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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Aidara Dupont Dom Ene 19, 2014 7:37 pm

Las ultimas estrellas fueron testigos del desvelo de la joven, la que llamándole aún estando en su casa había permanecía recostada en la ventana hasta las primeras luces del alba. Violante, Violante…. Llamaba desconsolada, sintiendo la fría noche helar su piel, mientras ella se lo imaginaba que aparecía en cualquier instante a su lado, acunándola nuevamente entre sus brazos. Su mente era un caos y su corazón no escapaba de la misma situación. Había parecido tan real… hasta su familia le preguntaron al encontrarla solitaria en los jardines por él, por quien las lenguas del restaurante llamaban príncipe. "¿Príncipe... donde estas?” Repetía aquella pregunta en su mente, al tiempo que oí a su familia hablarle de él y preguntarle por qué había sucedido con la velada que habían mantenido. Y ella se moría de ganas de contarles, de explicarles que lo había encontrado. Que era él, pero como decir algo, que quizás solo fue un sueño de muchos?

Lo había sentido tan real, que su mano no dejaba de acariciarse el cuello, acordándose de aquella sensación, de lo que había sentido al sentirle bebiendo de su elixir, allí en su cuello, lento y suave. Solo el inicio doloroso había nublado un poco aquella sensación, pero aquel dolor había valido la pena. Sentirle tan íntimamente dentro de ella, en su misma sangre, controlando su corazón, conectada a él entre sus brazos… había sido perfecto. Por eso y más ,por las palabras que le había susurrado, promesas que habían ilusionado su corazón y alumbrado su alma. Palabras que por mala suerte no sabía de la certeza de las mismas, y menos todavía si todo había sido real. Por eso se negó a abandonarse a la inconsciencia del sueño, temiendo que al dormirse despertara de su sueño y se diera cuenta que todo esto que sentía y había sentido al conocerle, solo fueran alucinaciones suyas. Finalmente tras terminar susurrando su nombre en silencio, tras que los rayos del sol alumbraran su balcón, ella cayo exhausta en uno de los sillones, dormida, esperándole todavía.

Y había dormido, hasta que su hermana le despertó y a regañadientes tuvo que levantarse a seguir con los preparativos de aquella boda que parecía ocupar el tiempo de cada uno de los miembros de la familia Dupont. Vestidos, ir a comprar las cintas y por supuesto que en sus idas y venidas, había vuelto a pensar en él y en aquellas tantas preguntas que le destrozaban el alma. ¿Por qué había desaparecido? ¿Por qué se había alejado de ella…? No lo entendía, podían haber corrido demasiado, quizás hubiera sido su culpa por lanzarse tan rápido a la aventura y a afirmar lo que su corazón le decía, que le amaba y aquello no lo podía negar. “Si.. Debe de ser eso, soy una necia…lo asusté y se fue.” Pensó intentando esclarecer algo, pero todo eran interrogantes y una ferviente esperanza que pese a todo no fuera un sueño. Y así al medio día, en la comida, en silencio caviló sobre cómo hacerlo para acudir donde Violante la había citado antes de sumirse en la nada y mintiendo por primera vez a su familia, fue que a la tarde tras miles de tareas consiguió escaparse a hacer unos recados y tras ellos aprovecharía para ir a verle, si es que existía y de verdad la había citado allí.

Plaza tertre
(Las 10 de la noche)


Había llegado hacia tres horas ya, aún cuando las últimas luces del sol no se habían puesto por el horizonte, llegando la noche y sus estrellas a ocupar el cielo sobre su cabeza. Poco a poco quedaba menos gente en la plaza y con el alma malherida por aquella ausencia de él, se quedó sentada en la fuente de en medio la plaza. Su vestido celeste caía recatado hasta sus pies, mientras el corsé delineaba y resaltaba mas aquella figura que tenia y sus doradas hebras caían por sus hombros, perdiéndose por la espalda y bajo los pechos. Todo y que era difícil verla, ya que una capa negra la cubría mientras sus ojos volvían a buscarle entre la poca gente que se aventuraba en aquella plaza a altas horas de la noche.

“¿Dónde estás? Por favor aparece…no puedes ser un sueño” Pensó en un ruego, alzando la mirada al cielo, observando a la luna que volvía a alumbrarla como la anterior noche en aquel balcón mientras por sus mejilla cruzaban dos silenciosa lagrimas de tristeza al pensar en que quizás no volvería a verlo. Con una de sus manos volvió a acariciarse el cuello, deseando que por lo menos le hubiera dejado la señal, el rastro del paso de sus labios y afilados colmillos para poder recordarle con más claridad y asegurarse de que todo lo que pasó fue real, y siguió esperándole en silencio, desecante, anhelante de Violante y de sus brazos. Por que no pensaba pasarse una noche más susurrando su nombre en vano. Esta vez iría a buscarle, donde fuese lo encontraría, por que no habia nada más que no quisiese que verlo de nuevo.

Violante… —Le llamó.


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Mensaje por Violante Vie Ene 24, 2014 4:24 pm

Hotel Des Arenes, Crepúsculo

El hotel se había convertido en el hogar provisional del príncipe, para él no existía ya nada que lo atara a París, había perdido al amor de su vida, su palacete había ardido en furiosas llamas y su mundo ya no era el mismo; o al menos eso había pensado dos días atrás cuando estaba dispuesto a regresar a los Países Bajos. Sin embargo, eso había cambiado con la aparición a Aidara.

Caminó hasta al balcón reguardado por amplias y oscuras cortinas, él dio un vistazo recorriendo ligeramente una, el sol estaba por ocultarse. Así como en su tiempo Ainara ocupaba toda su atención, Aidara comenzaba hacerlo; él aún podía sentir los cálidos labios en los suyos, recordar el latido a compasado de su corazón joven, contemplar aquella mirada inocente, pura y sensible. Los sentimientos que se desbordaban a causa de ella torturaban al príncipe; por supuesto, no se trataba a que la despreciara, sino a que él se había hecho a la idea de que sí estaba junto a él la condenaría. Violante tenía la convicción de que estar con él significaba la muerte y cada vez que profundizaba en sus cavilaciones aparecía el cuerpo de Ainara en sus brazos y su palacete en llamas.

Pero de algo estaba seguro, sus caminos no se había cruzado por una casualidad. Él estaba dispuesto a enfrentar al hado de la muerte de ser necesario, no permitiría que nada malo le pasara a Aidara... Cumpliría su promesa hasta que la vida irremediablemente se fuera del cuerpo de la mujer que ya amaba y amaría hasta el fin de su vida mortal. Violante creía estar preparado, verla con una familia, verla envejecer y velar de ella cuando los últimos suspiros se escaparan de un fragil cuerpo.

Cuando bajó del quinto piso ya eran las siete de la noche, un carruaje ya lo esperaba y le había pedido al cochero mantener un trote en sus caballos. El cochero le había advertido que podrían hacer dos horas hasta la plaza Tertre, pero Violante lo sabía y no le importaba. Quizás su intención era no encontrar a Aidara, que sus quehaceres y los de su familia le impidan asistir, o que para ella sólo se hubiera tratado de un sueño; un maravilloso o cruel sueño.

Plaza Tertre, 9 de la noche

Violante despidió al cochero cuando la localizó sentada en la fuente principal. Verla ahí, esperándolo le rompió el corazón. No estaba seguro de cuanto tiempo llevaría aguardando por él, pero creía que habían pasado un par de horas. El príncipe vestía de traje y abrigo, se mezcló entre la gente y asegurándose de que ella no lo se percató de su presencia se detuvo justo a la espalda de ella. poco podía ver de ella, la capa le cubría sus cabellos dorados, tan sólo podía imaginársela como lo contempló la noche anterior, con un vestido celeste.

Así pasó una hora más, la gente había despejado casi en su mayoría la plaza, en la fuente, tan sólo estaban ellos dos con el mismo deseo... verse. -Violante- había dicho ella, el príncipe se quedó por un momento sin aire; en esa hora había pensado en la opción de abandonarla en ese momento, no volverla ha ver, romperle el corazón ahora para que pudiera sanar más pronto que si lo hacía después. Parecía lo mejor; pero, a pesar de que no era él mismo no deseaba perder él, había hecho de Aidara su motivo para vivir y sí bien podía ella sanar, también podía desesperar y perder la cordura que lo conduciría a un eterno reproche.

Tienes que dejar que las cosas caminen Violante, deja que todo siga su curso— le había a consejado Benelope y ese momento parecía el indicado para llevarlo a cabo. Caminó finalmente, rodeando la fuente hasta llegar al costado derecho de su amor. —No soy un sueño...— dijo –amor mío– concluyó en su mente, aunque se dejó llevar con el deseo de estar junto a ella, no estaba dispuesto a ilusionarla al decirle todo lo que quisiera. Le sería difícil, pero el cariño que le expresaría sería distinto a lo que él y ella desearían; o al menos así lo creía Violante.

Disculpa todo el tiempo que te hice esperar, gracias por estar aquí— se excusó mientras continuaba su andar hasta estar frente a ella, luego, se agachó para agachó para poder mirarla y evitar que ella levantara la vista. Le tomó las manos mientras veía los maravillosos orbes que poseían un brillo especial. —Ya estoy aquí, como lo estaré todas las noches hasta que la mortalidad te separe de mi— le sonrió para que esas lágrimas se evaporaran y ella le brindara una sonrisa.


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Mensaje por Aidara Dupont Sáb Ene 25, 2014 3:06 pm

La espera se le hacía eterna, terminando por dolerle cada suspiro que de sus labios escapaban. Cuanto tiempo llevaría allí, esperando melancólica que su sueño regresara, que su príncipe volviera? “Demasiado tiempo…quizás si sea un sueño” pensó tristemente, dejando que las dos lagrimas que dibujaban una húmeda línea sobre sus mejillas siguieran corriendo, hasta que oyó su voz. Apresurada miró enfrente buscándole, rogando por que apareciera allí con ella. Sus ojos le buscaron, sin encontrarle. Parecía una pequeña niña perdida, desamparada de toda sonrisa e ilusión. ¿Podía ser tan cruel el destino de borrarle para siempre la brillante luz de sus ojos?

 Si que eres un sueño…me abandonaste. —Susurró ella creyendo que aquella voz, no era más que producto de su imaginación tras aquellas horas de espera. En ningún momento miró a los lados, solo permanecía buscando de frente, -hasta que de nuevo aquella voz volvió a romper el silencio de la plaza. “¿Mi amor…?” Se preguntó temiendo haber enloquecido, hasta que oyendo los pasos de alguien que se le aproximaba, giró la vista a uno de sus costados, encontrándose con la figura de quien estaba esperando.

 Violante… eres tú. —Dijo siguiéndole con la mirada, aún dudosa de que todo aquello fuera cierto. —Pareces tan real… —Añadió a sus palabras, observándole acercarse hasta quedar frente a ella y agacharse. Su mano que aún seguía en aquel punto del cuello del que Violante había bebido la anterior noche, fue tomada suavemente por la de él,, así como la que mantenía en su regazo, siendo atrapadas por sus manos. El tacto frío de él hizo que su piel se estremeciera, dándose cuenta así de que todo aquello estaba sucediendo, que finalmente él la había venido a buscar. Pero no fue hasta sus últimas palabras y aquella sonrisa que le dedicó, que dejó su tristeza para formar una dulce sonrisa en sus labios la que rápidamente hizo que sus ojos brillaran nuevamente con las ilusiones renovadas, de un amor que no la había abandonado.

Sin saber que decirle, con aquella sonrisa dulcificando su rostro, olvidándose de su pena, sin aviso alguno atrajo con las manos a él un poco más cerca de ella y se lanzó a sus brazos, abrazándose a él. Le estrechó con fuerza contra ella, hasta sentir cada parte de él en ella, cada fina tela contra su capa. Con su rostro en su frio hombro, inspiró para poder así llenarse del aroma de Violante y finalmente desconsolada se echó a llorar en su abrazo.

 Creí que no volvería a verte…que todo había sido un sueño.— Balbuceó contra su pecho. — Todos me decían que había enloquecido…que aproveché los rumores de la fiesta para que mi nombre importara mas en las altas esferas. Pero no es así! Yo sabía que todo había sido real… aunque no me dejaras ni una señal con que poder demostrar tu existencia. —Cerró los ojos contra él. —  Te fuiste tan rápido…después de aquello yo no… creí que me habrías abandonado. Quizás que mi sangre no te gustó y arrepintiéndote de todo decidiste irte. Pero luego dijiste aquellas palabras, me citaste en este sitio… y me distes una pequeña esperanza de volver a verte. — Siendo consciente de la imagen que le estaría dando de ella, lentamente dejó de llorar tras sus palabras, calmándose hasta poder apartarse ligeramente de su abrazo y alzar la mirada hacia la de él y sonreírle.

Con sus ojos fijos en los de él, se quedó unos segundos en silencio, su corazón ya calmado latía placido contra su pecho. Ya no había temor, tristeza o miedo. Ya no estaba perdida. Ahora solo estaba él y aquellos orbes con que la miraba, con los que tanto había soñado y anhelado en la mañana.

Incapaz de permanecer lejos de él, de su contacto, aún con su sonrisa juntó su frente contra la de él con ternura, y feliz sonrío. —  No vuelvas a irte así, de desaparecer de mi vida, por favor… Déjame tenerte en mi vida, a mi lado, hasta que tenga que dejar esta vida. Y aún así, yo sé que estaré contigo. —Murmuró contra sus labios, apenas a pocos centímetros de rozarse, pero sin llegar a hacerlo, acariciándolos con sus palabras.


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Mensaje por Violante Vie Ene 31, 2014 8:05 pm

Mientras ella lloraba en sus brazos el príncipe sintió pena por ella, realmente se había enamorado de él. Recordó la noche anterior, el momento en el que le pidió se convirtiera en su esposa y después el tormentoso pensamiento de que correría peligro sí ella se mantenía junto a él, sí ella se convertía; a los ojos de su invisible verduga, en su universo, era casi un hecho que sufriría el mismo destino que Ainara.

Las palabras como susurros acariciaron los labios del príncipe, la sensualidad natural e inocente de la bella mujer lo incitaron a besarla como lo había hecho la noche anterior; pero no lo hizo. —Sobre mí existe una amenaza que no conoce la piedad, que está dispuesta a sumir mi vida en la miseria y la tristeza. Un monstruo invisible que apaga toda la luz que se enciende en mi camino...— hizo una pausa y sujetó a Aidara por los brazos, dando él, un paso hacía atrás. —Tu eres la luz más hermosa de todas, tan pura y perfecta que sé correrás el mismo destino si exhibo este amor por ti que me extasía con cada mirada que me obsequias— continuó y llevó su mano a la barbilla de ella para que no desviara la mirada y esa era una de sus intensiones. —Yo estaré siempre para ti, en las sombras, protegiéndote de todo mal... Pero aunque yo me desmorone, aunque yo desespere por no poder amarte, nunca no te abandonaré...— los ojos del príncipe se sumieron en una tristeza que contagió a la misma Aidara que ya adivinaba la conclusión de Violante. —Esta será la última vez que podrás verme como lo hiciste en un inicio, ver en mis ojos el brillo del amor por ti, no haré presencia cuando no deba hacerlo... Escucha por última vez... ¡Te amo!— finalizó y dándose la espalda comenzó a caminar al lado opuesto de ella.

El sentimiento que los mortales llaman corazón, lloraba, no importaba cual fuera la situación que se desarrollaba, aquella amenaza invisible lo atormentaba. Escuchó el llanto de ella y su sentimiento mortal se partió en dos, comenzó a llorar, se maldijo por provocarle ese dolor, se maldijo por ser lo que era, se maldijo porque su egoísmo condució a ella a un descorazonamiento irreparable. Su llanto silencioso, de espesas lágrimas mancharon su levita; quiso detenerse, quiso regresar a consolarla pero estaba decidido a llevar a cumplir lo que se prometió para sí.

Pronto la oscuridad lo hizo desaparecer, y cuando sólo la niebla de invierno era la única compañera, se dejó caer y arrodillado hizo a un lado su orgullo y lloró sin limitarse. Para los mortales existiría en ese momento un abrumador silencio, pero para él, no era así, escuchaba el andar de los caballos a lo lejos, el ruido de una taberna y los cuchicheos de desdichados hombres y mujeres que para el príncipe no eran más que despreciables desafortunados. Y nadie de ellos podía escucharlo llorar o a la propia Aidara; aquel llanto lejano entristecia más al príncipe... Fue entonces que mandó todo al demonio, ¿por qué iba a dejar que esa maldita asesina le arrebatara a la mujer que innegablemente amaba con todo su ser?

Se fue levantando, sacó un pañuelo y se limpió el rostro, luego, lo tiró y corrió hasta donde estaba ella. Aún seguía ahí, como si lo esperase, como si tuviera la esperanza de que Violante regresaría, de que eso que le había dicho era pura mentira. Se lanzó a ella y la abrazó como si no la hubiera visto en años. —Soy un tonto... perdóname, perdóname...— la consoló haciendo que su ángelical rostro descansara sobre el pecho de él, su mano derecha acarició la lacia cabellera rubia y con la izquierda la mantenía cerca de él por la cintura. —¡Te amo Aidara!— exclamó al borde del llanto, repitiéndolo más de tres veces, besó sus mejillas y contempló ese hermoso rostro, esos orbes que harían latir su corazón si éste estuviera vivo.

Casate conmigo... Se mi esposa y vayámanos de aquí, esta noche, déjemos París, alejémonos lo más posible, vivamos tu y yo solos, sin nadie que pueda hacernos daño. Se mi esposa Aidara Dupont, conviertete en mi princesa; déjame experimentar los sentimientos de un mortal, permíteme amarte sin ofenderte, deja que resguarde tu inocencia, que cuide el calor y la vida de tu cuerpo hasta que la muerte te arrebate de mi... Se mi esposa— dijo y arracándose del cuello el anillo de su madre que poseía como un tesoro lo colocó en el dedo de la mortal que quería desposar y por quien lucharía contra todos.


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Mensaje por Aidara Dupont Mar Feb 04, 2014 10:38 am

Era tal la cercanía de sus labios, que cada palabra que Violante le decía incidía directamente en su corazón. Rompiéndolo poco a poco, mientras a cada palabra, ella lo iba entendiendo, lo que él quería decirle… la protegería, pero no sería a su lado como ella soñaba. Sintiéndose derrotada por la situación, desesperanzada bajó la mirada, incapaz de verle a los ojos. No quería llorar, no debía, no obstante a cada palabra de él, como mas convencida se encontraba de que se alejaría de ella, más lagrimas rasgaban de un profundo dolor su mirada.

Al sentir la fría mano de él en su barbilla pidiéndole suavemente que volviera la mirada a él. Temblorosa le miró incapaz de negar cualquier deseo que Violante tuviera, encontrándose con sus ojos. — Ámame… no te vayas…. — Memorizando el rostro de su amado pasó unos segundos y al ver finalmente su triste mirado, se sintió desfallecer, morir. El no volver a verlo, la enfermaba, la sumía en la más absoluta oscuridad. “¿Qué será ahora de mí, sin ti?” En su mente ya lloraba por más que sus ojos aún no se vieran preparados para nuevamente ahogarse en las lágrimas, en el dolor de su roto corazón. Su mano tembló contenida del deseo de abrazarle una última vez, de agarrar sus manos y no soltarle. Cuan más podría ser cruel el destino? Sumida en la más desgarradora tristeza le miró intentando retenerle, deseando poder regresar al feliz momento que le vio y feliz se lanzó a él. — No…no, no, no…—Musito negando con la cabeza, sin querer oír aunque inevitablemente su despedida.

Las primeras lagrimas fueron visibles tras oír su ultimo te amo de sus labios. Incapaz de contestarle, observó como el amor de su vida escapaba, se alejaba de ella para siempre. Se giró hacia él, viendo como seguía su camino ajeno a ella y a sus lágrimas. — ¡Yo también te amo Violante! —Gritó sin negarse decirle lo que sentía una ultima vez. — ¡Te amo!… Te amo… vuelve. Mi príncipe por favor… no me abandones. Regresa conmigo…No le digas que no al amor, dame una oportunidad… ¡Violante!... No te vayas…. — Su llanto fue creciendo a medida que la figura de su amado se difuminaba en la lejanía, más si las lagrimas mojaban su rostro, sus labios temblorosos no podían no llamarle e insistir que volviera, que le amaba. Dio unos pasos adelante, hacia él pero consciente de que si corría detrás de él él se perdería definitivamente lejos de ella, se mantuvo en aquella plaza, sin poder dejar de mirarle.

Cuando finalmente desapareció de su vista, se abrazó a si misma, ahogándose con el nombre de Violante en sus labios. Alzó un momento la mirada a la luna que vio borrosa y la maldijo. Todos sus sueños se habían hecho realidad, tomando una cruel forma en un amor que solo conocerlo, ya lo perdía. Como un pájaro al que le habían concedido el deseo de volar en libertad, para atraparlo, encadenarlo tras unos segundos de conocer su dicha en la jaula nuevamente. Así se sentía ella, temblorosa y perdida como un inocente y soñador pájaro al que habían arrancado sus alas.

“No puede ser verdad que te vayas… ¿Y mi corazón? No desea latir sin tu amor.” Pensó desistiendo de huir de aquel lugar con la esperanza de que le oyera y volviera a ella. Sin saber cuanto tiempo pasó en aquel lugar, llorando, llamándole, sintió sus brazos abrazándola contra él. Su frió cuerpo contra el de ella y su voz rogándole algo que con solo su vuelta, ya se lo había concedido.

Agarrándose a él, sin desear soltarse, asintió permitiendo que sus labios sonrieran dichosos de su vuelta. — Yo también te amo… ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! —Le repitió igual ella con una sonrisa enamorada y esperanzada, riendo feliz al sentir sus besos en las mejillas, secándole las lagrimas, quedándose en sus orbes oscuros, deseando conocer que les daba aquel brillo que presentaban mientras contemplaban su rostro.

Sus ojos lloraron de nuevo, esta vez no de tristeza, si no de una feliz emoción que hacia latir acelerado su corazón y que sus azules ojos brillaran contagiando su dicha y felicidad al vampiro que ante ella se declaraba. Con un nudo en la garganta vio como le ponía un anillo en su dedo y radiante de felicidad se abrazó a él. — Si… ¡Si! Déjame amarte. Ser tu esposa, tu princesa…Prometo hacerte feliz y dichoso cada día. —Dijo sonriendo en su abrazo alzando la mirada hacia él. Se acercó más a él y le besó los labios. Primero dulcemente, profundizándolo y con más pasión según pasaban los segundos, hasta separarse para tomar aire, y aún así no se alejó de ellos. — Vayámonos lejos, al infinito si ese es tu deseo. —Río suavemente acariciando los labios ajenos con los propios en dulces roces. — Solos tú y yo. Yo solo deseo estar contigo mi amor, ser tu familia. Verte cada mañana, dormirme en tus brazos. Ser participe y cómplice de tus sonrisas…verte reír, llorar, bromear, amarme. —Ante la última palabra sus mejillas enrojecieron y le miró sonriente, sin soltarse de la mirada ajena ni por unos segundos. No ahora, en donde su contestación iba a marcar, a cambiar irremediablemente el transcurso de sus vidas.

Violante Vilhjálmur, yo Aidara Dupont acepto casarme contigo, ser tu esposa y que tu seas mi amado y esposo, hasta el ultimo de nuestros días. —La sonrisa de sus labios, la felicidad de su rostro y el brillo de aquellos orbes celestes, ya hablaban por ella. Lo amaba. — Y por siempre jamás ser tuya.


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Mensaje por Violante Dom Feb 16, 2014 4:46 am

Quizás tarde, pero Violante comenzó a reflexionar. La abrazó acariciando su cabello, las palabras de ella se escuchaban inocentes y pensó que se estaba precipitando. Por supuesto, no se estaba retractando sobre quererla como esposa ni mucho menos haberle dicho que la amaba. Violante se equivocó al dejar que impulsivamente ella respondiera, después de todo, ¿qué sabia ella de los vampiros? Por esa razón tenía que pintarle el panorama para que terminara de meditarlo y lo aceptara o no.

Aidara, mi bella e inocente doncella; realmente no te imaginas como será nuestra vida. No será como lo imaginas— le dijo en un suave tono y la separó de él para contemplar los hermosos orbes azules que descaban en la semi oscuridad del lugar. —No podrás verme por las mañanas, porque el sol es mi enemigo, podrás dormirte en mis brazos pero yo no estaré a tu lado en las mañanas, despertaras sola, merendearás sola y de la misma forma comerás; y cuando se esconda el sol, yo despertaré para estar contigo— su tono no cambió, pero tampoco su expresión que derrochaba amor hacia ella, no quería que ella lo viera dudar.

Él pensó entonces en la familia de ella, ambos podrían irse lo más lejos posible, y sus padres estarían con la angustia de no encontrarla y cuando regresara, ya nadie podría verla como una dama por haber huido con un hombre. Así la sociedad lo dictaminaba y aunque era muy seguro que a ella le importara en lo más mínimo. Él no deseaba que ella fuera objeto de burla, no cuando él no podía protegerla.

Extendió su mano a una de las mejillas cálidas y sonrojadas, la sonrisa en su rostro le decía que todo estaba bien, que no debía preocuparse por sus palabras, sino que, tenía que comprenderlas, entender porqué se lo decía. —No tendrás que temer de quedarte viuda porque no me verás morir, no me verás envejecer mas tu si lo harás. Podremos frecuentar a tu familia en los primeros años de nuestra vida y no volverás a verlos después porque no me verán con los mismo ojos cuando descubran que mi juventud es eterna— su mano abandonó la mejilla y nuevamente la abrazó, respirando el perfume de su cabello, enredando sus dedos y escuchando los latidos de su corazón.

No nos iremos esta noche, te llevaré a tu casa y pediré tu mano, no te expondré a convertirte en la comidilla de arpías y víboras. Nos casaremos y después podremos irnos. Quiero que pases el mayor tiempo con tu familia pues ya no los volverás a ver después— susurró y tomándola de la mano caminaron a la fuente, ahí se sentaron. —No quiero que nunca reprimas lo que quieras decirme o consultarme. Eres mi prometida por lo que todo mi ser te pertenece, eres la única mujer en mi vida y lo serás todo el tiempo que te tenga conmigo e inclusive cuando no te tenga más... ¡Te amo!— concluyó con una sonrisa en su rostro.


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Mensaje por Aidara Dupont Jue Feb 20, 2014 6:48 pm

Sin desaparecer su sonrisa, se dejó envolver por él y permaneció en brazos de Violante, como la joven más feliz del mundo. Tenia ganas de decirle a todo el mundo, de gritar a los cuatro vientos la noticia, de reír y llorar a la vez, de compartir con todos su dicha. Cerrando los ojos, aspiró su perfume y sonrío contra su pecho, dejándole un beso, cuando la voz de Violante irrumpió aquel dulce silencio que se había creado entre ambos.

Ante el suave tono de sus palabras, dejó que la separara ligeramente de él, o por lo menos lo suficiente como para poder mirar a sus orbes. Ante sus palabras, le miró confundida. — Que intentas decirme mi amor? —Le preguntó con una pequeña sombra de dolor cruzando el brillo de su mirada. Dolor que al hablar él y explicarle, desapareció. Ella ya había pensado en todas esas situaciones, en las que por causa de su condición vampirica, no podría verle. Jamás habría pensado que le fuera fácil, pero tampoco se iba a rendir, ni a deprimir por no tenerle en las mañanas ni en las comidas, ni en no despertar a su lado. Entre estar con él o no estar, sin duda prefería estar sin importar las consecuencias.

Ya pensé en esto, y no me importa. Entre verte y no verte, siempre escogeré verte, sin importar que el tiempo que estés a mi lado pueda verse recortado por la fuerza del sol y sus rayos. —Dijo dulcificando su rostro, sonriéndole. — Siempre y cuando, lo último que vea cada noche sea tu rostro y lo ultimo que bese con mis labios, sean los tuyos…yo seré la más feliz del mundo, mi amado príncipe. — siguió diciéndole, silenciando las palabras de sus labios, en cuando la mano de Violante acarició su sonrojada mejilla. Le miró y al ver su sonrisa, si algún resquicio de miedo quedaba en su corazón, este desapreció por completo de los confines de su alma.

Le escuchó atenta, como siempre cuando se trataba de él hacía, poniendo cada sentido volcado en ello. En todo momento asintió, ahora con una pequeña sonrisa, pues separarse de su familia, le dolería, pero más le dolería volver a sentirse olvidada, en un sueño y sin la existencia de Violante a su lado. Por lo que su camino estaba ya trazado y este irremediablemente, era lejos de los suyos, y bajo el abrazo de Violante. Tras sus palabras, asintió sin ningún momento de duda ante el camino que juntos emprenderían y suspirando contra su pecho, nuevamente fue tomada y abrazada por él, de tal forma que hasta parecían que los cuerpos hubieran sido creados para la unión de ambos, encontrando sin esfuerzo el hueco perfecto del hombro de Violante para su cabeza. —Lo entiendo y nada ha cambiado de mi parte. —Dijo intentando poner palabras a lo que su mente le decía. Pero como decirle sin asustarle, que en tan poco tiempo sentía, que si de nuevo volvía a perderle, moriría de pena?

Finalmente él la llevó de nuevo a la fuente de la plaza, a esas horas ya tan oscuras vacía. Se sentó en su regazo y sonrojada, recordando unos instantes cuando el día anterior ella misma había estado en su regazo y él bebiendo de ella, se quedó sin aliento, terminando por sonreír al verle la mirada de él, quizás tras que fuera consciente de los latidos más frenéticos de su corazón. Sonriendo, negó con la cabeza, juntando su frente contra la de él, suspiró sobre su fría piel. — Como desees. No nos iremos todavía, aunque por mí la gente puede hablar y no importarme. Yo volveré con mi familia, siempre y cuando estés a mi lado, y prometas estarlo. — Besó su frente con amor. — Yo siempre podré esperar por ti, hasta el día en que tras el si quiero, pueda venirme y vivir bajo tu sombra, a tu lado el resto de mis días. Yo también lo hago, prometido mío. ¡Os amo! —Canturreó contra sus labios, para seguidamente besarlos. Cerró los ojos y pasando los brazos por su cuello, no se separó de él hasta que el aliento empezó a faltarle, y a regañadientes tuvo que separarse. Aún así siempre quedando resguardada del frío de la noche en sus brazos, y con la suavidad de sus labios a escasos centímetros de los suyos.

Prometo preguntarte todo lo que se me ocurra, y decir todo lo que mi mente piense o cavilé. Por ejemplo… Cuando vendrás a verme a mi casa? ¿Entraras por la puerta principal, o te colarás por el ventanal de mi habitación? Algún día me llevaras a tu castillo?  Donde viviremos tras el enlace… ¿Donde duermes en las mañanas? No podrías dormir a mi lado con las ventanas cerradas para que el sol no te convirtiera en cenizas? —Río divertida y le miró, acariciando con la yema de sus dedos una de sus mejillas. — Deseo saber tanto de ti… y tanto queda por descubrir a tu lado. Que creo que me faltaran días por descubrir todo de ti, y amarte, como desearía con toda mi alma.


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Mensaje por Violante Miér Abr 09, 2014 11:07 pm

Quiso responderle pese a que sus preguntas eran muy infantiles, mas no lo hizo, se conformó con la hermosa vista que Aidara le ofrecía, en sus labios delineados en una perfecta simetría que le recordaba la quietud del mar Egeo, en sus ojos inocentes con un brillo que le hizo evocar aquellos rayos de sol que acariciaba la nieve de Siberia cuando él era un mortal. –¡Ay, amor mío!– pensó dibujando una sonrisa de esas que derrochan una armonía al tener la calidez de un amor que augura ser para toda la eternidad, lo que, no sería. –Tu romanticismo no te deja ver más allá, cuando veas en otros los hijos que no podemos tener, cuando envejezcas y yo me encuentre con mi eterna juventud, cuando esa tersa piel comience a marchitarse y tus dorados cabellos se tiñan de un blanco. Nadie reconocerá nuestro matrimonio, te consideraran mi madre y después, quizás mi abuela, y nuestro amor cambiará, te deprimirás cuando sea yo quien cambie tus ropas, que te atienda como si de una niña te trataras y en el fondo, muy en el fondo tendrás el rencor de que yo lo permití, de que sí te hubiera dado el don oscuro nada de eso pasaría, pero no me lo dirás, no te atreverás a reprocharme nada y así morirás, con la tristeza de no poder ser la mujer que alguna vez fuiste– pensó.

Su sonrisa entonces era una hipocresía, pero estaba seguro de que no le daría el don oscuro así le rogara. Suspiró entonces y abrazó a su prometida. Oculto entre sus cabellos, respiró hondamente robándose el perfume que ella usó justo para él y cerró sus ojos, comenzó a atesorar el momento, como un pintor que en grandes trazos usa su pincel y su tinta. —Vayamonos amor... quiero pedir tu mano esta noche, antes de que nos alcance la media noche— sus dulces palabras acariciaron el oído de su prometida al tiempo en el que su mano derecha tomaba la izquierda de ella y los dedos de ambos se entrelazaban.

Aunque quería permanecer así más tiempo y quizás ella también, tenían que darse prisa y ella tenía que comprenderlo. Se alejó de los cabellos dorados, afianzó la toma de la mano y comenzaron a caminar a la avenida, por unos minutos reinó un silencio que inmediatamente sofoco al príncipe, no podía ni quería prolongar el silencio así que lo rompió para abrirse y responder las preguntas que al principio ignoró. —Duermo en un hotel, mi Palacete en París fue quemado aunque no sé porqué...— se detuvo pensativo, tenía razón, no lo sabía, o más bien no lo recordaba era uno de esos misterios que lo abordaron y que se rehusó a investigar. Antes de proseguir, algo que no quería hacer, paro un coche y después de ella, subió a éste.

Era una carroza negra, techada y con cortinas del mismo color que la alfombra, roja, los asientos eran de un café pardo, aterciopelado y su olor era exquisito, el estilo  exterior era claramente parisiense, el cochero tiraba de dos corceles negros, era un buen jinete, al menos, con mucha experiencia ya que a penas se notaba que se movían. El príncipe esperó hasta que Aidara diera la dirección, tenía su cuerpo inclinado hacía el frente, con los codos en el regazo y sus manos por debajo de su inmortal barbilla, sus ojos oscuros no apartaron la vista de la que sería su esposa, que frente a él, muy pronto, sus ojos como cristales de jade lo observaron.

Nuevamente permitió que el silencio los abordara, pero esta vez no le importó realmente, ya que dejó que los latidos del corazón se convirtieran en la orquesta que de pronto necesitó escuchar. La respiración tranquila y el corazón emocionado lo relajaron y pronto cambió de asiento colocándose junto a ella, la volteó a ver como ella a él y le sonrió. —¡Eres perfecta!— dijo liberando un poco de su esencia de seducción, que realmente no necesitaba pero creyó aderezaría la situación, mientras extendía su brazo para que su mano alcanzara los dorados cabellos, los tomó con delicadeza e hizo que su mano se desplazara por la espalda baja de su amada. Los dedos que acariciaban los cabellos se deslizaron al otro lado del rostro y los hizo descender por sus mejillas, su barbilla, su cuello, sus pechos  y finalmente su cintura; luego, con ambas manos la cargó como una niña lo hace con una muñeca y la sentó de frente sobre su regazo.

Tenerla así le hizo recordar la mujer que nunca existió pero que en sueños seguía atormentándolo... Ainara, según los atisbos de lo que podría ser una ilusión, Violante había desnudado su pecho y mientras tomaba su virginidad bebía de ella procurándole un placer que nunca experimentaría con un mortal. Era una fantasía curiosa y aunque fuera verdad y él lo hubiera hecho, con Aidara no lo haría. La intensión de tenerla en esa posición no era para tomar su virginidad, no, no pensaba hacerlo, no quería hacerlo. Simplemente el corazón de Aidara lo había seducido a tal grado que ansiaba la sangre de ella. Entonces recordó lo que le había dicho en aquel restaurante, donde afirmaba que su necesidad por beber de ella podría ser más poderosa que su amor y aunque en ese momento no era el caso y el procuraría no lo sería jamás, aceptó que no podía dejar de beber de ella.

Dije que no lo haría Aidara, pero lo necesito, quiero tu sangre— le confesó sosteniéndole su cabeza con ambas manos y lentamente dejó que su rostro se acercara a ella hasta que sus labios se conectaron, besándose, silenciándola. Sus manos se desplazaron por la espalda y después del prolongado beso Violante bajó inmediatamente al cuello y abriéndose paso clavó sus colmillos en la frágil piel, la sangre brotó con prontitud embriagando el paladar del príncipe, el dulce elixir llenó su boca y avanzó hasta su laringe llegando al estómago. Inmediatamente, se esparció por todo el cuerpo y su piel adoptó un color mortal. El príncipe acercó el cuerpo de Aidara y empezó a beber tranquila y acompasadamente, monitoreando el corazón para no provocarle un paro ni beber más de la cuenta, lo último que quería era que llegara hasta su hogar sin fuerzas.


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