AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? - Elías.
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Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? - Elías.
El día anterior, Amalia cerró la puerta y esperó que nadie más llegara a golpear intentando conseguir un pedido de última hora. Recién era el atardecer pero ambos se habían levantado junto con el sol por lo que estaban bastante agotados y deseaban tener un par de horas para descansar antes de tener que ir a dormir. A veces, los viernes eran lo peor de la semana; la gente solía olvidar que la cena tan importante era esa noche y no la siguiente por lo que llegaban prácticamente exigiendo algo que era imposible tener en tan corto plazo. Difícil le resultaba a ambos explicar que no se puede tener el horno encendido y preparado de un momento para otro y que además algunos de los ingredientes sólo podrían tenerlos el lunes. Para ellos, no habían pestañas suficientes para desear que la semana se terminara lo antes posible.
— Cariño…— mientras limpia la mesada susurra palabras sueltas que a simple vista no tienen mucho sentido. Es sábado y si bien suelen destinar ese día a preparar lo necesario para adelantar trabajo, ahora el pequeño cambio de planes es una brisa refrescante muy necesaria después del nivel de exigencia que han tenido recientemente. Fin de año está lleno de fiestas, despedidas, bienvenidas e incluso un par de matrimonios apurados que no estaban dentro de los planes. La pastelería funciona en su máxima capacidad e incluso Amelia se ha planteado la posibilidad de contratar a alguien más pero considerando que las ganancias les alcanzan apenas sería algo momentáneo y prefería no darle empleo a una persona sólo por algunos días, especialmente sabiendo que era un poco irresponsable de su parte. — Cariño… el pollo está listo, ¿podrías sacarlo del horno por mí? Ya casi termino de ordenar los utensilios y sirvo el almuerzo para ambos. —
Tuvo que darle la espalda, tenía un nudo profundo en el estómago, la garganta se le cerraba mientras guardaba en sus fundas los cuchillos que utilizaba para cocinar, estaba evidentemente nerviosa y por sobre todo temía que Elías lo notara. Aquel tema seguía dando vueltas en su cabeza, molestando como un pájaro carpintero que picotea por horas intentando atravesar la corteza. Le molestaba el silencio autoimpuesto pero la diferencia es que ahora sí tenía algo que contar, algo que había estado guardando con bastante culpa por no compartirlo apenas tuvo la noticia pero que de ser revelado antes de tiempo, sembraría quizás alguna esperanza que podría luego verse rápidamente rota. Y más que podría, lo haría. Su esposo se movía y ella lo miraba, cada vez que contemplaba sus ojos se sentía poco digna, no merecedora de un hombre como él y aunque necesitaba respuestas, estar llena de dudas no servía.
Luego de que cada alimento estuviera en la mesa, se lavó las manos y se sentó frente a él. Elías tenía esa sonrisa brillante que mostraba cuando estaba relajado y esperando poder comer con ella, y todo eso provocaba que el dolor se intensificara y que las palabras lucharan aún más por quedarse guardadas. — El mes pasado… — ¿cómo podía decir que había fallado una vez más? — el mes pasado no sangré y creí que al fin lo habíamos conseguido… — a medida que avanza, su voz se apaga y también lo hacen sus ojos, le gustaría cerrarlos, evitar la mirada de quien considera el amor de su vida y no ver así el cambio en su rostro cuando escuche lo que tiene que decir. — Pensé que tendríamos un hijo pero quise esperar un poco más para contártelo, porque en el fondo sabía que aquello podía ser sólo una esperanza… pero te fallé de nuevo cariño… lo lamento mucho, lamento fallarte nuevamente… —
— Cariño…— mientras limpia la mesada susurra palabras sueltas que a simple vista no tienen mucho sentido. Es sábado y si bien suelen destinar ese día a preparar lo necesario para adelantar trabajo, ahora el pequeño cambio de planes es una brisa refrescante muy necesaria después del nivel de exigencia que han tenido recientemente. Fin de año está lleno de fiestas, despedidas, bienvenidas e incluso un par de matrimonios apurados que no estaban dentro de los planes. La pastelería funciona en su máxima capacidad e incluso Amelia se ha planteado la posibilidad de contratar a alguien más pero considerando que las ganancias les alcanzan apenas sería algo momentáneo y prefería no darle empleo a una persona sólo por algunos días, especialmente sabiendo que era un poco irresponsable de su parte. — Cariño… el pollo está listo, ¿podrías sacarlo del horno por mí? Ya casi termino de ordenar los utensilios y sirvo el almuerzo para ambos. —
Tuvo que darle la espalda, tenía un nudo profundo en el estómago, la garganta se le cerraba mientras guardaba en sus fundas los cuchillos que utilizaba para cocinar, estaba evidentemente nerviosa y por sobre todo temía que Elías lo notara. Aquel tema seguía dando vueltas en su cabeza, molestando como un pájaro carpintero que picotea por horas intentando atravesar la corteza. Le molestaba el silencio autoimpuesto pero la diferencia es que ahora sí tenía algo que contar, algo que había estado guardando con bastante culpa por no compartirlo apenas tuvo la noticia pero que de ser revelado antes de tiempo, sembraría quizás alguna esperanza que podría luego verse rápidamente rota. Y más que podría, lo haría. Su esposo se movía y ella lo miraba, cada vez que contemplaba sus ojos se sentía poco digna, no merecedora de un hombre como él y aunque necesitaba respuestas, estar llena de dudas no servía.
Luego de que cada alimento estuviera en la mesa, se lavó las manos y se sentó frente a él. Elías tenía esa sonrisa brillante que mostraba cuando estaba relajado y esperando poder comer con ella, y todo eso provocaba que el dolor se intensificara y que las palabras lucharan aún más por quedarse guardadas. — El mes pasado… — ¿cómo podía decir que había fallado una vez más? — el mes pasado no sangré y creí que al fin lo habíamos conseguido… — a medida que avanza, su voz se apaga y también lo hacen sus ojos, le gustaría cerrarlos, evitar la mirada de quien considera el amor de su vida y no ver así el cambio en su rostro cuando escuche lo que tiene que decir. — Pensé que tendríamos un hijo pero quise esperar un poco más para contártelo, porque en el fondo sabía que aquello podía ser sólo una esperanza… pero te fallé de nuevo cariño… lo lamento mucho, lamento fallarte nuevamente… —
Amalia Pharzuph- Humano Clase Media
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 20/11/2013
Re: Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? - Elías.
La rutina se rompía ligeramente cuando se acercaban las festividades navideñas, todo mundo tenía prisa y exigían como si los pasteles estuviesen listos con tan solo decir que los querían. Elías se molestaba en muchas ocasiones por el tono que los clientes exigentes y de ultimo momento le hablaban a su esposa y ¿Cómo no hacerlo? Él nunca se atrevía ni se atrevería a levantarle la voz de esa manera y resultaba que cualquiera llegaba sintiendo ser el dueño o dueña de aquel negocio para exigir ser atendidos como reyes. Aún así, resistía como nada para no decir imprudencias a los clientes en lugar de eso, sonreía y se esforzaba por atenderles lo mejor que pudiese aunque en su corazón se guardase un poco de resentimiento.
Se mantenía perdido en sus pensamientos, algunas veces creía que todo eso era demasiado para ellos, demasiado para Amalia pero no podía pedirle que dejase la pastelería por más pesado que se tornara todo; primeramente porque su esposa amaba cocinar y él por supuesto amaba los pasteles que ella preparaba aunque de vez en cuando le regañara por intentar robar alguno de los postres para él mismo aún habiendo sido un pedido hecho con antelación.
La voz de la mujer con quien decidió pasar el resto de su vida le trajo de regreso a esos momentos y fue entonces que dirigió su mirada a ella, a su Amalia.
– ¿Si?… – sonrió al verle – Voy enseguida. – Dejo todo lo que antes hacía y abandono los pensamientos aquellos para concentrarse en la comida, mientras fuese algo que preparaba ella, comería todo.
De tanto estar pensando en el negocio y en si era verdaderamente útil para su esposa fue que no se percato de las preocupaciones dibujadas en aquel rostro que tan bien conocía.
Una vez en la cocina, saco el pollo sonriente, y lo puso en la mesa, al igual que las demás cosas que comerían ese día, un poco de pan y algo de beber.
– Todo esta listo – dijo a su esposa mientras se sentaba y le observaba llevar los platos. En esa casa ambos ayudaban y se repartían parte de las actividades de esa manera les era menos pesado.
Movió la mano para tomar un trozo de pan pero se detuvo; la voz de su esposa y el tono en ella fue lo que le hicieron permanecer inmóvil y observarle.
– El mes pasado… – repitió para que se animara a hablarle. No fue necesario que terminara de decir todo aquello para que comprendiera que era lo que sucedía. ¿Cuántas veces lo habían intentado? Las mismas que habían fallado, pero con cada nuevo fallo algo en ambos se iba perdiendo y la esperanza disminuía. Elías quería tener hijos, quería tenerlos con Amalia porque era la mujer que amaba pero sufría demasiado al verle de aquella manera.
La expresión en su rostro se torno ligeramente sombría, no deseaba verle culparse todo el tiempo y sentir que lo decepcionaba, porque no lo hacía, los hijos llegarían cuando debieran hacerlo o al menos eso era lo que se decía a si mismo ante cada fracaso.
– Amor, ¿Por qué siempre piensas que me has fallado? Bien sabes que sería feliz si tuviéramos hijos pero no fue ese el motivo de que me casara contigo – una leve sonrisa se dibujo en su rostro. El día que se decidió a pedirle matrimonio a la mujer frente a si, no cruzo por su mente los hijos; lo que paso por la mente de él había sido sencillamente por ella. – Lo sabes ¿Verdad? que te amo aunque las cosas se pongan complicadas y aunque no tengamos hijos o… ¿Piensas que te dejaría por algo así?.
Suspiro, su amada siempre cerraba los ojos y evitaba mirarle cuando sabía que algo le afectaba. Se molestaba consigo mismo por ser incapaz de protegerle de la única persona que parecía dañarla realmente, él mismo.
– Amalia, mirame… por favor… – centro su mirada en ella, para esperar que las miradas de ambos se encontraran – Nuestros hijos llegaran, ya lo veras… – su voz había descendido, esperando que el deseo de ambos se cumpliera algún día no muy lejano.
Se mantenía perdido en sus pensamientos, algunas veces creía que todo eso era demasiado para ellos, demasiado para Amalia pero no podía pedirle que dejase la pastelería por más pesado que se tornara todo; primeramente porque su esposa amaba cocinar y él por supuesto amaba los pasteles que ella preparaba aunque de vez en cuando le regañara por intentar robar alguno de los postres para él mismo aún habiendo sido un pedido hecho con antelación.
La voz de la mujer con quien decidió pasar el resto de su vida le trajo de regreso a esos momentos y fue entonces que dirigió su mirada a ella, a su Amalia.
– ¿Si?… – sonrió al verle – Voy enseguida. – Dejo todo lo que antes hacía y abandono los pensamientos aquellos para concentrarse en la comida, mientras fuese algo que preparaba ella, comería todo.
De tanto estar pensando en el negocio y en si era verdaderamente útil para su esposa fue que no se percato de las preocupaciones dibujadas en aquel rostro que tan bien conocía.
Una vez en la cocina, saco el pollo sonriente, y lo puso en la mesa, al igual que las demás cosas que comerían ese día, un poco de pan y algo de beber.
– Todo esta listo – dijo a su esposa mientras se sentaba y le observaba llevar los platos. En esa casa ambos ayudaban y se repartían parte de las actividades de esa manera les era menos pesado.
Movió la mano para tomar un trozo de pan pero se detuvo; la voz de su esposa y el tono en ella fue lo que le hicieron permanecer inmóvil y observarle.
– El mes pasado… – repitió para que se animara a hablarle. No fue necesario que terminara de decir todo aquello para que comprendiera que era lo que sucedía. ¿Cuántas veces lo habían intentado? Las mismas que habían fallado, pero con cada nuevo fallo algo en ambos se iba perdiendo y la esperanza disminuía. Elías quería tener hijos, quería tenerlos con Amalia porque era la mujer que amaba pero sufría demasiado al verle de aquella manera.
La expresión en su rostro se torno ligeramente sombría, no deseaba verle culparse todo el tiempo y sentir que lo decepcionaba, porque no lo hacía, los hijos llegarían cuando debieran hacerlo o al menos eso era lo que se decía a si mismo ante cada fracaso.
– Amor, ¿Por qué siempre piensas que me has fallado? Bien sabes que sería feliz si tuviéramos hijos pero no fue ese el motivo de que me casara contigo – una leve sonrisa se dibujo en su rostro. El día que se decidió a pedirle matrimonio a la mujer frente a si, no cruzo por su mente los hijos; lo que paso por la mente de él había sido sencillamente por ella. – Lo sabes ¿Verdad? que te amo aunque las cosas se pongan complicadas y aunque no tengamos hijos o… ¿Piensas que te dejaría por algo así?.
Suspiro, su amada siempre cerraba los ojos y evitaba mirarle cuando sabía que algo le afectaba. Se molestaba consigo mismo por ser incapaz de protegerle de la única persona que parecía dañarla realmente, él mismo.
– Amalia, mirame… por favor… – centro su mirada en ella, para esperar que las miradas de ambos se encontraran – Nuestros hijos llegaran, ya lo veras… – su voz había descendido, esperando que el deseo de ambos se cumpliera algún día no muy lejano.
Elías Pharzuph- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 22/11/2013
Re: Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? - Elías.
Sí. Lo escuchó ahora y lo ha escuchado antes. Lo seguirá escuchando si sigue fallando como lo ha hecho hasta ahora. Porque acá quien tiene la culpa es ella y de haberlo sabido antes nunca se habría casado con él, pero eso es algo que no puede decirlo, aún cuando lo piense cada noche luego de hacer el amor y cada mañana al despertar abrazada a su cuerpo. Por supuesto que lo ama, lo ama con su espíritu, lo ama con su alma, lo ama hasta con sus entrañas pero Elías no merece una mujer incompleta, estéril, fallada. ¿Y qué más puede hacer? Llorar es volver a sentirse derrotada pero está cansada de librar batallas donde se siente sola. Él está a su lado pero nunca podrá comprender lo que es intentar con todas sus fuerzas que el pequeño se mantenga dentro de su vientre, sólo para ver a los pocos días después como ríos de sangre bañan sus piernas. Aquello es un castigo divino, no hay otra explicación.
—Deberías hacerlo… — las pequeñas lágrimas se transforman en un llanto desconsolado, lleno de tristeza acumulada en el tiempo, también de un poco del estrés que ha acarreado en estos días. Todo se mezcla y sale en forma de gotitas transparentes que le mojan el rostro y cuando lo mira, se arrepiente de lo que acaba de decir pero no cambia de opinión. —Deberías dejarme, deberías porque nunca podré hacerte realmente feliz… ahora dices que no te importa pero ¿qué pasará después? ¿Qué pasará en diez años más cuando estés aburrido de que seamos sólo tú y yo? Estarás aburrido de la pastelería, de tener que verme cada día, de tener una mujer vacía, inútil… —y aunque es un poco dura puede hablarle de ese modo porque él no es como el resto de los hombres que sólo ven a sus esposas como elementos decorativos. Ellos son una pareja, una dupla que camina juntos, de la mano, a la misma altura y recorriendo el mismo sendero. Y por lo mismo es injusto.
Se levanta y se aleja de la mesa sintiéndose un poco culpable de haber arruinado el almuerzo en uno de los pocos días libres que tienen. Amalia baja la cabeza y vuelve a retirar su mirada de la de él, aumenta la distancia física y también la distancia mental. —No me mientas, Elías… puedo soportar cualquier cosa menos que me mientas, porque tú y yo sabemos que nuestra espera es en vano, nunca podré llevar a tu hijo y con el tiempo te buscarás a alguien más para que lo haga… encontrarás a una mujer de verdad. —lo dice sintiendo casi de manera audible como su corazón se rompe, está destrozada y observa que es ella misma quien toma el mazo para lanzar lo más lejos posible cada pedazo de si misma. Duda incluso que pueda alguna vez volver a recomponerse, para ella no hay remedio.
—Vas a dejar de amarme y no puedo culparte por ello… —arrastra las últimas palabras pero son claramente audibles en el silencio que ambos han instalado en la habitación. Se cubre el rostro con las manos y esconde la vergüenza que siente por llorar y por ser débil. Agradece conocer la disposición de los muebles de la casa o de otro modo no habría encontrado esa pared que actúa como el único apoyo que posee actualmente. Elías está cerca, podría estirar una de sus manos, decir su nombre o sólo mirarlo y él llegaría en un par de segundos, siempre es así cuando se trata de él y eso provoca que llore aún más, porque no lo merece y porque aunque dice lo contrario, lo único que quiere en ese momento es que su esposo nunca deje de amarla, que nunca deje de estar a su lado.
—Deberías hacerlo… — las pequeñas lágrimas se transforman en un llanto desconsolado, lleno de tristeza acumulada en el tiempo, también de un poco del estrés que ha acarreado en estos días. Todo se mezcla y sale en forma de gotitas transparentes que le mojan el rostro y cuando lo mira, se arrepiente de lo que acaba de decir pero no cambia de opinión. —Deberías dejarme, deberías porque nunca podré hacerte realmente feliz… ahora dices que no te importa pero ¿qué pasará después? ¿Qué pasará en diez años más cuando estés aburrido de que seamos sólo tú y yo? Estarás aburrido de la pastelería, de tener que verme cada día, de tener una mujer vacía, inútil… —y aunque es un poco dura puede hablarle de ese modo porque él no es como el resto de los hombres que sólo ven a sus esposas como elementos decorativos. Ellos son una pareja, una dupla que camina juntos, de la mano, a la misma altura y recorriendo el mismo sendero. Y por lo mismo es injusto.
Se levanta y se aleja de la mesa sintiéndose un poco culpable de haber arruinado el almuerzo en uno de los pocos días libres que tienen. Amalia baja la cabeza y vuelve a retirar su mirada de la de él, aumenta la distancia física y también la distancia mental. —No me mientas, Elías… puedo soportar cualquier cosa menos que me mientas, porque tú y yo sabemos que nuestra espera es en vano, nunca podré llevar a tu hijo y con el tiempo te buscarás a alguien más para que lo haga… encontrarás a una mujer de verdad. —lo dice sintiendo casi de manera audible como su corazón se rompe, está destrozada y observa que es ella misma quien toma el mazo para lanzar lo más lejos posible cada pedazo de si misma. Duda incluso que pueda alguna vez volver a recomponerse, para ella no hay remedio.
—Vas a dejar de amarme y no puedo culparte por ello… —arrastra las últimas palabras pero son claramente audibles en el silencio que ambos han instalado en la habitación. Se cubre el rostro con las manos y esconde la vergüenza que siente por llorar y por ser débil. Agradece conocer la disposición de los muebles de la casa o de otro modo no habría encontrado esa pared que actúa como el único apoyo que posee actualmente. Elías está cerca, podría estirar una de sus manos, decir su nombre o sólo mirarlo y él llegaría en un par de segundos, siempre es así cuando se trata de él y eso provoca que llore aún más, porque no lo merece y porque aunque dice lo contrario, lo único que quiere en ese momento es que su esposo nunca deje de amarla, que nunca deje de estar a su lado.
Amalia Pharzuph- Humano Clase Media
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 20/11/2013
Re: Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? - Elías.
Las palabras provenientes de los labios amados eran las únicas capaces de hacerle sentir en el cielo o en el infierno. En esos momentos, escuchando aquello que ella creía mejor, se le partía el corazón. Ninguno era capaz de pensarse sin el otro de la misma manera, su unión estaba para enfrentarlo todo. ¿No se lo dijo cuando le acepto como esposa? Que estarían juntos en lo bueno y en lo malo, todo hasta que la muerte los separara y aún con eso Elías se atrevía a jurar que ni siquiera la muerte podría alejarlo de aquella mujer que tenía metido en el fondo. Desde que sus ojos contemplaran a Amalia, había estado ahí para ella y eso no cambiaría por más que ella intentara hacerle ver que estaba dañada, cosa que ninguno de los dos podía asegurar aún.
– Me conoces Amalia pero ahora suenas como si fuéramos dos completos desconocidos – suspiro observando como las pequeñas lagrimas corrían por los ojos de su esposa. Cuantas ganas tenia de levantarse de su asiento e ir a abrazarle, protegerle con sus brazos de todo y alejar aquellos temores que no son más que fantasmas a quienes ella les esta abriendo la puerta para jueguen con sus pensamientos y sentimientos; a pesar de sus deseos por ir a ella, permanece en aquel lugar, atado a esa silla por hilos transparentes que le impiden acercarse – Me haces feliz, siempre lo has hecho así que deja de dudar de eso – se siente frustrado y molesto porque es incapaz de hacerle ver las cosas a su manera. Cada uno estaba metido en su forma de pensar y eso era lo que les provocaba las riñas; generalmente no duraban mucho distanciado porque alguno recapacitaba y recordaba que aquellas diferencias y la manera de ver la vida de cada uno era lo que le fascinaba al otro.
Amalia lanza las palabras que se niega siempre a creer, aquellas que son las únicas capaces de romper con la esperanza que quiere mantener viva. Si la mujer que ama es incapaz de tener hijos es algo que le da igual, sabe que no dejara de amarla por un motivo como eso; Elías esta consciente de que si algún día tienen hijos, tarde o temprano ellos se irán y les dejaran de nueva cuenta a ellos dos solos. Al inicio y al final de todo, serán solamente ellos dos contra el mundo; viviendo al lado de quien decidieron estar. Aún sabiendo eso, en el fondo de su corazón anhela que su esposa sea capaz de llevar un embarazo a termino, tal acontecimiento sería el que ayudaría a que ella se valorara de la manera en que él lo hace.
Tantas son las cosas que quiere decirle que todas se aglomeran en su garganta y le impiden hablar. Son las ultimas palabras las que rompen con su silencio y las que le permiten finalmente levantarse de aquella mesa donde ha permanecido de manera paciente.
– No digas semejantes tonterías – es débil a su llanto y sus debilidades, por lo que termina acercandose hasta ella para abrazarle por la espalda – No voy a dejar de amarte ni aunque este muerto. Eres la única mujer para mi y eres una de verdad. ¿Quieres hijos? Hay niños en el orfanato que necesitan una familia que les ame. Quizás no sea lo que esperas pero estoy seguro de que cualquiera de ellos estaría feliz de tener una madre como tu – eso es seguro. Amalia es una mujer que tiene aquel calor capaz de ser transmitido a todos – y no te atrevas a decir que te deje, no lo haré por más que insistas. Incluso si es que has dejado de amarme, yo seguiré a tu lado pese a todo.
Ambos están heridos, ya sea por lo que han dicho o han callado. Por los intentos y los fracasos pero al final del día siguen juntos y para Elías estar junto a ella es lo único que importa.
– Me conoces Amalia pero ahora suenas como si fuéramos dos completos desconocidos – suspiro observando como las pequeñas lagrimas corrían por los ojos de su esposa. Cuantas ganas tenia de levantarse de su asiento e ir a abrazarle, protegerle con sus brazos de todo y alejar aquellos temores que no son más que fantasmas a quienes ella les esta abriendo la puerta para jueguen con sus pensamientos y sentimientos; a pesar de sus deseos por ir a ella, permanece en aquel lugar, atado a esa silla por hilos transparentes que le impiden acercarse – Me haces feliz, siempre lo has hecho así que deja de dudar de eso – se siente frustrado y molesto porque es incapaz de hacerle ver las cosas a su manera. Cada uno estaba metido en su forma de pensar y eso era lo que les provocaba las riñas; generalmente no duraban mucho distanciado porque alguno recapacitaba y recordaba que aquellas diferencias y la manera de ver la vida de cada uno era lo que le fascinaba al otro.
Amalia lanza las palabras que se niega siempre a creer, aquellas que son las únicas capaces de romper con la esperanza que quiere mantener viva. Si la mujer que ama es incapaz de tener hijos es algo que le da igual, sabe que no dejara de amarla por un motivo como eso; Elías esta consciente de que si algún día tienen hijos, tarde o temprano ellos se irán y les dejaran de nueva cuenta a ellos dos solos. Al inicio y al final de todo, serán solamente ellos dos contra el mundo; viviendo al lado de quien decidieron estar. Aún sabiendo eso, en el fondo de su corazón anhela que su esposa sea capaz de llevar un embarazo a termino, tal acontecimiento sería el que ayudaría a que ella se valorara de la manera en que él lo hace.
Tantas son las cosas que quiere decirle que todas se aglomeran en su garganta y le impiden hablar. Son las ultimas palabras las que rompen con su silencio y las que le permiten finalmente levantarse de aquella mesa donde ha permanecido de manera paciente.
– No digas semejantes tonterías – es débil a su llanto y sus debilidades, por lo que termina acercandose hasta ella para abrazarle por la espalda – No voy a dejar de amarte ni aunque este muerto. Eres la única mujer para mi y eres una de verdad. ¿Quieres hijos? Hay niños en el orfanato que necesitan una familia que les ame. Quizás no sea lo que esperas pero estoy seguro de que cualquiera de ellos estaría feliz de tener una madre como tu – eso es seguro. Amalia es una mujer que tiene aquel calor capaz de ser transmitido a todos – y no te atrevas a decir que te deje, no lo haré por más que insistas. Incluso si es que has dejado de amarme, yo seguiré a tu lado pese a todo.
Ambos están heridos, ya sea por lo que han dicho o han callado. Por los intentos y los fracasos pero al final del día siguen juntos y para Elías estar junto a ella es lo único que importa.
Elías Pharzuph- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/11/2013
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