Mirad a quien ven mis ojos (Kyros)>>Privado

El carruaje se presentó bruñido bajo las tenues luces de los faroles de la calle. El teatro se alzaba oneroso tras la  calzada. Ese día se presentaba una ópera de gran trascendencia y acogida entre los ingleses, lo cual desembocó en la oportuna financiación de esta para que llegara al teatro francés. La invitación le llegó semanas antes: dentro del sobre sellado con un grabado en tinta escarlata se encontraba un mensaje cordial de algún alto funcionario, además de un billete para poder ingresar a dicha obra. Dado que al Centinela Inmortal le agradaba la vida social, no la rechazó y preparó algunas de sus mejores galas para la ocasión.

Disfruto cada minuto en escena, cada diálogo canturreado, cada movimiento perfectamente ejecutado y todo en su conjunto montado en un espectáculo exquisito. Los actores interpretaron perfectamente el papel, así que culminada la presentación se escabulló tras bambalinas para felicitarlos de forma educada y animosa. No obstante, se apresuró para no pecar de impuntual en el festejo que se llevaría a cabo en uno de los grandes salones del magno teatro.

La habitación estaba repleta de caballeros que disfrutaban entre risas y diálogos enérgicos el prestigio que estaba obteniendo dicha obra. Se unió a uno de aquellos círculos, evitando coger alguna copa de vino que los mozos exhibían en sus bandejas plateadas y que los asistentes, en cambio, no dudaban en coger sin detener su conversación ni agradecer por el licor.

Su vista voló graciosa por la estancia sin detenerse, captando diferentes colores, figuras y emociones. Luego se detuvo de golpe en un personaje en particular. Parpadeó desconcertado ante la presencia de dicho vampiro justo esa noche, precisamente en este lugar. Lo observó detenidamente y se concentró en su acompañante: una hermosa mujer ataviada con ropas sugerentes. Sería mucho más sencillo utilizar la clarividencia con ella que con su creador. Así se enteró de que ya había notado su presencia y, al parecer, la requería ante él. Vio como se despedida de su compañía y luego, cómo se dirigía hacia una gran ventana, aislada por cortesía de un amplio corredor.

No le guardaba ningún rencor ni tampoco algún otro sentimiento. Se mantenía distante y amable y así evitar alguna confluencia con el ser que le arrebató el alma. Pero coincidieron y ahora podía notar cómo buscaba algo de él. Así que se movilizó con paciencia y lentitud a través de la sala para llegar al corredor y dar los últimos pasos silenciosos hasta su figura inmóvil. No obstante, calculó un espacio de dos varas entre él y su persona.

—Maestre Arzhael—susurró, y sus ojos brillaron al recordar sus días de neófito que pasaron como ráfaga ante sus ojos—…, me sorprende encontrarlo—musitó entonando la oración, con cierta ansiedad entre los labios. Pensó inmediatamente en que pudo haber recibido una invitación de igual forma que él, así que realmente no era planeado el encuentro. Aún así, repitió las palabras que una vez le dijo que debía manifestar cuando se encontraran nuevamente:

— ¿Qué pieza seré en vuestro tablero para deleitaros ahora, maestre?—dijo, evitando decir la palabra “juego”. Desconocía de su nombre, él siempre se refirió a él como Arzhael. A decir verdad, desconocía su historia antes de ese día en el bosque al norte de Francia.

El bastón percutió sonoramente sobre el pasillo, intercalando los golpes con pasos lentos, pero firmes, de su creador. El maestre Arzhael se deslizó silencioso, encaminándose nuevamente al jolgorio tras su espalda. El Centinela Inmortal esperó a que el vampiro pasara por su costado para dedicar una sonrisa sin destino: sólo apareció graciosa y fugaz por sus labios al recordar el innegable hecho de que su creador era un hombre de hechos precisos y oportunos. Sabía cuando ejecutar alguna que otra acción, cuándo esperar o cómo actuar según las circunstancias; de esta forma, Kyros conocía perfectamente la sensación de ansiedad que este deseaba crear en su interior.

Le agradaba que su Maestre compartiera su afición: el ajedrez. Aún cuando este era más viejo y experimentado, ambos se debatían una partida que siempre terminaba en tablas. A veces el autor de su conversión aparentaba perder para así darle satisfacción a su discípulo, y había veces en donde aquello se volvía realidad, aunque no se concretaba. En su estancia yacía un tablero con la última posición jugada entre ambos, la cual retomarían cuando sea la ocasión y momento correcto.

— ¿Alfil?—musitó, insatisfecho. Aun cuando esta pieza era más importante que un simple peón, daba un aspecto menos poderoso de lo que podía ser una torre. No obstante, existían ventajas—. ¿Será por la fácil movilidad que poseen?—reanudó sin apuros su andar al mismo tiempo que su creador—. ¿Qué clase de partid…?—se vio interrumpido al notar que la misma dama que había sido saludada por su creador, le ofrecía el dorso de su mano para presentarle ceremonia. Una pequeña sonrisa torcida emergió en su rostro, para luego esconderse tras el beso que depositó suavemente en él. Luego de esto, se enderezó en su sitio, revoloteando la mirada por el salón mientras la mujer halagaba infinitamente a su creador. Aunque sabía bien que su Maestre había financiado esta obra tan magnífica que acababa de ver, se abstuvo de felicitarlo como es debido, dado que temas de mayor importancia se presentaban. Además, reconocía más a quienes la representaban que a quien había pagado para que se exhibiera en el país.

—No que yo recuerde, mi señor—respondió inmediatamente ante la pregunta; su entrecejo se arrugó al tratar de recordar alguna ocasión, pero nada vino a su memoria. Sus relaciones con la realeza eran pocas, así que su directorio de rostros y títulos estaba muy acortado en ese aspecto. Quiso saber más de la Condesa— ¿Cómo es su trato? ¿Es afable?—la segunda pregunta la resaltó con su entonación tan peculiar, fruto del vestigio de su acento inglés en conjunto con el francés.

Al vampiro le agradaba jugar con el bando de las negras. La razón era sencilla: el blanco siempre jugaba primero. Aunque poseer la iniciativa de la partida daba cierta ventaja para posicionarse antes y trazar un plan con prontitud, era esa misma ventaja que tomaba en contra del enemigo. Así, el bando de las blancas exponía su plan primero y las negras podían elegir frustrarlo o no. El factor sorpresa bajo su dominio.

No obstante, mientras el inmortal le seguía el paso ya de una forma más apresurada, muchas preguntas arribaron. El ánimo del salón, de conversaciones animadas y tintineos de copas al chocarse, empezaba a tomar un tinte abrumador. No iba a ser ninguna faena adquirir información; en lo absoluto, no se preocupaba eso. Lo que le resultaba problemático eran las consecuencias que podrían desembocar en algún trágico final.

—Dame objetivos; sin rodeos, Arzhael—murmuró con voz neutral. Estaba claro de que no iba participar si no tenía los datos necesarios, aun cuando le debía servicio al maestre. Era cierto, la violencia no iba a ser parte de aquella tarea, pero era menester conocer en profundidad el plan del rey negro—. ¿Qué tipo de información?—se inclinó más a su creador, deteniendo su caminata, susurrando esta vez. Lo miró con desconfianza—. Será más fácil concluir la hazaña si me tiene al tanto de vuestras próximas jugadas y me brinda una vista global del tablero.

Aunque la tranquilidad reposaba en su rostro en ese momento, interiormente deseaba que Arzhael no esté tramando algo peligroso, ya que existía la posibilidad de errar en la jugada y  así ocasionar un daño a su figura en sociedad. Si bien no tenía opción a declinar esa oferta de trabajo—ya que, en realidad, estaría cobrando un favor—, pondría los requisitos o, al menos, exigiría algún comodín.