el resto de esos rasgos; no debe tener más de 12 años y la mira como si la intrusa acá fuera ella y no esa niña desconocida. — ¿Quién eres tú? — es la sorpresa lo que la lleva a hablarle de ese modo. — ¿Qué haces aquí? ¿Estás sola? ¿Dónde están tus padres? — no se acerca, no se atreve a hacerlo porque como si tuviera una advertencia pegada en la frente, todo en esa pequeña le obliga a mantenerse lejos y es precisamente lo que hace. Debe ser una visitante, una pariente de alguno de sus empleados, pero luce demasiado cómoda en el lugar y todo está ordenado para ella, preparado como si estuviera de hecho viviendo ahí. De ser así Dorothea sabría quién es y por sobre todo, le habría avisado que alguien estaría en casa esos días. — Soy Claire, la dueña de esta casa. ¿Cuál es tu nombre? —

Había pan en su mesa pero pese a devorarlo como una angurrienta, su estómago estaba atiborrado de los manjares que había estado comiendo esos últimos días. Su pasado en la calle la obligaba a comportarse como un animal comiendo todo lo que encontrará porque nunca se sabía cuándo sería la próxima vez que habría alimentos en su camino. Hasta la última miga sus dedos llevaron contra su boca, masticando hasta que su respiración agitada no pudo más mientras pequeños trocitos decoraban su vestido nuevo. No estaba acostumbrada, la seda no venía con modales pese a que sabía comportarse si las circunstancias lo exigían. Todo le resultaba demasiado ostentoso, lo que había sido sorpresa ahora se había transformado en ansiedad al no verlo por varios días. La gente era amable con ella, incluso una chica le trenzaba el pelo como lo había hecho su madre para tranquilizarla cuando el maldito la torturaba en aquel cuarto cuyo solo recuerdo la estremecía hasta los huesos, pero desde hacía un rato no había nadie con ella. Disfrutaba de la soledad porque se había transformado poco a poco en su amiga, pero ahora que había saboreado por primera vez lo que era no sentirse sola en el mundo había despertado en la joven Electra un sentimiento de culpa y necesidad a la vez, algo que de momento no tenía como saciarlo hasta que las puertas se abrieron y sus ojos verdes se iluminaron esperanzados de que su alta figura entrara por las puertas para poder correr hasta sus brazos y sentirse segura, pero no. Era una fémina, un alma que fue azotada por un escalofrío en cuanto sus miradas se cruzaron y las facciones relajadas que comenzaban a tomar noción de niña volvieron a perderse en su turbosa madurez. Alta y fina, de rasgos felinos y remarcados que por un momento le parecieron graciosos, era como una de sus nuevas muñecas con las que no sabía cómo jugar por lo que simplemente las apilaba sobre la ventana.

No se inmutó, pero supo quien era cuando vio como la respiración de la mujer cambiaba abruptamente mientras Electra yacía neutral en su habitación. Había miedo y lo reconocía, si había alguien a quien el terror y pánico le habían traicionado era ella misma, castigándola a perder su inocencia e infancia para reducirse a algo que no era nada. No podía ser más una niña, pero tampoco tenía edad para ser una mujer, era una incógnita para sí misma algo que Nigel había aliviado levemente al hacerla sentir de nuevo bien consigo misma pero ella, ahora era la incertidumbre la que se reflejaba en sus ojos y no en los de Electra cuando preguntó en lo que intentó ser un tono amable -Yo sé quien soy ¿Pero tú sabes quién eres? – Era tan inocente su pregunta que su trasfondo de veracidad tajante pasaba desapercibida los primeros segundos. Sus palabras no eran al azar sino que las veía como un juego, la diversión de su corta y miserable vida siempre habían sido las palabras porque nunca tuvo con qué más divertirse. Sus luceros la observaban sin atreverse a destellar en aquella luz propia de la alegría de un infante. Nunca supo que era aquello, le robaron asaltándola desde la cuna, despojándola de la tierna infancia justo en la edad en que solo debería recibir amor -Yo si lo sé, por tu culpa él está así. Lo pones mal, lo haces dudar pero igual es mi amigo. Yo lo comprendo – Era una defensa tan pobre y primitiva que resaltaba por el convencimiento. Nunca se esforzaba en maquillar su sinceridad, nadie le había enseñado lo que era la piedad. Los ejemplos de malversaciones recaían en la propia perspectiva de su corta vida y para ella las cosas eran y se decían. No entendía los miramientos ni la duda de los adultos para intentar reconfortar al otro o sentir menos pena por ellos o incluso por sí mismos pero fue su pregunta la que la tomó por sorpresa, gelificando su mirada que mortificó a la mujer que tenía frente a ella ¿Cómo se atrevía a preguntar aquello? Curiosidad, la curiosidad era la debilidad comunal de todo ser viviente y no viviente, todos eran víctimas pero no por ello Electra pudo sentirse menos atacada en su tono defensivo -¿Por qué me preguntas por ellos? No…ella no, ella era...pero él…ÉL - No sabía cómo responder, jamás tuvo padre pero era el destino el que lo había entrometido en su camino. Nigel no era su papá pero era su héroe, no era su progenitor pero se sentía protegida, no era su sangre pero así lo deseaba y ella de pie, tenía todo lo que la joven quería ¿La quería más que a ella? No lo sabía y no iba a plantearse eso ahora. No era su padre, era su amigo ¿No era lo mismo acaso? La niña calmó su ímpetu de ansiedad y preguntas, no iba a buscarles por qué a cosas que eran por sí mismas, no iba a estropear algo que por primera vez la hacía sentir bien pero Claire, no era una amenaza pero había algo en ella que no le agradaba hasta que su boca sin permiso dijo lo que su mente acallaba -Mientes, tú eras como mamá. No es solo tuya – Murmura mirándola a los ojos sin piedad ni perdón. No la estaba atacando simplemente defendía lo que sabía de él. Por alguna razón se había formado un vínculo de lealtad para con el vampiro y ella, era una intrusa en su relación. - Electra, pero yo me digo Elle. - Responde reservada pero con una seguridad impropia de una criatura tan pequeña e indefensa todavía de pie recordandole que podría ser dueña de la casa, pero no de ese cuarto y mucho menos de ella.