AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entierro en el bosque [LIBRE]
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Entierro en el bosque [LIBRE]
Ya había llegado a los dos metros. Había estado un buen rato cavando, pero al fin había logrado una profundidad considerable. Me sentía bastante cansado por el esfuerzo físico, pero desde luego había valido la pena. Salí del hoyo, me sacudí la ropa para eliminar la tierra que se me había quedado pegada y dejé la pala en el suelo.
- ¡Por favor! ¡Sabes que esto no es lo correcto!
- ¡2 metros! ¡2 metros, inquisidor! ¿Qué te parece?
- ¡No, por favor! ¡Déjame irme!
Me acerqué al carruaje funerario en el que había venido, y retiré el ataúd que había dentro con esfuerzo. Lo dejé en el suelo.
- Un empujoncito más y adiós, inquisidor.
- Piensa lo que estás haciendo, te lo ruego. No conseguirás nada con esto.
- Al menos conseguiré que no me mates.
Empecé a empujar el ataúd en dirección al hoyo. Se oían golpes y gritos de desesperación desde dentro...
HORA Y MEDIA ANTES
Calles de París
- ¡Por favor, ayúdame!
- No puedo si no te calmas, muchacho. Dime con tranquilidad qué te ha pasado.
- ¡No! ¡No lo entiendes! ¡Vienen a por mí!
- ¿¡Quiénes, maldita sea, quiénes!?
Había salido a dar una vuelta esa noche, pero esa vez no me llevé a Elmo conmigo. Iba a ser un paseo rápido y luego volvería, sin mayores preocupaciones. No tenía mucha sed, ni ganas de meterme en peleas, ni estaba muy de humor para fiestas en tabernas y burdeles. Esa noche sólo quería pasear un poco por las calles de París, reflexionar y disfrutar de las agradables vistas nocturnas. Justo iba caminando por una calle desierta, cuando oí unos pasos rápidos detrás de mí. Me volteé a mirar y vi a un muchacho corriendo hacia mí llorando. Era muy joven, no debía de tener más de 16 años, y se le veía muerto de miedo. No sólo eso, sino que pude percibir el aura vampírica en él. Era de los míos, ¿pero qué le pasaba?
- ¡Señor! ¡Señor, tiene que ayudarme, se lo ruego! ¡Me están persiguiendo!
- Como a todos los de nuestra noble raza, amigo, acostúmbrate, es el precio que hay que pagar por la inmortalidad.
- ¡No! ¡No, no, maldita sea! ¡Digo que me están persiguiendo AHORA! - el chico estaba desconsolado y muerto de miedo.
- ¿Y por qué te paras a hablar conmigo? ¿Por qué no sigues corriendo? - pregunté.
El muchacho rompió a llorar desconsoladamente.
- ¡Por favor! ¡Por favor, sé que eres como yo! ¡Ayúdame, te lo ruego! ¡Tienes que hacerlo! - juntó las manos y entrelazó los dedos como si estuviera rezando, y sólo pude sentir lástima por él.
Era demasiado joven, y por su forma de comportarse diría que era un novato como yo. Apenas había llegado a la adolescencia y ya lo habían convertido. Seguro que ni siquiera fue una conversión voluntaria. Joven, solo, perseguido y asustado. Me recordaba mucho a mí unos años atrás.
- De acuerdo, pero tienes que darme más detalles.
- ¡No puedo! ¡Ahora no!
- Chico...
- ¡Por favor, ayúdame!
- No puedo si no te calmas, muchacho. Dime con tranquilidad qué te ha pasado.
- ¡No! ¡No lo entiendes! ¡Vienen a por mí!
- ¿¡Quiénes, maldita sea, quiénes!?
- ¡La Inquisición! - gritó, con una voz ronca y lastimera, presa de la desesperación y el llanto.
Cómo no... esos cabrones otra vez, pensé.
Apenas dijo eso el chico, oí un zumbido agudo y rápido, el sonido de una flecha cortando el aire. Pude ver cómo una punta de madera de una saeta sobresalía por su pecho. La miré fijamente con los ojos en blanco y levanté la vista hasta que nuestras miradas se cruzaron. Su rostro estaba congelado, con una expresión de sorpresa y miedo en su cara.
- No...
Levanté la mano derecha para tocarle, pero en cuanto lo hice, el chico se convirtió en cenizas justo delante de mí. Fue una visión horrible, todo su cuerpo se descompuso y se convirtió en polvo delante de mí. ¿Así mueren los vampiros? Es horrible.
- No... chico... - ni siquiera sabía su nombre.
Me quedé mirando el montón de ceniza del suelo, atónito y sin dar crédito a mis ojos.
- ¡Eh! ¿Se encuentra bien, señor? ¿Le ha hecho daño ese monstruo? - gritó una voz masculina a lo lejos.
Aquello era el colmo, encima la víctima era yo. Levanté la vista, y vi al autor del crimen: un tipo con sotana y ballesta.
- Sólo... sólo era un muchacho - susurré.
- ¿Se encuentra bien?
- ¡SÓLO ERA UN MUCHACHO MALDITO PSICÓPATA SEDIENTO DE SANGRE! ¿¡Cómo has podido!? - le grité mirándole fijamente a los ojos, sintiendo una lágrima de ira correr por mi mejilla.
- ¡Cielo santo, hay otro! - le oí decir, mientras sacaba otra flecha y trataba de cargar su ballesta.
No le di tiempo de hacerlo, en seguida, loco de rabia, di un gran salto usando Levitar hacia él, cayendo justo encima y tirándole al suelo. El inquisidor tiró la ballesta accidentalmente, y yo aproveché para desenvainar el sable de Benoît y descuartizar a ese malnacido. Levanté el sable, y gritando con todas mis ganas, le apuñalé repetidas veces en todo el torso, pecho, cuello y vientre.
- ¡MUERE, CABRÓN, MUERE! ¡¡¡MUEREEEEEE!!!
Veía algunos pedazos de órgano asomando por la herida o pegados al sable, pero no me detuve y seguí apuñalando y cortando, incluso mucho después de haberme asegurado de que estaba muerto, y para rematar me acerqué a su cuello, le mordí y me bebí toda la sangre que quedara de su cuerpo, como extra.
Cuando hube terminado con el inquisidor, me levanté y me alejé de él, con mi sed totalmente saciada, pero mi ira no tanto. Un chico tan joven... Me escondí en un callejón cercano y me mantuve a la escucha, con el tiempo llegarían los demás, eso estaba claro. Y así fue.
Me quedé en el callejón escuchando cómo llegaban los demás. Oí quejidos y lamentos, y palabras de horror sobre el estado del cuerpo. Pero por supuesto ni una palabra de las cenizas que antes formaban el cuerpo de un pobre muchacho con un destino adverso.
- Dios bendito, ¿qué clase de monstruo ha podido hacer esto?
¿Qué? Por favor, mira quién fue a hablar.
- Será mejor que lo enterremos, antes de que los gusanos se lo coman. Así su alma descanzará en paz.
¿Y cómo puedo hacer que descanse en paz el alma de un joven vampiro?
- De acuerdo, traeré un carruaje funerario. Esperadme aquí - dijo una voz anciana.
- Espera, hermano, iré contigo - dijo otra voz.
Me asomé un poco y pude ver que eran cinco en total. Dos se iban a por el carro y tres se quedaban.
- Es obvio que por aquí hay más. Buscadlos, yo rezaré por su alma.
Bien, van a buscarme, eso es justo lo que quiero. Vi que efectivamente uno juntaba las manos y rezaba con la cabeza baja, otro se metía en un callejón y el último se acercaba hacia donde estaba yo. Ése caería primero.
Me preparé a que llegara. Escondí la cabeza para que no me viera y preparé el sable. En cuanto lo vi cruzar la esquina, salí del escondite y le hundí el sable en el vientre, matándolo al instante. Luego, con total rapidez, escondí su cadáver tras el callejón.
- Uno menos, muchacho. Pronto serás vengado.
Salí del callejón y me acerqué lentamente al que estaba rezando, con el sable en la mano, dispuesto a degollarle. Caminaba con mucha lentitud y sigilo, teniendo mucho cuidado, pero quiso la mala suerte que el tipo, porque notó mi presencia o por pura casualidad, dejara de rezar y mirase en mi dirección. Se sorprendió por la sangre de mi sable y mis ropas y dio un grito de sorpresa a la vez que sacaba su ballesta. Mi mente estaba serena, la suya aterrada, por lo que yo pensé más rápido y atravesé su corazón con el sable antes de que le diera tiempo de hacer nada.
- Quedan tres.
Cogí la ballesta del cadáver y me dirigí al callejón que estaba investigando el otro. Mi puntería era pésima, pero si tenía suerte, mi objetivo estaría lo suficientemente cerca como para no fallar. En cuanto crucé la esquina del callejón, volví a oír el zumbido de una flecha cortando el aire, y me puse a cubierto con rapidez. Claro, el inquisidor oyó el grito de su compañero y se preparó. Salí de mi cobertura de nuevo y, tal y como tenía previsto, mi enemigo estaba cerca. Le maté de un flechazo antes de que pudiera cargar una segunda flecha en su ballesta.
- Quedan dos.
Había matado a los tres primeros con rapidez y los dos que se habían ido tan tranquilos a buscar un carruaje no habían ido muy lejos. Les seguí la pista hasta que llegaron a dicho carruaje, y vi que cargaban un ataúd en el interior. Corrí hacia ellos y hundí mi espada en la espalda del más joven y fuerte, el cual emitió un gemido y cayó. Rápidamente apunté con el sable al viejo, quien sólo levantó las manos y me miró con miedo.
- Espera... espera, hablemos.
- ¿Hablar? ¿Fue eso lo que le propusiste al joven? Malditos asesinos.
No supo contestarme, aunque sí intentó balbucear alguna respuesta. No iba a matar al último ahí mismo, y le golpeé la cabeza con el mango del sable, dejándolo inconsciente.
Cogí al inquisidor joven y lo metí en el carruaje, y luego metí al anciano en el ataúd que iban a usar para el inquisidor que destripé. También metí el ataúd en el carruaje funerario y me aseguré de cerrarlo todo, a fin de que ningún curioso pudiera ver lo que había dentro. Luego me senté en el asiento del conductor y tomé las riendas.
MEDIA HORA DESPUÉS
En mitad del bosque
Ya llevaba una hora conduciendo el carruaje, pero había llegado a mi destino: el bosque. Donde nadie molestara ni me diera problemas. Mientras los caballos cabalgaban, pude oír golpes y gritos de dentro del carruaje:
- ¿¡Eh!? ¡Dios mío! ¿Pero qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿¡Hola!? ¿Me oye alguien? - preguntó el inquisidor anciano.
- ¡Parece que alguien se ha despertado ahí atrás! - respondí con tono burlón.
- ¡Eh! ¿Quién eres tú? ¿Qué es este traqueteo? ¿Estamos en un carruaje? ¿Dónde estoy metido? ¿Qué es esto?
- Calma, inquisidor, calma. Las preguntas una por una y con tranquilidad, por favor. Primero, yo soy el vampiro que mató a todo tu equipo, de hecho me llegaste a ver y hablamos un poco, antes de que te mandara a dormir de una hostia. Segundo, sí, estamos en un carruaje. Concretamente el carruaje que ibas a usar para enterrar a ese amigo tuyo al que descuarticé, ¿lo recuerdas? Y tercero, estás metido en el ataúd que ibas a utilizar.
- ¿Qué? ¿Por qué haces esto? ¡Déjame irme!
- ¿Que por qué hago esto? Debería ser yo quien hiciera esa pregunta: ¿por qué matásteis a un muchacho joven en mitad de la calle? ¡Ah, déjame adivinar! ¿Porque era un vampiro y los vampiros no tienen derecho a vivir, verdad? ¡Hijo de perra! - respondí, con una entonación burletera al principio, pero gritando con rabia en la última frase.
- ¡No! ¡No es eso! ¡Ese chico mató a una muchacha joven para alimentarse de ella! ¡Había que hacer justicia!
- ¡Ah, claro! ¿Véis a una víctima del vampirismo dejándose llevar por su instinto y en lugar de guiarlo y enseñarle a controlar su sed váis y le metéis un flechazo al canto, eh? Ni un mísero esfuerzo para ayudar, no. ¡Flechazo y fuera, que es más rápido! Me encanta cómo razona la Inquisición.
- No, no es... espera, ¿a dónde vamos?
- ¿No es obvio? ¡Voy a enterrarte vivo, asesino! ¡Vas a morir asfixiado y bajo tierra! ¿Qué te parece?
- No... ¡No! ¡No puedes hacer eso!
- ¿Que no? Tú espera y verás si puedo o no puedo, sólo tienes que ver cómo te lo demuestro.
- ¡Por favor! ¡Piensa en lo que vas a hacer!
- ¡Jaaaaajaaaaaa! ¡Yo ya no pienso nada, inquisidor! ¡Dejé de pensar racionalmente en cuanto vi a un compañero vampiro deshacerse en cenizas ante mis ojos! ¡Ahora la ira nubla completamente mi mente y siento tanto odio que soy incapaz de usar el lado racional de mi cerebro! - aunque el tono risueño y burlón de mi voz en realidad parecía indicar lo contrario.
- ¡Te ruego que recapacites! ¡Te lo ruego por mi alma!
- ¡Ooooh! ¡Me ruegas que recapacite! ¡Como rogaste que recapacitaran a tus compañeros que querían asesinar a un adolescente con un problema de control de sed! ¡Que Dios te bendiga a ti y a tus buenas intenciones, señor Corazón de Oro! ¡Anda y que te jodan, asesino hipócrita de los cojones! - ahora sí que sonaba furioso.
Hice que los caballos frenaran.
- Este es un buen sitio.
- ¡No! ¡Por favor, déjame irme! ¡Te juro que no te daré problemas si dejas que me vaya!
Esta vez no respondí, sólo saqué una pala del carruaje y empecé a cavar un hoyo de dos metros, para el cadáver y para el futuro cadáver. Los dos juntos en el mismo hoyo, sí señor.
Durante un buen rato, estuve cavando...
MEDIA HORA DESPUÉS
Ya había llegado a los dos metros. Había estado un buen rato cavando, pero al fin había logrado una profundidad considerable. Me sentía bastante cansado por el esfuerzo físico, pero desde luego había valido la pena. Salí del hoyo, me sacudí la ropa para eliminar la tierra que se me había quedado pegada y dejé la pala en el suelo.
- ¡Por favor! ¡Sabes que esto no es lo correcto!
- ¡2 metros! ¡2 metros, inquisidor! ¿Qué te parece?
- ¡No, por favor! ¡Déjame irme!
Me acerqué al carruaje funerario en el que había venido, y retiré el ataúd que había dentro con esfuerzo. Lo dejé en el suelo.
- Un empujoncito más y adiós, inquisidor.
- Piensa lo que estás haciendo, te lo ruego. No conseguirás nada con esto.
- Al menos conseguiré que no me mates.
Empecé a empujar el ataúd en dirección al hoyo. Se oían golpes y gritos de desesperación desde dentro...
- ¡Espera, espera! ¡Sé que no eres un mal hombre! ¡Tus motivaciones son incorrectas, pero tus intenciones son bondadosas!
- Tus halagos no te salvarán la vida, inquisidor - seguí empujando.
- ¡Podemos hacer un trato!
- Ya hemos hecho uno: yo te mato y tú te callas - seguí empujando.
- Puedo ayudarte.
- No, no puedes - seguí empujando. Ya casi llegaba.
- Oye... creo que tienes razón.
- ¿Ah, sí? - paré de empujar cuando estaba a unos pocos centímetros del hoyo y me tomé un tiempo para descansar.
- Nuestros métodos no son los correctos. Creíamos que al menos eran efectivos, pero era sólo una forma de justificar nuestra maldad. No es correcto ni es efectivo. Nos estamos convirtiendo en lo que odiamos.
- ¿Y aun así lo haces? Los tuyos disfrutáis torturando por cualquier cosa que os parezca herejía, por eso merecéis castigo - cogí la pala, la clavé en la tierra y me apoyé en ella.
- ¿Y eres tú el más indicado para hacerlo? Dios es nuestro único juez, déjale el castigo a Él.
- Lo que hago es por venganza.
- Por favor, mira lo que estás haciendo. Esto va más allá de la venganza. Dices que disfrutamos haciendo sufrir al enemigo ¿pero no es eso lo mismo que haces tú ahora? Ya mataste a mis amigos, ¿por qué tienes que darme una muerte tan horrorosa? ¿Cuándo se cierra el círculo de la venganza? Si me matas para vengar al muchacho, otro te matará a tí para vengarme a mí. ¡Será venganza por venganza! Eso no traerá nada bueno. Sólo estaremos dándonos de palos el uno al otro. ¿Hasta cuándo durará?
- Hasta que uno de los dos bandos no aguante más los palos y caiga - intentaba sonar decidido y seguro, pero la duda se oía perfectamente en mi voz. El inquisidor aprovechó este hecho.
- No te conviertas en lo que somos nosotros, vampiro. Aún puedo percibir la bondad en ti. Aún estás a tiempo. La Inquisición se ha dejado consumir por el odio, no dejes que te consuma a ti también. No es lo que hubieran deseado los seres queridos a los que intentas vengar.
Aquellas palabras me dieron de lleno. Por un momento me llegué a replantear si de verdad estaba haciendo lo correcto al querer vengarme así de la Inquisición, al querer... torturarlos. ¿No estaba siendo yo peor que ellos? ¿No sería eso alimentar el fuego del incendio?
- Sé que merezco castigo, pero Dios debe ser mi juez, y no tú. Libérame, y prometo dejar la Inquisición, no mandaré a nadie a perseguirte y te juro que no volveré a matar a nadie. Es lo más justo y lo más correcto.
Dudé durante un segundo.
- No te creo.
- Está bien, haz lo que quieras. Yo no suplicaré más, ya he dicho lo que tenía que decir.
Apoyé las manos sobre el mango de la pala, y dejé caer mi cabeza sobre las manos. Empecé a recapacitar en serio sobre mi cruzada personal contra la Inquisición y sobre matar o perdonar a este anciano. ¿Tan cruel fue su crimen? ¿Debería ser Dios su único juez? El ataúd estaba a centímetros del hoyo, podía tirarlo de un golpe y enterrarlo, o podría abrir el ataúd.
Levanté la pala lentamente, notaba mis manos temblar.
- ¿Qué hago, Benoît? ¿Qué hago, Dios? Edith, Hilda, decidme qué debo hacer.
- ¿Qué? ¿De qué hablas?
- ¡Cállate, viejo! No hablaba contigo.
- ...perdón.
Golpear o abrir. Abrir o golpear. Matar o perdonar. Perdonar o matar. Tras unos interminables segundos pensándomelo, me acerqué al ataúd, rompí el candado que lo cerraba con la pala y lo abrí muy lentamente. En cuanto la tapa estuvo totalmente abierta, levanté la pala, en un ademán de golpear al inquisidor anciano.
- Haz un sólo movimiento brusco, viejo, muéstrame algún arma o mete siquiera una mano en los bolsillos y juro por Dios que te arranco la cabeza a palazos - le amenacé.
- Gracias.
Con cuidado, se levantó y salió del ataúd. Fue a ponerme una mano en el hombro, pero me alejé. No quería que me tocara, no me fiaba de él, pero tampoco lo mataría.
- Dios recompensa a los piadosos.
- Entonces vete antes de que me quede sin mi premio.
El inquisidor obedeció y se marchó del lugar deprisa. Me acerqué al carruaje funerario, buscando el cadáver del joven. A ese sí que tenía que enterrarlo. Abrí la puerta del carruaje, esperando ver el cadáver del tipo que había herido, pero para mi angustia, ahí estaba el inquisidor joven, sólo que no estaba muerto. Me tiró al suelo de un puñetazo, y cuando me recuperé del golpe y le miré, vi que había salido del carruaje, aunque con dificultad. Estaba pálido y tenía ojeras, señal de que había perdido mucha sangre, la cual empapaba ahora su ropa, pero estaba vivo. ¿Cómo era posible? Había sobrevivido a mi estocada. Y me apuntaba con un revólver que seguramente tenía balas de plata.
Me quedé en el suelo, horrorizado, y sólo pude taparme la cara con una mano, como si eso pudiera protegerme.
Con que Dios recompensa a los piadosos, ¿eh? Pues vaya mierda de recompensa la mía.
- Muere... chupasangre hijo de perra - dijo, en un furioso y ronco susurro.
- ¡Por favor! ¡Sabes que esto no es lo correcto!
- ¡2 metros! ¡2 metros, inquisidor! ¿Qué te parece?
- ¡No, por favor! ¡Déjame irme!
Me acerqué al carruaje funerario en el que había venido, y retiré el ataúd que había dentro con esfuerzo. Lo dejé en el suelo.
- Un empujoncito más y adiós, inquisidor.
- Piensa lo que estás haciendo, te lo ruego. No conseguirás nada con esto.
- Al menos conseguiré que no me mates.
Empecé a empujar el ataúd en dirección al hoyo. Se oían golpes y gritos de desesperación desde dentro...
HORA Y MEDIA ANTES
Calles de París
- ¡Por favor, ayúdame!
- No puedo si no te calmas, muchacho. Dime con tranquilidad qué te ha pasado.
- ¡No! ¡No lo entiendes! ¡Vienen a por mí!
- ¿¡Quiénes, maldita sea, quiénes!?
Había salido a dar una vuelta esa noche, pero esa vez no me llevé a Elmo conmigo. Iba a ser un paseo rápido y luego volvería, sin mayores preocupaciones. No tenía mucha sed, ni ganas de meterme en peleas, ni estaba muy de humor para fiestas en tabernas y burdeles. Esa noche sólo quería pasear un poco por las calles de París, reflexionar y disfrutar de las agradables vistas nocturnas. Justo iba caminando por una calle desierta, cuando oí unos pasos rápidos detrás de mí. Me volteé a mirar y vi a un muchacho corriendo hacia mí llorando. Era muy joven, no debía de tener más de 16 años, y se le veía muerto de miedo. No sólo eso, sino que pude percibir el aura vampírica en él. Era de los míos, ¿pero qué le pasaba?
- ¡Señor! ¡Señor, tiene que ayudarme, se lo ruego! ¡Me están persiguiendo!
- Como a todos los de nuestra noble raza, amigo, acostúmbrate, es el precio que hay que pagar por la inmortalidad.
- ¡No! ¡No, no, maldita sea! ¡Digo que me están persiguiendo AHORA! - el chico estaba desconsolado y muerto de miedo.
- ¿Y por qué te paras a hablar conmigo? ¿Por qué no sigues corriendo? - pregunté.
El muchacho rompió a llorar desconsoladamente.
- ¡Por favor! ¡Por favor, sé que eres como yo! ¡Ayúdame, te lo ruego! ¡Tienes que hacerlo! - juntó las manos y entrelazó los dedos como si estuviera rezando, y sólo pude sentir lástima por él.
Era demasiado joven, y por su forma de comportarse diría que era un novato como yo. Apenas había llegado a la adolescencia y ya lo habían convertido. Seguro que ni siquiera fue una conversión voluntaria. Joven, solo, perseguido y asustado. Me recordaba mucho a mí unos años atrás.
- De acuerdo, pero tienes que darme más detalles.
- ¡No puedo! ¡Ahora no!
- Chico...
- ¡Por favor, ayúdame!
- No puedo si no te calmas, muchacho. Dime con tranquilidad qué te ha pasado.
- ¡No! ¡No lo entiendes! ¡Vienen a por mí!
- ¿¡Quiénes, maldita sea, quiénes!?
- ¡La Inquisición! - gritó, con una voz ronca y lastimera, presa de la desesperación y el llanto.
Cómo no... esos cabrones otra vez, pensé.
Apenas dijo eso el chico, oí un zumbido agudo y rápido, el sonido de una flecha cortando el aire. Pude ver cómo una punta de madera de una saeta sobresalía por su pecho. La miré fijamente con los ojos en blanco y levanté la vista hasta que nuestras miradas se cruzaron. Su rostro estaba congelado, con una expresión de sorpresa y miedo en su cara.
- No...
Levanté la mano derecha para tocarle, pero en cuanto lo hice, el chico se convirtió en cenizas justo delante de mí. Fue una visión horrible, todo su cuerpo se descompuso y se convirtió en polvo delante de mí. ¿Así mueren los vampiros? Es horrible.
- No... chico... - ni siquiera sabía su nombre.
Me quedé mirando el montón de ceniza del suelo, atónito y sin dar crédito a mis ojos.
- ¡Eh! ¿Se encuentra bien, señor? ¿Le ha hecho daño ese monstruo? - gritó una voz masculina a lo lejos.
Aquello era el colmo, encima la víctima era yo. Levanté la vista, y vi al autor del crimen: un tipo con sotana y ballesta.
- Sólo... sólo era un muchacho - susurré.
- ¿Se encuentra bien?
- ¡SÓLO ERA UN MUCHACHO MALDITO PSICÓPATA SEDIENTO DE SANGRE! ¿¡Cómo has podido!? - le grité mirándole fijamente a los ojos, sintiendo una lágrima de ira correr por mi mejilla.
- ¡Cielo santo, hay otro! - le oí decir, mientras sacaba otra flecha y trataba de cargar su ballesta.
No le di tiempo de hacerlo, en seguida, loco de rabia, di un gran salto usando Levitar hacia él, cayendo justo encima y tirándole al suelo. El inquisidor tiró la ballesta accidentalmente, y yo aproveché para desenvainar el sable de Benoît y descuartizar a ese malnacido. Levanté el sable, y gritando con todas mis ganas, le apuñalé repetidas veces en todo el torso, pecho, cuello y vientre.
- ¡MUERE, CABRÓN, MUERE! ¡¡¡MUEREEEEEE!!!
Veía algunos pedazos de órgano asomando por la herida o pegados al sable, pero no me detuve y seguí apuñalando y cortando, incluso mucho después de haberme asegurado de que estaba muerto, y para rematar me acerqué a su cuello, le mordí y me bebí toda la sangre que quedara de su cuerpo, como extra.
Cuando hube terminado con el inquisidor, me levanté y me alejé de él, con mi sed totalmente saciada, pero mi ira no tanto. Un chico tan joven... Me escondí en un callejón cercano y me mantuve a la escucha, con el tiempo llegarían los demás, eso estaba claro. Y así fue.
Me quedé en el callejón escuchando cómo llegaban los demás. Oí quejidos y lamentos, y palabras de horror sobre el estado del cuerpo. Pero por supuesto ni una palabra de las cenizas que antes formaban el cuerpo de un pobre muchacho con un destino adverso.
- Dios bendito, ¿qué clase de monstruo ha podido hacer esto?
¿Qué? Por favor, mira quién fue a hablar.
- Será mejor que lo enterremos, antes de que los gusanos se lo coman. Así su alma descanzará en paz.
¿Y cómo puedo hacer que descanse en paz el alma de un joven vampiro?
- De acuerdo, traeré un carruaje funerario. Esperadme aquí - dijo una voz anciana.
- Espera, hermano, iré contigo - dijo otra voz.
Me asomé un poco y pude ver que eran cinco en total. Dos se iban a por el carro y tres se quedaban.
- Es obvio que por aquí hay más. Buscadlos, yo rezaré por su alma.
Bien, van a buscarme, eso es justo lo que quiero. Vi que efectivamente uno juntaba las manos y rezaba con la cabeza baja, otro se metía en un callejón y el último se acercaba hacia donde estaba yo. Ése caería primero.
Me preparé a que llegara. Escondí la cabeza para que no me viera y preparé el sable. En cuanto lo vi cruzar la esquina, salí del escondite y le hundí el sable en el vientre, matándolo al instante. Luego, con total rapidez, escondí su cadáver tras el callejón.
- Uno menos, muchacho. Pronto serás vengado.
Salí del callejón y me acerqué lentamente al que estaba rezando, con el sable en la mano, dispuesto a degollarle. Caminaba con mucha lentitud y sigilo, teniendo mucho cuidado, pero quiso la mala suerte que el tipo, porque notó mi presencia o por pura casualidad, dejara de rezar y mirase en mi dirección. Se sorprendió por la sangre de mi sable y mis ropas y dio un grito de sorpresa a la vez que sacaba su ballesta. Mi mente estaba serena, la suya aterrada, por lo que yo pensé más rápido y atravesé su corazón con el sable antes de que le diera tiempo de hacer nada.
- Quedan tres.
Cogí la ballesta del cadáver y me dirigí al callejón que estaba investigando el otro. Mi puntería era pésima, pero si tenía suerte, mi objetivo estaría lo suficientemente cerca como para no fallar. En cuanto crucé la esquina del callejón, volví a oír el zumbido de una flecha cortando el aire, y me puse a cubierto con rapidez. Claro, el inquisidor oyó el grito de su compañero y se preparó. Salí de mi cobertura de nuevo y, tal y como tenía previsto, mi enemigo estaba cerca. Le maté de un flechazo antes de que pudiera cargar una segunda flecha en su ballesta.
- Quedan dos.
Había matado a los tres primeros con rapidez y los dos que se habían ido tan tranquilos a buscar un carruaje no habían ido muy lejos. Les seguí la pista hasta que llegaron a dicho carruaje, y vi que cargaban un ataúd en el interior. Corrí hacia ellos y hundí mi espada en la espalda del más joven y fuerte, el cual emitió un gemido y cayó. Rápidamente apunté con el sable al viejo, quien sólo levantó las manos y me miró con miedo.
- Espera... espera, hablemos.
- ¿Hablar? ¿Fue eso lo que le propusiste al joven? Malditos asesinos.
No supo contestarme, aunque sí intentó balbucear alguna respuesta. No iba a matar al último ahí mismo, y le golpeé la cabeza con el mango del sable, dejándolo inconsciente.
Cogí al inquisidor joven y lo metí en el carruaje, y luego metí al anciano en el ataúd que iban a usar para el inquisidor que destripé. También metí el ataúd en el carruaje funerario y me aseguré de cerrarlo todo, a fin de que ningún curioso pudiera ver lo que había dentro. Luego me senté en el asiento del conductor y tomé las riendas.
MEDIA HORA DESPUÉS
En mitad del bosque
Ya llevaba una hora conduciendo el carruaje, pero había llegado a mi destino: el bosque. Donde nadie molestara ni me diera problemas. Mientras los caballos cabalgaban, pude oír golpes y gritos de dentro del carruaje:
- ¿¡Eh!? ¡Dios mío! ¿Pero qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿¡Hola!? ¿Me oye alguien? - preguntó el inquisidor anciano.
- ¡Parece que alguien se ha despertado ahí atrás! - respondí con tono burlón.
- ¡Eh! ¿Quién eres tú? ¿Qué es este traqueteo? ¿Estamos en un carruaje? ¿Dónde estoy metido? ¿Qué es esto?
- Calma, inquisidor, calma. Las preguntas una por una y con tranquilidad, por favor. Primero, yo soy el vampiro que mató a todo tu equipo, de hecho me llegaste a ver y hablamos un poco, antes de que te mandara a dormir de una hostia. Segundo, sí, estamos en un carruaje. Concretamente el carruaje que ibas a usar para enterrar a ese amigo tuyo al que descuarticé, ¿lo recuerdas? Y tercero, estás metido en el ataúd que ibas a utilizar.
- ¿Qué? ¿Por qué haces esto? ¡Déjame irme!
- ¿Que por qué hago esto? Debería ser yo quien hiciera esa pregunta: ¿por qué matásteis a un muchacho joven en mitad de la calle? ¡Ah, déjame adivinar! ¿Porque era un vampiro y los vampiros no tienen derecho a vivir, verdad? ¡Hijo de perra! - respondí, con una entonación burletera al principio, pero gritando con rabia en la última frase.
- ¡No! ¡No es eso! ¡Ese chico mató a una muchacha joven para alimentarse de ella! ¡Había que hacer justicia!
- ¡Ah, claro! ¿Véis a una víctima del vampirismo dejándose llevar por su instinto y en lugar de guiarlo y enseñarle a controlar su sed váis y le metéis un flechazo al canto, eh? Ni un mísero esfuerzo para ayudar, no. ¡Flechazo y fuera, que es más rápido! Me encanta cómo razona la Inquisición.
- No, no es... espera, ¿a dónde vamos?
- ¿No es obvio? ¡Voy a enterrarte vivo, asesino! ¡Vas a morir asfixiado y bajo tierra! ¿Qué te parece?
- No... ¡No! ¡No puedes hacer eso!
- ¿Que no? Tú espera y verás si puedo o no puedo, sólo tienes que ver cómo te lo demuestro.
- ¡Por favor! ¡Piensa en lo que vas a hacer!
- ¡Jaaaaajaaaaaa! ¡Yo ya no pienso nada, inquisidor! ¡Dejé de pensar racionalmente en cuanto vi a un compañero vampiro deshacerse en cenizas ante mis ojos! ¡Ahora la ira nubla completamente mi mente y siento tanto odio que soy incapaz de usar el lado racional de mi cerebro! - aunque el tono risueño y burlón de mi voz en realidad parecía indicar lo contrario.
- ¡Te ruego que recapacites! ¡Te lo ruego por mi alma!
- ¡Ooooh! ¡Me ruegas que recapacite! ¡Como rogaste que recapacitaran a tus compañeros que querían asesinar a un adolescente con un problema de control de sed! ¡Que Dios te bendiga a ti y a tus buenas intenciones, señor Corazón de Oro! ¡Anda y que te jodan, asesino hipócrita de los cojones! - ahora sí que sonaba furioso.
Hice que los caballos frenaran.
- Este es un buen sitio.
- ¡No! ¡Por favor, déjame irme! ¡Te juro que no te daré problemas si dejas que me vaya!
Esta vez no respondí, sólo saqué una pala del carruaje y empecé a cavar un hoyo de dos metros, para el cadáver y para el futuro cadáver. Los dos juntos en el mismo hoyo, sí señor.
Durante un buen rato, estuve cavando...
MEDIA HORA DESPUÉS
Ya había llegado a los dos metros. Había estado un buen rato cavando, pero al fin había logrado una profundidad considerable. Me sentía bastante cansado por el esfuerzo físico, pero desde luego había valido la pena. Salí del hoyo, me sacudí la ropa para eliminar la tierra que se me había quedado pegada y dejé la pala en el suelo.
- ¡Por favor! ¡Sabes que esto no es lo correcto!
- ¡2 metros! ¡2 metros, inquisidor! ¿Qué te parece?
- ¡No, por favor! ¡Déjame irme!
Me acerqué al carruaje funerario en el que había venido, y retiré el ataúd que había dentro con esfuerzo. Lo dejé en el suelo.
- Un empujoncito más y adiós, inquisidor.
- Piensa lo que estás haciendo, te lo ruego. No conseguirás nada con esto.
- Al menos conseguiré que no me mates.
Empecé a empujar el ataúd en dirección al hoyo. Se oían golpes y gritos de desesperación desde dentro...
- ¡Espera, espera! ¡Sé que no eres un mal hombre! ¡Tus motivaciones son incorrectas, pero tus intenciones son bondadosas!
- Tus halagos no te salvarán la vida, inquisidor - seguí empujando.
- ¡Podemos hacer un trato!
- Ya hemos hecho uno: yo te mato y tú te callas - seguí empujando.
- Puedo ayudarte.
- No, no puedes - seguí empujando. Ya casi llegaba.
- Oye... creo que tienes razón.
- ¿Ah, sí? - paré de empujar cuando estaba a unos pocos centímetros del hoyo y me tomé un tiempo para descansar.
- Nuestros métodos no son los correctos. Creíamos que al menos eran efectivos, pero era sólo una forma de justificar nuestra maldad. No es correcto ni es efectivo. Nos estamos convirtiendo en lo que odiamos.
- ¿Y aun así lo haces? Los tuyos disfrutáis torturando por cualquier cosa que os parezca herejía, por eso merecéis castigo - cogí la pala, la clavé en la tierra y me apoyé en ella.
- ¿Y eres tú el más indicado para hacerlo? Dios es nuestro único juez, déjale el castigo a Él.
- Lo que hago es por venganza.
- Por favor, mira lo que estás haciendo. Esto va más allá de la venganza. Dices que disfrutamos haciendo sufrir al enemigo ¿pero no es eso lo mismo que haces tú ahora? Ya mataste a mis amigos, ¿por qué tienes que darme una muerte tan horrorosa? ¿Cuándo se cierra el círculo de la venganza? Si me matas para vengar al muchacho, otro te matará a tí para vengarme a mí. ¡Será venganza por venganza! Eso no traerá nada bueno. Sólo estaremos dándonos de palos el uno al otro. ¿Hasta cuándo durará?
- Hasta que uno de los dos bandos no aguante más los palos y caiga - intentaba sonar decidido y seguro, pero la duda se oía perfectamente en mi voz. El inquisidor aprovechó este hecho.
- No te conviertas en lo que somos nosotros, vampiro. Aún puedo percibir la bondad en ti. Aún estás a tiempo. La Inquisición se ha dejado consumir por el odio, no dejes que te consuma a ti también. No es lo que hubieran deseado los seres queridos a los que intentas vengar.
Aquellas palabras me dieron de lleno. Por un momento me llegué a replantear si de verdad estaba haciendo lo correcto al querer vengarme así de la Inquisición, al querer... torturarlos. ¿No estaba siendo yo peor que ellos? ¿No sería eso alimentar el fuego del incendio?
- Sé que merezco castigo, pero Dios debe ser mi juez, y no tú. Libérame, y prometo dejar la Inquisición, no mandaré a nadie a perseguirte y te juro que no volveré a matar a nadie. Es lo más justo y lo más correcto.
Dudé durante un segundo.
- No te creo.
- Está bien, haz lo que quieras. Yo no suplicaré más, ya he dicho lo que tenía que decir.
Apoyé las manos sobre el mango de la pala, y dejé caer mi cabeza sobre las manos. Empecé a recapacitar en serio sobre mi cruzada personal contra la Inquisición y sobre matar o perdonar a este anciano. ¿Tan cruel fue su crimen? ¿Debería ser Dios su único juez? El ataúd estaba a centímetros del hoyo, podía tirarlo de un golpe y enterrarlo, o podría abrir el ataúd.
Levanté la pala lentamente, notaba mis manos temblar.
- ¿Qué hago, Benoît? ¿Qué hago, Dios? Edith, Hilda, decidme qué debo hacer.
- ¿Qué? ¿De qué hablas?
- ¡Cállate, viejo! No hablaba contigo.
- ...perdón.
Golpear o abrir. Abrir o golpear. Matar o perdonar. Perdonar o matar. Tras unos interminables segundos pensándomelo, me acerqué al ataúd, rompí el candado que lo cerraba con la pala y lo abrí muy lentamente. En cuanto la tapa estuvo totalmente abierta, levanté la pala, en un ademán de golpear al inquisidor anciano.
- Haz un sólo movimiento brusco, viejo, muéstrame algún arma o mete siquiera una mano en los bolsillos y juro por Dios que te arranco la cabeza a palazos - le amenacé.
- Gracias.
Con cuidado, se levantó y salió del ataúd. Fue a ponerme una mano en el hombro, pero me alejé. No quería que me tocara, no me fiaba de él, pero tampoco lo mataría.
- Dios recompensa a los piadosos.
- Entonces vete antes de que me quede sin mi premio.
El inquisidor obedeció y se marchó del lugar deprisa. Me acerqué al carruaje funerario, buscando el cadáver del joven. A ese sí que tenía que enterrarlo. Abrí la puerta del carruaje, esperando ver el cadáver del tipo que había herido, pero para mi angustia, ahí estaba el inquisidor joven, sólo que no estaba muerto. Me tiró al suelo de un puñetazo, y cuando me recuperé del golpe y le miré, vi que había salido del carruaje, aunque con dificultad. Estaba pálido y tenía ojeras, señal de que había perdido mucha sangre, la cual empapaba ahora su ropa, pero estaba vivo. ¿Cómo era posible? Había sobrevivido a mi estocada. Y me apuntaba con un revólver que seguramente tenía balas de plata.
Me quedé en el suelo, horrorizado, y sólo pude taparme la cara con una mano, como si eso pudiera protegerme.
Con que Dios recompensa a los piadosos, ¿eh? Pues vaya mierda de recompensa la mía.
- Muere... chupasangre hijo de perra - dijo, en un furioso y ronco susurro.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Re: Entierro en el bosque [LIBRE]
Llevaba unos cinco minutos corriendo a toda prisa, al menos lo intentaba, cuando oí un disparo.
¿Que ha sido eso? Creo que el tiro viene de dónde estaba ese sucio vampiro. Yo ahí no vuelvo
Tras reflexionar varios segundos decidí acercarme sigiloso para ver que había ocurrido. Espero que esta vez la curiosidad no mate al gato
Escondido entre unos arbustos pude ver como uno de mis compatriotas había sobrevivido, aunque estaba malherido había conseguido derribar a ese engendro. ¡Bendita plata! Aunque era solo cuestión de tiempo que el vampiro se recuperara, el disparo solo había sido suficiente para derribarlo y aturdirlo.
- ¿Estás bien? - dije mientras me aproximaba para ayudarle
– Si, eso creo... aunque he perdido mucha sangre – dijo - ¿De dónde has salido?
- Mmm... conseguí escapar y al oír el disparo he vuelto para ver que había ocurrido.
Puff, por los pelos...
- Ayúdame a incorporarme
Le ayudé a llegar hasta el carruaje. Cogí unas cadenas de plata
Este es mi turno
Con algo de esfuerzo lo até y lo introduje dentro del ataúd en el que él me había encerrado antes. Sellé el ataúd con magia con la esperanza de que fuese suficiente y lo metí dentro del carruaje. Era hora de partir.
Ya quedaba menos para llegar cuando de pronto oí un ruido
¿Qué ha sido eso?
Detuve el carruaje. Bajé. El ataúd estaba abierto.
¡Imposible, la criatura no está!
Una sensación de miedo invadió mi cuerpo. Miré a mi lado, el joven Inquisidor del que no recordaba el nombre estaba inconsciente, problablemente por la falta de sangre. Estaba solo
Tenia miedo. Mi túnica estaba húmeda, problablemnte debido a los nervios o la incontinencia. Metí la mano en el bolsillo, saqué la petaca y me la bebí de un trago. Tenía el presentimiento de que no iba a ocurrir nada bueno
¿Que ha sido eso? Creo que el tiro viene de dónde estaba ese sucio vampiro. Yo ahí no vuelvo
Tras reflexionar varios segundos decidí acercarme sigiloso para ver que había ocurrido. Espero que esta vez la curiosidad no mate al gato
Escondido entre unos arbustos pude ver como uno de mis compatriotas había sobrevivido, aunque estaba malherido había conseguido derribar a ese engendro. ¡Bendita plata! Aunque era solo cuestión de tiempo que el vampiro se recuperara, el disparo solo había sido suficiente para derribarlo y aturdirlo.
- ¿Estás bien? - dije mientras me aproximaba para ayudarle
– Si, eso creo... aunque he perdido mucha sangre – dijo - ¿De dónde has salido?
- Mmm... conseguí escapar y al oír el disparo he vuelto para ver que había ocurrido.
Puff, por los pelos...
- Ayúdame a incorporarme
Le ayudé a llegar hasta el carruaje. Cogí unas cadenas de plata
Este es mi turno
Con algo de esfuerzo lo até y lo introduje dentro del ataúd en el que él me había encerrado antes. Sellé el ataúd con magia con la esperanza de que fuese suficiente y lo metí dentro del carruaje. Era hora de partir.
Ya quedaba menos para llegar cuando de pronto oí un ruido
¿Qué ha sido eso?
Detuve el carruaje. Bajé. El ataúd estaba abierto.
¡Imposible, la criatura no está!
Una sensación de miedo invadió mi cuerpo. Miré a mi lado, el joven Inquisidor del que no recordaba el nombre estaba inconsciente, problablemente por la falta de sangre. Estaba solo
Tenia miedo. Mi túnica estaba húmeda, problablemnte debido a los nervios o la incontinencia. Metí la mano en el bolsillo, saqué la petaca y me la bebí de un trago. Tenía el presentimiento de que no iba a ocurrir nada bueno
Nibor- Condenado/Hechicero/Clase Media
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Re: Entierro en el bosque [LIBRE]
- Muere... chupasangre hijo de perra.
Su revólver me apuntaba directamente al corazón. En cuestión de segundos apretaría el gatillo y sería mi fin. Por un momento, sólo por un momento tuve la tonta esperanza de que alguien aparecería de la nada y me salvaría, pero al final ganó el realismo: estaba solo.
Retrocedí un poco arrastrándome por el suelo, intentando ganar algo de tiempo. Pensé que tal vez si me hacía la víctima el tipo sacaría la vena psicópata y me haría sufrir un rato, lo cual me daría un poco más de tiempo, pero no, el hombre no era tan estúpido.
De repente, rodé por el suelo, agarré algo de tierra y se la arrojé al inquisidor a la cara, haciendo que un poco de polvo le entrara en los ojos. Furioso, el inquisidor gritó mientras se tambaleaba.
- Esta es la mía.
Me levanté y corrí. Corrí con todas mis fuerzas, pero el chico no permaneció ciego para siempre. Oí un disparo y sentí un dolor agudo en la espalda: me había acertado. En otras circustancias, la herida no hubiera dolido mucho, la bala habría sido expulsada y me habría regenerado en seguida, pero claro: la Inquisición utilizaba balas de plata, y los seres sobrenaturales éramos alérgicos, por alguna razón, a ese material.
Me desplomé en el suelo y traté de luchar inútilmente contra esa desagradable sensación. La plata, si bien no me había atravesado el corazón, estaba haciendo estragos en mi interior.
- Ugh...
La bala de plata me quitaba todas las fuerzas, y no tardé en quedarme dormido.
...
Desperté. Ya no sentía ningún dolor, al fin mi cuerpo había expulsado la bala de plata y se había regenerado. Pero me dolían las manos y me sentía igual de débil. Además, estaba todo muy oscuro y me faltaba el aire. Y había un traqueteo extraño, sí, sea donde sea donde estuviera estaba moviéndose.
Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y vi el motivo de mi debilidad: tenía cadenas de plata en las muñecas, que me inmovilizaban y debilitaban al mismo tiempo. También pude distinguir la madera.
- ¿Pero será posible...? - vale, me habían encadenado y me habían encerrado en el mismo ataúd, y me estaban tranportando. A este inquisidor le iba la ironía - Bueno, al menos no estoy muerto.
Además, el candado estaba roto, ¿verdad? Sí, yo lo rompí con la pala para liberar al viejo, de modo que, en teoría, el ataúd podría abrirse. Qué estúpido por su parte.
Flexioné las rodillas y pataleé la tapa, pero esta no se movió. Apoyé los pies en ella y empujé con todas mis fuerzas. La tapa se abrió unos centímetros, pero entonces hubo una extraña luz, no sabría decirlo, pero digamos que vi una luz, y entonces la tapa empezó a pesar cada vez más, y se cerró completamente.
- ¿Magia? Mierda... Me atas con cadenas de plata y me encierras con magia. Cabrón astuto.
Sin embargo, ése no sería mi final. No lo permitiría, es demasiado pronto, aún no es mi hora. Me fijé en el nudo de la cadena. Era bastante sencillo, no tendría que luchar demasiado. Con mucha paciencia, fui deshaciendo el nudo. Qué suerte que mis mentores fueran marineros. Después de un rato, me liberé de las cadenas de la mano e hice lo propio con las que me oprimían los pies. Sentí mi fuerza vampírica regenerarse ahora que la plata ya no ejercía su efecto debilitante sobre mí. Ahora que mis energías se habían recuperado, apoyé las manos y los pies contra la tapa y empujé hasta agotarme. Sólo conseguía el mismo resultado: la tapa se abría unos centímetros escasos, se veía esa luz extraña y el peso aumentaba. Incluso probé a tocar esa luz, y recibí una descarga eléctrica que me dejó paralizado unos segundos. Vale, eso ha sido una mala idea.
- De acuerdo, brujo. Veo que has aplicado un sello para mantener esta puerta cerrada, pero no noto nada extraño al tocarla, así que deduzco que no has hecho nada para protegerla o blindarla, así que...
Empecé a golpear la tapa del ataúd aplicando toda mi fuerza sobrenatural, y después de unos cuantos puñetazos y patadas conseguí romperla, dejando un hueco lo suficientemente amplio para salir. Al hacerlo, sentí de nuevo esa descarga, pero resistí y salí del ataúd. Me recuperé de la descarga, abrí el carruaje y me precipité afuera. Caí al suelo y rodé, y miré el carruaje. Ahí estaba el tipo herido, pero el viejo le acompañaba. Maldito rastrero. Supongo que es culpa mía por haber confiado en la palabra de un inquisidor. Cómo les gustaba mentir y hacer cualquier maldad con tal de arrebatarle la vida a los que no son como ellos. La pregunta es: ¿cuál de los dos era el brujo? ¿El joven o el viejo? Bueno, los dos morirían igualmente así que qué más da.
Pararon y dijeron que habían escuchado un ruido. Vi satisfecho cómo abrían el carruaje y veían que el ataúd estaba vacío. Vacío y destrozado. El joven no pudo aguantar más su falta de sangre, y eso sumado a la impresión de ver el ataúd vacío fue demasiado para él, y se acabó desplomando. El viejo sacó una petanca y bebió. Eso, eso, distraeros.
Sigilosamente me acerqué a ellos, y con toda la rapidez que pude, agarré al muchacho, lo puse de pie y lo tomé como rechén, poniendo mi brazo en su cuello para inmovilizarlo. El viejo se dio cuenta y nos miró. Yo usaba al chico como escudo humano en caso de que empezara a disparar. El inquisidor joven se despertó un poco, pero aún estaba débil.
- Mentiroso - dije, con un susurro ronco - dijiste que no volverías... y has vuelto. Odio que me mientan.
Pasé una mano por el cuerpo de mi rehén, acariciándolo casi con sensualidad.
- ¿...Qué haces...?
- Inquisidores estúpidos. ¿Todo ese discurso moral sobre que no debo matarte para que luego vuelvas a por más? La has cagado pero bien.
- Suéltame...
No hice ningún caso al joven. Toda mi atención se centraba en el viejo. Finalmente puse mi mano sobre los genitales del chico, y los apreté.
- ¡Aaah! ¡Suelta! ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame!
- Asesinos sin corazón. Cerdos despiadados. Acabaré con vosotros.
Mis ojos se volvieron de color rojo sangre. Mi voz reflejaba el más grande de los odios, y mi mirada sólo reflejaba el ansia de matar, la ira desmesurada y la sed de venganza.
- Nibor... ayúdame.
Apreté sus genitales con más fuerza.
- No, por favor... ¡Nibor!
Con toda mi fuerza vampírica, clavé mis uñas en su carne y, de un tirón, arranqué toda su zona púbica con la mano, haciendo salir un gran chorro de sangre y dejando a la vista algunos órganos internos. Una visión vomitiva. Con un grito desgarrador, el inquisidor cayó al suelo, estuvo retorciéndose y gritando en el suelo durante unos segundos, y finalmente se murió.
Dejé caer las partes nobles del muchacho al suelo y puse mi mano sobre el sable de Benoît y lo desenvainé, sin dejar de mirar al viejo a los ojos en ningún momento.
- Te hubiera dejado vivir. Te hubieras podido marchar. Ahora voy a joderte, Nibor. Te voy a joder como no te han jodido nunca. Has cometido el mayor de los errores al volver a por mí. Si tan sólo hubieras seguido tu camino...
Me puse en guardia, lleno de odio, y preparado para saltar sobre el inquisidor en cualquier momento.
Su revólver me apuntaba directamente al corazón. En cuestión de segundos apretaría el gatillo y sería mi fin. Por un momento, sólo por un momento tuve la tonta esperanza de que alguien aparecería de la nada y me salvaría, pero al final ganó el realismo: estaba solo.
Retrocedí un poco arrastrándome por el suelo, intentando ganar algo de tiempo. Pensé que tal vez si me hacía la víctima el tipo sacaría la vena psicópata y me haría sufrir un rato, lo cual me daría un poco más de tiempo, pero no, el hombre no era tan estúpido.
De repente, rodé por el suelo, agarré algo de tierra y se la arrojé al inquisidor a la cara, haciendo que un poco de polvo le entrara en los ojos. Furioso, el inquisidor gritó mientras se tambaleaba.
- Esta es la mía.
Me levanté y corrí. Corrí con todas mis fuerzas, pero el chico no permaneció ciego para siempre. Oí un disparo y sentí un dolor agudo en la espalda: me había acertado. En otras circustancias, la herida no hubiera dolido mucho, la bala habría sido expulsada y me habría regenerado en seguida, pero claro: la Inquisición utilizaba balas de plata, y los seres sobrenaturales éramos alérgicos, por alguna razón, a ese material.
Me desplomé en el suelo y traté de luchar inútilmente contra esa desagradable sensación. La plata, si bien no me había atravesado el corazón, estaba haciendo estragos en mi interior.
- Ugh...
La bala de plata me quitaba todas las fuerzas, y no tardé en quedarme dormido.
...
Desperté. Ya no sentía ningún dolor, al fin mi cuerpo había expulsado la bala de plata y se había regenerado. Pero me dolían las manos y me sentía igual de débil. Además, estaba todo muy oscuro y me faltaba el aire. Y había un traqueteo extraño, sí, sea donde sea donde estuviera estaba moviéndose.
Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y vi el motivo de mi debilidad: tenía cadenas de plata en las muñecas, que me inmovilizaban y debilitaban al mismo tiempo. También pude distinguir la madera.
- ¿Pero será posible...? - vale, me habían encadenado y me habían encerrado en el mismo ataúd, y me estaban tranportando. A este inquisidor le iba la ironía - Bueno, al menos no estoy muerto.
Además, el candado estaba roto, ¿verdad? Sí, yo lo rompí con la pala para liberar al viejo, de modo que, en teoría, el ataúd podría abrirse. Qué estúpido por su parte.
Flexioné las rodillas y pataleé la tapa, pero esta no se movió. Apoyé los pies en ella y empujé con todas mis fuerzas. La tapa se abrió unos centímetros, pero entonces hubo una extraña luz, no sabría decirlo, pero digamos que vi una luz, y entonces la tapa empezó a pesar cada vez más, y se cerró completamente.
- ¿Magia? Mierda... Me atas con cadenas de plata y me encierras con magia. Cabrón astuto.
Sin embargo, ése no sería mi final. No lo permitiría, es demasiado pronto, aún no es mi hora. Me fijé en el nudo de la cadena. Era bastante sencillo, no tendría que luchar demasiado. Con mucha paciencia, fui deshaciendo el nudo. Qué suerte que mis mentores fueran marineros. Después de un rato, me liberé de las cadenas de la mano e hice lo propio con las que me oprimían los pies. Sentí mi fuerza vampírica regenerarse ahora que la plata ya no ejercía su efecto debilitante sobre mí. Ahora que mis energías se habían recuperado, apoyé las manos y los pies contra la tapa y empujé hasta agotarme. Sólo conseguía el mismo resultado: la tapa se abría unos centímetros escasos, se veía esa luz extraña y el peso aumentaba. Incluso probé a tocar esa luz, y recibí una descarga eléctrica que me dejó paralizado unos segundos. Vale, eso ha sido una mala idea.
- De acuerdo, brujo. Veo que has aplicado un sello para mantener esta puerta cerrada, pero no noto nada extraño al tocarla, así que deduzco que no has hecho nada para protegerla o blindarla, así que...
Empecé a golpear la tapa del ataúd aplicando toda mi fuerza sobrenatural, y después de unos cuantos puñetazos y patadas conseguí romperla, dejando un hueco lo suficientemente amplio para salir. Al hacerlo, sentí de nuevo esa descarga, pero resistí y salí del ataúd. Me recuperé de la descarga, abrí el carruaje y me precipité afuera. Caí al suelo y rodé, y miré el carruaje. Ahí estaba el tipo herido, pero el viejo le acompañaba. Maldito rastrero. Supongo que es culpa mía por haber confiado en la palabra de un inquisidor. Cómo les gustaba mentir y hacer cualquier maldad con tal de arrebatarle la vida a los que no son como ellos. La pregunta es: ¿cuál de los dos era el brujo? ¿El joven o el viejo? Bueno, los dos morirían igualmente así que qué más da.
Pararon y dijeron que habían escuchado un ruido. Vi satisfecho cómo abrían el carruaje y veían que el ataúd estaba vacío. Vacío y destrozado. El joven no pudo aguantar más su falta de sangre, y eso sumado a la impresión de ver el ataúd vacío fue demasiado para él, y se acabó desplomando. El viejo sacó una petanca y bebió. Eso, eso, distraeros.
Sigilosamente me acerqué a ellos, y con toda la rapidez que pude, agarré al muchacho, lo puse de pie y lo tomé como rechén, poniendo mi brazo en su cuello para inmovilizarlo. El viejo se dio cuenta y nos miró. Yo usaba al chico como escudo humano en caso de que empezara a disparar. El inquisidor joven se despertó un poco, pero aún estaba débil.
- Mentiroso - dije, con un susurro ronco - dijiste que no volverías... y has vuelto. Odio que me mientan.
Pasé una mano por el cuerpo de mi rehén, acariciándolo casi con sensualidad.
- ¿...Qué haces...?
- Inquisidores estúpidos. ¿Todo ese discurso moral sobre que no debo matarte para que luego vuelvas a por más? La has cagado pero bien.
- Suéltame...
No hice ningún caso al joven. Toda mi atención se centraba en el viejo. Finalmente puse mi mano sobre los genitales del chico, y los apreté.
- ¡Aaah! ¡Suelta! ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame!
- Asesinos sin corazón. Cerdos despiadados. Acabaré con vosotros.
Mis ojos se volvieron de color rojo sangre. Mi voz reflejaba el más grande de los odios, y mi mirada sólo reflejaba el ansia de matar, la ira desmesurada y la sed de venganza.
- Nibor... ayúdame.
Apreté sus genitales con más fuerza.
- No, por favor... ¡Nibor!
Con toda mi fuerza vampírica, clavé mis uñas en su carne y, de un tirón, arranqué toda su zona púbica con la mano, haciendo salir un gran chorro de sangre y dejando a la vista algunos órganos internos. Una visión vomitiva. Con un grito desgarrador, el inquisidor cayó al suelo, estuvo retorciéndose y gritando en el suelo durante unos segundos, y finalmente se murió.
Dejé caer las partes nobles del muchacho al suelo y puse mi mano sobre el sable de Benoît y lo desenvainé, sin dejar de mirar al viejo a los ojos en ningún momento.
- Te hubiera dejado vivir. Te hubieras podido marchar. Ahora voy a joderte, Nibor. Te voy a joder como no te han jodido nunca. Has cometido el mayor de los errores al volver a por mí. Si tan sólo hubieras seguido tu camino...
Me puse en guardia, lleno de odio, y preparado para saltar sobre el inquisidor en cualquier momento.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Re: Entierro en el bosque [LIBRE]
Intenté calmar mi miedo con alcohol, pero lo cierto es que no podía dejar de pensar en lo mismo una y otra vez
¿Dónde se ha metido esa asquerosa sanguijuela? A lo mejor se ha ido…
Ni yo me lo creía, pero la esperanza es lo último que se pierde, o al menos eso es lo que dicen.
De repente, la criatura apareció de entre las sombras y se abalanzó sobre mi compañero moribundo. Estaba dudando ¿Quería matarle o violarle? La mano del vampiro no dejaba de recorrer el cuerpo del joven inquisidor, poco a poco fue recorriendo todo su cuerpo hasta que finalmente se detuvo en su entrepierna y agarró sus genitales
- Nibor… ayúdame
Cada vez ejercía más presión.
- No, por favor… ¡Nibor!
Ya era demasiado tarde, se había quedado sin su miembro viril. A los pocos segundos son corazón dejo de latir, había muerto.
Pobrecillo… muerto y mutilado sin haber podido catar hembra. Oh oh, ahora si que me he quedado solo, estoy jodido
La criatura de la noche clavó su mirada en mi, sus ojos inyectados en sangre no dejaban de mirarme. Puso la mano en su cintura y desenvainó un sable.
¿Para que quiere un vampiro un sable? No entiendo nada…
Lo cierto es que poco me importaba, estaba más preocupado de como sobrevivir
¿Y que hace ahora este dándome un discurso de lo que debería haber hecho? Cada día entiendo menos a estos seres. Lo mío es investigar y diseñar armas, quién me mandaria a mi salir del laboratorio… por una vez que salgo con los soldados en busca de aventuras la cosa acaba mal…
El vampiro saltó sobre mi, ahora si que estaba perdido. Recité un hechizo a la desesperada, a ver si con suerte surtía efecto. De repente el sol salió por el horizonte. Mi enemigo empezó a dar saltos y chillar.
Pobre imbécil, no sabe que es una ilusión
Aproveché mientras ese engendro tenía la sensación de quemarse para salir corriendo, el efecto no duraría mucho y pronto la ilusión desaparecería.
A lo lejos avisté una pequeña villa, tenía que llegar hasta allí antes de que mi persecutor me diese caza. Sabía que mi poder no era lo suficientemente fuerte como para vencer a un vampiro que no fuese neonato, así que recurría mi astucia. Cambié mi apariencia por la de una mujer de unos treinta años, alta, fuerte , ruda y poco agraciada. Para darle más veracidad a la transformación decidí que esta debía estar en cinta. Solo me quedaba esperar a que no se percatase del engaño.
Con sigilo me adentré en el pueblo. En la taberna aún había luz, ya que estaba ahí podría tomarme un vino para relajarme y esperar a que amaneciera. Tenia la esperanza de que todo iba a salir tal y como lo había planeado, mi intelecto no podía compararse con el de un ser que vive entre la inmundicia y degüella por puro placer
¿Dónde se ha metido esa asquerosa sanguijuela? A lo mejor se ha ido…
Ni yo me lo creía, pero la esperanza es lo último que se pierde, o al menos eso es lo que dicen.
De repente, la criatura apareció de entre las sombras y se abalanzó sobre mi compañero moribundo. Estaba dudando ¿Quería matarle o violarle? La mano del vampiro no dejaba de recorrer el cuerpo del joven inquisidor, poco a poco fue recorriendo todo su cuerpo hasta que finalmente se detuvo en su entrepierna y agarró sus genitales
- Nibor… ayúdame
Cada vez ejercía más presión.
- No, por favor… ¡Nibor!
Ya era demasiado tarde, se había quedado sin su miembro viril. A los pocos segundos son corazón dejo de latir, había muerto.
Pobrecillo… muerto y mutilado sin haber podido catar hembra. Oh oh, ahora si que me he quedado solo, estoy jodido
La criatura de la noche clavó su mirada en mi, sus ojos inyectados en sangre no dejaban de mirarme. Puso la mano en su cintura y desenvainó un sable.
¿Para que quiere un vampiro un sable? No entiendo nada…
Lo cierto es que poco me importaba, estaba más preocupado de como sobrevivir
¿Y que hace ahora este dándome un discurso de lo que debería haber hecho? Cada día entiendo menos a estos seres. Lo mío es investigar y diseñar armas, quién me mandaria a mi salir del laboratorio… por una vez que salgo con los soldados en busca de aventuras la cosa acaba mal…
El vampiro saltó sobre mi, ahora si que estaba perdido. Recité un hechizo a la desesperada, a ver si con suerte surtía efecto. De repente el sol salió por el horizonte. Mi enemigo empezó a dar saltos y chillar.
Pobre imbécil, no sabe que es una ilusión
Aproveché mientras ese engendro tenía la sensación de quemarse para salir corriendo, el efecto no duraría mucho y pronto la ilusión desaparecería.
A lo lejos avisté una pequeña villa, tenía que llegar hasta allí antes de que mi persecutor me diese caza. Sabía que mi poder no era lo suficientemente fuerte como para vencer a un vampiro que no fuese neonato, así que recurría mi astucia. Cambié mi apariencia por la de una mujer de unos treinta años, alta, fuerte , ruda y poco agraciada. Para darle más veracidad a la transformación decidí que esta debía estar en cinta. Solo me quedaba esperar a que no se percatase del engaño.
Con sigilo me adentré en el pueblo. En la taberna aún había luz, ya que estaba ahí podría tomarme un vino para relajarme y esperar a que amaneciera. Tenia la esperanza de que todo iba a salir tal y como lo había planeado, mi intelecto no podía compararse con el de un ser que vive entre la inmundicia y degüella por puro placer
Nibor- Condenado/Hechicero/Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/03/2014
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Re: Entierro en el bosque [LIBRE]
Ya había saltado sobre Nibor con la espada en alto, dispuesto a vengarme por lo que hizo, pero justo cuando ya me disponía a clavársela en el cuello, empezó a amanecer. Ni siquiera me dio tiempo a percibir la claridad del cielo antes de que el Sol aparezca, sencillamente miré y ya estaba ahí, tan brillante y radiante como siempre. ¿Cómo era eso posible? ¿Cuánto tiempo llevaba en el bosque? Mierda, si no salgo de aquí moriré en cuestión de segundos. Me olvidé del viejo, lo importante era sobrevivir, pero al levantarme el Sol me dio directamente en la cara.
- ¡AAAAAAAAAAHHHHHH! - grité, tapándome la cabeza con las manos y corriendo hacia los árboles, esperando que su sombra me protegiera.
Me senté apoyándome en el tronco de uno de los árboles, y para mi sorpresa ahí no sentía dolor. Estupendo, era un buen escondite. Levanté un poco la vista.
- ¿Eh? ¿Pero qué demonios?
¿Cómo podía ser que no me estuviera quemando? ¡Pero si no estaba para nada protegido! ¡La luz me estaba dando directamente! Me levanté y toqué la luz con la mano completamente desnuda. Nada. No sentía dolor, ni me estaba quemando, ni siquiera me sentía débil. Esto sólo puede significar dos cosas: o que soy inmune a la luz del Sol, o que esto es un Sol falso creado con un hechizo para asustarme.
- Viejo cabrón. Así que tú eras el brujito, ¿eh? ¡Aaaaaaaaaahhhh!
Grité de ira. Ya me había engañado dos veces. La próxima vez no debía dudar para matarlo, por nada del maldito mundo. Me lo cargaría en cuanto lo viera.
Loco de furia, corrí por el sendero, esperando encontrarlo pronto, pero no era el caso. ¿Cuánto tiempo había estado escondido del falso Sol?
Tras un rato corriendo, vi una pequeña aldea a lo lejos. No era posible que Nibor hubiera vuelto a París, aún quedaban unas horas de camino, de modo que si ha ido a esconderse, sería o entre los bosques, o en la aldea. Y a su edad, estar tanto tiempo en el frío bosque puede ser muy malo para su salud, de modo que sólo ha podido ir a una parte. Corrí hacia allí...
Llegué al pueblo, y empecé a buscar con la mirada. No había mucha gente fuera a esas horas de la noche, claro. ¿Dónde podría ir un hombre a esconderse? ¿Qué parte del pueblo acepta visitantes a cualquier hora? Veamos...
- De acuerdo, hay varios edificios, granjas, casas y tiendas. Las tiendas están cerradas, en las casas no dejan entrar a cualquier extraño. ¿Tal vez en una granja?
No, espera. Hay un edificio que casi siempre abre una noche, ¿verdad? Uno que no cierra cuando el Sol se pone... la taberna. Sí, la taberna. Antes le vi sacar una petaca y beber de ella, por lo que está claro que le gusta el alcohol. Sí, ese es el único sitio en el que puede estar. Estuve unos minutos buscando el bar. No tardé demasiado, ya que es un pueblo pequeño, pero para mi sorpresa, cuando llegué, a pesar de que había bastante gente bebiendo y celebrando, el viejo no estaba entre ellos. Tal vez en las habitaciones...
Me acerqué al tabernero.
- ¿Ha pasado por aquí un hombre anciano?
- ¿Un anciano, señor?
- Sí, un hombre viejo, barbudo. ¿Ha pedido una habitación en esta taberna?
- Verá, amigo, normalmente no informo así de mis clientes. Si quieren esconderse en mi taberna, yo no los delato. Es una norma.
Golpeé la mesa del bar.
- Así que eso es un sí, ¿eh? - activé mi Persuasión y me metí en la mente del tabernero - Dime. ¿Dónde?
Sentí una mano fuerte en mi hombro.
- Oye, muchachito, no provoques conflictos o te echaremos a patadas, ¿entendido?
Miré al guardián a los ojos. Me estaba desafiando. Con el cabreo que tenía encima, si me metía en una pelea ahora lo MATARÍA, de modo que decidí calmarme y usar la Persuasión otra vez, ahora contra él.
- No soy un mal cliente. Repite conmigo.
- No eres un mal cliente - dijo, hipnotizado.
- No me vas a echar y me vas a dejar en paz.
- No te voy a echar y te dejaré en paz.
- Ahora dime dónde está el viejo barbudo.
- Lo siento, señor, pero de verdad que no hemos visto a nadie así.
Me sentí un poco decepcionado.
- Bueno... gracias de todas formas.
- ¿Quiere algo de beber? - dijo el tabernero.
- No, gracias.
Entonces un hombre, bastante bebido, se nos acercó en actitud alegre.
- ¡EEEEYYYYY! ¡Tíoooooos! ¿A qué viene tanta tensión? ¡Relajaos y bebed algo que la vida es muy corta! ¡Mirad, una cara nueva! ¡Estoy seguro de no haberte visto antes!
Sonreí ante el comentario del borracho. Parecía buena gente. Tal vez él supiera algo...- Esta noche no tengo ganas de alcohol, pero gracias. Además, no puedo ser la única cara nueva de por aquí. ¿Seguro que no hay nadie nuevo? ¿Nadie más a quien no hayas visto antes? - le pregunté en susurros.
- Bueno... ahora que lo dices... esa mujer embarazada de allá. No es del pueblo, eso está muy claro, y nunca la había visto antes. Ni siquiera la vi llegar. Sí, estoy segura de que es nueva. Qué poca vergüenza, beber así con un niño dentro. ¡Y qué fea es, la pobre!
- Sí... sí que lo es - respondí, riendo.
Claro... la mujer. Es nueva y nunca la han visto en este pueblo. Muy astuto tu disfraz, Nibor, pero se acabó el juego.
Me levanté y la miré fijamente. Le dediqué una sonrisa de asesino mientras me pasaba un dedo por el cuello. Tú espera a que no haya nadie mirando, Nibor, tú espera...
- ¡AAAAAAAAAAHHHHHH! - grité, tapándome la cabeza con las manos y corriendo hacia los árboles, esperando que su sombra me protegiera.
Me senté apoyándome en el tronco de uno de los árboles, y para mi sorpresa ahí no sentía dolor. Estupendo, era un buen escondite. Levanté un poco la vista.
- ¿Eh? ¿Pero qué demonios?
¿Cómo podía ser que no me estuviera quemando? ¡Pero si no estaba para nada protegido! ¡La luz me estaba dando directamente! Me levanté y toqué la luz con la mano completamente desnuda. Nada. No sentía dolor, ni me estaba quemando, ni siquiera me sentía débil. Esto sólo puede significar dos cosas: o que soy inmune a la luz del Sol, o que esto es un Sol falso creado con un hechizo para asustarme.
- Viejo cabrón. Así que tú eras el brujito, ¿eh? ¡Aaaaaaaaaahhhh!
Grité de ira. Ya me había engañado dos veces. La próxima vez no debía dudar para matarlo, por nada del maldito mundo. Me lo cargaría en cuanto lo viera.
Loco de furia, corrí por el sendero, esperando encontrarlo pronto, pero no era el caso. ¿Cuánto tiempo había estado escondido del falso Sol?
Tras un rato corriendo, vi una pequeña aldea a lo lejos. No era posible que Nibor hubiera vuelto a París, aún quedaban unas horas de camino, de modo que si ha ido a esconderse, sería o entre los bosques, o en la aldea. Y a su edad, estar tanto tiempo en el frío bosque puede ser muy malo para su salud, de modo que sólo ha podido ir a una parte. Corrí hacia allí...
Llegué al pueblo, y empecé a buscar con la mirada. No había mucha gente fuera a esas horas de la noche, claro. ¿Dónde podría ir un hombre a esconderse? ¿Qué parte del pueblo acepta visitantes a cualquier hora? Veamos...
- De acuerdo, hay varios edificios, granjas, casas y tiendas. Las tiendas están cerradas, en las casas no dejan entrar a cualquier extraño. ¿Tal vez en una granja?
No, espera. Hay un edificio que casi siempre abre una noche, ¿verdad? Uno que no cierra cuando el Sol se pone... la taberna. Sí, la taberna. Antes le vi sacar una petaca y beber de ella, por lo que está claro que le gusta el alcohol. Sí, ese es el único sitio en el que puede estar. Estuve unos minutos buscando el bar. No tardé demasiado, ya que es un pueblo pequeño, pero para mi sorpresa, cuando llegué, a pesar de que había bastante gente bebiendo y celebrando, el viejo no estaba entre ellos. Tal vez en las habitaciones...
Me acerqué al tabernero.
- ¿Ha pasado por aquí un hombre anciano?
- ¿Un anciano, señor?
- Sí, un hombre viejo, barbudo. ¿Ha pedido una habitación en esta taberna?
- Verá, amigo, normalmente no informo así de mis clientes. Si quieren esconderse en mi taberna, yo no los delato. Es una norma.
Golpeé la mesa del bar.
- Así que eso es un sí, ¿eh? - activé mi Persuasión y me metí en la mente del tabernero - Dime. ¿Dónde?
Sentí una mano fuerte en mi hombro.
- Oye, muchachito, no provoques conflictos o te echaremos a patadas, ¿entendido?
Miré al guardián a los ojos. Me estaba desafiando. Con el cabreo que tenía encima, si me metía en una pelea ahora lo MATARÍA, de modo que decidí calmarme y usar la Persuasión otra vez, ahora contra él.
- No soy un mal cliente. Repite conmigo.
- No eres un mal cliente - dijo, hipnotizado.
- No me vas a echar y me vas a dejar en paz.
- No te voy a echar y te dejaré en paz.
- Ahora dime dónde está el viejo barbudo.
- Lo siento, señor, pero de verdad que no hemos visto a nadie así.
Me sentí un poco decepcionado.
- Bueno... gracias de todas formas.
- ¿Quiere algo de beber? - dijo el tabernero.
- No, gracias.
Entonces un hombre, bastante bebido, se nos acercó en actitud alegre.
- ¡EEEEYYYYY! ¡Tíoooooos! ¿A qué viene tanta tensión? ¡Relajaos y bebed algo que la vida es muy corta! ¡Mirad, una cara nueva! ¡Estoy seguro de no haberte visto antes!
Sonreí ante el comentario del borracho. Parecía buena gente. Tal vez él supiera algo...- Esta noche no tengo ganas de alcohol, pero gracias. Además, no puedo ser la única cara nueva de por aquí. ¿Seguro que no hay nadie nuevo? ¿Nadie más a quien no hayas visto antes? - le pregunté en susurros.
- Bueno... ahora que lo dices... esa mujer embarazada de allá. No es del pueblo, eso está muy claro, y nunca la había visto antes. Ni siquiera la vi llegar. Sí, estoy segura de que es nueva. Qué poca vergüenza, beber así con un niño dentro. ¡Y qué fea es, la pobre!
- Sí... sí que lo es - respondí, riendo.
Claro... la mujer. Es nueva y nunca la han visto en este pueblo. Muy astuto tu disfraz, Nibor, pero se acabó el juego.
Me levanté y la miré fijamente. Le dediqué una sonrisa de asesino mientras me pasaba un dedo por el cuello. Tú espera a que no haya nadie mirando, Nibor, tú espera...
Alexalmo- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 146
Fecha de inscripción : 16/10/2013
Edad : 29
Localización : Visto por última vez en París. Si lo ve, avise en la comisaría más cercana, por favor.
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