AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Recuerdos de Cristal || Narcisse Capet
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Recuerdos de Cristal || Narcisse Capet
Semanas antes…
Maximiliano se encontraba en una habitación llena de camas, que solían ser ocupadas por enfermos y heridos de gravedad, así justo como él se encontraba en aquel momento, cubierto por completo de vendajes blancos llenos de sangre seca, los cuales cada tanto debían de ser cambiados. Se encontraba postrado en la camilla, con sus ojos cerrados en meditación y aun así consciente completamente de su espacio y lo que acontecía a su alrededor, los sollozos de algunos y las quejas leves de otros le impedían dormirse y reposar en paz, aunque jamás tuvo ese problema antes, con el tiempo aprendió a dormir donde fuese y cuando fuese porque vivía en la incertidumbre de si luego tendría la oportunidad de hacerlo, pero en aquel momento algo en su cabeza no se lo permitía, en su mente rondaba el temor de una visita no deseada.
Justamente cuando su cerebro se encontraba más agitado su temor se hizo realidad, escucho los pasos desde el umbral y su voz pedirle el permiso a una enfermera para acercarse hacia el inquisidor malherido, los pasos del hombre retumbaban en los oídos de Maximiliano por encima de las maldiciones murmuradas de algunos de los huéspedes de la enfermería. El dueño de aquellos pasos alcanzo su cama y se sentó a su lado en un pequeño banquillo, guardo silencio durante unos segundos, pero Maximiliano sabía que estaba, sentía su mirada preocupada desgarrando su piel abriéndose camino hasta su íntimo ser.
-Maximiliano- Hablo con severidad el hombre a su lado –Ya sé que estas despierto hijo, así que puedes parar-
Maximiliano abrió sus ojos, pero tomándose su tiempo para hacerlo, sin embargo no se dignó en absoluto a mirar al hombre a su lado de forma directa –No soy tu hijo, Sykes- mientras su mirada se perdía en el techo reflexiono sobre sus palabras y se dio cuenta de que a pesar de que siempre le decía lo mismo, si se sentía como su hijo y tras aquella cavilación gira la cabeza con una leve mueca de dolor para así ver al hombre que llevaba más de cinco décadas de vida, lo cual se reflejaba en sus arrugas y las canas que empezaban a teñir su negra cabellera.
-Ya lo sé, siempre me lo dices- Él sonrió comprensivamente, con cariño paterno –No he venido a sermonearte Max, vine simplemente a pedirte algo, espero escuches lo que te diré y hagas lo que te pido, pues harías feliz a este anciano y me darías mucha paz- El anciano se inclina sobre la silla y le mira con determinación, diciéndole de esta así, que de ninguna forma aceptaría un no como respuesta… -Quiero que vuelvas a Francia y te encuentres con tus hermanas.
Hoy…
Maximiliano había vuelto a París y llevaba un par de días pululando por la ciudad, dejándose envolver por la cultura y las costumbres de la capital, costumbres que estuvo a punto de olvidar tras haber estado lejos durante tanto tiempo de su patria, pero se desplazaba por la ciudad con bastante fluidez y es que después de todo, eso lo llevaba en la sangre. Después de haberse encontrado con la pequeña Francine, que ahora ya no era tan pequeña, solo podía pensar en el encuentro con su hermana y no precisamente porque le preocupase verla después de tanto tiempo, estaba contento de al fin volver a unirse a ella y le emocionaba la idea de volver a forzar la aparición de sonrisas en sus labios, como cuando eran pequeños, pero lo que realmente le robaba toda su capacidad mental eran los detalles, porque por encima de todo, Maximiliano era alguien sumamente meticuloso el cual ama mantener el control sobre cualquier situación y era quizá esa afinidad por el control y el poder a lo que debía haber llegado a los treinta y dos considerando el peligro de su trabajo.
Su destino era claro desde un principio y el encuentro se propiciaría en la propiedad de Narcisse, algo alejado de los ojos de la santa inquisición en donde encuentro privado podría darse sin preocuparse en absoluto por oyentes indiscretos o interrupciones de cualquier índole. Pero en esta misión iba sin invitación, así que el sigilo y la agilidad serían sus instrumentos para esta labor y fueron estas armas las que permitieron que se escabullese al interior del sagrado hogar de su hermana menor sin ser detectado en absoluto. Se movía sin dejar huellas, como una niebla en el lugar, parecía que flotara o que simplemente no estuviese ahí, se aseguró de no alertar a nadie que pudiese encontrarse ahí sobre su presencia en el lugar.
Finalmente llego a la puerta de la habitación de Narcisse, detrás de la cual su hermana debería estar descansando, pero antes de aventurarse por el umbral, se colocó la máscara, deseaba medir a su hermana, tanto física como psicológicamente y como su hermano no podría hacerlo, o al menos eso era lo que el pensaba y se fiaba de su intuición lo suficiente como para que siguiera con su empresa. Abrió la puerta del la habitación asegurándose que al abrir hiciera ruido, su único error y había sido completamente deliberado. Se quedo ahí de pie en el umbral mirando a su hermana tan bella y apacible ahí en brazos de Morfeo, cuando de repente empieza a andar, lentamente tomando una pausa entre paso y paso y metiendo su mano dentro del chaleco.
Maximiliano se encontraba en una habitación llena de camas, que solían ser ocupadas por enfermos y heridos de gravedad, así justo como él se encontraba en aquel momento, cubierto por completo de vendajes blancos llenos de sangre seca, los cuales cada tanto debían de ser cambiados. Se encontraba postrado en la camilla, con sus ojos cerrados en meditación y aun así consciente completamente de su espacio y lo que acontecía a su alrededor, los sollozos de algunos y las quejas leves de otros le impedían dormirse y reposar en paz, aunque jamás tuvo ese problema antes, con el tiempo aprendió a dormir donde fuese y cuando fuese porque vivía en la incertidumbre de si luego tendría la oportunidad de hacerlo, pero en aquel momento algo en su cabeza no se lo permitía, en su mente rondaba el temor de una visita no deseada.
Justamente cuando su cerebro se encontraba más agitado su temor se hizo realidad, escucho los pasos desde el umbral y su voz pedirle el permiso a una enfermera para acercarse hacia el inquisidor malherido, los pasos del hombre retumbaban en los oídos de Maximiliano por encima de las maldiciones murmuradas de algunos de los huéspedes de la enfermería. El dueño de aquellos pasos alcanzo su cama y se sentó a su lado en un pequeño banquillo, guardo silencio durante unos segundos, pero Maximiliano sabía que estaba, sentía su mirada preocupada desgarrando su piel abriéndose camino hasta su íntimo ser.
-Maximiliano- Hablo con severidad el hombre a su lado –Ya sé que estas despierto hijo, así que puedes parar-
Maximiliano abrió sus ojos, pero tomándose su tiempo para hacerlo, sin embargo no se dignó en absoluto a mirar al hombre a su lado de forma directa –No soy tu hijo, Sykes- mientras su mirada se perdía en el techo reflexiono sobre sus palabras y se dio cuenta de que a pesar de que siempre le decía lo mismo, si se sentía como su hijo y tras aquella cavilación gira la cabeza con una leve mueca de dolor para así ver al hombre que llevaba más de cinco décadas de vida, lo cual se reflejaba en sus arrugas y las canas que empezaban a teñir su negra cabellera.
-Ya lo sé, siempre me lo dices- Él sonrió comprensivamente, con cariño paterno –No he venido a sermonearte Max, vine simplemente a pedirte algo, espero escuches lo que te diré y hagas lo que te pido, pues harías feliz a este anciano y me darías mucha paz- El anciano se inclina sobre la silla y le mira con determinación, diciéndole de esta así, que de ninguna forma aceptaría un no como respuesta… -Quiero que vuelvas a Francia y te encuentres con tus hermanas.
Hoy…
Maximiliano había vuelto a París y llevaba un par de días pululando por la ciudad, dejándose envolver por la cultura y las costumbres de la capital, costumbres que estuvo a punto de olvidar tras haber estado lejos durante tanto tiempo de su patria, pero se desplazaba por la ciudad con bastante fluidez y es que después de todo, eso lo llevaba en la sangre. Después de haberse encontrado con la pequeña Francine, que ahora ya no era tan pequeña, solo podía pensar en el encuentro con su hermana y no precisamente porque le preocupase verla después de tanto tiempo, estaba contento de al fin volver a unirse a ella y le emocionaba la idea de volver a forzar la aparición de sonrisas en sus labios, como cuando eran pequeños, pero lo que realmente le robaba toda su capacidad mental eran los detalles, porque por encima de todo, Maximiliano era alguien sumamente meticuloso el cual ama mantener el control sobre cualquier situación y era quizá esa afinidad por el control y el poder a lo que debía haber llegado a los treinta y dos considerando el peligro de su trabajo.
Su destino era claro desde un principio y el encuentro se propiciaría en la propiedad de Narcisse, algo alejado de los ojos de la santa inquisición en donde encuentro privado podría darse sin preocuparse en absoluto por oyentes indiscretos o interrupciones de cualquier índole. Pero en esta misión iba sin invitación, así que el sigilo y la agilidad serían sus instrumentos para esta labor y fueron estas armas las que permitieron que se escabullese al interior del sagrado hogar de su hermana menor sin ser detectado en absoluto. Se movía sin dejar huellas, como una niebla en el lugar, parecía que flotara o que simplemente no estuviese ahí, se aseguró de no alertar a nadie que pudiese encontrarse ahí sobre su presencia en el lugar.
Finalmente llego a la puerta de la habitación de Narcisse, detrás de la cual su hermana debería estar descansando, pero antes de aventurarse por el umbral, se colocó la máscara, deseaba medir a su hermana, tanto física como psicológicamente y como su hermano no podría hacerlo, o al menos eso era lo que el pensaba y se fiaba de su intuición lo suficiente como para que siguiera con su empresa. Abrió la puerta del la habitación asegurándose que al abrir hiciera ruido, su único error y había sido completamente deliberado. Se quedo ahí de pie en el umbral mirando a su hermana tan bella y apacible ahí en brazos de Morfeo, cuando de repente empieza a andar, lentamente tomando una pausa entre paso y paso y metiendo su mano dentro del chaleco.
Maximiliano Capet***- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/01/2014
Re: Recuerdos de Cristal || Narcisse Capet
Era completamente agotador para Narcisse, tener que estar viendo a su hermana pequeña. Le fastidiaba el hecho de verla todos los días, el tener que soportar su cara de tristeza, victima, y que todo lo malo que ocurría era por ella. ¡Tanta victimes le enfermaba! Por eso decidió entretenerla con varios casos, después de ese encuentro lo que necesitaba era tenerla lejos, poder respirar, en ocasiones creía que no eran de la misma sangre, todos los Capet, al menos de la familia que recuerda, son Inquisidores con un carácter firme, fuertes, determinados, valientes, y sobre todo, saben dar vuelta a la página de la vida, de aquellas perdidas para poder seguir cumpliendo sus misiones. ¿Por qué Francine no era así? ¿Por qué su hermana tenía que llorar en cada rincón? Recordarla le fastidiaba el momento, aunque no entendía porque razón la pensaba estando lejos de su vista. Quizás el encuentro de días anteriores le había sembrado una semilla de esperanza acerca de su hermana. Hace tiempo que dejó de confiar en el carácter de las personas, siempre tenían puntos débiles que los doblegaran. Los de su hermana eran obvios ¿Los de ella también lo serían?
Resopló, enseguida hizo una mueca de disgusto por seguir pensando en la consentida de sus padres. Chasqueó la lengua y terminó por guardar en una caja fuerte, una gran cantidad de cartas. ¿De quién eran? Por su puesto, de su hermano, de su tía Frauke, las dos únicas personas con las que de verdad sentía aprecio e interés. La mujer las había sacado de su escondite para poder revisar la fecha de llegada de la última que le envió el mayor de los sobrevivientes de los Capet, ya había transcurrido más de un mes, incluso dos, lo cual era raro, aunque no fueran los hermanos más amorosos, al menos se informaban de sus avances en misiones o simplemente dejaban en claro que se encontraban bien. ¿Qué habría ocurrido con Maximiliano en esa ocasión?
¿Para que preocuparse? No debía hacerlo; Narcisse tenía el permiso, y bajo su poder, los expedientes de todos los inquisidores a lo largo de mundo. Ella los archivaba, los ordenaba alfabéticamente, e incluso cuando alguno llamaba su atención, se dedicaba a estudiarlo una gran cantidad de horas. Así pasó con el de su hermano. ¿Para que mentir? Fue el primer día que le dieron ese rango cuando lo buscó para poder tener noticias de él. Se enteró que era uno de los mejores en el campo de batalla, que a veces le buscaban grandes reyes para hacerles trabajos pesados, que era inteligente, y el retrato que habían hecho de él resumía a que era tan atractivo como Francine y ella; después de leer todo aquello un calor especial en su pecho que no experimentaba desde hace mucho se instaló en la zona izquierda de su cuerpo, dónde decían que se tenía el corazón, se dio cuenta que podía sentir, y que le importaba la familia pese a todo.
A partir de ese momento, desde que supo a dirección y la manera de encontrarlo, Narcisse Capet, aquella mujer viuda, se puso en contacto con Maximiliano.
Últimamente el pensar en el nombre de su hermano la mantenía muy inquieta, era como si estuviera sucediendo algo malo con él, en el pecho sentía una opresión que no podía identificar, fue ahí que entendió cómo se siente cuando se está demasiado triste o angustiado. Poco después buscaba distracciones en la iglesia para no seguir con ese sentimiento tan débil, y lo lograba, hasta que después de algunos días ignoró aquello. Si su hermano no se comunicaba seguramente era por su trabajo, porque estaba cumpliendo con alguna misión. Ella debía hacer lo mismo y cuidar de las suyas. No quedaba de otra.
Así fue cómo el sábado por la noche llegó. La ronda laboral de la semana se había terminado para ella; salió de la iglesia caminando con tranquilidad, no se subió a algún carruaje, sus ganas de caminar se encontraban en ese momento, y por esa razón avanzó hasta la zona comercial dónde compró un poco de comida Italiana de su viejo amigo Alessandro, un Italiano que se había instalado en París después de escapar de su tierra natal por miedo a su rey. Alessandro era un excelente cocinero, por eso ella le compraba de cenar todos los días a la semana. Ayudaba a su amigo extranjero para terminar la construcción de su casa con la compra de sus alimentos, mientras ella se degustaba el paladar; sólo platicó un poco con el hombre; poco tiempo duró en seguir por aquellos rumbos transitados, llegó con rapidez a casa para poder alimentarse, tomó una ducha y recogió un libro de su biblioteca personal para poder leer un poco antes de quedarse dormida. En realidad no tardó nada, su día laboral había sido tan pesado que pocas hojas de la novela bastaron para que Narcisse acompañara a Morfeo.
– ¡Quieto ahí! – Gritó con fuerza, tener un sueño ligero, la destreza de una guerrera, y la elegancia de una bailarina le hicieron poder tomar el brazo del inquisidor, hacerlo girar, doblar el mismo contra la espalda, y tenerlo en el suelo boca abajo con su peso encima - ¿No te enseñaron modales? Se toca al entrar – Gruñó entre dientes, pero lo que más la hizo molestar es que hubieran burlado con tanta facilidad su sistema de seguridad, ese que venía de la mano de trampas puestas estratégicamente por lo largo del camino; con su mano libre tiró del cabello negro del hombre, así podría ver gracias a la luz de la luna que se colaba por un ventanal, el rostro del malhechor.
– ¡Maximiliano! – Exclamó con fuerza al notar quien era. Se dejó caer a un lado soltándolo con rapidez. – Por poco te rebanaba la garganta, bruto – Resopló con fuerza, se puso de pie y al instante se cruzó de brazos.
Resopló, enseguida hizo una mueca de disgusto por seguir pensando en la consentida de sus padres. Chasqueó la lengua y terminó por guardar en una caja fuerte, una gran cantidad de cartas. ¿De quién eran? Por su puesto, de su hermano, de su tía Frauke, las dos únicas personas con las que de verdad sentía aprecio e interés. La mujer las había sacado de su escondite para poder revisar la fecha de llegada de la última que le envió el mayor de los sobrevivientes de los Capet, ya había transcurrido más de un mes, incluso dos, lo cual era raro, aunque no fueran los hermanos más amorosos, al menos se informaban de sus avances en misiones o simplemente dejaban en claro que se encontraban bien. ¿Qué habría ocurrido con Maximiliano en esa ocasión?
¿Para que preocuparse? No debía hacerlo; Narcisse tenía el permiso, y bajo su poder, los expedientes de todos los inquisidores a lo largo de mundo. Ella los archivaba, los ordenaba alfabéticamente, e incluso cuando alguno llamaba su atención, se dedicaba a estudiarlo una gran cantidad de horas. Así pasó con el de su hermano. ¿Para que mentir? Fue el primer día que le dieron ese rango cuando lo buscó para poder tener noticias de él. Se enteró que era uno de los mejores en el campo de batalla, que a veces le buscaban grandes reyes para hacerles trabajos pesados, que era inteligente, y el retrato que habían hecho de él resumía a que era tan atractivo como Francine y ella; después de leer todo aquello un calor especial en su pecho que no experimentaba desde hace mucho se instaló en la zona izquierda de su cuerpo, dónde decían que se tenía el corazón, se dio cuenta que podía sentir, y que le importaba la familia pese a todo.
A partir de ese momento, desde que supo a dirección y la manera de encontrarlo, Narcisse Capet, aquella mujer viuda, se puso en contacto con Maximiliano.
Últimamente el pensar en el nombre de su hermano la mantenía muy inquieta, era como si estuviera sucediendo algo malo con él, en el pecho sentía una opresión que no podía identificar, fue ahí que entendió cómo se siente cuando se está demasiado triste o angustiado. Poco después buscaba distracciones en la iglesia para no seguir con ese sentimiento tan débil, y lo lograba, hasta que después de algunos días ignoró aquello. Si su hermano no se comunicaba seguramente era por su trabajo, porque estaba cumpliendo con alguna misión. Ella debía hacer lo mismo y cuidar de las suyas. No quedaba de otra.
Así fue cómo el sábado por la noche llegó. La ronda laboral de la semana se había terminado para ella; salió de la iglesia caminando con tranquilidad, no se subió a algún carruaje, sus ganas de caminar se encontraban en ese momento, y por esa razón avanzó hasta la zona comercial dónde compró un poco de comida Italiana de su viejo amigo Alessandro, un Italiano que se había instalado en París después de escapar de su tierra natal por miedo a su rey. Alessandro era un excelente cocinero, por eso ella le compraba de cenar todos los días a la semana. Ayudaba a su amigo extranjero para terminar la construcción de su casa con la compra de sus alimentos, mientras ella se degustaba el paladar; sólo platicó un poco con el hombre; poco tiempo duró en seguir por aquellos rumbos transitados, llegó con rapidez a casa para poder alimentarse, tomó una ducha y recogió un libro de su biblioteca personal para poder leer un poco antes de quedarse dormida. En realidad no tardó nada, su día laboral había sido tan pesado que pocas hojas de la novela bastaron para que Narcisse acompañara a Morfeo.
– ¡Quieto ahí! – Gritó con fuerza, tener un sueño ligero, la destreza de una guerrera, y la elegancia de una bailarina le hicieron poder tomar el brazo del inquisidor, hacerlo girar, doblar el mismo contra la espalda, y tenerlo en el suelo boca abajo con su peso encima - ¿No te enseñaron modales? Se toca al entrar – Gruñó entre dientes, pero lo que más la hizo molestar es que hubieran burlado con tanta facilidad su sistema de seguridad, ese que venía de la mano de trampas puestas estratégicamente por lo largo del camino; con su mano libre tiró del cabello negro del hombre, así podría ver gracias a la luz de la luna que se colaba por un ventanal, el rostro del malhechor.
– ¡Maximiliano! – Exclamó con fuerza al notar quien era. Se dejó caer a un lado soltándolo con rapidez. – Por poco te rebanaba la garganta, bruto – Resopló con fuerza, se puso de pie y al instante se cruzó de brazos.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/01/2013
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Re: Recuerdos de Cristal || Narcisse Capet
Maximiliano se acerca lentamente a ella cuando de repente se ve derrumbado en el suelo, sintiendo un punzante dolor en su costado al ser sometido por su hermana, a la cual no recordaba tan hábil ni tan fuerte. Lanzo un gemido ahogado de dolor, el cual fue amortiguado por la máscara que ocultaba sus rasgos similares a los de su ajusticiadora, pero tan pronto como ella pudo le quito la máscara develando el rostro ya no tan familiar de su hermano el cual esbozaba una sonrisa ladina, el peso de su hermana y su brazo a punto de dislocarse no le permitían mucha movilidad, pero viro la cabeza para intentar observar a su hermana de reojo –Confiaba en que no lo harías, la curiosidad esta en tu naturaleza, no degollarías a tu perpetrador sin antes saber de quien se trataba- al ella soltarle y levantarse retirando su peso de su espalda, se levanta lentamente como si le costara un poco –Yo también he tenido los ojos puestos en ti, Narcisse- al ponerse en pie la observa aun sonriendo, pero su mueca se transforma por un instante en una dolor y le obliga a llevarse la mano al costado de su abdomen –Creo que me has abierto una herida- camina hacia la cama de la habitación y se sienta ahí aun con la mano presionando el área afectada. Examina un poco la herida durante unos instantes pero rápidamente vuelve su atención a Narcisse –Has cambiado mucho, en verdad has crecido, te has convertido en un mujer hermosa y muy fuerte, estoy orgulloso, nuestros padres estarían orgullosos de ti- le sonríe con cariño pero aquella mueca rápidamente es transformada por el dolor punzante y constante que le aqueja.
Sus ojos examinan la habitación de su hermana, aunque la oscuridad no le permite apreciar todos los detalles, era capaz de retener al menos algo de información de ahí, hace eso intentando ignorar el dolor y no admitir que quizá se apresuró mucho en hacer esta jugada pues estaba al tanto de que su hermana no era ninguna delicada florecilla indefensa, más bien todo lo contrario y quizá el mismo peco de confiado, lo cual era vergonzoso para el y se esforzaba al máximo en no demostrar su error manteniendo la calma –Cuéntame Narcisse- dice mientras se presiona más el abdomen -¿Hay algo de lo que deba enterarme? ¿Cómo te la estas llevando con Francine? ¿Aún se siguen odiando tanto como pregonan cada vez que se ven?- Preguntaba sin cesar sin darle oportunidad a ella de responder –Nuestra familia…- dice reflexivo –Nuestra familia fue marcada por la desgracia, nosotros, fuimos marcados por la tragedia a una edad muy temprana, ese hecho nos cambió a todos de formas diferentes, ¡Quien sabe qué vida tendríamos de haber sido diferente nuestra historia! Por eso Nar… Agh- esta vez el dolor fue demasiado como para disimularlo y un quejido se le escapó de entre los labios de Maximiliano.
Empieza a quitarse la parte superior de sus ropajes, mostrando sobre su piel una gran cantidad de cicatrices que deforman su cuerpo. Un ojo conocedor podía apreciar que fue hecha por el filo de una daga, no de una espada y que se había clavado profundo al realizarse el corte, casi toda su longitud. Sus dedos se dirigieron hacia la herida que se abría en su piel, rozando las costuras que se habían roto a lo largo de toda la herida, observando detalladamente como la sangre brotaba lentamente de ella. Maximiliano alzo la mirada hacia su hermana –Narcisse ¿tú sabes algo de Medicina, no es así?- dice como si la idea de que su sangre se derramase no le afectase, se veía frió e imperturbable hasta que el dolor de la carne lacerada se volvía insoportable y era cuando su rostro se formaba en una mueca de dolor –¿Podrías volver a coserme? – Levanta el brazo y señala con la mano opuesta la herida –Y por favor, trae también una botella de ron-
Sus ojos examinan la habitación de su hermana, aunque la oscuridad no le permite apreciar todos los detalles, era capaz de retener al menos algo de información de ahí, hace eso intentando ignorar el dolor y no admitir que quizá se apresuró mucho en hacer esta jugada pues estaba al tanto de que su hermana no era ninguna delicada florecilla indefensa, más bien todo lo contrario y quizá el mismo peco de confiado, lo cual era vergonzoso para el y se esforzaba al máximo en no demostrar su error manteniendo la calma –Cuéntame Narcisse- dice mientras se presiona más el abdomen -¿Hay algo de lo que deba enterarme? ¿Cómo te la estas llevando con Francine? ¿Aún se siguen odiando tanto como pregonan cada vez que se ven?- Preguntaba sin cesar sin darle oportunidad a ella de responder –Nuestra familia…- dice reflexivo –Nuestra familia fue marcada por la desgracia, nosotros, fuimos marcados por la tragedia a una edad muy temprana, ese hecho nos cambió a todos de formas diferentes, ¡Quien sabe qué vida tendríamos de haber sido diferente nuestra historia! Por eso Nar… Agh- esta vez el dolor fue demasiado como para disimularlo y un quejido se le escapó de entre los labios de Maximiliano.
Empieza a quitarse la parte superior de sus ropajes, mostrando sobre su piel una gran cantidad de cicatrices que deforman su cuerpo. Un ojo conocedor podía apreciar que fue hecha por el filo de una daga, no de una espada y que se había clavado profundo al realizarse el corte, casi toda su longitud. Sus dedos se dirigieron hacia la herida que se abría en su piel, rozando las costuras que se habían roto a lo largo de toda la herida, observando detalladamente como la sangre brotaba lentamente de ella. Maximiliano alzo la mirada hacia su hermana –Narcisse ¿tú sabes algo de Medicina, no es así?- dice como si la idea de que su sangre se derramase no le afectase, se veía frió e imperturbable hasta que el dolor de la carne lacerada se volvía insoportable y era cuando su rostro se formaba en una mueca de dolor –¿Podrías volver a coserme? – Levanta el brazo y señala con la mano opuesta la herida –Y por favor, trae también una botella de ron-
Maximiliano Capet***- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/01/2014
Re: Recuerdos de Cristal || Narcisse Capet
Narcisse guardó silencio más tiempo de lo imaginado. Tener a su hermano frente a ella resultaba aterrado, real, cómo si estuviera viendo a un fantasma de su pasado. Muchas heridas se estaban abriendo, esas que había escondido muy bien con tal de no mostrar su debilidad. Para la inquisidora la perdida de sus padres había costado parte de lo que ahora mostraba de su carácter. Fría, altanera, egoísta, superficial,vanidosa, una gran cantidad de detalles que muchos resaltaban pero que nadie se detenía a analizar con profundidad. La inquisidora observaba con devoción a su hermano. En silencio siempre lo había admirado por todo aquello que había hecho por la inquisición, porque si, se la pasaba horas leyendo los historiales de aquel grandulón, aunque en sus cartas nunca se lo mencionara; la chica suspiró con profundidad caminando lentamente para acercarse a ese que llevaba su misma sangre.
- Resulta patético que un profesional como tu quiera esconder una herida como esa. Ocultar el dolor es de los débiles, ¿Sabes por qué? No curar una herida como debe ser te termina por causar problemas en el futuro, te hace un blanco más fácil, así que para la otra que tengas ese tipo de accidentes, más vale que lo digas al instante - Su barbilla altanera dejaba en claro que sus palabras más valían ser acatadas; se acomodó la bata de dormir, caminó por la habitación y sacó un cuadro que yacía colgado en una pared. Bajo él se encontraba una pequeña puerta, dentro de ella se encontraba dinero, joyas y un cuadro que no tardó en sacar. Era como una especie de botiquín. La inquisidora dio media vuelta para volver a enfrentar a la cara a su hermano.
Cuando se acercó se sentó sobre el regazo del caballero y lo empujó para que se recostara en la cama. Saco un frasco blanco que no tardó en untar, ni siquiera le avisó que podría arderle o no. Simplemente lo hizo, con ello estaba por limpiar su herida. Narcisse también dejó caer un poco de ese liquido sobre sus finas manos para poder desinfectarlas. Así fue como empezó a abrir un poco la herida del hombre notando que de algunas zonas le salía pus. Suspiró fastidiada y apretó con fuerza para hacer que aquel mal saliera, al poco tiempo aplicó de un remedio verdoso. Una aguja con el hilo especial apareció y con lentitud buscando no lastimar demás a su hermano. Al poco tiempo ya se encontraba como nuevo. Movió su cabello y se levantó del regazo del hombre. Si se sentó de esa manera sobre él fue por la simple razón de que su peso evitaría que se moviera y que la herida resultara peor.
- No tengo porque tener una buena relación con Francine ¿Acaso debo? No tengo tiempo para aguantar hermanas sentimentales y lloronas, resulta asfixiante y claramente me avergüenza. En la inquisición se la pasa llorando, lamentando su vida llena de horror ¿acaso crees que quiero me comparen con ella? Por favor, no… - Se encogió de hombros. Si tenía cariño por su hermana pequeña, a fin de cuentas era su sangre, y algo de crédito se le daba por tener méritos dentro de los templos del señor, pero esa conducta tan débil que ella había adquirido la hacía sentir extrema vergüenza. - Pero la puse a hacer algo más productivo, tengo pistas sobre el posible asesino de nuestros padres - Recogía con suavidad cada cosa que ocupó para la curación de su hermano. Las guardó y otro poco las tiró por higiene. Entró a su cuarto de baño y lavó sus manos, a los instantes ya se encontraba sentada frente a Maximiliano. - También parece que la misma persona que asesinó a nuestros padres lo hizo con sus hijos, aun no estoy segura, le servirá mucho mantenerse distraída, quizás así deje de llorar ¿no lo crees? - En su rostro se mostró un poco de burla, era evidente que su hermana la irritaba, no lo iba a negar. Nunca lo haría.
- Resulta patético que un profesional como tu quiera esconder una herida como esa. Ocultar el dolor es de los débiles, ¿Sabes por qué? No curar una herida como debe ser te termina por causar problemas en el futuro, te hace un blanco más fácil, así que para la otra que tengas ese tipo de accidentes, más vale que lo digas al instante - Su barbilla altanera dejaba en claro que sus palabras más valían ser acatadas; se acomodó la bata de dormir, caminó por la habitación y sacó un cuadro que yacía colgado en una pared. Bajo él se encontraba una pequeña puerta, dentro de ella se encontraba dinero, joyas y un cuadro que no tardó en sacar. Era como una especie de botiquín. La inquisidora dio media vuelta para volver a enfrentar a la cara a su hermano.
Cuando se acercó se sentó sobre el regazo del caballero y lo empujó para que se recostara en la cama. Saco un frasco blanco que no tardó en untar, ni siquiera le avisó que podría arderle o no. Simplemente lo hizo, con ello estaba por limpiar su herida. Narcisse también dejó caer un poco de ese liquido sobre sus finas manos para poder desinfectarlas. Así fue como empezó a abrir un poco la herida del hombre notando que de algunas zonas le salía pus. Suspiró fastidiada y apretó con fuerza para hacer que aquel mal saliera, al poco tiempo aplicó de un remedio verdoso. Una aguja con el hilo especial apareció y con lentitud buscando no lastimar demás a su hermano. Al poco tiempo ya se encontraba como nuevo. Movió su cabello y se levantó del regazo del hombre. Si se sentó de esa manera sobre él fue por la simple razón de que su peso evitaría que se moviera y que la herida resultara peor.
- No tengo porque tener una buena relación con Francine ¿Acaso debo? No tengo tiempo para aguantar hermanas sentimentales y lloronas, resulta asfixiante y claramente me avergüenza. En la inquisición se la pasa llorando, lamentando su vida llena de horror ¿acaso crees que quiero me comparen con ella? Por favor, no… - Se encogió de hombros. Si tenía cariño por su hermana pequeña, a fin de cuentas era su sangre, y algo de crédito se le daba por tener méritos dentro de los templos del señor, pero esa conducta tan débil que ella había adquirido la hacía sentir extrema vergüenza. - Pero la puse a hacer algo más productivo, tengo pistas sobre el posible asesino de nuestros padres - Recogía con suavidad cada cosa que ocupó para la curación de su hermano. Las guardó y otro poco las tiró por higiene. Entró a su cuarto de baño y lavó sus manos, a los instantes ya se encontraba sentada frente a Maximiliano. - También parece que la misma persona que asesinó a nuestros padres lo hizo con sus hijos, aun no estoy segura, le servirá mucho mantenerse distraída, quizás así deje de llorar ¿no lo crees? - En su rostro se mostró un poco de burla, era evidente que su hermana la irritaba, no lo iba a negar. Nunca lo haría.
Narcisse Capet- Inquisidor Clase Alta
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