Fantasmas en la Opera [Artemis d'Este]

Aquella era una noche como cualquier otra. Pero ahora era aún más difícil que antes para ella, tener que vivir bajo la misma influencia sin nadie en quien confiar. Habiendo perdido a sus familiares más cercanos no sería su forma de actuar el confiar en cualquiera, al contrario que eso solo se había cerrado más a otros. Estaba a cargo, al menos hasta quo todo tomara camino de nuevo.

Veía hacia el escenario, ataviada con el fino vestido azul y plata. Amaba esos colores, como le recordaban a los copos de nieve en ocasiones. Dejó escapar un suspiro de cansancio mientras la puesta en escena comenzaba. Era alguien que había sido instruida y se le había dado la educación para no ser solo un adorno para la sociedad, porque también pertenecía a una organización en la que debía ser más fuerte que el resto para tomar la posición más alta aunque fuese por la fuerza.

Pero todo había cambiado recientemente y su interés se dispersaba. Veía todo con cierto desinterés, pero así era ella la mayoría del tiempo, nada nuevo. Ver justamente aquello le hizo pensar que para ella realmente solo esperaría el infierno en el mejor de los casos. Desde su palco se sentía distante a cualquiera de las personas que estaban en el teatro y eso le agradaba de alguna manera.

Había llegado ade forma anticipada justo para no tener que lidiar con saludos obligados. Nadie le acompañaba esa noche y eso había sido común recientemente. Lo que pasaba frente a sus ojos era interesante, pero su mente no podía concentrarse totalmente en eso. Sus ojos miraban a los alrededores, como si fuese a encontrar un rostro familiar, pero no sucedió.

Había evitado también las últimas reuniones de la realeza, no quería tener que fingir amabilidad ni decir comentarios ocurrentes acerca de uno u otro tema. Finalmente los actores, con esas voces que se proyectaban hasta llegar a todos los rincones del lugar, le hicieron olvidarse de todo y simplemente observar una obra que ya conocía, pero que le producía una cierta emoción por momentos, metiéndose en la historia, como lo hacía cuando era una niña pequeña.

Cuando la obrta terminara no saldría rápidamente, esperaría a que el rumor de la gente se desvaneciera. Sonrió incluso cuando aun faltaba para que eso sucediera. Ella iba al teatro con regularidad, era como una costumbre que no podía dejar. Y por ahora, era su único medio de distracción de la realidad, incluso si solo podía durar un par de horas, era mejor que cualquier otra cosa.

De algún modo hubiese preferido que el momento se alargara pero no lo hizo y ella permaneció en su asiento, oyendo el clamor del movimiento, suficientemente lejos de ella. Alisó el vestido distraídamente antes de levantarse y aquella mirada altiva que no había desaparecido nunca de su semplante observó el escenario por última vez. Sus pasos sonaban tenues y hacían un eco ahora suficientemente audible en los pasillos mientras avanzaba. Se detuvo al escuchar otro sonido además del de sus pasos.

El repentino acercamiento había detenido sus pies de forma inmediata, pero sus ojos recorrieron la figura que le había impedido seguir, reconociéndole casi de inmediato. Su rostro permaneció inmutable antes de responder, luego esbozó una sonrisa y se inclinó ligeramente al hacerle una reverencia
-No podría decirlo de usted tampoco, conde
Dijo ocultando el tono que en realidad quería dirigirle. Pensó que era inapropiado pero no había nadie cerca que la juzgara. Habiendo reprimido el tono mordaz en sus palabras, su gesto no lo hizo, una de sus cejas se arqueó apenas visiblemente.

-Debo decir que es un poco decepcionante ver que esa es su forma de tratar a una dama.
Se irguió y sus ojos claros se clavaron en los de él mientras una sonrisa aparentemente inocente adornaba sus labios

-Espero haya disfrutado la obra
Intentando pasar a su lado para marcharse. Aunque ella normalmente era amable con quienes eran de la realeza, también era lo suficientemente distante, pero sabía disimularlo, a menos de que estuviese con quienes ya conocían su verdadera naturaleza. Pero no importaba la situación, su familia decía que era tan hermosa como una rosa, pero tan mortífera como el hielo y las espinas.

Deseaba ir a casa aunque no fuese a encontrar a personas en las cuales confiar. Esos días empezaban a parecerle lejanos ahora. Aún así, era lo más cercano que ella pudiese llamar seguridad.

-¿Ha venido solo, Conde? Esa sí es una sorpresa si me permite decirlo
Sabía bien que él podría decir lo mismo de ella, pero los rumores podían correr, fuesen de él o de ella. Era extraño ver le fuera de los asuntos políticos, en los cuales en realidad ella desarrollaba un papel diferente al suyo. Le miró esperando ver lo que él haría, si le dejaría marchar con facilidad o si querría enfrascarse en una conversación absurda, al menos hacía veía sus opciones en ese momento.

La rosa de hielo le decían a sus espaldas y había empezado a creer que no habrían encontrado un apelativo más correcto que ese para ella. Era hermosa, lo sabía, y no había tenido miedo de usar las ventajas que sabía tenía, no importaba que tipo de poder tuviese, no había nadie que le hiciese pensar que era un ser que debiese doblegar ni un poco de su orgullo ante nadie. Pero eso no significaba que no pudiera actuar o hacer que los otros pensaran lo que ella creía era lo mejor para la posición que ocupaba.