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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Oct 12, 2013 10:35 pm

Disfrutó de los últimos "bocados" del manjar que acababa de "comprar" con una sonrisa de satisfacción. La chica tendría unos dieciocho o diecinueve años, y su forma de fingir que disfrutaba del sexo dejaba mucho que desear. Su cuerpo era delgado pero bonito, y estaba segura de que llevaba en el mundo de la prostitución demasiado tiempo. Sus gestos forzados la delataron desde el primer momento. Estaba profundamente hastiada, herida, dolorida por la vida que llevaba, y aún así no se creía con la fortaleza suficiente para salir de ese círculo vicioso en que se hallaba sumida. Nada de lo que le dijo le había importado un carajo, pero la aguantó durante hora y media solo para que se calmase. Sabía ganarse la confianza de la gente actuando de la forma más comprensiva que conocía. Sabía perfectamente qué decir y cuándo decirlo. Era una artista del engaño, una malabarista de emociones, una creadora de palabras. Dijo a la chica todo cuanto quiso oír, y se aprovechó de ella de todas las maneras humanamente posibles -e imposibles- hasta quedar ambas exhaustas. Pero ni por asomo era eso lo que buscaba. Durante la "cita", había estado vertiendo pequeñas dosis de somnífero en la copa de vino de la joven. Su sonrisa inmaculada, de mujer inteligente, rica, triunfadora y soltera, había hecho lo demás. Cuando cayó redonda, comenzó su parte favorita. La maniató y le colocó una mordaza en la boca para que se mantuviese calladita. Su carne estaba tierna, y su sangre era joven, aunque estaba ligeramente contaminada por drogas y demás sustancias, que si bien no habían hecho demasiado efecto en su carcasa, sí lo hicieron en su interior. Acabar con su patética vida no le supuso más de treinta minutos. Tras la matanza, se colocó su traje de los viernes, un vestido de color verde -el color de la esperanza, irónicamente-, junto con unos zapatos de color negro y un chal a juego. Se echó el saco que contenía el cuerpo sobre los hombros y lo arrojó al carro de caballos sin ninguna delicadeza. Después de todo ya estaba muerta.

El cochero, un hombre que siempre fue de su confianza, se había convertido en una valiosísima herramienta para moverse por la ciudad. La ayudaba a transportar los cadáveres que últimamente habían aumentado en número considerablemente. ¿A cambio de qué? A cambio de sangre. Lo había transformado apenas hacía un año antes, y había descubierto en él un potencial sumamente interesante en cuanto a lo que ser vampiro se refiere. Sabía controlar su sed, sus instintos, casi desde el primer día de su "nueva vida". Y lo mejor era que se contentaba con las sobras. Le llevó hasta una casucha medio destruida que había descubierto de casualidad en uno de sus muchos paseos nocturnos. Estaba a casi dos horas de distancia de la capital, y aunque tardaría bastante menos yendo ella a su propio ritmo, necesitaba el carruaje para transportar el cadáver que en aquel preciso momento se estaba descomponiendo a su lado. Miró los ojos sin vida de la muchacha con una macabra sonrisa. Se había divertido bastante aquella noche, aunque de haber estado más hambrienta, aquello no hubiese sido más que un pequeño tentempié. Acarició la mejilla pálida y fría de la chica, apartándole algunos mechones de cabello que se le iban instalando alrededor del rostro. ¿Qué habría sentido aquella noche? ¿Dolor? ¿Agonía? ¿...Felicidad? Su muerte no había significado nada para la vampiresa, más que un mero pasatiempo. ¿Y para la otra? Apostaba a que no solía tener clientes demasiado parecidos a la morena.

Descendió del coche al tiempo que el cochero arrastraba el cuerpo hasta la entrada de la casa. Se despidieron con un simple "hasta luego", y el cuerpo de la morena se introdujo en la oscuridad del lugar, mezclándose, fundiéndose en ella como si fuesen uno. Lo que había en el interior de aquella cabaña, no era para todos los públicos. Del bajo techo colgaban huesos humanos, algunos de ellos aún estaban parcialmente cubiertos por jirones de piel de color violáceo, podridos, malolientes. De diversos tamaños y grosores, adornando una escena de lo más macabra. En las camillas quedaban los restos de dos cadáveres en un estado de descomposición bastante elevado. Soltó a la muchacha sobre una de las camillas, para luego bufar en voz baja. La carne muerta le daba repelús, más que nada, por el mal olor que desprendía. Arrastró los dos cadáveres al exterior, donde había abiertas dos hondas zanjas que sirvieron de fosas para los difuntos. Los enterró velozmente, para luego adentrarse nuevamente en la cabaña. Cualquier otra persona en su lugar se hubiese puesto, aunque fuese, un poquito nerviosa. ¿Pero no estábamos ante una persona, verdad? Hojeó los muchos papeles que yacían encima de un viejo escritorio de roble con el semblante inexpresivo. No es que hubiese avanzado demasiado en sus investigaciones. Iba por la mitad del segundo libro de su saga, el que trataba acerca de los brujos. Aquellos tres cadáveres pertenecían a ejemplares de esa extraña "especie". Quería comprobar si su anatomía, su bioquímica o sus órganos eran distintos al de los humanos convencionales. La eternidad te permite aprender muchas cosas. Sus clases de cirugía habían servido para algo. Pasó los siguientes veinte minutos revisando todo aquel papeleo, ajena a los muchos ruidos que se producían en el exterior de la cabaña.
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Mensaje por Ashmed Ishbala Sáb Oct 19, 2013 9:42 am

“¡París! ¡Cuna de las artes y el desarrollo de la razón. La gran ciudad de las Luces donde la revolución se ha abierto paso para liberar al pueblo y al resto del mundo de la ignorancia que los aqueja. Belleza inimaginable y justicia para todos sus habitantes. Modelo de seguridad y cuidado fraterno pues en parís todos son hijos de la república!” rezaba una de las tantas propagandas que se esparcían por las calles de la ciudad casi diariamente por parte de los jóvenes adoctrinados al efecto de transmitir un fervor religioso por los ideales de la revolución… Ashmed tenía que hacer un sobre esfuerzo monumental para aguantarse las ganas de escupir, tanto literal como metafóricamente, a aquellos representantes de la “libertad”- “¿Belleza?” -No le había tomado más de quince minutos atravesar casi toda París desde su hogar hasta el otro lado de la ciudad para que el panorama de la misma cambiara drásticamente y la suntuosidad de las calles y edificaciones se transformara en ruinas y decadencia por donde mirara- “¿Justicia y seguridad?” -Casi podía escuchar en su mente la carcajada sarcástica al pronunciar aquellas palabras, no podían estar más alejadas ante la realidad que tenía frente suyo, donde ni las fuerzas de la ley se atreven a ingresar por temor pues en aquellos lugares abandonados del calor de las chimeneas y el resguardo de los techos había vuelto a sus habitantes algo más que fieras pensantes, pobres y hambrientas; dejadas a su propia fortuna y a merced de los elementos, tristes almas que solo podían recurrir a los actos considerados viles por aquellos que ostentaban con galas la comodidad y el poder, viéndose así marginados y solo capaces de esperar el fin de su existencia y la paz de la muerte ¿Qué podía hacer que Ashmed se encontrara moviéndose entre aquellos lugares olvidados de la mano del destino y la gracia? ¿Entre tanta desdicha y naturaleza humana? La respuesta no era otra que el cuarto pilar del clamor republicano que tanto había escuchado, pues era justamente la falta del cuidado fraterno para con todos los parisinos lo que lo llamaba a seguir avanzando.

Cuidado que se traduce en salud. Así como un padre cuida del bienestar físico de su progenie, así también la república se vanagloriaba de ser un “padre” para sus habitantes; uno que brilla intensamente por su ausencia, dejando a los más desprotegidos de sus hijos aún peor sin siquiera preocuparse en voltear la vista hacia estos. Esa falta de protección era traducida en enfermedad y era la enfermedad lo que él buscaba. La Peste, la pulmonía, la tuberculosis, la gripe y un montón de bacterias más se habrían gestado seguramente en condiciones infrahumanas como aquellas y el clima actual, lleno de brizas frías y lluvias casi diarias favorecía con creces su desarrollo; aunque aún debía alejarse más de los centros urbanos para encontrar lo que deseaba y recabar las muestras necesarias- “Algún residente de las afueras debería ser suficiente” -Con esa resolución continuó velozmente hacia las afueras, hacia los límites de la propia París; con cada paso el paisaje se volvía más desolado y lúgubre hasta que captó algo que lo hizo detenerse en seco, alzando levemente la nariz al cielo y aspirando varias veces con fuerza, no podía estar errado acerca de aquel característico olor a muerte y putrefacción aunque con diferentes matices en la esencia, lo que le indicaba que eran distintos cuerpos en estado de descomposición. Una sonrisa se asomó entre las comisuras de sus labios. No había mejor lugar para buscar bacterias mortales y alguna que otra cosa que un cuerpo muerto.

Concentrándose un poco logró determinar la dirección del olor, el cual curiosamente se encontraba algo más alejado de la ciudad de lo que él se encontraba. No era común que los humanos, incluso los más bajos en la escala social se alejaran tanto de los suyos. Este pequeño e interesante dato solo acrecentaba sus deseos de llegar hasta los cuerpos, por lo que girando levemente emprendió la carrera hacia la fuente, ajustando el manto con capucha negra que siempre solía usar cuando incursionaba en alguna búsqueda nocturna para mantener su identidad ajena al resto del mundo. Apenas le tomó unos minutos llegar al lugar en cuestión, una pequeña cabaña que se veía muy descuidada pero donde carecía de estética, rebosaba de intriga pues el hedor a muerte inundaba no solo el lugar, sino las cercanías con su fuerte y penetrante aroma- “Algo ha pasado aquí” -Con precaución y empleando su sigilo racial se aproximó a la cabaña y comenzó a rodearla, llegando a una zona donde la tierra había sido recientemente removida. Inclinándose sobre esta y olfateándola capto el claro aroma a cadáver impregnado en el suelo- Tumbas… - Susurró para sí mismo, irguiéndose con la vista clavada en la siniestra edificación. Alguien podía aún estar en aquel lugar, sabía que entrar era una muy mala idea y que lo mejor quizá sería irse de aquél sitio pero terco y cegado por su propia curiosidad sabía que no podría dormir bien si no averiguaba lo que pasaba dentro.

Recorriendo un poco más y sin encontrar una entrada favorable a simple vista decidió que lo mejor sería obtener otro ángulo para apreciar la situación; flexionó las rodillas y dio un gran salto que lo llevó hasta el tejado, cayendo suavemente sobre este. Ahí la suerte parecía sonreírle pues la estructura se encontraba en malas condiciones y poseía un gran hueco por el cual cabría sin problemas. No lo pensó demasiado y sigilosamente ingresó por aquella abertura, encontrándose en la segunda planta de la cabaña; no tardó en encontrar una trampilla abierta hacia la primera planta y con cuidado asomó la cabeza por ella. No podía expresar su completa fascinación ante la imagen que tenía a la vista, fragmentos de cuerpos colgando, un cadáver humano femenino postrado en una camilla a un costado pero aún más llamativo, una segunda presencia; había acertado en pensar que habría alguien más pero no se esperaba que fuera una mujer y mucho menos una vestida de manera tan elegante aunque no tardó mucho en desechar sus dudas. Sus ojos se abrieron de par en par a la vez que sus cejas se alzaban en una clara expresión de sorpresa y excitación, podía ver su aura y esta era distinta a la de un humano, así como su olor que era completamente distinto aunque anteriormente hubiera captado esencias similares pero lo que más le llamaba la atención era su piel, pálida como la nieve que solía caer; además estaba el silencio, un silencio que se le calaba por los huesos, no podía oír absolutamente nada más que el susurro de los papeles deslizándose entre las manos de la misteriosa dama, no podía escuchar el leve y casi inaudible pero aun así presente sonido del latir de un corazón a pesar de concentrarse todo lo que podía. Solo conocía a una clase de ser con determinadas características… un Vampiro… esto hizo que su excitación creciera pero debía controlarse, no deseaba que su corazón llamara la atención de la Vampiresa hasta que él lo deseara.

En silencio ingresó a la primera planta. Necesitaba un lugar desde el cual poder ocultarse y para su fortuna lo encontró sobre un estante cercano. Ágilmente trepó sin hacer ruido y se ubicó entre las sombras que proveía, empleando para ello su mimetismo. Desde donde estaba no tenía tan buena visibilidad de los papeles que la vampiresa se encontraba leyendo y eso lo mataba por dentro pero al menos podría sentirse seguro… de momento…- “¿Qué podría querer una vampiresa con un cadáver? Es como si lo estuviera estudiando… quizá lo hace…” -Su interés en aquella espécimen de caminante llamaba cada vez más su atención, sabía que no podría permanecer callado demasiado tiempo, su mente le demandaba averiguar más y obtener muestras, experimentar quizás con ella aunque no parecía buena idea aquello último.

- No sabía que los de su estirpe tuvieran curiosidad en humanos -Directo y con tono tranquilo, finalmente no se había podido contener más y el deseo de respuestas había tomado la iniciativa frente a la precaución. Confiaba en que su mimetismo lo mantuviera oculto durante el tiempo suficiente para determinar la clase de vampiro frente a la que se encontraba y poder trazar un curso de acción apropiado. No deseaba entrar en complicaciones, no era lo suyo pero quizá no tendría muchas opciones aquella noche.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Dic 07, 2013 6:28 pm

Examinó los papeles cuidadosamente, intentando entrever entre todas aquellas páginas un avance evidente en sus investigaciones. Sus ojos viajaban raudos desde el principio al final de cada una de las hojas, sin que ningún detalle quedase fuera de su atención... Pero no percibió nada. El no encontrar ningún indicador que le señalara que iba por buen camino, la hizo enfurecer repentinamente. Gruñó con evidente frustración, golpeando con fuerza la superficie castigada del escritorio, que se resquebrajó por la fuerte presión ejercida. Llevaba años investigando, y parecía hallarse en un punto muerto del que era totalmente incapaz de salir. No sabía por dónde empezar a moverse nuevamente, y eso estaba sacándola de los nervios. No era capaz de descansar, sin pensar en ello. Quería que aquel boom que significarían sus libros, saliese a la luz lo más pronto posible, pero no parecía que aquel día fuese a llegar pronto. Su paciencia, ya de por sí escasa, comenzaba a menguar peligrosamente, y eso no podía significar nada bueno. Ni para ella, ni para el nuevo cadáver que aguardaba en la camilla situada tras de sí. Sonrió con cierta malicia, rememorando. Su sangre aún recorría el cuerpo de la vampiresa con lentitud, dándole vida a sus órganos yertos y sin función alguna.

Un corazón que hacía mucho había dejado de latir. Unos pulmones que se movían mecánicamente, oxigenando un cuerpo muerto que ya no necesitaba respirar. Un estómago inservible, que nunca guardaría alimento alguno... Aún recordaba el sabor de su sangre en los labios, ácida, repleta de tóxicos pero indudablemente joven. Había sido una presa más que decente. No había puesto gran resistencia, tanto por los somníferos que le había suministrado como por el poco aprecio que le guardaba a su vida. En contraste con el aprecio insano que el resto de humanos guardaban por sus patéticas vidas, aquella muchacha, como algunos otros, la aborrecía. Y eso la hacía aún más deliciosa. Se relamió los labios de forma involuntaria, y centró nuevamente su vista en los informes. Entre aquellas páginas se escondían los crímenes, los asesinatos infundados de más de doscientas personas. Cien humanos, diez vampiros, cincuenta cambiaformas, veinte brujas y veinte licántropos.  Todos ellos habían servido para el siniestro propósito que se traía entre manos desde que llegase a París- Un estudio exhaustivo de la fisiología y la anatomía de aquellos seres sobre cuyos libros versaban. En ese sentido, los humanos sólo le habían servido para comparar con los sobrenaturales, aquellos que realmente le interesaban, pero que eran más difíciles de mantener y de cazar.

Había encontrado aquella, en apariencia, minúscula cabaña, hacía algunos años, momento en que trasladó su "centro de operaciones" desde su castillo, hasta aquel lugar apartado, esperando que así la inquietud de sus sirvientes por convertirse en el siguiente conejillo de indias de su ama, desapareciese progresivamente. Desde entonces, se había centrado en su trabajo de forma casi obsesiva, convencida de que encontraría evidencias claras acerca de las diferencias que ella sabía que había entre unos seres y otros. Desde que se planteó desenmascarar a todas las criaturas "especiales" ante los ojos de unos egocéntricos humanos, que se creían los únicos seres que habitaban aquella tierra, la necesidad de saciar su curiosidad al respecto se había acrecentado. Y lo que a simple vista parecía un trabajo de carnicería en toda regla, escondía unos matices, bastante más tétricos de lo que cualquiera podría imaginar. Bajo aquella ruinosa casucha, perteneciente desde hacía unos meses a la vampiresa, había unas largas y angostas catacumbas que ella misma había modificado y convertido en una auténtica cárcel para "bichos raros".

La mitad de todas las criaturas no humanas que había cazado, yacían ocultos en aquel oscuro lugar. Examinaba su conducta como un experto experimentador, semanalmente, sometiéndoles a extrañas y variadas pruebas que ella misma iba confeccionando. ¿Cuánto podían aguantar sin comer sin volverse locos, o acabar desfalleciendo? ¿Cómo y en qué sentido cambiaba su actitud, su personalidad, bajo esa condición? Eran preguntas que siempre le habían interesado, que siempre le habían resultado curiosas, que necesitaban respuesta. Los humanos se volvían salvajes, furiosos, volviendo a un estado de salvajismo que otrora era común en ellos... Pero, ¿y el resto? Los licántropos se convertían en un auténtico peligro, siendo aún más inestables de lo que normalmente eran. Los vampiros... bueno, no es que necesitase preguntarle a ninguno cómo se sentía tras varios días sin beber, pero un buen científico no participa en sus propios experimentos, ¿no? los brujos eran muy similares a los humanos, aunque considerablemente más peligrosos dada su condición sobrenatural. Había descubierto que, llevándolos al límite, sus poderes fallaban de una forma muy notable, cosa lógica, no obstante.

Y uno de sus descubrimientos más interesantes venían de mano de los extraños cambiaformas. Eran unos especímenes bastante curiosos, y había logrado crear situaciones experimentales lo suficientemente retorcidas para provocarles conversiones en contra de su voluntad. Era el suyo un trabajo meticuloso, creativo... y profundamente cruel. Pero, por suerte para ella y desgracia para sus víctimas, su conciencia llevaba muerta tanto tiempo como sus remordimientos. El arrepentimiento nunca formó parte de su repertorio. Dormía estupendamente. Abrió un grueso volumen, cuyas arrugadas y amarillentas hojas denotaban claramente el efecto del paso del tiempo, y tras mojar la pluma en un pequeño recipiente de tinta, comenzó a escribir en las páginas, con letra firme y clara. Su ópera prima se estaba demorando mucho en salir a la luz, totalmente en contra de sus deseos. La obra debería haber salido a la luz en la primavera de aquel año, pero los datos que había ido obteniendo, resultaron ser insuficientes. Por primera vez en más de mil años de historia, sentía que la tecnología existente era insuficiente para llevar a buen puerto un estudio de esas características.

Necesitaba medios mucho más avanzados que de los que disponía para poder realizar estudios más exhaustivos de variables biológicas, complejas de medir en aquella época. Siempre había pensado que lo que distinguía a unos de otros, eran las sustancias contenidas en su sangre... pero ¿cómo medir qué había dentro de aquel líquido vital? No bastaba con el microscopio que ella misma había modificado, ni aun siendo este uno de los mejores que nunca había conocido. Había tomado muestras de todos los seres a los que había estudiado, pero era insuficiente. No podía discernir el por qué de esas diferencias. Y eso la estaba molestando en demasía. Rasgó con cierta furia unas cuantas hojas que arrancó del volumen, lanzándolas a un extremo de la habitación, donde otras muchas hojas arrugadas yacían cubriendo el suelo grisáceo parcialmente. Unos gritos lastimeros procedentes del sótano la sacaron de su ensimismamiento. Sólo entonces recordó que había olvidado dar de comer a sus "huéspedes". Matarlos de hambre no era algo demasiado ético, pero tampoco lo había sido encerrarlos allí... Así que, a la mierda la ética.

Hizo girar la silla hábilmente, encarando la puerta desde la que se descendía al subsuelo. Siempre permanecía cerrada, y su llave estaba a buen recaudo, bien sujeta a su muslo derecho con una cinta. Lo cierto es que desde que iniciase aquel siniestro experimento, nunca había sufrido ningún incidente. Los presos permanecían siempre en sus jaulas, a sabiendas de que la vampiresa no sería demasiado "brusca" con ellos si se portaban bien. Todos intuían que tarde o temprano, cuando ya no los necesitara, acabaría matándolos, pero, hasta entonces, mejor sería que su estancia en cautiverio fuese lo más agradable posible. Sabía que se jugaba mucho teniendo aquel "centro de operaciones" establecido en ese lugar, pero no se puede obtener nada sin correr los riesgos oportunos.

De pronto, una voz irrumpió en la tranquilidad de aquella tétrica sala, haciéndola fruncir el ceño y torcer la cabeza inmediatamente hacia el lugar del que procedía. No había nadie en la cabaña. No percibía nada, ni un olor, ni una presencia... Y por supuesto, no había oído entrar a nadie. Alzó una de sus cejas en señal de sorpresa, expresión que dio paso progresivamente a una macabra sonrisa. Conocía los poderes de cada una de las razas con bastante precisión, habiéndose asegurando normalmente de escoger seres con habilidades distintas. Y sólo tenía dos opciones: o el intruso era un licántropo, o era un cambiante. ¿Se habría escapado de su sótano, o era alguien que la había seguido hasta allí? En ambos casos, fuera quien fuese, era lo bastante estúpido para atreverse a decir nada. ¿Acaso no estaba viendo todo lo que había hecho con aquellas personas? Estaba invadiendo una propiedad privada. Nadie se enteraría de su muerte, a menos que ella lo hiciera pública. Y, evidentemente, no iba a hacerlo.

- No sabía que los de la vuestra fuesen tan tontos como los humanos... -Se volteó nuevamente hacia sus papeles. Tanto si era un lican, o un cambiante, no suponían ninguna amenaza para ella. Se había alimentado hacía poco, y era bastante más vieja que un ser de cualquiera de las dos razas. - ¿Vais a aparecer ya, o vuestra cobardía vence a vuestra temeridad? Ya que habéis sido tan estúpido como para entrar en una propiedad privada, y cuya dueña es una vampiresa, tened el valor para dar la cara. Prometo no comeros... De momento. Y a menos que me toquéis mucho las narices. -Permaneció tranquila, mostrando firmeza en su voz pese a lo atronador del mensaje emitido. Con un poco de suerte, podría añadir un espécimen más a su colección.
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Silence! Shut the fuck up. | Ashmed Empty Re: Silence! Shut the fuck up. | Ashmed

Mensaje por Ashmed Ishbala Sáb Dic 28, 2013 9:02 am

No se había percatado hasta ese momento ¿Cómo es que se le había escapado? Atribuyó su error al hedor de los cadáveres, tanto los fragmentos de estos que se encontraban colgados y pudriéndose como a los que se hallaban enterrados alrededor de la cabaña ¿De qué otra forma se le había pasado el olor de carne viva y sangre fresca que provenía de abajo? Su olfato lo percibía, humanos, Lycans, cambiaformas como él mismo e incluso ¿Vampiros? Si, había olido bien, aquel olor a carne muerta sin el dejo de putrefacción y sangre era inconfundible- Curioso, realmente muy curioso ¿Incluso los de tu propia estirpe? -El estar ante un espécimen tan singular hacía que deseara saber más, estudiarla más y más de cerca ¿Quién sabe las cosas que haya descubierto? Aunque sus métodos no eran del todo muy “ortodoxos” para el gusto del científico.

- No se trata de cobardía o temeridad, mi estimada dama -Mientras hablaba había abandonado el estante sobre el que se encontraba y de un salto había llegado al lugar de la habitación donde se encontraban los numerosos apuntes que la vampiresa desechaba desde quien sabe cuánto tiempo, algunas hojas ya se encontraban con densas capas de polvo mientras otras, como las que acababa de lanzar, se encontraban casi en buen estado. Se inclinó para tomar unas cuantas hojas para luego erguirse en busca de un poco de luz lunar que lograba filtrarse por entre el tapiado resquebrajado de una de las pocas ventanas, manteniendo siempre sus sentidos alerta ante cualquier posible señal de agresión de la vampiresa, y con calma pasó la vista por los apuntes. No tardó demasiado en leerlos y sonreír levemente al terminar- Veo que ha estado muy ocupada. Sus apuntes son muy interesantes, en efecto, pero por lo que puedo ver aún le falta mucho para llegar a su meta -Tras lo cual dejó caer los papeles al suelo mientras observaba la silueta de la vampiresa.

Sin demasiada preocupación volvió a moverse, esta vez dando tranquilos pasos que hacían que la vieja y nada cuidada madera del piso de la cabaña crujiera bajo sus pies- Va por buen camino, mademoiselle, la sangre es la clave pero… simplemente no tiene los medios -Su tono de voz era algo altanero y es que si de alguna cosa podía sentirse orgulloso era de sus conocimientos y de lo que ya había descubierto. No hace mucho había obtenido una muestra de sangre de una bruja junto con la saliva de un Lycan que había sobrevivido en un cadáver y los resultados de sus investigaciones habían sido más que reveladores, encontrando incluso patrones similares dentro de las muestras aparte del fragmento humano natural pero no eran cosas para debatirse mentalmente en ese momento. No, él tenía otras preguntas en su mente, sobre todo acerca de la puerta de la cual provenían los alaridos y a la cual había estado caminando hasta llegar frente a esta- Dígame mademoiselle, los especímenes que mantiene ahí abajo ¿Son para uso recreacional? ¿O le sirven para algún otro propósito en particular? -Deseaba dejar en claro que no le importaba para nada el hecho de que tuviera a extraños cautivos desde vete a saber cuánto pero no podía pasar de preguntar; si bien la psicología nunca había sido de su interés alguno debía admitir que se sentía intrigado por las motivaciones y propósitos de la vampiresa.
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Silence! Shut the fuck up. | Ashmed Empty Re: Silence! Shut the fuck up. | Ashmed

Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Mar 02, 2014 7:30 am

La crueldad no es más que una forma de demostrar la fuerza a una sociedad cada vez más anestesiada por el curso normal de los acontecimientos. Ophelia, como amante del caos en todas y cada una de sus manifestaciones, consideraba insoportable el hecho de que las personas se conformasen con que las cosas se quedaran como estaban. ¿Acaso no se daban cuenta de que de ese modo desperdiciaban el efímero tiempo que tenían de vida? Era preferible destrozar todo aquello que se hubiese quedado anclado en el pasado, deshacerse de las costumbres y de las verdades absolutas e inamovibles que durante siglos habían gobernado el mundo. Dado que el resto no lo hacía, ella tenía que ser la excepción. Para variar. Mientras todos se limitaban a ver el mundo como otros les decían cómo tenían que verlo, ella lo pintaba de diferente manera. Y como ente altruista -más quisieran- que era, compartía su visión destructiva para con el mundo con los otros. Aunque, la verdad, es que no tenían demasiado que hacer por evitarlo. La antigua se divertía echando por tierra los sueños de todo el que se cruzaba por su vista, limitándose a gritar a los cuatro vientos la verdad más cruda y violenta que todo el mundo se negaba a ver. Aunque estuviese allí presente, y lo hubiera estado siempre. No hay más ciego que el que no quiere ver. Ella, que observaba lo que acontecía a su alrededor con ojos bien abiertos, se sentía orgullosa de poder decir que la estupidez ajena no llegaba ni a rozarla. Y menos mal, o quien sabe qué hubiese sido peor, tener a una vampiresa con poca paciencia e inteligente, o sanguinaria y estúpida. Dejémoslo a la imaginación.

Atendió a las palabras del hombre sin perder de vista las páginas amarillentas del libro que tenía frente a sí. Su tranquilidad bien podría tomarse como una evidencia de que era pacífica. Nada más lejos de la realidad. Aunque si así era, siempre podría tomárselo como un as en la manga. El factor sorpresa siempre suele ser indicativo de victoria, y aunque ella prefiriese ir por el mundo sembrando el terror de frente, los sitios reducidos siempre entrañaban un peligro añadido para cualquiera de los dos sujetos que comienzan a danzar en la lucha. Y no, no pensaba que tuviera las de perder, pero siendo tan difícil cazar a sujetos de especies como la del intruso, mejor sería comportarse hasta saber qué era lo que quería. Al menos, de momento. Miró de reojo los movimientos del hombre que, literalmente, acababa de aparecer ante sus ojos. Parecía confiado, aunque no supo decir si se era por falta de criterio o por estupidez. Como de costumbre, no iba a preguntarle: prefería sacar sus propias conclusiones. La antigua se volteó lentamente, dejando que el chirriante ruido de la silla al ser arrastrada quebrase la quietud del lugar. Algunos gritos lastimeros llegaron desde el sótano a sus oídos, haciéndole esbozar una tenebrosa sonrisa. Si el hombre era listo, no le daría la oportunidad de cazarle. Y menos sabiendo todo lo que había oculto bajo los cimientos de aquella casa. Pero los seres a los que aún les late el corazón, no suelen caracterizarse por ser demasiado inteligentes. Tal vez sí por apreciar su vida. Aunque al observar la media sonrisa en el semblante ajeno, una vocecita en su cabeza le dijo que no era lo que aparentaba. Quizá comprendiera que la labor que estaba desempeñando la vampiresa era más grande que cualquiera de los dos. Pronto, las conjeturas dejarían de serlo. O eso esperaba.

- ¿Y si no se trata de ninguna de las dos, a qué atiende vuestra actitud de entrar en propiedades ajenas? Es simple curiosidad. -Sus ojos se clavaron en los ajenos, escrutando su expresión. Su semblante impasible lucía una media sonrisa maliciosa, que no le llegaba a los ojos. - Así es, monsieur. He estado lo suficientemente ocupada para no darme cuenta de que había intrusos cerca. Normalmente me alejo del todo de las miradas indiscretas, así que confío que vos me guardéis el secreto. -Le guiñó un ojo de forma mecánica, aunque su voz sonaba severa y llena de autoridad. Si se atrevía a irse de la lengua, no tendría más remedio que cortársela. Y lo cierto es que le daría lo mismo. No le iba a costar más de unos cuantos segundos. La vampiresa se levantó de su asiento con elegancia y sensualidad, como siempre, tratando de llevarse al interlocutor a su terreno. - La sangre... ¿eh? Maravillosa sustancia. Y una gran desconocida. Alimentándome durante tanto tiempo de ella y sin saber lo que realmente esconde... ¿No os parece fascinante? -Se acercó al hombre de forma peligrosa, dando a entender que, en aquel sitio, quien mandaba era ella. - ¿Por qué? ¿Acaso os interesa alguno en particular? Conservo "seres" de diversos países y razas... Aunque claro, vos ya los habréis identificado. Digamos que... a cambio de seguir vivos, ellos me ayudan a resolver dudas que me asaltan. Confieso que, sí, en parte, eso me produce bastante diversión, aunque albergo esperanzas de encontrar en ellos algo más... Jugoso. -Sus labios se cerraron en una enigmática sonrisa, mientras se desplazaba a la mesa de "juegos" tomando un bisturí en la mano, dándole la espalda al desconocido. - ¿Y bien? ¿Queréis descubrir la maravillosa forma del interior del cuerpo humano, o preferís marcharos por donde habéis venido? -Sugirió, aunque, sin duda, lo primero sería muchísimo más entretenido.
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Mensaje por Ashmed Ishbala Dom Mar 02, 2014 12:22 pm

Ashmed observaba con cuidado, evitando despegar los ojos de la silueta general de la vampira, tratando de abarcar con su visión la totalidad de esta para así poder anticipar o al menos reaccionar con la suficiente velocidad ante cualquier posible intento por parte de esta de dañarlo de alguna forma. Claramente parecía relajada y nada preocupada; no le sorprendía demasiado esa actitud pues como el resto de los de su estirpe, o por lo menos los que había visto, se consideraban a sí mismos los más altos dentro de la cadena alimenticia, muy por encima del resto de las razas y ahora no se sentía como si fuera diferente- Pues usted misma lo ha mencionado… Curiosidad… Nada más simple y nada más elemental que eso, el motor que nos mueve hacia adelante si me pregunta ¿No le parece? -Su voz permanecía tranquila, más relajada de lo que el resto de su cuerpo se encontraba. Si bien no había entablado conversación con más de unos vampiros en algún que otro momento de su vida, lo que hacía de este un encuentro fascinante en todos los sentidos, no podía descuidar el pequeño juego que parecía estar tomando forma entre ellos.

- Puede contar con mi discreción mademoiselle, después de todo no tengo intenciones de revelar lo que encuentre, por el contrario… quizá podamos sernos útiles el uno para el otro -Se sentía como el juego del gato y el ratón y en definitiva él era el ratón. Sin embargo incluso el ratón más pequeño, al verse acorralado era capaz de enfrentarse con furia a un gato y quizá vencer pero esperaba y confiaba no llegaran a tales extremos- ¿Fascinante? Sin duda que lo es, fuente de vida y guardiana de todos los secretos que tenemos, tanto los míos como los suyos -Le devolvió el guiño mientras la veía acercarse pero sin hacer él ningún movimiento de ningún tipo, manteniendo una postura relajada pero preparada. Si ella quería jugar con él la dejaría acecharlo, dejarla sentirse segura pero no se achicaría ni tampoco se agrandaría, al menos no con sus acciones.

Una media sonrisa se asomó en su rostro cuando la escuchó referirse a los seres y a la posición de estos como lo que esperaba alcanzar- Ya veo… Pues ya que lo pregunta me interesan todos en particular, una colección tan grande no se encuentra muy a menudo y uno no puede evitar simplemente apreciarla-Su voz detonó un poco de emoción que no pudo, ni intentó, aparentar- En realidad… -Dio un pequeño paso hacia adelante, acortando un poco la distancia entre él y la vampiresa- Estaría más interesado en la maravillosa forma del interior de un vampiro, siento cierta “curiosidad” además de tener cierta urgencia de poder tener unas muestras de alguno así que sin sonar demasiado impertinente ¿Podría tener acceso a alguno de ellos? -Ashmed no era de andarse con rodeos, no al menos con cosas como esa. Había captado con su olfato a unos cuantos vampiros y deseaba conseguir un poco de su sangre e incluso ¿Para qué negarlo? Quizá una muestra de la vampiresa que tenía frente suyo, después de todo era de seguro un espécimen bastante más sano que los que pudiera encontrar abajo.
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Mensaje por Ophelia M. Haborym Mar Abr 22, 2014 6:51 pm

El cuerpo amoratado de la víctima se le antojaba extrañamente tentador dadas las circunstancias. Normalmente, los cadáveres no despertaban en ella más que una exagerada repulsión. No había nada en ellos que pudiera captar su atención de forma activa. La sangre coagulada no era apta para su consumo, y su aspecto ligeramente putrefacto era lo bastante desagradable como para que cualquiera apartase la vista. Lógicamente, ella no era de esas personas que se sentían abrumadas ante el horror de un cuerpo en descomposición, pero tampoco es que se sintiera admiración por ellos. Si llevaba a cabo aquel trabajo de investigación era porque realmente confiaba en que podría encontrar algo interesante en el interior de aquellos que habían caído en su extraño experimento. Sin embargo, aquella vez era diferente. La víctima que tenía ante sí era lo bastante fresca para que su sangre aún fuese líquida, lo cual provocó el inevitable descenso de sus colmillos, que se abrieron paso entre sus carnosos labios dándole un aspecto bastante más feroz. Su voz se notaba alterada, áspera, como si realmente estuviese haciendo un grandísimo esfuerzo por contener aquellos impulsos animales, aquella terrible sed que siempre acompañaba a los de su especie. La realidad es que para un ser tan antiguo como ella, contenerse no era más difícil que dejar de respirar. Incómodo por la costumbre, pero no tan doloroso como exteriormente pudiera parecer.

Aquel cadáver parecía demasiado vivo aún para corresponder realmente a un sujeto muerto. Y eso le resultaba interesante. Normalmente tenía que esperar unos cuantos días antes de poder estudiar a los sujetos una vez fallecidos, puesto que antes tenía que asegurarse de que las sustancias que les hacía consumir mientras estaban allí encerrados se habían degradado antes de examinarlos. No quería dejar ningún cabo suelto, nada al azar. Quería que aquella investigación fuera lo suficientemente rigurosa para destruir los cimientos en que se asentaba el mundo tal y como se conocía en aquellos momentos. Y, la verdad, es que no le quedaba la menor duda de que así sería. Iba por buen camino. En aquella ocasión, la víctima no formaba parte de su grupo de "ratas de laboratorio", sino que era una presa fortuita con la que se había topado mientras iba en dirección a la cabaña. Mala suerte para ella, y un milagro para la vampiresa, que finalmente podría examinar a un sujeto "fresco" en su camilla de operaciones. Su diestra sujetó con maestría el bisturí, deslizándolo sin dificultad por el torso de la víctima, que se abrió bajo la presión ejercida por el afilado instrumento. Sólo entonces volvió a dirigir su mirada al intruso, con una sonrisa de medio lado entre siniestra y divertida. Quería ver su reacción. ¿Sería del montón, aprehensivo con cosas como aquella, o apreciaría el color de la sangre resbalando por la herida, el aspecto de los órganos, aún parcialmente servibles?

- La curiosidad es, sin duda, el motor que mueve el mundo, aunque en una sociedad como esta seamos pocos los que realmente la sintamos. Lo bueno es que estando rodeados de tantas cabezas huecas tocamos a mas enigmas por cabeza, ¿no os parece? Algo bueno tenía que tener la estupidez colectiva que caracteriza a esta época. -Devolvió su mirada a la herida, sin perder la sonrisa ni un instante. - No dudaba de ello, monsieur. Después de todo, no sería demasiado inteligente por vuestra parte decir lo contrario, ni pretenderlo. Los vampiros somos seres discretos, o eso se supone. Pero los clichés están para ser contradecidos, ¿no os parece? No pienso detener mi curiosidad por miedo a ser descubierta. Después de todo... pretendo conseguir lo contrario. En cuanto a lo útil que podáis serme, no creo que sea el momento de descubrirlo. ¿Podéis acercarme aquella lima? Creo que encontré algo interesante. -Su sonrisa se había ensanchado de forma más que perceptible. Sus ojos escrutaron los ajenos con gran intensidad. ¿De verdad aquella criatura pensaba que podría serle útil de alguna forma? Tenía bastantes seres con el mismo tipo de aura en los calabozos, ¿por qué él sería más interesante? Ciertamente, alababa sus esfuerzos por mantenerse tan firme en una sensación tan compleja como la que tenían entre manos, pero no había nada fuera de lo común en él, a excepción de su seguridad en sí mismo. Sería interesante ver hasta dónde les llevaba aquella conversación.

- ¿A un vampiro? ¿Estáis seguro? Os advierto que allí abajo el tiempo pasa muy lentamente, y no están exactamente bien alimentados. No subestiméis a los que pueden ser los seres más poderosos sobre la tierra... Y menos en presencia de uno. -Aunque sus palabras eran claramente amenazadoras, no había rastro de rabia en su tono de voz. Más bien parecía que estuviese reprimiendo una carcajada. - El principal problema de los vampiros, monsieur, ya que os veo tan interesado, es que al estar ya muertos, técnicamente hablando, su análisis ha de efectuarse con ellos aún conscientes. Es decir, sin acabar con su no-vida. ¿De qué forma, si no, podríamos averiguar de dónde proviene la "magia" que los mantiene vivos sin estarlo realmente? Es imposible extraerles sangre porque su sangre no fluye. Lo más sencillo es seccionar parte de su epidermis, o algún vaso sanguíneo o parte de una arteria para acceder a su sangre. Como no se van a morir otra vez, y se regeneran bastante deprisa, no hay peligro en ello. Pero ya sabéis... Sus colmillos suelen ser peligrosos... -Observó el interior abierto de la mujer y sonrió cuando logró extraer de él aquello que la había mantenido tan interesada. Un pequeño feto, aún sonrosado, rodeó su dedo índice con una de sus manos. - Su madre tenía mi sangre en su interior... ¿qué creéis que será el niño? -Una sonrisa siniestra iluminó su rostro por completo cuando, tras golpearle el trasero con suavidad, el llanto quebró la calma del lugar.
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