You are losers! // Privado

Caminante sin camino, naufrago sin destino. Sus pies se sucedían en un sinfín de contracciones inconscientes de su propia voluntad, levantándose del suelo los escasos centímetros que necesitaba para no arrastrar sus suelas, pero a la vez la distancia justa para remarcar ese andar terco y descarado, una pisada se comía al mundo. Dos, sería atacada por la curiosidad ajena. Tres, ella era Malena y ella también era Malena. Cuatro, solo le quedaban cuatro pasos menos para alejarse de su destino inicial. Una bandolera de cuero gastado colgaba de su hombro balanceándose según su caminar, un ritmo demasiado rígido y seguro, imponiendo un respeto implícito o un terror que no tenía explicación aunque los habitantes parisinos podían sentirlo abriéndole el paso mientras se adentraba en las calles más vacías escapando del bullicio en que tuvo que vivir por unas horas. Resultaba mundano pensar que era tan despreciablemente humana como el resto al punto de necesitar ir al mercado a por un nuevo espejo de mano y nuevas hojas para pintar, todo alborotando lo que antes era el forro vacío que ahora le pesaba levemente. Escuálida pero sin embargo había algo de atractivo en sus huesos y lo sabía, podía sentir la mirada libidinosa de los idiotas pecadores que la observaban e intentaban distraerlas pero no eran más que el resto, no eran nada. Una voz, mil voces que se perdían en el viento que comenzaba a soplar por las paredes para quedar atrapado en callejones sin salida. Ella era un laberinto sin salida y pese a que Malena había dibujado un sinfín de mapas lo seguro era lo incierto, que jamás iban a encontrar el otro lado.

Su cabello castaño claro pelea salvaje contra el viento cuando dobla en la esquina ya desierta para adentrarse en las últimas manzanas antes de salir de la zona más céntrica de la capital, la noche comenzaba a cernirse sobre ella ofreciéndole ese manto de protección cuando sus pierna entumecida y desnudas se detienen frente a unos adoquines conocidos. Su mirada se alza observando la estructura gótica, de ladrillos colocados con una arquitectura imposible de reproducir. Los cristales de colores relucían maravillándola, inundando con diferentes tonos aquella piel nívea que parecía viva por primera vez en mucho tiempo. Disfrutando sin comprender el por qué. Era ella, eran los recuerdos o el encandilamiento de su parte más humana. Jocelyn, estás muerta, deja de disfrutar la vida. Esas palabras bastaron para romper el fugaz hechizo. Malena no objetó cuando sus talones giraron dándole la espalda a la imponente estructura para comenzar a correr al pasadizo más cercano que encontrara, tenían que escapare de él.

Los mendigos, los ilusos, el era la omnipresente voz que recordaba a todos el miedo a la muerte, era la mentira más grande jamás labrada y a la vez el mejor consuelo. Eran todos unos enfermos, su respiración agitada y su quijada remarcada cuando sus dientes se apretaron incrédulo de la ridícula admiración de algo que no existía ¿Y qué nos importa Malena? ¿Quién es Dios? ¿Qué es la religión? Yo soy tu creencia – Dios es la prohibición del incesto, y tu eres mi perdición ¿ME ESCUCHASTE BIEN? Si, eres mi desgracia, eso eres. Eso es lo que eres. – Su sonrisa cínica clavada en sus pupilas, podía sentir ese regocijo de placer, escuchar la risa que se clavaba en sus tímpanos obligándola a callarla presionando sus manos más fuerte contra sus oídos corriendo para escaparse de esa tortura que se clavaba en su sien una y mil veces, quería perderla pero ¿Cómo mierda podría escapar de sí misma? No tenía alternativa, pero tampoco iba a hacerlo, pero podía. Ella podría hacer algo. No. En silencio, la joven deja de pensar y de actuar por impulsos entrometiéndose entre las paredes altas escapando de ojos intrusos. Nadie le gana a la muerte, en la vida no existen más que unos pocos sobrevivientes al sistema y ellas lo eran, o ella había sobrevivido por ella, o de ella. Mierda, sus uñas se clavan en sus yemas tratando de retomar el control de sus pasos. Las punzadas agudas distraen la línea de la sonrisa austera que se forma detrás de sus retinas cuando el sol termina por perderse entre los ladrillos que se amontonaban a sus pasos. Su mirada perdida, ahogada en sí misma podría confundirse con la de un muerto en vida. Después de todo, eso es lo que eran, tan abandonada por sí misma que no pudo evitarlo. El aire escapó repentinamente de sus pulmones obligándola a ver la realidad donde el equilibrio la abandonó aferrándose con sus uñas a las paredes. Había chocado con algo que no pudo ver.  Estúpida, solo tienes que mirar. SOLO ESO – NO ME JODAS, MALENA – Cierra los ojos con fuerza mientras gruñe entre dientes sintiendo como sus piernas buscan el nuevo apoyo sobre el suelo para caminar a la par que sus manos comprobaban que su morral siguiera en su lugar ¿Con qué habían chocado? No importaba si era algo o alguien, no volverían a hacerlo ¿Pero qué era? Sigue. Su inconsciencia dictamina, pero la curiosidad humana es más fuerte cuando sus ojos muertos lo encontraron sin buscarlo frente a ella.

Estaba de pie, como otra sepultura que asomaba sobre el cementerio en el Malena y Malena caminaban sin rumbo o ni tan siquiera lo hacían. Sus piernas cortadas, tajadas por la naturaleza descontrolada que se adueñaba del inhóspito paraje sin siquiera poder recordar cómo había ocurrido ¿El recuerdo es tu tormento? PUTA QUE ERES. Los recuerdos no son putos, son cicatrices Malena ¿Entonces por qué no te cierras? Estás marcada, marcada por imperfecta, marcada por inmunda rata asquerosa. Esa sonrisa, esa maldita sonrisa cínica que hervía su sangre obligándola a arder dentro de sus propias venas atentando contra su mal juicio.CÁLLATE. Esos ojos desgarbados con sus iris tan pálidas que asemejaban a la retina de un ciego. La respiración entrecortada chocando contra un costal ridículo y refinado, delicado capaz de ser memorizado con solo ver y contar cada uno de sus huesos. El ser humano es un muñeco cualquiera, trapos o carne, relleno de felpa o tan solo huesos. Todos y cada ínfimo ser no eran más que un extra de la gran colección, ellas lo eran,  él parado frente a ellas con una expresión que tildaba de desconcierto. Su garganta seca la hizo enfrentarse a que sus labios permanecían entreabiertos tratando de reaccionar al maldito idiota que la había golpeado pero sus pupilas dilatas por el terror fueron las que hicieron reaccionar a sus músculos que la estamparon cual gata callejera contra la pared.

La espalda y la pared, el juego del cazador, la amenaza y el lamento peligroso de una presa acorralada que no tiene más que perder que su propia vida ¿Acaso existe un límite moral en ese momento? ¿Importa realmente la dignidad o solo algo tan bestial como sobrevivir? Animales o humanos, muñecos o muñecos, los recuerdos eran lo que iban a atarnos al mundo como individuos, pero para Malena no eran siquiera juguetes sino estorbos en repisas y aquel muñeco con rulos se había caído sobre su cabeza cuando ella pasaba. Ellas, en el momento en que ellas caminaban por sus corredores y el maldito ¿Encima les estaba hablando? ¿Y esa mano? ¿Iba a…? Si, TE DIJE QUE SI LO HARÍA. Mentira, NO DICES NADA. No digo nada, hago las cosas sin decir. TE LO DIJE. Era tan agudo que sus manos tuvieron que arremeter contra sus tímpanos  que sentía sangrar, gota tras gota inundando la maldita voz que rasguñaba sus entrañas riéndose ante las preguntas de aquella mierda frente a ella. El aire cortada su garganta hasta que sus dientes se presionaron mordiendo con fuerza como si pudiera masticar al propio aire inerte, tan poco insípido a su alrededor pudiéndose sentir la tensión y el pánico, el desconcierto apoderándose velozmente de sus pupilas muertas cuando se clavaron en él amenazantes - ¿Estamos bien? ¿Acaso te importa? – Y allí estaba la sonrisa sardónica, aquella mueca mordaz sin recelo ni timidez que transformaba al muñeco de una bella joven en un escalofriante harapo sin sentido, tan roto y desalmado que podría dar pena pero a la vez temor. Interés en intentar coserlo para descubrir su forma original pero a la vez ¿Cómo mierda sería algo que nunca antes fue cocido con esa forma? Su voz rasposa cortaba el aire entre ambos sin pedir permiso ni cortesía – Ni se te ocurra tocarnos, ni se te ocurra estar bien porque nunca lo estarás y ni se te ocurra caerte de nuevo sobre nosotras ¿No vas a aprender de las mierdas que cometes? ¿Tan humano estúpido eres? Aguarda, si que lo eres ¿En serio lo eres? ¿Vas a dejar de mirarnos mientras aprendes que debes poner un pie delante del otro? No es tan difícil. QUE NO LO ES – El aire se agitaba todavía alrededor de aquellas comisuras que encarnaban una calma tan falsa como hipócrita mientras sus manos resbalan liberando los oídos que ahora se inundaban del ruído de la noche. Ya no estaba aquel grito agudo que carcomía sus neuronas obligándolas a retorcerse sobre sí, era capaz de ser estable por un momento más.

Se giró dándole la espalda para enfrentarse a una pared de concreto. Sus uña intentaron buscar la debilidad arañando o acariciando la porosa superficie hasta darse por vencida y observar al frente, buscando el remedio de pasar su delgado cuerpo por entre el hombre y el laberinto. Era una pérdida de tiempo y encima quería joderla. A ellas no, cualquier mano sería extremista ¿Pero a qué le tenían tanto miedo? ¿A quedar atrapadas en el laberinto? Ya lo estaban,  todos lo estamos. Era un circuito sin salida donde los obstáculos le restaban importancia al tiempo y por lo tanto, no valían la pena. Él no lo valía y eso lograba enfurecerla cuando enfocó sus ojos llanos contra los marrones remarcando sus palabras, quería salir de ese pasillo, quería alejarse de otro muñeco más ¿Pero por qué? ¿Aburrimiento o miedo? No sabía, no lo sabía y eso le generaba un pánico que iba a ocultar como uno más de sus secretos mientras el manto de la noche los ocultaba de la mirada curiosa que poca gracia le causaba, solo las piedras eran testigo de sus piernas que ahora estaban enclavadas en el suelo sin saber hacia que dirección irse, alejándose de él y de ella. Taberna, alcohol, cigarrillos, bosque, idiota ¿Tu, yo o él? ¿O ambos? Irritada sentía como su sangre hervía sin desviar sus pupilas como una fiera sobre él, contrastando con su sonrisa cínica tan fingida como sobreactuada.