AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
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Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
A eso se le llamaba vivir al límite, el no tener un puerto donde anclar, estar en búsqueda permanente por tierra firme. Era eternamente mantenerse a flote en madera de balsa, sin raíces ni perspectivas de que en algún futuro aquello cambiara. No era una sensación agradable, pero se aprendía a vivir con ella. Étienne, desde que tenía uso de razón, conocía esta piedra en el zapato que significaba pasar el día a día en la calle y por eso mismo no pensaba en lo que tenía que hacer para sobrevivir, sino que simplemente lo hacía. Él sabía que reflexionaba al respecto, analizando qué perderían los otros por llenarse el estómago a costa de robo, desistiría de actuar, poniendo en riesgo su propia supervivencia. Así era cómo evitaba encontrarse de frente con sus blancos entrando de noche en casas ajenas o mirando hacia sus descuidados y prometedores bolsillos en vez de a su rostro. El querer comer carne no implicaba desear conocer a la vaca.
Así, con ese pensamiento en su mente y anhelando que se le contagiara de alguna manera la destreza gitana de la joven Milenka, Étienne eligió su objetivo dentro de todos los locales de la zona comercial. Desde su improvisado refugio ubicado tras unas cajas repletas de fruta podrida y ratas, los ojos azulados del huérfano dieron con la botica de las hermanas Vadin, otras ricas bastardas que venían a restregarle a los pobres las ganancias monetarias que podían adquirir los ricos a partir de más dinero. Desde luego que, al igual que los demás establecimientos, no dejaban entrar a pobres y era fácil adivinar el por qué; quien no podía comprar, venía a delinquir. Aun así, el joven se las había arreglado recabando información de los cargadores que reponían los estantes de la apoteca. Según había entendido, el mejor momento para hacerse con las medicinas más caras –de esas que venían sólo unas cuantas en una caja acolchada– era durante el día, cuando las mujeres se encontraban en el mostrador y le daban la espalda a las bodegas. Lucía halagüeño; debía hacerlo. Era ahora o nunca.
Tragó saliva decidido a salirse con la suya, pero antes de lanzarse al azar hizo una pequeña súplica dentro de su cabeza a alguien que se había ido, pero que no por eso había dejado de ser tan especial.
—Lucrèce, si pudieras ayudarme en esta… —cerró sus ojos momentáneamente, pidiendo más que nada que no lo pillara algún inspector colarse por la parte de atrás de la farmacia. El primer paso era el más difícil, o al menos eso decían.
Besó el puño propio como si estuviera besando la mano de su consanguínea llamando a su suerte y partió con pies de cervatillo hacia la parte posterior del inmueble. Por poco tropezó en el trayecto con un bloque de piedra mal ubicado, pero sus reflejos lo ayudaron finalmente a salir ileso de la vista de la ley y a filtrarse por esa zona algo desprotegida perteneciente a las hermanas Vadin. En ocasiones así, Étienne agradecía su consunción, puesto que era una ventaja a la hora de entrar por ventanas estrechas y también lo era en las oportunidades en que se requería avanzar sigilosamente. Era así que, sin magia, se transformaba en un morrongo de circo.
Con esa vestimenta mental se internó en la oscuridad a medias de la despensa, no distinguiendo del todo los colores presentes, pero sí las formas. Una caja más reforzada que las demás, aquello era lo único que necesitaba para hacerse con su tesoro. Bufó levantando uno de sus maltados cabellos cuando se percató de que lo que buscaba se encontraba al fondo de la estructura, justo en la parte más alta de los estantes. No era el lugar más inteligente para ubicar medicamente frágil si lo que se quería era evitar que se rompiera, pero sí lo era para defenderse de los ladronzuelos como él.
—Tenían que hacérmela difícil. Qué fastidio, pero ya qué —se rascó la cabeza con el mismo ahínco con el que frunció el ceño. Una vez descargado aquello, caminó hacia el anaquel en silencio y se puso de puntillas para apoderarse de las medicinas. Las vendería a un muy buen precio allá afuera. Se le hacía agua la boca de pensar en los días que pasaría durmiendo con la barriga de un rey a cuestas— Ya quiero ver la cara de Madame Defour cuando pase a comprarle un cuarto de la pastelería. Comeré hasta que el azúcar me llegue a los ojos.
La juventud podía ser una buena herramienta para un jovenzuelo como él, un cleptómano de las más insignificantes ligas, debido a la fortaleza, velocidad y precisión que le otorgaban; sin embargo, daba una gran desventaja que Étienne no había presupuestado: la confianza sobremedida.
Él juraba erróneamente que no estaba siendo observado.
Así, con ese pensamiento en su mente y anhelando que se le contagiara de alguna manera la destreza gitana de la joven Milenka, Étienne eligió su objetivo dentro de todos los locales de la zona comercial. Desde su improvisado refugio ubicado tras unas cajas repletas de fruta podrida y ratas, los ojos azulados del huérfano dieron con la botica de las hermanas Vadin, otras ricas bastardas que venían a restregarle a los pobres las ganancias monetarias que podían adquirir los ricos a partir de más dinero. Desde luego que, al igual que los demás establecimientos, no dejaban entrar a pobres y era fácil adivinar el por qué; quien no podía comprar, venía a delinquir. Aun así, el joven se las había arreglado recabando información de los cargadores que reponían los estantes de la apoteca. Según había entendido, el mejor momento para hacerse con las medicinas más caras –de esas que venían sólo unas cuantas en una caja acolchada– era durante el día, cuando las mujeres se encontraban en el mostrador y le daban la espalda a las bodegas. Lucía halagüeño; debía hacerlo. Era ahora o nunca.
Tragó saliva decidido a salirse con la suya, pero antes de lanzarse al azar hizo una pequeña súplica dentro de su cabeza a alguien que se había ido, pero que no por eso había dejado de ser tan especial.
—Lucrèce, si pudieras ayudarme en esta… —cerró sus ojos momentáneamente, pidiendo más que nada que no lo pillara algún inspector colarse por la parte de atrás de la farmacia. El primer paso era el más difícil, o al menos eso decían.
Besó el puño propio como si estuviera besando la mano de su consanguínea llamando a su suerte y partió con pies de cervatillo hacia la parte posterior del inmueble. Por poco tropezó en el trayecto con un bloque de piedra mal ubicado, pero sus reflejos lo ayudaron finalmente a salir ileso de la vista de la ley y a filtrarse por esa zona algo desprotegida perteneciente a las hermanas Vadin. En ocasiones así, Étienne agradecía su consunción, puesto que era una ventaja a la hora de entrar por ventanas estrechas y también lo era en las oportunidades en que se requería avanzar sigilosamente. Era así que, sin magia, se transformaba en un morrongo de circo.
Con esa vestimenta mental se internó en la oscuridad a medias de la despensa, no distinguiendo del todo los colores presentes, pero sí las formas. Una caja más reforzada que las demás, aquello era lo único que necesitaba para hacerse con su tesoro. Bufó levantando uno de sus maltados cabellos cuando se percató de que lo que buscaba se encontraba al fondo de la estructura, justo en la parte más alta de los estantes. No era el lugar más inteligente para ubicar medicamente frágil si lo que se quería era evitar que se rompiera, pero sí lo era para defenderse de los ladronzuelos como él.
—Tenían que hacérmela difícil. Qué fastidio, pero ya qué —se rascó la cabeza con el mismo ahínco con el que frunció el ceño. Una vez descargado aquello, caminó hacia el anaquel en silencio y se puso de puntillas para apoderarse de las medicinas. Las vendería a un muy buen precio allá afuera. Se le hacía agua la boca de pensar en los días que pasaría durmiendo con la barriga de un rey a cuestas— Ya quiero ver la cara de Madame Defour cuando pase a comprarle un cuarto de la pastelería. Comeré hasta que el azúcar me llegue a los ojos.
La juventud podía ser una buena herramienta para un jovenzuelo como él, un cleptómano de las más insignificantes ligas, debido a la fortaleza, velocidad y precisión que le otorgaban; sin embargo, daba una gran desventaja que Étienne no había presupuestado: la confianza sobremedida.
Él juraba erróneamente que no estaba siendo observado.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
Una pequeña punzada de dolor se alojó en medio del pecho de la pequeña hermana Vadin. Var observaba como si hermana se iba de la tienda, sin ella, lo cual nunca había pasado, de no haber sido ella misma quien hubiera animado a su hermana a que asistiera a tan cordial invitación, seguramente traería las lagrimas adornando su rostro; desde que había quedado paralitica, las hermanas habían hecho una promesa silenciosa. En ella se dejaba en claro que nunca se despegarían de la otra. Quizás algunos lo verían como una penitencia, como un tremendo peso que debían llevar sobre sus hombros la mayor, sin embargo, ellas con su amor, con su buen trato no lo veían de esa manera. Estar separadas por primera vez desde hace tanto tiempo llegaba ser asfixiante, pero también una luz de esperanza, quizás podrían terminar haciendo una vida cada una.
Aquel día en especial no había una gran cantidad de enfermos, de hecho un par de ellos sólo habían ido para un chequeo rutinario. Decidió que no volvería a casa sola, le había prometido a su hermana mayor que la esperaría para poder regresar juntas sin problema alguno. Lo que si deseaba hacer era poder elaborar nuevos remedios para el día siguiente, de esa forma no pensó dos veces las cosas y se dispuso a cerrar la tienda. Bajó las cortinas para que nadie la viera dentro, a veces cuando personas llegaban tarde del horario ella no podía negarles el servicio, porque lo necesitaban, y su corazón blanco impedía negarle a alguien lo que necesitaba. En poco tiempo ya se encontraba encerrada en el cuarto de plantas.
Escogió tres tipos de plantas de colores rojizos, del más chillón al más opaco, también escogió un poco de aceite de almendras, todo aquello lo molió al mismo tiempo, con lentitud, siguiendo el movimiento de un circulo que iniciaban hacía la derecha y terminaba por la izquierda. Cuando su labor estuvo terminada, Var cogió un bote pequeño y transparente, dejó caer el liquido dentro de él, lo dejaría reposar unos tres días, después de eso le pondría lo restante.
Repitió el mismo procedimiento con quizás algunas diez plantas, no tenía prisa, y lo mejor de todo es que llegaba a divertirse haciendo aquello. Var siempre creyó que había nacido justamente para eso. Para poder crear remedios que curaran personas, esas que tenían en su interior ganas de vivir.
Dos horas después Var sentía las manos entumecidas de tanta presión ejercida. El olor, sumado a la hora en que se levantó de la cama le habían provocado un tremendo sueño. Miró a un lado, al poco tiempo al otro, ¿dónde podría descansar? Hizo una mueca apagando casi todas las velas a su paso, sólo dejó la que se encontraba perfectamente acomodada en su regazo. Se situó alado de la camilla para enfermos, esa que su hermana a veces utilizaba para poder descansar. Su cabeza la recargó en la camilla pomposa, antes de dejarse vencer por el sueño apagó la última lámpara soplando un poco. Más valía dormir así se le haría más rápido el tiempo para esperar a Freyja.
No tardó mucho tiempo dormida, al menos no el que deseaba. Var tuvo que abrir los ojos al escuchar un sonido que distaba de ser normal dentro de la tienda. Se frotó con suavidad los ojos intentando poder tener mejor visibilidad, dejar de lado la ensoñación. Escondida en uno de los rincones pudo observar una sombra deslizarse por el mismo cuarto en el que ella se encontraba. Si gritaba era muy probable que fueran a socorrerla, lo malo es que no estaba con condiciones de gritar, además, era una bruja, podría defenderse sola; unos minutos más le dejó hacer al ladronzuelo lo que quisiera. Antes de que él pudiera llegar a su objetivo encendió la lámpara cercana.
- No sé tu, pero a mi no me gusta que toquen las cosas ajenas, menos cuando cuesta tanto trabajo hacerlas, y encima sirven para poder curar toda clase de enfermos – Hizo una pausa iluminando su rostro con la luz tenue. Negó un par de veces – Podría gritar, todo aquel que se encuentre cerca te daría una buena paliza, pero no me gusta la violencia – Volvió a negar, muy cierto era que había una gran cantidad de ladrones en París, no es que le molestara, sabía de las necesidades humanas; el problema aquí es que le daba rabia que en robaran, si, si, sonaba absurdo, pero para Var, que también había tenido una vida difícil, situaciones así le parecían ofensivas, ¿qué le costaba a él buscar un trabajo? – Aquí hay muchas opciones, pero todas y cada una de ellas incluyen a que tu, no sales bien parado – Colocó la lámpara en su regazo y terminó por mover la silla de ruedas para poder avanzar hacía él.
Aquel día en especial no había una gran cantidad de enfermos, de hecho un par de ellos sólo habían ido para un chequeo rutinario. Decidió que no volvería a casa sola, le había prometido a su hermana mayor que la esperaría para poder regresar juntas sin problema alguno. Lo que si deseaba hacer era poder elaborar nuevos remedios para el día siguiente, de esa forma no pensó dos veces las cosas y se dispuso a cerrar la tienda. Bajó las cortinas para que nadie la viera dentro, a veces cuando personas llegaban tarde del horario ella no podía negarles el servicio, porque lo necesitaban, y su corazón blanco impedía negarle a alguien lo que necesitaba. En poco tiempo ya se encontraba encerrada en el cuarto de plantas.
Escogió tres tipos de plantas de colores rojizos, del más chillón al más opaco, también escogió un poco de aceite de almendras, todo aquello lo molió al mismo tiempo, con lentitud, siguiendo el movimiento de un circulo que iniciaban hacía la derecha y terminaba por la izquierda. Cuando su labor estuvo terminada, Var cogió un bote pequeño y transparente, dejó caer el liquido dentro de él, lo dejaría reposar unos tres días, después de eso le pondría lo restante.
Repitió el mismo procedimiento con quizás algunas diez plantas, no tenía prisa, y lo mejor de todo es que llegaba a divertirse haciendo aquello. Var siempre creyó que había nacido justamente para eso. Para poder crear remedios que curaran personas, esas que tenían en su interior ganas de vivir.
Dos horas después Var sentía las manos entumecidas de tanta presión ejercida. El olor, sumado a la hora en que se levantó de la cama le habían provocado un tremendo sueño. Miró a un lado, al poco tiempo al otro, ¿dónde podría descansar? Hizo una mueca apagando casi todas las velas a su paso, sólo dejó la que se encontraba perfectamente acomodada en su regazo. Se situó alado de la camilla para enfermos, esa que su hermana a veces utilizaba para poder descansar. Su cabeza la recargó en la camilla pomposa, antes de dejarse vencer por el sueño apagó la última lámpara soplando un poco. Más valía dormir así se le haría más rápido el tiempo para esperar a Freyja.
No tardó mucho tiempo dormida, al menos no el que deseaba. Var tuvo que abrir los ojos al escuchar un sonido que distaba de ser normal dentro de la tienda. Se frotó con suavidad los ojos intentando poder tener mejor visibilidad, dejar de lado la ensoñación. Escondida en uno de los rincones pudo observar una sombra deslizarse por el mismo cuarto en el que ella se encontraba. Si gritaba era muy probable que fueran a socorrerla, lo malo es que no estaba con condiciones de gritar, además, era una bruja, podría defenderse sola; unos minutos más le dejó hacer al ladronzuelo lo que quisiera. Antes de que él pudiera llegar a su objetivo encendió la lámpara cercana.
- No sé tu, pero a mi no me gusta que toquen las cosas ajenas, menos cuando cuesta tanto trabajo hacerlas, y encima sirven para poder curar toda clase de enfermos – Hizo una pausa iluminando su rostro con la luz tenue. Negó un par de veces – Podría gritar, todo aquel que se encuentre cerca te daría una buena paliza, pero no me gusta la violencia – Volvió a negar, muy cierto era que había una gran cantidad de ladrones en París, no es que le molestara, sabía de las necesidades humanas; el problema aquí es que le daba rabia que en robaran, si, si, sonaba absurdo, pero para Var, que también había tenido una vida difícil, situaciones así le parecían ofensivas, ¿qué le costaba a él buscar un trabajo? – Aquí hay muchas opciones, pero todas y cada una de ellas incluyen a que tu, no sales bien parado – Colocó la lámpara en su regazo y terminó por mover la silla de ruedas para poder avanzar hacía él.
Var/Freyja Vadin- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/10/2013
Re: Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
La cabeza de Étienne por poco llegó al techo cuando escuchó una tenue pero ineludible vocecilla a sus espaldas acompañada de una repentina luz. ¡Había estado tan cerca! Cerró los ojos con fuerza de fastidio; tendría ahora que dar una falsa explicación, huir apenas la delatora hubiera bajado la guardia y, la peor parte, pasar otro día con el hambre a cuestas. ¡Maldita sea! No estaba siquiera con la más mínima intención de hacer su número teatral del chico en problemas suplicante. ¿Hacer el ridículo cuando una niña lo había pillado? ¡Qué denigrante! Lo que más rogaba era que no lo descubrieran los demás.
Asumiendo que no tenía salida, Étienne se giró a regañadientes para enfrentar a la portadora de sus problemas. Lo que vio lo dejó helado. No, no fueron las mejillas teñidas con ligeras pintas marrones, ni los ojos marítimos. Ambos eran llamativos, mucho, pero nada de lo que descubrió el vagabundo lo hizo sentir más culpable que la silla de ruedas sobre la que reposaba la muchacha.
—Ay mierda —maldijo ubicando sus manos sobre su cabeza, queriendo arrancársela de lo estúpido que había sido— Soy una basura de lo peor. Estuve a punto de robarle a una inválida.
Que cómo nadie se lo había dicho antes de decidirse a ingresar a la botica, que ser ladrón no impedía que tuviera principios fundamentales, límites para actuar. Étienne jamás le robaría a desvalidos como niños, ancianos, enfermos o… discapacitados. Quería huir, aunque no precisamente de su actividad delictual, sino de la vergüenza que le provocaba ver esa mirada sobre él, aquella que lo obligaba a ponerse de rodillas para redimirse o al menos tener la esperanza de hacerlo.
Pronto se dio cuenta de que tendría que hablar metería a ambos en situaciones aún más incómodas. Así que posicionó sus manos hacia delante, mostrando sus palmas vacías y levantó su rostro empolvado sin mostrar un ápice de insubordinación.
—No… no tendrás que hacer eso. Está todo bien. Mira, no tengo nada. Ha sido un mal entendido. Sí, eso —bufó apenas terminó aquella frase. Tampoco tenía que hacerse el santo para demostrar que lo sentía— Estuve a punto. Me atrapaste con las manos en la masa, ¿bien? Lo admito, pero ya no quiero llevarme nada.
Era más: no quería volver en su vida a esa farmacia. ¿Para qué quería recordar gratuitamente el bochorno de aprovecharse de los más débiles? Ya podía ver a su hermana y a sus padres mirándolo desde el cielo. «¿Pero qué haces, Étienne? ¿lo mismo que hicieron con nosotros?» Eso podía escuchar de ellos. Y era tanto lo que le pesaba que se acercó a Var y se hincó en el suelo para hablarle un poco más bajo de su nivel. Quería ser disculpado por ella. Una palabra, un gesto, lo que fuera.
—Oye, sé que no tienes por qué creerme, pero es la primera vez que hago esto y no fue con intención. De acuerdo, no es la primera vez que me llevo algo sin el consentimiento del dueño, pero no quería robarle a alguien… como tú. —a alguien en esas condiciones, quería decir. El remordimiento era aún más fuerte viendo a los ojos a la joven; daba la sensación de que fuesen a hacer llanto en cualquier instante. Tan tristes.— Soy Étienne. Puedo ser un maleante, pero un mentiroso no soy, y menos un aprovechador. Lo siento mucho.
Entonces, en medio de esas irises, Étienne descubrió algo asombroso: sin importar la cuna en la que se hubiera nacido, el rostro de los marginados siempre parecía devorar el alma de quien lo observase.
Asumiendo que no tenía salida, Étienne se giró a regañadientes para enfrentar a la portadora de sus problemas. Lo que vio lo dejó helado. No, no fueron las mejillas teñidas con ligeras pintas marrones, ni los ojos marítimos. Ambos eran llamativos, mucho, pero nada de lo que descubrió el vagabundo lo hizo sentir más culpable que la silla de ruedas sobre la que reposaba la muchacha.
—Ay mierda —maldijo ubicando sus manos sobre su cabeza, queriendo arrancársela de lo estúpido que había sido— Soy una basura de lo peor. Estuve a punto de robarle a una inválida.
Que cómo nadie se lo había dicho antes de decidirse a ingresar a la botica, que ser ladrón no impedía que tuviera principios fundamentales, límites para actuar. Étienne jamás le robaría a desvalidos como niños, ancianos, enfermos o… discapacitados. Quería huir, aunque no precisamente de su actividad delictual, sino de la vergüenza que le provocaba ver esa mirada sobre él, aquella que lo obligaba a ponerse de rodillas para redimirse o al menos tener la esperanza de hacerlo.
Pronto se dio cuenta de que tendría que hablar metería a ambos en situaciones aún más incómodas. Así que posicionó sus manos hacia delante, mostrando sus palmas vacías y levantó su rostro empolvado sin mostrar un ápice de insubordinación.
—No… no tendrás que hacer eso. Está todo bien. Mira, no tengo nada. Ha sido un mal entendido. Sí, eso —bufó apenas terminó aquella frase. Tampoco tenía que hacerse el santo para demostrar que lo sentía— Estuve a punto. Me atrapaste con las manos en la masa, ¿bien? Lo admito, pero ya no quiero llevarme nada.
Era más: no quería volver en su vida a esa farmacia. ¿Para qué quería recordar gratuitamente el bochorno de aprovecharse de los más débiles? Ya podía ver a su hermana y a sus padres mirándolo desde el cielo. «¿Pero qué haces, Étienne? ¿lo mismo que hicieron con nosotros?» Eso podía escuchar de ellos. Y era tanto lo que le pesaba que se acercó a Var y se hincó en el suelo para hablarle un poco más bajo de su nivel. Quería ser disculpado por ella. Una palabra, un gesto, lo que fuera.
—Oye, sé que no tienes por qué creerme, pero es la primera vez que hago esto y no fue con intención. De acuerdo, no es la primera vez que me llevo algo sin el consentimiento del dueño, pero no quería robarle a alguien… como tú. —a alguien en esas condiciones, quería decir. El remordimiento era aún más fuerte viendo a los ojos a la joven; daba la sensación de que fuesen a hacer llanto en cualquier instante. Tan tristes.— Soy Étienne. Puedo ser un maleante, pero un mentiroso no soy, y menos un aprovechador. Lo siento mucho.
Entonces, en medio de esas irises, Étienne descubrió algo asombroso: sin importar la cuna en la que se hubiera nacido, el rostro de los marginados siempre parecía devorar el alma de quien lo observase.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
Var durante toda su vida había tenido que lidiar con distintos tipos de tratos por su condición. Odiaba que las personas la vieran con lastima, ella siempre había dicho que a pesar de estar en una silla de ruedas no tenía porque ser una inútil, pero por lo visto para el resto de la gente la cosa si iba de esa manera. Una vez incluso una señora le preguntó si no le parecía que era mejor estar muerto que condenado a estar sentado, lo que claro, le hizo mucho daño. Muchas veces se mostraba indiferente, siempre con esa cara de que todo le daba igual, aunque por dentro fueran otras cosas. ¿Por qué demonios no se daban cuenta que ella no necesitaba ni lastima, ni compasión? Ver al ladronzuelo con aquella mirada ya tan conocida la puso tan de malas que lo primero que encontró se lo arrojó. Sin pensarlo, claro.
Su hermana nunca la había abandonado tanto tiempo, y aunque sabía que Freyja se encontraba en buenas manos, disfrutando, intentó que la tristeza se controlara. Si la mayor de las Vadin estuviera en esa situación seguramente la abrazaría y le diría que no se preocupe, que aquel que había entrado a la tienda se trataba de un maldito muerto de hambre ignorante que nada sabía de una chica como ella, quien tenía otros dones. A veces su modo de víctima le funcionaba para tener consuelo, le servía para que le dijeran que era buena sin importar que no caminara. Simples tonterías que ella ocupaba para ser el centro de atención y no mirar la realidad. Por un momento necesitó que Freyja volviera, que corriera a patadas a ese vagabundo y que no la volviera a dejar, aunque eso ocasionara que su hermana mayor fuera infeliz.
- No me mires así, ¿por qué no tomas el remedio? ¡Llévatelo! Grosero, que me encuentre en una silla de ruedas no te hace sentir lastima - Y sin pensarlo tomó otra de las cosas y se la volvió a arrojar, como queriendo retirarle la cabeza, aunque claro, ni siquiera se acercó un poco blanco. Var se encontraba teniendo rabia, tanta ira por aquel vagabundo, aunque incluso se sentía extraña por sentirse tan débil ante alguien tan insignificante. ¿Lo era no? - Soy igual que tu, que no pueda caminar no quiere decir que no puedas robarme, no te arrepientas - Le retó mirándolo ceñuda, molesta.
Var movió su silla de ruedas, incluso jaló con una de sus manos la puerta de la entrada para que el joven pasara como el más grande de los ladrones, como el jamás visto porque se daba el lujo de salir por la puerta principal. El coraje que poseía era tanto que las lagrimas comenzaron a brotar.
- Apresúrate que no quiero ver más tu cara, y no te atrevas a dejar el frasco y te juro que haré el peor de los escándalos. - Var siempre había sido una joven muy dulce, con un corazón enorme, con aquello alma tan pura que cualquiera que la conociera era capaz de notar que el mundo valía la pena por personas como ella, sin embargo en esos momentos, en ese tipo de situaciones lo peor de ella salía a la luz. Cuando Battler, el ahora enamorado de su hermana entró por la puerta, sintió mucho cariño y respeto al joven, el brujo nunca la miró menos, por el contrario la había hecho sentir útil y que respetaba su trabajo, la comparación siempre resultaba mala, el problema es que no podía dejar de hacerlo. La pequeña de las Vadin necesitaba que todo mundo la mirara con la normalidad. ¿Por qué la mentalidad de la gente era tan cerrada?
- Por cierto, me llamo Var, por su quieres presumirle al mundo que robaste a una invalida, puedes decirles mi nombre, suficiente humillación he tenido con la forma en que me miras - Se encogió de hombros con tranquilidad, incluso con sus mejillas sonrojadas y sus ojos llenos de lagrimas le sonrió intentando mostrarle que estaba bien, que a la pobre niña de la silla de ruedas no le importaba que un muerto de hambre sintiera pena por ella.
Su hermana nunca la había abandonado tanto tiempo, y aunque sabía que Freyja se encontraba en buenas manos, disfrutando, intentó que la tristeza se controlara. Si la mayor de las Vadin estuviera en esa situación seguramente la abrazaría y le diría que no se preocupe, que aquel que había entrado a la tienda se trataba de un maldito muerto de hambre ignorante que nada sabía de una chica como ella, quien tenía otros dones. A veces su modo de víctima le funcionaba para tener consuelo, le servía para que le dijeran que era buena sin importar que no caminara. Simples tonterías que ella ocupaba para ser el centro de atención y no mirar la realidad. Por un momento necesitó que Freyja volviera, que corriera a patadas a ese vagabundo y que no la volviera a dejar, aunque eso ocasionara que su hermana mayor fuera infeliz.
- No me mires así, ¿por qué no tomas el remedio? ¡Llévatelo! Grosero, que me encuentre en una silla de ruedas no te hace sentir lastima - Y sin pensarlo tomó otra de las cosas y se la volvió a arrojar, como queriendo retirarle la cabeza, aunque claro, ni siquiera se acercó un poco blanco. Var se encontraba teniendo rabia, tanta ira por aquel vagabundo, aunque incluso se sentía extraña por sentirse tan débil ante alguien tan insignificante. ¿Lo era no? - Soy igual que tu, que no pueda caminar no quiere decir que no puedas robarme, no te arrepientas - Le retó mirándolo ceñuda, molesta.
Var movió su silla de ruedas, incluso jaló con una de sus manos la puerta de la entrada para que el joven pasara como el más grande de los ladrones, como el jamás visto porque se daba el lujo de salir por la puerta principal. El coraje que poseía era tanto que las lagrimas comenzaron a brotar.
- Apresúrate que no quiero ver más tu cara, y no te atrevas a dejar el frasco y te juro que haré el peor de los escándalos. - Var siempre había sido una joven muy dulce, con un corazón enorme, con aquello alma tan pura que cualquiera que la conociera era capaz de notar que el mundo valía la pena por personas como ella, sin embargo en esos momentos, en ese tipo de situaciones lo peor de ella salía a la luz. Cuando Battler, el ahora enamorado de su hermana entró por la puerta, sintió mucho cariño y respeto al joven, el brujo nunca la miró menos, por el contrario la había hecho sentir útil y que respetaba su trabajo, la comparación siempre resultaba mala, el problema es que no podía dejar de hacerlo. La pequeña de las Vadin necesitaba que todo mundo la mirara con la normalidad. ¿Por qué la mentalidad de la gente era tan cerrada?
- Por cierto, me llamo Var, por su quieres presumirle al mundo que robaste a una invalida, puedes decirles mi nombre, suficiente humillación he tenido con la forma en que me miras - Se encogió de hombros con tranquilidad, incluso con sus mejillas sonrojadas y sus ojos llenos de lagrimas le sonrió intentando mostrarle que estaba bien, que a la pobre niña de la silla de ruedas no le importaba que un muerto de hambre sintiera pena por ella.
Var/Freyja Vadin- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/10/2013
Re: Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
Var estaba molesta; había que ser aún más bruto que Étienne para no darse cuenta de ello, pero a pesar de la evidente molestia expuesta, él era incapaz de reaccionar a esos reclamos. Lo único que veía era lo idiota que había sido al no preguntar acerca de quienes estaban a cargo de la botica. Si hubiera sabido, o si al menos hubiera tenido la sospecha de que alguien aún más vulnerable que él custodiaba aquellas valiosas cajas, no se hubiera atrevido ni a asomar ni la punta del pié. Sólo atinaba a sobarse la cabeza con ambas manos desde su posición, hincado en el suelo buscando ser perdonado no por el hecho de robar en sí, sino por no haber sido diligente en conocer a quién estaba vulnerando con su actuar.
Eso sí, le pareció curioso que una chica menudita como aquella tuviera ese carácter. Supuso que por algún lado tenía que compensar su evidente debilidad física. Gracias al cielo su bravío no bastó para atinarle a la cabeza con ese proyectil, o no sólo hubiera salido de ahí como un idiota, sino también como un aturdido.
—Eh, tranquilízate. Puedes lastimarte —intentó disuadir de la agresión ubicando sus manos con las palmas abiertas hacia Var a la altura de su rostro. Había muchas más probabilidades de que ella se lastimara a sí misma antes de que lograse herirlo a él. Por eso se mostraba dócil y calmado dentro de lo posible, aunque ella no ayudara. No la culpaba.
«Soy igual que tú» le oyó decir. Étienne no le dijo lo que pensaba, pero para él estaba claro que ella no tenía idea de lo que estaba diciendo. Por ningún lado era iguales. El vagabundo apostaba que hasta sus perros comían mejor que él y que aquella silla de ruedas valía más que su vida. Además, la joven no se veía a ningún enfermo que hubiera conocido, con la piel maloliente, cuerpo malnutrido y ronchas por doquier. A pesar de que fuera Var la lisiada y Étienne el de piernas ligeras, no había que examinar muy minuciosamente para darse cuenta de que quien se encontraba en mejor estado era ella. Él no se lo dijo por respeto a su descontento, pero esa frase lo hirió profundamente no por ella, sino porque daba cuenta lo demasiado poco que conocía la clase alta el mundo bajo sus pies. Con ello sus dudas sobre por qué gente moría en las calles se disipaban.
Tomó aire profundamente e intentó ser el que conciliara la situación sin poner en medio sus propias preocupaciones. No podía dejar a un lado la cuna de la cual la chica provenía, pero tampoco su debilidad.
—No hablas en serio. Nadie quiere que le roben. Mira… esa caja se quedará donde está, me daré la media vuelta y nos olvidaremos de lo que pasó. —no quería que hiciera un escándalo, pero no era por miedo a ser apresado, sino porque ella sería la más afectada. A él nada le costaba correr y saltar el muro con la adrenalina de su parte, pero ella se quedaría con el coraje a flor de piel por el resto de la tarde— Estoy arrepentido, lo prometo. Sé que no es muy inteligente confiar en la palabra de un ladrón, pero…
Un quejido apagado llamó su atención. Al levantar el rostro supo la causa; Var estaba llorando. Si antes el muchacho se sentía una basura de lo peor, ahora ese calificativo sentía que le quedaba pequeño. Suspiró pesado, sintiéndose impotente. No soportaba ver a las mujeres llorar, y menos a una tan indefensa. La escena le supo demasiado familiar. Era como ver a Lucrèce desmoronarse entre sus brazos una dolorosa vez más.
—No, por favor, no hagas eso. No llores. —rogó viendo a las ojos a la manceba. Tenía que hacer algo, lo que fuera— Var… soy un idiota, ¿está bien? No tienes que pagar los actos de un idiota que no sabe lo que hace. No sé, yo… —¿por qué siempre que metía la pata hasta el fondo no sabía qué decir? Soltó lo primero que se le vino a la mente— Golpéame. —se escuchó y no se echó para atrás. Se merecía una paliza por lo que había tratado de hacer— Te prometo que no me defenderé ni me moveré. —inclinó su cabeza hacia delante— Ya está. Dale lo más fuerte que puedas. Aquí me quedo.
Rara vez se le ocurrían soluciones alejadas de los extremos. Sus respuestas eran tan impulsivas como sus sentimientos. Irreflexivo sobre las consecuencias de su ofrecimiento, sólo pensó en el perdón de Var.
Eso sí, le pareció curioso que una chica menudita como aquella tuviera ese carácter. Supuso que por algún lado tenía que compensar su evidente debilidad física. Gracias al cielo su bravío no bastó para atinarle a la cabeza con ese proyectil, o no sólo hubiera salido de ahí como un idiota, sino también como un aturdido.
—Eh, tranquilízate. Puedes lastimarte —intentó disuadir de la agresión ubicando sus manos con las palmas abiertas hacia Var a la altura de su rostro. Había muchas más probabilidades de que ella se lastimara a sí misma antes de que lograse herirlo a él. Por eso se mostraba dócil y calmado dentro de lo posible, aunque ella no ayudara. No la culpaba.
«Soy igual que tú» le oyó decir. Étienne no le dijo lo que pensaba, pero para él estaba claro que ella no tenía idea de lo que estaba diciendo. Por ningún lado era iguales. El vagabundo apostaba que hasta sus perros comían mejor que él y que aquella silla de ruedas valía más que su vida. Además, la joven no se veía a ningún enfermo que hubiera conocido, con la piel maloliente, cuerpo malnutrido y ronchas por doquier. A pesar de que fuera Var la lisiada y Étienne el de piernas ligeras, no había que examinar muy minuciosamente para darse cuenta de que quien se encontraba en mejor estado era ella. Él no se lo dijo por respeto a su descontento, pero esa frase lo hirió profundamente no por ella, sino porque daba cuenta lo demasiado poco que conocía la clase alta el mundo bajo sus pies. Con ello sus dudas sobre por qué gente moría en las calles se disipaban.
Tomó aire profundamente e intentó ser el que conciliara la situación sin poner en medio sus propias preocupaciones. No podía dejar a un lado la cuna de la cual la chica provenía, pero tampoco su debilidad.
—No hablas en serio. Nadie quiere que le roben. Mira… esa caja se quedará donde está, me daré la media vuelta y nos olvidaremos de lo que pasó. —no quería que hiciera un escándalo, pero no era por miedo a ser apresado, sino porque ella sería la más afectada. A él nada le costaba correr y saltar el muro con la adrenalina de su parte, pero ella se quedaría con el coraje a flor de piel por el resto de la tarde— Estoy arrepentido, lo prometo. Sé que no es muy inteligente confiar en la palabra de un ladrón, pero…
Un quejido apagado llamó su atención. Al levantar el rostro supo la causa; Var estaba llorando. Si antes el muchacho se sentía una basura de lo peor, ahora ese calificativo sentía que le quedaba pequeño. Suspiró pesado, sintiéndose impotente. No soportaba ver a las mujeres llorar, y menos a una tan indefensa. La escena le supo demasiado familiar. Era como ver a Lucrèce desmoronarse entre sus brazos una dolorosa vez más.
—No, por favor, no hagas eso. No llores. —rogó viendo a las ojos a la manceba. Tenía que hacer algo, lo que fuera— Var… soy un idiota, ¿está bien? No tienes que pagar los actos de un idiota que no sabe lo que hace. No sé, yo… —¿por qué siempre que metía la pata hasta el fondo no sabía qué decir? Soltó lo primero que se le vino a la mente— Golpéame. —se escuchó y no se echó para atrás. Se merecía una paliza por lo que había tratado de hacer— Te prometo que no me defenderé ni me moveré. —inclinó su cabeza hacia delante— Ya está. Dale lo más fuerte que puedas. Aquí me quedo.
Rara vez se le ocurrían soluciones alejadas de los extremos. Sus respuestas eran tan impulsivas como sus sentimientos. Irreflexivo sobre las consecuencias de su ofrecimiento, sólo pensó en el perdón de Var.
Étienne Jousset- Humano Clase Baja
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 13/10/2013
Re: Procura no ver a los ojos a quien hayas de robar {Var Vadin}
El ataque de rabia la invadió. Le hizo sentir cegada, no le dejó ver con claridad, por un momento quiso levantarse y tirar su silla de ruedas, dejarse caer y azotarse contra el suelo, que el golpe la noqueara y no le dejara volver a despertar. Var por primera vez se sintió demasiado mal por sí misma. Sintió vergüenza, terror y desprecio por su persona, tener que estar amarrada a una silla de ruedas era el peor de los castigos, no se lo deseaba a nadie, incluso no se lo podía desear a las personas que asesinaron a sus padres, a pesar de todo lo mal que se sentía, de las cosas malas que en ese momento pasaban en su mente, y deseaba hacer, seguía habiendo bondad en ella, y aquella maldición que caía sobre sus hombros no se lo podía desear a nadie. Eso la hacía sentir peor.
Su llanto era amargo, demasiado doloroso, profundo, y se notaba que sólo estaba buscando un pretexto para dejarlo salir. Se sentía confundida, porque no sólo era la situación que estaba viviendo, era la vida misma que la tenía mal. ¿Por qué ella tenía que estar en esa silla? ¿Por qué tenía que ser vista con esa lastima tan fea? Tomó un par de bocanadas de aire, aunque llorara y sufriera no iban a cambiar las cosas, ella seguiría así, y debía hacerse a la idea, sin embargo le hubiera gustado demasiado poder tener un par de piernas que sirvieran y hubieran echo correr al ladrón. La simple idea la hizo sonreír pero no se lo mostró. El orgullo que la pequeña de las Vadin poseía era grande, y ya había mostrado suficiente con su llanto, nada más se permitiría.
Sin embargo, así como su llanto apareció, pronto se fue. Se sintió sorprendida por la propuesta que el joven le había hecho. ¿Dejarse golpear? Jamás en su vida lo había hecho con alguien, no empezaría con él, aunque la propuesta le resultaba en demasía atrayente, interesante. ¿Qué tanto podría aquello disminuir su tensión? Lo miró un tiempo más a los ojos, y luego a sus manos, y luego a su rostro, y se dio cuenta que aquella cara cubierta de un poco de suciedad era bonita, masculina, y que su mirada mostraba sinceridad, arrepentimiento y ganas de volver a animarla. Aunque claro, no se podía dejar llevar, una que otra vez había escuchado que los de clase baja resultaban buenos actores, sino es que los mejores.
— ¿Hablas en serio? — Preguntó intentando ocultar su sonrisa maliciosa, evitando mostrarse condescendiente con él. Var no sabía que hacer. Se perdió en la mirada del chico y entonces tomó valor. ¿Qué de malo tendría darle un buen golpe? Él se lo tenía merecido. Con lentitud movió su cuerpo, con emoción estiró su mano, y con precisión dio un golpe fuerte a puño cerrado en la mejilla del chico. Lamentablemente el impacto no sólo ofreció dolor a él, sino también a ella, porque la joven de la fuerza que llevaba el movimiento de su mano, salió directamente a caer sobre el muchacho, y no sólo eso, giró hasta quedarse boca arriba, con sus piernas enrolladas no sólo entre ellas, también en la tela de su vestido. La vergüenza aumentó, pero no dijo nada, aquello le había gustado porque la tensión se había aliviado un poco.
— Te odio — Susurró de mala gana después de que su cabeza volviera a sentirse normal, ya que por los movimientos hasta sintió que se mareaba. — Encima que te pego, me pego — Resopló de mala gana, sin embargo no lloró, se empezó a reír, incluso de ella misma, por lo tonta que seguramente se vería tirada en el suelo acompañada de un desconocido. ¿Qué pensaría su hermana si los encontraba de esa manera? Seguramente se escandalizaría, pero la idea le resultaba atractiva, quizás podría lograr que él se quedara un poco más de tiempo.
Su llanto era amargo, demasiado doloroso, profundo, y se notaba que sólo estaba buscando un pretexto para dejarlo salir. Se sentía confundida, porque no sólo era la situación que estaba viviendo, era la vida misma que la tenía mal. ¿Por qué ella tenía que estar en esa silla? ¿Por qué tenía que ser vista con esa lastima tan fea? Tomó un par de bocanadas de aire, aunque llorara y sufriera no iban a cambiar las cosas, ella seguiría así, y debía hacerse a la idea, sin embargo le hubiera gustado demasiado poder tener un par de piernas que sirvieran y hubieran echo correr al ladrón. La simple idea la hizo sonreír pero no se lo mostró. El orgullo que la pequeña de las Vadin poseía era grande, y ya había mostrado suficiente con su llanto, nada más se permitiría.
Sin embargo, así como su llanto apareció, pronto se fue. Se sintió sorprendida por la propuesta que el joven le había hecho. ¿Dejarse golpear? Jamás en su vida lo había hecho con alguien, no empezaría con él, aunque la propuesta le resultaba en demasía atrayente, interesante. ¿Qué tanto podría aquello disminuir su tensión? Lo miró un tiempo más a los ojos, y luego a sus manos, y luego a su rostro, y se dio cuenta que aquella cara cubierta de un poco de suciedad era bonita, masculina, y que su mirada mostraba sinceridad, arrepentimiento y ganas de volver a animarla. Aunque claro, no se podía dejar llevar, una que otra vez había escuchado que los de clase baja resultaban buenos actores, sino es que los mejores.
— ¿Hablas en serio? — Preguntó intentando ocultar su sonrisa maliciosa, evitando mostrarse condescendiente con él. Var no sabía que hacer. Se perdió en la mirada del chico y entonces tomó valor. ¿Qué de malo tendría darle un buen golpe? Él se lo tenía merecido. Con lentitud movió su cuerpo, con emoción estiró su mano, y con precisión dio un golpe fuerte a puño cerrado en la mejilla del chico. Lamentablemente el impacto no sólo ofreció dolor a él, sino también a ella, porque la joven de la fuerza que llevaba el movimiento de su mano, salió directamente a caer sobre el muchacho, y no sólo eso, giró hasta quedarse boca arriba, con sus piernas enrolladas no sólo entre ellas, también en la tela de su vestido. La vergüenza aumentó, pero no dijo nada, aquello le había gustado porque la tensión se había aliviado un poco.
— Te odio — Susurró de mala gana después de que su cabeza volviera a sentirse normal, ya que por los movimientos hasta sintió que se mareaba. — Encima que te pego, me pego — Resopló de mala gana, sin embargo no lloró, se empezó a reír, incluso de ella misma, por lo tonta que seguramente se vería tirada en el suelo acompañada de un desconocido. ¿Qué pensaría su hermana si los encontraba de esa manera? Seguramente se escandalizaría, pero la idea le resultaba atractiva, quizás podría lograr que él se quedara un poco más de tiempo.
Var/Freyja Vadin- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 08/10/2013
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