AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La inmortalidad de mis besos || Privado
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La inmortalidad de mis besos || Privado
“Mi amor, voy a salir, ¿Me das el besito de las buenas noches? - ¿Quéeee? ¿Pero si aún no anochece? -Sí, pero es que no pienso volver hasta mañana.”
— Pepo
— Pepo
Comenzaba a sentirse en el aire el aroma de las fragancias de varias mujeres y hombres que se vendían por dinero, no, mejor dicho, que vendían sus cuerpos por placer o eso trataba de pensar Tania, que no solo los clientes disfrutaban, que ellos también lo hacían, tenía un sensual vestido de color rojo, y sus labios tenían aquel mismo color carmesí; no sabía porque adoraba aquel color en sus labios, tal vez porque era casi un fetiche ver marcado a su cliente con algo tan distintivo como su labial. Su vestido se componía de un corsé bien ajustado a su cuerpo, que le daba aquella esperada cinturilla de avispa, que era estilizada por una falda que se iba con la línea de sus caderas hasta perderse en el piso con sus piernas. Todo valía, miradas de lujuria, risitas decadentes, todo para atraer a un cliente.
Casi le da un ataque de ira cuando aprecio aquella escena desde lejos, escondida entre las personas que comenzaban a llevar sus juegos al próximo nivel, aquella cortesana había rechazado la propuesta de la mujer que le pedía servicios, aunque en sus labios no había pronunciado un “No” se podía ver en sus ojos el desinterés en ella, se quedo observando un poco mas hasta que trato de llevarle a otra persona, pero esta tampoco quería servirle. Era, para ella, algo intolerable, siendo Tania la encargada del burdel, ella debía velar por el buen servicio de cada una de sus mujeres, ella no se debían dar el lujo de rechazar a alguien, era su trabajo complacer a cualquier persona que entrara al burdel.
¿Por qué parecía rechazar a un cliente potencial? Tania harta de aquello comenzó a andar entre las personas con un aire de superioridad, sus movimientos sensuales y casi felinos esquivaban a más de un atravesado que estaba por su camino, hasta que llego al lugar al que deseaba, les hecho una mirada de desaprobación a las cortesanas, estas al verla se dieron media vuelta antes de comenzar una discusión que después acabaría en un regaño a las tres; por eso era mejor no discutir, ni si quiera por cosas serias, luego vendría la reprimenda, deberían rendir cartas a quien verdaderamente importaba, cuando se enterada de tal falta.
—Mis disculpa— murmuro sonriendo dulcemente, delineando perfectamente una línea amplia, pero nada exagerada en sus labios carmesí —Algunas cortesanas no saben cuál es su verdadero trabajo— se quedo detallando por unos momentos su contextura, esta persona era diferente y eso le atraía mucho mas — Nuestro trabajo es consolar a un alma solitaria, acompañarla hasta que no se sienta tan sola— de reojo noto una mesa vacía, varias cortesanas charlando entre ellas y clientes siendo descuidados, rodarían cabeza, eso ella lo sabía, sus quejas era escuchadas o eso creía y esperaba ella — Le encontrare una mujer adecuada para usted, solamente dígame sus gustos y se la atraeré— añadió esperando respuesta, mientras sus manos se entrelazaban entre ellas, al frente, casi llegando al monte de Venus oculto por aquella tela roja.
Se podría decir que se sentía bien, es decir, ella no era de ese lugar, aunque quisiera ocultarlo muchas veces, sabía muy bien que en su sangre había restos de españoles, que invadieron sus tierras para así apoderarse de sus riquezas, lástima que se entero mucho después de haber salido de aquella hermosa tierra, en la cual parecía que podría habitar para siempre sin importar nada, era casi como el paraíso para ella, un paraíso que no podría tocar nunca más. Se sentía como Eva al ser expulsada del paraíso, era casi igual, excepto que ella no había aprendido la lección…
Última edición por Tania Fernandez el Vie Nov 27, 2015 8:08 pm, editado 2 veces
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
El misterioso caballero de cabellera dorada y rasgados ojos azules, recorría nuevamente las calles parisinas, pero esta vez no lo hacía para seguir a Dagmar. La razón por la cual estaba allí era el mero interés de despejarse, simplemente para tomar un poco de aire, para sentirse libre; quizá para divertirse, ¿por qué no? Estaba un poco cansado de persecuciones, de seguir de aquí a allá a “sus víctimas”, de tener que ser cauteloso y como los felinos tener que cuidar cada uno de sus movimientos y fundirse con las sombras en un afán de querer pasar siempre desapercibido. También estaba cansado de pensar siempre en qué nuevos planes tendría ahora su jefe, qué nuevas tareas le serían encomendadas; no dejaba de cuestionarse si serían todavía más atroces que todas las anteriores que ya había realizado, y eso le preocupaba. Nunca antes se había preguntado ese tipo de cosas. Hunter simplemente obedecía a todo lo que se le decía, nunca se tomaba el tiempo de meditarlo, nunca mostraba algún tipo de preocupación; durante años enteros se había limitado a obedecer sin mostrar el menor interés en quienes debía desaparecer de la faz del universo. Nunca.
Pero ahora todo era diferente. Ya no era el mismo.
Abandonó su cuarto de hotel, exactamente a las ocho y quince de la noche, y se encaminó hacia la zona que era más famosa en París por brindar cobijo a los comercios destinados al entretenimiento. Burdeles, cantinas, bares, toda clase de sitios de mala muerte se abrieron paso ante sus ojos que no dejaban de examinar con recelo, en busca del sitio adecuado. Finalmente, y después de casi media hora de meditar cuál sería el lugar donde pretendía pasar parte de su noche de ese miércoles, entró a un burdel de aspecto medianamente decente. La estridente música inundó sus oídos cuando cruzó la puerta y al menos cinco personas se volvieron para observar al nuevo cliente que se les unía esa noche de farra. Hunter inspeccionó el lugar, con la mirada buscó algún sitio vacío que pudiese ocupar. No tuvo mucha suerte, el sitio estaba atestado. No habían pasado ni siquiera tres minutos y Hunter ya había dado media vuelta para salir del sitio, con la plena convicción de que sencillamente no había lugar para él y tenía que buscar otro, pero entonces alguien le impidió abandonarlo. Se giró para ver de quién se trataba y se encontró cara a cara con una mujer de aspecto libertino que le sonreía coquetamente. La mujer lo tomaba del brazo, sus huesudos dedos se aferraban a él y su sonrisa de oreja a oreja dejaba entrever que le gustaba lo que estaba tocando y viendo. La mujer no dijo nada, se limitó a conducirlo hasta un sitio apartado, justo a un lado de la barra, una mesa sola que Hunter no había podido ver debido a que justo enfrente se encontraba un muro.
Durante el trayecto hasta la mesa la mujer no lo soltó en ningún momento y se esforzó en hacer aún más evidentes sus dotes de coquetería; se contoneó al caminar, sacándole total partido a sus ropas diminutas que dejaban a la vista gran parte de sus piernas. Le indicó a Hunter dónde sentarse y se alejó con una nueva sonrisa, una que significaba que amenazaba con volver al ataque y que no se libraría de ella tan fácilmente. Hunter se acomodó en la silla de madera, miró a ambos lados y se dio cuenta de que los clientes sentados en las mesas continuas a la suya estaban muy entretenidos, demasiado como para prestarle un poco de atención a un desconocido y mucho menos a un caballero habiendo tantas mujeres. Desabotonó su saco para sentirse más cómodo y esperó a ser atendido. Tenía sed, demasiada sed, añoraba un poco de licor, tal vez un whisky.
Él no estaba allí con la misma intención que todos los hombres llevaban impregnada en la mente cada vez que pensaban o pisaban un burdel, no buscaba sexo ocasional con una desconocida cuya profesión era halagar a sus clientes; él solamente deseaba un buen licor y un poco de compañía, tal vez una buena charla y estaba dispuesto a pagar por ello, pues al encontrarse en un país que no era el suyo, era difícil contar con la posibilidad de poder hacerlo.
Pero ahora todo era diferente. Ya no era el mismo.
Abandonó su cuarto de hotel, exactamente a las ocho y quince de la noche, y se encaminó hacia la zona que era más famosa en París por brindar cobijo a los comercios destinados al entretenimiento. Burdeles, cantinas, bares, toda clase de sitios de mala muerte se abrieron paso ante sus ojos que no dejaban de examinar con recelo, en busca del sitio adecuado. Finalmente, y después de casi media hora de meditar cuál sería el lugar donde pretendía pasar parte de su noche de ese miércoles, entró a un burdel de aspecto medianamente decente. La estridente música inundó sus oídos cuando cruzó la puerta y al menos cinco personas se volvieron para observar al nuevo cliente que se les unía esa noche de farra. Hunter inspeccionó el lugar, con la mirada buscó algún sitio vacío que pudiese ocupar. No tuvo mucha suerte, el sitio estaba atestado. No habían pasado ni siquiera tres minutos y Hunter ya había dado media vuelta para salir del sitio, con la plena convicción de que sencillamente no había lugar para él y tenía que buscar otro, pero entonces alguien le impidió abandonarlo. Se giró para ver de quién se trataba y se encontró cara a cara con una mujer de aspecto libertino que le sonreía coquetamente. La mujer lo tomaba del brazo, sus huesudos dedos se aferraban a él y su sonrisa de oreja a oreja dejaba entrever que le gustaba lo que estaba tocando y viendo. La mujer no dijo nada, se limitó a conducirlo hasta un sitio apartado, justo a un lado de la barra, una mesa sola que Hunter no había podido ver debido a que justo enfrente se encontraba un muro.
Durante el trayecto hasta la mesa la mujer no lo soltó en ningún momento y se esforzó en hacer aún más evidentes sus dotes de coquetería; se contoneó al caminar, sacándole total partido a sus ropas diminutas que dejaban a la vista gran parte de sus piernas. Le indicó a Hunter dónde sentarse y se alejó con una nueva sonrisa, una que significaba que amenazaba con volver al ataque y que no se libraría de ella tan fácilmente. Hunter se acomodó en la silla de madera, miró a ambos lados y se dio cuenta de que los clientes sentados en las mesas continuas a la suya estaban muy entretenidos, demasiado como para prestarle un poco de atención a un desconocido y mucho menos a un caballero habiendo tantas mujeres. Desabotonó su saco para sentirse más cómodo y esperó a ser atendido. Tenía sed, demasiada sed, añoraba un poco de licor, tal vez un whisky.
Él no estaba allí con la misma intención que todos los hombres llevaban impregnada en la mente cada vez que pensaban o pisaban un burdel, no buscaba sexo ocasional con una desconocida cuya profesión era halagar a sus clientes; él solamente deseaba un buen licor y un poco de compañía, tal vez una buena charla y estaba dispuesto a pagar por ello, pues al encontrarse en un país que no era el suyo, era difícil contar con la posibilidad de poder hacerlo.
Última edición por Hunter Vaughan el Sáb Ago 08, 2015 2:02 pm, editado 1 vez
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
“El genio se compone del dos por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación.”
— Ludwig Van Beethoven
— Ludwig Van Beethoven
Ella hacia lo que tenía que hacer, atender a los hombres, sin importar lo que buscaban. Era un burdel no muy reconocido, pero Tania tenía la esperanza, de que algún día fuera uno de los mejores y más famosos de todos, era un sueño algo fantasioso y ambicioso, pero al ser este mundo el único que conocía, su única opción era sobresalir en el de alguna forma. Para este punto, ya comenzaba a ser vieja, las mujeres de mucha edad, las madame, las echaban a la calle con facilidad, lo que los hombres querían eran mujeres jóvenes, ya para las maduras, significaba mantener una tarifa poco menor a las más jóvenes, pero por suerte para Tania, su cuerpo aun era codiciado, su rostro, parecía detenido en el tiempo, gracias a las diferentes cremas y demás trucos de belleza que utilizaba para su conveniencia.
Era una noche agitada, no podía estar mucho tiempo detenida en un lugar, al cliente le había dado una buena damita para que disfrutara la noche, aunque el quiso que la latina se quedara con él esa noche, proponiéndole el doble de lo que normalmente le pagaban, ella simplemente lo rechazo, con una sonrisa y beso en sus labios, que sería lo único que tendría. — Marie-Claire — sus pasos se detuvieron en una de las mesas, en donde estaba una joven cortesana, cortejando a un cliente, que no había visto, en ocasiones podrían venir personas extrañas, pero era muy común ver a las mismas siempre, así que era algo raro, pero no extremadamente. Se inclino hacia ellos, con aire coqueto, aunque no estuviera buscando eso.
Marie-Claire se sintió amenazada, como fiera pareció aferrarse al caballero de cabellera dorada y ojos azules, Tania solamente ladeo su cabeza, mirándole de forma déspota, algo halagada por su preocupación de que esta pudiera robarle el buen prospecto que tenía entre sus garras — Solamente me preguntaba, si a nuestro invitado le han ofrecido algo de tomar — desvió su mirada, centrándose en la mirada azul del caballero desconocido — Normalmente conozco a los que han pisado el burdel, usted parece que no lo ha pisado nunca o tal vez sí, pero muy esporádicamente — erguió su espalda para alzar la mano y hacerle una señal al cantinero para que preparada una bebida — ¿Qué le gustaría tomar? — pregunto, esperando su respuesta, para avisarle al barman que preparar la bebida a gusto del hombre.
La cortesana la veía como un peligro, se sentía tensa, tratando de mantener la atención fija en ella, Tania solamente se dedicaba a mirarla, para voltear los ojos con cierta decepción, aunque ella también era cortesana, no iba por allí dando lastima, suplicando por un poco de atención de los clientes, eso le repugnaba completamente, sentir que estaban lamiendo las botas de otra persona, para que le dieran apenas migajas, que no llenarían a nadie, obligándolas a buscar una y otra vez, en todos los lugares posibles. Al final y al cabo, lo que parecía moverlas era eso, la atención y el dinero que recibían de adular a los que tenían los bolsillos llenos o aparentaban tenerlos.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
—Un whisky estará bien para empezar —respondió Hunter al momento.
Observó a la mujer que permanecía frente a su mesa y que tan amablemente se había interesado en saciar su sed. Ella tenía una expresión curiosa en el rostro; miraba provocadora y retadoramente, como si invitara a acercársele y al mismo tiempo advirtiera que, de hacerlo, sería bajo tu propio riesgo. Era una mujer sensual con un extraño acento, eso y sus claras facciones latinas sumaban a su ya deseable apariencia un toque exótico que debía volver locos a los hombres. Su cuerpo era curvilíneo y bien proporcionado, tonificado y delgado, como la mayoría de las cortesanas que se esforzaban por lucir apetitosas y deseables, ya que, después de todo, su oficio era incitar a la lujuria, pero mucho más maduro que la muchacha que Hunter tenía a su lado cuyo nombre al parecer era Marie-Claire. Al joven Vaughan le parecía mucho más atractivo tener una compañera como ella esa noche. Marie-Claire no tenía nada de malo, también tenía lo suyo, pero era demasiado joven y medio sosa, sin gracia y sin tema de conversación; quería llevarse a la cama a Hunter cuanto antes, sin preámbulo alguno, sin el juego previo de la seducción, porque tenía la plena convicción de que, la única razón por la cual los hombres entraban a un burdel, era para tener sexo. Eso dejaba a la vista la poca experiencia de Marie-Claire en el oficio, pues las prostitutas que ya tenían años trabajando en los burdeles sabían que muchos de los hombres acudían allí para otras cosas, como lo era desahogarse con una buena charla —que casi siempre terminaba en sexo—, misma que utilizaban para quejarse de sus esposas, de sus otras amantes o de sus horribles vidas en general.
Hunter no estaba allí para quejarse de nada, simplemente deseaba un poco de compañía y la de una mujer le parecía bien, porque siempre las había considerado interesantes y desafiantes, mucho más directas. No era que los caballeros no fueran buena compañía, Hunter tenía grandes amigos, pero no eran como las mujeres: cuando les hablaba de sus cosas se limitaban a asentir, a responder con monosílabos, jamás intentaban indagar cuestionando a Hunter sobre el tema en cuestión, o haciendo suposiciones que al final de la charla lo hacían reflexionar y ver las cosas mucho más claras que al inicio. Eso era lo que él necesitaba. Ese era el encanto natural de las mujeres. A ellas les encantaba enterarse de todo, incluso de los detalles más pequeños, y, aunque un burdel no era el sitio precisamente diseñado para buscar una charla, las cortesanas estaban acostumbradas a ese tipo de situaciones. Aunque sus clientes fueran unos completos extraños cuya vida no les interesaba en lo más mínimo, estaban dispuestas a escuchar hablar a un hombre toda la noche por una buena paga y, en ocasiones, una excelente propina extra.
¿De qué hablaría Hunter con la mujer latina si le invitaba a hacerle compañía esa noche? Eso no importaba, porque estaba seguro de que ella sería una buena conversadora, una mujer inteligente e ingeniosa; su rostro, la forma en que observaba, la delataban.
—¿Por qué no se sienta conmigo? —sugirió finalmente a la morena. Marie-Claire lo miró con sorpresa, con una expresión de desilusión. Antes de alejarse de la mesa, dedicó una mirada envenenada y envidiosa a Fernanda.
—Tiene razón, no suelo frecuentar los burdeles, pero, si acepta la invitación que le hago, hará de esta una gran y satisfactoria experiencia. Quién sabe, quizá quiera regresar —esbozó una cálida sonrisa, al mismo tiempo que aceptaba la copa que le acababan de llevar.
Observó a la mujer que permanecía frente a su mesa y que tan amablemente se había interesado en saciar su sed. Ella tenía una expresión curiosa en el rostro; miraba provocadora y retadoramente, como si invitara a acercársele y al mismo tiempo advirtiera que, de hacerlo, sería bajo tu propio riesgo. Era una mujer sensual con un extraño acento, eso y sus claras facciones latinas sumaban a su ya deseable apariencia un toque exótico que debía volver locos a los hombres. Su cuerpo era curvilíneo y bien proporcionado, tonificado y delgado, como la mayoría de las cortesanas que se esforzaban por lucir apetitosas y deseables, ya que, después de todo, su oficio era incitar a la lujuria, pero mucho más maduro que la muchacha que Hunter tenía a su lado cuyo nombre al parecer era Marie-Claire. Al joven Vaughan le parecía mucho más atractivo tener una compañera como ella esa noche. Marie-Claire no tenía nada de malo, también tenía lo suyo, pero era demasiado joven y medio sosa, sin gracia y sin tema de conversación; quería llevarse a la cama a Hunter cuanto antes, sin preámbulo alguno, sin el juego previo de la seducción, porque tenía la plena convicción de que, la única razón por la cual los hombres entraban a un burdel, era para tener sexo. Eso dejaba a la vista la poca experiencia de Marie-Claire en el oficio, pues las prostitutas que ya tenían años trabajando en los burdeles sabían que muchos de los hombres acudían allí para otras cosas, como lo era desahogarse con una buena charla —que casi siempre terminaba en sexo—, misma que utilizaban para quejarse de sus esposas, de sus otras amantes o de sus horribles vidas en general.
Hunter no estaba allí para quejarse de nada, simplemente deseaba un poco de compañía y la de una mujer le parecía bien, porque siempre las había considerado interesantes y desafiantes, mucho más directas. No era que los caballeros no fueran buena compañía, Hunter tenía grandes amigos, pero no eran como las mujeres: cuando les hablaba de sus cosas se limitaban a asentir, a responder con monosílabos, jamás intentaban indagar cuestionando a Hunter sobre el tema en cuestión, o haciendo suposiciones que al final de la charla lo hacían reflexionar y ver las cosas mucho más claras que al inicio. Eso era lo que él necesitaba. Ese era el encanto natural de las mujeres. A ellas les encantaba enterarse de todo, incluso de los detalles más pequeños, y, aunque un burdel no era el sitio precisamente diseñado para buscar una charla, las cortesanas estaban acostumbradas a ese tipo de situaciones. Aunque sus clientes fueran unos completos extraños cuya vida no les interesaba en lo más mínimo, estaban dispuestas a escuchar hablar a un hombre toda la noche por una buena paga y, en ocasiones, una excelente propina extra.
¿De qué hablaría Hunter con la mujer latina si le invitaba a hacerle compañía esa noche? Eso no importaba, porque estaba seguro de que ella sería una buena conversadora, una mujer inteligente e ingeniosa; su rostro, la forma en que observaba, la delataban.
—¿Por qué no se sienta conmigo? —sugirió finalmente a la morena. Marie-Claire lo miró con sorpresa, con una expresión de desilusión. Antes de alejarse de la mesa, dedicó una mirada envenenada y envidiosa a Fernanda.
—Tiene razón, no suelo frecuentar los burdeles, pero, si acepta la invitación que le hago, hará de esta una gran y satisfactoria experiencia. Quién sabe, quizá quiera regresar —esbozó una cálida sonrisa, al mismo tiempo que aceptaba la copa que le acababan de llevar.
Última edición por Hunter Vaughan el Sáb Ago 08, 2015 2:02 pm, editado 1 vez
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
El cliente siempre tendría el privilegio de ordenar, en este mundo el tenia la voz, las mujeres debían aceptar sus deseos, por esa razón había dejado que Tania tomara su lugar, no podía hacer nada si el cliente la rechazaba y solicitaba a alguien con más experiencia. La latina sabia que ella misma sacaría su lengua venenosa luego de que el hombre se fuera, sacando hasta su madre a pasear, pero no le importaba, en sus labios se había formado una leve sonrisa de victoria, solamente por el hecho de tener a un hombre interesado en ella. Su ego, siempre grande, parecía agrandarse más con cada actitud de un caballero hacia ella, se sentía importante, aunque ella supiera que nunca iban a pasar más allá de una simple relación cliente-servidora.
Ya no era de aquellas jovencitas que buscaban ser putas y luego encontrar el amor de su vida, que este perdonaría y daría una vista gorda al hecho de que fuera una cualquiera. Aquellos hombres siempre estaban ciegos, pensaban que era amor, pero la verdad solamente era una simple obsesión de la carne. Las estúpidas caían en sus palabras dulces, porque estaban desesperadas en salir de aquel mundo, no las culpaba, no era nadie para hacerlo, pero siempre había sido inteligente, muchos propusieron sacarla de esta vida, algunos le ofrecían una vida modesta, otros le prometían algo más ostentoso, pero ninguno llego verdaderamente a su corazón.
Finalmente se sentó junto con el hombre, el burdel podría andar solo, ella también tenía que trabajar, tenía una cuota que mantener — muchos proponen los mismo, dígame Monsieur ¿Qué lo hace diferente a los demás? — ladeo su cabeza curiosa. Su rostro se dirigió a los ojos del cantinero, sonrió levemente, mientras con una leve seña indicaba que deseaba lo mismo de siempre, un licor especial para las cortesanas, era más bien un coctel con poco alcohol, para que pudieran beber, hacer que el hombre pagara su bebida, pero siempre manteniéndose en los cuatro sentidos — ¿Me invitara algo de beber o solamente usted lo hará? — cruce mis piernas, el cantinero ya tenía el trago listo, solamente faltaba que el caballero diera la orden, era mejor darles el control o al menos aparentar que lo tenían.
— Es usted un hombre sumamente atractivo, debo decirle, por lo cual me extraña que este en un lugar como este, aunque siempre hay una primera vez para todo ¿No cree? — Sonrió suavemente— Tener nuevas experiencias es importante, siempre seremos primerizos en todos, hasta que damos el primer paso; en el amor, sexo, hasta en aprender a leer. — rio suavemente, mientras veía que el cantinero traía la bebida de siempre, con una sonrisa le dio las gracias, estiro su mano para sujetar la copa y tomar un sorbo de lo que se trataba más un jugo de frutas que otra cosa.
Ya no era de aquellas jovencitas que buscaban ser putas y luego encontrar el amor de su vida, que este perdonaría y daría una vista gorda al hecho de que fuera una cualquiera. Aquellos hombres siempre estaban ciegos, pensaban que era amor, pero la verdad solamente era una simple obsesión de la carne. Las estúpidas caían en sus palabras dulces, porque estaban desesperadas en salir de aquel mundo, no las culpaba, no era nadie para hacerlo, pero siempre había sido inteligente, muchos propusieron sacarla de esta vida, algunos le ofrecían una vida modesta, otros le prometían algo más ostentoso, pero ninguno llego verdaderamente a su corazón.
Finalmente se sentó junto con el hombre, el burdel podría andar solo, ella también tenía que trabajar, tenía una cuota que mantener — muchos proponen los mismo, dígame Monsieur ¿Qué lo hace diferente a los demás? — ladeo su cabeza curiosa. Su rostro se dirigió a los ojos del cantinero, sonrió levemente, mientras con una leve seña indicaba que deseaba lo mismo de siempre, un licor especial para las cortesanas, era más bien un coctel con poco alcohol, para que pudieran beber, hacer que el hombre pagara su bebida, pero siempre manteniéndose en los cuatro sentidos — ¿Me invitara algo de beber o solamente usted lo hará? — cruce mis piernas, el cantinero ya tenía el trago listo, solamente faltaba que el caballero diera la orden, era mejor darles el control o al menos aparentar que lo tenían.
— Es usted un hombre sumamente atractivo, debo decirle, por lo cual me extraña que este en un lugar como este, aunque siempre hay una primera vez para todo ¿No cree? — Sonrió suavemente— Tener nuevas experiencias es importante, siempre seremos primerizos en todos, hasta que damos el primer paso; en el amor, sexo, hasta en aprender a leer. — rio suavemente, mientras veía que el cantinero traía la bebida de siempre, con una sonrisa le dio las gracias, estiro su mano para sujetar la copa y tomar un sorbo de lo que se trataba más un jugo de frutas que otra cosa.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
—¿Quiere decir que solo los hombres poco agraciados tienen derecho a frecuentar estos sitios? —preguntó divertido. Le pareció buena idea romper el hielo con una broma, aunque romper el hielo debía ser la última cosa por la que se preocupaba una prostituta, eran expertas en ello, y solían utilizar métodos mucho más… directos.
—¿Diferente? Diferente —el rubio reflexionó—. No creo ser tan distinto a todos los aquí presentes. Lo que me diferencia, quizá, es que no he sido endiabladamente poseído por la lujuria y no ha sido ésta la que me ha arrastrado hasta este lugar. No estoy aquí para pagar por sexo, sólo me interesa un poco de compañía, y la he elegido a usted para brindármela. ¿Eso la desilusiona? Yo sinceramente espero que no, pues le aseguro que le pagaré tan bien como el resto de sus clientes —del interior de su fina chaqueta sacó una billetera de piel oscura y de ella un par de monedas de gran valor, las cuales alzó para que la cortesana pudiera observarlas—. Estoy consciente de que su tiempo es valioso, por lo que no busco hacerla desperdiciarlo —colocó ambas monedas sobre la mesa de madera y con sus dedos las deslizó hasta dejarlas justo frente a Fernanda—. Adelante, tómelas, son suyas. Véalo como… un adelanto, sólo eso.
—Supongo que su sorpresa se debe a que, seguramente, han sido pocas las veces que le han invitado a sentarse a una mesa con la única intención de charlar, sobre todo porque estoy consciente de que no es el lugar más indicado para hacerlo, por el ruido y todas estas personas revoloteando a nuestro alrededor —mientras hablaba, hizo una seña al cantinero y sin emitir palabra ordenó que sirvieran otro trago con el que él estaba bebiendo. Se lo ofreció a Fernanda, tal y como había hecho con las monedas.
—¿Es extraña mi petición? Espero que al menos no lo suficiente como para rechazarla —sonrió y alzó su copa para beber.
—¿Diferente? Diferente —el rubio reflexionó—. No creo ser tan distinto a todos los aquí presentes. Lo que me diferencia, quizá, es que no he sido endiabladamente poseído por la lujuria y no ha sido ésta la que me ha arrastrado hasta este lugar. No estoy aquí para pagar por sexo, sólo me interesa un poco de compañía, y la he elegido a usted para brindármela. ¿Eso la desilusiona? Yo sinceramente espero que no, pues le aseguro que le pagaré tan bien como el resto de sus clientes —del interior de su fina chaqueta sacó una billetera de piel oscura y de ella un par de monedas de gran valor, las cuales alzó para que la cortesana pudiera observarlas—. Estoy consciente de que su tiempo es valioso, por lo que no busco hacerla desperdiciarlo —colocó ambas monedas sobre la mesa de madera y con sus dedos las deslizó hasta dejarlas justo frente a Fernanda—. Adelante, tómelas, son suyas. Véalo como… un adelanto, sólo eso.
—Supongo que su sorpresa se debe a que, seguramente, han sido pocas las veces que le han invitado a sentarse a una mesa con la única intención de charlar, sobre todo porque estoy consciente de que no es el lugar más indicado para hacerlo, por el ruido y todas estas personas revoloteando a nuestro alrededor —mientras hablaba, hizo una seña al cantinero y sin emitir palabra ordenó que sirvieran otro trago con el que él estaba bebiendo. Se lo ofreció a Fernanda, tal y como había hecho con las monedas.
—¿Es extraña mi petición? Espero que al menos no lo suficiente como para rechazarla —sonrió y alzó su copa para beber.
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Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
Tania destacaba fácilmente entre las mujeres que comúnmente llegaban a ofrecer tal servicio. No era francesa, no tenía ni una pizca de esos rasgos europeos, venia del nuevo mundo; como muchos osaban describirlo. Era nativa de aquellas tierras descubiertas hace pocos siglos atrás, descendientes de los hijos que allí encontraron y esclavizaron. Aunque podría ser una pequeña arma, para hacerla más llamativa, ya no le daba mucha emoción revelar de donde era su procedencia. Sus días en aquella tierra diferente a la que estaba pisando, se habían ido desvaneciendo de su memoria, como si estuviera sufriendo de alguna enfermedad que la obligaba a olvidar parte de su pasado. Pero no era alguna extraña patología que estuviera sufriendo, era ella misma que se encerraba en una burbuja que parecía volverse de una material impenetrable.
— ¿Por qué debería desilusionarme que no me lleve a la cama? — cuestiono la latina mostrando una amplia sonrisa. En sus ojos se mostraba una persona comprensiva, encantadora — usted igual me pagara. He estado mucho tiempo en este oficio, tanto que lo único que queda es disfrutar lo que llegue por esa puerta — encontró divertido como depositaba dos monedas en la mesa, muy cerca de la cortesana, quien deslizo su mano para atraparla y atraerla hacia ella. Termino guardándola en un pequeño bolsillo que tenia entre su falda.
— Nosotras solamente somos compañía para las almas solitarias de los hombres, Monsieur, como quiera pasar el tiempo que vendemos, no nos concierna en realidad, somos simple servidoras de vuestro capricho — todo era un juego, en el cual primero se debía tener las reglas claras antes de seguir mas allá. — pero no crea que por ser una señorita de dudosa reputación no pueda tener una amena conversación conmigo Monsieur — añadió. Su cuerpo se acomodo, distribuyendo el peso de este hacia otro lugar, mientras el lugar parecía volverse cada vez más pesado. La gente iba y venía, reía, sin importarle quien tenía a su lado. Para ella era un caos que traía tranquilidad, la relajaba pensar que podría sentirse poderosa, pues podía aceptar y rechazar a su antojo. En este caso aceptaba al hombre que tenía como compañero, aunque no sabía sus verdaderos motivos de tal atrevimiento poco usual.
— ¿Por qué debería desilusionarme que no me lleve a la cama? — cuestiono la latina mostrando una amplia sonrisa. En sus ojos se mostraba una persona comprensiva, encantadora — usted igual me pagara. He estado mucho tiempo en este oficio, tanto que lo único que queda es disfrutar lo que llegue por esa puerta — encontró divertido como depositaba dos monedas en la mesa, muy cerca de la cortesana, quien deslizo su mano para atraparla y atraerla hacia ella. Termino guardándola en un pequeño bolsillo que tenia entre su falda.
— Nosotras solamente somos compañía para las almas solitarias de los hombres, Monsieur, como quiera pasar el tiempo que vendemos, no nos concierna en realidad, somos simple servidoras de vuestro capricho — todo era un juego, en el cual primero se debía tener las reglas claras antes de seguir mas allá. — pero no crea que por ser una señorita de dudosa reputación no pueda tener una amena conversación conmigo Monsieur — añadió. Su cuerpo se acomodo, distribuyendo el peso de este hacia otro lugar, mientras el lugar parecía volverse cada vez más pesado. La gente iba y venía, reía, sin importarle quien tenía a su lado. Para ella era un caos que traía tranquilidad, la relajaba pensar que podría sentirse poderosa, pues podía aceptar y rechazar a su antojo. En este caso aceptaba al hombre que tenía como compañero, aunque no sabía sus verdaderos motivos de tal atrevimiento poco usual.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
—De ninguna manera, se lo aseguro —negó al instante dándole la razón—. Si yo tuviera esos pensamientos tan osados por las muchachas con su oficio, este burdel habría sido mi última opción en la larga lista de lugares a los que pude acudir hoy. Pero estoy aquí —finalizó la oración con una amplia y sincera sonrisa.
Continuó bebiendo, una copa tras otra y con tan solo unos breves instantes como intervalo entre cada una de ellas. A medida que avanzaba la noche, empezó a sentirse más relajado, desinhibido, algo impulsivo y quizá hasta un tanto eufórico. Lentamente, comenzó a perder la compostura. En ocasiones desviaba la mirada y clavaba sus ojos claros en la muchedumbre que abarrotaba el lugar, como si estuviera buscando un rostro conocido, como si esperara la llegada de alguna impuntual persona a la que se le hubiera hecho más tarde de la cuenta, pero su bella acompañante, que con cada segundo se volvía mucho más fascinante ante sus ojos, siempre terminaba por acaparar su atención.
—¿Es así se encantadora y complaciente con todos sus clientes? —Preguntó alzando la voz para que ésta alcanzara a llegar a su receptora por encima del ruido de las conversaciones y de la música—. Quiero suponer que es así. Usted debe ser una de las mujeres más solicitadas en este lugar, me atrevo a afirmarlo, porque he notado cierta rivalidad con algunas de sus compañeras. Pero, dígame —se arrastró sobre el asiento para acercársele más, solo un poco más—, si nos trata exactamente igual a todos, ¿cómo hace para hacer sentir a cada uno de nosotros como si fuésemos alguien especial, único? —Ese no debía ser un cuestionamiento común en el día a día de la cortesana, probablemente era la pregunta más inesperada y extraña que le hubieran hecho, pero dado el porcentaje de alcohol que Hunter ya albergaba en su cuerpo, esa noche todo podía esperarse de él, que además no acostumbraba a beber a tal punto de embriagarse. No obstante, ese día tenía razones de peso para hacerlo, las cuales irían saliendo en el transcurso de la noche, al compás de la bebida—. ¿Compartirá sus secretos con este extraño? Cuénteme…, eh… —hizo una pausa dándose cuenta de que todavía no sabía su nombre—, ¿cómo debo llamarla? ¿Fernanda? La llamaron de ese modo. ¿Es su nombre real o tan solo como prefieren que la llamen? —cuestionó, tan insistente que comenzaba a ponerse relativamente tozudo, impertinente, entrometido.
—¡Pero beba, beba conmigo! —Exclamó al percatarse de que la copa de Fernanda llevaba un buen rato abandonada sobre la mesa—. Realmente odio beber solo —le sirvió el sobrante de la botella de whisky que había ordenado hacía apenas una hora antes y, decidido a no desperdiciar el tiempo, alzó la mano para ordenar otra igual—. Nos terminaremos esta botella, y después, otra más —advirtió cuando la camarera colocó el envase de cristal sobre la mesa—. ¿Le permiten beber mientras trabaja? —Preguntó mientras la descorchaba—. No importa. Usted no debe preocuparse o limitarse: yo le pagaré. Esta noche ganará conmigo lo que normalmente le pagarían una docena de hombres. Tengo mucho dinero, ¿sabe? —le anunció con júbilo, sin bajar la voz porque a esas alturas ya tenía tanto alcohol en el cuerpo que poco le importaba que pudieran escucharlo, es más, ¡que lo escucharan! No obstante, la emoción en su voz se fue deteriorando conforme recordaba de dónde provenía su fortuna, que se lo habían pagado por la cabeza de los que había asesinado—. Es dinero sucio, dinero ensangrentado que ya no tengo idea en qué gastar —musitó ya con la voz más apagada—, y quiero deshacerme de él, necesito hacerlo porque ya no lo quiero. Lo he traído conmigo y voy a dárselo —como si se tratara de un loco desesperado, comenzó a hurgarse y de los bolsillos ocultos de sus finas ropas sacó un par de bolsitas que contenían muchas monedas muy valiosas—. Es suyo, Fernanda, todo suyo. Tómelo. —Las sacó y espació sobre la mesa, y se las ofreció como si se tratara de dulces, sin ser capaz de ocultar el atisbo de desesperación que contenía su voz.
Las personas a su alrededor se giraron para contemplar, con los ojos muy abiertos, aquella fortuna. Él era un hombre muy rico, atormentado y muy alcoholizado, definitivamente una presa fácil para cualquier amante de lo ajeno que decidiera atracarlo una vez que saliera de ese lugar. Pero a él poco le interesaba. Muy lejos había quedado el Hunter maduro, consciente y precavido.
Continuó bebiendo, una copa tras otra y con tan solo unos breves instantes como intervalo entre cada una de ellas. A medida que avanzaba la noche, empezó a sentirse más relajado, desinhibido, algo impulsivo y quizá hasta un tanto eufórico. Lentamente, comenzó a perder la compostura. En ocasiones desviaba la mirada y clavaba sus ojos claros en la muchedumbre que abarrotaba el lugar, como si estuviera buscando un rostro conocido, como si esperara la llegada de alguna impuntual persona a la que se le hubiera hecho más tarde de la cuenta, pero su bella acompañante, que con cada segundo se volvía mucho más fascinante ante sus ojos, siempre terminaba por acaparar su atención.
—¿Es así se encantadora y complaciente con todos sus clientes? —Preguntó alzando la voz para que ésta alcanzara a llegar a su receptora por encima del ruido de las conversaciones y de la música—. Quiero suponer que es así. Usted debe ser una de las mujeres más solicitadas en este lugar, me atrevo a afirmarlo, porque he notado cierta rivalidad con algunas de sus compañeras. Pero, dígame —se arrastró sobre el asiento para acercársele más, solo un poco más—, si nos trata exactamente igual a todos, ¿cómo hace para hacer sentir a cada uno de nosotros como si fuésemos alguien especial, único? —Ese no debía ser un cuestionamiento común en el día a día de la cortesana, probablemente era la pregunta más inesperada y extraña que le hubieran hecho, pero dado el porcentaje de alcohol que Hunter ya albergaba en su cuerpo, esa noche todo podía esperarse de él, que además no acostumbraba a beber a tal punto de embriagarse. No obstante, ese día tenía razones de peso para hacerlo, las cuales irían saliendo en el transcurso de la noche, al compás de la bebida—. ¿Compartirá sus secretos con este extraño? Cuénteme…, eh… —hizo una pausa dándose cuenta de que todavía no sabía su nombre—, ¿cómo debo llamarla? ¿Fernanda? La llamaron de ese modo. ¿Es su nombre real o tan solo como prefieren que la llamen? —cuestionó, tan insistente que comenzaba a ponerse relativamente tozudo, impertinente, entrometido.
—¡Pero beba, beba conmigo! —Exclamó al percatarse de que la copa de Fernanda llevaba un buen rato abandonada sobre la mesa—. Realmente odio beber solo —le sirvió el sobrante de la botella de whisky que había ordenado hacía apenas una hora antes y, decidido a no desperdiciar el tiempo, alzó la mano para ordenar otra igual—. Nos terminaremos esta botella, y después, otra más —advirtió cuando la camarera colocó el envase de cristal sobre la mesa—. ¿Le permiten beber mientras trabaja? —Preguntó mientras la descorchaba—. No importa. Usted no debe preocuparse o limitarse: yo le pagaré. Esta noche ganará conmigo lo que normalmente le pagarían una docena de hombres. Tengo mucho dinero, ¿sabe? —le anunció con júbilo, sin bajar la voz porque a esas alturas ya tenía tanto alcohol en el cuerpo que poco le importaba que pudieran escucharlo, es más, ¡que lo escucharan! No obstante, la emoción en su voz se fue deteriorando conforme recordaba de dónde provenía su fortuna, que se lo habían pagado por la cabeza de los que había asesinado—. Es dinero sucio, dinero ensangrentado que ya no tengo idea en qué gastar —musitó ya con la voz más apagada—, y quiero deshacerme de él, necesito hacerlo porque ya no lo quiero. Lo he traído conmigo y voy a dárselo —como si se tratara de un loco desesperado, comenzó a hurgarse y de los bolsillos ocultos de sus finas ropas sacó un par de bolsitas que contenían muchas monedas muy valiosas—. Es suyo, Fernanda, todo suyo. Tómelo. —Las sacó y espació sobre la mesa, y se las ofreció como si se tratara de dulces, sin ser capaz de ocultar el atisbo de desesperación que contenía su voz.
Las personas a su alrededor se giraron para contemplar, con los ojos muy abiertos, aquella fortuna. Él era un hombre muy rico, atormentado y muy alcoholizado, definitivamente una presa fácil para cualquier amante de lo ajeno que decidiera atracarlo una vez que saliera de ese lugar. Pero a él poco le interesaba. Muy lejos había quedado el Hunter maduro, consciente y precavido.
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
“ El dinero es un poderoso afrodisíaco. Pero las flores logran casi el mismo resultado”
— Robert Heinlein
— Robert Heinlein
Era un hombre que posiblemente muy pocas veces se atrevía a beber y deseaba olvidarse del mundo por al menos unas horas. ¿Por qué pensaba eso la cortesana? Ya el joven comenzaba a notarse singularmente animado y conversador, todo aquello debía agradecérselo a la bebida. El licor era como un elixir para muchos, daba fuerzas y animo en donde ya todo posiblemente estaba muerto y en aquel hombre provocaba un efecto común y corriente, el cual había visto muchas veces y podría decirse que era su reacción favorita. Muchos hombres terminaban siendo fastidiosos, borrachos que terminaban siendo más que simples cerdos al final de la jornada. Aunque su estado de ebriedad podría ser alto, aquel joven parecía tener algo que muchos no tenían en ese lugar; educación.
Tania sonreía, porque simplemente le provocaba sonreír. No era aquella línea curva dibujada, que muchas veces debía crear gracias a la hipocresía de su trabajo, era una pequeña sonrisa, cálida y sincera, exclusiva para él. Aquel hombre; el cual parecía no alcanzar aun los treinta. La divertía mucho con sus palabras, sus reacciones y acoso que se trasformaba en vulgar gracias a la época. Una jovencita de status social decente con tal hombre a su lado, podría ya haber estado incomodada. Qué bueno que el lugar de las prostitutas estaban demasiado bajo, como para saber qué significado tenia la decencia.
—Es algo difícil, pero no imposible — explico, mientras acercaba más su rostro hacia la mesa. Su codo se apoyo en esta, mientras su mano sostenía el mentón de su rostro. Lo importante de su trabajo era mantener a cada uno de sus clientes contentos, porque si volvían por ella, sabía que sería mejor para ella. Tania tenia la habilidad de reconocer las necesidades de cada quien, podría decirse que era una especie psicólogo. La cual terminaba por tratar los problemas de sus clientes; de alguna manera u otra. — Puede llamarme como usted más le guste, mi señor — ella lo manejaba con paciencia. El alcohol hacia ya efecto en su cuerpo, solo quedaba disfrutar la escena que el mismo había querido formar.
No acostumbraba beber en horas de trabajo, era necesario estar sobria para que no te robaran mientras estabas en la cama. Pero siempre se podrían romper sus propias reglas de vez en cuando, así que asintió y tomo el vaso recién servido y tomo un trago de aquel amargo licor. El ya había pedido otra botella, sin que le diera la oportunidad de al menos terminar con lo que tenía en el vaso. — Si estas muy ebria te podrían estafar, solamente bebemos lo necesario — explico como si estuviera dándole una clase a un principiante de la vida. Pero ella estaba segura que no era ningún novato
O eso quería pensar…
Estuvo a punto de botar el poco de bebida que tenía en su boca al escucharlo. ¿Qué le pasaba a aquel hombre? Parecía que la bebida le había afectado más de lo que ella había pensado. Negó suavemente, mientras miraba hacia los lados de reojo. Muchas miradas pesadas se habían clavado en la pareja. — es usted un vil mentiroso Monsieur Aldridge — rio a todo lo que pudo darle su pulmón. Su cuerpo se movió hacia él y su mano toco el hombro del caballero — te gusta escandalizar a todos ¿Cierto? Ser el centro de atención es tu sucia adicción — bufo suavemente volviéndose a arregostar en su asiento con los hombros caídos. Tal acción de la cortesana pareció aplacar el interés de aquella misteriosa bolsa, el cual supuestamente estaba lleno de dinero. Terminaron creyendo en la suposición que sus mentes de que era un simple fanfarrón hablador y estafador. — ¿Quieres que beba? — pregunto. Estiro su mano para sujetar el vaso medio vacío — llévame entonces a otro lugar y contadme de tus historias; apuesto que tienes muchas — alzo su vaso en símbolo de brindar, para luego volver a tomar un gran trago.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
¿Historias para contar? Sí, él tenía demasiadas, pero ninguna que pudiera o quisiera contarle a la prostituta, y sobretodo, ninguna que ella quisiera escuchar. Estaba seguro de que, gracias a su profesión, ella había escuchado de todo, pero ¿habría conocido a un hombre tan atormentado como él, a un asesino? ¿Cómo decirle que había arrebatado decenas de vidas, hombres y mujeres, y ahora se encontraba profundamente arrepentido? ¿Ella le creería? ¿Le temería? ¿Querría denunciarlo ante las autoridades competentes? Tal vez si ella hiciera eso, él no pondría resistencia. Quizá allí era donde debía estar, tras las rejas, pudriéndose en alguna cárcel.
De todos modos, ella tenía razón, ese no era el sitio para hablar sobre eso. Necesitaba algo de privacidad. Como pudo extendió ambas manos sobre la mesa y comenzó a recoger torpemente el dinero que había colocado sobre ella, y a guardarlo entre sus ropas, hasta que sus bolsillos estuvieron repletos. Algunas monedas se le escaparon, pero él no le dio el mínimo de importancia. Una ola de carcajadas estridentes llegó a él desde atrás, proferida por un grupo de clientes borrachos, mucho más de lo que estaba él. Hunter ladeó su rostro para observarlos con la mirada nublada. El olor a cerveza barata y rancia, derramada en la mesa contigua y por todo el piso, llegó a su nariz, provocándole un poco de asco.
«Debería irme ahora mismo», pensó en ese instante. Pero, ¿a dónde y con quién? No le apetecía volver a casa y encontrarse solo, y tampoco podía acudir a Dagmar, porque tal cosa significaría tener que contarle toda la verdad, momento para el cual no se sentía todavía preparado. Además, no podía buscarla en ese estado. Su aturdida mente llegó a la conclusión de que lo mejor era quedarse, esperar a recobrar los sentidos; le pagaría a la mujer para hacerle compañía, tenía suficiente dinero con él como para que ella se quedara una semana entera a su lado, aunque solo requería una noche, unas cuantas horas.
Dio un sorbo rápido a su bebida e irguió la espalda intentando recuperar su habitual postura. Se levantó de la silla y, tras tambalearse un poco, logró salir de la mesa. Se acercó a la prostituta, le rodeó el cuello con ambas manos, y le susurró al oído, como si se conocieran de toda la vida.
—Lléveme con usted… por favor —casi se lo imploró.
Dirigió una vaga mirada al piso de arriba, donde las habitaciones se encontraban, pero sintió que se mareaba con solo ver la larga escalera por la que tenía que subir para llegar hasta ahí. Estaba demasiado ebrio como para conducirse libremente sin la ayuda de nadie, así que confió en que la mujer fuera lo suficientemente inteligente para saber lo que le estaba pidiendo. Como si le hubiera leído la mente, Tania cumplió y lo llevó a la segunda planta. Apenas entraron a una habitación desocupada, Hunter se dejó caer sobre la orilla de la cama. Se despojó del saco blanco que llevaba encima y que tanto le molestaba, luego se llevó la mano a la sien, lamentándose internamente por haber terminado en semejante condición. Sentía un ligero malestar en la cabeza, un pequeño aviso de la gran resaca que se le presentaría a la mañana siguiente, pero no tenía sueño.
—Supongo que no tengo razón para avergonzarme. Debe estar más que acostumbrada a ver gente alcoholizada y estúpida —le dijo sin levantar la vista—. Le pagaré mejor que cualquiera de ellos. No bromeaba con lo del dinero, es todo suyo. No saldré de esta habitación con él en los bolsillos. No lo quiero. Me rehúso a poseerlo.
De todos modos, ella tenía razón, ese no era el sitio para hablar sobre eso. Necesitaba algo de privacidad. Como pudo extendió ambas manos sobre la mesa y comenzó a recoger torpemente el dinero que había colocado sobre ella, y a guardarlo entre sus ropas, hasta que sus bolsillos estuvieron repletos. Algunas monedas se le escaparon, pero él no le dio el mínimo de importancia. Una ola de carcajadas estridentes llegó a él desde atrás, proferida por un grupo de clientes borrachos, mucho más de lo que estaba él. Hunter ladeó su rostro para observarlos con la mirada nublada. El olor a cerveza barata y rancia, derramada en la mesa contigua y por todo el piso, llegó a su nariz, provocándole un poco de asco.
«Debería irme ahora mismo», pensó en ese instante. Pero, ¿a dónde y con quién? No le apetecía volver a casa y encontrarse solo, y tampoco podía acudir a Dagmar, porque tal cosa significaría tener que contarle toda la verdad, momento para el cual no se sentía todavía preparado. Además, no podía buscarla en ese estado. Su aturdida mente llegó a la conclusión de que lo mejor era quedarse, esperar a recobrar los sentidos; le pagaría a la mujer para hacerle compañía, tenía suficiente dinero con él como para que ella se quedara una semana entera a su lado, aunque solo requería una noche, unas cuantas horas.
Dio un sorbo rápido a su bebida e irguió la espalda intentando recuperar su habitual postura. Se levantó de la silla y, tras tambalearse un poco, logró salir de la mesa. Se acercó a la prostituta, le rodeó el cuello con ambas manos, y le susurró al oído, como si se conocieran de toda la vida.
—Lléveme con usted… por favor —casi se lo imploró.
Dirigió una vaga mirada al piso de arriba, donde las habitaciones se encontraban, pero sintió que se mareaba con solo ver la larga escalera por la que tenía que subir para llegar hasta ahí. Estaba demasiado ebrio como para conducirse libremente sin la ayuda de nadie, así que confió en que la mujer fuera lo suficientemente inteligente para saber lo que le estaba pidiendo. Como si le hubiera leído la mente, Tania cumplió y lo llevó a la segunda planta. Apenas entraron a una habitación desocupada, Hunter se dejó caer sobre la orilla de la cama. Se despojó del saco blanco que llevaba encima y que tanto le molestaba, luego se llevó la mano a la sien, lamentándose internamente por haber terminado en semejante condición. Sentía un ligero malestar en la cabeza, un pequeño aviso de la gran resaca que se le presentaría a la mañana siguiente, pero no tenía sueño.
—Supongo que no tengo razón para avergonzarme. Debe estar más que acostumbrada a ver gente alcoholizada y estúpida —le dijo sin levantar la vista—. Le pagaré mejor que cualquiera de ellos. No bromeaba con lo del dinero, es todo suyo. No saldré de esta habitación con él en los bolsillos. No lo quiero. Me rehúso a poseerlo.
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
¿Ahora debía ser niñera? No podía verlo como algo más, que un hombre atormentado por sus demonios. Todos teníamos unos cuantos que nublaban nuestras mentes, pero este parecía tener miles encima de el. Ya era mucho licor en el cuerpo de un hombre que tomaba la bebida como si se tratara de agua. Se podía ver que el efecto comenzaba a tonarse en sus movimientos torpes y palabras sin sentidos. Aun estaba intrigada de saber porque deseaba regalar tanto dinero, sacaba la cuenta mentalmente, eso era demasiado para una pobre desgraciada como ella y aunque en su cerebro el deseo del dinero siempre existía, en su corazón solamente nacía un instinto natural de maternidad, ante una persona que se veía totalmente desconsolada y desprotegida.
Un hombre siempre necesitaría una matriz en donde resguardarse. Cuando su madre se desprendía de ellos, dejando que volaran de su nido, los hombres terminaban buscando otro calor femenino en donde poder mantenerse resguardado y el gracias al alcohol se había convertido nuevamente en un niño que imploraba que no lo dejaran solo. A ella no le nacía dejarlo a la deriva, solo y en ese estado. De todos modos terminaría cobrando por simplemente soportar su borrachera — Esta bien, lo llevare a donde usted quiera, pero déjeme respirar un poco — rio de forma encantadora. Casi se podía decir que parecía terminar divirtiéndole aquella situación. — Pero debe mantenerse en pie hasta que lleguemos a la habitación — entre empujones y desvíos de los descoordinados pies del hombre, comenzaron la odisea de ir a la planta de arriba.
Lo más difícil de todo fueron las escaleras, Tania sintió dos veces que el peso del caballero los llevaría a rodar escaleras, pero sus peores miedos no se cumplieron y pudieron llegar a la habitación sanos y salvos. La prostituta se acerco a la cama en donde deposito el cuerpo muerto del borracho. Ella se sentó a su lado, en el otro extremo de la cama, mientras relajaba su espalda — Puede que sea cierto, pero debo admitir que a los más fastidiosos los mando a la calle para que duerma con los perros — confeso riendo un poco. Era cierto, a cualquiera no soportaba, él le había agradado, por eso lo toleraba — ¿Acaso esta maldito? — Pregunto mientras se acostaba en la cama — Si usted no lo quiere ¿Por qué debo yo desearlo? — bufo suavemente con una pequeña mirada fruncida.
— ¿Por qué no lo lleva a un orfanato o al hospital? — pregunto. Acerco un poco su cuerpo al ser el. Se levanto un poco, para poder estirar sus brazos hacia el cuello del hombre. Desabotonaba los primeros botones de su camisa, para que pudiera estar mejor — Me da un poco de miedo pensar de donde proviene ese dinero — confeso dejando salir una pequeña mueca reflejando su inseguridad. La habían engañado tantas veces, que sabía que todo lo que brillaba no podría ser oro, por eso no se atrevía a aceptar aquel dinero tan fácilmente — Usted solamente lo que quiere es quitarse una carga, para ponérsela a otro — se quejo abiertamente, sin tapujos a la verdad
Un hombre siempre necesitaría una matriz en donde resguardarse. Cuando su madre se desprendía de ellos, dejando que volaran de su nido, los hombres terminaban buscando otro calor femenino en donde poder mantenerse resguardado y el gracias al alcohol se había convertido nuevamente en un niño que imploraba que no lo dejaran solo. A ella no le nacía dejarlo a la deriva, solo y en ese estado. De todos modos terminaría cobrando por simplemente soportar su borrachera — Esta bien, lo llevare a donde usted quiera, pero déjeme respirar un poco — rio de forma encantadora. Casi se podía decir que parecía terminar divirtiéndole aquella situación. — Pero debe mantenerse en pie hasta que lleguemos a la habitación — entre empujones y desvíos de los descoordinados pies del hombre, comenzaron la odisea de ir a la planta de arriba.
Lo más difícil de todo fueron las escaleras, Tania sintió dos veces que el peso del caballero los llevaría a rodar escaleras, pero sus peores miedos no se cumplieron y pudieron llegar a la habitación sanos y salvos. La prostituta se acerco a la cama en donde deposito el cuerpo muerto del borracho. Ella se sentó a su lado, en el otro extremo de la cama, mientras relajaba su espalda — Puede que sea cierto, pero debo admitir que a los más fastidiosos los mando a la calle para que duerma con los perros — confeso riendo un poco. Era cierto, a cualquiera no soportaba, él le había agradado, por eso lo toleraba — ¿Acaso esta maldito? — Pregunto mientras se acostaba en la cama — Si usted no lo quiere ¿Por qué debo yo desearlo? — bufo suavemente con una pequeña mirada fruncida.
— ¿Por qué no lo lleva a un orfanato o al hospital? — pregunto. Acerco un poco su cuerpo al ser el. Se levanto un poco, para poder estirar sus brazos hacia el cuello del hombre. Desabotonaba los primeros botones de su camisa, para que pudiera estar mejor — Me da un poco de miedo pensar de donde proviene ese dinero — confeso dejando salir una pequeña mueca reflejando su inseguridad. La habían engañado tantas veces, que sabía que todo lo que brillaba no podría ser oro, por eso no se atrevía a aceptar aquel dinero tan fácilmente — Usted solamente lo que quiere es quitarse una carga, para ponérsela a otro — se quejo abiertamente, sin tapujos a la verdad
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
—No sería una carga, si quien lo acepta no conoce su origen. Sería tan solo un regalo, inesperado e inusual, pero un obsequio al final de cuentas —dijo, articulando cuidadosamente cada sílaba, meditando sus propias palabras.
Un poco más relajado, por la privacidad que les brindaba la habitación, Hunter reflexionó las palabras que la prostituta había dicho, y resultaron tan certeras, como una revelación. Ella tenía razón, todo lo que deseaba era deshacerse de la carga que significaba poseer dinero mal habido, pero si en el proceso podía beneficiar a otros, si realmente existía esa posibilidad, entonces lo haría. ¿Qué mejor manera de resarcir un mal, que haciendo un bien? La donación a una institución de beneficencia, o incluso a un hospital, parecía la mejor opción. En París existían demasiados orfanatos, algunos realmente necesitados, cuyas instalaciones delataban que, de hacerles una donación, estarían realmente encantados y agradecidos con el alma caritativa que se apiadara de ellos y su admirable labor. Además, él mismo había sido un niño huérfano al quedar solo a una edad muy temprana, sabía lo que se sufría, las carencias, y si bien emocionalmente no había mucho por hacer, ¿por qué no ayudarlos en lo económico? ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Los días anteriores había estado tan mortificado, tan afligido por su situación, que no había reparado en ello, en las diferentes opciones que tenía, si necesidad de tener que botar el dinero en el primer sitio que se topase. Ahora, gracias a Tania y su indudable inteligencia, su mente se había aclarado, y su alma pesaba, quizá, un poco menos.
Aún recostado sobre la cama, el rubio ladeó el rostro para encontrarse con el ajeno, y reconoció en sus ojos cierta dulzura que lo tomó desprevenido. Estaba seguro de que tal característica no era propia de las mujeres con su profesión. Incluso se tomó la molestia de desabotonar la parte alta de su camisa, para que pudiera estar más cómodo. Su calidez era abrumadora. Nunca creyó poder sentirse así de cómodo con una mujer completamente extraña, y mucho menos encontrarla en un lugar de mala muerte, como aquel. ¿Qué pensaría ella de él en esos momentos? ¿Le daba lástima y por eso se portaba cortés? Lo intrigada y no se quedaría con la duda. Después de todo, una charla era todo lo que había buscado al entrar allí, ¿no?
—Además de un ridículo hombre al que se le han pasado las copas, ¿qué ve cuando me mira? —Preguntó, y cuando notó en sus ojos y en sus labios, que parecieron curvarse brevemente en lo que parecía una sonrisa, anunciando la respuesta que se aproximaba, la cual intuía sería mejor de lo que se merecía, añadió con la intención de advertirle—: Tania, aunque a simple vista parezca lo contrario, lo cierto es que no soy una buena persona. Mi historia es tan terrible que ni siquiera me animo contársela. Habrá escuchado miles de todos sus clientes, pero le aseguro que ninguna tan terrible como la mía —la miró fijamente a los ojos e intrigado decidió indagar en su pasado. Que él no pudiera contarle su historia no significaba que él no pudiera conocer la suya—. ¿Cuál es su historia? Usted es muy perspicaz, demasiado amable, ¿qué es lo que está haciendo aquí, en este burdel, cuando podría estar en cualquier otro sitio? ¿Cómo fue que terminó haciendo esto? Por favor, cuénteme.
De pronto, sintió como nunca la necesidad de conocer los orígenes de aquella misteriosa y enigmática mujer. Quien sabe, quizá al final quien terminaría escuchando las memorias de vida de una extraña sería él, y no al revés.
Un poco más relajado, por la privacidad que les brindaba la habitación, Hunter reflexionó las palabras que la prostituta había dicho, y resultaron tan certeras, como una revelación. Ella tenía razón, todo lo que deseaba era deshacerse de la carga que significaba poseer dinero mal habido, pero si en el proceso podía beneficiar a otros, si realmente existía esa posibilidad, entonces lo haría. ¿Qué mejor manera de resarcir un mal, que haciendo un bien? La donación a una institución de beneficencia, o incluso a un hospital, parecía la mejor opción. En París existían demasiados orfanatos, algunos realmente necesitados, cuyas instalaciones delataban que, de hacerles una donación, estarían realmente encantados y agradecidos con el alma caritativa que se apiadara de ellos y su admirable labor. Además, él mismo había sido un niño huérfano al quedar solo a una edad muy temprana, sabía lo que se sufría, las carencias, y si bien emocionalmente no había mucho por hacer, ¿por qué no ayudarlos en lo económico? ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Los días anteriores había estado tan mortificado, tan afligido por su situación, que no había reparado en ello, en las diferentes opciones que tenía, si necesidad de tener que botar el dinero en el primer sitio que se topase. Ahora, gracias a Tania y su indudable inteligencia, su mente se había aclarado, y su alma pesaba, quizá, un poco menos.
Aún recostado sobre la cama, el rubio ladeó el rostro para encontrarse con el ajeno, y reconoció en sus ojos cierta dulzura que lo tomó desprevenido. Estaba seguro de que tal característica no era propia de las mujeres con su profesión. Incluso se tomó la molestia de desabotonar la parte alta de su camisa, para que pudiera estar más cómodo. Su calidez era abrumadora. Nunca creyó poder sentirse así de cómodo con una mujer completamente extraña, y mucho menos encontrarla en un lugar de mala muerte, como aquel. ¿Qué pensaría ella de él en esos momentos? ¿Le daba lástima y por eso se portaba cortés? Lo intrigada y no se quedaría con la duda. Después de todo, una charla era todo lo que había buscado al entrar allí, ¿no?
—Además de un ridículo hombre al que se le han pasado las copas, ¿qué ve cuando me mira? —Preguntó, y cuando notó en sus ojos y en sus labios, que parecieron curvarse brevemente en lo que parecía una sonrisa, anunciando la respuesta que se aproximaba, la cual intuía sería mejor de lo que se merecía, añadió con la intención de advertirle—: Tania, aunque a simple vista parezca lo contrario, lo cierto es que no soy una buena persona. Mi historia es tan terrible que ni siquiera me animo contársela. Habrá escuchado miles de todos sus clientes, pero le aseguro que ninguna tan terrible como la mía —la miró fijamente a los ojos e intrigado decidió indagar en su pasado. Que él no pudiera contarle su historia no significaba que él no pudiera conocer la suya—. ¿Cuál es su historia? Usted es muy perspicaz, demasiado amable, ¿qué es lo que está haciendo aquí, en este burdel, cuando podría estar en cualquier otro sitio? ¿Cómo fue que terminó haciendo esto? Por favor, cuénteme.
De pronto, sintió como nunca la necesidad de conocer los orígenes de aquella misteriosa y enigmática mujer. Quien sabe, quizá al final quien terminaría escuchando las memorias de vida de una extraña sería él, y no al revés.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
Al alzar su mirada, esta quedaba perdida en el techo de la estructura clandestina que hacia el burdel. Ese tipo de lugares nunca era elegante, este no era la excepción. Apenas había una cama amplia para que dos personas se acomodaran, una mesa de noche con una botella de vino; que si abrías debías cobrarle al cliente. Y una que otra vela distribuida estratégicamente, para iluminar el lugar. Tania se había perdido en ese lugar hace mucho tiempo y no se había podido volver a encontrar, la salida se había bloqueado para ella.
Volviendo al dinero, recibirlo podría ser el significado de poder volver a crear una posibilidad de una nueva vida. Pero ¿a qué costo? Aunque no sabía exactamente, como aquel nuevo personaje que se atravesaba en su vida había conseguido el dinero, estaba más que segura que era de dudosa procedencia; no se debía tener cuatro dedos de frente para darse cuenta de eso. Aceptarlo era estar maldito, pero ella sentía que ya lo estaba ¿Qué cambiaria si aceptaba? Estuvo a punto de cambiar de opinión y decirle que se lo diera a ella, pero lo que fácil llegaba se iba, así que prefirió mantenerse firme en su decisión de no aceptarlo. Cobraría lo justo por el servicio que le estaba dando.
— ¿Quién soy yo para juzgar? — Respondió tranquilamente — No soy alguien muy religiosa que pueda decir que merece un castigo divino — negó suavemente su cabeza, mientras se dedicaba a arreglar las pertenecías del hombre y ponerlas a un lado, dobladas y acomodadas. — Lo veo como un ser un humano mas; esa es la verdad. Un ser humano que ha pasado por momentos difíciles, con demonios internos consumiendo su alma — dejo las prendas del caballero y volvió a verlo con una sonrisa en sus labios.
¿Su historia? Por un momento deseo negarle el privilegio de conocerla mucho más a fondo y tenía todo el derecho de hacerlo, cuando él mismo expresaba libremente de no desear hablar de su pasado. ¿Por qué ella si debía hacerlo? Por unos momentos, todo pareció ser más importante que la persona que en esta noche era su acompañante — No me parece nada justo, que usted quiera saber de mi pasado, cuando no quiere revelar el suyo — sentencio. No le parecía algo justo — Debería cobrarle entonces el doble si desea hablar sobre mi vida personal — sabía que era algo irrelevante para él, pero en su interior debía haber cierta escusa, una justificación para poder sentir que hacia un justo intercambio de bienes y servicios
—¿Qué desea saber? — Pregunto alzándose los hombros — Naci en el nuevo mundo, en una parte de ella, llamada Venezuela, un hermoso lugar, hermosas playas y mujeres; como puede ver — rio alegremente. Siempre le hacía bien recordar una tierra que no había visto en cierto tiempo y que posiblemente nunca mas podría volver. [/color]
Volviendo al dinero, recibirlo podría ser el significado de poder volver a crear una posibilidad de una nueva vida. Pero ¿a qué costo? Aunque no sabía exactamente, como aquel nuevo personaje que se atravesaba en su vida había conseguido el dinero, estaba más que segura que era de dudosa procedencia; no se debía tener cuatro dedos de frente para darse cuenta de eso. Aceptarlo era estar maldito, pero ella sentía que ya lo estaba ¿Qué cambiaria si aceptaba? Estuvo a punto de cambiar de opinión y decirle que se lo diera a ella, pero lo que fácil llegaba se iba, así que prefirió mantenerse firme en su decisión de no aceptarlo. Cobraría lo justo por el servicio que le estaba dando.
— ¿Quién soy yo para juzgar? — Respondió tranquilamente — No soy alguien muy religiosa que pueda decir que merece un castigo divino — negó suavemente su cabeza, mientras se dedicaba a arreglar las pertenecías del hombre y ponerlas a un lado, dobladas y acomodadas. — Lo veo como un ser un humano mas; esa es la verdad. Un ser humano que ha pasado por momentos difíciles, con demonios internos consumiendo su alma — dejo las prendas del caballero y volvió a verlo con una sonrisa en sus labios.
¿Su historia? Por un momento deseo negarle el privilegio de conocerla mucho más a fondo y tenía todo el derecho de hacerlo, cuando él mismo expresaba libremente de no desear hablar de su pasado. ¿Por qué ella si debía hacerlo? Por unos momentos, todo pareció ser más importante que la persona que en esta noche era su acompañante — No me parece nada justo, que usted quiera saber de mi pasado, cuando no quiere revelar el suyo — sentencio. No le parecía algo justo — Debería cobrarle entonces el doble si desea hablar sobre mi vida personal — sabía que era algo irrelevante para él, pero en su interior debía haber cierta escusa, una justificación para poder sentir que hacia un justo intercambio de bienes y servicios
—¿Qué desea saber? — Pregunto alzándose los hombros — Naci en el nuevo mundo, en una parte de ella, llamada Venezuela, un hermoso lugar, hermosas playas y mujeres; como puede ver — rio alegremente. Siempre le hacía bien recordar una tierra que no había visto en cierto tiempo y que posiblemente nunca mas podría volver. [/color]
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
El rubio escuchó con toda la atención que su aturdida mente, afectada por el alcohol, le permitió. Le gustó enterarse de que, en efecto, Tania era una mujer procedente de un lejano país, uno en el que él jamás había estado y que por lo tanto desconocía por completo. No hacía falta estar sobrio para notar el brillo que adoptaban los ojos de la mujer cuando hablaba de Venezuela. Eso solo provocó que Hunter deseara saber más. Había dicho tan poco, que no le bastó. Quería escucharla. Necesitaba hacerlo.
—Le pagaré lo que usted me pida a cambio de escuchar su historia completa —concedió entonces. Ella había hablado de ser justos, de aumentar su paga a causa de su petición tan extraña, así que él la complacería, si ella lo complacía a él—. Pero deberá hablarme de todo —añadió al instante, no como una advertencia, únicamente como una condición. Ella lo veía todo como un negocio, así que qué mejor que delimitar el trato.
Se removió sobre la cama, acomodándose, de modo que no pudiera perder de vista el bello rostro de Tania. Quería mirarla a los ojos mientras se confesara ante él, porque consideraba que además de no mentir, la mirada siempre expresaba todo aquello que la boca no podía.
—Hábleme de su niñez, ¿cómo fue? —inquirió verdaderamente interesado. Era algo que a la mayoría de la gente no le importaba conocer de otras personas, pero para Hunter lo significaba todo. Creía fielmente que la infancia era la base de todo ser humano, una etapa en verdad importante en el desarrollo emocional de cualquier individuo. Muchos de los demonios con los que la gente debía lidiar el resto de su vida, se originaban a esa edad—. ¿Era usted feliz en Venezuela? —prosiguió—. Y sus padres, ¿cómo eran? ¿Fueron buenos con usted? ¿Aún viven? ¿Tiene hermanos, hermanas? ¿Qué fue lo que la hizo dejar su país?
Hizo una breve pausa, pero no utilizó esos momentos para meditar. Desde luego, estaba siendo entrometido. Era una verdadera suerte que estuviera tomado y el alcohol mermara la sensatez que solo era capaz de sacar a relucir cuando estaba sobrio.
—No me mire así —le dijo cuando notó que ella no le despegaba la mirada, probablemente pensando que estaba yendo demasiado lejos con el interrogatorio que con cada pregunta se tornaba más y más personal—. Ya se lo dije, usted me intriga y me gustaría conocer sus orígenes. No dejo de preguntarme qué pudo haber pasado en su vida que le hizo pensar que su destino era terminar aquí, haciendo esto. Si me concede su historia, le hablaré de la mía… de los demonios que consumen mi alma —la citó—. Mis memorias son tan terribles que le pagaré el doble por escucharme hasta el final… y se lo diré todo.
¿Deseaba equidad? Se la estaba concediendo.
—Le pagaré lo que usted me pida a cambio de escuchar su historia completa —concedió entonces. Ella había hablado de ser justos, de aumentar su paga a causa de su petición tan extraña, así que él la complacería, si ella lo complacía a él—. Pero deberá hablarme de todo —añadió al instante, no como una advertencia, únicamente como una condición. Ella lo veía todo como un negocio, así que qué mejor que delimitar el trato.
Se removió sobre la cama, acomodándose, de modo que no pudiera perder de vista el bello rostro de Tania. Quería mirarla a los ojos mientras se confesara ante él, porque consideraba que además de no mentir, la mirada siempre expresaba todo aquello que la boca no podía.
—Hábleme de su niñez, ¿cómo fue? —inquirió verdaderamente interesado. Era algo que a la mayoría de la gente no le importaba conocer de otras personas, pero para Hunter lo significaba todo. Creía fielmente que la infancia era la base de todo ser humano, una etapa en verdad importante en el desarrollo emocional de cualquier individuo. Muchos de los demonios con los que la gente debía lidiar el resto de su vida, se originaban a esa edad—. ¿Era usted feliz en Venezuela? —prosiguió—. Y sus padres, ¿cómo eran? ¿Fueron buenos con usted? ¿Aún viven? ¿Tiene hermanos, hermanas? ¿Qué fue lo que la hizo dejar su país?
Hizo una breve pausa, pero no utilizó esos momentos para meditar. Desde luego, estaba siendo entrometido. Era una verdadera suerte que estuviera tomado y el alcohol mermara la sensatez que solo era capaz de sacar a relucir cuando estaba sobrio.
—No me mire así —le dijo cuando notó que ella no le despegaba la mirada, probablemente pensando que estaba yendo demasiado lejos con el interrogatorio que con cada pregunta se tornaba más y más personal—. Ya se lo dije, usted me intriga y me gustaría conocer sus orígenes. No dejo de preguntarme qué pudo haber pasado en su vida que le hizo pensar que su destino era terminar aquí, haciendo esto. Si me concede su historia, le hablaré de la mía… de los demonios que consumen mi alma —la citó—. Mis memorias son tan terribles que le pagaré el doble por escucharme hasta el final… y se lo diré todo.
¿Deseaba equidad? Se la estaba concediendo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
Si, era cierto que era más fácil recibir un dinero del cual no se sabía su procedencia. Pero cuando ya estabas al tanto de que era dudosa la forma en que se obtuvo, dudabas y mucho. Tania no deseaba meterse en más problemas de los que tenia. A lo largo de su estadía en parís, se había hecho alguien prudente. Ya no era una joven que podía hacer las cosas sin pensar, pero si dabas un servicio y cobrabas por él, de cierta manera, ese dinero debía limpiarse de todas las manchas que pudiera tener. El rubio le exigió que le contara todo lo que ella pudiera recordar de su vida en Venezuela, solo suspiro levemente, ahora ella era la que se acomodaba. Se quito los molestos zapatos dejándolos en el piso, sin mucho cuidado, se busco sentar primero en una parte de la cama, muy cerca del caballero para poder ver fijamente sus ojos, pero sin ningún tipo de deseos de provocar algún acto de intimidad.
Los dos buscaban el rostro del otro, como si sus ojos fueran un imán que deseaban estar aferrados. En el rostro de Tania había una sonrisilla, parecía iluminar su cansado y demacrado rostro; consecuencia de los años de trabajo. ― ¿Mi niñez? ― parpadeo unas cuantas veces. Debía aceptarlo, estaba asombrada por tal pregunta, era algo inusual. Realizo una pequeña mueca, al mismo tiempo que distribuía el peso de su cuerpo en el brazo que la apoyaba en la cama ― Muy buena, viví como de clase alta; para esa época la familia de mi padre eran unos de los más ricos españoles en Caracas. Mi padre siempre fue muy encantador, me trato siempre de forma amorosa y paterna… mientras la que habían dicho que era mi madre, siempre había un aire de reproche en mis acciones, nunca aprobaba mis logros y menospreciaba mis alegrías. ― así había sido su niñez. Era fruto de una aventura con una de las empleadas de la casa, la cual la dio al nacer para que la criaran como si la señora de la casa fuera su verdadera madre.
― Mi verdadera procedencia la descubrí muchos años luego, cuando venía a España con mi padre. Descubrí que era fruto de una aventura y que mi madre era una de las empleadas donde yo vivía ― Se alzo los hombros. Le restaba importancia a algo que había desencadenado en ese momento la serie de eventos desafortunados, el cual fue la que la llevo a estar donde estaba en ese preciso instante; en un burdel. El caballero la abordaba con tantas preguntas que no sabía cual contestar primero, por un momento hizo mala cara y él lo noto de forma rápida. Aunque la verdad Tania tampoco trato de ocultar su irritación ― Esta abarcando más de lo que podría procesar en una sola noche ― se quejo suavemente. No era que le molestaba, pero apostaba que en ese estado de embriaguez no recordaría nada a la mañana siguiente.
La puta se acerco aun mas, dejo su cuerpo caer a un lado de el. Estaba boca arriba mirando el techo del deplorable lugar en que le tocaba trabajar ― apuesto que ha visto mejores lugares que este ― acomodo sus manos entrelazadas entre si, al nivel de su vientre. ― Yo me pregunto ¿Qué fue lo que paso con usted? ¿Qué hizo que fuera lo que es hoy? ― alzo la cabeza, se acomodo de medio lado para que sus ojos no se volvieran a escapar ― ¿Quién eres y de donde sacaste tanto dinero? ―
Necesitaba saberlo, aunque no sabía si realmente debía saberlo.
Los dos buscaban el rostro del otro, como si sus ojos fueran un imán que deseaban estar aferrados. En el rostro de Tania había una sonrisilla, parecía iluminar su cansado y demacrado rostro; consecuencia de los años de trabajo. ― ¿Mi niñez? ― parpadeo unas cuantas veces. Debía aceptarlo, estaba asombrada por tal pregunta, era algo inusual. Realizo una pequeña mueca, al mismo tiempo que distribuía el peso de su cuerpo en el brazo que la apoyaba en la cama ― Muy buena, viví como de clase alta; para esa época la familia de mi padre eran unos de los más ricos españoles en Caracas. Mi padre siempre fue muy encantador, me trato siempre de forma amorosa y paterna… mientras la que habían dicho que era mi madre, siempre había un aire de reproche en mis acciones, nunca aprobaba mis logros y menospreciaba mis alegrías. ― así había sido su niñez. Era fruto de una aventura con una de las empleadas de la casa, la cual la dio al nacer para que la criaran como si la señora de la casa fuera su verdadera madre.
― Mi verdadera procedencia la descubrí muchos años luego, cuando venía a España con mi padre. Descubrí que era fruto de una aventura y que mi madre era una de las empleadas donde yo vivía ― Se alzo los hombros. Le restaba importancia a algo que había desencadenado en ese momento la serie de eventos desafortunados, el cual fue la que la llevo a estar donde estaba en ese preciso instante; en un burdel. El caballero la abordaba con tantas preguntas que no sabía cual contestar primero, por un momento hizo mala cara y él lo noto de forma rápida. Aunque la verdad Tania tampoco trato de ocultar su irritación ― Esta abarcando más de lo que podría procesar en una sola noche ― se quejo suavemente. No era que le molestaba, pero apostaba que en ese estado de embriaguez no recordaría nada a la mañana siguiente.
La puta se acerco aun mas, dejo su cuerpo caer a un lado de el. Estaba boca arriba mirando el techo del deplorable lugar en que le tocaba trabajar ― apuesto que ha visto mejores lugares que este ― acomodo sus manos entrelazadas entre si, al nivel de su vientre. ― Yo me pregunto ¿Qué fue lo que paso con usted? ¿Qué hizo que fuera lo que es hoy? ― alzo la cabeza, se acomodo de medio lado para que sus ojos no se volvieran a escapar ― ¿Quién eres y de donde sacaste tanto dinero? ―
Necesitaba saberlo, aunque no sabía si realmente debía saberlo.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
Hunter se quedó mirándola. En silencio agradeció su sinceridad absoluta, su disposición al revelarle cosas tan íntimas, como admitir que era hija ilegítima, producto de una aventura de su padre con una de las empleadas de su antigua casa. Ella no tenía porque hacerlo, desde luego que pudo haberse negado, estaba en su derecho, pudo incluso mentir e inventar una historia falsa, omitir detalles; sin embargo, eligió no hacerlo y cumplió así con la petición de su cliente. Estaba en deuda con ella. Si su intención era ser justo, debía ofrecerle lo mismo a cambio, cumplir con su promesa.
—Sí, es verdad, he visto lugares mejores que éste —concedió siguiendo la mirada de la mujer, estudiando el techo de la inmunda habitación—, pero también he pisado otros, sitios mucho peores. Es curioso —se detuvo, para luego añadir pensativo—: Las vueltas que da la vida. Usted vivía como una mujer de clase alta, dormía en una tibia cama con sábanas y dosel de finas sedas, y ahora está aquí, en este lugar —miró a su alrededor. No pretendía ofenderla, pero el drástico cambio de escenarios era más que evidente—. Me sorprende —admitió—, quizá tanto como le sorprenderá saber que yo no siempre fui el que soy. Ahora me ve así, vistiendo este costoso traje, llevando fino y lustroso calzado, pero alguna vez tuve que conformarme con harapos y con zapatos gastados llenos de agujeros.
Le pareció que Tania lo observaba con curiosidad, pero eso no lo afectó. No sentía vergüenza de admitir sus orígenes, tales recuerdos solo le atraían una profunda melancolía, la añoranza propia de los días que no volverán. Ya le hablaría –más pronto que tarde- de lo que realmente le hacía sentir incómodo.
—Al contrario de usted —prosiguió—, yo fui pobre, tanto como pueda imaginar. Mis padres fueron los mozos de un gran señor; un hombre rico, poderoso, respetado. Pero no era un buen hombre. No, nunca lo fue. Debí suponerlo… —se detuvo un momento, lamentándose por no haber enfrentado la realidad (su realidad) antes, misma que hoy estaba tan clara. Qué tonto había sido—. Incluso cuando parecía ser desinteresado, solo pensaba en sí mismo. Cuando mis padres murieron, él me acogió. Pero no fue un acto altruista de su parte, él ya había trazado un destino para mí. Tenía planes. Yo era un niño, demasiado ingenuo, rabioso, triste por mi pérdida. Él se aprovechó de eso y me moldeó a su antojo. Hizo de mí lo que quiso. Supo envolverme. Hasta que me convertí en un remedo de él mismo.
En ese instante, su semblante cambió y adoptó uno mucho más sombrío. Embargado por un profundo pesar, el rubio apartó la vista. Se removió sobre la cama y lentamente se irguió hasta quedar sentado. Puso una distancia adecuada entre ellos, como si se sintiera indigno de la compañía de Tania.
—Soy un asesino —confesó al fin—. Hasta hace poco ese hombre me pagaba por quitar vidas. Este dinero es tan solo una pequeña cantidad de la gran suma que fui acumulando con el paso de los años por cada trabajo —buscó el rostro de la mujer esperando encontrarse con una mirada de horror, pero solo se encontró con un semblante de absoluta seriedad. ¿Qué estaría pensando de él en esos momentos? Hunter no estaba muy seguro de querer averiguarlo—. ¿Ahora lo entiende? ¿Comprende por qué me niego a conservarlo? Es el latente recordatorio de una vida que desearía poder dejar atrás. Pero en el fondo sé que es imposible. Una vez que pisas el infierno, no puedes dejarlo atrás; le perteneces. El pasado es como una sombra, un perro negro de enormes fauces que te persigue, que muerde, y tarde o temprano, te engulle.
Desde luego, estaba afligido, molesto, indignado consigo mismo, más que con cualquier otra persona, pues tenía claro que las decisiones tomadas en el pasado, habían sido las equivocadas.
—Ahora lo sabe, Tania. No importa lo que a simple vista yo le parezca, en el fondo soy un monstruo.
—Sí, es verdad, he visto lugares mejores que éste —concedió siguiendo la mirada de la mujer, estudiando el techo de la inmunda habitación—, pero también he pisado otros, sitios mucho peores. Es curioso —se detuvo, para luego añadir pensativo—: Las vueltas que da la vida. Usted vivía como una mujer de clase alta, dormía en una tibia cama con sábanas y dosel de finas sedas, y ahora está aquí, en este lugar —miró a su alrededor. No pretendía ofenderla, pero el drástico cambio de escenarios era más que evidente—. Me sorprende —admitió—, quizá tanto como le sorprenderá saber que yo no siempre fui el que soy. Ahora me ve así, vistiendo este costoso traje, llevando fino y lustroso calzado, pero alguna vez tuve que conformarme con harapos y con zapatos gastados llenos de agujeros.
Le pareció que Tania lo observaba con curiosidad, pero eso no lo afectó. No sentía vergüenza de admitir sus orígenes, tales recuerdos solo le atraían una profunda melancolía, la añoranza propia de los días que no volverán. Ya le hablaría –más pronto que tarde- de lo que realmente le hacía sentir incómodo.
—Al contrario de usted —prosiguió—, yo fui pobre, tanto como pueda imaginar. Mis padres fueron los mozos de un gran señor; un hombre rico, poderoso, respetado. Pero no era un buen hombre. No, nunca lo fue. Debí suponerlo… —se detuvo un momento, lamentándose por no haber enfrentado la realidad (su realidad) antes, misma que hoy estaba tan clara. Qué tonto había sido—. Incluso cuando parecía ser desinteresado, solo pensaba en sí mismo. Cuando mis padres murieron, él me acogió. Pero no fue un acto altruista de su parte, él ya había trazado un destino para mí. Tenía planes. Yo era un niño, demasiado ingenuo, rabioso, triste por mi pérdida. Él se aprovechó de eso y me moldeó a su antojo. Hizo de mí lo que quiso. Supo envolverme. Hasta que me convertí en un remedo de él mismo.
En ese instante, su semblante cambió y adoptó uno mucho más sombrío. Embargado por un profundo pesar, el rubio apartó la vista. Se removió sobre la cama y lentamente se irguió hasta quedar sentado. Puso una distancia adecuada entre ellos, como si se sintiera indigno de la compañía de Tania.
—Soy un asesino —confesó al fin—. Hasta hace poco ese hombre me pagaba por quitar vidas. Este dinero es tan solo una pequeña cantidad de la gran suma que fui acumulando con el paso de los años por cada trabajo —buscó el rostro de la mujer esperando encontrarse con una mirada de horror, pero solo se encontró con un semblante de absoluta seriedad. ¿Qué estaría pensando de él en esos momentos? Hunter no estaba muy seguro de querer averiguarlo—. ¿Ahora lo entiende? ¿Comprende por qué me niego a conservarlo? Es el latente recordatorio de una vida que desearía poder dejar atrás. Pero en el fondo sé que es imposible. Una vez que pisas el infierno, no puedes dejarlo atrás; le perteneces. El pasado es como una sombra, un perro negro de enormes fauces que te persigue, que muerde, y tarde o temprano, te engulle.
Desde luego, estaba afligido, molesto, indignado consigo mismo, más que con cualquier otra persona, pues tenía claro que las decisiones tomadas en el pasado, habían sido las equivocadas.
—Ahora lo sabe, Tania. No importa lo que a simple vista yo le parezca, en el fondo soy un monstruo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: La inmortalidad de mis besos || Privado
Todos los seres tenemos diferentes caminos que recorrer. Dependiendo de tu destino, de lo que debas hacer en la vida, deberás enfrentar una serie de pruebas para poder llegar a donde debes estar. Tania escuchaba atentamente, el había sido respetuoso con ella al momento de contarle parte de su vida y ahora ella se lo devolvía. Pacientemente escuchaba sin interrumpirle, miraba como este mismo se incomodaba con su relato, hasta no poder quedarse quieto y tener de levantarse de donde estaba.
―¿Monstruo?― susurro mientras ella también se levantaba de donde estaba. ― Puede que si seas un monstruo, pero lo eres; o serás. Solo porque tú lo dices ― lo cuestiono, mientras comenzaba a pasear por el lugar. Aquella habitación había sido el único testigo del relato de la vida de aquellas dos personas, que aunque eran diferentes, habían tenido un camino duro que recorrer e irónicamente terminaron en un extracto social del que habían iniciado.
―Haz lo que te dije… ― le dijo. Busco aquello que en ese momento era la manzana de la discordia; el centro de todo mal y se lo acerco hacia su compañero ―llévalo a un lugar que realmente lo necesite. ¿Qué haría yo con este dinero? ― Sacudió su cabeza y estiro sus brazos para acercárselo, que termino tan cerca que toco su pecho —¿Salir de este lugar? ¿Buscar a mi familia; mi padre?— con ese dinero tendría esa posibilidad. Debía admitir que de solo pensarlo le aterraba. Se podría que estaba en una burbuja segura, increíblemente aquel lugar le daba seguridad y tener que enfrentarse a su pasado, la atemorizaba —Entonces yo me convertiría en un monstro… buscando venganza de los que me hicieron lo que soy…— suspiro, dejando libre aquella tentación, sus manos lo soltaron y estos cayeron al piso.
—llévalo a donde ayude a muchos, puedo acompañarte— se alzo los hombres dándole la espalda. Sus brazos se cruzaron, como si se buscara abrazar ella misma en búsqueda de consolación —Si, lo deseas, claro está — por unos segundos se sintió aturdida. Estaba estancada en ese lugar, refugiada en las sombras de la mala vida, que deprimente era su vida.
―¿Monstruo?― susurro mientras ella también se levantaba de donde estaba. ― Puede que si seas un monstruo, pero lo eres; o serás. Solo porque tú lo dices ― lo cuestiono, mientras comenzaba a pasear por el lugar. Aquella habitación había sido el único testigo del relato de la vida de aquellas dos personas, que aunque eran diferentes, habían tenido un camino duro que recorrer e irónicamente terminaron en un extracto social del que habían iniciado.
―Haz lo que te dije… ― le dijo. Busco aquello que en ese momento era la manzana de la discordia; el centro de todo mal y se lo acerco hacia su compañero ―llévalo a un lugar que realmente lo necesite. ¿Qué haría yo con este dinero? ― Sacudió su cabeza y estiro sus brazos para acercárselo, que termino tan cerca que toco su pecho —¿Salir de este lugar? ¿Buscar a mi familia; mi padre?— con ese dinero tendría esa posibilidad. Debía admitir que de solo pensarlo le aterraba. Se podría que estaba en una burbuja segura, increíblemente aquel lugar le daba seguridad y tener que enfrentarse a su pasado, la atemorizaba —Entonces yo me convertiría en un monstro… buscando venganza de los que me hicieron lo que soy…— suspiro, dejando libre aquella tentación, sus manos lo soltaron y estos cayeron al piso.
—llévalo a donde ayude a muchos, puedo acompañarte— se alzo los hombres dándole la espalda. Sus brazos se cruzaron, como si se buscara abrazar ella misma en búsqueda de consolación —Si, lo deseas, claro está — por unos segundos se sintió aturdida. Estaba estancada en ese lugar, refugiada en las sombras de la mala vida, que deprimente era su vida.
Tania Fernandez- Prostituta Clase Baja
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