Los vampiros también lloran sus tragedias. {Privado}

por Invitado Mar Jun 15, 2010 10:12 am

Creck, creck, creck...

Sus cándidos andares probocaban que la melodía del bosque se alterara y a esos lejanos ululos se le sumaran los ruiditos harmoniosos de ramitas quebrándose bajo sus viejos botines gastados y sucios de barro. Sus empañados ojos azules se escondían tras una fina membrana blanquecina que le impedía ver nada. Todo cuanto le rodeaba era oscuridad. Soledad. Silencio. Sí, a pesar de los terroríficos sonidos que el bosque proyectaba, seguía sientiendo un incómodo silencio al que ya se había habituado. Un silencio que, de ser humano, le habría otorgado el mayor de los regalos, el de oir su corazón. Pero, de nuevo, silencio. ¿Qué le quedaba hacer cuando todo lo que rodeaba parecía haber ensombrecido y enmudecido? Sencillamente perderse en unos pensamientos de lo más descarriados. Mira al frente, perdida. Bastón en mano, gastado. Esperanza a la espalda, malherida.

Mil setecientos años, década arriba década abajo. Mil setecientos años para pensar qué demonios podía estar haciendo él en ese mundo que no parecía comprender su causa ni su consecuencia. Nadie escuchaba. Nadie veía. Esos estúpidos humanos perdían de vista su monótona realidad. Esos ingratos humanos se ocultaban tras sarnosas vendas que ellos mismos habían usado para cegarse, en algo que podría parecer un banal intento de solidarizarse con el pequeño vampiro con mejillas manchadas de agua salada. Sí, lloraba, y no para hacer justícia a su aniñada apariencia, sino por que se daba lástima a sí mismo. Por que odiaba su existencia. Por que se daba cuenta que cada vez su esperanza era menor. Por que esa oscuridad se adueñaba de su marmóreo corazón inerte. Por que el vacío que sentía en su interior era mayor que el vacío que la sociedad llevaba casi dos milenios haciéndole. Y de nuevo, los crujidos de las ramas.

Creck, creck, creck...

por Invitado Mar Jun 15, 2010 12:45 pm

El bosque le gustaba. Podía sentir su afinidad con prácticamente todo lo que conformaba ese lugar. La hierba, los arbustos, los árboles... Cada rama, cada hoja, cada grueso del tronco. Y la tierra que bajo todo aquello se encontraba. Incluso las criaturas que moraban esos lares. Todo pertenecía o vivía en ese elemento con el cual tenía desarrollada esa conexión natural, aquel que la convertía en algo más que una humana a ojos de los que podían ver lo invisible.

Por eso estaba allí, huyendo del aroma de cigarros caros y baratos entremezclados con fuertes perfumes de mujer y alientos ensombrecidos por el whisky y la ginebra. Escapando de una rutina en la que no podía ser quien realmente era. Quizá por eso vista de negro, sin abandonar ese toque característico de sus habituales vestuarios, como el hecho de que lleve un sobrio sari sin muchos adornos, y un velo cubriendo parte de su cabello castaño... Camuflarse en las sombras, esa es la tarea si se quiere pasar desapercibida y llegar hasta el bosque sin peligro de que nadie siga las huellas de sus pies descalzos, aquellas que en asfalto nunca quedan grabadas.

Alcanza su objetivo, uno de los claros, rodeado de árboles cuyas ramas cubren el camino antes de que la hierba se abra paso en un círculo. Y una vez allí, se deja caer sobre una piedra de tamaño suficiente como para servirle de asiento. Cierra los ojos, dejándose llevar por la armonía del bosque, el azotar del viento entre las hojas, el ulular de las aves nocturnas, el canto de los grillos... Hasta que a esos sonidos se les añade el crujir de las ramas, un crujir que solo puede ser causa de unos pasos acercándose.

Jade, de forma instantánea, se tira al suelo, tras la roca, agazapándose. Sea lo que sea aquello que se acerca, trae consigo ese peso que solo lo supuestamente inhumano puede arrastrar... Conoce esa sensación. Y hasta estar segura de quien ha ido a entrecruzar el destino con ella esta noche, prefiere permanecer oculta, al menos de forma aparente.

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