Ojos tristes {Ashmed Ishbala}

La librería era el último legado de la unión profana de los Van Wijs.

La conclusión del matrimonio fue totalmente producto de los factores externos, pero sobre todo, aquellos que involucraban al príncipe de los Países Bajos, un altivo vampiro que resultó ser el padre del primer Van Wijs; sus conflictos personales arrastraron al matrimonio a un declive que era imposible de detener, y aunque ambos eran conscientes que la relación debía terminar o quizás reemplantearse, para Crystall le resultó doloroso. Había sido un gran alivio para ella saber que Derek vivía y lo mismo ocurría para Derek cuando la creyó muerta en base a lo que le dijo aquella pelirroja, a la que, ni Violante ni ningún Van Wijs decidió buscar.

Todo debe de olvidarse... Fue lo que acordó la familia; Benelope, Derek, Violante y Crystall, luego, tomaron su camino. En un principio Crystall viajó con Violante para darle su apellido y un título, pues la familia había acordado que Derek era el apropiado para continuar con el apellido Van Wijs, Crystall como Benelope, ensuciaron el apellido así que Violante propuso llevarla a Países Bajos y arreglarle un título como duquesa en La Haya Amsterdam. Así se hizo duquesa, así se alzó como una nueva mujer, una mujer sola y sin un futuro claro. Esa era la historia antes de regresar a la librería.

Su tienda había permanecido cerrada por seis largos meses, cuando la abrió olió el aroma de los libros viejos y se sintió en casa. Era el medio día, el sol de primavera era acogedor sobre ese barrio elegante, donde en un tiempo atrás la librería fue muy popular y albergó una ilusión llamada lágrimas de Dios. Pensar en ello la entristecía, de hecho, sólo remarcaba la tristeza que sus ojos no podían ocultar, la falta de compañía, de alguien en su vida.

Se adentró entre los estantes y haciéndose de un plumero comenzó a sacudir los libros por los lomos sin detenerse uno por uno. Mientras lo hacía pensó en lo que haría con tan magnífica colección. Era un hecho que ella no regresaría a París, estar ahí le dolía por lo que su regreso a la librería era tan sólo para ponerle el cartel de ¡Se vende! Y nada más.

A minutos de que terminara de limpiar un estante caminó a la entrada y con una franela limpio el cristal frente a ella; la gente caminaba con monotonía, entrando a los locales de a lado o del frente, pero no a la librería, no a la librería que se mantenía cerrada. Los ojos ausentes de Crystall se perdieron en las calles por un tiempo indefinido; luego, al pasar un largo tiempo tomó el gafete de la puerta y anunció que la librería estaba abierta.

Le dio la espalda a la puerta y regresó a sus labores con la vaga esperanza de encontrar a alguien que alegrara sus ojos.

Finalmente la primavera había vuelto a Francia; trayendo consigo como todos los años la calidez del sol, el suave olor de las flores que adornaban las plazas, el ajetreo en los salones de clase y lo más importante de todo, reabastecimiento de todos los comercios. Con el calor había llegado el deshielo y las rutas comerciales volvían a estar despejadas de las inclemencias del clima por lo que era normal ver carrosas de gran envergadura que llevaban numerosos productos de varias partes del mundo a todas partes de parís. Era el momento justo para que Ashmed diera un “paseo” por la zona comercial de París, por sus grandes mercados y tiendas en busca de nuevas curiosidades, reponer algunos instrumentos y materiales que tanta falta le hacían desde las heladas.

Andaba tranquilo, sin prisa alguna pues era el tiempo del descanso semanal en la universidad y podía darse el lujo de recorrer tranquilo los diferentes lugares que le interesaban. Aprovechando a cada paso que daba a dejar que sus sentidos se llenaran de los diferentes aromas que podía ofrecerle ese tiempo, el único del año en que tantos productos naturales como frutas y verduras se reunían al unísono pero él estaba en busca de algo menos común, algo que no se encontraría comúnmente en la mesa del hogar. No tardó en encontrar el viejo puesto, bastante abarrotado de gente y de todo tipo de hortalizas, legumbres y frutas en sus estanterías que no permanecían quietas mucho tiempo ya que eran cosechadas de sus estantes por los clientes con velocidad para ponerlas en sus canastas, pagar el precio justo y partir alegres a sus hogares.

Tranquilamente y en silencio se acercó al dueño del puesto, un señor entrado en años y que se demostraban en lo gris de su tupido bigote que resaltaba con su calva y reluciente cabeza, ancho de cintura como de alegría y algo bajo comparado con el mismo Ashmed. El cambiaformas extendió una mano y tocando su hombro llamó su atención; el rechoncho hombre se dio la vuelta algo desconcertado pero al darse cuenta quien era simplemente sonrió.
- Sabía que vendrías, tengo tu pedido aquí mismo -Y sin esperar contestación se dirigió a la mesa que actuaba de mostrador, extrajo una canasta de mimbre y cuyo contenido estaba cubierto con un pañuelo a cuadros rojo y blanco- Espero sea de su agrado -Comentó con una sonrisa mientras le entregaba la canasta. Ashmed la recibió y con cuidado retiró un poco el pañuelo, permitiéndole evaluar su interior, contando con cuidado la cantidad de frascos de cianuro, azufre, fósforo, arsénico, potasio, cloro y otros tantos químicos así como paquetes más grandes con rótulos de hierbas exóticas, la mayoría venenosas, junto con otros tantos “productos”.

- Lo es, como siempre -Volvió a cubrir con cuidado el contenido y metiendo la mano en el bolsillo extrajo unos pocos francos que envolvían un muy pequeño frasquito con un líquido púrpura opaco dentro. El señor guardó apresuradamente el frasco en su delantal y despidiéndose volvió a atender al resto de la clientela. Por su parte, Ashmed dio media vuelta y salió de aquella zona del mercado con la canasta sujeta a una mano y una media sonrisa en el rostro- Humanos… Son tan sencillos a veces -Se encontró a sí mismo en una zona que no solía visitar demasiado ya que no solían haber tiendas de su interés, solo algún que otro lugar pero cuando decidía tomar ese camino era para pasar por enfrente de una bella librería, en la cual solía detenerse un momento y admirar desde el cristal de la entrada los viejos libros que se encontraban a la vista, siempre deseando revisar alguno que otro que llamaban su atención pero siempre se encontraba cerrada sin importar la hora a la que pasara por ahí.

Sin embargo aquel día era diferente; al pasar por enfrente de la puerta y pasar sus azules ojos por sobre el cristal alzó las cejas y con cuidado volvió a leer el pequeño letrero con cuidado, no había equivocación, la librería estaba abierta. Era muy extraño pero lo consideraba un golpe de suerte por lo que sin pensarlo dos veces ingresó en la librería, cerrando tras de sí la puerta y avanzando lentamente entre los libreros; como se lo esperaba estaban llenos de viejos y no tan viejos tomos. Ashmed tenía una buena sensación con respecto a aquel curioso comercio, presentía que ahí podría encontrar algo curioso e interesante.

Había decidido ir a la zona privada, donde nadie (salvo los fantasmas que de por sí ya estaban mucho antes que se abriera la librería y aún estaban ahí) conocía su paradero. Ahí donde mantenía bajo su resguardo los libros que más le fascinaban, pero también libros peligrosos y que según su criterio sólo pocos podían consultarlos sin caer bajo el oscuro encanto y misticismo que representaban. Crystall conocía perfectamente la seducción que los libros oscuros transmitían, incluso sin ser leído o siquiera abiertos. Había libros que literalmente estaban escritos por el mismo Diablo y es que ella creía en él, así como en la Muerte y Dios.

Tomó uno de los volúmenes de “Las artes del caído” de la colección que se escribiera en toscano a meses después de la muerte de Dante. Lo abrió y tocó el papel papiro, sintió la tinta y describió las líneas del manuscrito. Detrás de toda su facha, era una erudita, conocía su colección perfectamente y muchos libros oscuros los había hecho suyos, hizo practica y uso de los hechizos, así como de las pociones. Si bien era cierto que cayó en el ocultismo cuando hizo su breve cruzada en contra de la Inquisición, la luz de Dalma la había orientado y salvado de aquel abismo del mal.

-Hay un hombre en la recepción- le informó un fantasma, Crystall a penas le prestó atención, realmente no esperaba que alguien se atreviera a entrar, como si pensara que la gente temiera a la dueña de la librería, tal vez eso quería Crystall… No, cerró el libro y lo dejó en la mesa donde se dedicaba a restaurar o dar mantenimiento a sus libros. Caminó por un largo pasillo que la condujo a la caja de la recepción y lo vio. -No es humano- le advirtió ahora una mujer, aunque esas advertencias no era realmente necesarias, ya que ella podía ver con claridad la aura del sobrenatural, del cambiaformas.

Sus ojos verdes se posaron en la espalda del hombre que estaba muy concentrado en la colección, pero no hizo nada, no se le acercó, ni siquiera mudó de expresión, se quedó tal cual. ¿No le dirás nada?- le cuestionó el primero que le avisara, pero ella no respondió. Era como si no los viera o los escuchara, de hecho desde que había entrado no había conversado con ellos, simplemente se había dedicado a limpiar libros y consultar los textos de las artes del caído y nada más.

Los tres fantasmas que estaban en la librería (Thomas, Michell y Anabelle) se desplazaron frente a ella, mirándola a los ojos, a esa tristeza que ellos mismo sabían no podían erradicar. Ellos eran conscientes de que no eran Dalma y su intención no era sustituirla pero ellos indudablemente quería a Crystall, porque ella los había escuchado, lo había hecho parte de ella y eso era lo que más les había importado y añorado en sus años de desolación. Entonces ella atendió a la petición silenciosa de ellos y avanzó hacía el hombre.

—¿Le puedo ayudar? Es posible que mi orientación le pueda servir— dijo con una voz que intentaba escucharse como servicial, y que si aquel hombre la estuviera viendo, por los ojos irremediablemente tristes, se daría cuenta de que estaba tan sólo fingiendo.

No podía decir que no estaba encantado con el lugar. Apenas había entrado y ya se encontraba rodeado de grandes tomos de los más diversos temas, algunos de los cuales encontraba bastante interesantes. Continuó caminando lentamente por entre los estantes, recorriendo con la vista los títulos de los libros así como los rótulos enchapados que indicaba el género de los mismos, pasando así por los históricos hasta las poesías, de los filosóficos a los científicos, cada vez más ávido por tomar algunos entre sus manos y comenzar a leer con cuidado su contenido pero debía enfocarse, no buscaba libros cualquieras que pudiera adquirirse en esta como en otra librería sino una especie de lectura en particular y de ser posible… un muy específico tema.

Como podría esperarse, de lo abstraído que estaba no se percató de la aparición de la mujer y se sobresaltó ligeramente cuando esta le habló, cosa que se podía percibir en su rostro al momento de girarse velozmente hacia ella- ¡Cielos! Me sorprendió mademoiselle -Soltó una pequeña risa nerviosa- Esto se está repitiendo demasiadas veces, nota mental… no abstraerme tanto -Se reprochó a sí mismo y relajándose dio un paso hacia la mujer- Espero que sí, estoy buscando un escrito que hable sobre un tema en particular pero no logro encontrarlo en ningún lado de los que se exponen en las estanterías -Señaló los libros tras de si- ¿Quizá tenga algo en la trastienda que pueda servirme? Busco cualquier cosa que hable del Taro’Osür -Mencionó como quien no quiere la cosa- O que hable de la ciudad de Nemu -La verdad era que no esperaba tener suerte, nunca la tenía cuando se trataba de encontrar escritos tan antiguos y perdidos en el tiempo, especialmente con algo como la iglesia y su “santa inquisición” golpeando a las puertas cada vez que tenían indicios de que algo raro podía encontrarse.

Fue entonces cuando se percató de que la mujer parecía no encontrarse del todo bien, estaba algo pálida a criterio propio pero quizá se engañaba. Lo que si no podía engañarlo eran esos ojos, ese semblante caído y la falta de brillo eran claros síntomas de tristeza, él mismo lo había sentido unas cuantas veces pero debía admitir que la empatía distaba bastante de serle algo común y fácil de practicar- Disculpará mi atrevimiento pero ¿Se encuentra bien? -Mencionó intentando parecer lo más amable posible, quizá así tendría más suerte en su búsqueda.

Crystall se puso a reflexionar sobre la búsqueda del hombre. Si bien era cierto que el nombre se le hacía conocido y la mística ciudad de Nemu. No poseía los recursos suficientes para recordarlos en algún libro que exhibiera en su librería, o al menos, en la zona que estaba abierta al público. No existía motivo alguno para engañarle así que optó en decir que desconocía rotundamente lo que mencionaba; sin embargo, no lo hizo, no pudo hacerlo, no cuando el hombre detectara la tristeza que la embargaba y preguntara al respecto.

La bruja desvió su mirada descubierta, pero no bajó los ojos, se mantuvo unos momentos en silencio y después volvió a encarar la mirada del hombre. —No encontrará nada que aluda a esos textos en mi librería y difícilmente en otra— dijo ignorando la preocupación que demostró por su persona. —Pero no significa que le esté diciendo que no puedo ayudarle— continuó manteniendo su semblante ausente, —sígame— le pidió y regresando por el camino que ella tomó llegaron hasta la zona que ella nombró de “ocultismo”.

En cuanto llegaron ella cerró el libro que había dejado abierto, en los estantes no solamente había una colección antigua de libros, sino también manuscritos en papiro apenas legibles y que rogaban por mantenimiento, así como tablillas muy antiguas de culturas muy viejas y con un lenguaje muy sencillo. Muchas de esas escrituras no tenían un título propiamente dicho y algunas (sobre toda la de culturas antiguas) le eran incomprensibles, pero ahí las tenía, las atesoraba.

Poseía además libros de culto oscuro, salvados de la Iglesia, muy poderosos para estar al resguardo de brujas de artes negras y algunos sellados según dicen por el mismo Diablo. —Pruebe aquí, sino encuentra lo que busca le aseguró que no podrá encontrarlo en otro lugar, al menos no en Francia. La librería más completa está en Roma y estoy muy segura que comprende que esos textos no podrá consultarlos jamás… De hecho, pocos Obispos pueden consultar esos libros. Sabe, en la Edad Media en base a esos textos se dijo que los padres fueron corrompidos y se les excomulgó con su muerte, esa es la razón por lo que están con una severa protección— dijo con un tono servicial y aludiendo su conocimiento sobre la materia.

—Por cierto, todo lo que está aquí resguardado por mí… Es consulta, nada se vende, creo que comprenderá por qué— le advirtió con sutileza dedicándole una sonrisa.

Por supuesto no lo pensó dos veces y siguió a la mujer sin apartar la vista de su persona, escudriñándola lo mejor que podía. Claramente escondía algo y no se trataba de la información que buscaba ya que se presentaba aparentemente servicial hacia él, el hecho de que desviara su mirada cuando le había preguntado sobre su estado era un indicio común pero debía admitir que su expresión permanecía inalterablemente ausente y no podía dejar de admirar su capacidad para mantenerse en ese estado; estad que él mismo varias veces había intentado mantener con éxito mientras por dentro podía estar gritando aunque nunca le duraba demasiado y siempre terminaba “arremetiendo” su lado más salvaje. Sonrió apenas al encontrarse a sí mismo comparándose con la mujer que tenía enfrente como si ya llevaran mucho tiempo juntos siendo que apenas hace poco más de unos minutos se habían visto por primera vez

– A veces siento que pienso demasiado, quizá debería calmarme más…-Se reprochaba en el momento en que entraban en la zona que la mujer había nombrado como ocultismo, un nombre que podría quedarse corto ante lo que tenía en frente. Lentamente los ojos de Ashmed se abrían como si fueran dos platos en su rostro mientras su mirada se alzaba, yendo de arriba a la izquierda, de la izquierda a la derecha, de una esquina a otra hasta que eso no le bastó y como un niño en una juguetería fue corriendo al conjunto de pergaminos más cercanos que llamaron su atención- ¡Estos son rollos de Alejandría, aún poseen el majestuoso sello real de la casa de Filipo! -Con los dedos hacía como que recorría la áspera superficie del papel sin hacerlo realmente, nunca se atrevería a arriesgarse a dañar algo así. Volvió a alzar la vista y abandonando los rollos fue directo a un viejo libro de cuero marrón- El tratado del Necromante… Pensaba que había sido quemado en Tesalia por la Inquisición -Casi toma el volumen para darle una ojeada cuando de reojo algo llamó su atención. Lentamente sus ojos se dirigieron a una repisa y su expresión de regocijo se transformó en completo asombro; a pasos pequeños y despacio se aproximó al conjunto de tablillas que estaban cuidadosamente recostadas, casi como una exhibición del museo, unas grandes y otras más pequeñas pero la que a él le interesaba era la más pequeña de todas, una tablilla algo curva y blanca que tendría el grosor de un dedo y el tamaño como para ser tomado con una mano completa. Nada muy resaltante a excepción del conjunto de grabados lineales tallados en los bordes de su superficie- Esto es… Sumerio… sin lugar a dudas… no puedo estar equivocado… -Hablaba en voz baja, prácticamente para sí mismo sin darse cuenta si la mujer permanecía aún cerca o si podía escucharla- La puerta de Nergal -El solo pronunciarlo le provocó un escalofrío en la nuca y una excitación como pocas.

Tomando la tablilla de su lugar con cuidado se dio la vuelta, quedando de frente a la mujer, de la cual no conocía ni el nombre- Disculpe nuevamente mi atrevimiento pero no pude evitar mirar más de cerca esta peculiar pieza - Con cuidado pasaba sus dedos nerviosamente sobre la superficie, sintiendo con las yemas cada hendidura- ¿Sabe lo que es esto? -Su expresión trataba de ser lo más calmada posible pero era notable en el brillo de sus ojos que se encontraba muy emocionado- ¡Pero si soy un inculto! Yo preguntándole cosas y ni siquiera me he presentado, soy el Profesor y Doctor Ashmed Ishbala -Y le dedicó una sonrisa sin dejar de curiosear el objeto en ningún momento.

Crystall le abrió espacio y vio como se aventuró totalmente emocionado por su colección, sintió como la libreria se había convertido en una tienda de golosinas y que aquel hombre era sólo un niño; eso le hizo sonreír y casi reír pero aún así sus ojos seguían tristes, amenazándola de que con nada podría hacerlos nuevamente feliz y sus labios casi suspiran el nombre de Derek. Con una seña mandó a Anabelle a seguir al hombre y le informara a Crystall cada susurro que la bruja no escuchaba desde el arco de la puerta ya que no había entrado del todo a la estancia. El hombre tomaba importantes pergaminos e inclusive las valiosas tabillas que logró encontrar en un nido de inquisidores cuando entró a asesinarlos, y sin embargo, no le freno, no le advirtió que no lo hiciera, el hombre lo movía con un buen tacto y eso de alguna forma le daba una seguridad a Crystall de que todo estaría a salvo.

Cuando el hombre se giró a verla ella caminó para no tener la necesidad de alzar la voz, su tristeza le provocaban un cansancio que la limitaban a hablar con fuerza desde donde había estado. —Me alegro de que le parezca interesante lo que tengo resguardado y no, no sé que es todo lo que tengo, reconozco que sé bastante pero más allá del griego no sé doctor Ishbala— la bruja suspiró y caminó al otro lado de la estancia y sacó un par de viejos pergaminos y los llevó a la mesa de restauración, luego llamó con la mano a Ashmed y extendió uno de los pergaminos.

—Sé que esto no es más antiguo que los griegos, pero no es el viejo latín, desconozco absolutamente lo que es y me intriga, lo que sí se es que es un manifiesto de magia negra— hizo una pausa y miró directamente a los ojos de él, cabia la posibilidad de que fuera un inquisidor en lo que apenas había meditado, pero por otra parte demostraba tener un gran conocimiento sobre la historia, las lenguas y la filosofia y no podía desaprovechar la oportunidad de saber lo que ese pergamino oscuro le podría dar, lo único que sabía era que hablaba sobre la invocación de almas específicas, sumergirse en el mundo espiritual y arrancar un muerto de su descanso para usarlo a voluntad, lo que ella quería saber era ¿cómo podía hacerlo? —Antes tengo que decirle que este texto es oscuro como mucho de los que ya ha visto, verá, sé que no es un hombre común y no lo digo porque sea profesor, usted sabe a que me refiero y así como usted posee una naturaleza distinta al hombre común... Yo también la poseo, mi nombre es Crystall Van...— hizo una pausa y pensó en Derek y luego en la familia, desvió sus ojos y éstos volvieron a verse tristes.

—Soy Crystall Vilhjálmur de La Haya— le quiso sonreír pero no pudo y tampoco intento verlo a los ojos. —¿Puede leerlo por mí?— dijo moviendo el pergamino hacía él.