Secret Door {Dauphine's Diary}

Esta noche, en vez de encender una vela, encenderé la oscuridad. En las sombras no hay quien descubra las bondades y maldiciones de la magia; no pueden juzgarme. ¿Por qué otra razón edificaría esta casa lejos de la ciudad? La luz me da miedo, es otra historia. Nada hay bajo el sol que no se haya de saber; aquello suena más bien a una amenaza que a una esperanza. Cada vez más se oye a peligro.

Conforme las miradas indiscretamente escrutiñadoras de mis compañeras de trabajo se hacen más frecuentes, mi paranoia crece. No digo que conocen mis secretos; es más, ni siquiera me aventuraría a afirmar que conocen siquiera uno de ellos, pero sí digo que podrían hacerlo. Me engañaría a mí misma si ciegamente creyera en que no tienen razones para sospechar; vivo lejos, mis pacientes mejoran milagrosamente y además no busco relacionarme con nadie fuera de mis dos trabajos. Como si fuera poco, las enfermeras no constituimos un gran número, por lo que se les hace fácil vigilarme.

Pero lo que más me delata es mi viudez, marca de la desgracia. Es de conocimiento popular que las brujas no se casan, o que si lo hacen, sus esposos mueren en circunstancias inusuales. Conozco la realidad y sé que las mujeres de magia podemos pasar toda una vida en familia sin decaer en nuestro hechizos, pero aquí no importa lo que sea verdad, sino lo que la sociedad piensa que lo es. Te medirán conforme a lo segundo y lo primero será una mera ficción de novelistas románticos.

Temo, pero no por mi vida; el coraje de Fiura, la bruja, sosiega las inseguridades egoístas de Dauphine, la enfermera. Emilien, en él reposan mis noches en vela. Atiendo a demasiados niños cada día como para no saber lo que pasaría con él si me llevan de su lado. No creo; estoy segura de que su inocencia y su rostro lechoso atraerían a algún depravado en el orfanato que no dudaría en convertirlo en su objeto de deseo, y eso teniendo suerte. Hasta el día de hoy he mantenido a mi niño fuerte con la sangre de vampiro que añado a sus bebestibles, pero sigue siendo un niño. No dudo de la fortaleza de su cuerpo, pero tampoco de la fragilidad de su corazón. Puedo frenar su muerte y alargar su vida, pero no puedo ni querré nunca cambiar quien es.

Por supuesto, no olvido que la herencia que dejaron mis anteriores maridos sigue ahí, creciendo en el banco, pero ese es otro callejón sin salida. Si me volviera como esas señoras de vestidos exageradamente acolchados y sombrillas que más que frescura destilan lujo, ¿qué sería de mis chicos del hospital? Sin mi supervisión, ¿qué otra cosa esperar de las demás enfermeras que continúen robando los pocos medicamentos que nos llegan de la corona? No puedo permitirme tal negligencia. Ya he perdido a demasiados. Mi fortuna debe continuar como yo en la mayor parte de mi vida: sola y clandestina. Algún día me servirá o condenará. Procuraré que sea lo primero. Así Emilien vivirá seguro cuando cumpla su mayoría de edad.

Se me cierran las puertas. Detesto pensarlo, pero veo que las opciones se agotan. Con cada camino descartado aumenta el riesgo, y no puedo darme el lujo de perder a mi sobrino, que sería igual a perderlo todo. Si esto sigue así, no veo más remedio para asegurar a mi sol y darme una coartada que volver a casarme.

Tengo el presentimiento de que Dauphine lo aceptaría, pero Fiura… sé que Fiura me mataría.

¿Hay alguna razón para creer que no me he ido? ¿O que no me voy cuando uso mi sangre como moneda de cambio? Oh, nada queda. Basta con escuchar las voces que me ordenan por la espalda cada vez que siento la fuerza turbia de la magia nublar mis sentidos.

¡Atadla! ¡Desnudadla! ¡Sujetadle los brazos con la propia cabellera! ¡Sujetadle los puños por la espalda! ¡Cerradle el nudo con sus mismas trenzas! Machacad entretanto en el mortero hasta que polvo imperceptible sea, la antigua pasta… ¡Machacad de modo que en un polvo infernal cuaje la mezcla!

Fiura me besa el cuello con el mismo placer con el que Dauphine salva vidas. Sé que ella sería igualmente capaz de desangrarme la garganta con tal de sonreírse ante un límite quebrantado. Hace que me vuelva osada en mis hechizos. Ocurre que cada vez me encuentro más vulnerable, y por ello me siento cada vez más atraída a este poder. Eso mantendrá a mis niños a salvo, lo que pone contenta a Dauphine. Pero Fiura... ay, Fiura. Apenas un capricho de le cumple, concibe otro. Sé que aunque le diera el mundo, no pararía; me pediría otro apenas se le acabara en la lengua el gusto del reciente. La conozco, pero no consigo apartarla. Es seductora hasta para mí

Yo cuidaré del trébede maldito, donde el incienso que embrujaste humea. Y cuando tú lo mandes, profetisa, yo misma entre las carnes traicioneras, le marcaré quemando la piel, poco a poco, conforme al rito de la magia negra.

Las personas quieren el mundo, es lo normal. Es deseo más megalómano de los humanos. Pero yo no quiero el mundo; quiero lo que hay debajo para mandar sobre lo que se encuentra arriba. Que nadie se vaya antes de tiempo. Que los niños sean inmortales y sus madres puedan criarlos con tranquilidad. No como me pasó a mí, asesina de su vientre por su propia causa.

Hechizaremos con tan grave embrujo que una roja locura hará enceguecer, y con los ojos censurados, desolados por infinito horror, haremos a los malditos cruzar la tierra. De modo tal que el sacrilegio horrendo que así me libra al mundo terrenal, sea el crimen más cruel que hayas cumplido, ¡sacerdotisa de la magia negra!

Dejaré que se alimente de mí sólo un poco. Necesito mantener a Fiura con vida. Sé que ella me retribuirá. Mi única pregunta es... ¿hasta qué punto? Es posible que un ser civilizado encuentre fundamento en la razón para devorar sólo una porción, la que se le ordena, pero Fiura no tiene límites. actúa sola y por capricho. Podría engullirme con suma facilidad. Es por eso que debo mantenerme equilibrada. Pero es tan difícil con tanto poder. Manejar la vida y la muerte; no hay mejor receta para perderle el respeto a la humildad.

Que así te amo y así por tu pecado pierdo el alma en las hórridas tinieblas ¡Sacerdotisa!… aunque nada me digas... ¡Sé que el octavo círculo me espera! Pues yo mejor que tú sé de tus artes, y mucho más que tú sé de tu ciencia… Por eso, por tus signos te lo juro: ¡Ay de ti si la cábala te yerra!

¡Fiura, qué me miras!
¿A quién buscas embrujar?
Que no sea a Dauphine
Es la única arma que tengo contra ti
O más bien, para contrarrestarte
Porque aunque no me haga dichosa esta verdad,
Te necesito
Quizás más que tú a mí

Ojos de bruja de hechicera
ojos de serpiente y de calavera viva
Con tus cánticos,
sueños líquidos.
Delatas mi superficie, mi ser.
Desatas exorcismos de piel
en las mañanas,
en las madrugadas...

Tus intenciones no son dignas de polvos de hada
Lo sé; habitas dentro de mi karma
Rosas sin espinas en palabras te regalaré
Y en lo que escribo te hablaré con mi corazón
Para no despertarte por completo
Con una sola condición
Que tú, perturbadora hechicera
no acabes con lo que vale la pena salvar de mi alma.

Con tus cánticos de delirio,
me dan bálsamo de alivio.
Con olor a menta y caoba
poco a poco mi alma roba.
Bajo notas color violeta
bruja encontré tus letras
eran hechizos y conjuros
que uniéndolos te juro,
se hicieron todos humo.

No puedo descifrar
Lo que me acontece con tu pasar
Tus conjuros y letras
la física retan.
y en un momento
empecé a viajar lento.
Veía susurros del viento
murmullos de adentro.

Con tus pensamientos
tu magia se siente.
Es alegría de repente
palabras, letras, oraciones.
Todas juntas creando canciones,
Que demuestran querida
el tiempo sana las heridas,
no te quedes perdida.
Renace en cenizas
en palabras precisas,
en palabras expresa.
Que en este corazón ,
no hay cabida a la razón.

Supongo que es mucho pedir
Que si me das poder
No me quites la razón.

La dicotomía entre la vida y la muerte
se plantea cada mañana
bajo el título “Hospital”,
en donde cuerpo y mente bailan
una danza peligrosa, sensual:
se acercan con placer,
se alejan sin reconocerse,
se agreden, mutilan y alaban.
Se aman, se odian, se ignoran,
la mente quiere controlar al cuerpo,
y éste,
en venganza,
la anula y manipula.
Se plantea un abismo que diferencia
al moribundo que se aferra a la vida,
y el último suspiro de aquel
El médico
que para escapar del sinsentido
eligió una mezcla de alcohol y otras sustancias que no quiero recordar.
Una línea que separa la infertilidad que sueña con amamantar
a su bebé en sus brazos,
y la correa que quema la humillación de las piernas del niño
que llora.
¿Qué separa lo normal de lo patológico?
¿Quién me da el poder de dar el título anormal?
Un Jean-Emmanuel Gilibert nos mira desde un anfiteatro panóptico,
para compararnos con carceleros ansiosos de manipulación,
mientras otros ponen en nuestras manos su vida y familia.
¿Qué se espera de nosotros?
No sólo alejar la muerte,
sino que acercar la felicidad.
pero la paradoja de la felicidad
CONFUNDE:
La delgadez de la anoréxica,
la discusión sobre el bien y el mal
del esquizofrénico con sus voces,
el morir del depresivo...
¿O eso no es felicidad?
Entonces, ¿qué es?
¿El placer del sufrimiento?
Y nosotros estamos allí,
para quitar el dolor del moribundo,
la tos del resfrío,
el cuchillo de la mano:
¿De la madre que no desea serlo?
¿Del adolescente enojado?
¿De la niña ultrajada?
Estamos para ser una pequeña luz de esperanza,
para aquel que muere por vivir
Y del que vive para morir.
Y ante este gigante universo sobre
mis hombros,
sólo puedo agradecer el tener mis brazos abiertos,
para entregar amor al que lo necesita.
Y, ¿sabes?
Para ello no se necesita un delantal blanco
ni el título de “médico”.