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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Stefánia Mészáros Miér Dic 18, 2013 6:42 pm

Julio de 1800, Maison Céline, Rue du Colisée, París, Francia

“Así terminó pensando en él como nunca se hubiera imaginado que se podía pensar en alguien, presintiéndolo donde no estaba, deseándolo donde no podía estar, despertando de pronto con la sensación física de que él la contemplaba en la oscuridad mientras ella dormía.”

Gabriel García Márquez, El Amor en los Tiempos del Cólera


La suavidad de las sábanas de seda, el mullido almohadón de plumas de ganso, el delicioso aroma de las rosas junto al balcón, mi desnudez y la cálida sensación en mi vientre tras hacer el amor, me habían vuelto perezosa. Llevaba horas en la cama, fingiendo dormir, intentando permanecer inmóvil para no despertar sospechas. Gusztáv, como siempre, se levantó apenas el sol se puso, y tuve que dejar ir, no sin quejas adormiladas, el ruedo de sus brazos. Unos minutos más tarde, la criada, enviada sin duda por mi endemoniado madrugador, traía en una bandeja el desayuno, consistente en una taza tibia de sangre recién ordeñada del cuello de la desgraciada vagabunda que agonizaba en el sótano. Pese a su apariencia, sucia y desgreñada, con algunos dientes de menos, y unas cuantas cicatrices de viruela, Gusztáv había descubierto en ella un aroma sutil que dejaba adivinar el manjar que escondía en las venas. No se equivocaba. Había estado alimentándome de esa mujer durante la última semana, y a cada sorbo el sabor sólo se volvía más y más interesante.

Esta mañana, sin embargo, no tengo ganas de comer. Algo me carcome el seso, y son aquellas reuniones, discretas y adustas, entre Rákóczi y Arnau, a las que, por supuesto, yo no estoy invitada. Tengo la certeza de que se trata de un asunto importante, y por lo mismo me ofende que pretendan dejarme fuera. Ya no soy una niña, y ellos no son mis padres. Por eso es que me quedo en la cama, muda, simulando un sueño del que no tengo necesidad, por puro y simple enfurruñamiento. No quiero compartir con nadie más, y a estas horas la casa comienza a llenarse de gente indeseada.

Odio vivir en casa de Arnau. Jamás puedo hacer lo que me da la gana. Gusztáv me regaña todo el tiempo, “no te rías tan fuerte”, “ponte algo de ropa”, “no muerdas a los vecinos”. Me siento como una niña a la que han regalado un poni, sólo para decirle que no tiene permiso para montarlo. ¿De qué sirve ser una vampiresa, si sigo teniendo que aguantar todas esas absurdas reglas?

Me revuelvo otra vez entre las mantas, cierro los ojos, pero es imposible conciliar el sueño. ¿De qué hablarán esos dos en el despacho? No quiero secretos entre Gusztáv y yo. Es mío y yo soy suya, y por tanto, todo lo suyo es mío también. Me desperezo y me envuelvo de mala gana en la sábana color crema. No le gustaría que anduviera desnuda por toda la casa, menos con tipos como Parfait y Therrier, las manos derecha e izquierda de Arnau, pululando por los rincones. A mí me divierten sus caras de perros hambrientos, la forma en que se les van los ojos a cada centímetro de mi piel descubierta, así sean tan sólo los tobillos. Estoy segura de que me desean, más que a cualquiera de esas cortesanas bulliciosas que Arnau se empeña en invitar por las noches –noches que son día, y días que son noche… el tiempo vampírico es un desastre−. Nunca las muerde, ¿de qué le valen? Son sólo bolsas de carne. Pero incluso Gusztáv se entretiene observando sus bailes impúdicos, y es entonces cuando quisiera quitarle la ropa ahí mismo, enfrente de todos, y demostrarle que es mío, mío y de nadie más. ¿Por qué querría mirarlas a ellas, si me tiene a mí?

Me levanto a trompicones, mejorando el amasijo de tela que me he puesto encima y anudado junto a la cadera. Ni siquiera me molesto en mirarme al espejo. Debo tener el cabello hecho un lío tras las vueltas que me di anoche, pero mi rostro nunca mostrará un signo de desmejora. Soy inmortal, soy bella. La desfachatez con la que lo reconozco me hace soltar una risita mientras camino sigilosa hacia la antigua biblioteca.

Para ventura o desgracia mía, no encuentro a nadie en los pasillos. Han de estar todos los sirvientes en la planta baja, atendiendo a los invitados, preparando la tertulia y disfrutando ellos mismos de la fiesta, tras bambalinas. Me dirijo a una puerta enorme, puro roble tallado con la figura de dos leones. La biblioteca. Abro sin golpear y entro en aquel enorme espacio lleno de tantas letras como cabe imaginarse. Arnau es un coleccionista.

Tras pasar los enormes estantes, hay una nueva puerta. Esta vez, es más sencilla, pero yo sé bien la opulencia que esconde dentro. La contemplé el primer día, entre los sollozos de Jacob, el chico que conocimos en el tren. La oficina personal de Arnau era un palacio dentro del palacio, repleto de obras de arte y los más finos muebles. Allí se manejaban algunos de los más oscuros asuntos de París, iluminados por una monstruosa lámpara de gotas de cristal, y vigilados por el retrato de Céline, la muerta que daba el nombre a la mansión, el primer y único amor de Arnau, su creadora.

Otra vez ignoro mis modales y las reglas impuestas, y tras empujar levemente, entro sin anunciarme. Están tan enfrascados en una discusión junto a un montón de papeles, que ni siquiera se dan cuenta hasta que estoy al borde del escritorio. –Buenos días –saludo, y rápidamente me siento sobre las rodillas de un sorprendido vampiro de ojos azules, que no tardará en amonestarme.



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Mensaje por Gusztáv Rákózci-Szöcs Jue Dic 19, 2013 3:23 pm

El día empieza con las primeras luces de las estrellas. Suspiro en silencio deseando estar en otro sitio donde pueda levantarme cuando lo desee y no cuando soliciten mi presencia. A mi espalda el frío cuerpo desnudo del único ser que me importa aún no ha abierto los ojos o ¿tal vez finge dormir?  Algunas cosas siguen siendo un misterio y lo seguirán siendo por siempre. Me levanto con una pereza sobrehumana, las sábanas y mantas se arrastran por mi cuerpo como si fuera capa de piel de la que debo desprenderme. Si la pregunta es por qué me levanto, la respuesta es que debo pagar por haber sido acogido en este lugar y el pago en la no muerte es lo que llevamos en la mente: información.

Debo ir presentable a la reunión con Arnau, nuestro anfitrión por ello debo pasar por el baño, la compañía de Stefánia debajo de las sábanas puede ser de todo menos tranquila, además el agua tibia hará que mi mente se despeje y me de la serenidad suficiente para esquivar una noche más sus preguntas con respuestas vagas en las que la ausencia de datos de interés sean predominantes. El atuendo siempre impecable, esta vez el uniforme de gala del ejército húngaro:azul celeste con puños y cuello dorados así como los botones de la pechera que los cambié para que el dorados fuera oro puro,  pantalón a juego con la misma combinación de colores. Esta vez el sable, por muy decorativo que sea se queda en su estuche. De esa guisa salgo del cuarto sin hacer ningún ruido.

Al bajar las escaleras me espera uno de los miembros del servicio de la casa. Puras formalidades. Sé donde debo ir, sé donde está Arnau,  conozco el camino. Todos los días es igual. Odio la rutina.  El hombre abre con dificultad la puerta que da a la antesala de la biblioteca es grande y pesada, madera maciza, la puerta a la sala de un tesoro formada por viejos y grandes volúmenes de grandes obras de la humanidad. ¿Cuántas primeras ediciones contendrá? Prefiero dedicarme a pasar la vista por los adornos de la puerta a ayudar al humano. Con el dedo meñique derrotaría al gigante de madera, pero para algo está el servicio. Sonrió de medio lado, espero cruzando los brazos y suspiro de indignación y falsa impaciencia. Una vez que la puerta cede entro a grandes zancadas sin detener la mirada en ninguno de esos volúmenes antiguos o podría prescindir de la reunión. La pequeña puerta que da al estudio de Arnau prefiero abrirla por mi cuenta.

- Buenos días. - saludo antes de tomar asiento. Frente al asiento hay una copa de cristal llena de un espeso líquido rojo: el desayuno. Doy un trago y la sangre baja por mi garganta con rapidez, sin darme cuenta vacío el recipiente de ese trago. Mi sed era superior a lo que quería reconocer, además su sabor fuerte denota un origen masculino, posiblemente alguien que hace mucho ejercicio o un soldado. Es una lástima ser alimentado de esa manera, echo de menos salir a cazar. - Simplemente excelente.  - comento con una sonrisa de agradecimiento en el rostro, aunque sigo soñando con salir a las calles de París a provocar una matanza.

Continuamos con las eternas formalidades sobre como fueron las horas que no no hemos visto, los agradecimientos por la acogida en la casa y su forma de quitarle importancia a ese hecho. Luego una serie de datos sobre la alta sociedad parisina y sus escándalos, así como las últimas noticias del principal diario de la ciudad. Menos mal que tenía bien ensayada mi cara de absoluto interés. Por otro lado tenía en cuenta que no era un nonato y podía leer a la perfección mi forma de actuar, pero por si llego a ser un auténtico actor mi mente estaba sellada para todos. Gracias inmortalidad.

Antes de poder terminar de leer los últimos sucesos de las calles la puerta de la sala se abrió sin que nadie se dignara a anunciar que sucedía. Alcé la mirada para acabar frunciendo el ceño y lanzando una llamarada gélido por mis ojos. Stefánia o Asia, como la llamaba en la intimidad, había decidido hacer acto de presencia sin llamar a la puerta ni vestirse como es debido. Su jovial saludo recibe uno brusco por mi parte: - Buenas tardes. - intentando hacer referencia a que no es bienvenida. Me pongo tenso cuando se sienta sobre mí. Su insolencia es insufrible. Rodeo su cintura con un brazo de hierro con la doble intención de evitar que haga alguna otra estupidez y para marcar mi territorio para que los ojos de nuestro anfitrión sigan mirando al frente,  pues ella es mía y por mucho que deba a nuestro anfitrión no voy a permitir que se deleite con su figura.

- Stefánia, querida, estás decidida a querer dejarme en evidencia. No paro de decir a Arnau que el refinado gusto francés respecto al atuendo está sobre valorado, pero tú en lugar de lucir uno de esos caros y exquisitos modelos que adquirimos en Budapest resulta que apareces así. - pretendo sonreír pero mi mirada se nubla cuando se cruza con los ojos de ella. - Al final tendré que pagar a alguien para que se encargue de tu vestuario. - lo que era un ataque directo a su gusto y estilo. Tras esas palabras me dedico un respiro y una sonrisa a mi público aunque esto sólo dará lugar a un enfrentamiento dialecto con un invitado inesperado. Lo cierto es que en el fondo lo que más rabia me da es que tenga la desfachatez de aparecer despeinada dejando en el aire ese olor testigo de lo acontecimiento e los dos con anterioridad. Odio no estar en mi casa ya que el escritorio que nos separa de Arnau recibiría un uso mucho más interesante y excitante.


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Mensaje por Stefánia Mészáros Jue Dic 19, 2013 4:40 pm

"El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno".

Gabriel García Márquez, El Amor en los Tiempos del Cólera

Ignoro su mirada hostil y me acomodo sobre sus mulos, rozando innecesariamente el centro de su pantalón para provocarlo. Sonrío encantadoramente a Arnau, quien se ha quedado de una pieza frente a mi desatino. Gusztáv me rodea inmediatamente con el brazo, usando quizás más fuerza de la necesaria, y bloqueando mis movimientos. Por toda respuesta, pegué aún más mis nalgas a su pelvis. –Comprendo lo aburrido que debe ser estar ustedes dos solos aquí con ese montón de papeles – señalo el escritorio con la barbilla, puesto que no me era posible extender los brazos−, pero Gus, no me digas que se te ha pasado tan lento el tiempo que confundes las horas… ¿Para qué si no traes el reloj en los bolsillos? –siguiendo la cadena de oro que pende del borde de su chaqueta, introduzco con destreza mi pequeña mano en el lateral de su pantalón, tanteando hasta encontrar algo más que el disco metálico y asiéndolo con una maligna satisfacción. Me estaba propasando, probando sus límites, ambos sabíamos que haría de todo si me aburría, y sus reuniones se estaban volviendo ya demasiado rutinarias como para soportarlas.

Escucho sus palabras de reproche como si no me importaran en lo más mínimo; cuando termina, suelto una risita y sacudo la cabeza, provocando que aún más mechones colorados caigan sobre mi rostro. –Si tanto te disgustan, puedo quitarme estos trapos de inmediato –mis ojos brillaron al cruzarse con los suyos, y luego dirigirse a nuestro aun mudo anfitrión –Dígame, Arnau, si no comparte usted mi reflexión: ¿No es acaso la Naturaleza la más sabia de las madres? ¿Por qué, entonces, hemos de cubrirnos con telas de toda clase, si al nacer no tenemos más vestimenta que la propia piel que nos nace? –volví otra vez mi foco al vampiro que echaba chispas por los ojos, renegando de mi locura, y recliné mi cabeza hacia atrás, sobre su hombro, para susurrarle al oído: –Contrata a quien quieras para vestirme, querido, mientras sigas siendo tú quien me desvista –con una leve caricia del pulgar liberé aquello que tenía entre manos y me dispuse a deslizar con dificultad el brazo derecho por sobre el suyo para peinarme con los dedos y desenredar alguno de los nudos rojizos, logrando un desenfadado moño en la nuca, amarrado nada más que con el mismo cabello.

A continuación, alargué la misma mano, manteniendo la otra aún pegada al costado, y tomé el periódico que yacía sobre la mesa. −¿Qué hay de divertido en París esta mañana? ¿Escándalos, asesinatos, adulterios? –pasaba las páginas sin prestar atención a lo que decían, ignorando también la seria mirada de Arnau sobre mi frente. Sabía que era un hombre con cuya paciencia no se jugaba, pero me daba rabia que usurpara mis horas con Gusztáv a su antojo, haciendo que éste se presentara en su despacho a la más mínima llamada.



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Mensaje por Gusztáv Rákózci-Szöcs Sáb Dic 21, 2013 4:40 am

Es una maldita niña adorablemente consentida que por sus actos se ha despertado con la misma energía con la que se acostó. Su perfume me sigue llamando al placer, sus gestos, sutiles movimientos que llaman al placer. La odio por ello, es demasiado temprano para empezar con esta tortura. ¿O será demasiado tarde? En ocasiones como esta es tan impredecible que es mejor no bajar la guardia. De ahí que me mantenga aferrada a ella como una bestia que protege a su descendencia.

Sonrío sin ganas ante su comentario de la hora y el reloj. - Quería referirme... - enmudezco una milésimas al sentir su mano. ¡Será desgracia! ¡Cómo se atreve! Y aunque mi mente rechaza su gesto a mi cuerpo le encanta. - ... a que te levantas más tarde. - luego ella sigue hablando, yo ensimismado con su mano, deseo que haga algo más, quiero caricias. Pero si quiere jugar, jugaremos. El brazo que no la atrapa se desliza por el vestido improvisado que lleva hasta que la mano se posa entre sus piernas. No me enfrento a sus palabras sobre la desnudez aunque nuestro anfitrión contesta con una negativa puedo ver el brillo del deseo en sus ojos. Lamento que su mano abandone mi bolsillo, la mía no se retira.

Un nuevo desafío por su falso interés en los sucesos, aunque me tiende una oportunidad de lujo para dejar algo claro a toda la sala. - Simples y aburridas noticias de los humanos que habitan en París. - hago un claro gesto de desprecio al documento y miro a Arnau que seguramente es lo suficientemente inteligente para saber que si quiere saber algo tendrá que darme a cambio más datos que los que aparecen en un diario.

Una nueva interrupción aunque con el debido respeto. El mayordomo tras llamar a la puerta recuerda a su señor que debe acudir a una reunión. Arnau se levanta, se disculpa y despide en la distancia. Me quedo quieto y sonriente hasta que la puerta se cierra a su espalda. Es entonces cuando aprieto los dientes y mis ojos se llenan de llamas azuladas. Rompo el cerco alrededor del cuerpo de Stefánia, mi mano también se separa del lugar que ocupaba para ir a pasar a sus caderas. La otra mano se sitúa en el otro extremo de su cuerpo, como si de una pluma se tratara la alzó, giro y siento en la mesa. Me quedo mirando sus ojos fijamente.

- Ania debes mantener la calma y la compostura. ¿Te crees que a mí me gusta todo esto?  ¡No! Arnau quiere saber de nosotros y los que nos rodeaban en Hungría. Cuando satisfaga su curiosidad posiblemente nos eche y eso sino decide matarnos. Así que tendremos que seguir así un tiempo o... - - miro al infinito y sonrío hasta que me levanto y doy la vuelta al escritorio para sentirme donde estaba nuestro anfitrión. - ...podemos matarlo y quedarnos con todo.


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Mensaje por Stefánia Mészáros Dom Dic 22, 2013 4:29 pm

“Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.”

Gabriel García Márquez, El Amor en los Tiempos del Cólera


Si Gusztáv cree que va a mantenerme callada o tranquila sólo porque me pone una mano encima, está muy equivocado. Sigo como si nada, aunque el calor comienza a acumularse en mi interior y deseo volver a tocarlo, sentirlo, besarlo por todas partes. Si no fuera por Arnau, me daría la vuelta para montarlo aquí mismo, en esta silla y en este despacho. Me muerdo los labios con impaciencia, Arnau responde cortante a mis provocadoras preguntas y si no fuera un vampiro, una gota de sudor caería por su sien. Las sábanas son demasiado delgadas, y el francés es un vividor que no desaprovecha oportunidad alguna de “apreciar la belleza” de una  mujer. Le sonrío especialmente antes de centrar mi atención en el periódico, una sonrisa conocedora, que no deja lugar a dudas; −“Sé lo que estás pensando”.

Se siente la tensión en el aire. Es hostil, es sexual, es un componente denso que flota a mi alrededor y entre los dos hombres. Mantengo la vista abajo, sobre las letras y retratos en blanco y negro, permitiéndoles mirarse sobre mi cabeza. Gusztáv ha lanzado su ataque y no ha sido sutil;  espero una réplica del señor de la casa, pero el sordo ruido de la madera contra los nudillos de una mano humana corta el ambiente. El mayordomo, ignorante de lo que sucedía ahí dentro, asoma su plateada cabeza para anunciar a Arnau el pronto comienzo de su reunión con algún otro vampiro de la ciudad en el salón de la planta baja. El francés se despide cordialmente, se le ve aliviado, aunque jamás lo admita; se retira a toda prisa y nos deja solos en su rincón personal.

Alzo la vista para enfrentarme cara a cara a Céline, esa morena de tez canela que domina la pared posterior con sus ojos verdísimos y vivaces. Dicen las malas lenguas que se suicidó cuando se enteró de que su amante era un vampiro. Lo cierto es que murió humana, sin ser casta ni pura, pero sin haber cometido asesinato alguno. –“Céline est dans ciel” –pienso, y mientras observo distraída su bello rostro, detrás de mí el infierno se desata en ojos del vampiro y decide moverme como a una muñeca, para en dos por tres sentarme sobre el escritorio sin que apenas me dé cuenta de lo que pasa. Se me ha corrida la sábana, y mi piel presiona libre la fría superficie de roble vitrificado.

Mientras me regaña ruedo los ojos, miro hacia el techo, saludo a la lámpara de cristales. No me gusta que me llame la atención, no soy su hija. Y si lo fuera, sería un maldito enfermo por lo que hacemos. Y lo que quiero hacer ahora.

Lo observo sentado en el trono de Arnau, una sillón estilo Luis XVI, quizás traído del mismo desgraciado Palacio de Versailles. Ancho, de tapiz azul oscuro, madera casi negra y lustrosa, las patas y los brazos imitando garras de algún animal mitológico. Me paso la lengua por los labios y lentamente, con los movimientos de una serpiente, voy recostándome sobre mi abdomen encima de los papeles y diarios de Arnau, sujetándome con las manos del borde del escritorio hasta quedar con el torso y los muslos completamente sobre el mueble, y las rodillas flectadas en el aire, moviendo rítmicamente los pies descalzos de adelante hacia atrás.

−Gusztáv, cariño, no eres tan poderoso –replico con una nota de lástima en la voz, y los ojos relampagueando de lujuria. –Dime, ¿cómo podrías matar a Arnau? Tiene a medio París de su lado –más pronto que tarde, acerco una mano para acariciar sobre su uniforme lo mismo que antes había apresado. –Ahora eres tu quien pierde la calma con semejantes ambiciones, morder la mano que te da de comer nunca es sabio –continúo moviendo la mano con suavidad, abriendo y cerrando los dedos en el proceso, mirándolo a los ojos y sintiéndome complacida al observar las sensaciones del vampiro reflejadas en su rostro. De súbito, el juego se interrumpe; me detengo sin previo aviso y me incorporo, sujetando con la misma mano la sábana justo antes de que se descubran mis pechos.

−Me aburro. Quiero clavarle los colmillos  a algo. No me importa lo que diga Arnau, cazaremos esta noche –camino hasta la puerta con alegre decisión, sabiendo que Gusztáv no estará muy contento. −¿Vienes, o tendré que disfrutar del festín sola? –le pregunto, mirándolo por sobre mi hombro desnudo mientras alcanzo la puerta y salgo a la inmensidad de la biblioteca.



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Mensaje por Gusztáv Rákózci-Szöcs Lun Dic 23, 2013 3:42 am

Ella sabe que no tengo paciencia, o debería saberlo, así que primero su desvergüenza y luego si intento de ignorarme sólo hace que me ponga furiosos. Supongo que no exploto hecho una furia ya que sus gestos anteriores han despertado el deseo y la vaga sensación de sentir de nuevo un calor excitante en este cuerpo que está muerto, también colabora la forma descuidad en la que he posado su cuerpo en la mesa que deja ver su nívea piel e imaginar con mayor claridad lo que la sábana oculta. Deseo con algo de desesperación rasgar ese improvisado atuendo.

Posado en el sillón de tan elegante diseño cuyo nombre evoca a uno de los grandes de Francia con tan hermosa fémina ante mis ojos me siento como uno de aquellos viejos y brutales señores de los Cárpatos que todo tenían con el chasquear de los dedos, la fuerza de los puños y el terror que provocaban. En lugar de un antiguo y refinado vampiro como Arnau este palacio podría tener un despiadado monstruo como señor, tal vez por eso hice realidad mi visión en forma de palabras que íntimamente comparto con mi querida, pequeña y cada vez menos dulce, aunque más interesante, Stefánia. Yo rey... que digo, Emperador y ella a mi lado para regir a esta ciudad de las luces. Seguro que habría otros por en medio, pero nuestro lugar no está en los campos ni las aldeas de la vieja Hungría, este debería ser nuestro lugar y dejar el anonimato nuestro objetivo y ella... de nuevo... rompe mi sueño con sus ligeros pies posados en la tierra. Odio admitir que lleva razón, por eso mis ojos brillan de nuevo como el pálido fuego contenido en el infierno.

- No, no lo soy. Pero estoy dentro de su hogar y, efectivamente, no tendría que pensar que fuera a morder su mano. ¿Y sí lo hago y gano? – sonrío aún por el reflejo de mi sueño de conquista hasta que se desvanece. - Pueden ser ambiciones, pero no creo que nos merezcamos menos. – sonrío dando a entender que la respuesta es negativa para después quedarme hipnotizado por el movimiento de sus manos, tan gráciles, tan significativas. Parecen decir que debemos tomar y soltar, que hay que avanzar con mesura y cuidado. ¿Vuelve a ser mi mente jugando con las sombras de algo inexistente? Si alguien pintara a esta mujer en la postura que está ahora sería eternamente recordado más que los grandes maestros, pero tal vez no sobreviviera a semejante ofensa de atreverse a mirarla si que lo haya consentido. - Además que soy mayorcito para que me traten como a un niño. No negaré que me gusta este lugar, pero no el trato. Además como ya dije mientras no me prestabas atención, cuando consiga lo que quiere nada nos garantiza que nos deje de alimentar e incluso “respirar”. – comento irónicamente para referirme a permitirnos vivir ya que respirar, lo que es puramente respirar no nos afecta en nuestro estado.

El hechizo se rompe ella se levanta cuidadosamente arreglándose el vestido. Me relamo ante aquello que no se lleva a ver y mantengo la mirada un instante en su figura mientras ella habla. - Mi idea no iba a ser precisamente aburrida, pero conozco otras forma de entretenerte. – manifiesto algo jocoso y sin pudor apoyando las manos en los brazos del sillón ya que su otra idea me parece algo contradictoria. No quiere que muerda la mano que me da de comer pero si que me salte sus normas. ¿Alguien puede entender lo que pasa por su cabeza? Resoplo pero antes que pueda dar dos pasos por la biblioteca me encuentro a su lado tomando su mano. - No me lo perdería por nada del mundo. Pero antes.... ¿Me podrías hacer un favor? Ponte un vestido. Una cosa es jugar en casa y otra fuera de ella.

Salimos de la biblioteca, no sin antes mirar un par de volúmenes, es una suerte compartir la pasión por la lectura aunque e otras cosas seamos como agua y aceite. De camino a nuestros aposentos podemos ver como la casa está en calma y algo vigilada por hombres que no conocemos de nada. Me muero de ganas por saber con quién se reúne, si mi camino a la gloria no pasa por eliminar a Arnau tal vez pueda eliminar a sus visitantes o unirme a ellos.


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