Acepta Mi Inmortalidad {+18, privado}

Acepta mi inmortalidad +18

Acepta Mi

Inmortalidad

En los últimos meses me había detenido muy poco en nuestras andanzas, olvidando el crucial significado que la tinta y una hoja podía otorgarle a las memorias. Sería aquella la irrefutable prueba de que todo, aparentemente, había mejorado.
Cuatro años habían transcurrido desde el último incidente. No negaré la frialdad con la cual fui revestida luego de esa noche, ni tampoco mi pérdida de enfoque. Mi desconfianza, aun cuando quería ocultarla, se mostraba con creces, por lo que me era inevitable no entrometerme en sus pensamientos, en busca de otro posible “accidente”. No mentía cuando me refería a la escasez de oportunidades que mi raciocinio me permitía dar. Era consciente de que no podía (ni podré) traicionar nunca un juicio justo, sin importar con quien esté tratando. Por supuesto, no me importaba quienes pudieran tacharme de abusiva, ya que consideraba el respeto como valor inquebrantable. Me odié, sin embargo, los inviernos que me mantuve distanciada de ella, puesto que en cada amanecer del que debíamos ocultarnos  juntas sentía un maldito punzón atravesar mis entrañas, una y otra vez. El ambiente claramente se había enrarecido. Fueron dos años concretos antes de que mi humor comenzara a disiparse, y siendo que pertenecía a una especie que se manejaba en siglos, dos años no equivalía una miseria. No obstante, bajo esta vivencia, ese poco tiempo fue suficiente para mi nervadura, y no pude darme cuenta -creo firmemente que nadie hubiese podido- cuando las cosas comenzaron a cambiar. De repente, todo se había esfumado, con el ánimo de decir que para bien. De esparcirse la ponzoña ya no hallaba forma.
En resumidas cuentas, finalmente habíamos encontrado algo de paz. Era la última oportunidad que me estaba dando, y no iba a desaprovecharla.

Inhalé profundo en cuanto mis ojos se abrieron para recibir otra nublada y fría noche en París. Lauren no estaba, y tampoco sentía su presencia cerca. Lo único que había dejado era una carta:


¿Qué es lo que trama esta vez?... No sabía entonces si apegarme a la demanda de sus palabras, o ir en busca de una explicación. Pero finalmente, no acatar su petición hubiese sido una actitud un poco insulsa de mi parte.
Denso el aire invadía por mis fosas, y la brisa llegaba a mover un poco los opacos y tupidos cortinajes que caían sobre el gran ventanal, siendo que mi compañera lo había abierto antes de irse. Se me permitía apreciar el aroma de la tierra mojada proveniente del exterior; probablemente durante el día el tiempo se había mantenido inestable, y no me sorprendía que siguiera así durante la noche.
Busqué entonces incorporarme, en busca de algo decente. Pero no era, en efecto, la clase de persona que supiera como ponerse hermosa. Por último encontraría un vestido borgoña con hombreras, de exuberante pollera y pequeño corsé, capaz de ceñirme la cintura lo suficiente como para odiarlo. He ahí otro motivo por mi desagrado ante la moda victoriana. Había ido en busca de alguien que pudiera ayudarme con dichos amarres.
Investigué en los dormitorios del otro extremo del primer piso en busca de Kaya, prima de Lauren, confidente mía de la mansión; más no se encontraba presente tampoco, e intuí que había salido con aquel gato, un tal Gaspard, el cual conocería luego.
Me encontraba ya cercana a la escalinata, cuando vi a la joven de la servidumbre bajando las mismas con prisa.

—Alice… ¡Alice! ¿A dónde va con tanta prisa?
—Madame, la señorita Von Krautzs ha ordenado el pronto abandono de la mansión por parte de la servidumbre, al menos por esta noche. D-debo, debo ir con mi hija.
Fue entonces cuando empecé a preocuparme. ¿Por qué requeriría la soledad monstruosa? Un miedo irracional crispó mi piel, e hizo que desviara la mirada hacia el exterior, sabiendo que su figura era indivisible desde aquí. Las ramas más altas del sauce llorón comenzaron a rasgar el vidrio, haciéndose llamar la atención. Nuevamente era víctima de la impaciencia, del desasosiego, aún sin haber hallado respuestas, sin haber formulado las preguntas. Por general cuando era así, en la mayoría de las ocasiones, las noticias no eran buenas.
—Hija… Desconocía ese dato. Podría traerla aquí en los próximos días si así lo desea. No sería molestia alguna —Obviamente, estaba hablando por mí misma y no por Lauren, quien de seguro luego iba a matarme por realizar invitaciones sin consultarle—. Por favor, ayúdeme con esto antes de marcharse —le pedí frenando su andar, levantando la prenda con la mano. Ella, algo desconcertada, se dirigió al cuarto principal a ayudarme. Por otra parte, mi cabello siempre había sido un tema aparte, pues no me importaba si desentonaba con mi apariencia. Mis arreglos predilectos eran simples, ordinarios, y hoy no sería la excepción; decidiría dejar suelto el mismo, cogiendo apenas un par de mechones de cada costado.
Finalizada la tarea, me dirigí al jardín trasero.

Impetuoso soplaba el mistral, inquieto, dispersando inmediatamente y de manera imprudente su perfume. Llenase de magnificencia con su imagen, inquietando a las aguas del lago por reflejar semejante gallardía, logrando opacar a la naturaleza misma. Incómodo era su andar, ¿es que debía sentir miedo esta vez? Traía algo oculto entre las manos, eso era evidente. En su mirada solo hallaba desconcierto, ansiedad, misma a la cual me había vuelto inherente.
—Se han ido, todos. ¿Por qué ordenaste su salida? Yo… —comencé a trastabillar con mis palabras, desorientada. Pero tampoco pasaría por algo su arreglo repentino—. Estás… muy hermosa, amor.
»¿Qué es lo que sucede?

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Humillante. Convertirse dependiente de una mujer arcana, obstinada en preservar su misterio. Sería Lauren quien despertara la curiosidad cada noche. De extraña manera me hacía odiarla; por no aceptar la veracidad detrás de mis palabras, por no aceptar que mi querer seguiría incondicional, y que tanto la frialdad como firmeza -estando con ella- se perderían en lugares que a nadie le interesaba buscar. Sin embargo, por alguna razón deseaba hacer noche particular. Podía jurar no haberla visto plantarse de esa forma nunca, pues mostraba entonces una esencia lo suficientemente arbitraría a la que me solía demostrar desde que nos habíamos conocido, siendo esta una actitud que buscaba aparentar hostilidad. Una que siempre y sin querer apaciguaba con mis reacciones ineptas al verla sostener ese carácter. Aunque en el fondo, era imposible que no hallase esos dejes suyos. De lo contrario, no sería ella.

Delicada. Sus pasos me recordaban a la de una bailarina ortodoxa en su danza, grácil, inmutable. Tendría su lado cómico, y sabía que lo tenía presente. ¿Pero qué resguardaban sus palabras sino un doble sentido? Era lo demasiado incrédula entonces, pero hasta ello tenía su límite, y era precisamente en esos momentos en los que no podía pedirme que me quedara calma. Sería demasiado pretencioso para quien me conociera. Una de las pocas cosas que me detenían era mi abstracción al fundirme en aquella mirada cristalina, la cual se acercaba conforme daba fin a la distancia que aún se establecía entre nosotras. Pero todavía si pudiera disimularlo, no querría hacerlo, porque amaba al fin ridiculizarme en estos casos. Reía por dentro al pensar que hace tan solo unos años evadía a la desprestigiada cursilería, puesto que la consideraba obsoleta. Ahora era verme deshecha en cada palabra que su lengua me destinada.
Sentí un escalofrío al ser presa de sus manos, no importaba la temperatura fría (quizás más que las mías) que estas tuvieran; las seguía sintiendo cálidas.
—Me conoces, y aun así no puedes aceptar la verdad —Cincelé mi primera sonrisa esa noche, débil, pero firme en la convicción de su ‘porqué’. Abracé su figura, entrelazando mi brazo con el suyo, mientras depositaba mi otra mano a la altura de su pecho, acariciado su fina piel, antes de inclinarme levemente a besarla, disfrutando del único vestigio de su alabastro cuerpo. En segundos me vi a su altura, atenta a los movimientos de sus labios, terminando por exhalar de manera poca notoria sobre estos en cuanto iniciaron su insensible juego, el cual, por supuesto, siempre terminaba disfrutando.
—¿Teniéndome cómo? —inquirí susurrando sobre ella, sin molestarle en levantar mi tono de voz. Existía algo más allá que el burdo instinto de dos cuerpos, pero de alguna manera tampoco podían pasar por alto. Busqué para entonces otro beso; uno que degustaría con más lentitud, antes de seguir—. En todo caso, has incitado cada una de mis acciones. Te habías propuesto tenerme, aún si al principio fuera otro trofeo más. No esperabas que este cobrara vida, ¿cierto? Querías a la presa que mostraba insensata misericordia… Lo reconoces, y en el fondo te sonríes porque sabes que lo conseguiste —le eché en cara, sabía divertirme con mi propia humillación.
Pero de pronto también quise jugar, y dedicándole otra sonrisa me solté de ella, tomando una distancia más prudente de sus brazos. Quería poner a prueba su extraño comportamiento, siendo que también me encantaba.

—Tan serena. Notable trovadora que se atreve a fascinarme con su accidental lírica. ¿Debería sorprenderme, Von Krautzs? —Volví a sonreír, pero esta vez para mis adentros en lo que me alejaba aproximadamente a un metro de ella, bajando la mirada hacia el suelo unos instantes antes de volver a buscar su mirada—. Por lo único que me atraso en resaltar mi impaciencia es que mi vista es lo suficientemente memorable —proseguí, haciendo alusión a su repentino arreglo de imagen. ¿Por qué costaba tanto reconocerle ahora mi atontamiento? Mi lado inútil salía a la luz nuevamente, con ánimos de molestar.
—Vamos, dime qué sucede, cariño.