Victorian Vampires
El salvaje regreso a París [Libre] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marion Vaughn Vie Dic 27, 2013 4:12 am

El salvaje regreso a París [Libre] PaisajeNevadoNocheSmall

Las ruedas de madera del carruaje giraban con relativa prisa, emitiendo su característico sonido en contacto con el camino de terracería, haciendo volar hacia los lados las pequeñas rocas que atropellaba. El paisaje nevado de diciembre estaba cubierto por la capa de la noche y, por un camino remoto rumbo a París, sólo los cascos de los caballos y el crujido del elegante vehículo con adornos hechos en plata, anunciaban el paso de la dama.

La Señora de los Territorios centrales de Devonshire había decidió ir con poca comitiva, no quería que su llegada causara revuelo. El conductor, un antiguo y fiel sirviente, más su lacayo, eran su compañía exclusiva, pero ella viaja sola en el interior, pues nada sería tan molesto como compartir su preciado espacio con alguno de sus sirvientes, y atesoraba celosamente su silencio, ese en el que podía meditar con calma el motivo que la había traído de regreso. Pero aún se lo preguntaba “¿realmente estaba satisfecha con eso?” Algo en su interior buscaba ávidamente un cambio, un lugar, una manera de sobrellevar el destino que le había tocado, y por esa razón buscaba alrededor del globo, sin encontrar aún la satisfacción.

Iba recargada con el codo izquierdo en la orilla inferior de la ventanilla, con la mano en la zona de sus labios, mismos que dibujaba de manera inconsciente, pasando las yemas de los dedos por sus bordes. Observaba distraídamente cómo los árboles al margen del sendero iban quedando atrás, envueltos en sombras amorfas, mas eran visibles durante el fugaz paso frente a sus ojos felinos.

“¿En verdad, todo lo que tuve desde entonces, ha sido mío? ¿No tomé lo que le pertenecía a alguien más?”, el pensamiento llegó como un reproche, era la voz de una Marion a la que no le gustaba escuchar, esa que no dejaba de pensar como la humana que había sido hace tiempo. Cerró los ojos y sonrió amargamente para sí misma “… he tenido más sangre de la que pude imaginar y no puedo parar, o verdaderamente dejaré de existir sin ella. Egoísta sin duda”. La sonrisa se amplió y entonces la vampiresa retomó la palabra, “pero no pienso renunciar a nada. Todo lo que tengo es mío, lo he ganado”.  

Soltó un suspiro y de modo reflejo pasó lentamente las manos por su vestido, desde la curva del pecho, una vez librado el escote con forma rectangular, hacia abajo y hasta los muslos, ciñendo la fina tela de color azul cobalto a su forma, para borrar cualquier arruga que se hubiera formado por el tiempo que llevaba en la postura; pero no se preocupó por los sutiles holanes al extremo de sus mangas, que cubrían también parte de sus manos, ni pensó en los pliegues arracimados en torno a sus pantorrillas, que solían ondear como con el suave viento a cada paso suyo. Repentinamente, una exclamación alarmada de su cochero llegó a sus oídos y su sexto sentido punzó con una fuerza pocas veces sentida, mas no se debía al grito.

El carro aceleró su carrera hasta alcanzar el máximo de los caballos, pero no preguntó nada porque sabía que las palabras sobraban, únicamente se asomó a ambos lados por las ventilas buscando la razón, sin embargo, un brusco giro hacia la izquierda hizo que la carroza comenzara a volcarse, mientras transmitía una rápida vibración a causa del derrape, y la inercia quiso arrastrarla contra la pared opuesta, pero encontró sumamente sencillo asirse del marco de la ventana junto a ella y se coló por ahí en vez de unirse a la suerte de la cabina que, junto con el par de corceles, se fue precipitando hacia tierra, justo en la parte del sendero donde un largo barranco sustituía la zona boscosa.

Fue sólo una fracción de segundo en la que ella, acuclillada en el borde del marco y a punto de saltar a un lugar seguro, sintió la imperiosa necesidad de mirar a su compañía humana, que sin habilidades como las de ella, estaba experimentando su último instante, podía escuchar sus corazones latiendo asustados por última vez; seguro así era, ya que adelante ya no se veía más camino, sólo una panorámica hacia un lejano valle. Dudó, y esa duda la hizo perder literalmente el piso cuando el carruaje se estrelló violentamente y derrapó sobre la arena algunos metros. No tuvo el mismo equilibrio, ni la fuerza que hubiese querido cuando sus piernas perdieron algo de flexión, pero consiguió dar el salto y caer con una rodilla al piso, y estabilizarse sobre éste con la punta de los dedos de ambas manos. No giró para ver, pero escuchó el crujido de la roca y la madera astillándose cuando todo lo que la acompañaba se perdía en una caída de al menos cuarenta metros.      

Endureció el rostro y su estampa entera no mostró señal de perturbación, sólo se puso en pie y miró cautelosamente hacia los lados en busca de la causa del inoportuno accidente, el cual, estaba segura, no era del todo eso. Algo lo había provocado, alertando su intuición. Pudo ver cuando un par de sombras intensamente obscuras zigzaguearon entre los troncos de los árboles e iniciaron la huida, despertando su coraje y la necesidad de retribuirles, por lo que se dispuso a ir detrás de ellas sin perder el tiempo.

—Ayuda —el lamento de uno de sus sirvientes la detuvo, se le podía oír angustiado y débil, desde alguna parte entre la orilla y el fondo.

Marion se sorprendió al principio, pero enseguida su molestia se incrementó al notar que no podía irse sin acudir a ese llamado. Miró el borde, teniendo como fondo una espléndida pintura de montañas negras y una luna llena muy brillante sobre ellas, y entonces caminó sin prisa hasta detenerse con la punta de ambos pies a escasos milímetros del vacío. Hacia abajo no había más que ligeras siluetas de la naturaleza devoradas por la noche, pero gracias a su aguda vista identificó la saliente rocosa en la que yacía un cuerpo humano, pero en posición imposible de posar con el esqueleto intacto.

—Alguien… ayúdeme —se repitió el clamor con mayor desazón.

La noble resopló y negó con la cabeza, pero a pesar de que su razón le indicaba olvidarlo, sus movimientos la llevaron a descender la irregular pared de roca, sin mucho problema debido a sus afiladas garras y fuerza, que hicieron de aquello sólo un ejercicio. Probablemente recorrió unos nueve metros en vertical, cuando llegó a la pequeña saliente en la que Henry pendía con el cuerpo enarcado más allá de sus límites, con el rostro hacia el cielo.
     
En el principio al joven le costó aceptar lo que veía, pero a esa distancia, tras analizar dos segundos, reconoció que la persona que se arrodillaba sobre él, con los muslos por fuera de los suyos, era su ama. Tampoco había otra manera de posarse, pues de milagro esa diminuta saliente había conseguido mantener en equilibrio al hombre, a pesar del altísimo costo. Su cuerpo comenzaba a filtrar la sangre a través de la sencilla camisa blanca y los grotescos raspones habían cambiado a carmín grandes zonas de piel, hasta casi arrancarle ésta; se podía ver en sus brazos dónde las lajas de dermis colgaban sanguinolentas, y rostro juvenil, hermoso para ella hasta hacía un minuto en el pasado, mostraba una suerte casi similar. Ambos se miraron el uno al otro sin habla, hasta que los marrones ojos del muchacho se movieron a su derecha y vio que su dama se mantenía asegurada de la roca con las uñas clavadas en ésta, asombrándose al notar lo “imposible”.

—Este es mi secreto Henry —la voz de ella se escuchó gentil, probablemente por ser un último gesto hacia él—. ¿Podrás guardarlo?

Él permaneció en silencio un momento, mirándola con los ojos bien abiertos; emitió un bajo sonido gutural cuando se atrevió a hablar, pero arrojó una bocanada de sangre en vez, manchándose más la camisa y el cuello. Un gorgoreo indicó que se ahogaba y la vampiresa lo tomó por la nuca con una mano para levantarle la cabeza, consiguiendo de momento despejar las vías respiratorias del muchacho, pero él respondió con un gemido doloroso cuando las astillas de sus costillas rotas y los huesos de algunas extremidades se rozaron, lastimándolo más por dentro.

—Se… ñorita Vaughn —musitó cuando la onda de dolor se estabilizó y soltó una dificultosa risita lo mejor que pudo—. T… tenga por seguro… q… que… no diré nada —la última palabra fue acompañada de una exhalación, y su tono, aunque agonizante, no dejó de sonar bromista.

La mujer le sonrió de medio lado y concluyó su diagnóstico con un rápido vistazo más. Se le notaba fatal, no habría tiempo ni oportunidad para salvarlo de algo así, por lo que ella le miró con la resignación de verlo partir.        

—Siempre tuviste buen sentido del humor —le reconoció con voz serena y regocijada al mismo tiempo—. Tal vez merecías algunos privilegios más sólo por eso —rió por lo bajo y se mantuvo ligeramente inclinada sobre él, mirándolo en espera de lo inevitable.

—Los rumores sobre usted eran ciertos —su voz se escuchaba más débil y lejana, aunque eso no impidió que la mujer enarcara una ceja con un poco de recelo—… … cuídese mucho… ha sido un placer servirle —guardó silencio y en ese instante ella viró a mirar hacia arriba para calcular la maniobra con la que debería ascender cargando con él, hasta que sintió cómo Henry se estremecía de pavor cuando su propia sangre empezó a ahogarle de nuevo, ahora sin solución. Se hubiese llevado las manos a la garganta de haber podido levantarlas, pero era sólo un cuerpo incapacitado vaciándose de vida.  La vampiresa lo contempló, dejando ver cómo el azul de sus ojos adoptaba un brillante tono más claro, y entonces acercó el rostro al de él, haciendo contacto visual un instante antes acercar la boca al oído del joven.

—No sufrirás más —le susurró afable y lo abrazó sin importarle manchar su ropa con la sangre, que ahora era un agradable perfume que inundaba el aire y deleitaba irónicamente su gusto.

Tocó la piel del cuello del humano con sus bordes y los reemplazó por los afilados colmillos que se alargaron a la par que los labios se abrían. Les hincó fácilmente y de inmediato dos pequeños chorros de sangre empaparon el interior de su boca, brotando con relativa fuerza debido al rápido palpitar y la adrenalina del que fuera su sirviente. Probó el intenso sabor y absorbió complacida, únicamente apretando su abrazo cuando lo sintió temblar de miedo, pero un instante después el hombre yacía muerto y completamente pálido entre sus brazos. Se le separó un poco, satisfecha en un par de modos, y cerró aquellos ojos que conoció cuando contaban con menos de dos dígitos de edad. Se desprendió del cadáver con cuidado en una muestra de afecto poco usual de su parte hacia un empleado y entonces, del mismo modo en que descendió, se dispuso a escalar el risco para abandonar la inaccesible tumba.


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Mensaje por Nirvana Vie Ene 03, 2014 8:45 pm

El burdel, no era más que un lugar donde pasar las horas que debía dedicar a su trabajo. Nirvana no era una cortesana especialmente buena, más bien era llamativa debido a su color tan particular de cabello y sus gustos extravagantes. Los hombres, al verla, siempre pensaban que debía ser una verdadera experta en la cama, entregada y apasionada, pero luego se encontraban con una muchacha distante, que parecía hacer el amor como quién veía pasar a la gente por un paseo, como algo normal y que no disfrutaba especialmente. Para ella, aquello no era más que otro modo de ganar dinero, para poder invertirlo en su pequeño laboratorio, donde hacía un montón de cacharros sin sentido.

En algún momento se había planteado dejar la profesión para dedicarse solo a la fabricación de útiles que luego pudiera vender, pero por ahora era dinero fácil y lo otro ya llegaría, porque sabía que era buena y no tardaría en ser encontrada por personas que necesitaran de sus aparatos. Por ejemplo, había estudiado muy bien esas extrañas razas diferentes que habían por el mundo, especialmente las que se concentraban en París. En los años que llevaba allí, ya había descubierto un montón de cosas interesantes, y algunos de sus artilugios eran armas para combatir a dichas criaturas, porque seguro que alguien habría que quisiera acabar con ellas.

No era especialmente mañosa tampoco para ser algo así como una cazadora, o al menos no se lo había planteado, pero tenía la suficiente falta de sentido común y ausencia total de miedo como para atreverse, de vez en cuando, a salir en busca de alguna de esas maravillas de la tierra, para probar las cosas que hacía, y si tenía suerte, llevarse alguna a casa para poder estudiarlas. Es por ello que se encontraba tan lejos de la ciudad en ese mismo momento, fuera de las casas y el ajetreo. Se había puesto pantalones, como lo haría un hombre, aunque la parte superior de su atuendo fuera un corpiño ajustado pero cómodo para moverse. Unas botas altas como quién va a montar a caballo, el pelo recogido en una alta cola bien prieta, con la cascada de rizos rosa cayendo por su espalda, aunque todo esto quedaba cubierto por la capucha de la capa negra que tenía por encima, para cubrirse en las sombras, era demasiado llamativa. también un antifaz negro tapaba su rostro, aunque sus labios estuvieran también pintados de rosa, como su cabello. Toda una mezcla extraña, sin duda.

Llevaba un buen rato tras la pista de lo que creía eran un par de licántropos, puede que se equivocase y fuesen vampiros, o de esos que cambiaban su aspecto por el de animales, pero lo importante es que no eran simplemente humanos, por cómo se movía y porque sentía que jugaban con ella, dándole poca importancia. Puede que tuvieran algún otro proyecto en mente y de ahí que la pelirosa fuera una nimiedad a la que no prestar mayor atención. Fue de este modo que vio todo lo ocurrido, oculta tras los árboles, vio cómo aquel carruaje hallaba un caótico final, y como una maravillosa criatura salía de este, grácil y hermosa. Sus ojos se clavaron en ella, olvidando completamente su objetivo principal, que se alejaba de allí.

Nirvana vio cómo aquella mujer intentaba perseguirlos pero algo parecía reclamar su atención, un quejido agónico que venía del precipicio. Y la vio desaparecer. Abrió mucho los ojos y en seguida se acercó para asomarse, con gran cautela, bien cubierta por la capucha para fundirse con la oscuridad que los rodeaba. Presenció aquella escena entre tierna y terrorífica, apartándose luego del borde del abismo al saber que ella estaba subiendo, y que seguramente ya sabía que estaría allí.

Su corazón latía rápidamente, no por miedo, lo hacía por la excitación de estar frente a una criatura tal. Se pasó la lengua por los labios en un gesto fugaz, con los ojos celestes fijos en la subida de aquel abismo y en la mujer que finalmente llegó frente a su posición. La figura enmascarada y encapuchada de la cortesana podría resultar sospechosa para cualquiera, pero de algún modo estaba segura de que no la tomaría como la culpable de su desgracia, porque había podido avistar a los verdaderos responsables.

Qué maravillosos dones le otorga la noche. Hermosos, curiosísimos, tan...inquietantes. — susurro, sin moverse de su posición. No sabía si ella se podría poner hostil o si debería usar el arma que traía preparada, de momento no era lo que se le pasaba por la cabeza — He visto a quién buscaba su desgracia, dos sombras que llevo toda la noche persiguiendo pero que han quedado totalmente en un segundo plano cuando la he visto, mi señora. ¿Podría ser que calmara las mil dudas que surgen en mi pecho? — definitivamente no debía ser el momento más oportuno, cuando aquella vampiresa acababa de despedir a alguien que apreciaba, cuando debía estar dolida y enfadada, por una historia que nada tenía que ver con Nirvana y en medio de la cual se estaba metiendo de forma muy poco acertada. Pero ella no lo pensaba, porque todo aquello le daba igual si sus curiosidades necesitaban ser resueltas, a por ello iría.
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