AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
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Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
"No me tientes que si nos tentamos
no nos podremos olvidar"
no nos podremos olvidar"
Ya no llueve. Ya no llueve pero la humedad sigue presente en los ríos que corren a través de los montes de sus mejillas. Se moja los labios con lágrimas saladas que le cierran la boca, una burla de su cuerpo que mueve sus cimientos hasta hacerla temblar de pies a cabeza. Es frágil como una de las hojas que el otoño se encarga de botar cuando se siente demasiado triste. ¿Es eso entonces? ¿Es tristeza lo que la tiene al borde de las escaleras mirando como se forman manchas oscuras ahí donde caen las pequeñas gotas al vestido gris que lleva puesto? Prefiere no pensar en esas respuestas, le traen malos recuerdos y eso le hace notar que tiene demasiado tiempo libre o tal vez que está demasiado sola. Debería levantarse y seguir con las labores de la casa que no esperarán a que ella deje la melancolía atrás, pero ya es de noche y nadie le exige que termine todo de una vez. El resto de los empleados duerme y al parecer el dueño de casa no está, Anne-Louise respira intentando recuperar el ritmo anterior y se limpia el rostro con el dorso de su mano. Ya no quedan lágrimas pero el dolor persiste.
El reloj del salón da la medianoche, tiene los ojos cerrados y no se ha dado cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo. Con los codos sobre las rodillas espera algo que ni siquiera sabe que es. Desde hace varios días que le molesta una de las piernas, la molestia se ha centrado en sus huesos y pese a que lo disimula no ha podido dedicarle todo el tiempo que quisiera a las pocas flores que el invierno dejó en pie. Aquel dolor crece cuando se agacha y un par de veces le ha costado incluso volver a retomar el ritmo anterior. No quiere que alguien más lo note por lo que sólo cuando vuelve a su habitación por las noches es que pasa por su piel aquel ungüento que aprendió a hacer hace tantos años y mantiene los pies en una mezcla de agua con sal, refrescante y que le permite volver a estar como si nada al día siguiente. Terrible sería que su jefe se enterara que ya ha comenzado con algunos achaques, podría echarla a la calle y no es algo que pueda permitirse, considerando que ha gastado todos sus ahorros en la búsqueda de su hija.
El oído entrenado con los años le indica que una puerta se abre, se levanta con dificultad afirmándose de la madera junto a la escalera y se queda congelada, puede reconocer esos pasos pese a sólo llevar un par de semanas viviendo ahí. Todos los días antes de dormir agradece la oportunidad de tener ese trabajo que jamás esperó, para otros ella ya estaría muy vieja para hacerse cargo de una casa completa, pero luego de entrar se dio cuenta que no era tanto trabajo y que en realidad todo era bastante tranquilo, casi como un regalo caído del cielo. — Señor… — su mirada baja al mismo que tiempo que lo hace ella descendiendo los pocos escalones que le quedaban, sólo una mueca en su rostro demuestra el dolor que siente al hacer la reverencia para recibirlo. Se ve algo cansado y desearía poder ofrecerle un plato de comida caliente pero ya le quedó claro hace bastante que parece preferir comer en otro lado porque nunca ha probado alguno de los bocados que prepara, sólo la muchachita que al parecer es su hija se devora esos platos y le agradece muchas veces con una sonrisa que no es común en ninguno de los miembros de la familia Vekel. — ¿Desea algo, Señor? ¿En qué puedo ayudarle? —
El reloj del salón da la medianoche, tiene los ojos cerrados y no se ha dado cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo. Con los codos sobre las rodillas espera algo que ni siquiera sabe que es. Desde hace varios días que le molesta una de las piernas, la molestia se ha centrado en sus huesos y pese a que lo disimula no ha podido dedicarle todo el tiempo que quisiera a las pocas flores que el invierno dejó en pie. Aquel dolor crece cuando se agacha y un par de veces le ha costado incluso volver a retomar el ritmo anterior. No quiere que alguien más lo note por lo que sólo cuando vuelve a su habitación por las noches es que pasa por su piel aquel ungüento que aprendió a hacer hace tantos años y mantiene los pies en una mezcla de agua con sal, refrescante y que le permite volver a estar como si nada al día siguiente. Terrible sería que su jefe se enterara que ya ha comenzado con algunos achaques, podría echarla a la calle y no es algo que pueda permitirse, considerando que ha gastado todos sus ahorros en la búsqueda de su hija.
El oído entrenado con los años le indica que una puerta se abre, se levanta con dificultad afirmándose de la madera junto a la escalera y se queda congelada, puede reconocer esos pasos pese a sólo llevar un par de semanas viviendo ahí. Todos los días antes de dormir agradece la oportunidad de tener ese trabajo que jamás esperó, para otros ella ya estaría muy vieja para hacerse cargo de una casa completa, pero luego de entrar se dio cuenta que no era tanto trabajo y que en realidad todo era bastante tranquilo, casi como un regalo caído del cielo. — Señor… — su mirada baja al mismo que tiempo que lo hace ella descendiendo los pocos escalones que le quedaban, sólo una mueca en su rostro demuestra el dolor que siente al hacer la reverencia para recibirlo. Se ve algo cansado y desearía poder ofrecerle un plato de comida caliente pero ya le quedó claro hace bastante que parece preferir comer en otro lado porque nunca ha probado alguno de los bocados que prepara, sólo la muchachita que al parecer es su hija se devora esos platos y le agradece muchas veces con una sonrisa que no es común en ninguno de los miembros de la familia Vekel. — ¿Desea algo, Señor? ¿En qué puedo ayudarle? —
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 25/05/2013
Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
—¿Qué deseo? —responde a la mujer formulando la pregunta que ya ha sido hecha.
La mira y realmente desea poder responder con sinceridad, decirle que desde la vio andando en esas calles no ha pensando en otra cosa que no sea tenerla cerca, que de algún modo su sencilla vestimenta y humilde apariencia, digna de una empleada doméstica, ha logrado cautivarlo de una forma inexplicable, porque algo en ella lo atrae irremediablemente, porque lo intriga como si dentro de su frágil cuerpo se escondiera el más grande de los enigmas y que es esa la única razón por la que está allí, que no ha sido una casualidad, una obra de caridad o un milagro el haber recibido esa oferta de trabajo por una de sus empleadas, sino que ha sido una orden suya, cuyo único propósito es salirse con la suya y tenerla a su entera disposición, como justo en ese momento.
—Esa es una buena pregunta, pero me temo que si se lo dijera pasaría muchas noches en vela intentando olvidarlo, quizá deseando nunca haberlo escuchado —añade al instante, al mismo tiempo que avanza y pasa a su lado, mostrando una media sonrisa que logra suavizar las fuertes facciones que el hombre posee y que a menudo logran intimidar al resto de los empleados de la casa, los cuales no son muchos en realidad.
Anne-Louise es ahora la persona número cinco que habitará la lúgubre casa, sería la sexta, pero el día anterior a su contratación el mismo Kristian se encargó de despedir a la hasta entonces ama de llaves, cargo que ahora ocupará la mujer que tiene frente a sus ojos (aunque ella aún no lo sepa) y que lucha, sin demasiado éxito, por no hacer notoria la contrariedad que le ha acarreado la inesperada respuesta de su nuevo patrón. Los labios del vampiro se mueven nuevamente hasta formar la media sonrisa, lo hacen con discreción porque sería demasiado desagradable revelarle a la pobre mujer que quien le habla es un bebedor de sangre con un sentido del humor bastante peculiar.
—No ponga esa cara, sólo ha sido una broma. ¿Sus anteriores patrones no bromeaban con usted? —alza la ceja en espera de una respuesta que sabe de antemano. En efecto, está bromeando con ella pero no se ha dado cuenta de que podría herir la susceptibilidad de la mujer que tal vez ha recibido maltratos y humillaciones de todo tipo, como suelen hacer las mujeres que se dedican al trabajo doméstico—. Sí… supongo que no —se responde a sí mismo ya sin demasiado entusiasmo.
La sonrisa se borra al instante de su rostro y recobra la seriedad habitual que lo caracteriza. Por ese día abandona toda intención de hacer bromas a costa de la mujer porque la expresión en su rostro le ha dejado bastante claro que no será tarea fácil ganarse su confianza y no pretende ganarse su odio, al menos no tan prontamente. Por eso decide ser amable, aunque sin dejar de ser excesivamente sincero, como es su costumbre.
—Lo que tiene que saber es que yo no soy como todas esas personas con las que ha trabajado antes —le asegura mientras toma asiento y cruza una pierna sobre la otra, adoptando toda la comodidad que le es posible y fija su vista en la cuarentona que no se ha movido de su sitio y permanece callada mostrando respeto.
Es probable que la inocente mujer crea que con sus palabras él ha querido asegurar que no es un señor cruel, autoritario y exigente, que jamás sufrirá humillaciones o maltratos de su parte; su ingenuidad y la ignorancia acerca de la persona ante sus ojos jamás le permitirían sospechar que más bien se refiere a que nunca podría comparársele, a él, un vampiro con más de mil años de antigüedad, con uno de los insulsos y pedantes amos que ella ha tenido anteriormente. Ni de broma.
—¿Por qué no se sienta? Todos están dormidos, nadie notará lo impropio que resultaría mi ofrecimiento si nos estuvieran observando —ah, ahí está nuevamente ese gesto suavizando su rostro, un simple y breve movimiento en sus labios que es capaz de esconder toda la ferocidad que oculta todo su ser, su mortífera naturaleza.
Hace tiempo que dejó de darle importancia a los estúpidos protocolos de la sociedad conservadora, por eso poco le importa el qué dirán, el qué dirían si lo vieran allí, sentado en su propia sala con una criada como única compañía, ofreciéndole ocupar el asiento que normalmente debería ocupar algún duque o una hermosa y fina dama. Anne-Louise le parece mucho más interesante.
La mira y realmente desea poder responder con sinceridad, decirle que desde la vio andando en esas calles no ha pensando en otra cosa que no sea tenerla cerca, que de algún modo su sencilla vestimenta y humilde apariencia, digna de una empleada doméstica, ha logrado cautivarlo de una forma inexplicable, porque algo en ella lo atrae irremediablemente, porque lo intriga como si dentro de su frágil cuerpo se escondiera el más grande de los enigmas y que es esa la única razón por la que está allí, que no ha sido una casualidad, una obra de caridad o un milagro el haber recibido esa oferta de trabajo por una de sus empleadas, sino que ha sido una orden suya, cuyo único propósito es salirse con la suya y tenerla a su entera disposición, como justo en ese momento.
—Esa es una buena pregunta, pero me temo que si se lo dijera pasaría muchas noches en vela intentando olvidarlo, quizá deseando nunca haberlo escuchado —añade al instante, al mismo tiempo que avanza y pasa a su lado, mostrando una media sonrisa que logra suavizar las fuertes facciones que el hombre posee y que a menudo logran intimidar al resto de los empleados de la casa, los cuales no son muchos en realidad.
Anne-Louise es ahora la persona número cinco que habitará la lúgubre casa, sería la sexta, pero el día anterior a su contratación el mismo Kristian se encargó de despedir a la hasta entonces ama de llaves, cargo que ahora ocupará la mujer que tiene frente a sus ojos (aunque ella aún no lo sepa) y que lucha, sin demasiado éxito, por no hacer notoria la contrariedad que le ha acarreado la inesperada respuesta de su nuevo patrón. Los labios del vampiro se mueven nuevamente hasta formar la media sonrisa, lo hacen con discreción porque sería demasiado desagradable revelarle a la pobre mujer que quien le habla es un bebedor de sangre con un sentido del humor bastante peculiar.
—No ponga esa cara, sólo ha sido una broma. ¿Sus anteriores patrones no bromeaban con usted? —alza la ceja en espera de una respuesta que sabe de antemano. En efecto, está bromeando con ella pero no se ha dado cuenta de que podría herir la susceptibilidad de la mujer que tal vez ha recibido maltratos y humillaciones de todo tipo, como suelen hacer las mujeres que se dedican al trabajo doméstico—. Sí… supongo que no —se responde a sí mismo ya sin demasiado entusiasmo.
La sonrisa se borra al instante de su rostro y recobra la seriedad habitual que lo caracteriza. Por ese día abandona toda intención de hacer bromas a costa de la mujer porque la expresión en su rostro le ha dejado bastante claro que no será tarea fácil ganarse su confianza y no pretende ganarse su odio, al menos no tan prontamente. Por eso decide ser amable, aunque sin dejar de ser excesivamente sincero, como es su costumbre.
—Lo que tiene que saber es que yo no soy como todas esas personas con las que ha trabajado antes —le asegura mientras toma asiento y cruza una pierna sobre la otra, adoptando toda la comodidad que le es posible y fija su vista en la cuarentona que no se ha movido de su sitio y permanece callada mostrando respeto.
Es probable que la inocente mujer crea que con sus palabras él ha querido asegurar que no es un señor cruel, autoritario y exigente, que jamás sufrirá humillaciones o maltratos de su parte; su ingenuidad y la ignorancia acerca de la persona ante sus ojos jamás le permitirían sospechar que más bien se refiere a que nunca podría comparársele, a él, un vampiro con más de mil años de antigüedad, con uno de los insulsos y pedantes amos que ella ha tenido anteriormente. Ni de broma.
—¿Por qué no se sienta? Todos están dormidos, nadie notará lo impropio que resultaría mi ofrecimiento si nos estuvieran observando —ah, ahí está nuevamente ese gesto suavizando su rostro, un simple y breve movimiento en sus labios que es capaz de esconder toda la ferocidad que oculta todo su ser, su mortífera naturaleza.
Hace tiempo que dejó de darle importancia a los estúpidos protocolos de la sociedad conservadora, por eso poco le importa el qué dirán, el qué dirían si lo vieran allí, sentado en su propia sala con una criada como única compañía, ofreciéndole ocupar el asiento que normalmente debería ocupar algún duque o una hermosa y fina dama. Anne-Louise le parece mucho más interesante.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2011
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Dentro de Kristian hay una luz que se enciende y se apaga. Esa luz aparece cuando sus labios se curvan y elevan las comisuras hacia arriba formando una sonrisa incompleta; y esa luz desaparece cuando esta sonrisa también lo hace. Anne-Louise preferiría mirar esa luz más seguido, sentir que en la oscuridad de la noche –el único momento en que ha podido verlo- es él quien ilumina la habitación y no esos candelabros llenos de velas que en algún momento terminarán por derretirse por completo. El Señor habla y es contradictorio, hace preguntas y se responde solo, la criada calla porque es lo que debe hacer y aunque a ratos despega los labios, solo traga para mantener su garganta húmeda y dispuesta en caso de que está autorizada para replicar a lo que sea que el patrón necesite. No. Nadie nunca ha bromeado con ella porque hasta ahora nadie le había hablado del modo en que él lo hace, como si Anne-Louise fuera una persona igual a él y no algo entre un ser humano y un animal como parecían creer en su antiguo trabajo. Y es esa sensación de pensar en si misma como una alguien y no un algo lo que la deja paralizada, con los zapatos viejos plantados al piso y esperando a que él suelte una carcajada que le indique que esa invitación a sentarse con él es también parte de la broma. ¿Sería correcto que riera? No lo sabe, sólo se mantiene seria y avanza hasta estar junto al sofá, siempre de pie.
Sus ojos viajan y se detienen en ese hombre, duda muchas veces pero sabe que es ahora su oportunidad para decir algo aunque esté arriesgándose a quedarse sin trabajo y perder lo poco y nada que tiene. Desde sus labios sale primero una palabra incomprensible que luego de un suave carraspeo es capaz de formar mejor. —¿Qué… qué es lo que lo hace distinto a las otras personas para las que he trabajado antes? —en su voz no se encuentra la intención de ser irrespetuosa, su tono es suave y casi temeroso, es por eso que al terminar la pregunta cierra los ojos y lleva una de sus manos a su bolsillo, a ese donde guarda aquellos colgantes que siempre mantiene consigo, lo único que le recuerda a sus hijas y que además le da fuerzas en momentos como este. —Si mi pregunta le parece fuera de lugar ruego que la ignore, sólo fue curiosidad de mi parte al escucharlo decirlo con tanta seguridad, casi como si hubiera conocido a mis antiguos patrones —estuvo a punto de persignarse pero algo la detuvo. Bendito sea Dios. Que no permita que el señor Vekel sepa de ese inglés que tantas desgracias –pero también alegrías- le trajo a su vida. Anne-Louise se siente indigna sólo de pensar en lo que tuvo que pasar durante los años en Inglaterra y de las consecuencias que eso le ha traído a su vida. Irónicamente, una punzada en la rodilla vuelve a aparecer y la empleada retrocede unos pasos para intentar calmar el dolor, aunque lo disimule queriendo parecer que se aleja de él.
—Muchas gracias señor, pero no es correcto que me siente al igual que usted… aunque el resto de la casa duerma mi lugar no cambia y no quiero faltarle el respeto de alguna manera. —acompaña lo que dice por una reverencia no muy profunda, sólo un modo de remarcar lo que acaba de expresar y que aunque en ese momento todo lo que desea es poder descansar un poco cree que quizás lo que él hace es ponerla a prueba. No sería el primero en hacerlo, sir Thomas solía divertirse haciendo chistes a costas de sus empleados, especialmente de los hombres a los que creía estúpidos y de una categoría inferior a él. Claro, para las mujeres tenía reservados otro tipo de bromas, unas de las que ella fue parte pero que nunca le provocaron alguna carcajada. —¿Está seguro que no desea una taza de té o algo de pastel? Lo he hecho esta tarde, está fresco, no es de la panadería del centro que siempre tiene cosas que ya están pasadas… no sé qué frutas le gustan pero es de manzanas traídas desde el sur… —se calla al notar que está hablando de más y espera. Espera instrucciones, espera quejas, espera a que él le pida que se retire. Espera con la cabeza baja a que la vida avance y le dé algo por lo que seguir esperando. Espera y lo hace porque nada más tiene que hacer, porque de a poco se le van acabando los motivos. Espera a que algo o alguien la obligue a dejar de esperar.
Sus ojos viajan y se detienen en ese hombre, duda muchas veces pero sabe que es ahora su oportunidad para decir algo aunque esté arriesgándose a quedarse sin trabajo y perder lo poco y nada que tiene. Desde sus labios sale primero una palabra incomprensible que luego de un suave carraspeo es capaz de formar mejor. —¿Qué… qué es lo que lo hace distinto a las otras personas para las que he trabajado antes? —en su voz no se encuentra la intención de ser irrespetuosa, su tono es suave y casi temeroso, es por eso que al terminar la pregunta cierra los ojos y lleva una de sus manos a su bolsillo, a ese donde guarda aquellos colgantes que siempre mantiene consigo, lo único que le recuerda a sus hijas y que además le da fuerzas en momentos como este. —Si mi pregunta le parece fuera de lugar ruego que la ignore, sólo fue curiosidad de mi parte al escucharlo decirlo con tanta seguridad, casi como si hubiera conocido a mis antiguos patrones —estuvo a punto de persignarse pero algo la detuvo. Bendito sea Dios. Que no permita que el señor Vekel sepa de ese inglés que tantas desgracias –pero también alegrías- le trajo a su vida. Anne-Louise se siente indigna sólo de pensar en lo que tuvo que pasar durante los años en Inglaterra y de las consecuencias que eso le ha traído a su vida. Irónicamente, una punzada en la rodilla vuelve a aparecer y la empleada retrocede unos pasos para intentar calmar el dolor, aunque lo disimule queriendo parecer que se aleja de él.
—Muchas gracias señor, pero no es correcto que me siente al igual que usted… aunque el resto de la casa duerma mi lugar no cambia y no quiero faltarle el respeto de alguna manera. —acompaña lo que dice por una reverencia no muy profunda, sólo un modo de remarcar lo que acaba de expresar y que aunque en ese momento todo lo que desea es poder descansar un poco cree que quizás lo que él hace es ponerla a prueba. No sería el primero en hacerlo, sir Thomas solía divertirse haciendo chistes a costas de sus empleados, especialmente de los hombres a los que creía estúpidos y de una categoría inferior a él. Claro, para las mujeres tenía reservados otro tipo de bromas, unas de las que ella fue parte pero que nunca le provocaron alguna carcajada. —¿Está seguro que no desea una taza de té o algo de pastel? Lo he hecho esta tarde, está fresco, no es de la panadería del centro que siempre tiene cosas que ya están pasadas… no sé qué frutas le gustan pero es de manzanas traídas desde el sur… —se calla al notar que está hablando de más y espera. Espera instrucciones, espera quejas, espera a que él le pida que se retire. Espera con la cabeza baja a que la vida avance y le dé algo por lo que seguir esperando. Espera y lo hace porque nada más tiene que hacer, porque de a poco se le van acabando los motivos. Espera a que algo o alguien la obligue a dejar de esperar.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 25/05/2013
Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Anne-Louise es poseedora de un encanto natural. En su rostro maduro, en el que ya asoman algunas suaves arrugas en determinadas zonas, especialmente en el área de los ojos, frente y la comisura de los labios, aún pueden encontrarse los vestigios de una niña, probablemente de una criatura herida, de alguien que sufrió en la vida. Es ingenua, quizá demasiado inocente y se nota la falta de educación. Kristian duda que alguna vez haya gozado de una institutriz o de cualquier persona con la capacidad de instruirla. ¿Sabrá leer y escribir? Mientras la observa, Kristian se lo pregunta en silencio. Está convencido de que él podía burlarse de Anne-Louise utilizando palabras redundantes y desconocidas para ella, y que la mujer ni siquiera se percataría de ello. Pero no, eso no es lo que ha hecho o hará. Bajo ninguna circunstancia desea humillarla. Lo que él desea es tan simple y tan complicado a la vez; ella lo complica rehusándose a cooperar. Anne-Louise no es como las jóvenes que se encuentra cada vez que sale por las noches “a caminar” —porque la realidad es que sale a buscar su cena—, mismas a las que sonríe y muestra su educación ejecutando una reverencia y que, luego de desaparecer de sus vistas, suspiran, completamente embelesadas por su belleza y la enigmática personalidad que lo envuelve.
Suspira, pero afortunadamente no resignado. Aún queda mucho por hablar. Es tan solo el inicio.
—En esta casa hay muchas cosas fuera de lugar, se sorprenderá conforme vaya descubriéndolo. Así que, una más no hará la diferencia —se encoge de hombros—. ¿Acaso no ha llegado a sus oídos uno que otro chisme sobre nosotros? Se dicen muchas cosas por ahí, si no las ha escuchado, lo hará —mira al frente pero alza su rostro y la espía con el rabillo del ojo para continuar analizándola. Su pierna sigue cruzada sobre la otra y en ningún momento demuestra tener la intención de abandonar la causa que parece perdida.
—Anne-Louise, estoy seguro de que ese pastel es una delicia pero me apetece mucho más conocerla que ingerir cualquier cosa. Y no lo sé, su actitud me confunde. Me refiero a que si realmente tanto le preocupa ser una buena y servil empleada, ¿no debería obedecer a su patrón? —alza ambas cejas y la mira con real incertidumbre, aunque también un tanto divertido porque es indiscutible que está haciendo uso de un poco de manipulación. En su frente se dibujan algunas arrugas apenas notorias, similares a las que ella posee—. Ya le he dicho lo que deseo y, sin embargo, se niega a complacerme. ¿Cómo debería yo reaccionar ante eso? ¿Se siente atemorizada? ¿Luzco como un demonio? De lo contrario, no debería temer tanto a una invitación tan sencilla. Vamos, siéntese y hábleme de usted. Quiero saber de dónde viene, con quién trabajó antes y cómo le trataron, si tiene familia, hijos… lo que sea que me ayude a conocerla. Después, le hablaré sobre mí, si usted así lo quiere, de ese modo podremos conocernos, romperemos el hielo y, la próxima vez que le invite a acompañarme, no se sentirá tan cohibida —pero la mujer apenas lo mira. Permanece allí, junto a él, pero de pie. Ni siquiera parece querer atreverse a mirarlo a los ojos. Desde el inicio él pudo haber utilizado sus poderes vampíricos, persuadirla hasta el punto de hacerla obedecer ante cualquier cosa que él le ordene, pero ha preferido no hacerlo. Desea que las cosas se den naturalmente, no importando lo complicado que pueda llegar a ser. Le gustan los retos.
—Anne-Louise, no sé si me he explicado con claridad: es una orden —añade imperativamente, aunque curiosamente su voz conserva el mismo tono amable y encantador.
Como empleada doméstica, Anne-Louise está acostumbrada a recibir órdenes, su vida se resume a eso, a escuchar y obedecer, no a opinar o abrir la boca sin que alguien se lo pida; incluso si alguien se lo solicita, debe ser prudente, jamás hablar de más o entrometerse en asuntos ajenos. Eso, a Kristian no le gusta, pero, si ese es el único lenguaje que ella conoce y al único que es capaz de responder, entonces, está dispuesto a utilizarlo.
Suspira, pero afortunadamente no resignado. Aún queda mucho por hablar. Es tan solo el inicio.
—En esta casa hay muchas cosas fuera de lugar, se sorprenderá conforme vaya descubriéndolo. Así que, una más no hará la diferencia —se encoge de hombros—. ¿Acaso no ha llegado a sus oídos uno que otro chisme sobre nosotros? Se dicen muchas cosas por ahí, si no las ha escuchado, lo hará —mira al frente pero alza su rostro y la espía con el rabillo del ojo para continuar analizándola. Su pierna sigue cruzada sobre la otra y en ningún momento demuestra tener la intención de abandonar la causa que parece perdida.
—Anne-Louise, estoy seguro de que ese pastel es una delicia pero me apetece mucho más conocerla que ingerir cualquier cosa. Y no lo sé, su actitud me confunde. Me refiero a que si realmente tanto le preocupa ser una buena y servil empleada, ¿no debería obedecer a su patrón? —alza ambas cejas y la mira con real incertidumbre, aunque también un tanto divertido porque es indiscutible que está haciendo uso de un poco de manipulación. En su frente se dibujan algunas arrugas apenas notorias, similares a las que ella posee—. Ya le he dicho lo que deseo y, sin embargo, se niega a complacerme. ¿Cómo debería yo reaccionar ante eso? ¿Se siente atemorizada? ¿Luzco como un demonio? De lo contrario, no debería temer tanto a una invitación tan sencilla. Vamos, siéntese y hábleme de usted. Quiero saber de dónde viene, con quién trabajó antes y cómo le trataron, si tiene familia, hijos… lo que sea que me ayude a conocerla. Después, le hablaré sobre mí, si usted así lo quiere, de ese modo podremos conocernos, romperemos el hielo y, la próxima vez que le invite a acompañarme, no se sentirá tan cohibida —pero la mujer apenas lo mira. Permanece allí, junto a él, pero de pie. Ni siquiera parece querer atreverse a mirarlo a los ojos. Desde el inicio él pudo haber utilizado sus poderes vampíricos, persuadirla hasta el punto de hacerla obedecer ante cualquier cosa que él le ordene, pero ha preferido no hacerlo. Desea que las cosas se den naturalmente, no importando lo complicado que pueda llegar a ser. Le gustan los retos.
—Anne-Louise, no sé si me he explicado con claridad: es una orden —añade imperativamente, aunque curiosamente su voz conserva el mismo tono amable y encantador.
Como empleada doméstica, Anne-Louise está acostumbrada a recibir órdenes, su vida se resume a eso, a escuchar y obedecer, no a opinar o abrir la boca sin que alguien se lo pida; incluso si alguien se lo solicita, debe ser prudente, jamás hablar de más o entrometerse en asuntos ajenos. Eso, a Kristian no le gusta, pero, si ese es el único lenguaje que ella conoce y al único que es capaz de responder, entonces, está dispuesto a utilizarlo.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Su espalda se tensa y cada músculo parece contraerse y obligarla a estar atenta. Puede escuchar, lo hace claramente pero continúa molestándole la insistencia que posee en querer que ella comparta con él como si fueran dos amigos. ¿Será ese entonces el punto de todo ello? Es probable que el Señor no tenga con quien compartir sus pensamientos y está buscando en ella un par de oídos que lo escuchen. No es que sea algo común, pero muchos de los dueños de otras casas suelen utilizar a sus empleados como diarios personales cuando desean hablar de sus preocupaciones y también para probar la lealtad y discreción que estos posean. ¿A quién podría contarle algo ella si ni siquiera posee algún conocido en la ciudad? Ella no lo conoce y quizás debería abrirse a hacerlo tal como él lo ofrece, pero hacerlo es también entregar parte de si misma y no está dispuesta a aquello. Cuando decide al fin sentarse aparece esa orden y lo transforma todo. Él es igual al resto de los patrones, él manda y ella obedece porque prefiere evitar que luego lleguen los gritos. Se sienta en el borde del sillón, apenas rozando la tela que lo recubre, siempre pareciendo dispuesta a ponerse de pie en cualquier momento por si él necesita algo o por si era sólo una prueba para medir su obediencia. Tiene las manos en las rodillas y la mirada atenta, esperando algunos minutos más en silencio para poder volver a hablar.
—Nací en Francia, cerca de acá… —le cuesta ordenar las ideas y es por eso que decide comenzar a contar la historia desde el principio, su propia historia, —pero a los 16 años me fui a Inglaterra ya que el hijo del dueño de la casa en la que trabajaba se casó con una extranjera y necesitaban una empleada. Estuve con ellos un tiempo pero luego encontré otro lugar que parecía mejor, era la hacienda de un señor de una familia importante con varios hijos, me dieron techo, comida y una paga aún después del nacimiento de mis pequeñas… —se detuvo, no quería abordar ese tema ni tampoco quería hablarle de cosas tan privadas especialmente ya que está segura de que simplemente no le interesan. Se mantiene en silencio y baja la cabeza, evita mirarlo porque no quiere recibir el reproche que deben demostrar sus ojos, tampoco el asco o el rechazo que alguien como ella generalmente produce. Pero se arma de valentía y continúa, si termina ahora con todo eso la dejará en paz más pronto y podrá levantarse y dejar de fingir que esa conversación es la de dos amigos y no de una empleada y quien le paga el sueldo. Levanta los ojos y se encuentra con un rostro que la perturba, aunque aún no tiene claro de qué modo lo hace.
—Fue hasta el año pasado que viví en aquel lugar pero luego de la muerte de Sir Blackwood, su esposa hizo algunos cambios y perdí mi empleo… es por eso que volví a mi tierra y comencé a buscar un nuevo trabajo, que fue lo que me trajo acá. — es una versión algo resumida y también sin grandes detalles que puedan llevar a muchas preguntas. Continúa mirándolo, fijamente y estudia los rincones de su rostro, el modo en que se mueven sus ojos, como se arruga su piel en algunos sectores y se cuestiona la edad que tendrá aquel hombre. A ratos, especialmente cuando lo escucha hablar, parece mucho más viejo y lleno de una sabiduría que sólo pueden dar los años, pero luego de observar de cerca su tez sin manchas que sólo puede significar que es un hombre joven y que jamás ha tenido que trabajar al sol para ganarse el pan, llega a creer que es incluso menor que ella. Sus manos deben estar inmaculadas, quizás sólo tiene cansados los ojos por las horas de estudio que ella nunca tuvo y que de cierto modo envidia. —Monsieur Vekel, ¿puedo preguntarle acerca de usted? —tal como él dijo antes los rumores sí han llegado a ella pero ha decidido ignorarlos, rumores bastantes descabellados que involucran también a la hija de su jefe, una muchachita extraña a la que poco se le ve en casa y que parece a ratos tan distinta de él.
—Nací en Francia, cerca de acá… —le cuesta ordenar las ideas y es por eso que decide comenzar a contar la historia desde el principio, su propia historia, —pero a los 16 años me fui a Inglaterra ya que el hijo del dueño de la casa en la que trabajaba se casó con una extranjera y necesitaban una empleada. Estuve con ellos un tiempo pero luego encontré otro lugar que parecía mejor, era la hacienda de un señor de una familia importante con varios hijos, me dieron techo, comida y una paga aún después del nacimiento de mis pequeñas… —se detuvo, no quería abordar ese tema ni tampoco quería hablarle de cosas tan privadas especialmente ya que está segura de que simplemente no le interesan. Se mantiene en silencio y baja la cabeza, evita mirarlo porque no quiere recibir el reproche que deben demostrar sus ojos, tampoco el asco o el rechazo que alguien como ella generalmente produce. Pero se arma de valentía y continúa, si termina ahora con todo eso la dejará en paz más pronto y podrá levantarse y dejar de fingir que esa conversación es la de dos amigos y no de una empleada y quien le paga el sueldo. Levanta los ojos y se encuentra con un rostro que la perturba, aunque aún no tiene claro de qué modo lo hace.
—Fue hasta el año pasado que viví en aquel lugar pero luego de la muerte de Sir Blackwood, su esposa hizo algunos cambios y perdí mi empleo… es por eso que volví a mi tierra y comencé a buscar un nuevo trabajo, que fue lo que me trajo acá. — es una versión algo resumida y también sin grandes detalles que puedan llevar a muchas preguntas. Continúa mirándolo, fijamente y estudia los rincones de su rostro, el modo en que se mueven sus ojos, como se arruga su piel en algunos sectores y se cuestiona la edad que tendrá aquel hombre. A ratos, especialmente cuando lo escucha hablar, parece mucho más viejo y lleno de una sabiduría que sólo pueden dar los años, pero luego de observar de cerca su tez sin manchas que sólo puede significar que es un hombre joven y que jamás ha tenido que trabajar al sol para ganarse el pan, llega a creer que es incluso menor que ella. Sus manos deben estar inmaculadas, quizás sólo tiene cansados los ojos por las horas de estudio que ella nunca tuvo y que de cierto modo envidia. —Monsieur Vekel, ¿puedo preguntarle acerca de usted? —tal como él dijo antes los rumores sí han llegado a ella pero ha decidido ignorarlos, rumores bastantes descabellados que involucran también a la hija de su jefe, una muchachita extraña a la que poco se le ve en casa y que parece a ratos tan distinta de él.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/05/2013
Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
En el rostro de Kristian se dibuja una sutil sonrisa cuando ella al fin cede. Sonríe porque al fin ha logrado lo que quería, gobernar por encima de la modestia de la mujer, pero, aunque lo ha logrado, el modo en que lo ha hecho no le causa una real satisfacción. Más alberga esperazas de que, con el debido tiempo y el debido trato, ella se muestre mucho menos rígida, más abierta, algo que parece una tarea difícil, puesto que el trasero de la mujer apenas y roza el asiento, y ni hablar de levantar la vista y mirar a su patrón a los ojos mientras le habla.
Sin levantarse del asiento o descruzar las piernas, Kristian se balancea y ladea su cuerpo hasta que sus rodillas apuntan a las de la mujer. Desde ese ángulo, la visión es perfecta. Se muestra muy atento, tanto que sus ojos azules parecen clavarse como dagas en el rostro de Anne-Louise. Ella debe sentirse muy incómoda, expuesta, como si se tratase de un animalito extraño al que han colocado sobre una mesa para poder estudiarlo con detenimiento. Quizá por eso baja la cabeza aparentemente avergonzada. Quizá en esos instantes lo único que hace es rezar para pronto ser liberada de los inquisitivos ojos de su patrón. Sí, posiblemente.
—Por supuesto, puede preguntar lo que usted desee, pero antes quisiera yo saber algunas cosas —responde tranquilo, pero por alguna extraña razón, su voz adopta cierta autoridad, como si esa fuera una entrevista y conservar el empleo dependiera de las respuestas que Anne-Louise pueda darle.
—Así que ha trabajado desde muy joven y tiene dos hijas… —esa no es una pregunta, más bien lo comenta para sí mismo, como una reflexión, realmente interesado.
Intenta imaginar a qué edad ha tenido que empezar a trabajar Anne-Loise y se da cuenta de que, por un momento, ha olvidado que se trata de una mujer humilde, alguien que seguramente ha empezado a trabajar en casas ajenas desde muy niña, porque no ha tenido demasiadas oportunidades en el campo, y que tampoco las tendrá en la ciudad, para ser honesto. Ser ama de llaves es probablemente el mejor empleo que ha tenido en su vida. También piensa en las hijas que ha mencionado y las imagina no muy grandes de edad, ya que ella no parece muy mayor; probablemente tendrá la misma edad que él aparenta, con la que fue congelado en el momento de su transformación, hace ya bastantes años.
—¿Dónde están ellas ahora? —pregunta curioso—. ¿Qué edades tienen y a qué se dedican? ¿Está o estuvo casada? —las preguntan salen una tras otra sin piedad; la bombardea con ellas sin detenerse a pensar en que la herirá intentando responder a cosas de las que ni ella misma está segura.
—¿Va a responderme? —insiste al percatarse que ella ha demorado en responder, aunque espera que sea parte de la cohibición que él produce en ella y no porque no desea compartir con él información tan personal como la que exige conocer. Es válido después de todo que un patrón quiera saber la situación de sus empleados, para saber a lo que se atiene, pero quizá él pide demasiado—. No voy a juzgarla, si eso es lo que le preocupa —le dice para tranquilizarla, pero sus palabras no parecen surtir el efecto esperado. Nada de lo que hace o dice parece lograrlo—. Yo nunca estuve casado y no tuve hijos. Esa jovencita rebelde llamada Florence, no es hija mía, creo que es bueno que lo sepa desde ahora. Compartimos sangre de algún modo, pero no somos padre e hija, aunque sí, también es verdad que la quiero como si lo fuera y que prefiero que la gente siga pensando que lo es. ¿Se da cuenta? Toda familia tiene sus pequeños secretos. ¿Va a contarme los suyos? ¿Hay algo más que quiera saber sobre mí o sobre esta casa?
Sin levantarse del asiento o descruzar las piernas, Kristian se balancea y ladea su cuerpo hasta que sus rodillas apuntan a las de la mujer. Desde ese ángulo, la visión es perfecta. Se muestra muy atento, tanto que sus ojos azules parecen clavarse como dagas en el rostro de Anne-Louise. Ella debe sentirse muy incómoda, expuesta, como si se tratase de un animalito extraño al que han colocado sobre una mesa para poder estudiarlo con detenimiento. Quizá por eso baja la cabeza aparentemente avergonzada. Quizá en esos instantes lo único que hace es rezar para pronto ser liberada de los inquisitivos ojos de su patrón. Sí, posiblemente.
—Por supuesto, puede preguntar lo que usted desee, pero antes quisiera yo saber algunas cosas —responde tranquilo, pero por alguna extraña razón, su voz adopta cierta autoridad, como si esa fuera una entrevista y conservar el empleo dependiera de las respuestas que Anne-Louise pueda darle.
—Así que ha trabajado desde muy joven y tiene dos hijas… —esa no es una pregunta, más bien lo comenta para sí mismo, como una reflexión, realmente interesado.
Intenta imaginar a qué edad ha tenido que empezar a trabajar Anne-Loise y se da cuenta de que, por un momento, ha olvidado que se trata de una mujer humilde, alguien que seguramente ha empezado a trabajar en casas ajenas desde muy niña, porque no ha tenido demasiadas oportunidades en el campo, y que tampoco las tendrá en la ciudad, para ser honesto. Ser ama de llaves es probablemente el mejor empleo que ha tenido en su vida. También piensa en las hijas que ha mencionado y las imagina no muy grandes de edad, ya que ella no parece muy mayor; probablemente tendrá la misma edad que él aparenta, con la que fue congelado en el momento de su transformación, hace ya bastantes años.
—¿Dónde están ellas ahora? —pregunta curioso—. ¿Qué edades tienen y a qué se dedican? ¿Está o estuvo casada? —las preguntan salen una tras otra sin piedad; la bombardea con ellas sin detenerse a pensar en que la herirá intentando responder a cosas de las que ni ella misma está segura.
—¿Va a responderme? —insiste al percatarse que ella ha demorado en responder, aunque espera que sea parte de la cohibición que él produce en ella y no porque no desea compartir con él información tan personal como la que exige conocer. Es válido después de todo que un patrón quiera saber la situación de sus empleados, para saber a lo que se atiene, pero quizá él pide demasiado—. No voy a juzgarla, si eso es lo que le preocupa —le dice para tranquilizarla, pero sus palabras no parecen surtir el efecto esperado. Nada de lo que hace o dice parece lograrlo—. Yo nunca estuve casado y no tuve hijos. Esa jovencita rebelde llamada Florence, no es hija mía, creo que es bueno que lo sepa desde ahora. Compartimos sangre de algún modo, pero no somos padre e hija, aunque sí, también es verdad que la quiero como si lo fuera y que prefiero que la gente siga pensando que lo es. ¿Se da cuenta? Toda familia tiene sus pequeños secretos. ¿Va a contarme los suyos? ¿Hay algo más que quiera saber sobre mí o sobre esta casa?
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Y así es como comienzan los problemas. El rostro de la sufrida Anne-Louise se desfigura y es como si alguien le hubiese atravesado un puñal justo en el estómago para luego retorcerlo y lograr con eso que sus intestinos terminen desperdigados por el suelo que ella misma limpió durante la mañana. Kristian Vekel es un hombre cruel que no duda en utilizar su poder para humillar a otros. Esta vez ella ha sido el blanco de sus burlas, de sus preguntas dolorosas que tendrá que responder porque de otro modo puede perder el trabajo y con eso la única opción de encontrar a sus hijas. Presiona las manos en un puño pero no habla, sabe que tarde o temprano deberá hacerlo pero quiere al menos ser capaz de elegir cuando lo hará. No es por cobardía que no se enfrenta a él, pero el tiempo y sobre todo el dolor le ha enseñado que muchas batallas están perdidas desde mucho antes que comiencen a librarse. Esta es una de esas. Su jefe debe estar esperando la oportunidad perfecta para soltar alguna carcajada, quizás ya conoce su pasado y ahora está preguntándolo sólo por el morbo de querer oír de sus labios los detalles macabros que la han destruido. Ahí está el motivo por el cual le ofreció el trabajo, ahora entiende el por qué se acercaron a ella buscándola para un puesto que nunca creyó merecer. Aún ahora no se siente calificada del todo, pero ya es un poco tarde y lo único que le queda es respirar profundo y separar los labios.
Pobre Anne-Louise, pobre de ella podría decir alguien, pero no hay nadie más en esa habitación. —Sólo tuve dos hijas, gemelas idénticas que ya deben ser mayores de edad a esta altura… desconozco el paradero de ambas aunque algunas pistas me han llevado a pensar que se encuentran en esta ciudad… —a medida que habla, su voz se endurece, se transforma en hielo seco que le raspa la garganta y rompe las frases que van saliendo como balbuceos de un niño pequeño. Le gustaría estar al fondo del mar helado que baña las costas de Inglaterra, con los pulmones repletos de agua y sin la posibilidad de respirar, ahogándose y desapareciendo del mundo. ¿Para qué sigue? ¿Qué la lleva a continuar si está sola en el mundo? Ya no hay nada que pueda perder y muchos dicen que cuando todo se ha perdido se pierden también los miedos. Anne-Louise, quien aún le teme a su patrón, siente que aún le queda algo a lo que aferrarse si es que es capaz de sentir algo así. La empleada se acomoda en el borde de aquel sofá y no deja de estar atenta a sus mandatos pese a no mirarlo a los ojos. Quedan muchas preguntas en el aire que esperan una respuesta y aunque él ya le ha revelado gran parte de lo que quería saber, en realidad sus dudas estaban más bien apuntadas a su vida, a lo que ha tenido que pasar a través de los años. De todos modos le parece útil saber que Florence no es su hija biológica.
—Yo nunca estuve casada… —dice imitándolo y ahora una mueca de dolor, casi dolor físico, aparece en su semblante que hasta entonces lucía gris pero tranquilo, —no lo estoy ahora tampoco y dudo alguna vez estarlo, ese tipo de cosas no es para mujeres como… —pero lo que cree es información demasiado personal no alcanza a salir a la luz antes de que sea ella misma quien se censure. Sus pies están pidiendo levantarse, aún no le han dado la orden de salir pero desea correr lo más lejos que sus cansadas piernas la lleven. Aguanta, estoica, lo hace sin otras opciones y de paso aprovecha de seguir hablando e intentar con eso que esta charla vergonzosa acabe del todo este día y no vuelva a salir nunca más. Realmente espera que de ahora en adelante sus conversaciones se refieran única y exclusivamente a temas que conciernan la casa, las labores del hogar y las compras que debe realizar una vez por semana. —Mis hijas no tienen padre, sólo me tuvieron a mí hasta que estaban lo suficientemente crecidas para viajar y volver a nuestra tierra… yo fui quien las envió a Paris pero nunca volví a saber de ellas, en aquel entonces yo no sabía leer ni escribir por lo que todo lo que conseguí fue obligarlas a aprender de memoria la ubicación de mis parientes y mandarlas con algo de dinero en los bolsillos para conseguir sobrevivir un tiempo… es probable que ni siquiera vivan o que quizás terminaran de un modo en que nunca lo esperé, no lo sé, creí que las estaba salvando del destino que yo tuve pero es probable que las lanzara a uno mucho peor… —
Pobre Anne-Louise, pobre de ella podría decir alguien, pero no hay nadie más en esa habitación. —Sólo tuve dos hijas, gemelas idénticas que ya deben ser mayores de edad a esta altura… desconozco el paradero de ambas aunque algunas pistas me han llevado a pensar que se encuentran en esta ciudad… —a medida que habla, su voz se endurece, se transforma en hielo seco que le raspa la garganta y rompe las frases que van saliendo como balbuceos de un niño pequeño. Le gustaría estar al fondo del mar helado que baña las costas de Inglaterra, con los pulmones repletos de agua y sin la posibilidad de respirar, ahogándose y desapareciendo del mundo. ¿Para qué sigue? ¿Qué la lleva a continuar si está sola en el mundo? Ya no hay nada que pueda perder y muchos dicen que cuando todo se ha perdido se pierden también los miedos. Anne-Louise, quien aún le teme a su patrón, siente que aún le queda algo a lo que aferrarse si es que es capaz de sentir algo así. La empleada se acomoda en el borde de aquel sofá y no deja de estar atenta a sus mandatos pese a no mirarlo a los ojos. Quedan muchas preguntas en el aire que esperan una respuesta y aunque él ya le ha revelado gran parte de lo que quería saber, en realidad sus dudas estaban más bien apuntadas a su vida, a lo que ha tenido que pasar a través de los años. De todos modos le parece útil saber que Florence no es su hija biológica.
—Yo nunca estuve casada… —dice imitándolo y ahora una mueca de dolor, casi dolor físico, aparece en su semblante que hasta entonces lucía gris pero tranquilo, —no lo estoy ahora tampoco y dudo alguna vez estarlo, ese tipo de cosas no es para mujeres como… —pero lo que cree es información demasiado personal no alcanza a salir a la luz antes de que sea ella misma quien se censure. Sus pies están pidiendo levantarse, aún no le han dado la orden de salir pero desea correr lo más lejos que sus cansadas piernas la lleven. Aguanta, estoica, lo hace sin otras opciones y de paso aprovecha de seguir hablando e intentar con eso que esta charla vergonzosa acabe del todo este día y no vuelva a salir nunca más. Realmente espera que de ahora en adelante sus conversaciones se refieran única y exclusivamente a temas que conciernan la casa, las labores del hogar y las compras que debe realizar una vez por semana. —Mis hijas no tienen padre, sólo me tuvieron a mí hasta que estaban lo suficientemente crecidas para viajar y volver a nuestra tierra… yo fui quien las envió a Paris pero nunca volví a saber de ellas, en aquel entonces yo no sabía leer ni escribir por lo que todo lo que conseguí fue obligarlas a aprender de memoria la ubicación de mis parientes y mandarlas con algo de dinero en los bolsillos para conseguir sobrevivir un tiempo… es probable que ni siquiera vivan o que quizás terminaran de un modo en que nunca lo esperé, no lo sé, creí que las estaba salvando del destino que yo tuve pero es probable que las lanzara a uno mucho peor… —
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/05/2013
Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Tal y como lo ha deseado, Anne-Louis lo confiesa todo; cada mínimo detalle, desde el más insignificante hasta el más trascendental. Confiesa no haberse casado nunca, ser madre soltera, no tener mayor educación, haber vivido siempre en la miseria. Y, aunque todo eso le parece por demás interesante y conmovedor por partes iguales, por supuesto, lo que termina por captar la mayor parte de su atención es la parte donde asegura no saber el paradero de sus hijas. Es allí donde ella termina por quebrarse... al menos internamente. Él percibe el dolor en su voz, antes mucho más suave y ahora ronca, seguramente por el nudo que se ha formado en su garganta; nota también sus ojos vidriosos, cubiertos de una capa muy fina, transparente y líquida. Está seguro de que si esa mujer no fuera tan fuerte, tan acostumbrada al dolor y por ende resistente a él, mismo que ahora ya sabe con certeza ha experimentado durante toda su vida, rompería en llanto frente a él. Pero algo le dice que no, que permanecerá en una pieza, resistiendo, decidida, fuerte como un roble, aunque con el semblante más cansado. Es como si el hablar de sus hijas tuviera el extraño poder de envejecerla diez años de golpe. Él no se arrepiente de haberla hecho hablar del tema, pero como en su cuerpo aún alberga un tanto de su naturaleza humana perdida, sí se siente con el deber de sosegar los demonios que ha hecho soltar.
—¿Qué tal si trae ahora esa taza de té y una rebanada de ese pastel del que me habló antes? —Le pide de pronto, sin un tono en particular, saliéndose completamente del tema.
Ella debe sentirse muy confundida, quizá ofendida, con la repentina petición de su patrón. Tal vez ahora piense que no se ha equivocado al creerlo igual que sus anteriores patrones y que no es más que un hipócrita total al asegurar lo contrario. Tal vez cruza por su mente que él, un hombre rico y solitario, es tan propenso al tedio que no tiene nada mejor que hacer que interrogar a sus empleados con la intención de distraerse un poco, y que una vez que se sale con la suya, pasa a lo siguiente con frivolidad y desinterés. Pero, por supuesto, para Kristian Vekel, esa importante conversación no ha terminado. No es que de pronto haya decidido añadir a su estricta dieta a base de sangre humana el té y las tartas de manzana. Se lo ha pedido pensando en ella, con la intención de que se reponga de aquella oleada de malos recuerdos, pues, aunque no lo diga, él sabe que está pidiendo a gritos un momento para despejarse, para liberarse de su penetrante mirada y de su inquisitivo tono de voz.
Ella obedece y, en cosa de minutos, la tiene nuevamente frente a él con una charola de plata en mano, donde yace colocada una humeante tetera, una taza de porcelana blanca, y la apetitosa rebanada pastel de manzanas sobre un platito, junto a los respectivos cubiertos, también de plata. Anne-Louise parece más tranquila pero mucho más seria que antes. Se pregunta si está molesta con él, y ciertamente es capaz de descubrirlo por sí mismo, pero prefiere que sea ella quien me lo revele conforme su conversación avance.
—Gracias, Anne-Louise. Ahora, siéntese y coma un poco de esa tarta, que la he pedido para usted —le pide al tiempo que abandona el cómodo sillón para luego ofrecerle su lugar—. El té bébalo despacio, eso la ayudará a relajarse. No admito un no por respuesta. —Añade rápidamente con cierto tono autoritario al observar que ella no se mueve, negándose a aceptar sus peticiones. No desea que ese sea su trato, de simple empleada y patrón, pero ha aprendido que, al menos por el momento, ordenarle las cosas será la única manera de lograr que ella acceda, y ese es un comienzo.
—He notado lo mucho que le duele hablar de sus hijas... —dice retomando la conversación cuando ella al fin se sienta. El vampiro coloca ambas manos detrás de su espalda, las entrelaza, y comienza a andar lentamente frente a ella—, por eso he decidido ayudarla. —Se detiene un momento y mira de reojo la reacción de la mujer. Puede ver cómo ella hace un gesto gracioso, como de sorpresa, quizá de incredulidad, como preguntándose si ha escuchado bien, si él ha enloquecido. Entreabre los labios, probablemente para replicar y negarse, pero él se adelanta—. Y tampoco admito un no por respuesta. —Sentencia, esta vez con cierto tono divertido—. Me ha expresado lo mucho que desea localizarlas, y si tanto carece de pistas, si su situación económica significa un impedimento para contratar a un investigador privado que le ayude a agilizar ese tan esperado reencuentro, no veo por qué podría oponerse a mi deseo. Francamente sería una tontería de su parte. Y usted no es tonta, Anne-Louise, lo he sabido desde el primer momento, así como he notado que es también bastante orgullosa, decorosa, y que probablemente no admitiría la ayuda de nadie así como así si no tiene para pagarle. Pero ahora usted es mi empleada, trabajará para mí, y podrá pagarme siendo una excelente ama de llaves, porque eso es lo que será a partir de este momento —le anuncia, siendo consciente de la sorpresa reflejada en su rostro—. Usted dirigirá a los empleados y gobernará la vida doméstica de la familia en general. No se hará nada que no haya sido supervisado antes por usted. Por obvias razones, se le dará un salario más alto y también disfrutará de ciertos privilegios, como un dormitorio y una pequeña sala de estar propios, los cuales ya la esperan y a los que puede mudarse en el momento en que desee. Como carecemos de una señora Vekel, usted ocupará un lugar... bastante parecido. Yo le pagaré por ello, por su trabajo, por su compañía, por todos sus servicios. —Finaliza, y es probable que las últimas palabras las haya dicho con cierto aire... sugerente, casi sin notarlo, así, instintivamente.
¿Ella lo habrá percibido?
—¿Qué tal si trae ahora esa taza de té y una rebanada de ese pastel del que me habló antes? —Le pide de pronto, sin un tono en particular, saliéndose completamente del tema.
Ella debe sentirse muy confundida, quizá ofendida, con la repentina petición de su patrón. Tal vez ahora piense que no se ha equivocado al creerlo igual que sus anteriores patrones y que no es más que un hipócrita total al asegurar lo contrario. Tal vez cruza por su mente que él, un hombre rico y solitario, es tan propenso al tedio que no tiene nada mejor que hacer que interrogar a sus empleados con la intención de distraerse un poco, y que una vez que se sale con la suya, pasa a lo siguiente con frivolidad y desinterés. Pero, por supuesto, para Kristian Vekel, esa importante conversación no ha terminado. No es que de pronto haya decidido añadir a su estricta dieta a base de sangre humana el té y las tartas de manzana. Se lo ha pedido pensando en ella, con la intención de que se reponga de aquella oleada de malos recuerdos, pues, aunque no lo diga, él sabe que está pidiendo a gritos un momento para despejarse, para liberarse de su penetrante mirada y de su inquisitivo tono de voz.
Ella obedece y, en cosa de minutos, la tiene nuevamente frente a él con una charola de plata en mano, donde yace colocada una humeante tetera, una taza de porcelana blanca, y la apetitosa rebanada pastel de manzanas sobre un platito, junto a los respectivos cubiertos, también de plata. Anne-Louise parece más tranquila pero mucho más seria que antes. Se pregunta si está molesta con él, y ciertamente es capaz de descubrirlo por sí mismo, pero prefiere que sea ella quien me lo revele conforme su conversación avance.
—Gracias, Anne-Louise. Ahora, siéntese y coma un poco de esa tarta, que la he pedido para usted —le pide al tiempo que abandona el cómodo sillón para luego ofrecerle su lugar—. El té bébalo despacio, eso la ayudará a relajarse. No admito un no por respuesta. —Añade rápidamente con cierto tono autoritario al observar que ella no se mueve, negándose a aceptar sus peticiones. No desea que ese sea su trato, de simple empleada y patrón, pero ha aprendido que, al menos por el momento, ordenarle las cosas será la única manera de lograr que ella acceda, y ese es un comienzo.
—He notado lo mucho que le duele hablar de sus hijas... —dice retomando la conversación cuando ella al fin se sienta. El vampiro coloca ambas manos detrás de su espalda, las entrelaza, y comienza a andar lentamente frente a ella—, por eso he decidido ayudarla. —Se detiene un momento y mira de reojo la reacción de la mujer. Puede ver cómo ella hace un gesto gracioso, como de sorpresa, quizá de incredulidad, como preguntándose si ha escuchado bien, si él ha enloquecido. Entreabre los labios, probablemente para replicar y negarse, pero él se adelanta—. Y tampoco admito un no por respuesta. —Sentencia, esta vez con cierto tono divertido—. Me ha expresado lo mucho que desea localizarlas, y si tanto carece de pistas, si su situación económica significa un impedimento para contratar a un investigador privado que le ayude a agilizar ese tan esperado reencuentro, no veo por qué podría oponerse a mi deseo. Francamente sería una tontería de su parte. Y usted no es tonta, Anne-Louise, lo he sabido desde el primer momento, así como he notado que es también bastante orgullosa, decorosa, y que probablemente no admitiría la ayuda de nadie así como así si no tiene para pagarle. Pero ahora usted es mi empleada, trabajará para mí, y podrá pagarme siendo una excelente ama de llaves, porque eso es lo que será a partir de este momento —le anuncia, siendo consciente de la sorpresa reflejada en su rostro—. Usted dirigirá a los empleados y gobernará la vida doméstica de la familia en general. No se hará nada que no haya sido supervisado antes por usted. Por obvias razones, se le dará un salario más alto y también disfrutará de ciertos privilegios, como un dormitorio y una pequeña sala de estar propios, los cuales ya la esperan y a los que puede mudarse en el momento en que desee. Como carecemos de una señora Vekel, usted ocupará un lugar... bastante parecido. Yo le pagaré por ello, por su trabajo, por su compañía, por todos sus servicios. —Finaliza, y es probable que las últimas palabras las haya dicho con cierto aire... sugerente, casi sin notarlo, así, instintivamente.
¿Ella lo habrá percibido?
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Las primeras palabras la tomaron por sorpresa, la hicieron saltar de la orilla del asiento donde se encontraba y dirigieron sus pasos raudos hasta la cocina. Ni siquiera se detuvo a preguntar si deseaba algo más o si el té lo prefería de algún modo en especial. Después de todo era la primera vez que él ordenaba que le llevaran algo de comida, la mayor parte de las veces simplemente declinaba sus ofrecimientos; lo que la llevó siempre a pensar que quizás comía afuera o bien detestaba lo que ella pudiera prepararle. La última opción era la menos probable y no porque su ego culinario estuviera muy alto, más bien porque para detestar algo era necesario probarlo primero. Sin embargo, pese a la sorpresa inicial, una vez que llegó frente a él notó que sus manos temblaban y que la bandeja se movía como si de un temblor en la tierra se tratase. Era un movimiento mínimo que se incrementa apenas vuelve a escuchar su voz. Sus temores anteriores resurgen y Kristian Vekel le recuerda a ese señor Blackwood que solía mirarla de modo despectivo en público y luego llenarla con promesas de amor en secreto. Y aunque ahora las propuestas fueran diferentes, el error ahí nunca fue de él, el error y los muchos errores fueron de ella por creerle. ¿Podría creerle también a este hombre?
Anne-Louise obedeció porque no sabía qué más hacer, no bebió del té de inmediato ni comió de esa tarta porque sus dedos seguían temblorosos y temía ensuciar el piso que con tanto esmero había limpiado aquella misma mañana. El señor Vekel comenzó a hablar, con la voz llena de seguridad que lo caracterizaba y a medida que lo hacía, su empleada se sentía cada vez más pequeña, como si el peso de lo que decía la estuviera hundiendo. Era un ofrecimiento, algo que jamás esperó, la opción de poder buscar a sus hijas sin tener que limitarse a lo que su escueto sueldo pudiera otorgarle. Y además de eso, se convertiría en la ama de llaves. ¿Cuántos años tuvo que pasar en esa hacienda de Londres esperando una oportunidad como esa? Dicen que para llegar al escalón más alto es necesario algo más que trabajo duro, en su caso siempre mantuvo la cabeza gacha aceptando las tareas que se le imponían y además, tuvo que soportar lo que esa vieja irlandesa le decía cada tarde cuando le tocaba remendar lo que era labor de otros.
Al asentir a todas sus propuestas no quería realmente aceptarlas, lo que necesitaba era tiempo para pensar, algunos minutos nada más para incorporar lo que acababa de decirle. Para ella y los demás empleados esos minutos nunca habían existido, las decisiones incluso de su propia vida eran tomadas por otros y sólo cuando se trató de sus hijas era que había podido resolver algo por su cuenta. Y ahí estaban las consecuencias. Quizás esa era la respuesta para todo. Aún cuando su patrón suelte uno que otro elogio a lo que pueda estar en su cabeza, la verdad es que ella más bien gozaba de una inteligencia promedio, justo lo que necesita una empleada. —Yo… — aprovechó la pausa que él hacía para intentar decir algo pero el monólogo continuó y aunque se sintió agradecida no fue sino hasta el final cuando al fin comprendió todo. El alma le cayó a los pies con aquella última frase. Kristian Vekel se diferenciaba en nada de Thomas Blackwood hijo. Ambos sólo veían en ella a una mujer a la cual utilizar, porque aunque dentro suyo algo quisiera hacerle creer que aquellos “servicios” se referían a las labores del hogar, estaba claro que su intención radicaba en algo más.
¿Por qué ella y no una mujer mucho más joven? Bien sabido lo tenía. Para los dueños de casa la edad era un número, lo realmente importante era la utilidad y la cercanía. Nada más cómodo que tener la cena (o el postre) al alcance de su mano. Y al parecer Anne-Louise sigue siendo útil. —Monsieur Vekel… no quiero parecer maleducada, mucho menos quiero hacerle pensar que no valoro su ofrecimiento… estoy muy agradecida por el puesto que desea otorgarme pero no creo ser merecedora de tal… bendición… —los labios de Anne-Louise se tensaron en una línea fina que los hacía casi imperceptibles. —Si usted… si usted quiere ayudarme en la búsqueda de mis hijas le pagaré cada franco que pueda utilizar en ello, le pagaré con mi trabajo en esta casa no importa lo que demore, aún puedo trabajar muchos años más y lo haré hasta que encuentre a una ama de llaves que realmente llene sus expectativas… —la mujer se puso de pie y en el acto dejó caer la taza al suelo sin darse cuenta. La porcelana fina se rompió en pedazos al primer contacto con el piso de madera, los ojos de Anne-Louise se ampliaron esperando un reproche que de seguro llegaría. Su nerviosismo ahora era aún más evidente. ¿Qué podía ver Kristian en ella? Sin dudas ella veía muchas cosas en él, en el modo en que tiene de moverse al llegar y llenar de vida esa casa tan vacía; en esa sonrisa tan escasa pero tan luminosa, y en la preocupación sincera que pareció demostrar al ofrecerse a ayudarla. Lo veía todo y por lo mismo no entendía si aquella propuesta era real o sólo una jugarreta de su mente.
—No todos mis servicios tienen un precio, muchos de ellos, tal como esa tarta, son mi intento de agradecer lo que usted ha hecho por mí… y lo que seguirá haciendo por mí… —
Anne-Louise obedeció porque no sabía qué más hacer, no bebió del té de inmediato ni comió de esa tarta porque sus dedos seguían temblorosos y temía ensuciar el piso que con tanto esmero había limpiado aquella misma mañana. El señor Vekel comenzó a hablar, con la voz llena de seguridad que lo caracterizaba y a medida que lo hacía, su empleada se sentía cada vez más pequeña, como si el peso de lo que decía la estuviera hundiendo. Era un ofrecimiento, algo que jamás esperó, la opción de poder buscar a sus hijas sin tener que limitarse a lo que su escueto sueldo pudiera otorgarle. Y además de eso, se convertiría en la ama de llaves. ¿Cuántos años tuvo que pasar en esa hacienda de Londres esperando una oportunidad como esa? Dicen que para llegar al escalón más alto es necesario algo más que trabajo duro, en su caso siempre mantuvo la cabeza gacha aceptando las tareas que se le imponían y además, tuvo que soportar lo que esa vieja irlandesa le decía cada tarde cuando le tocaba remendar lo que era labor de otros.
Al asentir a todas sus propuestas no quería realmente aceptarlas, lo que necesitaba era tiempo para pensar, algunos minutos nada más para incorporar lo que acababa de decirle. Para ella y los demás empleados esos minutos nunca habían existido, las decisiones incluso de su propia vida eran tomadas por otros y sólo cuando se trató de sus hijas era que había podido resolver algo por su cuenta. Y ahí estaban las consecuencias. Quizás esa era la respuesta para todo. Aún cuando su patrón suelte uno que otro elogio a lo que pueda estar en su cabeza, la verdad es que ella más bien gozaba de una inteligencia promedio, justo lo que necesita una empleada. —Yo… — aprovechó la pausa que él hacía para intentar decir algo pero el monólogo continuó y aunque se sintió agradecida no fue sino hasta el final cuando al fin comprendió todo. El alma le cayó a los pies con aquella última frase. Kristian Vekel se diferenciaba en nada de Thomas Blackwood hijo. Ambos sólo veían en ella a una mujer a la cual utilizar, porque aunque dentro suyo algo quisiera hacerle creer que aquellos “servicios” se referían a las labores del hogar, estaba claro que su intención radicaba en algo más.
¿Por qué ella y no una mujer mucho más joven? Bien sabido lo tenía. Para los dueños de casa la edad era un número, lo realmente importante era la utilidad y la cercanía. Nada más cómodo que tener la cena (o el postre) al alcance de su mano. Y al parecer Anne-Louise sigue siendo útil. —Monsieur Vekel… no quiero parecer maleducada, mucho menos quiero hacerle pensar que no valoro su ofrecimiento… estoy muy agradecida por el puesto que desea otorgarme pero no creo ser merecedora de tal… bendición… —los labios de Anne-Louise se tensaron en una línea fina que los hacía casi imperceptibles. —Si usted… si usted quiere ayudarme en la búsqueda de mis hijas le pagaré cada franco que pueda utilizar en ello, le pagaré con mi trabajo en esta casa no importa lo que demore, aún puedo trabajar muchos años más y lo haré hasta que encuentre a una ama de llaves que realmente llene sus expectativas… —la mujer se puso de pie y en el acto dejó caer la taza al suelo sin darse cuenta. La porcelana fina se rompió en pedazos al primer contacto con el piso de madera, los ojos de Anne-Louise se ampliaron esperando un reproche que de seguro llegaría. Su nerviosismo ahora era aún más evidente. ¿Qué podía ver Kristian en ella? Sin dudas ella veía muchas cosas en él, en el modo en que tiene de moverse al llegar y llenar de vida esa casa tan vacía; en esa sonrisa tan escasa pero tan luminosa, y en la preocupación sincera que pareció demostrar al ofrecerse a ayudarla. Lo veía todo y por lo mismo no entendía si aquella propuesta era real o sólo una jugarreta de su mente.
—No todos mis servicios tienen un precio, muchos de ellos, tal como esa tarta, son mi intento de agradecer lo que usted ha hecho por mí… y lo que seguirá haciendo por mí… —
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Una de sus cejas se arquea en señal de incredulidad, aunque es posible que el gesto contenga también un poco de indignación. En ese instante, decide volver a poner mano dura, ya que es la única forma en la que ella parece poder aceptar las cosas.
—Esta es mi casa, Anne-Louise —dice con una voz firme y autoritaria, aunque sin llegar a ser pedante—, por lo tanto creo tener la autoridad necesaria para decidir lo que se hace o se deja de hacer en ella, y ya he tomado una decisión. Será usted el ama de llaves, de manera permanente e indefinida, y me temo que tal cosa no está a discusión. Necesita el trabajo, ¿no es así? Entonces acéptelo. No hay pero que valga. Si la he elegido a usted es porque creo que tiene la capacidad necesaria para cumplir debidamente con él, y créame, yo jamás me equivoco. Sinceramente, no entiendo por qué duda tanto de ello. Creía que estaría feliz, pero parece tan… —hace una pausa esperando encontrar la palabra correcta— contrariada. Puede que usted no confíe en usted misma, ni en mí, pero yo confío en usted. Quizá deberemos trabajar un poco en el tema de la confianza…
Anne-Louise es mucho más difícil de lo que pensaba, sumamente obstinada. No acepta sus peticiones con facilidad, incluso si éstas son hechas bajo el disfraz de órdenes. Tampoco parecen surtir efecto los halagos. Eso lo hace sentir momentáneamente frustrado, pero también muy motivado. En realidad, aunque su reacción lo tome por sorpresa, agradece que sea de ese modo, de lo contrario es probable que se sintiera decepcionado. Su tenacidad, la forma en la que se aferra a sus creencias, completamente adherida a su forma de pensar, es lo que hace de ella la mujer interesante que despierta cada vez más la curiosidad en el vampiro. En ese instante él ha decidido que ella será su mayor reto.
La taza cae y se hace añicos justamente entre los pies de Kristian. Él la mira un momento, luego busca la mirada de la empleada. Nota sus ojos visiblemente más abiertos; sus rasgos reflejan vergüenza y preocupación, quizá hasta algo de miedo. Está tan asustada que es muy probable que crea que el insignificante incidente será motivo suficiente para que él se arrepienta de sus recientes propuestas y palabras. ¿Lo creerá también capaz de correrla? Es probable. La idea despierta en Kristian algo de simpatía y diversión, pero decide no hacerla evidente… al menos al inicio. Se queda muy serio y, con total inexpresión en el rostro, da un paso al frente, lo que a su vez logra que ella retroceda otro. La mira fijamente a los ojos sin cambiar el semblante inexpresivo, y de pronto, inesperadamente, flexiona su cuerpo y se acuclilla para recoger los pedazos de porcelana que yacen esparcidos en el piso. Casi puede sentir los ojos de Anne-Louise todavía más abiertos, probablemente a punto de salir de su orbita, al contemplarlo realizando una tarea que le pertenece exclusivamente a los sirvientes. Eso, él también lo sabe, pero ha decidido darle una pequeña prueba de lo que ha dicho antes: él no es como sus anteriores patrones.
Cuando termina e irgue la espalda, junta todos los pequeños trozos entre sus manos. No mide su fuerza y en ese instante uno de ellos se incrusta en la yema de uno de sus largos dedos. La piel blanca enseguida se tiñe de carmín y él queda momentáneamente hipnotizado con el precioso color, el olor a óxido.
—¿Lo ve? Esto es justamente lo que he querido evitar que le ocurriese —dice levantando la vista, mientras se lleva instantáneamente el dedo hacia su boca para succionar la sangre. Mientras lo chupa, no despega sus ojos de ella, y fantasea momentáneamente imaginando que la sangre de la mujer la que prueba.
Algo cambia de pronto, algo que seguramente Anne-Louise no es capaz de identificar ni explicar. Son los ojos de Kristian. Hay algo distinto en ellos, en su forma de mirar. Es como si… como si de pronto se hubieran encendido. Incluso parecen haber cambiado de color. De pronto el hombre parece capaz de erizar el vello de cualquiera. Quizá… quizá ella deba retroceder un paso más.
—Esta es mi casa, Anne-Louise —dice con una voz firme y autoritaria, aunque sin llegar a ser pedante—, por lo tanto creo tener la autoridad necesaria para decidir lo que se hace o se deja de hacer en ella, y ya he tomado una decisión. Será usted el ama de llaves, de manera permanente e indefinida, y me temo que tal cosa no está a discusión. Necesita el trabajo, ¿no es así? Entonces acéptelo. No hay pero que valga. Si la he elegido a usted es porque creo que tiene la capacidad necesaria para cumplir debidamente con él, y créame, yo jamás me equivoco. Sinceramente, no entiendo por qué duda tanto de ello. Creía que estaría feliz, pero parece tan… —hace una pausa esperando encontrar la palabra correcta— contrariada. Puede que usted no confíe en usted misma, ni en mí, pero yo confío en usted. Quizá deberemos trabajar un poco en el tema de la confianza…
Anne-Louise es mucho más difícil de lo que pensaba, sumamente obstinada. No acepta sus peticiones con facilidad, incluso si éstas son hechas bajo el disfraz de órdenes. Tampoco parecen surtir efecto los halagos. Eso lo hace sentir momentáneamente frustrado, pero también muy motivado. En realidad, aunque su reacción lo tome por sorpresa, agradece que sea de ese modo, de lo contrario es probable que se sintiera decepcionado. Su tenacidad, la forma en la que se aferra a sus creencias, completamente adherida a su forma de pensar, es lo que hace de ella la mujer interesante que despierta cada vez más la curiosidad en el vampiro. En ese instante él ha decidido que ella será su mayor reto.
La taza cae y se hace añicos justamente entre los pies de Kristian. Él la mira un momento, luego busca la mirada de la empleada. Nota sus ojos visiblemente más abiertos; sus rasgos reflejan vergüenza y preocupación, quizá hasta algo de miedo. Está tan asustada que es muy probable que crea que el insignificante incidente será motivo suficiente para que él se arrepienta de sus recientes propuestas y palabras. ¿Lo creerá también capaz de correrla? Es probable. La idea despierta en Kristian algo de simpatía y diversión, pero decide no hacerla evidente… al menos al inicio. Se queda muy serio y, con total inexpresión en el rostro, da un paso al frente, lo que a su vez logra que ella retroceda otro. La mira fijamente a los ojos sin cambiar el semblante inexpresivo, y de pronto, inesperadamente, flexiona su cuerpo y se acuclilla para recoger los pedazos de porcelana que yacen esparcidos en el piso. Casi puede sentir los ojos de Anne-Louise todavía más abiertos, probablemente a punto de salir de su orbita, al contemplarlo realizando una tarea que le pertenece exclusivamente a los sirvientes. Eso, él también lo sabe, pero ha decidido darle una pequeña prueba de lo que ha dicho antes: él no es como sus anteriores patrones.
Cuando termina e irgue la espalda, junta todos los pequeños trozos entre sus manos. No mide su fuerza y en ese instante uno de ellos se incrusta en la yema de uno de sus largos dedos. La piel blanca enseguida se tiñe de carmín y él queda momentáneamente hipnotizado con el precioso color, el olor a óxido.
—¿Lo ve? Esto es justamente lo que he querido evitar que le ocurriese —dice levantando la vista, mientras se lleva instantáneamente el dedo hacia su boca para succionar la sangre. Mientras lo chupa, no despega sus ojos de ella, y fantasea momentáneamente imaginando que la sangre de la mujer la que prueba.
Algo cambia de pronto, algo que seguramente Anne-Louise no es capaz de identificar ni explicar. Son los ojos de Kristian. Hay algo distinto en ellos, en su forma de mirar. Es como si… como si de pronto se hubieran encendido. Incluso parecen haber cambiado de color. De pronto el hombre parece capaz de erizar el vello de cualquiera. Quizá… quizá ella deba retroceder un paso más.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Anne-Louise se está convirtiendo en una mujer de lentas reacciones y pocas palabras. Anne-Louise puede convertirse en una empleada ineficiente si continúa con la misma actitud. Y eso puede costarle el trabajo y la vida.
Cuando Kristian Vekel se agacha a recoger lo que a ella ha dejado caer, abre los ojos aún más abatida por el miedo que siente. Eso es algo que ella debe hacer, una tarea doméstica que nunca debe estar en manos de quien paga a otros para que lo hagan. Es imposible que sea él quien lo esté haciendo. La empleada simplemente no lo puede creer. Jamás antes vio a nadie de la posición social de su empleador tocar el suelo con algo distinto a sus pies a menos que fueran niños jugando sobre una muy limpia alfombra o aquellos adultos que producto de algún accidente o el alcohol terminan en posición horizontal. Ella debería intervenir pero tiene temor de que le grite o le recuerde lo inútil que es, él no puede arriesgarse a que sus manos talentosas se ensucien o que pueda ocurrir algo como justo lo que ocurre.
Apenas ve salir la sangre, la mujer se acerca sin pensar en nada más. Una cosa es permitir que él realice una tarea del hogar y otra muy distinta es no auxiliarlo en algo como eso. Se detiene a pasos del hombre cuando lo mira llevarse el dedo a la boca, aquel gesto le recuerda a lo que hacía cuando alguna de sus hijas sufría una situación similar. Sin embargo, en las manos y en los labios de Kristian no parece un movimiento maternal, sino algo totalmente distinto. La propia sangre de la empleada llamea dentro de sus venas y sin notarlo, sus mejillas se tornan del color del arrebol. Los pensamientos que cruzan su cabeza son tan prohibidos como ridículos, un hombre como él jamás se fijaría en ella: y ella jamás debe fijarse en un hombre como él. Cometer un error una vez es perdonable, cometerlo dos veces es una soberana estupidez. Un paso los separa, es una distancia mínima pero que puede cambiar muchas cosas. Está pensando demás, llenando su cabeza de ideas efímeras pero intensas. —Monsieur Vekel… —Anne susurra el nombre y olvida lo que antes se ha dicho, se acerca y toma la mano dañada entre las suyas justo cuando él la saca de su boca.
Se sienten heladas pero es comprensible, dentro del hogar nunca están las chimeneas prendidas a menos que sea de día y el sol hace mucho que se ha ido. —Déjeme curarlo, parece una herida menor pero luego terminará molestándole aún más… —sólo hasta ahora es que se enfoca en sus ojos, sólo ahora nota la iridiscencia que parece emanar de ellos. Todo el arcoíris se ha reunido ahí como si fueran capaces de guardar el sol para aquellos momentos en que la oscuridad se cierne sobre ambos. —Tengo que agradecerle de algún modo lo que ha hecho y hará por mí… no quiero que vuelva a pensar que no confío en usted, porque sí lo hago y también agradezco de todo corazón la confianza que usted ha puesto en mí para una labor tan importante como manejar su casa. —Sabiendo que no corresponde, continúa con la mano de su patrón entre las suyas. Es increíble lo suave que se sienten pese a ser tan fuertes. Es una suavidad distinta a la que poseen las mujeres de alta sociedad. Es la unión suave y agradable de la seda y la madera, ambos tan distintos que no parecen combinar, como el canto melifluo de un pájaro en medio de la ciudad en un día ajetreado.
Ahora siente temor, pero es un temor distinto. No teme que pueda despedirla, teme que pueda hacerle daño de tantas formas que ni todos los años, toda la paciencia o todo lo bueno de su vida pueda repararla o distanciarla de un desenlace desafortunado.
Cuando Kristian Vekel se agacha a recoger lo que a ella ha dejado caer, abre los ojos aún más abatida por el miedo que siente. Eso es algo que ella debe hacer, una tarea doméstica que nunca debe estar en manos de quien paga a otros para que lo hagan. Es imposible que sea él quien lo esté haciendo. La empleada simplemente no lo puede creer. Jamás antes vio a nadie de la posición social de su empleador tocar el suelo con algo distinto a sus pies a menos que fueran niños jugando sobre una muy limpia alfombra o aquellos adultos que producto de algún accidente o el alcohol terminan en posición horizontal. Ella debería intervenir pero tiene temor de que le grite o le recuerde lo inútil que es, él no puede arriesgarse a que sus manos talentosas se ensucien o que pueda ocurrir algo como justo lo que ocurre.
Apenas ve salir la sangre, la mujer se acerca sin pensar en nada más. Una cosa es permitir que él realice una tarea del hogar y otra muy distinta es no auxiliarlo en algo como eso. Se detiene a pasos del hombre cuando lo mira llevarse el dedo a la boca, aquel gesto le recuerda a lo que hacía cuando alguna de sus hijas sufría una situación similar. Sin embargo, en las manos y en los labios de Kristian no parece un movimiento maternal, sino algo totalmente distinto. La propia sangre de la empleada llamea dentro de sus venas y sin notarlo, sus mejillas se tornan del color del arrebol. Los pensamientos que cruzan su cabeza son tan prohibidos como ridículos, un hombre como él jamás se fijaría en ella: y ella jamás debe fijarse en un hombre como él. Cometer un error una vez es perdonable, cometerlo dos veces es una soberana estupidez. Un paso los separa, es una distancia mínima pero que puede cambiar muchas cosas. Está pensando demás, llenando su cabeza de ideas efímeras pero intensas. —Monsieur Vekel… —Anne susurra el nombre y olvida lo que antes se ha dicho, se acerca y toma la mano dañada entre las suyas justo cuando él la saca de su boca.
Se sienten heladas pero es comprensible, dentro del hogar nunca están las chimeneas prendidas a menos que sea de día y el sol hace mucho que se ha ido. —Déjeme curarlo, parece una herida menor pero luego terminará molestándole aún más… —sólo hasta ahora es que se enfoca en sus ojos, sólo ahora nota la iridiscencia que parece emanar de ellos. Todo el arcoíris se ha reunido ahí como si fueran capaces de guardar el sol para aquellos momentos en que la oscuridad se cierne sobre ambos. —Tengo que agradecerle de algún modo lo que ha hecho y hará por mí… no quiero que vuelva a pensar que no confío en usted, porque sí lo hago y también agradezco de todo corazón la confianza que usted ha puesto en mí para una labor tan importante como manejar su casa. —Sabiendo que no corresponde, continúa con la mano de su patrón entre las suyas. Es increíble lo suave que se sienten pese a ser tan fuertes. Es una suavidad distinta a la que poseen las mujeres de alta sociedad. Es la unión suave y agradable de la seda y la madera, ambos tan distintos que no parecen combinar, como el canto melifluo de un pájaro en medio de la ciudad en un día ajetreado.
Ahora siente temor, pero es un temor distinto. No teme que pueda despedirla, teme que pueda hacerle daño de tantas formas que ni todos los años, toda la paciencia o todo lo bueno de su vida pueda repararla o distanciarla de un desenlace desafortunado.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Como ya es costumbre en ella, duda instantáneamente sobre lo que debe hacer o no, pero finalmente se acerca y coge su mano, que es tan fría como un témpano de hielo. Entre sus planes no estaba el contacto físico con la mujer, puesto que puede ser demasiado peligroso, demasiado revelador, pero antes de poder reaccionar, queda momentáneamente hipnotizado con la mortal. Es la tibieza de su piel, su aroma exquisito, el acompasado latir de su corazón que se acelera con cada segundo que transcurre. Boom, boom, boom, escucha con claridad y por un segundo imagina aquella sangre fluyendo por sus venas, por su cuello, por sus brazos, por sus manos que sostienen la suya. Las preguntas invaden su mente. ¿Es él quien provoca eso en ella? ¿Es el causante de que sus sentidos se desestabilicen? Extender sus brazos y rodearla con ellos, para así acortar la poca distancia que los separa, parece una idea tentadora. ¡Cuánto desea probarla! Pero no se atreve. No así. No sin que ella sepa antes lo que es, sin haberse ganado su confianza.
Rápidamente, con la misma facilidad con la que sus manos se han tocado, él deshace la unión y se aleja de Anne-Louise dándole la espalda. Permanece así un momento, a la espera de recuperar por completo su habitual autocontrol. Entonces, la mira de reojo y nota en ella la desilusión, el intenso rubor que cubre sus mejillas -dándole un aspecto todavía más encantador-, probablemente a causa del bochorno, puesto que debe estar creyendo que a él le ha disgustado que lo tocara. Es cuando Kristian se siente con el deber de darle una explicación. Esa noche han avanzado mucho en su relación, en su trato, quizá también en la tan comentada confianza, como para tirarlo todo a la basura por un mal entendido.
—Estoy bien, Anne-Louise —asegura con una voz tranquila, y quizá un tanto resignada, desde el otro extremo de la habitación, pero teme que sus palabras no sean suficientes para dejar a la mujer satisfecha luego del aparente desaire que él le ha hecho—. El daño ha sido insignificante. Además, para mi fortuna, mi cuerpo posee una sorprendente capacidad para coagular rápidamente, por lo que puede estar segura de que para el día de mañana esto se verá como un insignificante rasguño. No existe motivo alguno para preocuparse —intenta sonreír para disipar la tensión del ambiente, pero no lo consigue del todo. Vuelve a ella y se le planta enfrente. Entonces, con la punta de su dedo índice, alza su barbilla para que levante la vista del piso y lo mire a él.
—No se sienta mal. Estoy seguro de que ya podrá agradecerme de otra manera —y a su mente vienen algunas, pero de momento no es capaz de expresarlo—. Por ejemplo, podría hacerlo ahora mismo, ocupando esa habitación que he destinado especialmente para mi ama de llaves, o sea, usted. ¿Quiere que se la muestre? Ande, quite esa cara y déjeme acompañarla.
El vampiro extiende su brazo y se lo ofrece para escoltarla a la planta alta, como si se tratara de una verdadera dama de sociedad, aunque para él lo es, pese a pertenecer a la clase baja. El empleo de doméstica que le ha ofrecido no es más que un pretexto para tenerla cerca, pero eso pronto habrá de cambiar. Eso, lo tiene muy claro. Juntos suben las escaleras y pronto se encuentran frente a la puerta del que será su nuevo dormitorio. Kristian hace girar una llave color bronce sobre el cerrojo, éste cede, y en segundos el cuarto queda a la vista de ambos.
—¿Le gusta, Anne-Louise? Cualquier cosa que no sea de su agrado, puede cambiarse —Definitivamente, el dormitorio mo se parece en nada a los cuartos que suelen destinar a la servidumbre, esos que son pequeños y que no suelen contener más cosas que lo estrictamente necesario; aquella es una habitación digna de una reina.
Rápidamente, con la misma facilidad con la que sus manos se han tocado, él deshace la unión y se aleja de Anne-Louise dándole la espalda. Permanece así un momento, a la espera de recuperar por completo su habitual autocontrol. Entonces, la mira de reojo y nota en ella la desilusión, el intenso rubor que cubre sus mejillas -dándole un aspecto todavía más encantador-, probablemente a causa del bochorno, puesto que debe estar creyendo que a él le ha disgustado que lo tocara. Es cuando Kristian se siente con el deber de darle una explicación. Esa noche han avanzado mucho en su relación, en su trato, quizá también en la tan comentada confianza, como para tirarlo todo a la basura por un mal entendido.
—Estoy bien, Anne-Louise —asegura con una voz tranquila, y quizá un tanto resignada, desde el otro extremo de la habitación, pero teme que sus palabras no sean suficientes para dejar a la mujer satisfecha luego del aparente desaire que él le ha hecho—. El daño ha sido insignificante. Además, para mi fortuna, mi cuerpo posee una sorprendente capacidad para coagular rápidamente, por lo que puede estar segura de que para el día de mañana esto se verá como un insignificante rasguño. No existe motivo alguno para preocuparse —intenta sonreír para disipar la tensión del ambiente, pero no lo consigue del todo. Vuelve a ella y se le planta enfrente. Entonces, con la punta de su dedo índice, alza su barbilla para que levante la vista del piso y lo mire a él.
—No se sienta mal. Estoy seguro de que ya podrá agradecerme de otra manera —y a su mente vienen algunas, pero de momento no es capaz de expresarlo—. Por ejemplo, podría hacerlo ahora mismo, ocupando esa habitación que he destinado especialmente para mi ama de llaves, o sea, usted. ¿Quiere que se la muestre? Ande, quite esa cara y déjeme acompañarla.
El vampiro extiende su brazo y se lo ofrece para escoltarla a la planta alta, como si se tratara de una verdadera dama de sociedad, aunque para él lo es, pese a pertenecer a la clase baja. El empleo de doméstica que le ha ofrecido no es más que un pretexto para tenerla cerca, pero eso pronto habrá de cambiar. Eso, lo tiene muy claro. Juntos suben las escaleras y pronto se encuentran frente a la puerta del que será su nuevo dormitorio. Kristian hace girar una llave color bronce sobre el cerrojo, éste cede, y en segundos el cuarto queda a la vista de ambos.
—¿Le gusta, Anne-Louise? Cualquier cosa que no sea de su agrado, puede cambiarse —Definitivamente, el dormitorio mo se parece en nada a los cuartos que suelen destinar a la servidumbre, esos que son pequeños y que no suelen contener más cosas que lo estrictamente necesario; aquella es una habitación digna de una reina.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Cada vez que Anne-Louise siente que ha dado un paso hacia adelante, Kristian Vekel se encarga de empujarla hacia atrás y recordarle su posición en esta historia. Se lo recuerda con acciones y con palabras para que así no existan dudas ni tampoco dobles interpretaciones. Es ella quien ha olvidado su lugar y debería estar ahora volviendo a la cocina de no ser porque él interrumpe sus pensamientos y vuelve a hablarle. Las palabras buscaban tener un efecto conciliador pero consiguieron justamente lo contrario, la alteraron aunque lo mantenga a escondidas, sólo con su cuerpo como delator. Tantas veces tuvo miedo de fallar pero ahora lo hace una vez más, escondida en la noche se arrepiente de no haberse atrevido más en el pasado, de no haber acortado la distancia como fuera aunque eso le costara todo lo que tenía. Sin embargo, con la actitud de él comprueba que el camino seguro que siguió fue el más adecuado. Ahora le han marcado con tinta indeleble el trazo claro de la senda que debe retomar.
No queriendo cometer un nuevo error sólo asiente con su cabeza e intenta hacerle creer que todo está bien. ¡Cómo si fuera tan fácil mentir, cómo si fuera fácil mentirle a él! Anne-Louise siempre ha sido una terrible mentirosa y al parecer Kristian ya se ha dado cuenta de ello. Cuando siente la temperatura baja de su piel contra su mentón lo alza instintivamente y está perdida. Nuevamente el arcoíris se arremolina en sus ojos y esta vez lo hace con los colores oscurecidos por algo que ella desconoce.
Rápidamente le toma el brazo pese a que desea con todas sus ansias evitar más contacto físico con él. ¿Es porque desea evitar algo más o porque los recuerdos se agolpan con demasiada fuerza? Sus modales y la forma en que la trata le recuerdan muchísimo a Thomas Blackwood, al padre de sus hijas y quien también logró separarla de ellas. Es imposible no pensar que esta vez él desea lo mismo, que todos esos regalos y atenciones son sólo el medio para conseguir algo más, probablemente no su cuerpo porque perfectamente podría encontrar una mujer joven. Anne está nerviosa y también un poco incómoda, lo último que quiere es tener que seguir enganchada a su antebrazo. Pero sigue subiendo las escaleras con el nudo en el estómago apretado por la incertidumbre, esperando quizás que aquella sorpresa recién anunciada no sea algo tan terrible como lo que pasa por su cabeza. Sin embargo cuando él abre la llave es aún peor, es mucho peor.
Todo está bañado de lujo y el color del mar, todo es azul y oro. Su respiración se agita pero ahora está enfadada. ¿Es acaso una broma? ¿La ha traído para mostrarle que todo eso es lo que precisamente nunca tendrá? Y por supuesto que quiere cambiar algo, quiere cambiarle la cara de idiota que pone mientras le habla, quiere cambiar el momento en que él comience a reír y le pida que la acompañe hasta su habitación real. Tiene claro que hay cuartos de sobra en esa casa, pero eso no es motivo para que la humille de ese modo enseñándole algo que nunca podrá ser de ella.
—Deseo retirarme, señor… — Anne-Louise comienza retroceder impulsada por el deseo de desaparecer del espacio que ahora comparte con su patrón, se siente un poco enferma, asqueada quizás frente a la visión de la opulencia y el lujo. —Podemos conocer la habitación que realmente me pertenece después… este es un bello lugar y quien lo ocupe estará feliz de hacerlo pero preferiría no estar acá… —y sin esperar la respuesta simplemente se aleja hasta salir de la habitación. Pero no mucho más, se detiene en el pasillo porque necesita aire, necesita respirar, la broma quizás ha llegado demasiado lejos y en todo lo que piensa es en el océano, el sol y las flores. No son para ella, los colores no son para ella. Debería correr pero sólo apoya su espalda contra la pared más cercana y baja la cabeza para poder respirar mejor.
No queriendo cometer un nuevo error sólo asiente con su cabeza e intenta hacerle creer que todo está bien. ¡Cómo si fuera tan fácil mentir, cómo si fuera fácil mentirle a él! Anne-Louise siempre ha sido una terrible mentirosa y al parecer Kristian ya se ha dado cuenta de ello. Cuando siente la temperatura baja de su piel contra su mentón lo alza instintivamente y está perdida. Nuevamente el arcoíris se arremolina en sus ojos y esta vez lo hace con los colores oscurecidos por algo que ella desconoce.
Rápidamente le toma el brazo pese a que desea con todas sus ansias evitar más contacto físico con él. ¿Es porque desea evitar algo más o porque los recuerdos se agolpan con demasiada fuerza? Sus modales y la forma en que la trata le recuerdan muchísimo a Thomas Blackwood, al padre de sus hijas y quien también logró separarla de ellas. Es imposible no pensar que esta vez él desea lo mismo, que todos esos regalos y atenciones son sólo el medio para conseguir algo más, probablemente no su cuerpo porque perfectamente podría encontrar una mujer joven. Anne está nerviosa y también un poco incómoda, lo último que quiere es tener que seguir enganchada a su antebrazo. Pero sigue subiendo las escaleras con el nudo en el estómago apretado por la incertidumbre, esperando quizás que aquella sorpresa recién anunciada no sea algo tan terrible como lo que pasa por su cabeza. Sin embargo cuando él abre la llave es aún peor, es mucho peor.
Todo está bañado de lujo y el color del mar, todo es azul y oro. Su respiración se agita pero ahora está enfadada. ¿Es acaso una broma? ¿La ha traído para mostrarle que todo eso es lo que precisamente nunca tendrá? Y por supuesto que quiere cambiar algo, quiere cambiarle la cara de idiota que pone mientras le habla, quiere cambiar el momento en que él comience a reír y le pida que la acompañe hasta su habitación real. Tiene claro que hay cuartos de sobra en esa casa, pero eso no es motivo para que la humille de ese modo enseñándole algo que nunca podrá ser de ella.
—Deseo retirarme, señor… — Anne-Louise comienza retroceder impulsada por el deseo de desaparecer del espacio que ahora comparte con su patrón, se siente un poco enferma, asqueada quizás frente a la visión de la opulencia y el lujo. —Podemos conocer la habitación que realmente me pertenece después… este es un bello lugar y quien lo ocupe estará feliz de hacerlo pero preferiría no estar acá… —y sin esperar la respuesta simplemente se aleja hasta salir de la habitación. Pero no mucho más, se detiene en el pasillo porque necesita aire, necesita respirar, la broma quizás ha llegado demasiado lejos y en todo lo que piensa es en el océano, el sol y las flores. No son para ella, los colores no son para ella. Debería correr pero sólo apoya su espalda contra la pared más cercana y baja la cabeza para poder respirar mejor.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
El vampiro está a punto de confirmarle que no se trata de ninguna broma, que en efecto, esa habitación ha sido destinada para ella y para nadie más, pero la mujer no se lo permite. Se aleja de él sin darle la oportunidad y en segundos se encuentra junto a la pared, sosteniéndose de ella, como si algo acabara de moverle el piso o estuviera a punto de desfallecer. Kristian se acerca y la observa con detenimiento.
—¿Se siente bien Anne-Louise? —pregunta colocándole una mano sobre el hombro, quizá temiendo que en cualquier momento se desvanezca—. Dios, se ha puesto pálida, blanca como un papel —«transparente como un vampiro», añade en su mente mientras la examina a más profundidad. En efecto, el color se le ha ido del rostro y luce débil, casi enferma.
Al vampiro le parece algo exagerada la reacción que ésta ha tenido respecto a la recámara y se pregunta si será algo más. Quizá no se ha alimentado lo suficientemente bien los últimos días, o quizá se ha esmerado tanto en cumplir con su trabajo de doméstica que no ha medido las consecuencias. En verdad le parece que luce exhausta, tanto que casi siente el deseo de alzar su mano para tocar su frente y comprobar si su temperatura no se ha elevado. No obstante, gracias a sus habilidades de vampiro, también percibe algo más. Está molesta. Pero, ¿por qué? ¿Qué le ha ofendido tanto? No ha hecho más que mimarla. Ni en un millón de años una empleada sería tratada como él ha decidido hacer con ella. ¿Quién en su sano juicio le ofrecería tanto conociéndola tan poco, siendo ella una total y completa extraña? Kristian reflexiona al respecto. Quizá precisamente eso es lo que le ha hecho sentir ofendida. Obviamente no está acostumbrada a todo aquello y, después de todo, resulta bastante normal que se sienta abrumada con tanto lujo, incómoda recibiéndolo de manos de un perfecto desconocido. Quizá es momento de ir un poco más lento.
—Venga, tiene que descansar un momento —entonces, sin previo aviso, la alza entre sus brazos y la lleva hasta la habitación que tanto impacto ha causado en Anne-Louise. La deposita cuidadosamente sobre la cama perfectamente tendida y él se sienta en la orilla de ésta, a una distancia considerable porque no desea alterarla –ni alterarse- aún más.
—Le ruego que me disculpe si la he ofendido en algún momento, esa no era mi intención —pronuncia ya sin mirarla, pues ha se ha sentado de lado y lo ha hecho a propósito—. Solo deseaba compartir con usted un poco de lo mucho que tengo. Como se habrá dado cuenta, esta casa es demasiado grande y nosotros demasiado pocos. Florence pasa tanto tiempo fuera que a veces siento que estoy solo, completamente solo. ¿Alguna vez ha experimentado esa sensación? —gira su rostro para verla un momento y luego vuelve a desviar la mirada—. No es nada agradable, se lo aseguro. Hay días en los que la soledad carcome…
Hay una larga pausa. Por alguna razón, la voz de Kristian Vekel se ha vuelto melancólica, casi triste, y la mirada de sus ojos, distante. Da la sensación de que su mente ha viajado muy lejos, a un lugar oscuro, sumamente desconocido para ella. No es más que la añoranza propia de un vampiro que ha vivido ya demasiados años. Sin embargo, está mostrándole una parte de él que casi nadie conoce y lo está haciendo inconscientemente, sin haberlo planeado.
—Créame cuando le digo que su llegada a esta casa es una bendición. Aunque no lo crea, su compañía me reconforta.
—¿Se siente bien Anne-Louise? —pregunta colocándole una mano sobre el hombro, quizá temiendo que en cualquier momento se desvanezca—. Dios, se ha puesto pálida, blanca como un papel —«transparente como un vampiro», añade en su mente mientras la examina a más profundidad. En efecto, el color se le ha ido del rostro y luce débil, casi enferma.
Al vampiro le parece algo exagerada la reacción que ésta ha tenido respecto a la recámara y se pregunta si será algo más. Quizá no se ha alimentado lo suficientemente bien los últimos días, o quizá se ha esmerado tanto en cumplir con su trabajo de doméstica que no ha medido las consecuencias. En verdad le parece que luce exhausta, tanto que casi siente el deseo de alzar su mano para tocar su frente y comprobar si su temperatura no se ha elevado. No obstante, gracias a sus habilidades de vampiro, también percibe algo más. Está molesta. Pero, ¿por qué? ¿Qué le ha ofendido tanto? No ha hecho más que mimarla. Ni en un millón de años una empleada sería tratada como él ha decidido hacer con ella. ¿Quién en su sano juicio le ofrecería tanto conociéndola tan poco, siendo ella una total y completa extraña? Kristian reflexiona al respecto. Quizá precisamente eso es lo que le ha hecho sentir ofendida. Obviamente no está acostumbrada a todo aquello y, después de todo, resulta bastante normal que se sienta abrumada con tanto lujo, incómoda recibiéndolo de manos de un perfecto desconocido. Quizá es momento de ir un poco más lento.
—Venga, tiene que descansar un momento —entonces, sin previo aviso, la alza entre sus brazos y la lleva hasta la habitación que tanto impacto ha causado en Anne-Louise. La deposita cuidadosamente sobre la cama perfectamente tendida y él se sienta en la orilla de ésta, a una distancia considerable porque no desea alterarla –ni alterarse- aún más.
—Le ruego que me disculpe si la he ofendido en algún momento, esa no era mi intención —pronuncia ya sin mirarla, pues ha se ha sentado de lado y lo ha hecho a propósito—. Solo deseaba compartir con usted un poco de lo mucho que tengo. Como se habrá dado cuenta, esta casa es demasiado grande y nosotros demasiado pocos. Florence pasa tanto tiempo fuera que a veces siento que estoy solo, completamente solo. ¿Alguna vez ha experimentado esa sensación? —gira su rostro para verla un momento y luego vuelve a desviar la mirada—. No es nada agradable, se lo aseguro. Hay días en los que la soledad carcome…
Hay una larga pausa. Por alguna razón, la voz de Kristian Vekel se ha vuelto melancólica, casi triste, y la mirada de sus ojos, distante. Da la sensación de que su mente ha viajado muy lejos, a un lugar oscuro, sumamente desconocido para ella. No es más que la añoranza propia de un vampiro que ha vivido ya demasiados años. Sin embargo, está mostrándole una parte de él que casi nadie conoce y lo está haciendo inconscientemente, sin haberlo planeado.
—Créame cuando le digo que su llegada a esta casa es una bendición. Aunque no lo crea, su compañía me reconforta.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
—¿Y usted no…? —quería reclamarle por no permitirle tomar sus propias decisiones pero se detuvo porque no quería interrumpirlo, no quería dejar de escuchar su voz ni tampoco perderse algún detalle de esa confesión que le partió el corazón y que le pedía ir hasta su lado y consolarlo aunque él no fuera un niño. Sin embargo, sus últimas palabras la sorprenden. ¿Cuántas más cosas escondidas tendrá él? Anne-Louise baja la mirada porque necesita pensar un momento. En la voz de Kristian no se escuchan aquellas segundas intenciones de las que tanto temía, incluso parece un poco afligido por lo que acaba de decir, como si aquella confesión hubiese sido dicha más para sí mismo que para ella. Le cuesta creerle porque ya no es la misma niña que antes dijo que sí a todas las promesas de alguien que no dudó en despreciarla cuando más lo necesitaba.
Anne-Louise aún se veía pálida mientras se acomodaba sobre la cama y continuaba mirando su perfil. Le podría haber pedido que se girara para hablarle mirándolo a los ojos pero de este modo se sentía menos intimidada por su presencia. Kristian siempre la hacía sentir nerviosa aunque a veces sólo lo asociaba a la posición que ambos poseían en esa casa. —Le ruego que me disculpe… —la mujer intentó sonreír pero su rostro mostraba algo muy distinto. —Entiendo perfectamente lo que usted dice, me he sentido de ese modo desde que mis hijas se fueron de mi lado… la soledad es un veneno que mata más que cualquiera…—dijo bajando la voz al final de la oración. Anne tenía los ojos entrecerrados y la boca seca, seguía sintiéndose fuera de lugar en esa habitación pero entendía sus motivos, entendía también sus justificaciones y las comprendía. Le gustaría ser un poco menos dura o no juzgarlo siempre en base a sus experiencias previas. Le gustaría poder decirle todo esto y no callarlo como lo está haciendo.
Se inclinó entonces y tomó su mano, el escalofrío que recorrió su cuerpo no tenía nada que ver con la temperatura de su piel. Se sentía mucho más frío que ella, algo normal debido a la hora y al clima. Sin embargo esto le hizo recordar que las chimeneas necesitaban ser revisadas. — Agradezco sus palabras… llegar a este hogar ha sido un oasis en el desierto cada vez más árido en el que se ha convertido mi vida. —Sin soltarlo continuó hablando, quería confortarlo pero en realidad ella era quien buscaba valentía para continuar. —Este trabajo aquí me ha dado la fuerza para continuar adelante… pensé que a mi edad ya nadie necesitaría de mis servicios pero usted… usted… —sonrió y bajó la mirada a su mano que seguía sobre la de su patrón —usted y perdone la indiscreción, usted no sólo me ha dado un techo, comida y un trabajo digno, usted me ha hecho sentir nuevamente como… una persona. —
Volvió a levantar el rostro y se alejó, habría salido corriendo pero ya lo había hecho antes y él la había tomado entre sus brazos para traerla de vuelta. Una parte de ella quería revivir aquellos escasos segundos en que se sintió protegida aunque un poco incómoda. Kristian Vekel le colorea las mejillas sin saberlo, la hace sonreír y al mismo tiempo la llena de miedos. No se trata de sentimientos que ella sabe están encerrados, todas sus dudas se deben a la amabilidad que aún no se siente capaz de merecer. Ella es sólo una empleada que él apenas conoce. —Una vez mi madre me dijo que la mejor forma de retribuir la amabilidad es con más amabilidad… por lo que espero que me permita ofrecerle mi trabajo pero también mi amistad sincera y desinteresada… estaré aquí para cuando usted necesite compañía y si desea hablar mis oídos estarán también para usted. —Suspiró e intentó ignorar el color rojizo que aún mantenía la piel de su rostro, —no puedo compararme con aquellas damas educadas con las que usted suele rodearse, pero haré mi mejor esfuerzo para estar a su altura… —
Anne-Louise aún se veía pálida mientras se acomodaba sobre la cama y continuaba mirando su perfil. Le podría haber pedido que se girara para hablarle mirándolo a los ojos pero de este modo se sentía menos intimidada por su presencia. Kristian siempre la hacía sentir nerviosa aunque a veces sólo lo asociaba a la posición que ambos poseían en esa casa. —Le ruego que me disculpe… —la mujer intentó sonreír pero su rostro mostraba algo muy distinto. —Entiendo perfectamente lo que usted dice, me he sentido de ese modo desde que mis hijas se fueron de mi lado… la soledad es un veneno que mata más que cualquiera…—dijo bajando la voz al final de la oración. Anne tenía los ojos entrecerrados y la boca seca, seguía sintiéndose fuera de lugar en esa habitación pero entendía sus motivos, entendía también sus justificaciones y las comprendía. Le gustaría ser un poco menos dura o no juzgarlo siempre en base a sus experiencias previas. Le gustaría poder decirle todo esto y no callarlo como lo está haciendo.
Se inclinó entonces y tomó su mano, el escalofrío que recorrió su cuerpo no tenía nada que ver con la temperatura de su piel. Se sentía mucho más frío que ella, algo normal debido a la hora y al clima. Sin embargo esto le hizo recordar que las chimeneas necesitaban ser revisadas. — Agradezco sus palabras… llegar a este hogar ha sido un oasis en el desierto cada vez más árido en el que se ha convertido mi vida. —Sin soltarlo continuó hablando, quería confortarlo pero en realidad ella era quien buscaba valentía para continuar. —Este trabajo aquí me ha dado la fuerza para continuar adelante… pensé que a mi edad ya nadie necesitaría de mis servicios pero usted… usted… —sonrió y bajó la mirada a su mano que seguía sobre la de su patrón —usted y perdone la indiscreción, usted no sólo me ha dado un techo, comida y un trabajo digno, usted me ha hecho sentir nuevamente como… una persona. —
Volvió a levantar el rostro y se alejó, habría salido corriendo pero ya lo había hecho antes y él la había tomado entre sus brazos para traerla de vuelta. Una parte de ella quería revivir aquellos escasos segundos en que se sintió protegida aunque un poco incómoda. Kristian Vekel le colorea las mejillas sin saberlo, la hace sonreír y al mismo tiempo la llena de miedos. No se trata de sentimientos que ella sabe están encerrados, todas sus dudas se deben a la amabilidad que aún no se siente capaz de merecer. Ella es sólo una empleada que él apenas conoce. —Una vez mi madre me dijo que la mejor forma de retribuir la amabilidad es con más amabilidad… por lo que espero que me permita ofrecerle mi trabajo pero también mi amistad sincera y desinteresada… estaré aquí para cuando usted necesite compañía y si desea hablar mis oídos estarán también para usted. —Suspiró e intentó ignorar el color rojizo que aún mantenía la piel de su rostro, —no puedo compararme con aquellas damas educadas con las que usted suele rodearse, pero haré mi mejor esfuerzo para estar a su altura… —
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Ella cierra su mano alrededor de la del vampiro y él, con un movimiento rápido, alza la vista para mirarla. Espera ver el gesto de horror en su rostro en cualquier momento, después de todo, ¿qué otra cosa podría provocar en ella sentir esa piel tan malditamente fría? Pero éste nunca aparece, por el contrario, se mantiene serena, como si aquel tacto glacial no resultara inconcebible en un ser humano. Kristian no puede evitar ponerse incómodo, tensarse con su cercanía, pero solo porque le parece inconveniente que ella descubra que lo que yace a su lado no es un simple mortal, sino una criatura bebedora de sangre que el mundo considera monstruosa, indeseable. De enterarse, ¿qué le impedía a Anne-Louise verlo del mismo modo? Nada, absolutamente nada. Seguramente le temería, querría salir corriendo y alejarse cuanto antes de él; quizá hasta se reprocharía el haberle dedicado aquellas palabras, haberse atrevido a tocar a esa… bestia. No, no es el momento, y él lo sabe. En algún momento Anne-Louise conocerá toda la verdad, pero no ahora. Por ahora prefiere disfrutar de su compañía, ganarse su confianza, dejar que le conozca y conocerla y quizá, con un poco de suerte, llegado el momento justo, él pueda revelarse y ella llegue a entenderlo.
—Entonces beba, Anne-Louise —pronuncia intentando retomar la conversación, haciendo mención a la metáfora que ella ha utilizado, en la que se ha referido a ella misma como una sedienta—, hágalo sin consideración alguna, que para mí será siempre un placer tener la posibilidad de calmar su sed. Toda esta… agua —desvía la mirada un momento para que ella sepa que se refiere a la habitación que ha destinado para ella—, está a su entera disposición. Es suya, si quiere tomarla, cuando quiera tomarla, no cuando yo decida que debe hacerlo. Aunque yo sea su patrón y usted mi empleada, jamás voy a obligarla a nada.
Lentamente y sin ser plenamente consciente de ello, el vampiro se acerca a la mujer. Es como si ella tuviera un imán que lo atrae casi sin poder evitarlo. Quizá sean sus ojos, el brillo que despiden, o quizá sea su aroma embriagador que lo embelesa casi al punto de la fascinación. Maldita sea, tiene ganas de besarla. No hay nada que desee más en esos momentos que probar sus labios; saborear su saliva; sentir el suave roce de su lengua contra la suya. Muy despacio, se inclina hacia delante. Está muy cerca y ella no se ha apartado para poner de nuevo una pertinente distancia entre ellos. ¿Significa eso que Anne-Louise desea tanto como él ese beso? No obstante, Kristian reflexiona al momento y toma una decisión.
—Buenas noches, Anne-Louise —susurra con un tono sombrío a modo de despedida, mientras se pone en pie para alejarse cuanto antes de ella.
Desde luego, en el fondo anhela dejarse consumir por su deseo, pero en silencio se repite a sí mismo un «es mejor así» y le da la espalda mientras avanza hacia la puerta, pues esa noche no se siente muy seguro, no se encuentra en condiciones de resistir la tentación. Antes de salir de la habitación, se detiene bajo el umbral de la puerta. Inmóvil y en silencio, parece volver a reflexionar sobre algo.
—Una última cosa: usted no tiene nada que envidiarles a las mujeres de las que habló, las damas de sociedad —dice sin darse la vuelta, solo mueve la cabeza lo suficiente para mirarla de reojo—. Son solamente un puñado de criaturas superficiales, frías y vanidosas, que jamás han logrado despertar en mí ninguna emoción. Siéntase afortunada de no pertenecer a su círculo, de no ser una de ellas.
Y con esas palabras –que al mismo tiempo son una sutil confesión- el misterioso Kristian Vekel se aleja sin dar una explicación. Ella debe estar tan confundida, probablemente perpleja por lo que ha estado a punto de ocurrir.
—Entonces beba, Anne-Louise —pronuncia intentando retomar la conversación, haciendo mención a la metáfora que ella ha utilizado, en la que se ha referido a ella misma como una sedienta—, hágalo sin consideración alguna, que para mí será siempre un placer tener la posibilidad de calmar su sed. Toda esta… agua —desvía la mirada un momento para que ella sepa que se refiere a la habitación que ha destinado para ella—, está a su entera disposición. Es suya, si quiere tomarla, cuando quiera tomarla, no cuando yo decida que debe hacerlo. Aunque yo sea su patrón y usted mi empleada, jamás voy a obligarla a nada.
Lentamente y sin ser plenamente consciente de ello, el vampiro se acerca a la mujer. Es como si ella tuviera un imán que lo atrae casi sin poder evitarlo. Quizá sean sus ojos, el brillo que despiden, o quizá sea su aroma embriagador que lo embelesa casi al punto de la fascinación. Maldita sea, tiene ganas de besarla. No hay nada que desee más en esos momentos que probar sus labios; saborear su saliva; sentir el suave roce de su lengua contra la suya. Muy despacio, se inclina hacia delante. Está muy cerca y ella no se ha apartado para poner de nuevo una pertinente distancia entre ellos. ¿Significa eso que Anne-Louise desea tanto como él ese beso? No obstante, Kristian reflexiona al momento y toma una decisión.
—Buenas noches, Anne-Louise —susurra con un tono sombrío a modo de despedida, mientras se pone en pie para alejarse cuanto antes de ella.
Desde luego, en el fondo anhela dejarse consumir por su deseo, pero en silencio se repite a sí mismo un «es mejor así» y le da la espalda mientras avanza hacia la puerta, pues esa noche no se siente muy seguro, no se encuentra en condiciones de resistir la tentación. Antes de salir de la habitación, se detiene bajo el umbral de la puerta. Inmóvil y en silencio, parece volver a reflexionar sobre algo.
—Una última cosa: usted no tiene nada que envidiarles a las mujeres de las que habló, las damas de sociedad —dice sin darse la vuelta, solo mueve la cabeza lo suficiente para mirarla de reojo—. Son solamente un puñado de criaturas superficiales, frías y vanidosas, que jamás han logrado despertar en mí ninguna emoción. Siéntase afortunada de no pertenecer a su círculo, de no ser una de ellas.
Y con esas palabras –que al mismo tiempo son una sutil confesión- el misterioso Kristian Vekel se aleja sin dar una explicación. Ella debe estar tan confundida, probablemente perpleja por lo que ha estado a punto de ocurrir.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Cuando decimos “adiós” una parte de nosotros también se va, escondido en las lágrimas que producen las despedidas o quizás encerrados en los pensamientos de aquellos a quienes extrañaremos y que también nos extrañaran. Anne-Louise cuenta con los dedos de sus manos las despedidas que le han roto el corazón. Tres. Una al dejar Francia para ir a trabajar a Inglaterra, otra en el momento en que sus hijas partieron en busca de un mejor futuro y ahora una más, la imagen de Kristian dándole la espalda le oprime el pecho de un modo que la hace creer que tendrá un ataque al corazón. ¿Qué es eso que siente? ¿Por qué la angustia se acrecienta con el sonido de sus pasos alejándose? Tiene miedo de no volver a verlo, siente un temor repentino a que esa despedida fuera definitiva. ¿Es por eso que le dijo que ella no era como las demás? Tal vez en la mañana encuentre un mensaje en la mesa junto a su nueva cama, un mensaje con una recomendación para un próximo trabajo y el deseo de una buena vida para ella. Pero nunca podría tenerla, nunca podría volver a sonreír si está lejos.
Es así como se levanta, enfundada en una confianza que también va teñida de locura y comienza a caminar. Lo hace con pasos rápidos que la llevan a marearse un poco, el cuerpo completo le tiembla mientras sigue buscándolo. Comienza a correr sabiendo que su rodilla se resentirá y que despertará con una gran dosis de dolor pero lo necesita. Esa conversación no puede quedar así porque se niega a aceptar que no volverá a verlo. Ya lo da por hecho, de otro modo nunca le habría dicho lo que acaba de decirle. Porque Anne-Louise puede ser pobre y poco instruida pero nunca ha sido lenta de mente. Y eso es algo de lo que se ha enorgullecido siempre. —¡Monsieur Vekel! ¡Monsieur Vekel!— grita desesperadamente hasta que divisa una cabellera rubia que le frunce el ceño. Y ahora que lo tiene al frente está nuevamente congelada, las hebras de cabello que se han salido del moño que siempre lleva le caen por sobre los ojos y no le permiten que lo vea bien. Cuando se acerca la mayoría de sus preguntas encuentran respuesta, aún así hay muchas que siguen inconclusas.
—¿Pensaba irse así nada más sin permitir que yo pueda también responder? —Su pecho subía y bajaba al compás de un corazón que parecía haber corrido una carrera más rápida que la que en verdad dieron sus pies. —Me siento muy afortunada si es verdad lo que usted acaba de decir… digo, no dudo de usted ni de su palabra, es sólo que… —al detenerse para tomar un poco de aire sus mejillas adoptaron el color intenso que hasta ahora sólo tenían sus labios. —Usted no debe creer que soy una mujer desinteresada, no puede creerlo porque aunque pueda malinterpretar mis palabras no lo soy… no soy desinteresada porque, porque, porque de mi parte hay interés en usted… un interés que no tiene que ver con la habitación que aceptaré sólo porque puso esfuerzo en prepararla para mí, tampoco tiene que ver con que usted me dé un trabajo que tanto aprecio… no, mi interés por usted es algo que ha surgido con poner mis ojos en sus ojos y con escuchar sus palabras esta noche. — Bajó la mirada, igual de sonrojada que antes, tan confundida como avergonzada por decir algo que jamás se atrevería a pronunciar de no ser por aquel terror a que él pueda irse.
—No me gustan las despedidas, si dije lo que acabo de decir es porque he sentido que usted me ha dicho adiós de algún modo y quería también poder decirlo… —soltó un bostezo y realizó una reverencia lenta. —Mañana recogeré mis cosas si así lo desea, buenas noches Monsieur Vekel. —Y si no se movió es porque quería la respuesta, quería escuchar a ese hombre perfecto diciendo su nombre y también algo parecido a un “quédese”.
Es así como se levanta, enfundada en una confianza que también va teñida de locura y comienza a caminar. Lo hace con pasos rápidos que la llevan a marearse un poco, el cuerpo completo le tiembla mientras sigue buscándolo. Comienza a correr sabiendo que su rodilla se resentirá y que despertará con una gran dosis de dolor pero lo necesita. Esa conversación no puede quedar así porque se niega a aceptar que no volverá a verlo. Ya lo da por hecho, de otro modo nunca le habría dicho lo que acaba de decirle. Porque Anne-Louise puede ser pobre y poco instruida pero nunca ha sido lenta de mente. Y eso es algo de lo que se ha enorgullecido siempre. —¡Monsieur Vekel! ¡Monsieur Vekel!— grita desesperadamente hasta que divisa una cabellera rubia que le frunce el ceño. Y ahora que lo tiene al frente está nuevamente congelada, las hebras de cabello que se han salido del moño que siempre lleva le caen por sobre los ojos y no le permiten que lo vea bien. Cuando se acerca la mayoría de sus preguntas encuentran respuesta, aún así hay muchas que siguen inconclusas.
—¿Pensaba irse así nada más sin permitir que yo pueda también responder? —Su pecho subía y bajaba al compás de un corazón que parecía haber corrido una carrera más rápida que la que en verdad dieron sus pies. —Me siento muy afortunada si es verdad lo que usted acaba de decir… digo, no dudo de usted ni de su palabra, es sólo que… —al detenerse para tomar un poco de aire sus mejillas adoptaron el color intenso que hasta ahora sólo tenían sus labios. —Usted no debe creer que soy una mujer desinteresada, no puede creerlo porque aunque pueda malinterpretar mis palabras no lo soy… no soy desinteresada porque, porque, porque de mi parte hay interés en usted… un interés que no tiene que ver con la habitación que aceptaré sólo porque puso esfuerzo en prepararla para mí, tampoco tiene que ver con que usted me dé un trabajo que tanto aprecio… no, mi interés por usted es algo que ha surgido con poner mis ojos en sus ojos y con escuchar sus palabras esta noche. — Bajó la mirada, igual de sonrojada que antes, tan confundida como avergonzada por decir algo que jamás se atrevería a pronunciar de no ser por aquel terror a que él pueda irse.
—No me gustan las despedidas, si dije lo que acabo de decir es porque he sentido que usted me ha dicho adiós de algún modo y quería también poder decirlo… —soltó un bostezo y realizó una reverencia lenta. —Mañana recogeré mis cosas si así lo desea, buenas noches Monsieur Vekel. —Y si no se movió es porque quería la respuesta, quería escuchar a ese hombre perfecto diciendo su nombre y también algo parecido a un “quédese”.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Cuando Kristian avanza por el pasillo, aún se siente algo confundido. Una parte de él desea volver corriendo a esa habitación, con esa mujer que ha logrado fascinarlo, culminar el beso truncado, pero afortunadamente se mantiene firme en su decisión de dejar las cosas así por esa noche. No hace falta que finja lo contrario, es evidente que su conversación lo ha dejado algo descolocado, con una extraña sensación que hacía mucho no sentía, más propia de humanos que de criaturas como él. La gente suele decir que los vampiros no tienen corazón, lo cual no resulta una completa locura si se tiene en cuenta que éste se detiene en el momento en que dejan una vida y toman la otra, pero lo que Kristian siente en ese instante le hace dudar, pensar en si realmente el suyo está muerto. Si lo está, ¿qué es eso que siente el pecho, estrujándose? ¿Es acaso una ilusión o es tanta la añoranza que siente por sus días como mortal que ha terminado por volverse loco? Niega con la cabeza y apresura su paso. Necesita salir y necesita hacerlo cuanto antes. Él no está acostumbrado a ese tipo de emociones. Está seguro de que un poco de aire fresco le ayudará a despejar la mente y ordenar sus ideas.
En ese instante, la voz de Anne-Louise lo hace detenerse y gira al pie de la escalera, donde ella logra alcanzarlo. Kristian frunce el ceño, sorprendido por lo que está ocurriendo. No entiende qué es eso tan importante que ella siente que debe decirle en ese instante y que no puede esperar hasta mañana. Está agitada y pronuncia tan rápido que apenas logra entenderle. Habla de una despedida, de recoger sus cosas y marcharse al día siguiente, pero lo que realmente logra captar su atención es la revelación que tiene que ver con sus sentimientos hacia él. ¿Ha admitido abiertamente que le interesa? Sí, eso parece. No es posible que alguien con un oído tan perfecto como Kristian se haya confundido al respecto. Lo ha admitido y se ha sonrojado al hacerlo. El vampiro se queda muy serio al inicio, pero luego, lentamente, surge en sus labios una sutil sonrisa que no llega a dejar al descubierto sus colmillos. Le reconforta saber que no la ha intimidado lo suficiente para que quiera irse de la casa, más bien es ella quien parece pensar que él la desea lejos. Niega suavemente con la cabeza, como quien presencia la inocencia de un niño.
—¿Qué dice Anne-Louise? ¿Por qué habla de despedidas? —le dice y se aventura a colocar sus dos manos sobre los hombros de la mujer—. Nadie se irá de esta casa. Nadie irá a ningún lado. De ninguna manera. ¿Acaso no ha entendido lo que le he dicho? La necesitamos —yo la necesito, pensó, y de algún modo fue evidente que no se refería al empleo—. Por ningún motivo piense lo contrario. Ahora, vaya a dormir tranquila, en su cara veo que lo necesita.
En ese instante, la voz de Anne-Louise lo hace detenerse y gira al pie de la escalera, donde ella logra alcanzarlo. Kristian frunce el ceño, sorprendido por lo que está ocurriendo. No entiende qué es eso tan importante que ella siente que debe decirle en ese instante y que no puede esperar hasta mañana. Está agitada y pronuncia tan rápido que apenas logra entenderle. Habla de una despedida, de recoger sus cosas y marcharse al día siguiente, pero lo que realmente logra captar su atención es la revelación que tiene que ver con sus sentimientos hacia él. ¿Ha admitido abiertamente que le interesa? Sí, eso parece. No es posible que alguien con un oído tan perfecto como Kristian se haya confundido al respecto. Lo ha admitido y se ha sonrojado al hacerlo. El vampiro se queda muy serio al inicio, pero luego, lentamente, surge en sus labios una sutil sonrisa que no llega a dejar al descubierto sus colmillos. Le reconforta saber que no la ha intimidado lo suficiente para que quiera irse de la casa, más bien es ella quien parece pensar que él la desea lejos. Niega suavemente con la cabeza, como quien presencia la inocencia de un niño.
—¿Qué dice Anne-Louise? ¿Por qué habla de despedidas? —le dice y se aventura a colocar sus dos manos sobre los hombros de la mujer—. Nadie se irá de esta casa. Nadie irá a ningún lado. De ninguna manera. ¿Acaso no ha entendido lo que le he dicho? La necesitamos —yo la necesito, pensó, y de algún modo fue evidente que no se refería al empleo—. Por ningún motivo piense lo contrario. Ahora, vaya a dormir tranquila, en su cara veo que lo necesita.
Elijah Caverhill- Humano Clase Alta
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Re: Las ojeras tienen historias que contar - Privado.
Pese a que debía sentirse más tranquilas, las palabras de Kristian no hicieron sino el efecto contrario. Anne-Louise tenía entonces una sensación aún más extraña en su vientre, como si no todo hubiese sido dicho, como si aún faltasen palabras por decir o actos por realizar. Quizás era cierto, tal vez esto sólo era el comienzo de la historia y por lo mismo es que sentía que las páginas de aquel libro estaban abiertas de par en par y absolutamente en blanco. Fue así como comenzó a imaginar que tenía entre sus manos una pluma y un frasco de tinta negra, y que era ella con su letra desprolija por el poco uso quien iba escribiendo lentamente las frases que compondrían el relato de ambos juntos. Ni siquiera sabía si estaba la opción de que existiera un “ambos”, tal vez sólo era una jugarreta que su patrón quería jugar con ella. Ya antes había caído y fácilmente podría caer de nuevo, los hombres saben cómo mover los hilos para transformar a las mujeres en sus marionetas, y desafortunadamente ella se dejaba manipular sin siquiera darse cuenta hasta cuando ya era un poco tarde.
Sabe que tiene que dejar de armar rollos en su cabeza que no tienen fundamentos y también sabe que debe dejar de juzgar a todo el mundo por lo que hizo una persona. —Creo que entendí mal a que se refería… pensé… pensé que se iría o mejor dicho pensé que me dejaría ir… —dijo comenzando a girar para irse. No quería darle la espalda, quería pedirle que la acompañara hasta al menos quedarse dormida, quería decirle que estaba repleta de miedos y que uno de ellos era que él desapareciera ahora que lo había encontrado. Quizás dejar salir aquel sentimiento que tenía guardado no había sido la mejor idea. Se sentía un poco infantil, tal vez algo tonta por exponerse tanto, como si le hubiese dado la llave a sus rincones más ocultos, a aquellos donde puede hacerle daño tan sólo con apretar los botones correctos. —Yo me iré a dormir, pero si necesita algo ya sabe dónde encontrarme… sólo llámeme y estaré ahí lo antes posible… —la mujer le regaló una sonrisa y se dio la vuelta para comenzar a caminar con rapidez. Esta vez los pies no se le enredarían ni tampoco tendría que apurar el paso para alcanzarla, quería creer que estaba segura, en esa casa y con respecto a él.
Sin embargo algo la detuvo, se giró en seco y levantó la mano al ver que él seguía mirándola mientras caminaba. —Buenas noches, Monsieur Vekel. Descanse. —volvió a sonreír mientras se pregunta desde hace cuanto tiempo que no lo hacía tan seguido. El tiempo en Inglaterra siempre fue tan oscuro como el clima de aquel lugar y desde que estaba de vuelta en Francia no había encontrado motivos para hacerlo. Ahora los tenía, a medias, porque si bien lo que ella sentía estaba claro, lo que él sentía o no continuaba siendo un misterio. El estómago de Anne volvió a retorcerse, no tenía hambre ni le había caído mal alguna comida, era simple y puro nerviosismo que se concentraba ahí y quería joderle la noche. Era como un pequeño duende diciéndole “no dormirás hoy, te vas a dedicar a pensar en tu jefe como si fueras otra vez la muchacha inocente enamorada de ese inglés”. Y el duende tenía razón, sólo que esta vez ella ya no era una muchacha, era una mujer que conocía su destino y también los caminos que tendría que seguir para conseguir lo que quiere… o a quien quiere.
Sabe que tiene que dejar de armar rollos en su cabeza que no tienen fundamentos y también sabe que debe dejar de juzgar a todo el mundo por lo que hizo una persona. —Creo que entendí mal a que se refería… pensé… pensé que se iría o mejor dicho pensé que me dejaría ir… —dijo comenzando a girar para irse. No quería darle la espalda, quería pedirle que la acompañara hasta al menos quedarse dormida, quería decirle que estaba repleta de miedos y que uno de ellos era que él desapareciera ahora que lo había encontrado. Quizás dejar salir aquel sentimiento que tenía guardado no había sido la mejor idea. Se sentía un poco infantil, tal vez algo tonta por exponerse tanto, como si le hubiese dado la llave a sus rincones más ocultos, a aquellos donde puede hacerle daño tan sólo con apretar los botones correctos. —Yo me iré a dormir, pero si necesita algo ya sabe dónde encontrarme… sólo llámeme y estaré ahí lo antes posible… —la mujer le regaló una sonrisa y se dio la vuelta para comenzar a caminar con rapidez. Esta vez los pies no se le enredarían ni tampoco tendría que apurar el paso para alcanzarla, quería creer que estaba segura, en esa casa y con respecto a él.
Sin embargo algo la detuvo, se giró en seco y levantó la mano al ver que él seguía mirándola mientras caminaba. —Buenas noches, Monsieur Vekel. Descanse. —volvió a sonreír mientras se pregunta desde hace cuanto tiempo que no lo hacía tan seguido. El tiempo en Inglaterra siempre fue tan oscuro como el clima de aquel lugar y desde que estaba de vuelta en Francia no había encontrado motivos para hacerlo. Ahora los tenía, a medias, porque si bien lo que ella sentía estaba claro, lo que él sentía o no continuaba siendo un misterio. El estómago de Anne volvió a retorcerse, no tenía hambre ni le había caído mal alguna comida, era simple y puro nerviosismo que se concentraba ahí y quería joderle la noche. Era como un pequeño duende diciéndole “no dormirás hoy, te vas a dedicar a pensar en tu jefe como si fueras otra vez la muchacha inocente enamorada de ese inglés”. Y el duende tenía razón, sólo que esta vez ella ya no era una muchacha, era una mujer que conocía su destino y también los caminos que tendría que seguir para conseguir lo que quiere… o a quien quiere.
Anne-Louise Delacroix- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/05/2013
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