Beyond the Wall of Sleep || Privado

por **Tatiana/Vera Belova** Lun Sep 15, 2014 2:22 pm

“Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón”
Alejandra Pizarnik

Los pensamientos aglutinados habían abandonado su constante choque, embriagándola de un instante de paz. Su alma arremolinada se sosegaba en la concentración, en la atención puesta en la labor por cumplir. Limpiar la cubertería de plata la hacía sentir entera y no tan solitaria y abandonada. No importaba el dolor punzante en los dedos lastimados con pequeñas y delgadas laceraciones, ni la transpiración que le corría por la nuca hasta llegar a la base de su cintura. El mundo carecía de sentido, sólo eran ella y el brillo incandescente entre sus manos pequeñas y diestras, que danzaban graciosamente sobre el material. Era una creación soberbia, su abuela había pedido aquellos exclusivos diseños; y luego de la muerte de la encargada de aquel trabajo, le había sido a ella delegada la labor. No había cuestionado, sino, acatado inmediatamente. A pesar de que no formaba parte de sus tareas, sabía que esa era una prueba de obediencia. Había compartido junto a la difunta y había aprendido su técnica, que hacía relucir el filo y le otorgaba una elegancia digna de un Rey. Tatiana era objeto de dudas por ser la nieta de la patrona, no estaba en posición de objetar ninguna orden, y dentro de ella no se abrigaba ninguna idea subversiva que se impusiera a su sumisión. Hacía tres días que intentaba encontrar la perfección, entre cucharas, tenedores y cuchillos, pero fue recién al cuarto cuando su ojo avezado sintió una puntada de satisfacción que se dispersó por cada milímetro de su cuerpo, que prescindió de la tensión. Movió los hombros hacia atrás y hacia adelante, un dolor agudo le recorrió de las cervicales hasta los omóplatos, donde terminó muriendo, junto con la alegría del deber cumplido. Un sirviente, que no era más que un muchacho flacucho, se había sentado a su lado a observarla atentamente. A la joven no la molestaba, más se sentía agotada al escuchar constantemente la voz de Vera, que no paraba de susurrarle y darle sustos.

— ¿Puedes dejarme en paz? —le preguntó tapándose el rostro con una almohada, recostada en el catre de la habitación pequeña y poco iluminada que le correspondía. —Estoy cansada, Verochka.

—Tania, debes trabajar —respondió la fantasma, que movía la silla del escritorio de atrás hacia adelante, haciéndola chirriar.

—Deja de hacer ese ruido, por favor. Me duele la cabeza, intento dormir cinco minutos antes de que…

—¡¡Tatiasha!! —interrumpió la estridente voz.

—La abuela me llame… —completó la frase, poniéndose de pie y calzándose.

Subió al dormitorio donde la anciana descansaba. La ayudó a vestirse, cuidando de no atarle el corsé demasiado fuerte, de no rozar demasiado su piel. Al peinarla, debía ser extremadamente precavida de no tirar el cabello, de que quedara prolijo. Todos los días, tres veces, escuchaba las mismas órdenes, las mismas recomendaciones, y era agotador. A ello, se sumaba su melliza, que revoloteaba a su alrededor; pero había terminado acostumbrándose a su extraña presencia. A veces, hasta le causaban gracia los esfuerzos de Vera por hacerse notar, una punzada de ternura la invadía; pero su hermana odiaba que ella se sintiera de aquella manera, por lo que, en ocasiones, fingía los sustos, sólo para ver en su boca la mueca de satisfacción. Una vez hubo terminado con su abuela, le sirvió su té, pudo retirarse a uno de los jardines, con su libro de lecciones de francés. Aún no dominaba a la perfección el idioma, y si bien sus avances habían sido grandes, no lo suficientes para una charla fluida y sin confusiones. Se sentó bajo un sauce; sus hojas eran mecidas suavemente por la cálida brisa veraniega, y la rubia sonrió. Disfrutaba de aquellas nimiedades más que de ninguna otra cosa. En parte, ser sirvienta, le otorgaba libertad. No hacía falta que vistiera con elegancia y se podía tomar licencias tales como dejar sus clases de idioma, anudarse la falda y comenzar a dar volteretas, alejada de la vista de todos. Un leve empujón que Vera le dio, la hizo caer; lejos de quejarse y llorar, comenzó a carcajear como loca, recostada en la suave alfombra que creaba el pasto. Cerró sus ojos unos pocos segundos, y se dejó invadir por el canto de los pájaros, que comenzaban a acurrucarse en sus nidos. La tarde moría lentamente y pronto sería hora de volver a sus tareas.

por **Vogel Woldman** Mar Sep 16, 2014 2:38 am

"El destino es caprichoso, nunca sabrás cual es el camino hasta que él mismo te guíe"

Son las cinco de la tarde, ya se acaba otro día y por levante el negro manto de la noche comienza a cubrir el cielo, poco a poco le gana terreno a la luz del sol que cada vez se oculta más tras la linea del horizonte. Vogel sale de una taberna junto a tres chicos mas, son sus compañeros de trabajo.

-Bueno señores, me retiro. Mañana no lleguéis tarde, me pareció escuchar al capataz decir algo de un cargamento.- Comenta Vogel empezando a despedirse.
-Como no sean las vigas? creo que ya tenemos todo el material en la obra.- Le contesta uno de sus compañeros.
-Bueno lo que sea.- Dice Vogel con una sonrisa. Levanta la mano y se aleja. -Hasta mañana.-

El chico camina atravesando varias calles y callejones, camina distraído pensando en que cargamento traerían, y en quien demonios era el hombre con el que el capataz estaba hablando. Cuando Vogel lo vio, hace unas horas, su aspecto le llamo la atención. Extremadamente delgado, muy alto y pelo rojo, largo y brillante como el fuego. Intentó escuchar de lo que ambos hablaban, pero cuando consiguió estar lo suficiente cerca, tan solo pudo oír sobre el cargamento que llegaría mañana a las seis y media.
La visión frente a él le hizo salir de sus cavilaciones, sin casi darse cuenta había llegado a la pradera en el linde de la ciudad, es un inmenso campo, cubierto por completo por fina hierba y dispersos al azar por el lugar, varios arboles frutales, que al estar solitarios crecen despacio y a lo ancho.

Vogel disfruta tomando este camino, solitario y tranquilo, a un lado los muros traseros de varias mansiones al otro lado la verde pradera. A lo lejos ve a tres niños que juegan animados con una pelota, pasándosela de uno a otro en chutes largos. Vogel sigue caminando observándolos con una sonrisa amable.
Uno de los chicos da una patada demasiado fuerte al balón, que sale despedido en dirección a Vogel, pero ni si quiera le roza, pero se acaba colando en el patio trasero de una de las mansiones.

-¡No! Mi pelota. ¿Matius ahora que?- Le recrimina uno de los niños al que a chutado.
-Vale, vale voy a buscarla.- Le contesta el niño don rostro disgustado y se pone frente a Vogel. -Señor me ayuda a saltar el muro?- Le pregunta el niño como si nada.
Vogel sonríe divertido. -Tranquilo muchacho, yo recuperaré tu pelota.- Le dice guiñándole un ojo.

De un salto se agarra a la parte superior del muro y observa el lugar, un hermoso jardín, con un gran sauce y al otro lado esta la pelota. Al ver que no hay nadie salta, con tan mala fortuna que al saltar se hace un pequeño corte en la palma de la mano izquierda con un borde afilado. Se mira la mano un segundo y comienza a caminar hacía la pelota.

por **Tatiana/Vera Belova** Lun Oct 13, 2014 8:39 pm

Un golpe suave en la mejilla la arrancó del letargo en el que la había sumido el atardecer. Vera estaba sentada con la espalda apoyada en el árbol, deshojando una margarita que había arrancado del cantero que la abuela cuidaba celosamente; sabía que luego culparían a Tatiana, si alguien llegase a descubrir que faltaba una flor. Abrió los ojos y se encontró con una pelota, y se incorporó de súbito, sin saber de dónde provenía el objeto. Su hermana estaba demasiado ensimismada para haberse tomado la molestia, si hubiera querido despertarla hubiera optado por lanzarle una cubeta de agua helada o tirarle de los cabellos haciendo que se lastimase el trasero. La rubia supuso que venía del exterior, pues el muro que separaba de la calle no estaba tan lejos de allí; además, escuchó unas vocecillas agudas a lo lejos. Niños, claramente. La tomó entre sus manos, cuando percibió un movimiento por el rabillo del ojo, la dejó donde estaba, para esconderse con rapidez detrás del sauce.

—Qué cobarde eres, hermanita —se burló Vera, mientras se colocaba detrás de su melliza.

—Shhh… Calla, Vera, es un extraño —susurró, llevándose el índice a la boca.

—A mi no puede hacerme daño —se relajó la morena, y se sonrió al notar el temor en los ojos de su hermana pocos minutos menor.

Tatiana no conocía a nadie fuera de la mansión, pero se había esmerado en memorizar rostros y nombres de todo el personal, por lo que estaba segura que ese hombre alto y atlético no era nadie que trabajase para su abuela. No era una muchacha temerosa, pero sí precavida, y su imaginación no pude parar de cavilar que era un ladrón, que había organizado un asalto comando a la residencia familiar, y que estaba estudiando el panorama. La muchacha se preguntó dónde se encontraban los vigilantes cuando los necesitaban. Observaba hacia todas las ventanas, esperanzada de que alguno de los trabajadores se asomase por ella, y así hacerle una seña, pero sabía que su escondite haría la empresa de lo más difícil. Miró en derredor y vio una piedra lo suficientemente grande para dejar a alguien inconsciente, pero era debilucha, y no podría levantarla. Optó por un palo grueso que descubrió a sus pies. Se agachó lentamente, para no provocar ningún ruido, y lo tomó entre sus pequeñas manos.

— ¿Tienes pensado asesinar al visitante, Tania? Sólo parece que vino por la pelota, quizá es de su hijo —le revolvió el cabello.

—Basta, Vera. No tengo pensado matar a nadie —se defendió haciendo un puchero. Inspiró profundo, y salió de un salto, poniéndose frente al invasor. — ¿Quién es usted y qué hace aquí? —preguntó en su pésimo francés. Era baja, pero había estirado su cuello, puesto uno de sus brazos en jarra y con el otro –el que sostenía la improvisada arma-, apuntaba al desconocido.

Vera no podía parar de reír. Su hermana se veía de lo más ridícula en aquella posición de justiciera de mala muerte; más que nada porque a leguas se notaba el miedo que tenía. Sin embargo, admiraba su valor. Tatiana era delgada, pequeña e inocente, sin embargo, poseía un coraje poco común para alguien con una edad mental de doce años. La morena decía que era la propia inconsciencia de su hermana lo que la llevaba a actuar de aquella manera tan imprudente, y luego recordaba su propia imprudencia, y muy en lo profundo de su alma, no deseaba mal alguno para su melliza. Se quedó en su lugar, expectante; podía notar que aquel hombre poseía un poder que no era humano, y eso ponía aún más en desventaja a Tatiana si se atrevía a atacarla. ¿Ella la defendería? No estaba segura de qué sería mejor para la rubia, ni para ella misma.

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