AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Oteando el horizonte [Libre]
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Oteando el horizonte [Libre]
'Todo hombre sabio teme tres cosas: la noche sin luna, la tormenta en el mar y la ira de un hombre amable'.
Una de aquellas tres cosas, la tormenta en el mar, se había convertido en inminente aunque, para nosotros los ciudadanos de a pie, sólo funcionaba como una tempestad que en algún momento tocaría tierra y nos obligaría a refugiarnos. La calma que precede a la tempestad, el radiante y extrañamente cálido sol que precede a la tormenta, ya había pasado; su llegada era inminente.
Me detuve en el puerto, con las manos en los bolsillos y el semblante sereno, clavado en mi posición estática mientras la gente corría despavorida a mi alrededor, como el ojo de una tormenta. Marineros que aseguraban sus naves, pasajeros que se apresuraban a desembarcar, comerciantes que desmontaban sus puestos portuarios tan deprisa como podían. El azote era inminente, desde luego. El vendaval había alcanzado el puerto, provocando pequeños remolinos aquí y allá, revolviendo con fiereza ropajes y cabelleras de todo el que se topara a su paso. Y, si uno echaba una mirada hacia el mar, hacia el horizonte, las evidencias se tornaban atronadoras.
Para empezar, el oleaje se había vuelto peligroso. No sólo se alzaba sobre los límites del puerto, empapando a los poco precavidos y sacudiendo continuamente las naves ancladas; todo él se había vuelto salvaje. Uno echaba la mirada hacia la lejanía, hacia el ancho mar, y todo lo que veía era un oleaje furioso, capaz de tragarse a cualquiera que osase desafiarlo. Se apreciaba como erizado, incluso; el efecto visual de la acción del viento en las alteraciones meteorológicas siempre resultaba atroz.
Pero la joya de la corona, en realidad, la poseía el horizonte, allá donde el bravo mar y los oscuros y cambiantes nubarrones que se nos echaban encima tragándose el cielo se fundían en una alocada danza de negrura y lejanos relampagueos.
La tormenta era inminente, sí. La cuestión era, ¿dónde me resguardaría? Mi mansión estaba bastante lejos. Fuera de la ciudad, de hecho. Y no me apetecía empaparme. Entendedme, la ropa era nueva. Y os preguntaréis qué estaba haciendo yo en el puerto ante la inminencia de una tormenta. Bueno, la razón era simple. Doble, en realidad.
En primer lugar, me gustaban las tormentas. Me encantaban. No tenía por costumbre pasear bajo ellas y dejarme rodear de rayos y truenos, si es lo que queréis saber. La calma que precede a la tempestad, el rugir de los truenos, la potencia e impasibilidad del diluvio que acompaña a la tormenta, el viento desatado, lo impredecible de su duración, el aroma que deja a su paso una vez ha amainado... Todos los factores eran importantes, y si nunca habéis amado a una mujer no tendréis demasiada idea de lo que os estoy hablando.
Y en segundo lugar... Bueno, yo no había caminado hasta el puerto para nada. En realidad, tenía idea de coger un barco y hacer una visita a un viejo amigo español. Uno que tenía una deuda pendiente conmigo, en realidad. Pero, visto lo que estaba a punto de venírsenos encima, lo más sensato sería aguardar a que amainase la tormenta. Di media vuelta, entonces, y decidí que lo sensato, ahora, sería buscar un techo. ¿Alguna taberna donde pasar el rato, tal vez?
Una de aquellas tres cosas, la tormenta en el mar, se había convertido en inminente aunque, para nosotros los ciudadanos de a pie, sólo funcionaba como una tempestad que en algún momento tocaría tierra y nos obligaría a refugiarnos. La calma que precede a la tempestad, el radiante y extrañamente cálido sol que precede a la tormenta, ya había pasado; su llegada era inminente.
Me detuve en el puerto, con las manos en los bolsillos y el semblante sereno, clavado en mi posición estática mientras la gente corría despavorida a mi alrededor, como el ojo de una tormenta. Marineros que aseguraban sus naves, pasajeros que se apresuraban a desembarcar, comerciantes que desmontaban sus puestos portuarios tan deprisa como podían. El azote era inminente, desde luego. El vendaval había alcanzado el puerto, provocando pequeños remolinos aquí y allá, revolviendo con fiereza ropajes y cabelleras de todo el que se topara a su paso. Y, si uno echaba una mirada hacia el mar, hacia el horizonte, las evidencias se tornaban atronadoras.
Para empezar, el oleaje se había vuelto peligroso. No sólo se alzaba sobre los límites del puerto, empapando a los poco precavidos y sacudiendo continuamente las naves ancladas; todo él se había vuelto salvaje. Uno echaba la mirada hacia la lejanía, hacia el ancho mar, y todo lo que veía era un oleaje furioso, capaz de tragarse a cualquiera que osase desafiarlo. Se apreciaba como erizado, incluso; el efecto visual de la acción del viento en las alteraciones meteorológicas siempre resultaba atroz.
Pero la joya de la corona, en realidad, la poseía el horizonte, allá donde el bravo mar y los oscuros y cambiantes nubarrones que se nos echaban encima tragándose el cielo se fundían en una alocada danza de negrura y lejanos relampagueos.
La tormenta era inminente, sí. La cuestión era, ¿dónde me resguardaría? Mi mansión estaba bastante lejos. Fuera de la ciudad, de hecho. Y no me apetecía empaparme. Entendedme, la ropa era nueva. Y os preguntaréis qué estaba haciendo yo en el puerto ante la inminencia de una tormenta. Bueno, la razón era simple. Doble, en realidad.
En primer lugar, me gustaban las tormentas. Me encantaban. No tenía por costumbre pasear bajo ellas y dejarme rodear de rayos y truenos, si es lo que queréis saber. La calma que precede a la tempestad, el rugir de los truenos, la potencia e impasibilidad del diluvio que acompaña a la tormenta, el viento desatado, lo impredecible de su duración, el aroma que deja a su paso una vez ha amainado... Todos los factores eran importantes, y si nunca habéis amado a una mujer no tendréis demasiada idea de lo que os estoy hablando.
Y en segundo lugar... Bueno, yo no había caminado hasta el puerto para nada. En realidad, tenía idea de coger un barco y hacer una visita a un viejo amigo español. Uno que tenía una deuda pendiente conmigo, en realidad. Pero, visto lo que estaba a punto de venírsenos encima, lo más sensato sería aguardar a que amainase la tormenta. Di media vuelta, entonces, y decidí que lo sensato, ahora, sería buscar un techo. ¿Alguna taberna donde pasar el rato, tal vez?
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: Oteando el horizonte [Libre]
“Lamentarse es una pérdida abrumadora de energía, no se puede construir nada sobre eso, sólo sirve para revolcarse.”
— Katherine Mansfield
— Katherine Mansfield
Los vientos le advertían la invidente tormenta, pero ella parecía no hacerle caso a las dóciles advertencias que llegaban a ella, prefería seguir vagando por los cielos, un cielo despejado, pues las aves, eran sensatas, más que ella, se iban a refugiar entre los árboles, mientras Zuriñe aun quería sentir la libertad de sus alas, en su cuerpo, pequeño y cubierto de plumas blancas. Sin darse cuenta, pues había entrado en un extraño transe, el cual la obligaba a volar, con tal placer, que la dirección no era exacta y no podía percatarse que comenzaba a volar hacia mar adentro, cuando reacciono, estaba a uno 20 minutos del puerto. Su cuerpo comenzaba a castigarla, con cierto dolor en sus cansadas alas, por suerte encontró un barco que iba hacia el puerto y descendió en ese lugar.
Fue una experiencia horrorosa, nunca mas iría a viajar en barco, se lamentaba, pero por suerte pudo escabullirse fácilmente hasta llegar a un lugar seco y solitario en el barco, no duro mucho el viaje, aun así no le había gustado, cuando pudo bajar del barco, lo hizo como una mujer, por suerte había encontrado unos harapos que cubrían su desnudez, pero por muy poco, eran grandes, una camisa holgada, sin mangas, que se deslizaba por sus hombros, además de un cuello en corte en V, que dejaba poco a la imaginación, la parte de abaja, tenía unos pantalones, tan grandes que tuvo que ponerse una soga para poder sostenerlas y sus pies, sus pálidos pies, comenzaban a mancharse por la suciedad del puerto, pues desnudos estaban.
Caminaba por la gente, la oscuridad ya había llegado y con ella la tormenta, que hacia rugir las olas, unas cuantas la tocaron, haciéndola huir despavorida de la parte afectada, hasta sentirse un poco más segura, pero luego llegaba otra ola cerca de ella y tenía que volver a moverse, ganándose tropezones de la gente, que huía despavorida de la lluvia fría, ella no hacia eso, pues había aprendido que la lluvia no hacía daño, aun así, la gente le otorgaba algunos insultos, por ser u obstáculo, pues no se movía, hasta sentir que una ola la pudiera arrastrar otra vez al mar.
Su energía se había agotado, estaba cansada de tanto rechazo de la gente, no quiso moverse de donde estaba aun con la posibilidad de ser consumida por la tormenta, no deseaba resguardarse. ¿De qué serviría? Si el cielo estaba tan oscuro y maldito que la rechazaría para volar y refugiarse entre él — Toda tormenta pasa… — suspiro algo molesta — ¿tendré que quedarme así hasta que pase? — se acomodo una de las mangas que había caído hasta su hombro, deslizándose peligrosamente, casi dejando un seno al aire, pero Zuriñe rápidamente la sujeto, para volver a esconder su pequeños atributos, profanados solo por un hombre, que se había ido de viaje y aun no regresaba. Sus ojos se llenaron de lagrimas al pensar en el — ¿regresara…? — su garganta se volvió un nudo, cubrió su rostro con sus delicadas manos, sin él estaba completamente sola. Cayo al suelo, comenzaba a llorar amargamente, odiaba al conde por haberle enseñado que era amar y luego desaparecido.
Zuriñe- Cambiante Clase Baja
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Re: Oteando el horizonte [Libre]
Cuando estaba al caer una tormenta como aquella, además, el puerto era el punto más entretenido en el que uno podía entretenerse antes de resguardarse. Me explico. Normalmente, en su día a día, la gente de a pie no se molestaba en exteriorizar sus problemas, sus rabias, sus desamores. Si una mujer acababa de descubrir a su marido buscando con una cortesana el placer que ella no le proporcionaba, si un hombre había perdido toda motivación en su vida, si un muchacho poco precavido se había endeudado de malas maneras y no encontraba forma posible de solucionarlo... Todos ellos, sin diferencia, probablemente te dedicarían una sonrisa tan creíble como la del frutero de la esquina.
Las tormentas, el mal tiempo en general, por el contrario, tenían esa... Extraña influencia emocional, autodepresiva, que sumada al devastador efecto de la cercanía e inmensidad del mar creaban la fórmula definitiva: la incapacidad absoluta para esconder las emociones.
Así, se desataban toda clase de tempestades particulares. Detecté, unos metros más allá, a un hombre tirándose de los pelos y golpeando a algunos de los que pasaban, quejándose de lo mucho que tardaba su mujer y preguntándoles si habían hecho algo con ella. Dejé escapar una sonrisa burlona. Pobres humanos, con qué facilidad se dejaban conducir por la locura. Un poco más allá había un niño que lloraba, desesperado porque no encontraba a su mamá. Hacía lo que todo niño perdido hace cuando está solo en una alocada multitud: dar vueltas sobre sí mismo buscando la compasión en los rostros ajenos que, en realidad, se dedicaban a ignorarle por completo; algo me decía que aquel muchacho dormiría fuera de casa esa noche.
Decidí que ya iba siendo hora de abandonar el puerto. Un granero, un establo... No, no recurriría a ninguna de esas opciones; solían ser las más solicitadas, en especial por parejas ávidas de desenfrenada pasión, si entendéis a qué me refiero. Un poco de "hospitalidad" en una casa ajena, por ejemplo. Un poco de poder y estaría en mis manos. O una taberna. Ya veríamos.
Cuando apenas había emprendido el camino de vuelta, tropecé con alguien. Antes de decir nada, de disculparme siquiera, me fijé en su aspecto: una mujer que, a pesar de estar dotada de rasgos con cierto atractivo, ponía a destacar su desesperación por encima de cualquier otra cosa: ojeras, arrugas temporales, una mirada perdida y ropa, si se podía llamar así, que le venía grande. ¿Una fugitiva? Si fuese así, podría llevarme un interesante extra por "devolverla" a las autoridades pertinentes.
- Mis disculpas -solté, de todos modos, sin pensarlo demasiado. Con semejante gentío era complicado vincular cada presencia a cada persona, pero... Diez a uno a que aquella mujer no era humana-. ¿Por qué estás así? ¿Qué haces así vestida? ¿Te has escapado de alguna parte? -no sólo empleé un tono autoritario; perdí mi mirada en sus ojos, activando superficialmente mi poder vampírico de persuasión para, digamos, "obligarla" a ser sincera conmigo. Si su declaración tenía algo que ver con escapar de algún inquisidor... Bueno, dejémoslo en que había ido a empotrarse contra la persona equivocada.
Las tormentas, el mal tiempo en general, por el contrario, tenían esa... Extraña influencia emocional, autodepresiva, que sumada al devastador efecto de la cercanía e inmensidad del mar creaban la fórmula definitiva: la incapacidad absoluta para esconder las emociones.
Así, se desataban toda clase de tempestades particulares. Detecté, unos metros más allá, a un hombre tirándose de los pelos y golpeando a algunos de los que pasaban, quejándose de lo mucho que tardaba su mujer y preguntándoles si habían hecho algo con ella. Dejé escapar una sonrisa burlona. Pobres humanos, con qué facilidad se dejaban conducir por la locura. Un poco más allá había un niño que lloraba, desesperado porque no encontraba a su mamá. Hacía lo que todo niño perdido hace cuando está solo en una alocada multitud: dar vueltas sobre sí mismo buscando la compasión en los rostros ajenos que, en realidad, se dedicaban a ignorarle por completo; algo me decía que aquel muchacho dormiría fuera de casa esa noche.
Decidí que ya iba siendo hora de abandonar el puerto. Un granero, un establo... No, no recurriría a ninguna de esas opciones; solían ser las más solicitadas, en especial por parejas ávidas de desenfrenada pasión, si entendéis a qué me refiero. Un poco de "hospitalidad" en una casa ajena, por ejemplo. Un poco de poder y estaría en mis manos. O una taberna. Ya veríamos.
Cuando apenas había emprendido el camino de vuelta, tropecé con alguien. Antes de decir nada, de disculparme siquiera, me fijé en su aspecto: una mujer que, a pesar de estar dotada de rasgos con cierto atractivo, ponía a destacar su desesperación por encima de cualquier otra cosa: ojeras, arrugas temporales, una mirada perdida y ropa, si se podía llamar así, que le venía grande. ¿Una fugitiva? Si fuese así, podría llevarme un interesante extra por "devolverla" a las autoridades pertinentes.
- Mis disculpas -solté, de todos modos, sin pensarlo demasiado. Con semejante gentío era complicado vincular cada presencia a cada persona, pero... Diez a uno a que aquella mujer no era humana-. ¿Por qué estás así? ¿Qué haces así vestida? ¿Te has escapado de alguna parte? -no sólo empleé un tono autoritario; perdí mi mirada en sus ojos, activando superficialmente mi poder vampírico de persuasión para, digamos, "obligarla" a ser sincera conmigo. Si su declaración tenía algo que ver con escapar de algún inquisidor... Bueno, dejémoslo en que había ido a empotrarse contra la persona equivocada.
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: Oteando el horizonte [Libre]
“Aprended a limitar vuestras ambiciones; es un funesto delirio suspirar por lo que no se puede tener”
— Píndaro
— Píndaro
Cuerpo se erizo, abrió los ojos en par en par y giro su rostro hasta encontrarse con la del hombre, que al parecer la estaba llamando a ella, por unos minutos pensó que se había equivocado, debía estar refiriéndose a otra persona, pero su mirada fija a ella le indico que no era así, una advertencia dentro de ella le decía que debía alejarse de el. Trago saliva, incorporándose, para acomodar otra vez sus ropas que se habían deslizado por sus hombros. — No he escapado de ningún lado — mascullo con cierta rapidez, sin darse cuenta de que estaba siendo influenciada por los poderes vampíricos del sobrenatural, entrecerró sus ojos — vivía con el Duque Italiano Ignatius Volkem, pero la corona lo llamo, tuvo que irse, dejándome en la mansión en donde residía — no sabía porque contaba todo eso, solamente salía de sus labios, tal vez cansados de estar ocultado todo lo que sentía.
— Al parecer se quedo en ese lugar, los sirvientes me echaron de la mansión, diciendo que ya no merecía estar allí — se abrazo ella misma, bajando la mirada, un poco deprimida — a lo mejor sea cierto…— un largo suspiro se apodero de su cuerpo. Aunque le dolía, sentía un gran ardor en la parte de su pecho, debía reponerse y seguir adelante. Alzo su mirada y retrocedió con desconfianza — Solamente necesito ver la luz del sol, cuando la tormenta pase…— se modio su labio inferior, girando su cuerpo para darle la espalda al extraño. Comenzaba a preocuparle el extraño interés de aquel hombre, así que opto por caminar, alejarse un poco de él y tal vez buscar refugio, en un lugar seco y cálido.
— Soy pobre, señor — dijo deteniéndose antes de seguir su curso — Los pobres se visten con lo que puede, en realidad, confesare, que en mi naturaleza esta no utilizar ningún tipo de prenda que oculte mi desnudez, pero al estar rodeado de muchas personas, es mejor tratar de comportarse como ellas— No sabía porque le extrañaba su comportamiento, ella era de naturaleza asustadiza, desconfiaba de muchos, atendía a pocos, en un día normal, hubiera huido despavorida, como cuando una paloma toma vuelo, cuando siente a los humanos muy cerca, lo que no sabía aun, era que el hombre era un vampiro y sus poderes la atraían y la ataban a él. Su estado había cegado su instinto, tal vez cuando se diera cuenta de quien estaba cerca de ella iba ser muy tarde como para intentar escapar, si es que ya no era tarde.
Zuriñe- Cambiante Clase Baja
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Re: Oteando el horizonte [Libre]
No era una fugitiva. Me relajé, escuchando su historia en un segundo plano mientras mis pensamientos divagaban en la lejanía. Abandonada por un conde rico y, por lo visto, sin poder vestirse siquiera en el proceso. Se dibujó en mis labios una sonrisa burlona, más que sutil al adivinar, o creer adivinar, la clase de compañía que le había estado haciendo al susodicho conde, fuera quien fuese ese hombre. Hacía mucho que había dejado de preocuparme por los nombres de quienes estaban en el poder, centrándome sólo en aquellos que, por alguna razón especial, merecía la pena saber.
Liberé su mente de mi hechizo, desechando la idea de "pedirle cortesmente" que me dejara resguardarme en su casa. A saber dónde estaba; si la tuviera cerca no andaría así, mal tapada con ropas cinco tallas por encima de la que le correspondía.
- Eso es algo que tendrás que plantearte tú sola -comenté, sin molestarme en contener mi sensación de aburrimiento, o de dejadez. Las personas que se molestaban en llamar la atención de esa forma en público, paradójicamente, solían ser las que menos atención merecían.
Y si sumamos a eso un comentario que daba a entender que solía vivir desnuda... ¿Acaso me estaba dando a entender que era cortesana, y trataba de persuadirme de contratar sus servicios? Había oído hablar de la táctica de la pobrecita mendiga, pero esa clase de cosas no funcionaban conmigo.
Menos aún en mi situación actual.
- Así que vas desnuda por la vida. ¿Son esas la clase de compañías que les gustan a los condes, las que se privan de ropajes? -probé a pinchar. No estaba muy seguro de por qué hacía aquello; quizá cierta cazadora estaba sacando cosas extrañas de mi interior y, en situaciones como aquella, sencillamente necesitaba desahogar lo más pérfido de mi carácter, aunque con aquello sólo estuviera rozando la superficie. No es que se lo mereciera por nada en concreto... Sencillamente, le había tocado.
Pero bueno, intenté dejar de ser cruel. Al fin y al cabo, había alguien por ahí ablandándome las ideas.
- Bueno, si has venido a esperar a tu prínci... Ejem, conde, dudo mucho que vayas a conseguir nada. Te quiero decir, ¿has visto la tormenta que se nos viene encima? ¿Qué quieres, que te arrastre al mar? Dudo mucho que Ignacio te vaya a buscar entre los tiburones, si es que se sigue acordando de ti. Deberías resguardarte. Aunque, si quieres un consejo, arrastrarse detrás de la gente nunca sirve para mucho más que para la autohumillación. Mucho menos si pertenece a la nobleza, ya sabes.
Y bien lo sabía yo, que recordaba con creces mi rivalidad particular con cierto conde francés, de nombre Ambrose.
Bueno, ya le había soltado mi discursillo particular, no tenía por qué perder más tiempo. Le di la espalda, dispuesto a seguir la corriente de la alocada y cada vez más escasa multitud y buscar algún lugar donde evitar una ducha precipitada.
Liberé su mente de mi hechizo, desechando la idea de "pedirle cortesmente" que me dejara resguardarme en su casa. A saber dónde estaba; si la tuviera cerca no andaría así, mal tapada con ropas cinco tallas por encima de la que le correspondía.
- Eso es algo que tendrás que plantearte tú sola -comenté, sin molestarme en contener mi sensación de aburrimiento, o de dejadez. Las personas que se molestaban en llamar la atención de esa forma en público, paradójicamente, solían ser las que menos atención merecían.
Y si sumamos a eso un comentario que daba a entender que solía vivir desnuda... ¿Acaso me estaba dando a entender que era cortesana, y trataba de persuadirme de contratar sus servicios? Había oído hablar de la táctica de la pobrecita mendiga, pero esa clase de cosas no funcionaban conmigo.
Menos aún en mi situación actual.
- Así que vas desnuda por la vida. ¿Son esas la clase de compañías que les gustan a los condes, las que se privan de ropajes? -probé a pinchar. No estaba muy seguro de por qué hacía aquello; quizá cierta cazadora estaba sacando cosas extrañas de mi interior y, en situaciones como aquella, sencillamente necesitaba desahogar lo más pérfido de mi carácter, aunque con aquello sólo estuviera rozando la superficie. No es que se lo mereciera por nada en concreto... Sencillamente, le había tocado.
Pero bueno, intenté dejar de ser cruel. Al fin y al cabo, había alguien por ahí ablandándome las ideas.
- Bueno, si has venido a esperar a tu prínci... Ejem, conde, dudo mucho que vayas a conseguir nada. Te quiero decir, ¿has visto la tormenta que se nos viene encima? ¿Qué quieres, que te arrastre al mar? Dudo mucho que Ignacio te vaya a buscar entre los tiburones, si es que se sigue acordando de ti. Deberías resguardarte. Aunque, si quieres un consejo, arrastrarse detrás de la gente nunca sirve para mucho más que para la autohumillación. Mucho menos si pertenece a la nobleza, ya sabes.
Y bien lo sabía yo, que recordaba con creces mi rivalidad particular con cierto conde francés, de nombre Ambrose.
Bueno, ya le había soltado mi discursillo particular, no tenía por qué perder más tiempo. Le di la espalda, dispuesto a seguir la corriente de la alocada y cada vez más escasa multitud y buscar algún lugar donde evitar una ducha precipitada.
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/12/2013
Re: Oteando el horizonte [Libre]
“La función del ser humano es vivir, no existir. No voy a gastar mis días tratando de prolongarlos, voy a aprovechar mi tiempo.”
—Jack London
—Jack London
¿Qué era lo que escuchaba? Su piel se erizo completamente, la rabia recorría su cuerpo, haciendo que una ola de calor llenara cada parte de su cuerpo a tal punto de que sus mejillas se pusieran rojas, giro su cuerpo, encontrándose con el de él, ahora frente a frente, un pequeño gruñido salió de sus labios, mientras que puños se formaban en sus pequeñas y delicadas manos. ¡Le estaba diciendo una cualquiera! Cuando ella había vivido lejos de la carne por tanto tiempo, hasta que cierto conde la llevo por esos caminos, pero solamente él, más nadie, menos trabajaba para eso, ni loca lo haría, sacudió su cabeza enérgicamente.
— ¡Que irrespetuoso es usted! — Enojada exclamo, dejando salir un pequeño jadeo por la frustración que había en su corazón — pero, ¿para qué debería explicarle? Si y veo que su corazón y su mente están… — abrió sus ojos ampliamente, al notar el pequeño destello que veía en su alrededor, ladeo su cabeza, para luego retroceder. Un vampiro… ¿Por qué no se había dado cuentas antes? ¿Acaso el sabia ocultar bien su procedencia? Su cabeza fue un poco hacia adelante, oliendo, con su olfato superior al de muchos, el aromo innato de un muerto, sus manos se fueron hacia la esta, para cubrírselas, aunque en realidad no olía mal, era una forma de molestar.
— Cadáver… usted es un cadáver — alzo sus ojos, dejando que sus manos bajaran — con razón, no tiene alma, ni corazón, solamente sirve para matar a sus semejantes; pero no iguales. Humanos. Pobre destino le ha tocado — al menos ella había nacido con sus habilidades, pero aquel hombre prácticamente había vendido su alma, para ser eterno, eso le repugnaba. Se acomodo nuevamente la manga, comenzaba a odiar las vestimentas que tenia, gruño nuevamente por debajo, maldiciendo suavemente, miraba hacia su alrededor, ya no había gente, solamente quedaban aquellos dos… sonrió con cierta picardía, giro su cabeza hacia un lado y hacia el otro, notaba el que aire estaba algo furioso, pero no importaba, se ira de allí.
Saco todo de ella, todo lo que mantenía oculto su desnudez, dejando un cuerpo pálido, femenino, libre ante los ojos de cualquiera, acomodo sus cabellos hacia atrás y suspiro aliviada — woohh… al fin libre, ya no hay nadie — saltaba de alegría, dando algunos giros en su mismo eje, algo incontrolados, de tal punto que tambaleo, casi cayéndose, pero su cuerpo se nivelo a tiempo y no se sentó en el suelo de bruces. — Ahora podre irme — dijo contenta. Mientras varias plumas comienzan a surgir, cubriendo su cuerpo, que poco a poco se volvía más pequeño, unos pequeños gestos de dolor se vieron en su rosto, mientras la metamorfosis seguía, la cual duraba unos minutos, hasta que sus alas se formaran bien, quedando un búho nivel, formado, en lo que antes era una linda, pero desaliñada muchachita. El búho quiso planear en los aires tormentosos, pero estos ya eran muy fuertes y la arrastraron incontrolablemente, la única opción fue volver al suelo, con aire aun mas deprimido.
Zuriñe- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/04/2013
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Re: Oteando el horizonte [Libre]
¿Que mi corazón y mi mente estaban..? Acudió una sonrisa a mi rostro, de esas que expresaban la más pura de las inocencias, como si la supuesta corrupción de mi interior y mi cabeza no fueran más que meras ilusiones.
Vamos, no me miréis así. Por mucho que me estuviera "reformando", un viejo vampiro como yo siempre necesitaba alguna dosis de diversión. Y la diversión no siempre se basaba en algo tan simple como cazar o alimentarse; no, la que yo más disfrutaba, con diferencia, era la verbal. Me hacía gracia el tabú hacia toda clase de asuntos sexuales que se había originado en aquella época, contrastado de forma harto paradójica con la importancia que muchas personas le daban desde la intimidad, hasta el punto de haber quien se consideraba orgulloso de ser asiduo a las cortesanas pero, al mismo tiempo, declarar ante sus allegados que su mujer era, de hecho, la única que le placía en la cama.
Pobres hipócritas... Después hablaban de nosotros.
¿Trataba de insultarme? No, claro que no. Estaba confundida, se sentía atacada y, al mismo tiempo, descubrir lo que era el hombre que tenía delante le había trastocado las ideas. Una tormenta inminente, ropa demasiado grande, no saber dónde ocultarse y un vampiro ante tus narices. No tenía pinta de resultar un panorama demasiado tranquilizador.
- ¿Cadáver? ¿Me estáis insultando? -no era muy fanático de adoptar las modas sociales de trato verbal, todo aquello del vos, usted y demás, pero... De vez en cuando venía bien. Especialmente a la hora de burlarse de alguien sin apenas pretenderlo- ¿Qué clase de modales tiene alguien que va por ahí llamando cadáver a la gente? Por favor... -y excelentes y más que entrenadas dotes de actor aportaron el resto del melodramatismo suficiente para resultar absolutamente creíble, acompañando a mi gesto de llevarme una mano a la frente y negar con la cabeza, abrumado, haciéndome el dolido; más que un encuentro clandestino entre dos desconocidos, aquello se iba pareciendo peligrosamente a una de esas dramáticas obras de teatro tan de moda-. Un cadáver que no siente nada y sólo existe para matar a sus semejantes. ¿Así es que como nos ve? ¿Eso es todo lo que somos para ella? Debe de conocernos muy bien, oh, sí. ¿Cómo vamos a sentir nada? Estamos muertos. Deberíamos enterrarnos a nosotros mismos.
Conduje, por tanto, mi drama personal a un nivel más elevado aún de exageración, rozando casi lo absurdo, pero sin perder la compostura ni la credibilidad... Hasta que mi expresión cambió totalmente cuando dijo aquello, descubrí que efectivamente apenas quedaba nadie allí, y se convertía en ave. Sus palabras habían sonado a despedida, pero en contra de todo lo que hubiera pretendido hacer, el ventarrón le impidió alzar el vuelo como debiera.
Solté una risotada; no todos los días veías un pájaro mostrando una clara expresión de molestia y frustración.
- Vaya, parece que el viento sopla en vuestra contra -me permití burlarme de ella sutilmente, haciendo acopio al doble sentido, literal y figurado, de aquel famoso refrán referido a las personas con una especial dosis de mala suerte-. Que vaya bien buscando al conde -añadí, a modo de despedida, antes de darme la vuelta con la clara intención de marcharme de allí. Se acababa el tiempo, y no me apetecía darme una ducha prematura.
Vamos, no me miréis así. Por mucho que me estuviera "reformando", un viejo vampiro como yo siempre necesitaba alguna dosis de diversión. Y la diversión no siempre se basaba en algo tan simple como cazar o alimentarse; no, la que yo más disfrutaba, con diferencia, era la verbal. Me hacía gracia el tabú hacia toda clase de asuntos sexuales que se había originado en aquella época, contrastado de forma harto paradójica con la importancia que muchas personas le daban desde la intimidad, hasta el punto de haber quien se consideraba orgulloso de ser asiduo a las cortesanas pero, al mismo tiempo, declarar ante sus allegados que su mujer era, de hecho, la única que le placía en la cama.
Pobres hipócritas... Después hablaban de nosotros.
¿Trataba de insultarme? No, claro que no. Estaba confundida, se sentía atacada y, al mismo tiempo, descubrir lo que era el hombre que tenía delante le había trastocado las ideas. Una tormenta inminente, ropa demasiado grande, no saber dónde ocultarse y un vampiro ante tus narices. No tenía pinta de resultar un panorama demasiado tranquilizador.
- ¿Cadáver? ¿Me estáis insultando? -no era muy fanático de adoptar las modas sociales de trato verbal, todo aquello del vos, usted y demás, pero... De vez en cuando venía bien. Especialmente a la hora de burlarse de alguien sin apenas pretenderlo- ¿Qué clase de modales tiene alguien que va por ahí llamando cadáver a la gente? Por favor... -y excelentes y más que entrenadas dotes de actor aportaron el resto del melodramatismo suficiente para resultar absolutamente creíble, acompañando a mi gesto de llevarme una mano a la frente y negar con la cabeza, abrumado, haciéndome el dolido; más que un encuentro clandestino entre dos desconocidos, aquello se iba pareciendo peligrosamente a una de esas dramáticas obras de teatro tan de moda-. Un cadáver que no siente nada y sólo existe para matar a sus semejantes. ¿Así es que como nos ve? ¿Eso es todo lo que somos para ella? Debe de conocernos muy bien, oh, sí. ¿Cómo vamos a sentir nada? Estamos muertos. Deberíamos enterrarnos a nosotros mismos.
Conduje, por tanto, mi drama personal a un nivel más elevado aún de exageración, rozando casi lo absurdo, pero sin perder la compostura ni la credibilidad... Hasta que mi expresión cambió totalmente cuando dijo aquello, descubrí que efectivamente apenas quedaba nadie allí, y se convertía en ave. Sus palabras habían sonado a despedida, pero en contra de todo lo que hubiera pretendido hacer, el ventarrón le impidió alzar el vuelo como debiera.
Solté una risotada; no todos los días veías un pájaro mostrando una clara expresión de molestia y frustración.
- Vaya, parece que el viento sopla en vuestra contra -me permití burlarme de ella sutilmente, haciendo acopio al doble sentido, literal y figurado, de aquel famoso refrán referido a las personas con una especial dosis de mala suerte-. Que vaya bien buscando al conde -añadí, a modo de despedida, antes de darme la vuelta con la clara intención de marcharme de allí. Se acababa el tiempo, y no me apetecía darme una ducha prematura.
Kvothe du Roux- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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