AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una desgracia con suerte (Bethany)
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Una desgracia con suerte (Bethany)
Un nuevo día había llegado a su fin y Sean se encontraba mirando a través de una decrépita ventana. Las luces en el exterior estaban encendiéndose lentamente a medida que el sol se ocultaba tras los vetustos arboles que rodeaban el complejo hospitalario donde se encontraba. El lugar era enorme, una ciudad en si misma, constantemente las enfermeras pasaban recorriendo los pasillos y cargando vendajes, pinzas, comidas y algunas bebidas para los pacientes del lugar. Sean estaba ya aburrido de todo esto.
Su estadía se había hecho mas prolongada de lo habitual. La mañana había comenzado temprano como de costumbre, pero apenas llegado el mediodía cuando los primeros botes comenzaban a llegar al muelle se dio lugar a la situación que cambió el día por completo. Normalmente en su trabajo de pescador se encargaba de descargar la mercadería que traían en los botes y embarcaciones luego de toda una mañana de pesca. Lo diferente fue que de una de las embarcaciones bajó uno de sus compañeros perdiendo bastante sangre a la altura de la rodilla, esto obviamente no se notaba porque al principio solo pudo ver como lo cargaban entre tres y descendían del pequeño barco llevándolo rápidamente al interior donde ellos acostumbraban a habitar. El herido tenia de la rodilla para abajo completamente bañado en sangre y había perdido el conocimiento breves instantes antes de desembarcar.
Rápidamente fue llevado en un carro hacia el hospital donde yacía desde entonces, bajo la custodia de Sean encargado de velar por él. Al momento no había recuperado el conocimiento asi que le se pidió al custodio que se quedara a disposición de este por cualquier posible inconveniente. Sin mas que hacer Sean no tuvo mas que aceptar. Tenía ganas de comer algo, de dormir al menos un rato, pero por mas que se acurrucó en el frio asiento de madera no consiguió hacerlo con el continuo transito del pasillo donde se encontraba. La gente que venía de visitas se apresuraba a entrar en las diferentes habitaciones a ver a sus familiares, a traerles algo de comida y alguna que otra noticia del mundo.
Afuera poco quedaba de lo que antes fue sol, los últimos destellos morían en el horizonte mientras el frío tomaba parte del lugar una vez mas, se hacía mas fuerte. El hospital era tétrico bajo las luces mortecinas y blancas que iluminaban todos los pasillos. Hubiera agradecido tener una manta con él.
De pronto una enfermera se acerca de la mano con una joven de cabellos castaños, de mirada inocente y la deposita en medio del gran banco de madera en el cual se replegaba en una de sus esquinas Sean.
-Quédate por aquí, si?- le dijo la enfermera amablemente mientras esta asentía sin mas, la enfermera miró al hombre en la esquina para luego retirarse sin darle demasiada importancia al asunto. Sean se quedó observando a la joven por curiosidad, ¿vendría a visitar a algún familiar?, ¿Sería paciente de allí?
Las preguntas se acabaron cuando la joven dedico su mirada y se la devolvió fijando sus ojos en él.
Su estadía se había hecho mas prolongada de lo habitual. La mañana había comenzado temprano como de costumbre, pero apenas llegado el mediodía cuando los primeros botes comenzaban a llegar al muelle se dio lugar a la situación que cambió el día por completo. Normalmente en su trabajo de pescador se encargaba de descargar la mercadería que traían en los botes y embarcaciones luego de toda una mañana de pesca. Lo diferente fue que de una de las embarcaciones bajó uno de sus compañeros perdiendo bastante sangre a la altura de la rodilla, esto obviamente no se notaba porque al principio solo pudo ver como lo cargaban entre tres y descendían del pequeño barco llevándolo rápidamente al interior donde ellos acostumbraban a habitar. El herido tenia de la rodilla para abajo completamente bañado en sangre y había perdido el conocimiento breves instantes antes de desembarcar.
Rápidamente fue llevado en un carro hacia el hospital donde yacía desde entonces, bajo la custodia de Sean encargado de velar por él. Al momento no había recuperado el conocimiento asi que le se pidió al custodio que se quedara a disposición de este por cualquier posible inconveniente. Sin mas que hacer Sean no tuvo mas que aceptar. Tenía ganas de comer algo, de dormir al menos un rato, pero por mas que se acurrucó en el frio asiento de madera no consiguió hacerlo con el continuo transito del pasillo donde se encontraba. La gente que venía de visitas se apresuraba a entrar en las diferentes habitaciones a ver a sus familiares, a traerles algo de comida y alguna que otra noticia del mundo.
Afuera poco quedaba de lo que antes fue sol, los últimos destellos morían en el horizonte mientras el frío tomaba parte del lugar una vez mas, se hacía mas fuerte. El hospital era tétrico bajo las luces mortecinas y blancas que iluminaban todos los pasillos. Hubiera agradecido tener una manta con él.
De pronto una enfermera se acerca de la mano con una joven de cabellos castaños, de mirada inocente y la deposita en medio del gran banco de madera en el cual se replegaba en una de sus esquinas Sean.
-Quédate por aquí, si?- le dijo la enfermera amablemente mientras esta asentía sin mas, la enfermera miró al hombre en la esquina para luego retirarse sin darle demasiada importancia al asunto. Sean se quedó observando a la joven por curiosidad, ¿vendría a visitar a algún familiar?, ¿Sería paciente de allí?
Las preguntas se acabaron cuando la joven dedico su mirada y se la devolvió fijando sus ojos en él.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: Una desgracia con suerte (Bethany)
¡Oh! ¡Qué tragedia! ¡Qué terrible fatalidad! ¿Cómo podía sentirse tan horriblemente desdichada sin que nadie en esa mugrienta casa se diese cuenta? No les importaba. A ninguno. Y por eso se había escapado. Se había ido corriendo del castillo en la noche, mientras todos fingían dormir solamente para no hacerle caso. ¿Por qué eran tan desagradables con ella? ¿Es que no comprendían lo mucho que le dolía haber perdido aquel gatito que había adoptado horas antes? Se pasó la mitad de la noche llorando, y la otra mitad maquinando acerca de cómo hacerles ver lo importante que era. Desde la muerte de Pío... Su Pío, el mejor pájaro que nadie nunca pudiera haber tenido, todo se había ido desmoronando a su alrededor. Sus criados la miraban mal. Su marido la miraba mal. Como si fuese una extraña, como si ella lo hubiera matado. Susurraban en las esquinas que se estaba volviendo loca, que no se tomaba la medicación y por eso había cometido aquel horrible "pajaricidio". Pero ella, ella sabía la verdad. Ellos se lo habían llevado. Los demonios que habitaban debajo de su cama. Se lo habían llevado para que les cantase en el más allá. ¡Tan hermoso era su canto que todos lo envidiaban! Y esos malditos sirvientes no entendían, no querían entender. ¡La llamaban loca! ¡Qué horrible broma del destino era aquella que los ponía a todos en su contra! Quería llorar. Pero sólo le salió una risilla sarcástica mientras se escabullía por una ventana del primer piso. Ya la echarían de menos, ya...
Y así fue como la encontraron, sudando y riéndose de forma histérica, corriendo a altas horas de la madrugada por callejones desiertos. Sucia, con lágrimas cayendo por sus ojos de forma desordenada, y maldiciendo en voz de grito a aquellos que le arrebataron a su Pío, y acababan de hacer lo mismo con Catty, su gatita. ¡Y a ella la llamaban loca! Un agente de policía la arrastró hasta un coche de caballos, forcejeando sin importarle que fuese una señorita. Y menos mal, porque su agresividad en aquel estado solía ser bastante evidente. Le mordió en el brazo unas tres veces, antes de calmarse. Para cuando llegaron al hospital la joven estaba en estado catatónico, y murmuraba por lo bajo algo así como "os arrepentiréis". Ninguno de los tres psiquiatras que la atendieron consiguieron que dijera a qué se refería. Y la verdad es que ni ella misma se acordaba. La ira dio paso de forma repentina a la más absoluta tristeza. Se puso a llorar de forma brusca, saliendo de aquel estado de catatonia con la misma rapidez con que había entrado. Unas enfermeras muy simpáticas curaron sus heridas, y le preguntaron si tenía algún familiar cercano que pudiera ir a recogerla. Pero como sabía que nadie la quería, y que todos pensaban que era una asesina de pájaros, dijo que no. Y no era mentir. ¿Porque podría considerar de su familia a aquellos que la despreciaban, que la llamaban loca? ¡Malditos, una y mil veces!
Tras asegurarse de que la joven estuviera "estable" -como si eso fuera posible en el caso de Bethany-, la acompañaron a un banco a fin de agilizar ellas el papeleo mientras se quedaba sentadita. Querían ingresarla. Lo había escuchado. Ella se hizo la tonta y fingió que no sabía nada, pero lo había oído. ¿Por qué todos se empeñaban en querer hacerle daño? Sólo querían clavarle mil agujas y hacerle pruebas que no ayudarían en nada a que pudiera encontrar a su Pío, o a su gato. Esas enfermeras... ¡eran igual que todos! Ya las odiaba y ni siquiera sabía sus nombres. Olían a papilla y a medicamentos. Que horrible lugar. ¿Dónde la habían metido? Había gente enferma por todas partes. Gente que la miraba como si ella fuese un bicho raro. ¡Qué sabían ellos por el infierno por el que estaba pasando! Estaba tan sola... Se sentía tan sola. Sólo quería regresar a casa y que todo estuviese como antes. Ella y su Pío, y su gata, sin que los demonios la molestaran nunca más. Pero todos la odiaban. No veían que estaba sufriendo. La chica se sentó en el banco sin mostrar ninguna de aquellas emociones que poco a poco se iban apoderando de ella. Entonces reparo en la mirada de un joven sobre la suya propia, y una sonrisa fugaz se instaló en su semblante. Tras llevarse un dedo a los labios en un gesto que invitaba a guardar un secreto, se levantó en cuanto vio a la enfermera desaparecer, y echó a correr hacia el exterior. ¡No pensaba quedarse allí mientras los demonios se llevaban a su gato! ¡Le rescataría!
Y así fue como la encontraron, sudando y riéndose de forma histérica, corriendo a altas horas de la madrugada por callejones desiertos. Sucia, con lágrimas cayendo por sus ojos de forma desordenada, y maldiciendo en voz de grito a aquellos que le arrebataron a su Pío, y acababan de hacer lo mismo con Catty, su gatita. ¡Y a ella la llamaban loca! Un agente de policía la arrastró hasta un coche de caballos, forcejeando sin importarle que fuese una señorita. Y menos mal, porque su agresividad en aquel estado solía ser bastante evidente. Le mordió en el brazo unas tres veces, antes de calmarse. Para cuando llegaron al hospital la joven estaba en estado catatónico, y murmuraba por lo bajo algo así como "os arrepentiréis". Ninguno de los tres psiquiatras que la atendieron consiguieron que dijera a qué se refería. Y la verdad es que ni ella misma se acordaba. La ira dio paso de forma repentina a la más absoluta tristeza. Se puso a llorar de forma brusca, saliendo de aquel estado de catatonia con la misma rapidez con que había entrado. Unas enfermeras muy simpáticas curaron sus heridas, y le preguntaron si tenía algún familiar cercano que pudiera ir a recogerla. Pero como sabía que nadie la quería, y que todos pensaban que era una asesina de pájaros, dijo que no. Y no era mentir. ¿Porque podría considerar de su familia a aquellos que la despreciaban, que la llamaban loca? ¡Malditos, una y mil veces!
Tras asegurarse de que la joven estuviera "estable" -como si eso fuera posible en el caso de Bethany-, la acompañaron a un banco a fin de agilizar ellas el papeleo mientras se quedaba sentadita. Querían ingresarla. Lo había escuchado. Ella se hizo la tonta y fingió que no sabía nada, pero lo había oído. ¿Por qué todos se empeñaban en querer hacerle daño? Sólo querían clavarle mil agujas y hacerle pruebas que no ayudarían en nada a que pudiera encontrar a su Pío, o a su gato. Esas enfermeras... ¡eran igual que todos! Ya las odiaba y ni siquiera sabía sus nombres. Olían a papilla y a medicamentos. Que horrible lugar. ¿Dónde la habían metido? Había gente enferma por todas partes. Gente que la miraba como si ella fuese un bicho raro. ¡Qué sabían ellos por el infierno por el que estaba pasando! Estaba tan sola... Se sentía tan sola. Sólo quería regresar a casa y que todo estuviese como antes. Ella y su Pío, y su gata, sin que los demonios la molestaran nunca más. Pero todos la odiaban. No veían que estaba sufriendo. La chica se sentó en el banco sin mostrar ninguna de aquellas emociones que poco a poco se iban apoderando de ella. Entonces reparo en la mirada de un joven sobre la suya propia, y una sonrisa fugaz se instaló en su semblante. Tras llevarse un dedo a los labios en un gesto que invitaba a guardar un secreto, se levantó en cuanto vio a la enfermera desaparecer, y echó a correr hacia el exterior. ¡No pensaba quedarse allí mientras los demonios se llevaban a su gato! ¡Le rescataría!
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 118
Fecha de inscripción : 27/09/2013
Re: Una desgracia con suerte (Bethany)
Que agradable parecía, mostraba una tranquilidad casi pasmosa a cualquiera. Bien parecía que nada pasaba por su mente. Nadie esperaría nada de ella en estos momentos hasta que de pronto, esbozó una bella y fugaz sonrisa y sus ojos se posaron en los de Sean por primera vez. Lo invitó al silencio y sin querer este frunció un poco el entrecejo sin saber a que se refería.
Quizá no estuviera en sus cabales, pensó. Hasta que la joven con un movimiento fugaz se levantó recuperando la fuerza que había parecido abandonarla hace breves instantes cuando la enfermera la depositó en el banco de madera.
Sorprendido el hombre optó por estirar su cabeza sobre el pasillo observando hacia el otro lado a ver si la enfermera estaba de vuelta. Salió de su acurrucamiento en el borde del banco y levantándose de este miró por la puerta lateral que salía a un amplio patio rodeado de arboles algo frondosos, de seguro este patio daba con la arboleda que rondaba el hospital.
Sin pensarlo mucho recogió su bolsa al hombro y salió corriendo por la puerta hacia el patio, no sin antes volver a cerciorarse que la enfermera no estaba de regreso. Al salir al patio notó que el oxigeno lo embriagaba después de pasar tantas horas encerrado dentro del hospital que destilaba antiséptico del cual el aire se viciaba con cada minuto. A lo lejos observó a la chica escapista y cuando estaba por chiflarle para llamar su atención recordó que no debía hacerlo o todos lo notarían, asi que fue corriendo hacia donde se escabullía su figura entre los primeros arboles de la gran arboleda que rodeaba el hospital, desde allí podría llamarla tranquilamente sin que nadie se de cuenta.
Corrió hasta allí y cuando llegó comenzó a gritar no muy fuerte, no podía estar muy alejada de allí.
-Mademoiselle, se encuentra bien? ¿Necesita ayuda?- preguntó al aire mientras observaba a su alrededor buscando algún movimiento en la leve penumbra que se formaba con la eminente caída de la noche. Temía que estuviera sufriendo de algún problema que la llevara a cometer alguna locura. Como siempre en estos casos, cualquier persona que él pudiera ayudar o aconsejar no era tiempo perdido, desde muy pequeño siempre se le enseño a ser una persona solidaria ante todo y por ello agradecía a sus padres su sentido gran sentido de compromiso con el resto de la gente, la cual podía o no conocer.
Este tipo de cosas lo llevó incluso a ponerse a ayudar como seguridad por las noches en la casa de acogidas donde muchos inmigrantes y gente local con problemas monetarios pasaban sus noches a resguardo del frío de la intemperie. Había noches que incluso él dejaba su humilde habitación en el muelle para internarse en la casa de hospedaje con el resto.
Era un hombre feliz de ayudar y no lo hacia por compromiso, era desinteresado, por este motivo solía aventurarse tras la gente. Se preocupó al notar que no le respondían y llegó a suponer lo peor.
Quizá no estuviera en sus cabales, pensó. Hasta que la joven con un movimiento fugaz se levantó recuperando la fuerza que había parecido abandonarla hace breves instantes cuando la enfermera la depositó en el banco de madera.
Sorprendido el hombre optó por estirar su cabeza sobre el pasillo observando hacia el otro lado a ver si la enfermera estaba de vuelta. Salió de su acurrucamiento en el borde del banco y levantándose de este miró por la puerta lateral que salía a un amplio patio rodeado de arboles algo frondosos, de seguro este patio daba con la arboleda que rondaba el hospital.
Sin pensarlo mucho recogió su bolsa al hombro y salió corriendo por la puerta hacia el patio, no sin antes volver a cerciorarse que la enfermera no estaba de regreso. Al salir al patio notó que el oxigeno lo embriagaba después de pasar tantas horas encerrado dentro del hospital que destilaba antiséptico del cual el aire se viciaba con cada minuto. A lo lejos observó a la chica escapista y cuando estaba por chiflarle para llamar su atención recordó que no debía hacerlo o todos lo notarían, asi que fue corriendo hacia donde se escabullía su figura entre los primeros arboles de la gran arboleda que rodeaba el hospital, desde allí podría llamarla tranquilamente sin que nadie se de cuenta.
Corrió hasta allí y cuando llegó comenzó a gritar no muy fuerte, no podía estar muy alejada de allí.
-Mademoiselle, se encuentra bien? ¿Necesita ayuda?- preguntó al aire mientras observaba a su alrededor buscando algún movimiento en la leve penumbra que se formaba con la eminente caída de la noche. Temía que estuviera sufriendo de algún problema que la llevara a cometer alguna locura. Como siempre en estos casos, cualquier persona que él pudiera ayudar o aconsejar no era tiempo perdido, desde muy pequeño siempre se le enseño a ser una persona solidaria ante todo y por ello agradecía a sus padres su sentido gran sentido de compromiso con el resto de la gente, la cual podía o no conocer.
Este tipo de cosas lo llevó incluso a ponerse a ayudar como seguridad por las noches en la casa de acogidas donde muchos inmigrantes y gente local con problemas monetarios pasaban sus noches a resguardo del frío de la intemperie. Había noches que incluso él dejaba su humilde habitación en el muelle para internarse en la casa de hospedaje con el resto.
Era un hombre feliz de ayudar y no lo hacia por compromiso, era desinteresado, por este motivo solía aventurarse tras la gente. Se preocupó al notar que no le respondían y llegó a suponer lo peor.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
- Mensajes : 255
Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: Una desgracia con suerte (Bethany)
Correr, correr y no detenerse nunca era todo cuanto tenía en mente en aquellos momentos. Por el camino hacia a su libertad se fue encontrando con personas extrañas que la observaban de arriba abajo como si estuviera haciendo algo inconveniente. ¡Cómo odiaba esas miradas! La hacían sentir diferente, fuera de lugar, cuando eran precisamente ellos quienes interferían en sus asuntos, alzando sus manos mugrientas y alargadas en su dirección. No tenían rostro, ni facciones. Sólo dos huecos oscuros y acusadores que chillaban en silencio. Ella los miraba con una mezcla de terror y de asco, pese a estar acostumbrada a verlos casi a diario. ¡¿Pero por qué se empeñaban en seguirla siempre a ella?! ¿Acaso no había más gente en el mundo? Tropezó unas cuantas veces antes de lograr abrir la puerta que la condujo directamente a un pequeño bosque tras el hospital. Le dolían las piernas y los brazos, además de las heridas que le acababan de curar. La ropa se le pegaba al cuerpo, haciéndola sentir incómoda, y lo peor era que no tenía ni idea de cómo volver a casa desde aquel horrible lugar. Se sumergió en la arboleda con las lágrimas rodando por sus mejillas, mientras que de sus labios escapaban carcajadas nerviosas. Allí no la encontrarían, aunque sería un blanco fácil para los demonios... con ellos era más fácil pelear.
Se sentía frustrada, triste, desamparada. ¿Acaso no podían, aquellos que la miraban con ojos extraños, comprender lo que pasaba por su cabeza? No. No podían. No sabían. El mundo era hostil para con ella, y todos la criticaban sin pararse a intentar ponerse en su lugar. ¡Malditos todos! ¡Los odiaba! Para que luego dijeran que la felicidad de los locos era envidiable... ¡Ja! Si ellos supieran el terrible sufrimiento al que se veía sometida a diario no dirían esa sarta de mentiras. ¡¿Quién estaría más loco, eh?! ¡Que tormento! Cuando no la perseguían los demonios, con sus largas garras para intentar arrastrarla a la oscuridad, la perseguían los "cuidadores" tratando de hacerla entrar en razón, sin pretender nunca entender sus razones. Cuán absurdos se veían corriendo tras ella con jeringas envenenadas en sus manos. ¡Veneno para hacerla dormir a la fuerza! Si fuese por ella, podrían inyectárselo ellos mimos e irse todos al carajo con sus remedios para mantenerla quieta y tranquila. Anestesiaban sus sentidos únicamente porque no entendían su manera de ver el mundo. ¡Qué falta de empatía, de piedad! ¿Acaso no veían que estaba sufriendo? No. No lo veían. Ellos no veían nada que no quisieran ver. Se limitaban a martirizarla, a ocultarla, sólo por ser incapaces de controlar sus impulsos. ¡Al infierno con todos!
Se detuvo tras un grueso árbol, creyéndose oculta de la mirada indiscreta de las maléficas enfermeras que seguramente estarían persiguiéndola en aquel momento. ¡Ojalá se cansaran de buscar y la dieran por desaparecida! Así no la volverían a molestar. Total, si tampoco la iban a echar de menos... Se recostó contra la corteza rasposa y envejecida del árbol, respirando con dificultad. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho en cualquier momento. ¡Oh, cómo deseaba estar ahora bajo las suaves sábanas de su cama! Cálida. Aunque luego la odiase por ser tan enorme y estar tan vacía. ¿Por qué todos la miraban de forma extraña, como si la odiasen? ¿Acaso había hecho algo tan malo como para merecerse el horrible castigo que suponía su indiferencia? O la martirizaban o la ignoraban, nunca había un término medio. ¡Eran unos crueles infelices! Y algún día se las pagarían todas juntas. Aunque fuese lo último que hiciera. Se sentó en la tierra húmeda, envuelta en un manto de lágrimas, pese a no sentirse exactamente triste. No sabía cómo se sentía... O quizá sentía demasiadas cosas a la vez, y no tenía claro a cuáles prestar atención.
Oyó una voz en su espalda, lo que la hizo sobresaltarse de repente. Se levantó rápidamente y salió corriendo en dirección al interior del bosque sin pensárselo dos veces. ¡No la atraparían, no en campo abierto! Llevaba muchos años guardando las fuerzas atrapada en su habitación. ¡No regresaría a ese horrible lugar! Y parecía que iba a conseguirlo, cuando un árbol se cruzó en su camino. Chocó con él, dándose un golpe en la cabeza, tan fuerte que la hizo caer de espaldas. - ¡¡AAH!! ¡Maldito ente del mal! ¡Déjame escapar de esas enfermeras psicópatas! -Vociferó en dirección al causante de tal estropicio, como si el lugar de ser un simple vegetal se tratase de algo más... Siniestro. Volteó la cabeza para toparse nuevamente con la mirada del joven de antes. ¿Él también formaba parte del complot mundial por hacerla enloquecer? ¡Maldito! ¡Igual que todos! - ¡No te me acerques! ¡O juro que te morderé todo lo fuerte que me den mis dientes! -Se arrastró por el suelo, hasta juntar la espalda con el tronco con que acababa de golpearse. Un hilo de sangre le caía de la nariz, aunque ni siquiera se dio cuenta. Le dolía demasiado el golpe en la cabeza.
Se sentía frustrada, triste, desamparada. ¿Acaso no podían, aquellos que la miraban con ojos extraños, comprender lo que pasaba por su cabeza? No. No podían. No sabían. El mundo era hostil para con ella, y todos la criticaban sin pararse a intentar ponerse en su lugar. ¡Malditos todos! ¡Los odiaba! Para que luego dijeran que la felicidad de los locos era envidiable... ¡Ja! Si ellos supieran el terrible sufrimiento al que se veía sometida a diario no dirían esa sarta de mentiras. ¡¿Quién estaría más loco, eh?! ¡Que tormento! Cuando no la perseguían los demonios, con sus largas garras para intentar arrastrarla a la oscuridad, la perseguían los "cuidadores" tratando de hacerla entrar en razón, sin pretender nunca entender sus razones. Cuán absurdos se veían corriendo tras ella con jeringas envenenadas en sus manos. ¡Veneno para hacerla dormir a la fuerza! Si fuese por ella, podrían inyectárselo ellos mimos e irse todos al carajo con sus remedios para mantenerla quieta y tranquila. Anestesiaban sus sentidos únicamente porque no entendían su manera de ver el mundo. ¡Qué falta de empatía, de piedad! ¿Acaso no veían que estaba sufriendo? No. No lo veían. Ellos no veían nada que no quisieran ver. Se limitaban a martirizarla, a ocultarla, sólo por ser incapaces de controlar sus impulsos. ¡Al infierno con todos!
Se detuvo tras un grueso árbol, creyéndose oculta de la mirada indiscreta de las maléficas enfermeras que seguramente estarían persiguiéndola en aquel momento. ¡Ojalá se cansaran de buscar y la dieran por desaparecida! Así no la volverían a molestar. Total, si tampoco la iban a echar de menos... Se recostó contra la corteza rasposa y envejecida del árbol, respirando con dificultad. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho en cualquier momento. ¡Oh, cómo deseaba estar ahora bajo las suaves sábanas de su cama! Cálida. Aunque luego la odiase por ser tan enorme y estar tan vacía. ¿Por qué todos la miraban de forma extraña, como si la odiasen? ¿Acaso había hecho algo tan malo como para merecerse el horrible castigo que suponía su indiferencia? O la martirizaban o la ignoraban, nunca había un término medio. ¡Eran unos crueles infelices! Y algún día se las pagarían todas juntas. Aunque fuese lo último que hiciera. Se sentó en la tierra húmeda, envuelta en un manto de lágrimas, pese a no sentirse exactamente triste. No sabía cómo se sentía... O quizá sentía demasiadas cosas a la vez, y no tenía claro a cuáles prestar atención.
Oyó una voz en su espalda, lo que la hizo sobresaltarse de repente. Se levantó rápidamente y salió corriendo en dirección al interior del bosque sin pensárselo dos veces. ¡No la atraparían, no en campo abierto! Llevaba muchos años guardando las fuerzas atrapada en su habitación. ¡No regresaría a ese horrible lugar! Y parecía que iba a conseguirlo, cuando un árbol se cruzó en su camino. Chocó con él, dándose un golpe en la cabeza, tan fuerte que la hizo caer de espaldas. - ¡¡AAH!! ¡Maldito ente del mal! ¡Déjame escapar de esas enfermeras psicópatas! -Vociferó en dirección al causante de tal estropicio, como si el lugar de ser un simple vegetal se tratase de algo más... Siniestro. Volteó la cabeza para toparse nuevamente con la mirada del joven de antes. ¿Él también formaba parte del complot mundial por hacerla enloquecer? ¡Maldito! ¡Igual que todos! - ¡No te me acerques! ¡O juro que te morderé todo lo fuerte que me den mis dientes! -Se arrastró por el suelo, hasta juntar la espalda con el tronco con que acababa de golpearse. Un hilo de sangre le caía de la nariz, aunque ni siquiera se dio cuenta. Le dolía demasiado el golpe en la cabeza.
Bethany S. Dunne- Hechicero Clase Alta
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