Lifeless demons crawling the wall - Privado.

De pequeña solía tenerle miedo a los insectos que la acosaban especialmente en las noches de verano, terminaba con los brazos llenos de ronchas y la cocinera buscaba hojas de menta o eucaliptos para calmar un poco la picazón y evitar que la niña llegara a hacerse heridas. A esa edad no era muy consciente del daño que se hacía, sólo lo dimensionaba después cuando su profesor la regañaba. Se sentía con el derecho a hacerlo, un derecho obtenido directamente de la boca de su padre quien incluso autorizaba a ese señor a usar una vara de madera que le golpeaba las manos en el piano si se equivocaba, la espalda si se sentaba chueca o las piernas si su atención se centraba en un punto distinto de la lección del día.

Y lo extraño es, que aún ahora cuando su profesor no está y esa vara ya no le toca la piel, mantiene las costumbres tan arraigadas y se castiga inconscientemente si falla. Mientras camina mantiene las manos quietas, delante de ella y la cabeza levemente baja, las instrucciones su hermano se las da a alguien más porque ella es mujer y como mujer supone que es tonta y como tonta no será capaz de terminar el negocio que él hizo. Siempre ha sido así, siempre será así. Es entonces Cormac quien podrá recoger los caballos nuevos y traerlos hasta la casa, quien debe revisarlos y aprobar que estén en buenas condiciones además claro de verificar que el antiguo dueño esté de acuerdo con el pago final.

Adele sabe que podría quejarse y reclamar pero no tiene razones para hacerlo. Su hermano es lo suficientemente desconfiado como para enviarla a ella también sólo “por si acaso” y eso la hizo tan feliz que tuvo que esconder el rostro para que no notara sus ojos brillantes y sus mejillas coloradas. Es casi un día a solas con Cormac, es silencio, palabras, miradas y más amor que aún desconoce si es correspondido. Le gustaría poder expresar sus sentimientos libremente, cabalgar de la mano sin temer las miradas indiscretas y al final del día, ir a dormir juntos, en la misma cama, bajo el mismo techo. Pero su hermano nunca lo permitiría, Cormac es un empleado de la casa y ella, ella necesita buscar un mejor prospecto, uno que tenga los bolsillos llenos de billetes y las conexiones sociales que el mayor de los Caulfield necesita para ascender.

— Mi hermano… — se aclara un poco la garganta porque eso parecía más un gemido lastimero que una frase bien dicha, — mi hermano dice que ya podemos partir pero que él utilizará el carruaje por lo que yo debo cabalgar al igual que usted… — se sonroja, una vez más en su presencia, esta vez por el hilo de pensamientos que inunda su cabeza y la llena de imágenes algo indecorosas. — Le he pedido a la cocinera que prepare una canasta con comida para nosotros por si nos da hambre en el camino y también llevaremos agua, aunque el día no está soleado quizás más tarde el cielo se despeja… — habla con claridad, a ratos se atreve a mirarlo a los ojos, sentirse a solas con él es lo único que le ayuda a no tener miedo y también a sentirse confiada de que ese tiempo compartido nadie podrá arrebatárselo.

Adele resopla porque no es capaz de disimular su molestia. Se cruza de brazos y luce como una pequeñita a la que no le han cumplido uno de sus caprichos. Y es así, aunque a medias. Cuando salió de casa y emprendió el viaje que la llevaría hasta ese hombre que hizo el trato con su hermano esperó poder tener mucho tiempo para hablar con Cormac y también conocerlo más, aunque eso no fuera nada más que una excusa para escuchar su voz. Pero en cambio, todo lo que obtuvo fue un montón de silencio y algunas indicaciones que le dejaron muy en claro que él nada siente por ella y que todo lo que creyó antes podían ser señales de que sus sentimientos eran mutuos, fue sólo producto de su imaginación y de la gran cantidad de libros que ha leído.

Es por eso, que ahora, después de haber hecho ese trato con aquel hombre que poca confianza le daba, lo escucha y no puede creer lo que acaba de oír. Al parecer el camino de vuelta será otra dosis más de lo mismo y esa idea es la que le molesta, la que logra que se enfade y plante firme los pies al piso. Nada de cabalgatas románticas según puede notar. —¿Y quiere que esté sobre este animal todas estas horas hasta llegar a casa? ¿Sin comer ni beber? —suena horrorizada pero el motivo de aquello es realmente otro, uno que mantiene escondido. Adele lo mira a los ojos y aunque sus mejillas se colorean levemente, puede fácilmente asignarlo a otra cosa si es que alguien dijera algo al respecto.

Pero ahí en medio del campo sólo están ellos dos y los caballos que bien poco prestan atención a su diálogo. —Sí, por supuesto, sería lamentable que perdiera a uno de estos animales, mi hermano estaría muy enojado y no queremos que el señorito se moleste ¿verdad? —dice incluso estirando su labio en un puchero que deshace inmediatamente. No le cuesta darse cuenta de sus actitud infantil ni tampoco atribuirla a los deseos ocultos que posee de al menos tomar su mano. ¿Es que acaso es mucho pedir? ¿Es muy injusta la vida que no le da al menos la oportunidad de estar a su lado por una mísera tarde como dos personas que no se conocieron en las circunstancias en que ellos lo hicieron? Sí, la vida es injusta y ella tiene mala suerte. —Puede ayudarme, Cormac, y gracias por todo… —

Al subir mira hacia otro lado, evita sus ojos porque son su punto más débil, su tentación más grande. Todo en él le parece atractivo, incluso el modo en que le regala medias sonrisas cuando cree que es una muchachita malcriada. Aún cuando acaba de permitir que le ayude a subir al caballo no se mueve, se queda plantada ahí y da un paso atrás, alejándose de él y de los caballos. Otros más como ese siguen y comienza a retroceder hasta que camina un poco más lejos y le da la espalda. Lo que necesita es calmarse antes de sentir cómo él toma su cintura y la alza hasta lograr que esté cómoda sobre la montura. Adele imagina los dedos de Cormac sobre su piel, su rostro cerca del suyo y la forma en que huele, tan único, tan él. Lo mira por sobre su hombro, de reojo y si está seria es porque no sabe de qué modo sentirse ahora. —¿Y quién le ayudará a usted? ¿Quién le ayuda a usted, Cormac? —