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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Svetlana Metanova Dom Dic 29, 2013 10:58 pm

Moscú, Rusia, año 1800

A la vida y a la muerte las separaba un instante, el mismo instante que separaba el día de la noche. Era esa delgada línea que daba paso a la oscuridad cuando la luz ya había cumplido su función, ese lejano e intrazable horizonte en el que el intercambio entre la Luna y el Sol se producía. Era el despertar de aquellos seres que beberían la sangre de los desafortunados que se cruzaran en su camino o que fueran elegidos por aquellos trazos intrincados e indescifrables del destino. Se levantarían y sembrarían el miedo, y el plasma de sus víctimas abonaría la tierra o teñiría las alfombras. La impunidad sería su mejor aliada y el purgatorio sería un festín de almas perdidas, que nunca comprenderían qué demonios les había sucedido. Svetlana no era de grandes reflexiones, difícilmente pensaba en asuntos que no fueran momentáneos o de su mero interés, pero en ocasiones se preguntaba por qué había sido ella la elegida para convertirse en lo que era. No renegaba de ello, pero la curiosidad y esa pizca de amargura solían hacer mella en aquel sector tan escondido de su mente que le recordaba que alguna vez había sido humana. Se divertía torturando, bebiendo y descuartizando a sus víctimas, y el juego previo en el que tomaba un rol de muchacha inocente o de ladrona dependiendo la ocasión la llenaba de emoción, pero luego era vacío, puro vacío. No recordaba lo que era el amanecer, y cuando era niña se despertaba mucho más temprano que el común de las jovencitas para verlo, para sentir la calidez de los primeros rayos mientras bebía una leche azucarada, de la leche azucarada tampoco recordaba el sabor. Tuvo varias oportunidades de terminar con todo, pero siempre se negó, esa vida –o esa muerte- era lo que más conocía, lo que la completaba y lo que la hacía ser tan maravillosa, y a pesar de que los recuerdos del pasado eran efímeros, sabía que haber sido convertida hasta podría llamárselo bendición. Y luego…las imágenes de sus padres volando junto a su hogar, el sabor de la sangre de sus hermanos en sus papilas gustativas, la sensación de ruptura cuando descuartizó a su marido y a su amante, y la memoria de algún que otro humano que le había parecido interesante de asesinar, eso convivían desde hacía casi doscientos años con ella, ¿qué derecho se había arrogado el bastardo que la condenó a ese tormento eterno? Hubiera querido desaparecer el rostro de su madre desfigurado por el fuego, o la mano de su hermanito bebé que había llegado hasta sus pies acompañando la explosión. Hacía mucho tiempo que se había dado cuenta que lo único, de todo lo que odiaba, que realmente le hacía daño, era la muerte trágica de sus progenitores frente a su mirada infantil e inocente. Nunca supo quién había sido el causante de aquel atentado, tampoco se había tomado el trabajo de averiguarlo. Se percató que todo lo que la rodeaba era una maldita incertidumbre.

Acarició el cuello de la joven que tenía a su lado durmiendo desnuda, una mucama de su residencia que se le había ofrecido sin ninguna clase de pudor. Todavía no se había alimentado de ella, habían gozado juntas, aunque prefería la energía de las de su especie, la muchacha tenía juventud y un cuerpo generoso. Corrió la sábana y observó algunas marcas de sus leves mordidas o de sus uñas a lo largo de la fisonomía de la sirvienta, que, al parecer, tenía una piel muy delicada. Volvió sus ojos al cabello renegrido que bañaba la almohada. La respiración de la mujer era regular y tranquila. “Pobre ilusa” pensó con un brillo malicioso en sus pupilas, y se relamió los labios. La despertó con caricias que la empleada no tardó en responder con gemidos, se ubicó a horcajadas sobre ella y la tomó de las muñecas, la humana la miró con provocación, mueca que se transfiguró en el mismo instante en que sus colmillos abrieron las venas que surcaban esa parte de su cuerpo. Forcejeó y pidió piedad, pero el instinto ya se había despertado y nada la detendría. La soltó y a pesar de que la dependiente intentó empujarla cuando su boca se acercó a la arteria que corría por su cuello, nada pudo lograr. Gritó pidiendo auxilio, pero nadie la socorrería, los pocos trabajadores sabían que no debían interrumpir a su ama; aunque cada uno en sus habitaciones sentía gran pena por el final de la muchacha, tampoco le habían advertido. Los ruegos se fueron apagando lentamente, hasta que la vida se escurrió por los colmillos de Svetlana, que se alejó riendo a carcajadas. Se paseó desnuda por la alcoba, todavía saboreando la sangre de su víctima, la primera de esa noche, pero no la última, seguramente. Tocó una campanilla y un lacayo apareció a los pocos segundos. El hombre no se horrorizó de ver la escena, ni tampoco de que su jefa lo recibiera sin ropa, ya se había acostumbrado y le pagaban muy bien para conservar el temple. Él ya sabía que hacer, por lo que tomó el cuerpo inerte que yacía muerto en la cama y se retiró sin mirar a la vampiresa. Debía deshacerse de él, ya que no había sido interés de su ama descuartizarlo, hubiera llevado demasiado tiempo juntar los trozos. Svetlana se cubrió con una bata y salió de la alcoba, ya llegaría la mucama para dejar su habitación limpia.

Era extraño no estar junto a Kournikov, pero tenía asuntos que arreglar en Rusia, se había acostumbrado a su compañía insoportable y hacía demasiado tiempo que no volvía a la tierra del puerco de su esposo. Se sentó en la silla de roble que estaba detrás del escritorio y acarició la madera suave y brillante. Abrió un cajón y tomó una libreta en la que solía anotar algo que recordara sobre aquel funesto suceso de su conversión. Generalmente eran palabras sueltas, a las cuales intentaba darle un sentido, pero hacía ya tiempo que no conseguía absolutamente nada. Lo último que había unido era que el vampiro pertenecía al sexo masculino, nada más. Leyó todas y cada una de las palabras o frases, pero no la conducían a ningún sitio. Apoyó los codos y escondió su rostro entre sus manos. Escuchó una voz femenina, no era la propia, tampoco la de alguien en su mansión, era en su cabeza, era en su inconsciente, intentó entender lo que le decía, pero sólo descifró “Países Bajos”. Era una pista, lo más concreto que había tenido en años. Si alguna vez había estado allí, no lo recordaba, pero podía ser un lugar en el cual comenzar, o quizá, de donde era oriundo aquel ser. Viajaría, ya lo tenía decidido.


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El camino fue largo e intenso. Había llegado varias semanas después y estaba de pésimo humor. Esperaba que haber surcado semejante travesía, diera sus frutos. Se bajó del carruaje y notó que era una noche sin Luna, la oscuridad se rompía con la tenue iluminación de la mansión que había alquilado; los sirvientes la esperaban despiertos. Sonrió con malicia debajo del velo púrpura que le cubría el rostro y aceptó la mano blancuzca y arrugada del cochero. Entró y los empleados la esperaban en hilera, los examinó uno por uno, eran un total de siete. Divisó a un muchacho de unos trece años y a una joven de unos quince. Cuando le abrieron paso, se dirigió en papel de ama bondadosa a ellos dos y les pidió que le subieran un vino y una copa a su alcoba. Los muchachos se apuraron en ir a la cocina y ella subió al primer piso, donde la esperaba su habitación en la cual un candelabro brillaba por las velas. Se quitó la mantilla de los hombros, el sombrero con velo y se sentó en el sillón que daba de frente a la puerta. Se cruzó de piernas y balanceó un pie mientras esperaba, con algo de impaciencia, a los empleados. Golpearon y Svetlana les dio permiso. Con tranquilidad les ordenó que le sirvieran un trago, lo hizo la muchacha, y al chico –que tenía un rostro inocente- le dijo que cerrara la puerta con llave. La chica, que le dijo que se llamaba Ethel, le alcanzó la copa, que Svetlana hizo girar mirando hacia un costado. Dirigió su vista al par que estaba parado frente a ella, esperando una nueva orden. “Desnúdense” dijo, y ante el desconcierto volvió a repetirlo mostrando en una leve sonrisa la punta de sus colmillos. Obedecieron, más por miedo que por convicción. La diversión estaba por empezar, y el humor de la vampiresa, lentamente, comenzaba a mejorar.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Miér Jul 09, 2014 10:36 pm

Dragos dejó de lado los rigurosos protocolos reales que, dicho sea de paso, consideraba completamente inútiles, un chiste. Un ser como él, que disfrutaba su libertad más que nada en el mundo, no podía andar por ahí con un puñado de gente que le cuidara las espaldas o hablara por él porque, simplemente, no lo necesitaba. Tratándose de un vampiro, resultaba completamente absurdo. Sin embargo, su importante cargo lo obligaba a soportarlo la mayoría del tiempo, a fingir que estaba de acuerdo… a excepción de esas veces en las que, llegada la noche, se aprovechaba del extraordinario sigilo que poseía, para escapar por una de las ventanas del gran castillo real. Nadie tenía conocimiento de las recurrentes salidas nocturnas del gran monarca europeo, y era gracias a dos cosas. La primera de ellas era gran inteligencia del rey, al haber ordenado explícitamente que, mientras él permaneciera en su alcoba, nadie podía molestarle, a menos de que él solicitara su presencia. La segunda era la frágil condición humana que, irremediablemente, obligaba a los humanos que estaban a su servicio a dormir plácida y profundamente, luego de un ajetreado día que los dejaba exhaustos.

Esa noche, Dragos había fingido tener una horrible jaqueca, por lo que había exigido permanecer solo el resto de la noche, sin que nadie interrumpiese su sueño. Nadie se atrevió a contradecir sus órdenes y lo dejaron solo. Cuando dieron las doce en punto, se acercó al gran ventanal, apartó las gruesas cortinas de terciopelo, y lo abrió de par en par. La vista era inigualable. Inspiró el olor a hierba mojada que había en el exterior, porque dos horas antes había llovido un poco, y, en ese instante, su desarrollado olfato detectó un peculiar aroma en el aire. Se trataba de un perfume que él reconocía como familiar. Un perfume que hacía tantos años no olfateaba, pero que, por obvias razones, se había aferrado a su memoria.

Sin más preámbulos, cruzó el ventanal y, de un salto que hubiese sido mortal para un simple humano, aterrizó en segundos en el jardín, el cual cruzó en silencio, hasta que se fundió con las sombras y se perdió en la oscuridad de la noche.

La incredulidad de no poder creer que finalmente tendría nuevamente frente a sí a la portadora de tan exquisita e inolvidable fragancia, fue el incentivo principal para llegar a su destino en cuestión de minutos. La mansión frente a la que se encontró, era exquisita, pero no más exquisita que la idea de imaginar a la criatura que se encontraba dentro de ella.
Traspasó el umbral de la casa y ante él se abrió una maciza y elegante puerta de caoba. Detrás de ella apareció una anciana que quiso saber el nombre del caballero al que debía anunciar a su patrona.

No es necesario, soy un viejo amigo de la señora —respondió Dragos con mucha seguridad y cierta arrogancia, y todo el mundo se apartó, temeroso, para dejarle libre el paso al hombre que parecía tener la estatura y la fuerza de un gigante.

Subió la escalera de mármol, que lo llevó al dormitorio de donde provenía aquel olor, aquella presencia que parecía retumbar con furia dentro de él, y la puerta se abrió de un golpe, sin la menor educación.

Dragos ladeó el rostro, muy curioso, al encontrarse con la imagen de dos jovencitos desnudos en la habitación, pero sus ojos se clavaron en la imagen de la sensual mujer que yacía frente a ellos, cruzada de piernas, mostrando unas piernas largas y bien moldeadas, tan solo una pequeña muestra de la perfección de su cuerpo. Sí, Dragos lo recordaba bien, tan bien que en su boca se dibujó una sonrisa triunfal que, quizá, ella no comprendería. Después de todo, Svetlana nunca había conocido el rostro del maquiavélico ser que le había arrebatado la vida para regalarle la que ahora poseía. En esa ocasión, él había llegado tan rápido como se había ido y la había dejado sin una explicación, sin un guía en el vasto mundo del vampirismo.

Mírate… Definitivamente, la inmortalidad te sienta bien —le dijo aún sonriente, mientras contemplaba de pies a cabeza a su creación. Se cruzó de brazos y se recargó en el marco de la puerta; las venas azules bajo la piel lechosa de sus músculos magros, se contrajeron marcándose como lazos a punto de reventar.


Última edición por Dragos Vilhjálmur el Lun Dic 15, 2014 11:20 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Svetlana Metanova Lun Oct 13, 2014 12:56 pm

Pudo sentir el olor a leguas. Se acercaba, y se agolpaba en sus sentidos llevándola a lugares que no conocía, que no recordaba o que había querido olvidar. Estaba segura de que el aroma que tan familiar se le hacía, la llevaría a aquella época que había deseado tener en sus manos para hacerla cenizas, pero que, en ese instante, no sólo le arrebataría la diversión, sino que removería escombros que ya no estaba tan segura de querer levantar. Esperó, con las fosas nasales abriéndose y cerrándose de ansiedad, la garganta seca –ya no por la sed-, y si hubiera tenido un cálido corazón, éste hubiese palpitado al son de tambores africanos, anunciando la llegada del demonio, danzando alrededor de una hoguera que podía confundirse con los labios del Infierno, que la succionarían, la quemaría y reduciría a polvo. Ella sabía que de nada serviría impedirle entrar a su mansión; lo escuchó, tragó con dificultad y no prestó atención al espectáculo de sus dos sirvientes desnudos, que la miraban con confusión, sin saber qué hacer. Cuando la puerta se abrió de par en par, los dos empleados dieron un respingo que exasperó a Svetlana, mucho más que la figura extraña que se atrevía a irrumpir de aquella forma su intimidad, de la cual era celosa y posesiva, exageradamente sobreprotectora de lo suyo; sin puntos medios, sin medias tintas, sin grises. Desde su silla, que más parecía el trono de una reina de las tinieblas, lo observó, no sin antes ordenarles a los jóvenes que dejaran de temblar y rogar piedad.

Él era imponente, su altura, su cabello abundante, su mirada oscura, pero era su presencia lo que denotaba la clase de ser que era. La vampiresa no sabía qué hacía allí, no lo conocía y se negaba a aceptar que aquello que había estado buscando, después de tantos años de padecimiento e incertidumbre, se encontrase frente a ella, en su mansión, y le hablase, con aquella voz profunda, arrancada de las fauces del inframundo. Se puso de pie, lentamente, intentando controlar sus arremolinados pensamientos, más por temor a que él se metiese en su cabeza que por una cuestión de confusión. La sorpresa inicial le daba paso a la curiosidad, y a pesar de sentirse invadida y de lo impulsiva que era, también tenía un atisbo de consciencia que le decía que se contuviera, que pusiera a raya su ira. Caminó hacia él, abriéndose paso entre los temblorosos jóvenes. Una caricia del viento que ingresó por la ventana, meció sus cabellos de cobre. El aroma de la tierra mojada fue más fuerte que el del miedo de los humanos, que destilaban por doquier, provocando a Svetlana; pero ella estaba con su atención en el recién llegado. No podía quitar sus ojos de él, tan arrebatador... En muchas ocasiones había fantaseado con su creador, pero su imaginación no había llegado tan lejos; había sufrido de pánico de imaginar que la convirtió un neófito infeliz y que su búsqueda la arrastraría hacia la frustración. Sin embargo, estando frente a aquel vampiro, algo en su interior le decía que ella, tan perfecta y maravillosa como se consideraba, no podía ser obra de un enclenque. Sabía que si él había ido a ella de aquella forma, no podía no ser quien le había otorgado la eternidad.

Bienvenido —dijo por fin. Se había tomado varios minutos para estudiarlo, el silencio había sido interrumpido sólo por los sollozos de la empleada. —Al parecer me conoces, lo cual te hace estar en ventaja. Pero entra, por favor —le abrió paso con su mano. — ¿Gustas tomar algo? —chasqueó sus dedos y tras un instante de vacilación, el muchacho, que estaba más en sus cabales, sirvió vino y le acercó una copa a cada uno. —Es de lo mejor. A tu salud, desconocido —alzó levemente el envase y bebió un trago, sin quitar sus orbes de él. Era un espécimen digno de probar. —Ponte cómodo —giró con la seguridad que le daba estar en su territorio, él no se atrevería a atacarla; de haber querido hacerlo, no se hubiera tomado tantas molestias en halagarla, y si había algo que a Svetlana le gustaba tanto como la sangre, era ser adulada, no importaba de quién viniera el cumplido. —Una silla para nuestro invitado, mujer —se envalentonó al verla tiesa. La chica no tuvo más opción que acercarle el asiento al vampiro, frente al de Svetlana.

Soy una excelente anfitriona, has llegado en un buen momento —sonrió con sorna. —Ustedes, hagan lo suyo —notó que no sabía a qué se referían, y eso no ayudó a mejorar su humor. Pero los jóvenes, por su instinto de supervivencia, adivinaron las intenciones. La doncella se acostó boca arriba, temblando como una hoja. —No, niña, no. Voltéate. Así, muy bien. Y ahora tú, chico, ya sabes —movió su mano, con displicencia. Al empleado le quedaba algo de moral, y no se atrevía a tocar a su amiga, con la cual se había criado. —No me gusta que me desobedezcan, menos en presencia de un invitado —ésta última palabra la acentuó, a sabiendas que ella no le había hecho llegar ninguna convocatoria. —Como los perros, los caballos, los animales. Y no me interesa que tu amiguita sea virgen, hazte hombre —ladeó su cabeza, visiblemente enojada. Cuando, por fin, comenzaron lo suyo, Svetlana sonrió al escuchar el lloriqueo de la sirvienta. —Bueno, finalizado estos asuntos doméstico, muero —aplicó un sutil tono irónico— por saber a qué se debe tamaña irrupción en mi hogar. Adelante, te escucho, extraño —se cruzó de piernas y se apoyó en el respaldar, dueña de sí, dueña de todo.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Mar Nov 11, 2014 12:41 am

Dragos entró. La habitación era grande y muy espaciosa. En ella había un mueble en el cual estaban dispuestas varias licoreras, además de vasos, copas, un recipiente de porcelana y una pequeña charola de plata que momentáneamente llamó la atención del vampiro cuando éste examinó velozmente el lugar. Pero, sin duda, lo más inusual en la habitación, eran los jóvenes que permanecían desnudos al centro, aterrados, temerosos ante la posibilidad de perder su dignidad esa noche, algo que podía augurarse con seguridad, si se prestaba especial atención a la mirada oscura de la mujer de cuerpo y rostro hechizantes. Antes de sentarse, ella le ofreció una copa y brindó por él. Luego, con la sensual voz que la caracterizaba, y que no hacía más que hacerla todavía más irresistible ante cualquiera, lo invitó a sentarse para disfrutar de la función. Pero Dragos no se movió, y tampoco bebió del licor. Permaneció en su sitio, de pie, expectante, observando lo que vendría a continuación, lo cual no podía ser nada bueno, la perversa mirada de Svetlana se lo advertía.

Cuando los jóvenes se acercaron torpemente el uno al otro, para adoptar la  impúdica postura que se les había ordenado, y complacer así el retorcido capricho de su ama, Dragos desvió su mirada menospreciando la función erótica, y clavó sus enigmáticos ojos azules en la mujer. La observó durante todo el acto sexual, haciendo caso omiso al sufrimiento de la jovencita que era penetrada por su inexperto compañero, maravillándose con el rostro de Svetlana, que permaneció atenta, con un semblante inalterable, y casi sin moverse o proferir sonido alguno. Casi parecía indiferente ante el acto, pero él, que por obvias razones poseía una especial conexión con ella, algo que posiblemente Svetlana había ignorado hasta ese momento, supo que se encontraba experimentando esa excitación peculiar que solo era capaz de proveer un acto de maldad.

Largo —ordenó Dragos con voz grave y firme, a los exhaustos y abochornados muchachos cuando éstos hubieron terminado. Ellos obedecieron sin chistar, agradeciendo internamente la compasión del hombre que los liberaba de la atrocidad de su patrona. La jovencita estaba tan dolorida que su amigo tuvo que ayudarle a caminar, para finalmente salir de la habitación.

Qué entretenimientos tan peculiares, querida —ironizó con una sonrisa, y sus blancos colmillos asomaron entre sus labios. Por supuesto, lo ocurrido no lo escandalizaba, pero tampoco lo complacía; le era sencillamente indiferente. Le gustaba el sexo, lo impúdico, lo morboso, pero definitivamente prefería los juegos con adultos, con mujeres perfectamente bien desarrolladas y de atributos hermosos, no con mocosas a medio criar.

Con una brillante sonrisa, caminó para acercarse a su anfitriona, y se detuvo justo frente al sofá donde ésta descansaba. La examinó sin perder la sonrisa, con mucho detenimiento, sin preocuparse en lo más mínimo por la posibilidad de que ella pudiera sentirse ofendida por tan intenso escrutinio. Ella podía ser una criatura de la noche sumamente poderosa, pero, allí, donde se encontraba, parecía tan pequeña comparada con el respaldo del sillón donde estaba sentada.

Desde luego que voy a revelarte el motivo de mi presencia —se apresuró a decir él con tono ronco mientras continuaba estudiando con descaro cada centímetro de su rostro—. Pero antes, dime: ¿de verdad no lo adivinas? ¿Acaso ya te has olvidado de mí, bella Svetlana? Vamos, haz un esfuerzo, intenta recordar. Después de todo, no ha pasado tanto tiempo desde aquella noche. ¿Qué son solamente ciento noventa y siete años? Casi nada. —El comentario mordaz debió dar en el blanco, porque no tardó en notar cierta tensión en los ojos de Svetlana.

¿Ella vería como un regalo o como una condena la naturaleza que, en su momento, él le había obsequiado? ¿Se sentiría maldita o bendecida? Desde luego, las circunstancias no fueron las ideales, porque ella jamás tuvo la oportunidad de elegir. Pero, ¿era ese motivo suficiente para odiarlo? Luego de la conversión, Dragos no se había quedado para averiguarlo, la había abandonado a su suerte. Aún no era demasiado tarde para descubrirlo.

Soy Dragoslav Vilhjálmur, rey de esta nación, y más importante aún: quien te dio el abrazo —anunció finalmente. Lo dijo con jactancia, esperando que ella supiera quién era y así complaciera su vanidad.


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Mensaje por Svetlana Metanova Mar Mar 24, 2015 5:58 pm

La vampiresa se sentía completamente dueña del mundo, por ello, cuando el desconocido se atrevió a desautorizarla y ordenarle a ¡sus! empleados que se retiraran, alzó una ceja y sus nervios se crisparon, pero se cuidó de no demostrarlo ante los imberbes, para concentrar la visual entera y exclusivamente en el soberbio espécimen que parecía llenar la habitación con su presencia. Svetlana había pasado de su excelente humor, pues la perspectiva de divertirse con las ratas le había parecido asombrosa, a una total irritación. ¿Quién demonios se creía que era para hacer y deshacer a su antojo dentro de su jurisdicción? Lo escudriñaba con el mismo desparpajo que él utilizaba para estudiarla, y si no hubiera sido tan atractivo y no hubiera irradiado aquella energía tan masculina, seguramente la inmortal le habría arrancado con sus uñas la mueca vanidosa del rostro. La puerta, finalmente, se cerró, y Svetlana dejó de disimular el malestar que le producía el atrevimiento del visitante. Se mojó los labios con el vino, y decidió no emitir sonido, a la espera de lo que él tuviera para decirle; porque, claramente, había ido hasta allí no sólo para invadir su morada e interrumpir su descanso, sino para hacerla partícipe de algo. Si pensaba en hacerla una propuesta, había comenzado con el pie izquierdo. La mente de la pelirroja estaba en ebullición, cavilando el sinfín de argumentos que lo habían motivado a presentarse, pero la verdad salió de sus labios con tanta facilidad como la lava de un volcán, y la hizo trizas…

Su marido. Su matrimonio. El baile. La frustración. Y aquellos ojos que la habían persuadido a la lujuria. Fijó los propios en los del ya no desconocido, y supo que decía la verdad. La retahíla de imágenes de aquellos años olvidados salieron del baúl que las albergaba, como pajarillos que se encontraban enjaulados y al encontrar la libertad, piaban y volaban en todas las direcciones, chocándose entre sí y armando un jaleo de plumas de colores. Sus memorias vacías, de pronto, se llenaron de recuerdos de antaño, de la noche en que se había revolcado con aquel demonio y que la había convertido en una más de su especie. Lo había buscado durante tantos años sólo para encontrar la motivación de una venganza, pero segura de que era una empresa casi imposible. Le perforaba el orgullo el no haber dado con él, y que hubiera sido su creador el que la encontrase, con la facilidad con la que se le quita un dulce a un niño. Hacía demasiado tiempo que no sentía dolor, por lo que el latido en las sienes le pareció una sensación tan extraña como la calidez del Sol acariciándole la piel. Finalmente soltó la copa, que tras una pequeña danza en el sillón, terminó estrellándose contra el piso. Svetlana se refregó el rostro con las palmas, lastimada por no poder disimular su asombro.

Tú… —se levantó de súbito y se abalanzó sobre Vilhjálmur, para terminar ambos en el suelo, la vampiresa sentada a horcajadas sobre él. Le estudió el rostro desde una corta distancia. En su escasa vida como humana, jamás había encontrado el placer que experimentó en los brazos de ese desgraciado, pudo rememorar perfectamente los instantes previos a su conversión, en los que se sintió maravillosa por serle infiel a su esposo, aquel imbécil que no había demorado en embarazar a su amante. —Tantos años buscándote, y me terminaste encontrando… —murmuró. Con el pulgar de la mano derecha le separó suavemente los labios y le examinó la dentadura; se provocó un pequeño corte con uno de los colmillos y le tiñó con su sangre la blancura de los dientes. —¿Alguna vez pensaste en mi en todo éste tiempo? No, estoy convencida que no. Seguramente ni me recordabas… —introdujo su dedo, hasta rozar su lengua. —Yo sí, no hubo una noche en esta eternidad en la que no intentara imaginar tu rostro, en la que no intentara hurgar en mis recuerdos para saber quién eras. Y ahora te tengo aquí, y no sé si agradecerte —ejerció presión sobre el húmedo órgano que ocupaba la boca del monarca— o asesinarte con mis propias manos —retiró el dedo, y descansó ambas manos sobre el ancho pecho del vampiro. —Dime, ¿qué harías en mi lugar? —por algún motivo que no alcanzaba a vislumbrar, se sentía agotada, rendida, cansada, como si todo el camino recorrido hasta llegar a su creador comenzara a convertirse en una enorme carga. Se preguntó cómo viviría a partir de ese momento, cuál sería su incentivo; se negaba a ser una simple vampiresa que se moviera por el unívoco deseo de alimentarse de la sangre de los demás.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Miér Mayo 27, 2015 12:50 am

Dragos perdió el equilibrio y cayó al piso, boca arriba. Acto seguido, Svetlana, en su faceta más felina, saltó encima de él y terminó sentada sobre su pelvis, a horcajadas, con el rostro muy cerca del suyo, lo que le permitió estudiar su creación con mayor precisión. Molesta se veía aún más maravillosa. Estaba tan ansiosa, tan enfadada… El vampiro estaba encantado, tanto que no puso resistencia alguna cuando ella introdujo su dedo dentro de su boca para palpar sus colmillos y su lengua, un acto por demás erótico, desde su punto de vista.

Detecto cierta… hostilidad en tu tono. ¿Así que me guardas rencor? —Sonrió, hizo una breve pausa y se inclinó hacia delante, incorporándose sobre los codos—. ¿Por qué, querida? ¿No estás acostumbrada ya a esto? ¿O es tan solo indignación por mi prolongada ausencia? —Alzó ambas cejas—. ¡Vaya, jamás creí que fueras tan sentimental! Increíble. No me lo creo —expresó con sorna, experimentando un frío placer, pero utilizando un tono despreocupado, casi indiferente—. Pero ya que insistes en querer saberlo, te lo diré. Por supuesto que pensé en ti durante todo este tiempo, pero no era tiempo de presentarme ante ti. Yo también tuve un creador, ¿y crees que estuve todo el tiempo pegado a sus faldas? Por supuesto que no. Ni siquiera lo conocí. No sé su nombre, ni su origen. Eso me hizo fuerte, independiente, y deseaba lo mismo para ti. El mundo es sencillo cuando se tiene a alguien que lo resuelva por uno. ¿De verdad ansiabas tanto mi presencia? Porque veo que fuiste lo bastante capaz para ingeniártelas sola.

La abundante y sedosa cabellera de Svetlana brillaba bajo la luz de la lámpara de araña cuyas velas amenazaban con extinguirse muy pronto. Sus mechones oscuros enmarcaban sus perfectas, delicadas y blancas facciones. En sus ojos de mirada profundamente helada apreció el rencor, la malicia, pero aún así conservaba una dulzura casi infantil. Definitivamente le gustaba mirarla.

Oh, bella Svetlana, déjate de cosas, basta de tonterías —con una mano le apartó el cabello de la cara, la sujetó de la barbilla para acercar más su rostro, y sobre su labios, que tenían un aspecto encantador, depositó un suave y breve beso—, en lugar de hacer rabietas de niña malcriada y portarte malagradecida e insolente conmigo, haciéndome amenazas estúpidas, podrías empezar por agradecerme la generosidad que decidí mostrar la noche en que te quité una vida para regalarte otra, porque no siempre es así. En algunas ocasiones solo la quito sin dar nada a cambio. ¿O es que también olvidaste ya lo infeliz que eras? En mis brazos encontraste el consuelo que necesitabas. Yo te saqué de la inmundicia en la que vivías a causa de tu despreciable marido y te di… esto. Belleza eterna, un mundo a tus pies y un mar de posibilidades —pasó sus brazos alrededor de su cintura y la atrajo hacia su pecho—. No puedes culparme, Svetlana. Está en nuestra naturaleza. Deberías saber que cuando te acuestas con una víbora, que te muerda es lo mínimo que puedes esperar.


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Mensaje por Svetlana Metanova Vie Jun 12, 2015 11:37 pm

Eran tan extraño encontrarse desconcertada… Svetlana sentía la profundidad de su confusión arremetiéndole en las entrañas. No recordaba los sentires de los vivos, no tenía memoria ni curiosidad sobre ciertos aspectos la humanidad, pero le hubiera gustado ponerle una palabra a la sensación que se le había alojado en el pecho. No podía definirlo y tambalear la volvía agresiva. Sin embargo, no sabía cómo demonios reaccionar ante su creador, no tenía ni la remota idea de qué camino tomar. Había trazado un mapa, jamás en sus planes había estado la posibilidad de que él se presentase, de que sin la necesidad de ir a él, Dragoslav Vilhjálmur había clavado su estampa regia frente a sus ojos atónitos. Había recorrido el largo trayecto hasta el vampiro no teniendo la esperanza de encontrarlo. Quizá, íntimamente, deseaba no hacerlo, era la motivación a la que se había aferrado para aceptar su inmortalidad sin sobresaltos. La pelirroja disfrutaba de ésta y de la impunidad que le otorgaba, ser una criatura nocturna, los papeles que montaba para atraer a sus víctimas y disfrutar de su inocencia se habían convertido en divertimentos jamás imaginados. Chasqueó la lengua, asqueada de la arrogancia del vampiro.

Si me lo hubieras preguntado habría accedido a tu regalo —pronunció con sarcasmo. —No me engañes, no has pensado en mí un sólo día de estos años, no me has dedicado ni uno sólo de tus pensamientos —el drama, fingido, salía tan natural de su garganta y, una vez más, casi creía el papel que actuaba con tanta tranquilidad. Svetlana sabía que había en ella una artista que, algún día, debía explotar. —Jamás entenderé a aquellos que crean vástagos, ¿para qué? ¿Y por qué desaparecer sin ver la tortura de los primeros meses? ¿Qué viste en mí para convertirme? Es algo que siempre me he preguntado.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Dom Jul 12, 2015 10:16 pm

No estaba sorprendido. El reencuentro estaba yendo exactamente como él lo había imaginado. Ella no dejaba de hacer preguntas que a Dragos le resultaban absurdas. ¿Debía responderlas? Y si cedía y le daba ese gusto, ¿quedaría ella conforme con sus respuestas, considerando el asunto como un caso cerrado? Probablemente no, porque así era ella, insaciable, tan inconformista como quien le había dado el abrazo. Quizá por eso la había elegido aquella noche, luego de revolcarse con ella, porque había reconocido en ella algo de sí mismo. Pero ¿cómo explicárselo para que lograra entenderlo? Más importante aún, ¿cómo admitir que si la había condenado a esa vida de eterna oscuridad, había sido por un mero acto de egoísta vanidad, para algún día, llegado el momento, exhibirla como un bonito y excitante trofeo? A eso se reducía todo. Era lo que parecía. La conversión de Svetlana no encerraba más enigmas.

Basta. Suficiente. —La frenó abruptamente, alzando la voz hasta convertirla en una mucho más potente y fiera, digna de un ex bárbaro como él. De pronto parecía haber perdido la paciencia, y lo que al inicio lo había divertido tanto, terminó siendo un dolor de cabeza—. Querida, ¿te ha cruzado por mente que tal vez el verdadero motivo que me llevó a ausentarme durante todo este tiempo, fue precisamente porque quería ahorrarme todo esto? Haces demasiadas preguntas. Creí que con el tiempo te resignarías y aprenderías a convivir con tu nueva naturaleza. Simplemente acepta lo que eres de una maldita vez.

Todavía sentado, se incorporó aún más sobre sus codos y acercó su rostro al de Svetlana. De ese modo, la encaró. Quería que desde el inicio se diera cuenta quién era él y lo que significaría en su vida. No sería un payaso al que pudiera mangonear a su antojo, como a los que seguramente estaba acostumbrada. Se miraron un largo rato, muy fijamente, momentos en los que ambos parecieron efectuar una muda batalla de egos a través de las fieras miradas. Entonces, lo confirmó: ella le guardaba rencor. Probablemente lo aborreciera. ¿Significaba eso que se convertiría en su enemiga en lugar de su aliada? Eso estaba por descubrirse.

¿Acaso no te gusta lo que eres, Svetlana? Podrías mostrarte un poco menos insolente. Te ahorré toda esa miseria humana. Habrías envejecido hasta perder poco a poco cada una de tus capacidades. Habrías enfermado y padecido dolor y sufrimiento. Habrías muerto hace mucho, mucho tiempo de no haber sido por mí —de pronto, había empezado a sentirse realmente molesto, un tanto indignado por su ingratitud. Estaba siendo demasiado osada para su gusto, o quizá fuera que lo estaba siendo con quien no debía. Deslizó una de sus grandes y fuertes manos sobre su delicado y blanco cuello y lo rodeó, primero con delicadeza—. Dime, ¿preferirías eso? Porque si es así, si preferirías estar muerta, solo tienes que decirlo y te daré el gusto —su agarre se volvió mucho más tosco, hasta transformarse en una agresión—. Yo te creé, yo te di esto, por lo tanto puedo quitártelo cuando me de la gana. Piénsalo, Svetlana.


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Mensaje por Svetlana Metanova Lun Sep 07, 2015 1:59 am

De haber sabido, en efecto, qué demonios quería, todo hubiera sido relativamente más fácil. Svetlana, a pesar de su terquedad, había abandonado la idea de encontrar a su creador; creía que éste había sido un vampiro ínfimo, al cual podría destrozar –siempre y cuando se cruzase en su camino una vez más- con la misma facilidad con la que le torcía el cuello a un niño. Y, aunque le atraía la idea de haber sido el producto de una bestia esplendorosa como Dragoslav Vilhjálmur, con él no sería una empresa fácil la de llevar a cabo la venganza que había cavilado durante más de cien años. Hasta ese momento, a pesar de que su tiempo se había detenido, sus pensamientos habían seguido en ebullición, transcurriendo su joven eternidad entre planes, datos falsos y los fragmentos de una memoria de la que, a pesar del esfuerzo que hacía, no lograba unir las piezas. Le costaba trabajo imaginar el rostro que tenía en frente como el de aquel vampiro que le había entregado unos dones que no había pedido. Sus explicaciones no la satisfacían, y estaba segura que, dijera lo que dijera, nada sería demasiado coherente. Estaba cerrada en el desprecio que le generaba, en el remordimiento de nunca haber podido elegir y, aunque no quisiese aceptarlo, también frustrada por nunca haber podido engendrar un hijo. En aquel pasado tan remoto, había tenido el deseo profundo de ser madre, había buscado satisfacer su cuerpo con otro hombre para que éste plantase su cimiente en su vientre, pero nada de ello había sucedido. Había terminado descubriendo a su esposo con otra mujer que llevaba un niño en sus entrañas. Aún temblaba de emoción al evocar la forma en que había rasgado su abdomen.

Hazlo —susurró. Sus manos se cerraron en torno a la de Dragoslav. —Más fuerte —ajustó la presión. Sus labios se abrieron en una sonrisa amplia, macabra, sensual. —Me excita que lo hagas. Continúa. Vamos, Dragoslav Vilhjálmur, arrebátame tu regalo, pero con crudeza. Nada me gusta más que el sufrimiento, el propio y el ajeno —un suave gemido salió de sus labios. Svetlana carcajeó como una loca, carcajeó como hacía mucho tiempo no lo hacía. El sonido de su risa retumbó en las paredes de la elegante habitación y recorrió el pasillo. Se desembarazó con rapidez de su apremio y volvió al sillón que la apoltronaba como a una reina. —Admito que me divierto contigo…padre —volvió a reír como una desquiciada, su cuerpo se encorvó y se abrazó a sí misma, respirando profundo para contener la explosión emotiva. Si hubiera estado viva, lágrimas habrían saltado de sus ojos.

Con los últimos vestigios de la risa aún saliendo de sus labios, se cruzó de piernas, haciendo un esfuerzo en vano por recuperar la compostura. No supo bien por qué había reaccionado de aquella manera, quizá porque si semejante personalidad se había tomado el trabajo de ir hasta allí, no la mataría tan fácilmente, al menos, no antes de obtener algo. ¿Qué podía tener una vampiresa como ella para un vampiro como él? Svetlana era una mujer rica, sí; tenía conexiones, también; pero la política, la religión y esas cuestiones “tan profundas” no estaban entre sus intereses. Había delegado la administración de sus bienes, se dedicaba a divertirse, a profanar las vidas de los otros y a buscar a quien le había dado el abrazo. ¡Cierto! Estaba justo en la misma habitación.

Alteza, disculpe mi falta de decoro —suspiró con dramatismo. —Empecemos de nuevo, por favor. No ha sido un buen comienzo, y dado que es un completo desconocido para mí y que yo no lo soy tanto para usted, deberíamos darle un inicio diferente a esto —el cordero se había puesto en la piel de lobo, aunque no era estúpida como para imaginar que lo estaba engañando. —Dígame, Majestad, ¿qué ha venido a buscar? Si luego de tanto tiempo ha decidido hacerse presente ante mí, es porque tengo algo que es de su interés —había transmutado su expresión de loca a una de ángel, con la misma facilidad que había pasado de la risa a la seriedad, de la demencia a la coherencia.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Lun Mar 28, 2016 6:38 pm

Ella lo retaba y Dragos no dudó en satisfacerla. Movió rápidamente sus dedos y los apretó más alrededor de su cuello, hasta hacerle daño. Cuando fue consciente de la rudeza de su agarre, la vampiresa dejó escapar un gemido, una mezcla de dolor y placer. Dragos tenía el poder de borrarle de la cara esa insolente sonrisa, solo tenía que dejar de reprimirse, utilizar toda su fuerza hasta lograr arrancarle la cabeza pero, así como en el momento de su conversión decidió que la quería viva, supo contenerse y permitió que se soltara. Una vez que estuvo sentada y lejos de él, aunque fingió que se disculpaba y que estaba arrepentida por su poco amable bienvenida, insistió con el molesto interrogatorio. Dragos suspiró y en ese momento decidió darle una pequeña lección a su desmesurado ego.

No lo sé, Svetlana —comenzó, mientras se ponía de pie—. Una simple visita de rutina, quizá —despreocupado, se encogió de hombros y paseó por la habitación—. Me has llamado padre. Bueno, tal vez “papá” solo ha venido a verificar cómo está tratando su “niña” el regalo que le dio hace tiempo —le soltó con toda la intención de sonar sarcástico.

Dragos se volvió para mirarle la cara y supo identificar en ella una punzada de molestia. Eso le divirtió, pero supo disimularlo con maestría. No obstante, quería más, hacerla rabiar tal vez. Decidió esmerarse, seguir hablando hasta lograr su objetivo.

¿Eso te molesta? —continuó—. ¿No era lo que esperabas oír? ¿No te gusta enterarte que no fue un motivo importante el que me llevó a alejarme de ti durante todo este tiempo, así como lo que me ha traído a ti una vez más? —elevó sus rubias y tupidas cejas y se detuvo al pie de la cama, luego se sentó—. Así fue. Tal vez solo llegaste a mi mente por accidente y pensé en ti cuando en realidad no tenía la intención ni la necesidad de hacerlo. Después de esto, quizá decida desaparecer de nuevo.

Ladeó el rostro y le lanzó una mirada cínica. Sus ojos azules le mostraron un indicio de humor burlesco. Solo entonces la boca de Dragos se curvó y dejó que emergiera la sonrisa que había estado bailoteándole en los labios. Chasqueó la lengua y despreocupado se recostó sobre la cama, apoyado en su hombro izquierdo, de modo que pudo seguir observándola.

Svetlana, Svetlana… —canturreó y con la mano se masajeó la barba— ¿qué es lo que te tiene tan inconforme? ¿De verdad te gustaría seguir siendo humana? ¿Por qué? ¿Hay algo que extrañes de esa vida? Te alimentas, te diviertes, apuesto a que también fornicas —la barrió de arriba a abajo—, ¿que te hace falta? Me gustaría saberlo. Aunque, ahora que lo pienso, quizá deberías contarme qué sucedió después de que te dejé, cuando descubriste que no eras más una humana. Cuéntamelo. Quiero escucharte. Me encantan los detalles.

El vampiro cambió de posición y ésta vez terminó por recostarse por completo. Era tan grande, tan ancho de espalda que apenas cabía en la cama. Esperó con impaciente expectativa.


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Mensaje por Svetlana Metanova Mar Jul 12, 2016 11:50 pm

Svetlana era difícil de herir; nadie, salvo que fuese de su importancia, conseguía siquiera rasguñarle el orgullo. Y algo que no era la gente en la vida de la vampiresa, era importante. A ella le repelían los vínculos, jamás había tenido un compañero, ni tampoco lo deseaba. A pesar de que le gustaba ser adorada, admirada y temida, elegía la soledad como su bandera. No ansiaba, a diferencia de muchos, tener un selecto grupo de amistades con las cuales departir, tampoco quería compartir la eternidad junto a ningún otro inmortal. Su mundo, simplemente, era ella misma, y así había existido a lo largo de esos casi doscientos años. Nadie la había tocado lo suficiente como para molestarla, ya ni recordaba cuándo había sido la última vez que sintió verdaderos y viscerales deseos de asesinar, hasta ese momento. Lo que más le molestaba del monarca, era el poder que ella le había entregado: podía herirle la vanidad. Y como no tenía interés en ocultarlo, no cuidó ni uno sólo de sus gestos, no reparó en las muecas de desprecio ni cuidó su postura, levemente incómoda. Svetlana era sincera, eso nadie podía negárselo; pero sólo lo era cuando quería. Tuvo la necesidad de otorgarle aquel pequeño triunfo a su creador.

De todas maneras, era la respuesta que estaba esperando, y tras aquellos instantes que le permitió a su rostro liberar las emociones, regresó, con rapidez, a su gesto soberbio, con los labios levemente curvados en una sonrisa que parecía que nunca asomaría. La habría decepcionado un despliegue de cursilería, así que se acomodó en su sitio, nuevamente, y lo escuchó, meciendo con medida lentitud el pie derecho. Bebió una vez más de su vida, degustó con paciencia, como si se tratase de un manjar, y no se perdió ni uno sólo de los movimientos del vampiro. Le gustaba mirarlo, era de figura colosal, de piel pálida y cabello abundante. Ah…le agradaba demasiado su cabello. Pero sus manos, esas mismas que había tomado su cuello minutos atrás, la atraían de manera incontrolable. Quería volver a sentirlas, amenazantes, punzantes, dolientes. Svetlana disfrutaba del sufrimiento, de ese que provocaba y del poco que podían causarle. Sin embargo, supo que Dragoslav podía llevarla a umbrales del padecimiento que nunca antes había experimentado. La enfurecía y la excitaba de igual manera.

Te daría detalles —dijo, finalmente, pasando por alto todo su discurso anterior— pero no recuerdo nada —lo cual era cierto. Algunos momentos de su tiempo de neófita eran demasiado difusos. —Tú tampoco formas parte de mis memorias, aunque siento que sí eres quien me premió de ésta forma —habría expuesto su hermoso rostro al Sol sólo por recuperar los fragmentos desaparecidos de su mente. Svetlana no le otorgaba demasiada importancia al pasado, para ella, representaba una verdadera pérdida de tiempo continuar aferrada a su humanidad o a eventos que ya habían ocurrido y que habían sido completamente intrascendentales. Pero sí quería recordar su conversión, sí quería obtener de nuevo esa parte suya que la había hecho quien era. No le gustaba la sensación de orfandad que la invadía cuando pensaba en su identidad. Dragos era el único eslabón de esa cadena.

Quizá tú podrías ayudarme… —murmuró, antes de ponerse de pie. Caminó hacia la cama y se recostó de costado junto al vampiro. Flexionó el codo y descansó la cabeza en la palma de su mano. — ¿Qué opinas? ¿No te gustaría hacer una obra de caridad con tu hijita? —con el índice la acarició la garganta, la nuez de Adán y le liberó parte del pecho. Jugueteó con el vello rubio. —No extraño para nada mi vida humana, estás muy equivocado. Disfruto de tu regalo, sí que lo hago, sólo que…soy una dama nostálgica, compréndeme —y gesticuló dramáticamente. Svetlana nunca hablaba seriamente, y si lo hacía, ni ella misma lo creía. Pasaba su vida en una constante actuación, simulando cosas que no era, emitiendo verbalmente sentimientos que no poseía. Quizá, en ese origen que aún le resultaba incierto, era que radicaba aquella necesidad de ser todas y, al mismo tiempo, ninguna.


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