Un Dia Para descubrir - Privado

Continuaba contemplando las flores de un parterre que se encontraba justo delante de donde ella estaba sentada, suspiró levemente, casi como si exhalara semi dormida. El suave sol del invierno, relajaba sus músculos, endulzaba sus pensamientos. Angus era un lugar demasiado duro para pasar  el invierno, casi cruel. Por un momento volvió a recordar su tierra, pero esta vez no la belleza de sus campos primaverales, ni el verde de sus praderas, o el azul de sus costas. Sino el frio intenso, tirano, ese que cortaba la respiración y helaba las manos de los marineros en las embarcaciones que flotaban como pequeñas he inseguras cascaras de nuez en el mar. Recordó sus caminatas por la orilla de los acantilados y el oleaje que por momentos se convertía en una mortal trampa para esos admirables hombres que intentaban sacar con esfuerzo el fruto del mar, para que no faltara en la mesa de sus hijos, aunque lamentablemente terminaban,  casi siempre, en la de los ricos que apenas probar los manjares lo tiraban a sus perros o simplemente lo arrojaban como basura, sin pensar en los pobres de la aldea.

Shannon no pudo ocultar una mueca de despreció, odiaba a la gente de su misma clase social que tantas veces se mofaba de aquellos que trabajaban incansablemente para que la elite disfrutaran. Había sido testigo de muchas injusticias a lo largo de sus escasos años, que más de una vez terminaba por usar sus poderes para jugarles una mala pasada a esas almas del infierno, como solía llamarles. Claro siempre en beneficio de los mas desprotegidos. No era una justiciera, no, no lo era, ni lo sería nunca, porque para eso se necesitaba tener mas coraje que el que ella ostentaba. Pero no por eso dejó sin ayuda a quien se lo pidiera.

Sonrió pensando en una familia de un pescador, aquel hombre había tenido que viajar mar adentro, dejando desamparada por un tiempo mayor al que pretendía. El Cochero del  Conde había contado la triste situación a los empleados de la cocina del palacio. Ella escuchó todo escondida en la penumbra para que no la descubrieran. Días después, se las ingenió para conseguir  que aquel hombre la llevara hasta el hogar del pescador, llevaba alimento suficiente para que pasaran el invierno, al igual que  ropa de abrigo para los adultos y varios niños. Cuando llegaron a ese hogar, el cochero fue el primero en llamar a la puerta, cuando se abrió lo miró con sorpresa y algo de desconfianza una mujer, el hombre, la presentó, la mujer abrió sus ojos con sorpresa e incredulidad, no era común que un noble se presentara ante la puerta de un simple pescador y menos a dejar provisiones. Inclinándose torpemente, la mujer le permitió el paso, ella entró a la humilde vivienda, una simple cabaña, de dos habitaciones, con un hogar que servía para cocinar. Mas allá el cuarto de los padres y en esa misma habitación dos camitas,  la mujer llevaba prendidos de sus faldas a dos pequeños, les sonrió con ternura, pero ellos escondieron sus rostros en la raída tela.

Entregó con presteza lo que había llevado, habló un momento con la mujer, lo que una joven de dieciséis años podría comentar con una mujer de unos veinticinco años, casi nada, era mas fácil que el cochero hablara con ella, por eso los dejó un momento mientras seguía observando con tristeza lo poco que ésa familia poseía.  Contempló nuevamente las camas, pero ésta vez, observó a un niño sentado en una de ellas, no mayor de diez años, pálido como el mármol, ojeroso, triste por algo que no podía entender. Levantó su mano y saludó al pequeño que allí se encontraba, éste se sorprendió un segundo, como si le extrañara que ella pudiera verlo, pero entonces, salió de la construcción, dejándolo solo.

Afuera el cochero la esperaba, aun estaba charlando con la mujer – no te preocupes Ana, la señorita lo hace por que es una joven que siente y sufre como nosotros – la mujer trató de hablar en voz baja – pero eso es imposible, es la hija del conde, ¿como podría entender lo que nosotros sufrimos? - miró de reojo, y se movió nerviosa cuando la vio aparecer – ella es una niña rica, ésto solo lo ve como un juego –  se quejó, mirando a Shannon con un dejo de reproche. El  hombre meneó con la cabeza – no, te equivocas, algún día lo comprenderás -. La Hija del noble, pronto estuvo con ellos, tomó la mano de la mujer y depositó un pequeño saco con monedas – tome, lleve al medico a ese niño que está en la cama -la mujer tembló, - que niño -preguntó, mirando a su alrededor, buscando a sus dos hijos, pero no se habían despegado de su lado. La joven señaló al interior de la casa – el pequeño, de unos diez años, se nota que está enfermo y algo triste – , la mujer se santiguó y miró con asombro, temor y respeto a la joven. No dijo nada, agradeció aquel dinero que serviría para que sus hijos pudieran sobrevivir un invierno mas, se inclinó mientras un gracias se ahogaba en su garganta por el llanto. Shannon se sintió feliz al pensar que aquel pequeño podría salir a disfrutar del sol, cuando la primavera llegara.

Cuando se encontraban ya camino nuevamente a la mansión, se acercó al cochero, algo, le parecía extraño, - Douglas, dime, ¿porque la mujer se emociono cuando mencioné al pequeño que había quedado dentro de la cabaña? - el cochero, detuvo el carruaje, se dio vuelta enfrentándola con un dejo de tristeza, - creo que es hora  que visite a su nodriza – no estaba seguro si decirle la verdad o no, lo que sí tenia en claro, era que los comentarios sobre la pequeña y su don especial, eran  reales. Estuvo a punto de hablar, pero sus palabras murieron en sus labios. – mañana, la llevaré a la cabaña de Georgiana – Douglas no volvió a dirigirle la palabra en todo el trayecto al castillo. Ella quedó en silencio, contemplándolo pensativa intentando encontrar en qué se había equivocado, porqué se ofendía ¿o acaso le temía?.

Shannon, volvió al presente, suspiró recordando su pasado, su despertar como bruja. Trayendo a su mente los paisajes, la gente sencilla de su amada tierra y la garganta se le cerró, el llanto estaba a punto de florecer en sus ojos, pero la voz masculina que de repente llegó a sus oídos la hizo girar su cabeza, contemplando el rostro de aquel hombre. Le pedía fuego, pero ella no fumaba, sonrió tímidamente antes de hablarle – disculpe, no tengo fuego... es que no fumo – aseveró manteniendo su sonrisa, - pero aquel hombre que se acerca, si tiene – dijo observando a un caballero que con elegancia se aproximaba a donde ellos estaban. Nada indicaba que tuviera fuego, pero la bruja, podía saber ciertas cosas que para otros era imposible – yo solo puedo ofrecerle compañía para disfrutar de ésta hermosa mañana – terminó algo cohibida, era inapropiado para la sociedad de París que una joven ofreciera un poco de su tiempo a un desconocido, pero algo en él le recordó a esa familia de pescadores, aquellos que en las lejanas tierras de Angus, con el tiempo también aceptaron su amistad y su particular don.

Sus ojos melancólicos, se posaron en la mirada cargada de desprecio del hombre que había accedido a darles fuego, no sintió tristeza por la forma en que los trataba, porque cuando estaba por expresar su descontento por el desprecio en aquella mirada, marcando la poca urbanidad que demostraba, ante sus ojos se presentó una pequeña niña de rubios rizos que se aferró etéreamente a los pantalones del traje de aquel caballero, como haría una hija, cuando siente que un extraño la ha descubierto. Shannon  curvó sus labios en una enigmática sonrisa, dirigida al pequeño espectro que no deseaba separase de quien seguramente había sido su padre. Por los dones que poseía, la bruja, pudo darse cuenta que la soledad, la tristeza y la perdida inexplicable habían oscurecido el alma de aquel que ahora se alejaba, caminando lentamente, cabizbajo, recordando un pequeño rayo de sol que había perdido y del que temía olvidarse.  

Shannon  se acomodó mejor en el banco, dejando  mas espacio para que su  compañero se pudiera sentar. Con sus manos se dedicó, algo nerviosa, a adecentar la falda de su vestido, que se había arrugado un poco. Cuando, el joven, le preguntó si le molestaba que fumara, ella lo contempló un instante, para luego sonreír - no señor, no me molesta en absoluto... pero en verdad no es un  habito que esté en mis costumbres...  no se prive de hacerlo, ya que me  obsequia su compañía, ese es el mejor pago que pueda ofrecerme  – inclinó su cabeza delicadamente mientras se acomodaba un mechón rebelde.

Al  preguntarle que hacía en ese lugar, sus labios se abrieron en una ancha y sincera sonrisa, - en verdad, no debería estar aquí, sino en una reunión, ¿pero alguien se puede resistir a tomarse un minuto para disfrutar de tan bello lugar? – suspiró, no le gustaba el tener que dedicar su tiempo a todos los problemas que surgían día a día en Haras Angus, ella solo amaba los caballos y la pureza de su cariño. Shannon, pensaba que daría lo que le pidieran por conseguir  un capataz que se encargara de las tareas que la alejaban de sus bellas criaturas. Lo contempló a los ojos, como siempre hacía con las personas, buscando encontrar la esencia de las almas, ellas le hablarían con la verdad que aveces las palabras y las acciones ocultaban. - Por cierto, mi nombre es Shannon – levantó suavemente la mano derecha esperando que él se presentara.