No Se Es Joven Sin Luchar [Privado David & Kath]

De la mano de David podía ir al fin del mundo si él se lo proponía, de hecho... aquello era como el fin del mundo para ella, era lo más lejos que había estado jamás del mísero cuartucho que había constituido todo su mundo hasta entonces, habían cruzado un mar que a ella se la antojaba infinito y estaban rodeados de personas que no se parecían en nada a los que conocía. Tenían algo en común: eran miserables como ella. Las altas esferas -ni tan siquiera las medianas esferas- eran alcanzables para ella, así que pensaba en su corta experiencia, que el mundo entero era así.

Al salir de la zona portuaria el bullicio aumento, o al menos otro tipo de bullicio les fue envolviendo, gente de todo tipo fue desfilando ante sus ojos, mujeres que le recordaban a las que la habían criado, hombres de expresión sombría a los que observaba con recelo, buscando en sus impenetrables miradas atisbos de la maldad que estaba segura ocultaban y niños mejor alimentados que ellos, eso saltaba a la vista.

Pero de todo lo que la más la tranquilizó y en parte le agradó, es que nadie reparaba en ellos, era como si por arte de magia su figura se desdibujara en el entorno, esa era una sensación que le gustaba, y le divertía cuando de repente una de esas mujeres se volvía con las fosas nasales ofendidas por el olor que por lo visto desprendían.  No podía evitar una risita malévola cuando las veía alejarse unos pasos tapándose la nariz.

No las necesitaba, no quería que la miraran, ni que la vieran, solo necesitaba apretar un poco más la mano de David, sentir sus pasos agiles y seguros, y tenía suficiente para caminar tranquila a su lado, era todo cuando necesitaba. Eso y un plato de comida caliente.

Por eso, no recibió con excesivo entusiasmo que una extraña se les acercara y convenciera a David para acompañarla a un sitio llamado la mesón de nosequé. De haber sido un hombre, probablemente se habría negado, o habría tenido que llevarla a rastras, pero pese a sus reticencias, una cierta empatía natural hacia ella le permitió andar con cierta soltura hasta llegar a aquella mansión.

Era majestuosa, impresionante, enorme, lujosa, le faltaban calificativos para definir lo que estaba viendo. La presión en la mano de David aumentaba proporcionalmente a la grandiosidad de cuanto veía, hasta que al cruzar el dintel de la puerta los dedos del muchacho parecían morcillas y con un gesto se soltó de ella para recuperar la circulación de la sangre.

-David... ¿es esta la casa? - cuchicheó poniéndose de puntillas a su lado en un momento que la mujer daba instrucciones a alguien. Siguió a David, que a su vez seguía a la desconocida, sin dejar de mirar a un lado y otro, aquello le parecía uno de los palacios de las historias que le contaba Judith y cuando la mujer les indicó que quería que comieran y descansaran, se le pusieron unos ojos como platos y el estómago como un caballo desbocado, probablemente era la primera vez que alguien la incitaba a comer, y eso ocurría en un momento en que comer y una cama caliente era lo más parecido a un cielo en la tierra.

(Que sea la casa... que sea la casa... ) iba suplicando mentalmente mientras se le dibujaba una tímida sonrisa en los labios y observaba con ojos ansiosos a David.