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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ophelia M. Haborym Lun Dic 08, 2014 11:48 pm

Hay veces en que el dolor antaño provocado por nuestros actos es tan grande, tan inmenso, que cuando se produce un nuevo conflicto no es suficiente con prevenir. A veces, inevitablemente, toca lamentarlo. Y esa, por supuesto, era una de esas veces. La brisa veraniega hacía que la tela de su vestido se moviese con gracia, dándole un aspecto grácil a su casi etérea figura. Parecía salida de un cuento de hadas... o de la peor de las pesadillas, todo dependía del prisma desde el que se la mirase. Por un lado, aquel rostro pálido, gobernado por dos orbes bien abiertos e impasibles, junto con aquella sonrisa hermosa a la vez que misteriosa, hacía que perdieses de vista por un instante el resto del conjunto. Y es que las apariencias casi siempre engañan. Y tras esa dulzura inicial en la que cualquier mortal tendría bastante fácil perderse, te topabas con la cruda y cruel realidad. Con la pesadilla. Con el monstruo. Con Ophelia. Si superabas el primer vistazo general, y aquella especie de embrujo al que la belleza sobrenatural de los vampiros sometía a la mayoría de criaturas, podías fijarte en su cuerpo. Más allá de sus curvas, sugerentes y perfectamente remarcadas por su atuendo, más allá de sus andares seductores y decididos, más allá de la intensidad de su presencia, más allá de todo eso, no era difícil entrever la maldad de las acciones cometidas. Y el vestido, en gran parte, daba la mayor de las pistas. Rosas y pétalos de sangre humana lo convertían en una siniestra obra de arte, y resultaban delatadores respecto a los crímenes acaecidos aquella noche y de los que, por supuesto, había sido responsable.

Tampoco es que lo hubiera negado si alguien le hubiese preguntado. Ir borrando sus huellas nunca había estado entre sus planes, en parte porque consideraba a la gente normal demasiado estúpida como para llegar nunca a descubrirla, y en parte porque no necesitaba ni deseaba fingir más ser quien no era. No, aquel estúpido juego, aquella realidad en la que los vampiros se ocultaban de los humanos como si tuvieran algo de lo que temer, estaba llegando a su fin. Ya había pasado demasiado tiempo a la sombra. Ahora era el momento de salir a la luz. Y como todo en su vida, y en su muerte, lo haría a lo grande. Sería una ocasión que marcaría un antes y un después en el transcurso de la historia. Un motivo de celebración. Un logro personal y colectivo de todos aquellos que, desde las sombras, habían tejido aquella red de circunstancias que ahora culminarían con el resurgir de la oscuridad de la más perfecta y poderosa de las razas. Los vampiros.

Pero antes de que eso ocurriera, antes de que el guión de aquella función se diese por finalizado, y el telón terminara por abrirse, tenía otros asuntos de los que debía hacerse cargo. Asuntos urgentes, que marcarían también una nueva era en su propia vida, en su propia eternidad, a partir del momento en que se alzase vencedora. Como todo desde que renaciese como una no-muerta, tenía que ver con su creador, y con esa pretensión absurda que él tenía de intentar echar por tierra todos y cada uno de sus planes. Desde que se enterase que ella, su progenie, quería provocar que los cimientos de la civilización actual se tambaleasen descubriendo ante ojos mortales la existencia de los vampiros, había puesto todo su empeño en poner en su contra a aquellos que en otro momento dijeron estar de acuerdo con su postura. Con algunos, los más cobardes, había tenido bastante éxito, debía reconocerlo, pero respecto a la gran mayoría de aliados podría decirse que únicamente había conseguido forjar grandes enemigos. Enemigos que ella, ahora podría aprovechar para utilizarlos en su contra. Tal y como él le había enseñado. ¿Los motivos? Pese a que ella quisiera engañarse diciendo que luchaba por una justicia para los suyos por haber pasado tantos años sin poder salir a la luz, empezaba a ser bastante evidente que se trataba de algo más... personal. Se trataba de la más pura y profunda de las venganzas. Quería destruirle, por el simple placer de verle sufrir. De mil y una formas diferentes.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Abr 27, 2015 8:35 am

Hay veces en las que, contra todo pronóstico, las acciones de algunas personas realmente llegan a sorprenderme. De más está decir que normalmente esas personas, ese grupo de afortunados que logra sacarme de mi habitual indiferencia hacia todo, suelen tener poco de común y de corriente. Ni siquiera recuerdo cómo han llegado a mis oídos los rumores acerca de los planes de mi progenie de sacarnos a todos a la luz, de mostrarnos al mundo tal y como somos, poniendo en peligro la monótona tranquilidad a la que nuestro anonimato nos arroja. Es lógico que me sorprenda, ¿no? Y más teniendo en cuenta que probablemente Ophelia sea una de las criaturas vivas que actualmente viven en el planeta que más motivos tiene para tener miedo de esta "salida del armario". Sus atrocidades, nuestras atrocidades, han sido perseguidas y criticadas durante milenios. ¿Qué espera que le depare el futuro si todo el mundo conoce esa cara, tan oscura, de todos nosotros, de los inmortales? Probablemente ninguno de mis congéneres tenga las manos limpias de sangre. Fuera en su niñez, en sus primeros años tras despertar con nuestra naturaleza, todos hemos hecho méritos tanto para ser temidos como para ser odiados. Muchos, como yo mismo, nunca hemos dejado de sembrar el caos y el horror a nuestro paso. ¿Qué es lo que pretende, entonces, provocando a todos los vampiros de esta manera? Sobre todo a los que somos más antiguos, y hemos asumido que una eternidad a la sombra de la mirada insidiosa de esos estúpidos humanos es mejor que arder en sus hogueras. Lo más absurdo de todo, es que tiene aliados. Y no pocos, precisamente, que parecen comprender e incluso apoyar la infantil idea de gobernar el mundo y enseñar su verdadero rostro, intentando evidenciar lo que es obvio: que somos mejores que ellos.

Supongo que eso es algo que nunca llegué a enseñarle. Que el anonimato nos proporciona una ventaja, más que ser un inconveniente. ¿Qué utilidad tiene que todo el mundo esté alerta acerca de nosotros? Si nos temen, la caza se volverá más difícil. Si nos temen, todos sospecharán de nuestra presencia tras cada esquina, nos perseguirán. ¿Por qué le molesta tanto tener que integrarse, fingir ser uno de ellos? Tanto ella, como yo, como el resto de inmortales, siempre estaremos por encima, siempre seremos superiores. En lugar de tomárselo como un juego, como un mal menor de cara a la posibilidad de vivir como dioses en la sombra, se lo toman como un insulto. Inmaduros. Idiotas... Y más cuando es evidente que mi querida "hija" no está tratando de armar todo este revuelo para cumplir estos deseos. No. Ella es como yo. Retorcida. Malintencionada. Y sé que está tramando algo que nada tiene que ver con lo que todo el mundo sospecha que hará. No le compensa. No es lógico. De algún modo, está manipulando a todos los que están a su favor, seguramente por haber encontrado un modo de tener las espaldas cubiertas cuando de el paso a nuestra salida a la luz. Eso sí se lo enseñé, afortunadamente. A que siempre debemos guardar un as bajo la manga que nos libere de toda responsabilidad en caso de peligro. Estoy seguro de que lo ha hecho, aunque eso no explica por qué sus pensamientos van en esta dirección. ¿Qué es lo que le molesta? ¿Fingir ser una humana, o empezar a sentirse como una otra vez? Porque de esto último, yo soy el único culpable. Y ambos lo sabemos.

Con una sonrisa irónica me abro paso entre las sombras de la noche, entre la penumbra, caminando a paso ligero. Tras doce lunas a su lado, es evidente que he vuelto a despertar en ella todas emociones que tanto se había afanado en esconder. Y ahora la tengo justo donde quiero. Podré intentar hacerla cambiar de opinión, hoy, esta noche, en nuestra "cita". Ni siquiera recuerdo con qué pretexto le dije de venir al teatro. En lo personal, hace mucho que dejé de disfrutar de las obras. Todos los actores que tenían verdadero talento o están muertos o ya no necesitan actuar para sobrevivir. Y no hay ninguna obra que no conozca ya que merezca la pena de verdad. Pero sé que ella siempre ha tenido una relación especial con el arte. Probablemente por la época en que nació, y en la que la convertí en lo que hoy es. Por eso estoy aquí, sentado en este palco, aguardando por ella. Le daré lo que quiere de mi, mi sangre, mi afecto fingido, y luego la convenceré para que deje de lado sus pretensiones. No puedo permitir que toda la comunidad vampírica se ponga en su contra. Hay cosas de las que ni yo mismo soy capaz de protegerle.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Lun Mayo 25, 2015 4:24 am

A medida que se aproximaba la hora a la que habían acordado encontrarse, los nervios de la vampiresa comenzaban a hacer acto de presencia. La excitación por el momento que tendría lugar en algunos minutos no hacía más que crecer y crecer en su interior. Se avecinaba el fin de su martirio, el final de aquella historia de idas y venidas, de pasión y venganza. Y un amanecer nuevo se abriría paso, un nuevo hito para la comunidad vampírica, un nuevo orden de las cosas, que lo cambiaría todo. Para siempre. Y ella sería la propulsora de ese cambio, la motivadora que traería el caos a la tierra. Sería partícipe de ese caos, se adueñaría de él y lo utilizaría para sus propios propósitos. Lo había postergado demasiado. Había pasado demasiado tiempo a la sombra, planeando, sin tener muy claro el momento en el que finalmente llevase a cabo sus pretensiones de cambio, de sacar a la luz la verdad, a ojos de una humanidad que siempre había estado al margen de lo sobrenatural. Pero ya no esperaría más. Estaba convencida de que era el momento. Y lo mejor de todo aquello, lo que más la motivaba a luchar por el fin de esa era, por el comienzo de la siguiente, era que Friðþjófr, como muchos otros vampiros antiguos, no estaba invitado.

Claro que ella misma había sido la instigadora de que el resto de sobrenaturales que estaban de su parte para el cambio, acabasen opinando que lo mejor era acabar con aquellos que tratarían de alzarse en contra de su renacimiento. Aunque en realidad, el resto de vampiros antiguos le resultaban totalmente indiferentes, ¿pero cómo hubiera podido enmascarar el odio que sentía por su creador, sus deseos de acabar con su existencia, si no provocaba que el resto de seres a su favor se posicionara también contra él, contra ellos? Eran un daño colateral. Y siempre podían salvarse si aceptaban los nuevos términos que se instaurarían cuando finalmente vencieran. Cuando todos supieran la verdad, y ya no tuvieran que esconderse tras fachadas de humanidad. Cuando recuperaran el lugar que les correspondía, como lo más alto de la cadena alimenticia, como los más aptos para gobernar por haber vivido mucho más que gran parte de los humanos que había sobre la faz de la tierra. Muchos la habían tachado de estúpida al principio, al proponer salir a la luz. Muchos habían dicho que se había vuelto loca, que los humanos se alzarían contra ellos... Hasta que todos comprendieron que los seres superiores no tenían por qué sentir miedo por esas alimañas. Hasta que supieron que detrás de esa idea no estaban las pretensiones de alguien ambicioso, que ansiara por todos los medios tener más y más poder. Detrás de esa idea solo estaba el cansancio por haber pasado casi dos mil años escondiéndose. ¿Y para qué? Tal vez se alzaran, o tal vez simplemente se asustaran al descubrir que había criaturas superiores a ellos mismos. Sea cual fuere su reacción, ellos eran más fuertes. Y arrasarían con aquellos que se atreviesen a cruzarse en su camino.

Pero ese logro no significaría nada para ella, si antes no era capaz de deshacerse de las cadenas que seguían reteniéndola, atándola a Friðþjófr. Antes de liberarse de su máscara, debía deshacerse de ese vínculo, o jamás sería realmente libre. Y necesitaba serlo. Era todo cuanto ansiaba, todo por lo que había luchado. Y él era el mayor obstáculo entre ella y su ansiada libertad. O al menos, lo había sido. Hasta esa noche. Cuando llegara al teatro, cuando se sentara a su lado, cuando le dirigiera una de esas sonrisas que pretendían ser de superioridad... La función habría comenzado. Y no sólo la que se desarrollaría en el escenario, ante sus ojos, sino también aquella que culminaría con la cabeza de su creador clavada en una pica, adornando la torre más alta de su castillo. Una sonrisa irónica se dibujó en su semblante. Él le había dicho que estarían toda la eternidad juntos, y ahora sabía que era cierto. Aunque nadie habló de que él estuviese completo, ni vivo, en esa eternidad. Tamborileó los dedos sobre uno de los reposabrazos, inquieta. Ahora tenía que concentrarse en cerrar a cal y canto el acceso a sus pensamientos, o todo se iría al traste. Sabía que la influencia de Friðþjófr sobre ella era intensa... Pero él no conocía la dimensión de su odio. Nadie la conocía, en realidad, salvo la recién desaparecida Helenna. ¿Dónde estaría?
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Ago 27, 2015 9:12 am

Y aquí estamos, de nuevo, juntos. Como si no hubieran pasado más de quinientos años desde el momento en que decidí abandonarla. La veo entrar en el palco, tan radiante como siempre. Me pierdo en los pliegues de su vestido, que contrasta enormemente con la dulzura de su rostro. ¿Cómo alguien tan frío puede ser poseedor de una belleza que la hace parecer inocente? Ese es parte de su invariable encanto, que ha permanecido durante todo este tiempo. Se sienta a mi derecha sin decir nada, aunque no es necesario: sus ojos me lo han dicho todo. Detrás de ese brillo de rencor que indudablemente aún se refleja en su mirada se esconde el sentimiento del que no puede deshacerse. Nuestro vínculo es inmortal, exactamente igual que nosotros. Mientras ambos permanezcamos sobre el mundo, estamos destinados a sentirnos, a buscarnos y a reencontrarnos. Eso también forma parte de nuestra naturaleza. Progenie y creador se aman de una manera casi mística, que en nada se parece al mundano amor en el que confían y por el que se pierden los seres humanos. El nuestro es más intenso, más primigenio. Más real. Y por eso las palabras se hacen innecesarias. Intento meterme en su cabeza, sin éxito, y sonrío, para luego agarrarle la mano con firmeza. Por fin parece comprender que es mía, que siempre ha sido mía, o eso juzgo en base al hecho de que ha venido a mi encuentro sin necesidad de que le insistiera o se lo ordenara. Que ceda es algo bueno para mi, aunque no me esperaba que lo hiciera tan pronto, todo sea dicho.

- ¿Acaso no te he enseñado modales, Ophelia? Normalmente cuando uno llega a un lugar, tiene la costumbre de saludar a quienes les acompañan, y más si esa persona es nada más y nada menos que tu Señor... -La escucho bufar por lo bajo y mi sonrisa se ensancha por la satisfacción. Saber siempre qué decir para irritarla es algo que me agrada sobremanera. No puedo decir exactamente por qué, pero quizá esa delicada arruga que se dibuja en su ceño, dándole aspecto de felino frustrado tiene bastante que ver. Recuerdo haber pasado horas observándola dormir, empapándome con su presencia, y deleitándome con aquellos pequeños gestos que hace sin darse cuenta. Probablemente esta especie de obsesión pueda parecer estúpida, o incluso excesivamente "cursi" tratándose de dos seres que hacían mucho que habían dejado de ser humanos, pero era algo que nunca había podido ni querido evitar. Después de todo, el aspecto de Ophelia, además de su personalidad, fue una de las cosas que me atrajo de ella hasta el punto de querer conseguirla. Y ahora que ya la tengo, ¿por qué no disfrutarlo? Cuando las luces finalmente están apagadas, me recuesto en la cómoda butaca del palco sin soltarla y sin alejar tampoco la mirada de ella. La obra no me interesa lo más mínimo. ¿Cuántas veces he visto Hamlet representado?

- Me alegra mucho que hayas venido. Pensé que después de estas semanas no sería mala idea hacer algo más juntos... Ya sabes, que no sea pelear, golpearnos, yacer y volver a pelear. Por cambiar de rutina, más que nada. -El tono jocoso de mi voz acentúa su mueca de fastidio, ante la cual yo me carcajeo, provocando que los espectadores de los palcos adyacentes dirijan una mirada de enfado hacia nuestra dirección. La verdad es que me importa muy poco el resto del mundo en este momento. De hecho, si no he alquilado el teatro es porque no he tenido antelación suficiente para hacerlo. Preferiría estar a solas con ella, pero tampoco es que me importe. Acerco mi rostro al suyo, para luego depositar un casto beso en su mejila, a la que luego clavo los colmillos sin más, para empezar a succionar. Me resulta extraño no poder percibir nada de lo que piensa o siente al hacerlo, por lo que me separo de ella un instante, para observarla. - ¿Por qué has bloqueado el acceso a tus pensamientos? ¿Qué me estás ocultando? -La cojo por el mentón con brusquedad, y le giro el rostro para que me mire. La conozco perfectamente. Sé que trama algo. Pero, ¿qué?
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Lun Ago 31, 2015 10:35 pm

En realidad ignorarlo de aquella manera no formaba parte del plan inicial, que consistía más bien en lo contrario. Engatusarle, atraerle, hacerle ver que el pasado había quedado momentáneamente atrás y que había acudido a aquella cita convencida de que lo mejor era superarlo. Hacer como si todo aquel tiempo no hubiese pasado. Como si el perjuicio que él le había provocado tras toda esa larga ausencia ya no dolía... ¿Pero sabéis qué? Incluso una mentirosa tan experimentada como Ophelia no era capaz de fingir con algo así. Su semblante inexpresivo apenas cambió un ápice cuando el narrador comenzó a hablar acerca de la obra que iban a representar minutos después. Ni siquiera sabía cuál era. Tampoco es que le importase demasiado. Todos los actores de esa maldita ciudad eran demasiado mediocres. No había ni punto de comparación con cualquiera de los que antaño se dedicaba a ello, cuando su humanidad aún no se había extinguido del todo.

- Pasaré por alto el hecho de que tu ego llegue hasta tal punto de creer realmente que tienes algún tipo de potestad o control sobre mi. Y sí, en efecto, sé que está estipulado que uno debe saludar al llegar a un lugar... Pero eso es sólo cuando la persona con la que espera encontrarse es de su agrado, y desde luego no es el caso. -Por un momento dudó, y realmente consideró que su fachada iba a venirse abajo en cualquier momento. ¿Cómo había sido tan tonta como para no darse cuenta de que él encontraría extraño que utilizase sus poderes cuando, supuestamente, aquello era una reunión que buscaba recuperar el tiempo perdido? Pero estaba demasiado enfadada, demasiado cansada de fingir. Su repentino regreso y la ausencia de Helenna la habían sacado de quicio hasta el punto de resultarle prácticamente imposible contener sus deseos de destruirles a ambos. A él, por existir. A ella, por marcharse sin avisar.

- ¿Y de verdad crees que este es el mejor lugar para establecer una nueva rutina? ¿Un teatro de una ciudad repugnante, con actores mediocres sin ningún talento interpretativo? Sinceramente, prefiero regresar a casa y follar y golpearnos hasta quedar exhaustos. Por lo menos podré dañarte sin cientos de ojos a mi alrededor, juzgando mi actitud. -Estaba claro que aquellas palabras le resultarían más normales viniendo de su parte al vampiro, que tratar de balbucear una disculpa que jamás sentiría. Aunque a lo que no supo bien cómo responder era a sus siguientes preguntas. Dijera lo que dijese, notaría casi instantáneamente que estaba mintiendo. La conocía demasiado bien. Casi tanto como ella a él. Bueno, o quizá no. Pero no iba a dejar que eso estropease su plan.

- No sabía que necesitara pedir permiso para utilizar mis habilidades. Tampoco recuerdo haberte dado permiso yo a ti para entrar en mi cabeza, y no es la primera vez que has intentado hacerlo. -La vampiresa apartó de un manotazo la mano de su creador. Su simple tacto le producía rechazo. Y tras dirigirle una mirada de la que no pudo borrar el auténtico asco que le producía, se volteó para recostarse en la butaca y tratar de concentrarse aunque fuera mínimamente en la obra. Sería en el tercer acto cuando la verdadera función comenzaría. Muchos que aquellos vampiros que sabía que habían ido entrando en los últimos minutos les asaltarían. Ella se haría la sorprendida, diría que no sabía qué era lo que había pasado. Y cuando él se alterase por pensar que estaban fastidiando a quien era su mayor obsesión en el mundo, entonces ella daría el siguiente paso. Le ataría la soga al cuello. Y prendería la mecha de la revolución de los suyos.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Dic 31, 2015 1:29 am

Una estridente carcajada se me escapa de entre los labios al escuchar sus palabras. Envenenadas. Lanzadas de forma directa, sin tapujos. Como auténticos dardos. La miro de reojo cuando aparta mi mano, y vuelvo a insistir, esta vez empleando bastante más fuerza que antes. De no ser su piel tan dura, muy probablemente le hubiera dejado marca. Pero ella está tan muerta como yo. Aunque desde luego, aparente estar bastante viva. - Di lo que quieras, amor, pero mientras más te resistes más me demuestras que esa chispa que quieres esconder sigue estando más que presente. La veo en tus ojos, en tus labios, que se entreabren cada vez que acerco los míos... No puedes negarlo para siempre, Ophelia. -La agarro por el cuello y termino de atraerla hasta mi. Atrapo sus labios, esos que provocaban mi locura antaño y que la siguen provocando ahora, y los muerdo, los saboreo, me pierdo en ellos y en los recuerdos que arrastran a mi memoria. Es extraño. Quizá incluso yo mismo sienta bastante más de lo que estoy dispuesto a reconocer. Claro que eso ella no debe saberlo. Nunca. Parecer débil ante tu progenie es un terrible error, y más si se trata de alguien como ella. Un ser que he creado a mi imagen y semejanza. No puedo confiar en que no vaya a utilizar esos pseudosentimientos en mi contra en algún momento de nuestra existencia juntos.

- Juzgas demasiado deprisa una obra que aún apenas ha comenzado. Quizá incluso nos sorprendamos y haya surgido algún nuevo talento en la ciudad en los últimos tiempos... -A medida que hablo me doy cuenta de que ni siquiera yo creo esas palabras. ¿Talento? ¿En París? ¿En el 1800? Desde luego no en lo que a teatro se refiere. De lo único que hay de calidad son prostitutas y bolsas de sangre. No, traerla al teatro definitivamente no ha sido mi idea más brillante, pero es el único lugar que me parece íntimo, y diferente al castillo que ahora compartimos. Nunca sale nada bueno de estar entre esas cuatro paredes, y mucho menos cuando la rabia que siente hacia mi es tan potente. Tan intensa. Tan evidente. Suelto el agarre y miro hacia el frente con cierta indiferencia. No tengo grandes expectativas respecto a la representación, pero sí sobre lo que puede depararnos. - Te recomiendo que te relajes, no necesito leer tus pensamientos para notar tu tensión. Ni siquiera necesito tocarte. Tu sangre late en mis venas, igual que la mía lo hace en las tuyas. -Recordarle que me pertenece forma parte del trabajo de ser su creador. Analizo su reacción volviendo el rostro para mirarla de soslayo. Y lo que me encuentro no me tranquiliza, precisamente.

- La diferencia, cielo, es que yo no necesito permiso para bucear en tu cabeza, y tú, por el contrario, no puedes hacerlo en la mía. Sutil, aunque importante diferencia. ¿No crees? Además, estás muy equivocada si crees que nuestra relación se ha vuelto bidireccional precisamente ahora. -El "yo mando más" que siempre me recrimina, aquí está de nuevo. Me fastidia casi tanto como me gusta que me lleve la contraria, pero el hecho de que mezcle su furia con una impasibilidad que nunca antes he visto en ella, consigue que el humor se me vaya agriando poco a poco. - No, en serio, ¿qué demonios te ocurre? Te conozco demasiado bien como para reconocer cuando estás tramando algo que no quieres que yo sepa. La cuestión es, ¿por qué? ¿Qué podría ser tan grave? -Me giro para poder mirarla de frente. Sé que no puede mentirme a la cara. Es imposible. Yo siempre sé cuando Ophelia intenta ocultarme algo.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Mar 04, 2016 9:34 pm

La sensación de perderse en un beso no es desconocida para nadie. O al menos, no debería. Sin embargo, ¿cuántas personas son capaz de explicarlo, sin titubear? ¿Y es acaso lo que ellos dicen cierto, más cierto que lo que otras personas experimentan? Cuando los fríos labios de Friðþjófr se toparon con los suyos, ardientes de expectación ante lo que estaba a punto de ocurrir, un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Empezando por su rostro, que se encogió lentamente al mismo tiempo que sus lenguas se buscaban, se entrelazaban, disputando una lucha sin cuartel. Sus manos, antes únicamente deseosas de estrangularle, ahora se deslizaban por su cuello, arañando cada palmo de piel con que se topaban a su paso, para finalmente acabar enredándose en sus cabellos. Estaba a punto de orquestar la captura y probable asesinato de su creador y en aquel momento únicamente le interesaba atraerlo hacia ella. Otra contrariedad. No sabía si reírse de ella misma o clavarle un puñal a él en el pecho por hacerla sentir así.

- ¿Sabes lo que dicen? Que todos los grandes fuegos empiezan por una pequeña chispa, así que te aconsejo ir con cuidado, Friðþjófr, o las cosas pueden escaparse de tu control mucho más rápido de lo que imaginas. -Cuando finalmente recuperó el sentido, se alejó de él bruscamente. Si algo quedaba más que demostrado era que el magnetismo entre ambos le resultaba imposible de resistir. Lo cual la había llevado a aceptar que si quería ver al vampiro con una estaca en el pecho, debía encontrar a alguien que se la clavara. Porque no sabía si ella sería capaz. Probablemente pudiera mantenerlo durante años, siglos incluso, como una especie de esclavo al que torturar, pero pensar en asesinarlo con sus propias manos a pesar de resultarle una idea de lo más atractiva, sabía que no era lo que ocurriría. Si con sólo un beso era capaz de perder los estribos... La línea entre el odio y la pasión, entre el fuego y la más absoluta frialdad, se había ido difuminando con el tiempo. ¿Podía odiar y desear a partes iguales? Era evidente que sí. Pero el odio llevaba ganando la batalla desde hacía mucho más tiempo. Quería verle muerto. Y aunque el vínculo que compartían le impidiera matarlo ella misma, dicho vínculo desaparecería cuando dejara de "respirar". Y podría disfrutar finalmente de una eternidad sin recordarlo. Sin que irrumpiera en su vida sin avisar, destruyendo todo lo que ella había logrado construir.

- Piensas demasiado. ¿Acaso no es más sencillo considerar el hecho de que te odio como único motivo para estar descontenta? Irrumpes en mi vida, en mi casa, pretendiendo adueñarte de todo y, ¿para qué? Como si fueras a conseguir algo. Eres tú quien se engaña al pensar que todavía te tengo miedo, o respeto. No mereces ninguna de esas dos cosas. Eres una criatura como yo, movida por las ansias de poder y por el odio. Puedes decir tantas veces como quieras que soy tuya, que tú tienes algún tipo de poder sobre mi, pero la verdad es que ya no es así. -Me giro y clavo mi mirada en el escenario. Los actores parlotean y se movían intentando cautivar a un público que parecía sumido en un profundo sueño. Ni siquiera sabía cómo un teatro exclusivo para vampiros podía tener éxito. Muchos de ellos tenían cientos de años, y otros, incluso milenios. ¿Qué iban a ver que no hubieran visto antes? ¿Cómo iban a estar interesados una y otra vez por las mismas historias, por los mismos personajes? Desde luego, ella no lo estaba. El único acto que ansiaba ver era el del resto de sus aliados arrastrando a su creador por los pasillos.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Dom Mar 06, 2016 9:50 am

Por un momento no puedo evitar pensar que estamos hablando de cosas diferentes. Me la quedo mirando durante unos instantes, minutos tal vez, tratando de reconocer, prácticamente sin éxito, a aquella muchacha vivaz, sincera y desinhibida que fue alguna vez. La he moldeado de todas las formas posibles, hasta convertirla en este ser oscuro, lleno de maldad, que está sentado al lado de mi. Y eso me encanta. Mi sonrisa se ensancha al escucharla hablar, porque a pesar de que reconozco en sus palabras una amenaza implícita, no me importa lo más mínimo. Nuestro pasado siempre ha estado plagado de ellas, ¿por qué iba a esperar algo distinto en nuestro futuro? Es parte de su nuevo carácter. El sarcasmo que plagaba su forma de ser cuando todavía le quedaba humanidad se ha tornado en cinismo, en desprecio. ¡Encantador! Me recuesto en la butaca cuando, al fin, el diálogo que se desarrolla en el escenario comienza a resultarme familiar.

Hamlet, W. Shakespeare. Acto I, Escena V:

- Creo que de todos los Hamlet que he visto, a lo largo de mi historia, este es probablemente el menos llamativo. Quizá sea porque he oído tantas veces ese mismo monólogo que con el tiempo pierde interés. -No tiene tanto que ver con el talento interpretativo de los actores, que sin duda, es escaso, sino más bien con el hecho de que la primera Ophelia que pude apreciar en escena, y realmente disfrutar, es la que está sentada a mi lado. Al final la que tengo intención de que sea una noche normal de teatro, de disfrute mutuo de nuestra "relación", se convierte en una perfecta ironía. Me carcajeo mentalmente al imaginarme lo que diría si le mencionara en voz alta lo que estoy pensando. Ahora que está más tranquila, vuelvo a extender la mano y la entrelazo con la suya, ignorando su rechazo, su mal humor, y la sensación de que algo horrible está a punto de ocurrir. Después de todo, cuando estamos juntos, es evidente que nada bueno puede salir de eso. Y precisamente es este hecho lo que lo hace entretenido.

- Hablando de tomarse las cosas en serio, creo que ya es hora de que comiences a comprender que la mayoría de cosas que te digo tienen como único propósito tocarte las narices. Lo que ocurre es que con la edad te has vuelto mucho más susceptible. Lo comprendo. Hemos pasado mucho tiempo separados, por eso quiero recuperar lo que habíamos perdido. Además, si hay chispa, como tú dices, el fuego, la llama, no debe estar muy lejos. Cuando se trata de ti no me da miedo quemarme. -Quizá debería, sin embargo, puesto que otra característica que compartimos es la falta de remordimientos. Sé con total certeza que, de poder hacerlo, me clavaría una estaca allí mismo y ni siquiera parpadearía. Pero no puede. Una creación no puede volverse contra su creador. Al menos normalmente. No es que piense que lo nuestro sea del todo normal, pero el vínculo entre vampiros es difícil de traicionar. Aprieto su mano en una muestra de "cariño". Se me hace extraño intentar mostrarme cercano porque en el fondo, muy en el fondo, sé que algo falla. Aunque no sea capaz de identificar qué.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Mayo 03, 2016 7:13 pm

Una sonrisa acudió a los labios de la inmortal al escuchar aquel ridículo monólogo acerca de recuperar el tiempo perdido y lo que un día tuvieron. No sólo sonaba ridículo, sino que además le parecía totalmente fuera de lugar, de contexto. Lo que ellos tuvieron, tenían, y probablemente siguieran teniendo hasta que uno de los dos tuviera la cabeza despegada del cuerpo, nunca había sido normal. Ni siquiera al principio. Especialmente, al principio. Él era un demonio de la noche y ella una joven tan llena de rabia como un animal salvaje. Él la rescató y le regaló una existencia que prometió como un regalo, pero que luego resultó ser una monótona tortura que se prolongaría por casi dos milenios de existencia. A punto estuvo de decir en voz alta que de qué coño estaba hablando, pero se mantuvo recta, fría, en la misma posición del principio, aunque aceptando, no sin fruncir el ceño, la mano que él le ofrecía. Que encima de aquel ridículo intento de ganársela utilizando la retórica -algo que era evidente que no funcionaría, ella misma utilizaba la retórica para encandilar a otros-, hubiera escogido Hamlet precisamente, hizo que lo que antes era una sonrisa sarcástica, se tornase en una carcajada más parecida a un gruñido que otra cosa.

- ¿A cuántas Ophelias más necesitas ver en escena para darte cuenta de que soy la definitiva? -Arrastró las palabras con cuidado, intentando que su tono pareciera más suave de lo que realmente quería. Evidentemente, no se refería al amor, o al vínculo, o lo que demonios fuera que tenían entre ellos. Con definitiva se refería a algo mucho más literal. Como que no conocería ninguna otra Ophelia después de aquella noche, y si sus planes salían tal y como deseaba. - Por favor, te rogaría que dejaras de decir sandeces si no quieres que vomite a ese granjero que tomé como tentempié sobre el resto de espectadores. -La frialdad se volvió a apoderar de su tono, aunque aquella sensación de excitación, de triunfo prematuro, permaneció durante mucho más rato en su mente, motivo por el cual hizo un esfuerzo extra para mantener sus pensamientos fuera del alcance de su creador. No se perdonaría que un simple descuido echase a perder todas aquellas noches de planear, todas aquellas décadas de decisiones. Ahora, al fin, el final de aquel ser que había destruido su existencia misma estaba cerca. Ahora, sabía que podría soportar la ruptura de ese vínculo "místico". Ahora, se sabía lo bastante fuerte para reponerse a su pérdida. Y en parte se lo debía a él. Si el odio ya había crecido bastante en su interior durante casi dos milenios, el hecho de que destruyera a su Helenna no había hecho más indicarle que era el momento.

- Después de todo este tiempo, aún no has entendido que no es buena idea subestimarme. No creo que arder te resultara tan divertido si realmente ocurriera. Tampoco a mi. Así que dejemos las chispas para otro momento... -Apartó la mano con brusquedad, centrando la vista en el escenario. Ver el ir y venir de los actores, caminando con paso lento y artificioso, por un momento despertó en ella la sensación de nostalgia. Ella una vez se encargó de representar obras para rufianes que ningún interés tenían en la historia, sino en observar a las actrices y decidir cuál de ellas preferían llevarse a sus aposentos. No es que echara de menos esa parte, después de todo, a causa de eso mismo nunca logró tener fama. Las muchachas que se vendían conseguían escalar en fama, en riquezas. Las que, como ella, se rebelaban contra esa norma, permanecían en la miseria. Y en la misera es donde él la encontró. Y en aquella época, cuando estaba a punto de despertar a esa nueva forma de vida que él le prometía, lo recibió como un regalo, como una nueva oportunidad. Probablemente los dos estaban equivocados. La humanidad es algo frágil, algo que si no se alimenta, termina por perderse. Aunque Ophelia no quisiera reconocerlo, algunas emociones y sentimientos permanecían. La cuestión es que sólo lo hacían aquellas peligrosas, destructivas, y por supuesto estaban moldeadas, retorcidas, degradadas a su más terrible exponente. El dolor, el cansancio, y sobre todo, la ira, no son los mejores consejeros, al parecer. - Va a ser una noche larga... -Y sobre todo, intensa. Pronto, muy pronto, ambos lo verían.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Dom Ago 28, 2016 9:21 pm

Por todos es bien sabido que mi paciencia es bastante escasa y más cuando comienzo a ser consciente de que me están tomando el pelo. Probablemente, no, claramente, si la persona ante mi no fuera Ophelia la situación sería completamente distinta. Mucho más sangrienta y con bastantes más insultos de por medio. Pero ella es mi debilidad. Siempre lo ha sido, y ambos lo sabemos. Y hoy, por primera vez, este hecho me hace sentir francamente intranquilo. Porque una vocecita en el fondo de mi mente hace saltar todas las alarmas. Mi propia voz. La del demonio que ahora mismo está bajo llave, que gritando a pleno pulmón, me está avisando de que algo está apunto de ocurrir. La situación apesta. Nada está bien. Y qué narices hacemos ella y yo en el teatro si para odiarnos y poseernos mutuamente sólo necesitamos una habitación, y no tantos testigos con caras difuminadas por la oscuridad. Una sonrisa macabra surge en mis labios sin previo aviso, seguida por una carcajada seca y sarcástica, y me giro de forma brusca y repentina, para mover el asiento de mi amante de un fuerte tirón inmediatamente después.

- ¿Sabes por qué el mundo no está hecho para los débiles? -Suelto de pronto, sin darle realmente tiempo a reponerse antes de volver a hablar. - Porque solamente los fuertes son capaces de ver las mentiras antes de que éstas sean dichas en voz alta o aparezcan ante sus narices. Te miro y pienso, ¿por qué dice querer estar aquí cuando ambos sabemos que no es cierto? Tu boca escupe que lo intentas, pero tus ojos gritan con el odio y el fuego que ambos compartimos. Los fuertes tenemos una ventaja, amada mía, nunca lo olvides, y es que como siempre somos capaces de adelantarnos a los sucesos es difícil saber qué as tenemos escondido bajo la manga. -Me acerco a su rostro lentamente, como queriendo que mis palabras calen hondo tal para dejar una huella permanente en en su alma. Y luego, robo un beso a esos labios del color de la sangre, y me sabe a traición. Otra sonrisa escapa sin permiso, y mis ojos se quedan congelados en sus hermosas orbes.

- Ignoro lo que tramas, pero no te confíes. A veces los planes se tuercen y el que intentaba dar un golpe termina realmente golpeado, siendo la víctima inicial el último ganador. Te dejaré hacer lo que sea que estés haciendo, simplemente porque me ha picado la curiosidad. Pero mírame bien, Ophelia, porque sin importar lo que hagas, lo que intentes, lo que planees, al convertirte la única promesa que te hice que planeaba cumplir, fue esta: “cuando nuestro fin llegue, pasaremos a la historia, y nos convertiremos en polvo. Juntos. . Tu existencia, sin la mía, no es posible. Yo te creé. Yo te he moldeado. Eres lo que eres, y quien eres, por y para mi. Cualquier otra cosa que pienses es una mentira que tú misma te has contado. Eres y serás mía. Ese siempre ha sido tu destino. -Tras decir estas últimas palabras, tomo su rostro con más fuerza de la que necesito, para envolverla en un beso lento, invasivo, pero extrañamente dulce. Mi Judas particular se merece lo mejor, después de todo.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Oct 11, 2016 3:03 pm

Las cenizas a las cenizas. El polvo al polvo. Los traidores y los mentirosos, al final, siempre acaban ardiendo juntos. Eso era lo que su creador, su amante, su enemigo, estaba queriendo decirle, algo que le había dicho antes cientos de veces, y que por alguna razón, aquella noche tuvo sentido por primera vez. Ella, que planeaba darle el golpe definitivo, arrancarle aquel corazón muerto para deshacerse para siempre de su recuerdo: la traidora. Él, demonio inmortal de mil caras, indómito, imparable: el maestro de las mentiras. Ambos estaban bailando una danza peligrosa, una danza que se estaba desarrollando en el filo de una minúscula espada. Y el abismo bajo sus pies parecía llamarlos a ambos. Quien cayese primero no importaba, porque el otro lo seguiría inmediatamente después. El equilibrio que era la existencia de ambos, el odio y el deseo que los movía, era lo único que los mantenía en pie. Pero ese supuesto equilibrio se rompería en cuanto uno de los dos dejara de estar ahí. Al final, era lo mismo que decir que la progenie no podía sobrevivir mucho tiempo sin la presencia de su maestro. Algo que ella había temido durante siglos, pero que al final había decidido no creer. Algo que probarían en cuanto aquella noche acabara. Una farsa que ella se había prometido desenmascarar. Pero... los ojos de aquel ser, acechantes, miraron en su interior, y la revolvieron, haciéndola dudar. No fue menos de un segundo, pero causó que sus nervios se desbocaran, y la fachada terminara por quebrarse del todo. Y es que el odio que sentía por él hacía repulsiva la simple idea de necesitarlo, por más que ella misma reconociera que parte de eso era verdad.

Quizá no le importaba caer, después de todo. Seguirlo en su muerte. Quizá lo que necesitaba era destruirlo sin importar cómo, y sin molestarse en pensar en qué sería de ella después. Era venganza. Era justicia. Recibiría la muerte gustosamente si antes de eso fuese capaz de verlo convertido en polvo a él, por sus propias manos. - Puedes acusarme de ser una mentirosa, pero creo que te equivocas en pensar en mi como a una criatura débil... Tienes razón. Tú me has hecho como soy; si no tú directamente, las acciones que has llevado a cabo, todo aquello que has hecho para mi, y en mi contra, han servido para moldear mi carácter. Pero partiendo de que mi base no era la de una mujer débil, ¿acaso crees que ahora, que finalmente soy como tú, he retrocedido? No... Tu peor error ha sido y será siempre que me infravaloras. O peor, que te crees mucho mejor de lo que realmente eres. Algún día te darás cuenta del grave error que estás cometiendo, elskling*, aunque puede que ese día ya sea demasiado tarde... -La amenaza velada de sus palabras, se hizo prácticamente física cuando aceptó el beso que su creador forzó sobre ella. Lo recibió con rabia, mordiendo, saboreando, recreándose en el sabor de aquella sangre maldita, que le había dado la vida a cambio de destruir todo lo demás.

- No te olvides de que, siendo cierto que yo te pertenezco, eso implica que tú también me perteneces a mi... Y supongo que nunca planeaste eso. Estoy segura de que jamás te planteaste lo que ocurriría cuando el sujeto de tus torturas, de tus idas y venidas, de tu fuego, el fruto de tu propia sangre, decidiera que está cansado de ti. Que ya no eres suficiente, o que eres demasiado, o que simplemente, ya no quiere ser de tu propiedad. ¿Un amo es un amo, cuando ya no tiene ningún esclavo que le sirva? ¿Un maestro es un maestro, cuando su aprendiz ya lo ha superado con creces? No serás nada. Ni siquiera polvo... -Una sonrisa vacía se instaló en su semblante, y esta vez fue ella misma quien inició un acercamiento para sellar sus labios nuevamente. - Cuando ya no seas nada, ¿quién llorará por tu ausencia? ¿Quién te echará de menos? Tu existencia no habrá valido para nada, y te arrepentirás de no haber aprovechado lo que tuviste cuando aún seguías siendo alguien. -Tras decir aquello, sacó un puñal del interior de su vestido, un puñal que él le regalara años atrás... Un puñal bañado en agua bendita, que clavó sobre su vientre con toda la fuerza que fue capaz de encontrar. Esa era la señal para el resto de sus aliados. El momento había llegado.


*"Darling"
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Dom Sep 17, 2017 8:35 pm

La clave para que una mentira, y por ende, para que un plan basado en falacias se lleve a cabo, es, en gran parte, que la otra persona no se lo espere. Por un lado, mi querida progenie ya ha perdido la ventaja de tomarme por sorpresa; lo que es más, casi parece que no le importa en absoluto que yo ya sepa que está planeando algo en mi contra. Eso me lleva a la pregunta más obvia, y probablemente la más importante: ¿No le preocupa porque sabe que no podré evitar el golpe, se trate de lo que se trate, o porque ya se ha dado por vencida? Conociéndola, la segunda opción es poco probable. Nada probable, en realidad. Al menos por el momento. Aún no la he picado lo suficiente, ni la he torturado lo bastante como para que se plantee ni remotamente ceder en sus intentos. Eso nos deja con una única opción, y también con una evidencia bastante peligrosa: Si no le importa que lo sepa, es porque ha encontrado la forma de atacarme de frente sin que la diferencia entre nuestro poder o fortalezas sea de importancia. Eso me hace relamerme con cierta expectación. En mi larga existencia me he encontrado con muy pocos casos en los que un aprendiz había sobrepasado al maestro y lo había destruido al mismo tiempo, pero como ser imposible, no es que lo fuera, simplemente resultaba sumamente difícil.

Ciertamente, Ophelia me odia lo suficiente como para querer verme muerto, y por tanto, no es complicado imaginar que haya intentado encontrar más de una o dos formas de acabar conmigo de forma definitiva... Pero también sé que no es únicamente odio lo que siente por mi, y eso es lo que me molesta. ¿Qué ha podido ocurrir para que se olvide de las dudas y se centre en la venganza más que en el resto de sentimientos? ¿Se ha enterado de la verdad? De que yo fui quien destruyó su vida humana porque quería tenerla conmigo, y que también soy quien acabó con su única progenie a causa de los celos. No, no es posible, si así fuera, me lo habría dicho. O ella misma con palabras hirientes, o su memoria al bucear en sus recuerdos en sus despistes. Entonces, ¿qué? Con el ceño fruncido escucho a sus palabras, que entre beso y beso, jadeo y jadeo, flotan en el ambiente privado del palco. Sugerentes en cierta forma, porque todo en la vampiresa siempre había sido sugerente. Melodioso. Lascivo. Excesivamente tentador. Saboreo mi propia sangre contra los labios ajenos, gruñendo por lo bajo, haciendo el beso más profundo, más insistente, más denso, como tratando de quitarle de la cabeza aquello que estuviera tramando.

- Oh, amada mía, si mi error es infravalorarte, el tuyo es creerte a mi mismo nivel... Ni aunque vivas dos milenios más serás capaz de alcanzarme, porque entonces yo te seguiré llevando cuatro mil años de ventaja. Por más que creas que el fuego es únicamente mutuo en la parte de la violencia, también lo es desde el espectro del deseo. No creo que no puedas vivir sin mi porque me necesitas, sino porque ansías mi presencia. Todo tu ser lo hace. Tu cuerpo, cada átomo, cara poro de tu piel que lo conforma, ha sido adiestrado por y para mi. Soy el único ser sobre la tierra que puede darte lo que deseas, porque no hay otra bestia igual a mi, ni a ti, ni por supuesto una que nos supere cuando estamos juntos... -Mi voz se va haciendo más grave, a medida que mis manos se aventuran hasta sus costados. Noto cómo se eriza cada vello, cómo se tensa cada músculo bajo mi conocido roce. No puede evitarlo, nos pertenecemos, es cierto. Yo a ella, y ella a mi. La diferencia entre nosotros es que yo sí puedo vivir sin ella, porque la creé mucho después de haber sido engendrado, y que ella no puede porque no conoce nada mejor a mi. - Vamos, déjate llevar... ambos sabemos lo que... q-quieres... -Cuando veo el puñal ya está firmemente clavado en mi carne. El veneno que supone el agua bendita me hace retorcerme, haciendo que la piel se desgarre aún más. - Buen intento, pero espero que eso no sea todo... -Digo para después retorcerle la muñeca, haciendo que suelte el cuchillo.

Pero no, no era todo. Al mismo tiempo que me alejo un palmo de ella, esperando otro golpe, la veo retroceder y escucho los pasos. Numerosos. Rápidos. Acercándose. Es una encerrona. Se ha usado a sí misma como cebo. Dibujo una sonrisa complacida, que se ve disuelta por un canalillo de sangre que se desliza por mi boca. ¿Qué cartas planea jugar ahora?
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Lun Sep 18, 2017 2:29 pm

Honestamente, se alegraba de que sus secuaces hubieran reaccionado tan rápido a la señal, porque comenzaba a estar francamente cansada de aquel jueguecito. Cada vez que entraba en contacto con la piel del vampiro, podía notar como su propio cuerpo se estremecía irremediablemente. Una reacción que odiaba, pero que no podía evitar: mucho de lo que decía era cierto. Durante años, la obsesión que había sentido hacia su creador había sido tal que opacaba todo lo demás por completo. Cualquier otra compañía quedaba deslucida en comparación a la de Friðþjófr. Era como una droga a la que su cuerpo se había acostumbrado después de un periodo tan largo de exposición. Una adictiva droga que la hacía más y más fuerte, que henchía más y más el vínculo que los unía, que hacía más complicado separarse de él. Precisamente por eso las décadas de abandono habían deformado su personalidad de tal modo que la antes obsesiva necesidad de poseer al vampiro, había pasado a convertirse en el deseo de destruirlo con sus propias manos. Pero, ah, maldición, cada vez que volvía a probar de ese néctar, todo su interior, todos sus principios y toda su convicción se removían desde sus cimientos. Despreciable. Imperdonable. No dejaría que la manejara de aquel modo nunca más.

- No pienses que eso va a servirte de nada ahora. Ni tus besos, ni tus caricias, ni el hecho de que mi cuerpo me diga que quiere ser poseído por tu triste persona servirán para que encuentres una debilidad en mis planes. ¿Sabes por qué, elskling? Porque no se trata sólo de mi. Si alguna vez en tu maldita y desgraciada existencia te hubieras detenido a pensar la vida de cuántos seres has destruido por tu simple divertimento, te darías cuenta de que la cantidad de enemigos que tiene supera con creces la de amigos o aliados que te restan. Si dependiera de mi, estoy segura de que encontrarías la forma de hacer que me arrepienta. -La vampiresa suspiró, para luego escupirle en el rostro al vampiro mayor, con una mueca de asco mientras se limpiaba los labios después de tan apasionado beso. - No lo digo porque te de la razón y crea que soy más débil que tú, sino porque me has enseñado que las torturas más alargadas en el tiempo resultan mucho más memorables. -Cuando todos los vampiros, unos doce, irrumpieron en el palco, Ophelia había terminado de colocarse unos gruesos guantes de cuero, para luego tomar unas sogas bañadas en agua bendita que los otros le tendieron. - Esta vez, cuento con otras fuerzas externas a la mía propia. ¿Cómo piensas escapar ahora? -Una mueca macabra se dibujó en su semblante, parecida a una sonrisa, pero sin serlo en su totalidad. 

Con ayuda de los otros, en unos instantes, gran parte del cuerpo del inmortal estuvo firmemente inmovilizado por las cuerdas. La piel parecía hervir bajo la soga, en contacto con el líquido sagrado. Los colmillos de la vampiresa comenzaron a arder por la excitación. Pronto, las heridas comenzaron a llenarse de sangre, la misma sangre que brotaba a borbotones desde su vientre, y que ahora podría disfrutar sin ninguna interrupción. O eso creía. Fue en ese momento cuando lo notó. Cegada como estaba ante el festín que se había aparecido, desprotegido, ante ella, su barrera mental se debilitó, permitiéndole a su creador entrar. Los doce vampiros cayeron al suelo entre alaridos, tal era el dolor que el poder de su creador era capaz de infligir en ellos aún desde su estado debilitado. En cuanto a ella, estaba paralizada, y a su alrededor, poco a poco, fueron apareciendo los fantasmas de sus recuerdos, las conocidas caras que habían estado presentes en el que fue el último día de su existencia como humana. En el patíbulo, con la soga al cuello y la trampilla crujiendo bajos sus pies. Podía jurar que casi notaba cómo su corazón palpitaba, a toda prisa, a pesar de ser imposible. Entonces lo supo: no sería tan fácil ganar. 
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Mar Sep 19, 2017 4:26 pm

Por un lado, me siento orgulloso de que mi amada progenie se haya hecho lo bastante fuerte como para decidir desafiarme en un ataque directo. ¿No es acaso cierto que todos los padres se alegran cuando sus hijos finalmente dejan el nido y comienzan a volar y vivir por su cuenta? Que alguien a quien has creado a tu imagen y semejanza se convierta en excepcional es un orgullo que te hace sentir dichoso, en muchos aspectos. Si bien mis enseñanzas no es que hayan sido usuales, el monstruo que ahora es esta mujer que está frente a mi, atándome de pies y manos, excitada al provocarme dolor tal y como a mi me emociona cuando soy yo mismo quien lo produce en otros, me hace sentir una honda satisfacción. Después de todo, una vez fue humana, y lo quieras o no, cuando no se ha vivido lo suficiente, quedan resquicios de esa humanidad presentes en la personalidad de uno. Y no es que dos mil años fueran pocos, pero eran muchos menos de los que yo he vivido. Y francamente, Ophelia siempre ha tendido a ser demasiado melodramática y obsesiva, sobre todo en lo que me respecta a mi. Así que sí, me alegro que sea mucho más fuerte que antes, y que no solamente se conforme con el peso de las palabras para hacerme pagar por mis agravios...

Sin embargo, eso no es lo único que siento. Ya que igual que me emociona verla crecer, me decepciona enormemente que aún no lo haya hecho tanto como yo pensaba. Si aún cree que el número de enemigos es lo que decide la batalla, es que aún le queda bastante que aprender. La clave para que un plan funcione es que esté bien ejecutado. Que cada detalle sea examinado constantemente, que nada se quede al azar. ¿De qué vale que venga a darme caza con tantos vampiros, si todos tiene una idea diferente en mente, y un motivo distinto para querer luchar? ¿De qué le sirve atarme cuando ambos sabemos que no necesito las manos para acabar con semejante panda de inútiles? Los dos sabemos que los vampiros que realmente representan una amenaza para mi, son aquellos tan viejos como yo mismo, o de mayor edad, pero ninguno de ellos iba a aliarse con alguien como Ophelia, precisamente porque saben lo mucho que ella se asemeja a mi. Los inmortales más inteligentes eran aquellos que ignoraban a los otros inmortales y no invadían el territorio ajeno sin ser invitados. Pero los que ella ha escogido sólo tienen algunos siglos, insuficientes para haber adquirido la sabiduría necesaria para darse cuenta de su error.

A pesar de mis heridas, y del profundo dolor que me producen éstas a medida que van cerrando, rápidamente, gracias al festín que había tomado antes de acudir al teatro, no toma más de unos minutos hacer que todos aquellos inútiles caigan de rodillas, retorciéndose de dolor. Seres débiles, fácilmente manipulables. Criaturas inservibles, peones al servicio de otros más fuertes, sólo sirven para formar parte de los planes ajenos y joderlos por no ser lo bastante poderosos para proteger sus mentes. Cada alarido fruto del pánico es música para mis oídos, y con eso gano el tiempo suficiente para soltar las cuerdas, ignorando el escozor de las llagas que se forman en contacto con las sogas. Pero no me detengo ahí, dañando la psique de aquellos insectos insignificantes. La tarea más importante ahora es disciplinar a mi discípula, para así hacerle ver lo inútil de sus intentos. Aún no es lo bastante fuerte. Tiene cierto mérito que haya llegado hasta ese punto, mis heridas aún no se cierran del todo, pero si de verdad quiere acabar conmigo, no le va a resultar tan sencillo. Ahora me toca a mi jugar con ella. El gato ha caído en la trampa de lo que creía que era un ratón, y resultó ser un tigre. Demasiado para que pudiera manejarlo sola. Pero como dicen los más sabios, mejor solo que mal acompañado. Esa era la lección que ha aprendido.

Observo cómo el color poco a poco va abandonando sus ojos, a medida que se sumerge lentamente en la ilusión que he generado. En realidad no es más que una manifestación de sus propios recuerdos, falseados gracias a mis habilidades, pero con la verdad que encierran los míos. Quizá ya es hora de que aprenda lo mucho que hice por ella, cuando aún era una mortal. - Ophelia, Ophelia, mi pequeña y dulce creación... Aún te queda mucho por aprender. Como ya te dije antes, tu problema es que te sobreestimas. No eres tan fuerte como crees, y por eso te confías, o aún peor, confías en manos ineptas las tareas que deberías hacer tú misma. Aún te falta mucho, después de todo. Quizá después de esto aprendas algo más. No te dolerá, lo prometo... O al menos no será un dolor insoportable. Pero te darás cuenta de que todo lo que eres, lo que tienes, absolutamente todo, es gracias a mi, y eso se remonta a mucho antes de lo que te imaginas. -Susurro acercándome a su silueta inmóvil, para luego atrapar su rostro entre mis manos, pero a esas alturas ella ya no responde, está perdida en el mundo que yo le muestro. Su mente está cautiva dentro de la mía.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Sep 20, 2017 7:17 pm

Desesperación. Eso es todo cuanto queda cuando te topas con un poder inconmensurable, muchísimo más fuerte de lo que esperabas, y por supuesto, infinitamente superior al tuyo. Cuando no queda nada más que rendirse y postrarse de rodillas ante aquellos que son poderosos e invencibles, todo lo que antes creías, defendías, o querías proteger, se convierte en insignificante. Cuando todos tus intentos por hacer frente a alguien que no puede ser vencido chocan contra un muro; cuando te esfuerzas y te estrellas continuamente, fallando estrepitosamente... Sí, a eso se le llama desesperación. Mezclada con la amarga sensación de impotencia más absoluta. Porque no hay nada que hacer, por más que quieras. La realidad te abofetea con la certeza de que eres débil, inferior en todos los sentidos, incapaz de mover ni un ápice esa montaña que está frente a ti, que pensabas trepar para así poder seguir adelante pero, que tras gastar energías, sangre, sudor y lágrimas, sigue interponiéndose en tu camino, y no te deja ver más allá. Eso era Friðþjófr para ella, un obstáculo de dimensiones exageradas, que no era capaz de evitar, voltear, conquistar ni superar por más que lo intentase. Una piedra en su camino que había intentado destruir haciendo uso de todo cuanto tenía, y fallando, nuevamente, en el intento. Y ahora ni siquiera podía reírse de sí misma ante lo patético de la situación, porque obcecada como estaba en la necesidad de traspasar esa roca, se había olvidado de lo más básico: no des la espalda a tu enemigo. O en su caso, no le concedas la oportunidad a alguien que puede manipular las mentes ajenas, la oportunidad de entrar en la tuya.

El panorama que el vampiro le mostraba le era familiar de un modo nostálgico. No se había detenido en el patíbulo, sino que había ido más atrás, más allá, hasta los sufridos días de su adolescencia, lo que le hizo preguntarse qué demonios trataba de hacerle ver. Si quería atacarla, dañarla, o incluso matarla, aquel era el momento idóneo. A pesar de no estar consciente, sabia, percibía, que su cuerpo permanecía inmóvil mientras todo aquel torrente de recuerdos y emociones se desbocaba en el interior de su cabeza. Eso hablaba mucho del objetivo que tenía su creador al usar ese truco con ella, y no el de causarle dolor. El daño que quería causarle no era físico, sino mental. Y eso la hizo estremecerse de arriba abajo. Después de todo, nadie mejor que ella conocía cuán retorcido aquel monstruo podía llegar a ser cuando se lo proponía.

En la ilusión, una Ophelia de aspecto inmensamente más joven, y también considerablemente menos elegante, corría por las calles atestadas de gente, huyendo de los guardias. Antes de vender sus servicios como bailarina, en más de una ocasión tuvo que hacer uso de sus trucos para robar algo que poder llevarse a la boca. Eran pobres. Con los únicos y escasos ingresos de su madre, y su enfermizo hermano, casi siempre estaban al borde de la hambruna. Pero a pesar de todo, eran felices. Se mantenían juntos, unidos, protegiéndose mutuamente. Pudo verse a sí misma y reconocer un rasgo que hasta el momento se había mantenido: su fortaleza. Como humana ya era alguien capaz de mantenerse a sí misma usando todos los medios que fueran necesarios, y ahora ese rasgo se había acentuado, así como su fortaleza... Claro que ya no era tanto una cuestión de supervivencia, sino de hacer valer un poder que tenía, y que la hacía superior a los humanos. Se preguntó qué habría hecho aquella chica de saber lo que el destino le depararía años más tarde. Y como respuesta a su pregunta, en el centro de aquel recuerdo, apareció Friðþjófr. La seguía con la mirada, y a juzgar por su aspecto ligeramente diferente y a la ausencia de alguno de sus tatuajes, no era el intruso, sino parte de aquel mundo. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Desde cuánto tiempo antes de convertirla la había estado vigilando? Y más importante, ¿por qué motivo?
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Sep 21, 2017 10:58 am

Puedo leer la sorpresa y la duda en sus ojos, cuando se percata de la presencia de mi yo del pasado en mitad de su recuerdo de aquella época de cuando aún era humana. Ella no lo sabe, más que nada porque yo se lo he ocultado, pero yo la he estado vigilando desde mucho antes de lo que se imagina, desde que captase mi atención una noche en la que me la topé de frente, mientras huía de cuatro matones que la perseguían por haber robado. A pesar de que fue ella la que chocó contra mi, no sólo no se disculpó, sino que me apartó con bastante fuerza como para lograr que mi cuerpo se moviera levemente. En aquellos tiempos yo ya había alcanzado hacía mucho mi madurez como vampiro. Mi fortaleza era lo bastante evidente como para que otros vampiros se sintieran intimidados ante mi simple presencia, pero ella no sólo no se inmutó, sino que al ver que no me apartaba me miró con fuego en los ojos y me soltó un improperio en su idioma natal, para luego desaparecer de mi vista. A partir de entonces comencé a seguirla. Nunca me he caracterizado por ser alguien que preste demasiada atención a las cosas. Me aburro rápido, las cosas que me estimulan son pocas y muy específicas, así que cuando algo capta mi atención me obceco con ello hasta que acabo aborreciéndolo. Supuse que con ella me iba a pasar igual, pero después de semanas, de meses, observándola, mi interés no hacía más que incrementar. Nunca había conocido a un humano como ella, igual que ahora no conozco a ningún vampiro que se le acerque, pero eso no me sorprende tanto: mi influencia la ha marcado.

En aquel entonces, sin embargo, ella era sorprendente sin que nadie la hubiera contaminado todavía. Seguía su propio camino apartando de en medio todo lo que le molestara, sin detenerse a pensar en pequeñeces como la clase social, o las consecuencias. Sabía como escapar de casi cualquier situación, tal era su capacidad de adaptación. Si algo tenía de malo era su excesivo amor y vínculo con unos familiares cuyos caracteres no se le acercaban ni de lejos. Decir que eran un lastre era poco. Ella sola tiraba de una familia que no tenía nada de especial, salvo lo unidos que se encontraban. Yo no podía entenderlo. En mi vida como mortal no había nada parecido a aquel apego que se tenían. La necesidad de luchar por la supervivencia era más importante, así que los débiles se iban quedando atrás y nadie movía un dedo por ayudarlos. Se entendía que era voluntad de la naturaleza, el deshacerse de aquellos que no podían seguir el paso. Los tiempos definitivamente habían cambiado, pero aún seguía perdurando ese sentido de individualidad. Los más fuertes estaban en la cima, y los que se quedaban rezagados eran pisoteados. Tanto su madre como su hermano hubieran muerto hacía tiempo de no ser por sus desesperados esfuerzos por sacarlos adelante. Fue entonces cuando decidí hacer que mi presencia se notara en sus alrededores.

El recuerdo que ahora ve, se corresponde con ese momento. Aunque cuando pasó en la realidad ella no me reconoció del todo, ahora sí que lo hace, y puedo ver su reacción, la reacción que habría tenido en ese entonces: sorpresa, y sobre todo, un profundo temor. Los dos sabemos que la maldad es lo que mejor me caracteriza, así que la respuesta a su pregunta es evidente. La vigilo desde años antes de convertirla, y por supuesto, mis motivos ni eran ni son puros precisamente. En el recuerdo que sigue reproduciéndose, ella, para variar, está tratando de salir del paso arrastrando la carga de su familia. Aquella misma tarde su madre recibiría una oferta de trabajo que no podía rechazar, una oferta de trabajo que yo mismo provoqué al enterarme de que el padre de la por entonces aún joven Ophelia había vuelto a la ciudad. Requería los servicios de su madre. La mujer aceptó, probablemente porque aún amaba al malnacido, y ese fue el principio de mis planes. El inicio de lo que sería el fin de la carga que mi juguete favorito tenía que soportar. Lo que ahora le muestro, son mis propios recuerdos, sólo así podrá comprender la verdad que se esconde sobre el por qué del inesperado giro que dio su vida. Puede verme a mi, pagándole una gran suma a su padre por ponerse en contacto con su madre, y también puede escucharme dándole órdenes de maltratarla y engatusarla, hasta llevarla a la locura. ¿Cuánto tardará en atar cabos, y comprender lo que significa esto que le estoy mostrando? El simple hecho de pensar en su expresión me hace estremecerle de la emoción.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Sep 22, 2017 11:23 pm

La maldad que caracterizaba a Friðþjófr era un hecho que siempre había sido conocido por la vampiresa. La palabra "salvaje" lo describía maravillosamente bien. Bien fuera porque la época en la que había sido arrojado al mundo requería de la ausencia de principios a fin de sobrevivir, o porque con el paso del tiempo se había ido radicalizando, era evidente que sus actos eran terribles y su crueldad no conocía límite. Para él, todo aquello que quería, le pertenecía. No le importaba nada más. En los siglos que habían permanecido juntos pudo darse cuenta de ese hecho, y aunque era algo que se le había contagiado a ella misma, no llegaba hasta sus extremos. Su creador era del tipo de criatura que en cuanto ponía su vista en algo, no se detendría hasta que ese algo le perteneciera, y con la misma convicción después procedería a su destrucción, hasta que no quedara absolutamente nada. Ophelia conocía el placer de destruir lo que con esfuerzo has conseguido, pero la forma de conseguirlo era en lo que distaban especialmente. Mientras ella se valía de artimañas, de capacidad de atracción, de seducción, o de simple y pura persuasión, Friðþjófr lo hacía siempre por la fuerza bruta. 

No tardó mucho en comprender que ella misma, como el resto de objetos preciosos o de seres que habían sido capturados por el vampiro, había sido víctima de su obsesiva personalidad. El rumbo que había tomado su vida a partir de que su madre se "vendiera" al que la había engendrado, dio un giro de ciento ochenta grados. Comenzó a tener que llevar a cabo trabajos cada vez más humillantes a fin de mantenerles, porque todo el dinero que su madre ganaba se lo gastaba casi igual de rápido que lo recibía a fin de aparentar tener un nivel social que claramente no era el suyo. Era evidente que pretendía atrapar a aquel que la dejó embarazada sólo para huir después, loca de amor como estaba, o de desesperación por querer salir de la miseria. No veía lo que estaba frente a ella, o lo mucho que su propia hija debió rebajarse para conseguir que no murieran de hambre ni consumidos por sus deudas. Y todo aquello, las largas noches siendo manoseada por aquellos cerdos, aquel asco que poco a poco comenzaba a sentir hacia sí misma, y el rencor que iba ganando hacia su madre, absolutamente todo, había comenzado por culpa de Friðþjófr. No sabía si el peso de la rabia era mayor que el del dolor en aquellos momentos, pero por un instante recuperó el control de su cuerpo y se abalanzó contra él, agarrándole por el cuello de la camisa.

Dime que es mentira. Dime que lo que me estás mostrando no es más que una ilusión, que el modo que tienes de disciplinarme. Que quieres confundirme, o frustrarme... Pero no me digas que es verdad. Porque entonces, te juro que esta vez sí te mataré. -Desde que su padre entró en sus vidas, todo lo que lo siguió no fueron más que desgracias. Primero, perdieron los pocos ahorros que con mucho esfuerzo habían logrado conseguir; segundo, tuvo que empezar a valerse de su cuerpo para ganar clientes y así conseguir favores. Si antes era fuerte y luchadora, tras aquello no le quedaba más remedio que arrastrarse. Desde ese momento no pudo volver a mantener la cabeza alta y la dignidad intactas. Él le había robado su orgullo con aquella opción. - Por qué... ¡¿Por qué lo hiciste?! ¿Qué pretendías conseguir con ello? ¿Romper a tu juguete hasta el punto de la desesperación, para luego volver a recomponerlo a tu imagen y semejanza? Sabía que eras despreciable, pero pensé que conmigo era diferente. No soy diferente al resto de tus tesoros, ¿verdad? -Golpeó el pecho ajeno repetidas veces con todas sus fuerzas, consumida por la rabia, las dudas, el dolor y un extraño sentimiento de decepción mezclada con tristeza. Ahora estaba más convencida que nunca. Aquella sería la última noche que estarían juntos, de un modo u otro. No quería volver a ver su rostro. No podía.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Sáb Sep 23, 2017 3:17 pm

Puedo notar la desesperación, la frustración y la rabia contenidos no sólo en el tono de su voz, sino en las palabras, emitidas a forma de súplica, que escupe contra mi rostro. Sus golpes, a pesar de ser fuertes, no me suponen más que una leve caricia, aunque dudo que sea consciente de ello en el estado en el que se encuentra. Lo cierto es que sabe la respuesta a esas preguntas, aunque yo no me moleste en responderlas. En cuanto las pronuncia, se da cuenta de que visto desde esa perspectiva, sabiendo lo que ahora sabía, todo tiene mucho más sentido. Su padre huyó del lado de su madre, una simple prostituta de clase baja, al saber que la había dejado encinta, y sólo había vuelto a su vida una vez más, únicamente para volver a dejarla embarazada por accidente y huir de nuevo. ¿Por qué razón iba, ahora que había subido varios escalafones en el ejército, querer mezclarse nuevamente con ella? Tenía acceso y mujeres de mucho mejor tipo, calaña y clase, ¿qué podía ofrecerle su madre, más allá de ser fácil? Habían muchas mujeres fáciles, y que le suponían muchos menos problemas que ella. Su madre se obsesionaba, quería ser atesorada, le gustaba sentirse amada, y él nunca tuvo intención de darle nada de aquello. Por eso es más lógico que lo hiciera por orden de alguien, con un motivo en concreto. ¿Y quién mejor que yo? El yo que estaba obsesionado con la joven Ophelia, haría cualquier cosa en mis manos para conseguir hacerla mía, y eso empezaba por separarla de su familia. Sabía que su madre se olvidaría nuevamente de sus hijos, al tener a su "amado" de vuelta, y eso los llevarían a la destrucción rápidamente.

- Tú siempre has sido, y serás, diferente. Pero no te equivocas del todo. Cuando te vi, decidí que serías mía, y la mejor forma de hacerlo era quitarte todo lo que tenías, solamente para ofrecerte luego una mano amiga que te sentirías inclinada a tomar. -Le digo encogiéndome de hombros, dando por hecho que mi lógica es lo bastante aceptable como para que lo entienda. Ella es como yo en ese aspecto, hace cualquier cosa para obtener lo que quiere. No es culpa mía que no se planteara lo mucho que yo he hecho para conseguirla. Las personas más desesperadas son las más fáciles de atraer con detalles simples, como aquellos regalos que en el pasado le iba dando de vez en cuando, anónimamente, algo que la hizo pensar que, a pesar de lo mucho que estaba sufriendo, aún había esperanza. Que aún quedaba alguien velando por ella. Tuvo suerte de que el monstruo que era su "acosador" se trataba de mi. Yo le he ofrecido el mejor don que puede darse a alguien: la inmortalidad. Debe estar agradecida. - No creas que fue fácil para mi ver como otros tocaban aquello que yo ansiaba tener como mío. De hecho, hubo muchos a los que no viste después de una noche, y es porque los convertí en mi cena. Quería verte hundida en el pozo, y luego salvarte de él... No, no me mires así. Shh... Calma... Aún no te lo he enseñado todo... -La observo con detenimiento, y sonrío con cierta ternura. Así, abrazada a mi como la tengo, parece nuevamente tan frágil como antaño era. Quiero protegerla, ¡en serio! Pero ese deseo entra en conflicto con el de dañarla. ¿Sadismo? No tiene que comprenderme, sólo aceptarlo.

Ahora llevo le muestro la pieza del puzzle que le queda por encajar. Otro de mis recuerdos, aquel que marcaría el punto de no retorno en su vida. Igual que había pagado a su padre para que contactara con su madre, y así ésta los condujera a la miseria por estar demasiado obsesionada con él, también le pagué, y amenacé con revelar sus más sucios secretos, si no la mataba. Sabía que aquella pérdida la haría volverse en contra del que la había engendrado, y necesitaba que ella actuara de forma que su propia vida peligrara. ¿Qué mejor forma de salvarla, que rescatarla de la muerte únicamente para ofrecerle una nueva vida? - Supongo que el resto sí que lo recuerdas... Cómo el cadáver de ella apareció, la sed de venganza que os embargaba tanto a ti como a tu hermano. De hecho, también fui yo quien hizo que se supiera que había sido tu cómplice, cuando intentaste matar a tu padre. Por eso lo apresaron, y con unas pocas monedas logré que el verdugo decidiera acabar con él ante tus ojos. ¡Me esforcé tanto por tenerte, por librarte de la carga que tu familia suponía! No eres un juguete. Eres la compañera que escogí, aquella con la que deseo caminar por la eternidad. E hice todo cuanto estaba en mi mano por lograrlo. -La tomo por los hombros y la cojo del mentón para hacer que me mire. Luego, atrapo sus labios en un beso suave, apena un roce de sus labios con los míos. Y espero. Espero a que se derrumbe, algo que es inevitable. Algo que quiero ver. Un nuevo comienzo. Una nueva reconstrucción de su persona, a mis manos. Sólo pensarlo me emociona.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Sep 26, 2017 8:43 am

De pronto, por su mente, comenzaron a fluir libremente cientos y cientos de memorias, de momentos, de los que hubiera jurado no tener recolección a esas alturas, y después de tanto tiempo como había transcurrido. Todo aquello que ahora veía había pasado cuando su corazón aún palpitaba, ¿cómo podían seguir siendo tan nítidos. tan dolorosamente claros? Era como si Friðþjófr se hubiera topado con el dique que los contenía y lo hubiese derribado por la fuerza, ocasionando que ahora la embargasen al unísono. Era insoportable. Le temblaba todo el cuerpo. Su respiración salía entrecortada por entre sus labios, levemente partidos. De no ser porque sus manos estaban cerradas como puños, aferradas a los ropajes del vampiro, estaba segura de que hubiese caído de bruces, incapaz de mantenerse en pie. Realmente quería que él se lo negara. Quería que dijera que estaba bromeando, que todo aquello no era más que otra de esas ilusiones que a veces utilizaba para confundir a sus enemigos, o para conseguir lo que quería. Que sólo trataba de frustrarla, de enfadarla, de hacerla sentir dolor por haber intentado acabar con su vida. Seguía esperando que una sonrisa se apoderase de los labios de su creador, y que de ellos salieran las palabras que deseaba escuchar. Pero no fue así.

Al escuchar su disculpo, el resto de fuerzas que le quedaban la abandonaron por completo, se dejó caer con todo su peso sobre el pecho ajeno, y ni siquiera fue capaz de deshacerse del traicionero abrazo que aquel monstruo le regalaba, a pesar de sentirse asqueada por su tacto. No podía moverse. Las lágrimas hacía rato que habían comenzado a caer, cálidas, sobre sus mejillas heladas. Claro que tenía mucho más sentido ahora que lo veía desde la perspectiva de que alguien lo había comprado. Siempre supo que lo único que unía a su madre con aquel que la preñó, era el hecho de que siempre se habían encontrado en un momento bajo de la vida del segundo. Cuando no tenía dónde acudir, dónde resguardarse, los débiles y amables brazos de su madre siempre estaban abiertos para él. Hasta el punto de que ella perdía la noción de cómo estaban las cosas, de que seguía siendo utilizada por alguien que nunca la quiso. Una sensación de náusea la recorrió, aquellas noches en que comenzó a acompañar a sus clientes para proporcionarles otro tipo de servicios. Nunca odió más su vida, nunca deseó más que todo terminase. Su fortaleza característica se vio reducida a una sensación de vergüenza y desamparo absolutos. Y todo era culpa de la persona que, después de destrozarle la vida como humana, y convertirla en una inmortal con promesas de una eternidad juntos, la había abandonado durante siglos. 

La vampiresa suspiró, poco a poco comprendiendo que, dijera lo que le dijera, alguien como él jamás comprendería a cuántos niveles la había traicionado, o cómo lo que le había hecho lo convertía en un ser despreciable. Ella misma había hecho innumerables atrocidades a otras personas, a otros seres, pero éstos no eran más que meros desconocidos, criaturas que no significaban nada para ella. Nunca se hubiera planteado siquiera pisotear a Friðþjófr ni a su confianza de manera tan ruin, únicamente para conseguir sus afectos. Ni siquiera después de haber sido abandonada como un perro del cual su amo se ha acabado aburriendo. Su odio era puro, cargado de crudeza, sí, pero no tan cruel. No para alguien a quien en algún momento, aunque ya apenas lo recordara, había sentido algún tipo de cariño. Su corazón ya no era capaz de albergar una emoción como aquella, pero no olvidaba que él le había dado un lugar al que pertenecer cuando lo había perdido a todo. Que ahora supiera que él precisamente la razón de que lo perdiera, no la hacía olvidar las cosas buenas. Pero las malas, eran demasiado. - Tienes razón... Somos tal para cual. Incluso antes de que me llevaras contigo, en aquella noche, la única noche en que te dejaste ver antes de salvarme, ya supe que estábamos destinados. -Dijo y aceptó el beso con una leve sonrisa, desprovista de toda emoción. Un beso que le supo a mentiras.

Clavó la estaca en el pecho ajeno, rozando su corazón, y luego lo miró detenidamente, como queriendo memorizar la mueca de dolor que deshacía la belleza de sus facciones. - Estamos condenados a destruirnos el uno al otro. Siempre lo he sabido. -Dijo para luego volver a besarle, para luego hacerlo caer de espaldas de una patada. Después zarandeó a uno de los otros vampiros, aún inconscientes, haciendo que se despertara. La habilidad había dejado de surtir efecto. A pesar de que no había atravesado su corazón completamente, sí que lo había rozado. Estaba desangrándose desde dentro, y por tanto, estaba incapacitado. - ¿Cuánto más pensáis quedaros ahí mirando? Metedle en el ataúd, y después seguidme. -Su tono autoritario los hizo reaccionar, pero sobre todo lo hicieron sus ojos, completamente negros, que no reflejaban absolutamente nada. - Antes pensaba que mataros directamente era lo que más placer me produciría, pero en el fondo sabía que no sería capaz de dar el último golpe. Ahora, y a pesar de saber lo que sé, me siento demasiado cansada como para pensar en nada. Así que dejaré tu destino al azar. Dejaré que te desangres dentro de ese ataúd. Si consigues escapar, me rendiré. Si no, morirás a causa de la sed. No te voy a poner fácil que te escabullas, no esta vez. Así que lo más probable es que esto sea nuestra despedida. Au revoir, mon Amour. -La vampiresa cerró la tapa, y comenzó a rodear el habitáculo con gruesas cadenas. - Fuera hay un carruaje. Vamos. -La función había terminado. Ahora era el turno del desenlace. 

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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Miér Sep 27, 2017 12:26 pm

Dejo que me bese y la vuelvo a rodear con mis brazos, esta vez con más fuerza. Sé que ahora más que nunca necesita de mi apoyo... O al menos así debería ser. No noto el filo de la estaca hasta que ésta ya se ha clavado en mi interior. Mi corazón comienza a expulsar sangre al interior de mi cuerpo, provocándome una dolorosísima sensación. Casi parece que me esté muriendo otra vez. Y de hecho, tal vez así sea. La miro con fijeza, tratando de encontrar la mentira en su fachada. Y allí la veo. Tan clara como la luz del día que llevo milenios sin ver, ¿cómo he podido estar tan ciego? Después de lo que le he mostrado, lo más temible es que se comporte como si nada. Recibo el segundo beso ahora sabiendo lo que me depara. Ya ni siquiera es rabia, u odio, o simplemente molestia. Mi existencia, que viva o que muera, le produce indiferencia. Frunzo el ceño, agitado por el dolor y por este nuevo descubrimiento. Esto no es lo que quería conseguir, quería hacerle ver que gracias a mi ya no tiene cargas a las que hacer frente, que gracias a mi es eterna. Que yo la despojé de preocupaciones terrenales que en nada la ayudaban para darle algo mucho más trascendente: una nueva existencia. Su razón de ser. Ella es quien es gracias a mi, a mi influencia, a mis actos, a cómo la he moldeado, lenta, pausadamente, sin detenerme nunca. ¡Cómo no puede ver lo majestuoso del regalo que le he hecho! Observo sus labios, que susurran esas palabras que tantas veces ha dicho, pero que ahora cobran un significado diferente. Realmente piensa que será una despedida. Sus ojos, oscurecidos, reflejan el dolor de su alma. Pero está extrañamente tranquila, como lo están aquellos que finalmente han alcanzado una resolución.

- ¿Por qué haces esto? Sabes que soy el único ser capaz de compartir la eternidad contigo. Me necesitas. ¡Yo te necesito! ¿No entiendes que aunque muera, o a pesar de que muera, eso no cambiará? Nuestro vínculo no puede destruirse por algo tan mundano como la muerte... Y si no muero, regresaré. Y sabes que no soy del tipo de persona que olvida una afrenta, a pesar de que la culpable seas tú. -Digo desde el suelo, pero mi voz suena extrañamente débil. Me estoy desangrando lentamente. Me cuesta mover los brazos, así que ni pensar en levantarme. Me doy cuenta de que en mi estado tampoco soy capaz de defenderme cuando los otros, ya liberados del dolor provocado por mis habilidades, me toman entre todos y me colocan dentro de un enorme ataúd. ¿Así que ese era el plan? ¿Enterrarme bajo tierra? La última vez que lo intentó no surtió efecto, ¿qué le hace pensar en que ahora sí? La respuesta está en el lugar en que está clavada la estaca, y en el hecho de que mis manos son encadenadas a ambos lados de mi cuerpo. Trago saliva, y vuelvo a mirarla directamente a los ojos. Soy incapaz de meterme en su cabeza.

- ¿Y si estoy no funciona? ¿Luego qué? ¿Aceptarás ser mía por y para siempre, sin volver a rechistar? -Le digo, aunque yo mismo comienzo a no estar tan seguro de poder salir de aquí. Cuando ella asiente con seriedad, sin embargo, no puedo evitar sonreír. Si esta es la prueba que necesito pasar para que deje de resistirse, entonces no tengo más que superarla. Cuando la tapa desciende, noto cómo la estaca se clava más profundamente en mi interior. Escucho también el ruido metálico de las cadenas, que añaden presión al ataúd, y me hacen sentir enclaustrado. Luego, siento cómo me zarandean, y el sonido de los cascos de caballo en la noche.

Al cabo de un rato, el océano me engulle.

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