AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
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Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
A veces, para encontrar la respuesta a las interrogantes más profundas, había que olvidarse de todo lo que se sabía o se creía saber para dejarse llevar únicamente por la intuición. Panim no conocía esta parte de la realidad; la vivía. Algo muy diferente acontecía con los hombres que se hacían llamar a sí mismos «civilizados»; se habían esmerado tanto en apagar la maravillosa brújula que les proporcionaba su corazón que actualmente ya no les quedaba más remedio que recurrir a su inteligencia. Inteligencia, de eso recordaba la cambiaformas que le había hablado el misionero. Jamás le había revelado el significado explícito de esa palabra, pero la había usado en reiteradas ocasiones en distintas frases. Después de haber visto al ser humano utilizarla en acción, Panim creía haberlo por fin descubierto; se trataba del arma más mortífera jamás creada, tan letal que hasta a su amo podía traicionar hasta matarlo. Por eso ella se quedaba feliz dentro de su territorio en el bosque, pues las amenazas nocheras hacían menos daño; las mordidas y arañazos de presas defendiéndose y de otros depredadores al asecho podían hacerla gemir de dolor como un trueno perdido entre los árboles, pero no buscaban reinar sobre ella porque estaban conscientes de que eran parte de un todo y que por ende se debían respeto mutuo como iguales que eran.
—Liebre —se contentaba hambriento el halcón peregrino con su reciente caza, debido a que el roedor le había hecho trabajar bastante la vista desde el aire antes de poder atraparlo como un digno adversario. Era alimento, pero eso no lo convertía en su propiedad; era lo que los humanos no entendían— Rica liebre agradecer. —desgarraba el cadáver con su pico ganchudo mientras el resto del medio destellaba a su alrededor, desde pequeños insectos como la mariposa que junto a su árbol se acababa de posar hasta mamíferos que la triplicaban en tamaño.
Así como no necesitaba conocimiento de biblioteca para saber que se aproximaban los vientos primaverales del norte, tampoco lo requirió para darse cuenta súbitamente que un olor diferente se colaba en aquella brisa, alertándola de un agente extraño. Dejó a un lado la comida para alzar la cabeza en busca de más resoluciones mediante el rastreo. ¿Humano? No; el cuerpo que se acercaba era muy pequeño como para moverse a esa velocidad, sin mencionar que la piel carente de pelaje era prácticamente nula. Una olisqueada más y detectó a un canino moverse con ánimos de cazador hacia su zona. Todo bien hasta ahí, pero había algo más. Extrañamente no se sentía en peligro como en anteriores ocasiones en que le había tocado enfrentarse a cánidos, pero sí invadida. No tenía tiempo para pensar el respecto, por lo que sólo se transformó en casuario y aguardó dentro de los límites de su espacio. Lo que salió de los arbustos moviendo esa cosa incontrolable la descolocó; un cachorro la asechaba danzante en un inútil intento de que su lengua colgante se viera aterradora acompañada de sus inexactos movimientos.
La cambiaformas inclinó su cabeza hacia un lado, preguntándose qué tóxico habría consumido del cuerpo de su alimento que le estaba provocando visiones. ¿Un lobo en miniatura? Lo parecía en cuerpo, mas no en espíritu. Sus colmillos se encontraban definidos y sus patas se notaban lo suficientemente fuertes como para encarcelar al suelo las alas de un ave desprevenida, lo cual Panim no era. Resultaba desconcertante que una criatura de ese tamaño no se inmutara ante la altura de dos metros de un casuario. En efecto, parecía divertirle.
—¿Qué ser? —Panim lucía confundida ante un cuerpecillo tan insignificante acompañada con una determinación de esas magnitudes. ¿Era que guardaba un as bajo la manga? Debía ser eso, o de otra manera no estaría plantado frente a ella con esa confianza desmedida. Acercó su nariz al cuerpo de la cría para terminar de identificarla, pero la lamida propinada por ésta seguida de un agudo ladrido cortó con todo enfoque.
Volvió Panim inopinadamente a su forma humana, golpeando el suelo con sus caderas ante el carnívoro que a ella avanzaba dispuesto a demostrar quién era el jefe. Su falta absoluta de miedo hizo pensar a la salvaje que debía tratarse de un mortífero cuatrero, y actuó conforme a ello.
—Peligro afelpado. Esconder para yo —corrió la bípeda hacia su árbol, trepando por el tronco que servía de cama y de refugio. Desde ahí siguió con la mirada a su invasor, esperando que se llevara parte de lo recién cazado y se largara, pero para desgracia de la fémina, corrió a su dirección.— ¡No, no! ¡Fuera ir! ¡Ah!
Al contrario de su orden, el cachorro no solamente continuó allí, sino que además comenzó a ladrarle a Panim desde el suelo mientras hacía el ademán de subir por el mismo camino que su blanco a pesar de que sus garras no fueran apropiadas para eso. Como respuesta, Panim chillaba animalísticamente buscando ahuyentarlo, pero sólo lograba que la cola de la criatura aumentara el ritmo de su baile. El panorama cambió, pero sólo para ponerse peor; los olores le revelaban que una figura aún más poderosa perforaba raudo los arbustos de la espesura que los separaba. La bestia letal había traído a su séquito de peludos consigo.
—Liebre —se contentaba hambriento el halcón peregrino con su reciente caza, debido a que el roedor le había hecho trabajar bastante la vista desde el aire antes de poder atraparlo como un digno adversario. Era alimento, pero eso no lo convertía en su propiedad; era lo que los humanos no entendían— Rica liebre agradecer. —desgarraba el cadáver con su pico ganchudo mientras el resto del medio destellaba a su alrededor, desde pequeños insectos como la mariposa que junto a su árbol se acababa de posar hasta mamíferos que la triplicaban en tamaño.
Así como no necesitaba conocimiento de biblioteca para saber que se aproximaban los vientos primaverales del norte, tampoco lo requirió para darse cuenta súbitamente que un olor diferente se colaba en aquella brisa, alertándola de un agente extraño. Dejó a un lado la comida para alzar la cabeza en busca de más resoluciones mediante el rastreo. ¿Humano? No; el cuerpo que se acercaba era muy pequeño como para moverse a esa velocidad, sin mencionar que la piel carente de pelaje era prácticamente nula. Una olisqueada más y detectó a un canino moverse con ánimos de cazador hacia su zona. Todo bien hasta ahí, pero había algo más. Extrañamente no se sentía en peligro como en anteriores ocasiones en que le había tocado enfrentarse a cánidos, pero sí invadida. No tenía tiempo para pensar el respecto, por lo que sólo se transformó en casuario y aguardó dentro de los límites de su espacio. Lo que salió de los arbustos moviendo esa cosa incontrolable la descolocó; un cachorro la asechaba danzante en un inútil intento de que su lengua colgante se viera aterradora acompañada de sus inexactos movimientos.
La cambiaformas inclinó su cabeza hacia un lado, preguntándose qué tóxico habría consumido del cuerpo de su alimento que le estaba provocando visiones. ¿Un lobo en miniatura? Lo parecía en cuerpo, mas no en espíritu. Sus colmillos se encontraban definidos y sus patas se notaban lo suficientemente fuertes como para encarcelar al suelo las alas de un ave desprevenida, lo cual Panim no era. Resultaba desconcertante que una criatura de ese tamaño no se inmutara ante la altura de dos metros de un casuario. En efecto, parecía divertirle.
—¿Qué ser? —Panim lucía confundida ante un cuerpecillo tan insignificante acompañada con una determinación de esas magnitudes. ¿Era que guardaba un as bajo la manga? Debía ser eso, o de otra manera no estaría plantado frente a ella con esa confianza desmedida. Acercó su nariz al cuerpo de la cría para terminar de identificarla, pero la lamida propinada por ésta seguida de un agudo ladrido cortó con todo enfoque.
Volvió Panim inopinadamente a su forma humana, golpeando el suelo con sus caderas ante el carnívoro que a ella avanzaba dispuesto a demostrar quién era el jefe. Su falta absoluta de miedo hizo pensar a la salvaje que debía tratarse de un mortífero cuatrero, y actuó conforme a ello.
—Peligro afelpado. Esconder para yo —corrió la bípeda hacia su árbol, trepando por el tronco que servía de cama y de refugio. Desde ahí siguió con la mirada a su invasor, esperando que se llevara parte de lo recién cazado y se largara, pero para desgracia de la fémina, corrió a su dirección.— ¡No, no! ¡Fuera ir! ¡Ah!
Al contrario de su orden, el cachorro no solamente continuó allí, sino que además comenzó a ladrarle a Panim desde el suelo mientras hacía el ademán de subir por el mismo camino que su blanco a pesar de que sus garras no fueran apropiadas para eso. Como respuesta, Panim chillaba animalísticamente buscando ahuyentarlo, pero sólo lograba que la cola de la criatura aumentara el ritmo de su baile. El panorama cambió, pero sólo para ponerse peor; los olores le revelaban que una figura aún más poderosa perforaba raudo los arbustos de la espesura que los separaba. La bestia letal había traído a su séquito de peludos consigo.
Última edición por Panim el Dom Sep 14, 2014 9:34 am, editado 1 vez
Panim- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/01/2014
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Re: Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
Seguía al regordete husky en su forma de lobo. Su cachorro había estado moviendo sus ojos de un lado a otro, con el hocico metido entre sus patas delanteras mientras él, terminaba de tallar la madera. Cédric le había oído suspirar más de un par de veces, señal de que se encontraba aburrido, pero debía terminar la figura si quería ir la próxima semana a venderlas a la ciudad. Sin embargo, poco pudo hacer para ignorarlo cuando tras volver la mirada en su dirección, lo encontró boca arriba, con sus pequeñas patas dobladas y una mirada suplicante. Baltic, sabía qué trucos usar para que su padre fácilmente cediera a sus juegos. Se había limpiado las manos en las perneras de su pantalón para quitarse el polvo mientras fruncía el ceño en lo que esperaba fuese un gesto severo. Y lo habría sido, si en su boca no se hubiese formado una sonrisa conforme acortaba la distancia para acariciarle la panza a su hijo. El cachorro soltó un gruñido de placer. Titán, su mascota, no tardó en emplear el mismo truco para recibir algo de atención. Esa vez, fue Cédric quién lanzó un gruñido. – Vamos. Ordenó. – Es momento de estirar las patas. Ante esas palabras, su hijo y su perro, se pusieron en alerta. Su sonrisa se estiró cuando vio que el más pequeño, ya movía la cola alegremente. Era evidente que habían estado esperando aquello desde que habían entrado al estudio. Se estaba deshaciendo del pantalón para cambiar a lobo cuando vio salir a Baltic como una bala. Titán no tardó nada en seguirlo. Un rápido vistazo a las afueras, le hizo ver lo que había llamado la atención al husky. ¡Una mariposa! Su hijo tenía algo en contra de ellas. Cada vez que atisbaba una, se ponía a perseguirlas. ¡Y como no! A Cédric le gustaba usar su habilidad para comunicarse con los animales y hacer que éstas rondasen alrededor de su pequeño. Había llegado lejos para hacer que una se posara sobre su mojada nariz, burlándose del crío, quien estaba lejos de conocer de maldad. Cualquier criatura, por peligrosa que fuera, despertaba en Baltic su curiosidad. Una lectura muy rápida a los alrededores, le dijo que no había amenaza. Se despojó de la prenda tan rápido como pudo y precisó del cambio. Para dichas excursiones, nunca usaba su forma husky, como ellos. Debía estar listo para la caza. Los bosques era un lugar peligroso, especialmente para un cachorro que no sabía defenderse. Si bien Titán estaba entrenado para protegerlo, Cédric era extremadamente sobreprotector para confiarse. Su hijo era su responsabilidad y él se tomaba muy en serio su papel como padre.
No tardó en escuchar los ladridos que lejos de sonar furiosos, sonaban demasiado alegres. ¿La mariposa había dejado de volar lejos de él? Baltic sonaba como si acabara de cazar un alce, cosa que era imposible, siendo tan solo una pequeña bestia regordeta. Curioso por ver qué era lo que a su hijo tenía tan contento, se apresuró a darles alcance. No es que éstos se hubiesen adelantado mucho, sino que él, se había limitado a mantener la distancia. Había descubierto hacía mucho, que a su cachorro le gustaba actuar como el líder de la manada cuando él no se encontraba. De alguna forma, Titán se lo permitía. El can veía a Baltic como un hermano. Solo si una amenaza real se cerniera sobre ellos, tomaría el mando. Así se le había enseñado. Cuando los encontró, vio a Titán sentado en sus cuartos traseros, su mirada centrada en el husky que movía la cola con fuerza y ladraba en dirección a lo alto de un árbol. Fue hasta entonces que pudo diferenciar que no solo eran sus ladridos que había oído, sino también unos chillidos. ¿Qué demonios hacía una mujer subida en la rama de un árbol? ¿Y porqué parecía seguirle el juego a su hijo? Extrañado, llamó a su forma humana de inmediato. La desnudez para él, no representaba nada del otro mundo. Suponía que era así para todos los cambiaformas. Se acercó hasta el tronco que Baltic rasguñaba en su afán por escalarlo y llegar a su… ¿presa? No sabía cómo catalogarlo. Aunque por la forma en que le movió la cola cuando se acercó, cada vez con más ímpetu, decía claro que le estaba señalando lo que había logrado. Su hijo estaba orgulloso y esperaba que su padre igual. Cédric sonrió y lo alabó, pero su mirada ya estaba de nuevo fija en la mujer. Por su aura y su olor, ya sabía que era una cambiaformas. Cogió al cachorro con tan solo una mano, intentando calmarlo, pero éste seguía ladrando. Al parecer, quería que lo ayudara a alcanzar a la fémina. – Puedes bajar, ya lo estoy conteniendo. Sonaba tan serio, que era imposible ver si había algo de diversión en sus palabras. No iba a romperle la ilusión a su hijo. No por una extraña que, suponía, no podía estar en verdad temerosa de un cachorro; incluso si su aura lo afirmaba. Seguramente, solo estaba siguiéndoles el juego. Aunque desconfiara de las mujeres, bien podía agradecérselo, ya que Baltic estaba la mar de contento.
No tardó en escuchar los ladridos que lejos de sonar furiosos, sonaban demasiado alegres. ¿La mariposa había dejado de volar lejos de él? Baltic sonaba como si acabara de cazar un alce, cosa que era imposible, siendo tan solo una pequeña bestia regordeta. Curioso por ver qué era lo que a su hijo tenía tan contento, se apresuró a darles alcance. No es que éstos se hubiesen adelantado mucho, sino que él, se había limitado a mantener la distancia. Había descubierto hacía mucho, que a su cachorro le gustaba actuar como el líder de la manada cuando él no se encontraba. De alguna forma, Titán se lo permitía. El can veía a Baltic como un hermano. Solo si una amenaza real se cerniera sobre ellos, tomaría el mando. Así se le había enseñado. Cuando los encontró, vio a Titán sentado en sus cuartos traseros, su mirada centrada en el husky que movía la cola con fuerza y ladraba en dirección a lo alto de un árbol. Fue hasta entonces que pudo diferenciar que no solo eran sus ladridos que había oído, sino también unos chillidos. ¿Qué demonios hacía una mujer subida en la rama de un árbol? ¿Y porqué parecía seguirle el juego a su hijo? Extrañado, llamó a su forma humana de inmediato. La desnudez para él, no representaba nada del otro mundo. Suponía que era así para todos los cambiaformas. Se acercó hasta el tronco que Baltic rasguñaba en su afán por escalarlo y llegar a su… ¿presa? No sabía cómo catalogarlo. Aunque por la forma en que le movió la cola cuando se acercó, cada vez con más ímpetu, decía claro que le estaba señalando lo que había logrado. Su hijo estaba orgulloso y esperaba que su padre igual. Cédric sonrió y lo alabó, pero su mirada ya estaba de nuevo fija en la mujer. Por su aura y su olor, ya sabía que era una cambiaformas. Cogió al cachorro con tan solo una mano, intentando calmarlo, pero éste seguía ladrando. Al parecer, quería que lo ayudara a alcanzar a la fémina. – Puedes bajar, ya lo estoy conteniendo. Sonaba tan serio, que era imposible ver si había algo de diversión en sus palabras. No iba a romperle la ilusión a su hijo. No por una extraña que, suponía, no podía estar en verdad temerosa de un cachorro; incluso si su aura lo afirmaba. Seguramente, solo estaba siguiéndoles el juego. Aunque desconfiara de las mujeres, bien podía agradecérselo, ya que Baltic estaba la mar de contento.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
Su territorio, ¡su territorio! Ya no solamente había una criatura amenazando su primitivo asentamiento, sino que tres. ¿Cómo permitir tal cosa? ¡Qué espantoso! Merodeaban por su radio caninos hambrientos, una razón más para anclar las uñas en el tronco del árbol antes de medir exhaustivamente el escenario y contraatacar. Sí, claro que lo haría, pero entonces… ¿por qué tragaba saliva ante ese rechoncho animal? Porque por su confianza debía ser feroz. Por eso quedó poco menos que estupefacta cuando uno de los seres que se hizo presente, el de apariencia humana, cargó con irrisoria facilidad al felpudo. Por poco se cayó del árbol al ser testigo de aquello; en vez de eso, ladeó su cabeza con un gesto interrogante apoderándose de su cara.
—¿Que qué? —parpadeaba una y otra vez, sumida en la ausencia de gravedad que le significaba lo desconocido.— ¿Cómo hacer? —necesitaba con suma urgencia identificar los pasos que había utilizado el intruso para dominar al impetuoso y nocivo animalejo. No fuera a ser que se escapara de su agarre y corriera hacia ella nuevamente.
Sin dejar de cuidar la posición de Cedrick con los cinco sentidos bien potenciados, alzó la nariz para saber más de él, del mangoneador domador de fieros cuadrúpedos como aquel que había llegado persiguiendo a las mariposas. Descubrió que los poros de su piel estaban plagados del aroma del cachorro, escondiéndose su fragancia en distintas zonas y con diferentes intensidades, lo cual indicaba que desde hacía mucho más que un par de días caminaban juntos. ¡Así que eran manada! Pero… ¿por qué el peludo mayor detenía al peludo en miniatura? La confundía que no actuaran como un todo y que a la vez pareciera como si no pudieran respirar sin el otro. El pulso de sus corazones aumentaba cuando estaban cerca, pero aquello no se traducía en tensión. Ese par no conseguía nada más que volver difusa la mente del ave de corazón de tierra.
—So… sólo lejos mantener de yo. —advirtió estirando uno de sus brazos hacia el veterano de los presentes antes de deslizar su cuerpo por el tronco y bajar con lentitud. El cabello desordenado de Panim podía cubrir sus ojos, pero no así su vista y audición. Si le querían tender una trampa atacándola por sorpresa, lo sabría. Resultaba increíblemente cómico, casi como si fuera una broma, pero aún medianamente oculta tras la base del árbol, la salvaje temblaba de miedo no por Cedrick, sino por Celtick. No quería demostrarlo, desde luego, así que intentaba con mediocres resultados parecer furiosa antes que intimidada por ese enigmático y hasta revoltoso ente.— N-no soltar o hacer pedazos para tú, tú, ¡tú!
¿Venía el intruso lampiño en son de paz? Daba esa impresión por la manera en que la libraba del terror de tamaño compacto sin afanes de mostrarse agresivo. Tampoco estaba transformado, a pesar de la tremenda ventaja que significaban tres contra uno. Así y todo, Panim mostró una amplia expresión de rechazo y dejó crecer sus garras aguileñas para intimidar a la manada indeseada. ¿Por qué tan a la defensiva cuando todo daba claras señales que se trataba de visitantes prometedores? La respuesta podía encontrarse en lo que significaba lo que se encontraba alrededor de ellos, lo que otros veían como escenografía cuando para ella constituía el protagonista.
El viento jugaba por el bosque, riendo con el vaivén de las hojas y resolviendo los aromas. Panim no olía agresividad; así y todo, no bajaría la guardia, pero no por eso dejaría de dar los motivos.
—Panim no gritar por gritar, no por intrusión de lampiño. —arqueaba su figura hacia adentro. Estaba dispuesta a defender con garras y dientes si le daban el más mínimo motivo— Fuera para tú por tierra tener piel, tener entender. Vida Panim encajar donde tú pisar, vulnerar. Ésta hará defender.
Ya no sabía cómo explicarle a los civilizados lo que sentía. Sólo una vez lo había intentado, cuando quisieron enseñarle a sentir pudor por el cuerpo, ¡su cuerpo, qué sistema más maravilloso! Había nacido con la luz de la naturaleza sobre su sien, como sospechaba que todavía algunos venían al mundo, pero que el antisistema de allá afuera no había hecho más que dedicarse a apagar la fuente de aquello. Por esa razón, aunque lamentara tener que combatir seres similares a ella, los frutos más fantásticos que había generado la fauna, lo haría para que ese destello no se esfumara, o se marchitaría ella con él.
Era una lástima; de cerca se notaba entre los intrusos la unión. ¿No era lo que ella esperaba ver predominar sobre la faz de la tierra?
—¿Que qué? —parpadeaba una y otra vez, sumida en la ausencia de gravedad que le significaba lo desconocido.— ¿Cómo hacer? —necesitaba con suma urgencia identificar los pasos que había utilizado el intruso para dominar al impetuoso y nocivo animalejo. No fuera a ser que se escapara de su agarre y corriera hacia ella nuevamente.
Sin dejar de cuidar la posición de Cedrick con los cinco sentidos bien potenciados, alzó la nariz para saber más de él, del mangoneador domador de fieros cuadrúpedos como aquel que había llegado persiguiendo a las mariposas. Descubrió que los poros de su piel estaban plagados del aroma del cachorro, escondiéndose su fragancia en distintas zonas y con diferentes intensidades, lo cual indicaba que desde hacía mucho más que un par de días caminaban juntos. ¡Así que eran manada! Pero… ¿por qué el peludo mayor detenía al peludo en miniatura? La confundía que no actuaran como un todo y que a la vez pareciera como si no pudieran respirar sin el otro. El pulso de sus corazones aumentaba cuando estaban cerca, pero aquello no se traducía en tensión. Ese par no conseguía nada más que volver difusa la mente del ave de corazón de tierra.
—So… sólo lejos mantener de yo. —advirtió estirando uno de sus brazos hacia el veterano de los presentes antes de deslizar su cuerpo por el tronco y bajar con lentitud. El cabello desordenado de Panim podía cubrir sus ojos, pero no así su vista y audición. Si le querían tender una trampa atacándola por sorpresa, lo sabría. Resultaba increíblemente cómico, casi como si fuera una broma, pero aún medianamente oculta tras la base del árbol, la salvaje temblaba de miedo no por Cedrick, sino por Celtick. No quería demostrarlo, desde luego, así que intentaba con mediocres resultados parecer furiosa antes que intimidada por ese enigmático y hasta revoltoso ente.— N-no soltar o hacer pedazos para tú, tú, ¡tú!
¿Venía el intruso lampiño en son de paz? Daba esa impresión por la manera en que la libraba del terror de tamaño compacto sin afanes de mostrarse agresivo. Tampoco estaba transformado, a pesar de la tremenda ventaja que significaban tres contra uno. Así y todo, Panim mostró una amplia expresión de rechazo y dejó crecer sus garras aguileñas para intimidar a la manada indeseada. ¿Por qué tan a la defensiva cuando todo daba claras señales que se trataba de visitantes prometedores? La respuesta podía encontrarse en lo que significaba lo que se encontraba alrededor de ellos, lo que otros veían como escenografía cuando para ella constituía el protagonista.
El viento jugaba por el bosque, riendo con el vaivén de las hojas y resolviendo los aromas. Panim no olía agresividad; así y todo, no bajaría la guardia, pero no por eso dejaría de dar los motivos.
—Panim no gritar por gritar, no por intrusión de lampiño. —arqueaba su figura hacia adentro. Estaba dispuesta a defender con garras y dientes si le daban el más mínimo motivo— Fuera para tú por tierra tener piel, tener entender. Vida Panim encajar donde tú pisar, vulnerar. Ésta hará defender.
Ya no sabía cómo explicarle a los civilizados lo que sentía. Sólo una vez lo había intentado, cuando quisieron enseñarle a sentir pudor por el cuerpo, ¡su cuerpo, qué sistema más maravilloso! Había nacido con la luz de la naturaleza sobre su sien, como sospechaba que todavía algunos venían al mundo, pero que el antisistema de allá afuera no había hecho más que dedicarse a apagar la fuente de aquello. Por esa razón, aunque lamentara tener que combatir seres similares a ella, los frutos más fantásticos que había generado la fauna, lo haría para que ese destello no se esfumara, o se marchitaría ella con él.
Era una lástima; de cerca se notaba entre los intrusos la unión. ¿No era lo que ella esperaba ver predominar sobre la faz de la tierra?
Panim- Cambiante Clase Baja
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Re: Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
La ceja que Cédric había levantado majestuosamente mientras veía a la cambiante descender del tronco, se elevó cada vez más cuando la escuchó hablar, palabras inconexas que parecían querer transmitirle algo. El qué, no estaba muy seguro. Sus gestos, sin embargo, no tardaron en hacerle saber que no estaba dándoles la bienvenida. Una cuestión que a Baltic parecía no importarle. El cachorro movía sus patas delanteras, ansioso por llegar a ella. Solo su fuerte agarre en el pecho del pequeño evitaba que se lanzase. Sus gruñiditos eran cada vez más furiosos, o eso pretendía, arrugando el hocico; pero su cola, que se movía con tanto ímpetu, lo desmentía. “Tú has ganado, mi pequeño Alfa.” Las palabras, que nunca salieron de su boca, envolvieron la mente de su hijo. El husky detuvo su ladrar, pero antes de que Cédric pensara que había sido por sus elogios, vio a Baltic olfatear el aire, tratando se seguir los movimientos de una mariposa. El lobo soltó un exasperado gruñido. Solo él era capaz de cambiar de interés con asombrosa facilidad. Su ceja descendió al ver las garras. Su mirada pareció ensombrecerse. Titán, que había estado sentado, se sacudió y posicionó a su lado. Todos sus músculos estaban tensos, como solían ponerse siempre que se encontraban con alguien ajeno a ellos. Si bien la fémina no representaba una gran amenaza contra él, pues Cédric estaba seguro que antes de que ella pudiese cambiar y ponerse a buen resguardo, el predador habría atacado; el hecho de que tratase de atemorizar a Baltic le molestaba a sobremanera. Su cachorro no sabía de la maldad que existía en la tierra. Tenía tan solo tres años. Si a eso le sumaba que los de su especie envejecían con más lentitud que los humanos, era entendible que llevase lo sobreprotector a tal grado. – Puedes dejar eso –. Demandó mordazmente. – Baltic no va a acercarse –. Alzó al cachorro, que en su mano parecía solo una bola de pelos, hasta colocarlo a la altura de la joven; mostrándole a qué se refería. El husky aprovechó el movimiento para alzar una de sus patas, pidiéndole así a la extraña que lo cargara.
Cédric ya había visto sus intenciones. La mariposa se había posado en una de las ramas del tronco que estaba tras la espalda de Panim y sabía que así estaría más cerca de ella. - ¿Este es tu territorio? ¿Es eso lo que intentas decirnos? – Había alejado a su cachorro cuando éste empezó a soltar un lastimoso sonido. Era difícil para él no darle lo que quería. No comprendía porqué Baltic parecía sentirse cómodo estando con otros seres. Se entregaba con tanta facilidad a los demás. Cuando se acercaban a la ciudad para que él pudiese vender sus trabajos, el husky no perdía la oportunidad de acercarse a los desconocidos. Si tan solo Arya hubiese sentido una milésima de afecto por su hijo, Baltic no estaría maldito. – Hemos andado antes por estos lares y nadie nos ha impedido explorarlo. ¿Qué te hace pensar que puedes reclamarlo? No tienes lo que se necesita para mantener a los predadores lejos de este sitio. – La estaba insultando deliberadamente. Dio un paso en su dirección. El lobo instándolo a que la hiciera retroceder. El cambiante era de por sí, un ser imponente. Había abandonado su manada por ser incapaz de seguir órdenes, incluso cuando éstas eran dadas por su padre y posteriormente, su hermano. Había nacido para liderar, no para ser un miembro más. Eric siempre lo había sabido. Los ataques que se producían entre Mick y él podían durar toda la noche, ninguno queriendo ceder. Si Mick lo hubiese hecho, habría perdido su derecho como el Alfa de la manada. Si en algo sobresalían los Moncrieff era en la tenacidad y sus habilidades para atacar. Por eso, había decidido desertar. Había sido un lobo solitario hasta que Baltic y Titán habían llegado. El tener a otros a sus cargos, solo había maximizado su arrogante y severa personalidad. – Sal de nuestro camino -. La sonrisa que esbozó, cordial, era toda glaciar.
Cédric ya había visto sus intenciones. La mariposa se había posado en una de las ramas del tronco que estaba tras la espalda de Panim y sabía que así estaría más cerca de ella. - ¿Este es tu territorio? ¿Es eso lo que intentas decirnos? – Había alejado a su cachorro cuando éste empezó a soltar un lastimoso sonido. Era difícil para él no darle lo que quería. No comprendía porqué Baltic parecía sentirse cómodo estando con otros seres. Se entregaba con tanta facilidad a los demás. Cuando se acercaban a la ciudad para que él pudiese vender sus trabajos, el husky no perdía la oportunidad de acercarse a los desconocidos. Si tan solo Arya hubiese sentido una milésima de afecto por su hijo, Baltic no estaría maldito. – Hemos andado antes por estos lares y nadie nos ha impedido explorarlo. ¿Qué te hace pensar que puedes reclamarlo? No tienes lo que se necesita para mantener a los predadores lejos de este sitio. – La estaba insultando deliberadamente. Dio un paso en su dirección. El lobo instándolo a que la hiciera retroceder. El cambiante era de por sí, un ser imponente. Había abandonado su manada por ser incapaz de seguir órdenes, incluso cuando éstas eran dadas por su padre y posteriormente, su hermano. Había nacido para liderar, no para ser un miembro más. Eric siempre lo había sabido. Los ataques que se producían entre Mick y él podían durar toda la noche, ninguno queriendo ceder. Si Mick lo hubiese hecho, habría perdido su derecho como el Alfa de la manada. Si en algo sobresalían los Moncrieff era en la tenacidad y sus habilidades para atacar. Por eso, había decidido desertar. Había sido un lobo solitario hasta que Baltic y Titán habían llegado. El tener a otros a sus cargos, solo había maximizado su arrogante y severa personalidad. – Sal de nuestro camino -. La sonrisa que esbozó, cordial, era toda glaciar.
Cédric Moncrieff- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/04/2013
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Re: Las criaturas que buscaban a las mariposas {Cédric Moncrieff}
Caninos. Irreflexivos, agresivos, desordenados, impetuosos hasta decir basta. Iban haciéndose camios destruyendo con sus pesadas patas nidos y madrigueras. Ya los había visto y no les guardaba rencor. Al fin y al cabo, nadie era mejor ni peor si todos habían sido paridos por la tierra y sin importar la especie, el mismo cielo les sonreía. Sólo eran diferentes. El problema estaba cuando en vez de compenetrar esas disparidades, se contraponían. Ahí no concurría el cosmos, sino las decisiones de cada quien. Cédric estaba determinado a desafiarla, avanzando descaradamente por las ramas en que Panim contenía su esencia. ¿¡Por qué?! No se veían mal nutridos; ese pelaje brillaba imitando el rocío matutino. Faltos de recursos no estaban y tampoco era como si en ese sitio transitasen presas considerables para ellos. ¿Qué tenían que hacer ahí? ¿No podían dejarla con su vínculo en paz?
—Este yo no elegir. Tierra elegir para Panim —gruñó ofendida. Nadie estaba por sobre la decisión de Gaia. Eran hijos. Creados, no creadores. La cambiante había crecido allí por una jugada osada del destino, de todos los lugares en lo que podría haber caído. ¿Azar? Eso no existía— Aquí crecer; mismo morir.
No quería pelear, pero la estaban obligando a. Se negaba a morar en cualquier otro lado que no hubiera decidido la heterogénea creación. ¿Quiénes eran ellos para contrariarla? Eran criaturas, nada más.
¿Había oído “nuestro camino”? Aquello rompió algo dentro de la cambiante. La hizo volver a momentos poderosamente dolorosos. ¿Dónde había escuchado semejantes disparates? Una memoria rebotó ante su mirada perdida. Llegó a esa vez en que perdió al misionero. Lo habían asesinado los propios humanos por unas piedrecillas centellantes que llevaba en sus ropas. ¿Cómo le habían llamado? “Mi dinero” Mío, mío, mío. No sabía bien lo que implicaba esa palabra, y le resultaba lacerante buscar respuestas al respecto, pero por algún lamentable pretexto la gente que la empleaba se creía con el derecho para tomar lo que fuera. Desde objetos hasta vidas. La propiedad, ¡qué cosa más espantosa! De todas las creaciones humanas, no había una más abominable que aquella. Tal vez a un tonto se lo perdonaría, a dos, a tres, pero era una especie completa la que estaba de acuerdo en tamaña negligencia. ¿Era posible que hasta a los cambiaformas estuvieran contaminando? Oh no, no en esa zona.
—¿Ha hombre devorado para canino? ¿Cambiante o humano ser? ¡No juntos! —sintió lástima por el cachorro que lo acompañaba. Seguiría la suerte de esa nociva mentalidad.— ¡Hombre no querer! ¡Destructor fuera! Cambiante mismo cielo; misma tierra. Otro no, no, ¡nunca! —no había lugar para la posesión.
El resguardo de la fiera bajó del árbol junto con ella. Para cuando sus patas tocaron la tierra, éstas se habían vuelto anchas y opulentas. Una hembra casuario asechaba. No avanzaba; mantenía su lugar, pero sus plumas abiertas serpenteaban, advirtiendo que retroceder tampoco era una opción. En esa forma, Panim era un ave muy peligrosa y violenta. Era capaz de matar a una persona, completamente salvaje. Estaba en su potencia infligir serias heridas saltando y golpeando con sus sólidas extremidades. Pero así y todo debía tener precaución, pues la mordida del lobo era letal, y más aún de un padre celoso de su cría.
La ventaja que tenía para mantener la cabeza fría, según Panim, era que no amaba en exceso su vida. Porque polvo era y al polvo sería tornada. Estiró el cuello hacia delante como si fuera a alimentarse. Que vinieran las fauces; las plumas las recibirían.
—¡Intruso, intruso!
—Este yo no elegir. Tierra elegir para Panim —gruñó ofendida. Nadie estaba por sobre la decisión de Gaia. Eran hijos. Creados, no creadores. La cambiante había crecido allí por una jugada osada del destino, de todos los lugares en lo que podría haber caído. ¿Azar? Eso no existía— Aquí crecer; mismo morir.
No quería pelear, pero la estaban obligando a. Se negaba a morar en cualquier otro lado que no hubiera decidido la heterogénea creación. ¿Quiénes eran ellos para contrariarla? Eran criaturas, nada más.
¿Había oído “nuestro camino”? Aquello rompió algo dentro de la cambiante. La hizo volver a momentos poderosamente dolorosos. ¿Dónde había escuchado semejantes disparates? Una memoria rebotó ante su mirada perdida. Llegó a esa vez en que perdió al misionero. Lo habían asesinado los propios humanos por unas piedrecillas centellantes que llevaba en sus ropas. ¿Cómo le habían llamado? “Mi dinero” Mío, mío, mío. No sabía bien lo que implicaba esa palabra, y le resultaba lacerante buscar respuestas al respecto, pero por algún lamentable pretexto la gente que la empleaba se creía con el derecho para tomar lo que fuera. Desde objetos hasta vidas. La propiedad, ¡qué cosa más espantosa! De todas las creaciones humanas, no había una más abominable que aquella. Tal vez a un tonto se lo perdonaría, a dos, a tres, pero era una especie completa la que estaba de acuerdo en tamaña negligencia. ¿Era posible que hasta a los cambiaformas estuvieran contaminando? Oh no, no en esa zona.
—¿Ha hombre devorado para canino? ¿Cambiante o humano ser? ¡No juntos! —sintió lástima por el cachorro que lo acompañaba. Seguiría la suerte de esa nociva mentalidad.— ¡Hombre no querer! ¡Destructor fuera! Cambiante mismo cielo; misma tierra. Otro no, no, ¡nunca! —no había lugar para la posesión.
El resguardo de la fiera bajó del árbol junto con ella. Para cuando sus patas tocaron la tierra, éstas se habían vuelto anchas y opulentas. Una hembra casuario asechaba. No avanzaba; mantenía su lugar, pero sus plumas abiertas serpenteaban, advirtiendo que retroceder tampoco era una opción. En esa forma, Panim era un ave muy peligrosa y violenta. Era capaz de matar a una persona, completamente salvaje. Estaba en su potencia infligir serias heridas saltando y golpeando con sus sólidas extremidades. Pero así y todo debía tener precaución, pues la mordida del lobo era letal, y más aún de un padre celoso de su cría.
La ventaja que tenía para mantener la cabeza fría, según Panim, era que no amaba en exceso su vida. Porque polvo era y al polvo sería tornada. Estiró el cuello hacia delante como si fuera a alimentarse. Que vinieran las fauces; las plumas las recibirían.
—¡Intruso, intruso!
Panim- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/01/2014
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