AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sonríe a la desgracia (Privado
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Sonríe a la desgracia (Privado
No puedo dejar de pensar en ti. Incluso apareces en mi sueños. No es justo como te has ido, y cómo te has móvido tan rápidamente, mientras que yo todavía estoy viviendo en el pasado
Hacía mucho tiempo que no se sentía así, estaba tan cansada de hacer múltiples tareas con las que no pensar en todo el desastre que constituía su vida privada, que ya apenas podía moverse sin hacer un gesto de dolor por las agujetas. Había conseguido hacer en tres días, todas las tareas que dejó abandonadas en un mes. Pero aun así, seguía sonriendo, con su delantal blanco, perfectamente colocado y atado sobre su vestido más sencillo, mientras servía comida a todos aquellos hombres y mujeres desamparados. Una de sus tareas favoritas consistía en ayudar a los demás. Por eso estaba en el grupo de “las damas contra la pobreza” que había creado Lady Viollet. Aquella dulce muchacha siempre conseguía enfurecer a su esposo, andando con su hinchado vientre de embarazada entre la multitud ofreciendo pan o galletas. Quizás por eso su esposo había financiado una gran parte de la organización, de esa forma se aseguraba de que su mujer estuviese a salvo y además, hiciese lo que le gustaba. El amor era siempre algo digno de ver.
Suspiró y su exhalación movió los rizos que decoraban su rostro, dándole un aspecto más aniñado del que ya poseía con su dulce sonrisa y una gran trenza decorada con flores de pequeñísimos tamaños. Eran unas decoraciones que le había comprado a una gitana en su última excursión al mercado. Le gustaba tanto usar aquellas trabas, que las lucía en cualquier peinado sencillo que se hiciera, intentando no colocar demasiadas para no abusar del efecto novedoso. Cuando una de las mujeres de la alta sociedad le preguntó el por qué llevaba flores en el pelo, ella sólo había respondido que mientras algunas las llevaban en sus sombreros, ella prefería que decorasen su cabellera. Había conseguido varias carcajadas con aquella respuesta, aunque sólo había sido sincera. Su tía, en paz descanse, le había enseñado a ser ligeramente novedosa en sus modelos de sociedad. “Debes llamar la atención, sin destacar lo suficiente sobre las demás como para que quieran atacarte.”. Eso le había dicho a sus dieciséis años. Y ahora, a sus veintiuno, ella sólo podía reflejar las enseñanzas que aquella fría mujer le había dado.
Una pareja de recién casados, al menos por su forma de mirarse el uno al otro, hizo que le doliera el corazón. Por un momento su sonrisa se tambaleó, al igual que la cuchara con la que servía las verduras. ¿Por qué Dios bendecía a unos con algo que le arrancaba a otros?. Las lágrimas acudieron a sus ojos, pero se mordió el labio y se obligó a continuar sirviendo la comida. Baja la cuchara, llénala, subela de nuevo y suelta el contenido en el plato. Ahora sonríe y deja que tu magia obre sobre los demás, se dijo a sí misma intentando animarse. Había salido de su Mansión, para volver a vivir. No podía seguir llorando la muerte de Brett. Sólo esperaría a que la muerte fuera benevolente y se la llevara pronto
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
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Re: Sonríe a la desgracia (Privado
Inspiró profundamente, intentando darse fuerzas en el momento en que el coche detenía su camino allí a las puertas de aquella organización benéfica. La portezuela se abrió y el rostro bonachón de su cochero la recibió con una sonrisa de complicidad. Tomó con delicadeza la mano extendida para bajar sin dificultad, escalón por escalón, hasta quedar en la acera, con sus manos intentó adecentar su vestimenta, un simple vestido de color tabaco, con pechera de encaje blanco, es que no debía olvidar que estaba de luto, aunque por su edad le permitieran solo el medio luto. Observó a ese hombre que siempre estaba para ella, desde que hacía casi dos meses que trabajaba para ella. Le sonrió con tristeza e inseguridad, y él amplió aquella sincera sonrisa - vamos señorita, verá que le hará muy bien, por una hora olvidará su dolor – dijo el hombre, que en realidad tenía el corazón herido al ver la tristeza y la soledad marcada en el rostro de aquella niña. Si, niña, apesar de sus diecinueve años recien cumplidos, porque para él que era padre de tres jovencitas casi de la misma edad, sentía a su señora, como una más de ellas. Acaso no era cierto que la joven se acercaba a las caballerizas y sentada en un fardo de heno se pasaba las tardes escuchando los relatos que André le contara. Ademas ella le había confiado su dolor más grande, haber vivido el asesinato de sus padres. Le había contado como llegó a Paris y muchas veces aquel viejo hombre caviló que ese salvador, no era otra cosa que un ser de la noche. Cada vez que recordaba aquello se santiguaba, intentando exorcizar la posible amenaza de que aquel ser intentara reclamar su trofeo.
Anna no pudo contener las lagrimas, - eso espero, André, pero sabes bien que las ausencias duelen aunque no pensemos en ellas – suspiró, secó sus lagrimas con el pañuelo bordado que su madre le había regalado la ultima navidad. Se quedó mirando aquel pequeño trozo de tela, - ¿ves a lo que me refiero? - susurró mientras extendía su mano hacia el hombre, mostrando el delicado pañuelo, - ellos nos persiguen, su recuerdo, su amor, su esencia está en cada objeto que nos hayan dado y los atesoramos como reliquias – su mirada era de suplica, la misma que cada día al levantar hacía al cielo, - porque tememos olvidarles, porque rogamos que la muerte se apiade y nos permita reunirnos pronto – caviló, no se atrevió a decir su deseo mas secreto en voz alta, porque bien sabia el esfuerzo que hacían todos sus sirvientes para espantar los fantasmas de la agonía de su joven corazón.
Intentó sacar fortalezas de los jirones de voluntad que le quedaban, - muy bien, he llegado hasta aquí, lo menos que puedo hacer, es intentarlo... ¿verdad? - sonrió tímidamente y se puso en puntas de pie para darle un suave beso en la mejilla algo arrugada de su cochero, a quien no le molestaba que lo hiciera, pero que sabía que tanto cariño para con los que servían era muy mal visto por parte de las señoras de alta sociedad, - niña... por favor... las señoras... - el hombre se apartó levemente, pero conservando la sonrisa por el cariño que la joven sentía hacia él, - si fuera posible, la adoptaría como mi hija – pensó ilusionado, aunque bien sabía que eso era imposible, ¿en que lugar permitirían que un hombre de clase tan humilde adoptara a una huérfana de clase alta?
Anna, sonrió, le gustaba hacerlo renegar, ¿sería porque era algo que hacía con su padre? Movió casi imperceptiblemente la cabeza negando aquello, - ven a buscarme en unas dos horas – no esperó que contestara, giró hacia las escalinatas de la entrada a la vetusta construcción y subió decidida cada escalón.
Pronto fue entrevistada por una mujer mayor y tras varias preguntas le entregaron un delantal prolijamente planchado y almidonado. Cuando se lo colocó, le colocaron en las manos una canasta con panes trozados. La mujer la acompañó hasta el inmenso salón en donde pudo observar de primera mano la pobreza que escondía esa seductora ciudad, - son tantos, como los pobres campesinos de San Petersburgo – caviló, con los ojos muy abiertos. Sintió un suave empujoncito en su hombro – bueno niña, ve, ayuda a la señora Del Mar, allí está sirviendo sopa – aclaró la encargada. Anna asintió y en su rostro colgó una enorme sonrisa, caminó con paso seguro hasta llegar al lado de aquella mujer, la contempló un segundo y pudo ver en su mirada, el mismo dolor que en la suya, a pesar de la sonrisa y del esfuerzo de ocultarlo. Volvió a inspirar, - Buenos días – susurró al lado de aquella hermosa señora.
Anna no pudo contener las lagrimas, - eso espero, André, pero sabes bien que las ausencias duelen aunque no pensemos en ellas – suspiró, secó sus lagrimas con el pañuelo bordado que su madre le había regalado la ultima navidad. Se quedó mirando aquel pequeño trozo de tela, - ¿ves a lo que me refiero? - susurró mientras extendía su mano hacia el hombre, mostrando el delicado pañuelo, - ellos nos persiguen, su recuerdo, su amor, su esencia está en cada objeto que nos hayan dado y los atesoramos como reliquias – su mirada era de suplica, la misma que cada día al levantar hacía al cielo, - porque tememos olvidarles, porque rogamos que la muerte se apiade y nos permita reunirnos pronto – caviló, no se atrevió a decir su deseo mas secreto en voz alta, porque bien sabia el esfuerzo que hacían todos sus sirvientes para espantar los fantasmas de la agonía de su joven corazón.
Intentó sacar fortalezas de los jirones de voluntad que le quedaban, - muy bien, he llegado hasta aquí, lo menos que puedo hacer, es intentarlo... ¿verdad? - sonrió tímidamente y se puso en puntas de pie para darle un suave beso en la mejilla algo arrugada de su cochero, a quien no le molestaba que lo hiciera, pero que sabía que tanto cariño para con los que servían era muy mal visto por parte de las señoras de alta sociedad, - niña... por favor... las señoras... - el hombre se apartó levemente, pero conservando la sonrisa por el cariño que la joven sentía hacia él, - si fuera posible, la adoptaría como mi hija – pensó ilusionado, aunque bien sabía que eso era imposible, ¿en que lugar permitirían que un hombre de clase tan humilde adoptara a una huérfana de clase alta?
Anna, sonrió, le gustaba hacerlo renegar, ¿sería porque era algo que hacía con su padre? Movió casi imperceptiblemente la cabeza negando aquello, - ven a buscarme en unas dos horas – no esperó que contestara, giró hacia las escalinatas de la entrada a la vetusta construcción y subió decidida cada escalón.
Pronto fue entrevistada por una mujer mayor y tras varias preguntas le entregaron un delantal prolijamente planchado y almidonado. Cuando se lo colocó, le colocaron en las manos una canasta con panes trozados. La mujer la acompañó hasta el inmenso salón en donde pudo observar de primera mano la pobreza que escondía esa seductora ciudad, - son tantos, como los pobres campesinos de San Petersburgo – caviló, con los ojos muy abiertos. Sintió un suave empujoncito en su hombro – bueno niña, ve, ayuda a la señora Del Mar, allí está sirviendo sopa – aclaró la encargada. Anna asintió y en su rostro colgó una enorme sonrisa, caminó con paso seguro hasta llegar al lado de aquella mujer, la contempló un segundo y pudo ver en su mirada, el mismo dolor que en la suya, a pesar de la sonrisa y del esfuerzo de ocultarlo. Volvió a inspirar, - Buenos días – susurró al lado de aquella hermosa señora.
Anna Brullova- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/01/2014
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Re: Sonríe a la desgracia (Privado
La caridad comienza por nosotros mismos, y la mayoría de las veces acaba donde empieza.
Horace Smith
Horace Smith
La dulce voz de aquella mujer, hizo que diera un respingo, haciendo que su mano temblase con la comida que estaba sirviendo. Le lanzó una sonrisa de disculpa al cansado hombre que sostenía la bandeja de comida ante ella. – Discúlpeme Monsieur, casi lo ensucio.- Se sonrojó ligeramente, abochornada completamente con su torpeza. Siempre se había considerado una mujer despistada, pero ahora que tenía el corazón roto, su mente buscaba cualquier excusa que le permitiera librarse de todo lo que la rodeaba. A veces sólo se centraba en los sentimientos de los demás, otras simplemente buscaba la historia que había detrás de las arrugas que mostraban las personas en su rostro. Algunas eran de felicidad, rodeando sus labios y otorgándole el aspecto de alguien divertido. Quizás una de esas personas que buscaba siempre algún motivo para reír ante lo que transcurría en su vida. Algunos hombres tenían la marca en su entrecejo, unas diminutas rayas que demostraban las numerosas veces que habían fruncido su ceño. Era divertido hacerlo, porque así no tendría que preocuparse de las manchas oscuras que rodeaban sus ojos, muestras de que no dormía bien. Sus criados la mimaban con cremas que ocultasen sus ojeras, pero ella las podía sentir, quemándole la piel, demostrando que no podía ocultar lo que tenía allí.
- Buenos días madame.- Respondió a la mujer que la había saludado y despertado de su trance. Sus ojos marrones brillaron con el eco de su sonrisa, haciéndole ver a aquella joven y bella mujer, que ella se alegraba de verla allí. No se conocían, pero aún así su tendencia a pensar bien de los demás y hacerlos felices, se superpuso a todo el dolor que bañaba su corazón. Le sorprendió ver que habían acudido tantas mujeres de alta cuna, algunas de su clase consideraban denigrante el servir a otras personas. Acudían allí, pero no servían la comida, sólo controlaban que no robasen nada de la cubertería que habían entregado para que las familias carentes de dinero pudiesen comer con cubiertos de plata.
Dejó el cucharón encima del caldero y buscó a su lado un delantal que pudiera servirle a su compañera. No quería que se ensuciara el vestido con la comida, toda mujer sabía que cuando algo caía sobre la seda, la mancha que quedaba allí era una prueba para las encargadas de la lavandería. Ella hacía todo lo posible por no ensuciar sus vestidos, así que supuso que aquella mujer que había llegado para ayudar, haría lo mismo.- Tenga, no querrá manchar ese hermoso vestido que lleva, ¿verdad?.- Se rio con suavidad, apartándose los bucles de su cabello que se habían colocado sobre su rostro. – Soy Mademoiselle Del Mar. Aunque considero apropiado, ya que ambas somos tan jóvenes, que simplemente me llames Ruslana.- Le lanzó una sonrisa inocente y brillante y continuó sirviendo comidas a todos los que pasaban ante ella. Se sentía bien sabiendo que aún había gente dispuesta a ayudar a los demás. Mucho más al ver que eran tan jóvenes como aquella muchacha, eso la hacía sentir que la sociedad estaba cambiando. No sabía cómo, pero podía sentir que lo quiera que estuviese pasando, era para mejor. El ser humano era una raza sorprendente. Siempre sabe cómo sobreponerse a cada desgracia.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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Re: Sonríe a la desgracia (Privado
Se sorprendió de haber asustado a la joven y se sintió un poco culpable por ello, a lo que miró con ojos de suplica al caballero que caí había tenido un accidente por su culpa – disculpe, no quise asustarla, ni menos causar un estropicio – se apresuró a decir – disculpe señor - susurró mirando al rostro curtido y avejentado del que parecía ya un anciano y que intentaba poder disfrutar de algo caliente antes de tener que volver a la ruda realidad, de las calles de Paris.
- un placer, señorita Ruslana, mi nombre es Anna y me parece que tiene razón, ya que vamos a trabajar juntas, me parece una buena idea, dejar de lado las formalidades y los protocolos – sonrió, sintiéndose profundamente unida a la joven que acababa de conocer – ¿porque? - caviló mientras recibía el delantal y se lo colocaba - ¿que es lo que me hace sentirme tan unida a ella? ¿ su mirada triste? ¿Como si ella también hubiera perdido a su familia? - caviló, intentando a la vez recordar todos los pasos y tareas que debía hacer. Prosiguió, acompañando a la joven, acarreando una canasta de pan y depositando en la mesa o entregando en la mano de quienes se lo pedían. Observó como algunos, guardaban el pan en los bolsillos, como si se tratara de monedas de plata. Sintió que el corazón se le estrujaba, ¿podía ser que en una ciudad tan pujante y moderna como lo era París, las mismas miserias se escondieran debajo de las alfombras de calidad? - claro que si – pensó, observando como la joven seguía trabajando con ahínco y sin descanso, - al igual que las tristezas y las perdidas, en las clases altas y acomodadas – caviló, al vislumbrar un semblante macilento bajo una buena capa de maquillaje, ella podía apreciar eso porque también era parte de su rutina el querer ocultar su sufrimiento, su soledad, su tristeza, tras infinidad de artilugios, que al fin de cuenta, no lograban acallar, ni ocultar la realidad.
Cuando las hogazas de pan se acabaron, se dirigió presurosa a buscar mas. La mujer encargada de la proveeduría, la miró con ojos de ave de rapiña – ¿que cree, que está en un palacio y ésto es un banquete? aquí las cosas no sobran, distribuya mejor las hogazas, una por pareja y si puede una por familia, mas que acostumbrado están de llevarse migajas a la boca – le espetó con odio y bronca, como si ella fuera una de las personas que pedían un poco mas de comida para llenar mínimamente sus estómagos. El carácter de Anna solía ser dulce y apacible, sereno y bondadoso, aún con los que le trataban mal, pero la forma despótica en que se había comportado la mujer, despertó en ella la zarina dormida, sus ojos centellaron, sus manos se cerraron en un puño y sin pensarlo demasiado le comenzó a seguir, hasta internarse en uno de los pasillos de la construcción, alejado de la zona del comedor – pero como se atreve – le dijo a gritos, levantando un poco su falda para poder apresurar sus pasos y estrechar las distancias que las separaban – ¿que es lo que tiene en medio del pecho? Porque un corazón que late, que se conduele por el sufrimiento ajeno... eso de seguro que no – le dijo intentando detener la rabia y las lagrimas que se agolpaban en sus orbes – deténgase, usted no tiene derecho a referirse a esa pobre gente como si fueran menos importantes que una piara de cerdos... usted no es Dios... es una simple y pobre mortal que terminará mas temprano que tarde siendo alimento de los gusanos – le gritó ya sacada de sus casilla, - si lo que no tiene es mas provisiones, pues podríamos buscar la forma de conseguirla, pero no tiene ningún derecho de tratar así a los que vienen en busca de ayuda, como a los que hemos venido a ayudar – Deseaba, cortar ese grueso cuello, hacerla sacar por los soldados de su padre y que fuera fusilada en el mismo patio donde, hacía un momento atrás, había insultado al los desprotegidos.
Inspiró profundamente, pero solo podía resollar, definitivamente, había entrado en crisis, le faltaba el aire, las fuerzas le fallaron, la explosión de adrenalina siempre terminaba con un decaimiento que la ponía en serio peligro de vida, pero no había logrado controlarse, aquella mujer la había sacado de sus casillas y ahora pagaba las consecuencias. Respiró una, dos, tres veces y simplemente cayó al suelo desmadejada.
- un placer, señorita Ruslana, mi nombre es Anna y me parece que tiene razón, ya que vamos a trabajar juntas, me parece una buena idea, dejar de lado las formalidades y los protocolos – sonrió, sintiéndose profundamente unida a la joven que acababa de conocer – ¿porque? - caviló mientras recibía el delantal y se lo colocaba - ¿que es lo que me hace sentirme tan unida a ella? ¿ su mirada triste? ¿Como si ella también hubiera perdido a su familia? - caviló, intentando a la vez recordar todos los pasos y tareas que debía hacer. Prosiguió, acompañando a la joven, acarreando una canasta de pan y depositando en la mesa o entregando en la mano de quienes se lo pedían. Observó como algunos, guardaban el pan en los bolsillos, como si se tratara de monedas de plata. Sintió que el corazón se le estrujaba, ¿podía ser que en una ciudad tan pujante y moderna como lo era París, las mismas miserias se escondieran debajo de las alfombras de calidad? - claro que si – pensó, observando como la joven seguía trabajando con ahínco y sin descanso, - al igual que las tristezas y las perdidas, en las clases altas y acomodadas – caviló, al vislumbrar un semblante macilento bajo una buena capa de maquillaje, ella podía apreciar eso porque también era parte de su rutina el querer ocultar su sufrimiento, su soledad, su tristeza, tras infinidad de artilugios, que al fin de cuenta, no lograban acallar, ni ocultar la realidad.
Cuando las hogazas de pan se acabaron, se dirigió presurosa a buscar mas. La mujer encargada de la proveeduría, la miró con ojos de ave de rapiña – ¿que cree, que está en un palacio y ésto es un banquete? aquí las cosas no sobran, distribuya mejor las hogazas, una por pareja y si puede una por familia, mas que acostumbrado están de llevarse migajas a la boca – le espetó con odio y bronca, como si ella fuera una de las personas que pedían un poco mas de comida para llenar mínimamente sus estómagos. El carácter de Anna solía ser dulce y apacible, sereno y bondadoso, aún con los que le trataban mal, pero la forma despótica en que se había comportado la mujer, despertó en ella la zarina dormida, sus ojos centellaron, sus manos se cerraron en un puño y sin pensarlo demasiado le comenzó a seguir, hasta internarse en uno de los pasillos de la construcción, alejado de la zona del comedor – pero como se atreve – le dijo a gritos, levantando un poco su falda para poder apresurar sus pasos y estrechar las distancias que las separaban – ¿que es lo que tiene en medio del pecho? Porque un corazón que late, que se conduele por el sufrimiento ajeno... eso de seguro que no – le dijo intentando detener la rabia y las lagrimas que se agolpaban en sus orbes – deténgase, usted no tiene derecho a referirse a esa pobre gente como si fueran menos importantes que una piara de cerdos... usted no es Dios... es una simple y pobre mortal que terminará mas temprano que tarde siendo alimento de los gusanos – le gritó ya sacada de sus casilla, - si lo que no tiene es mas provisiones, pues podríamos buscar la forma de conseguirla, pero no tiene ningún derecho de tratar así a los que vienen en busca de ayuda, como a los que hemos venido a ayudar – Deseaba, cortar ese grueso cuello, hacerla sacar por los soldados de su padre y que fuera fusilada en el mismo patio donde, hacía un momento atrás, había insultado al los desprotegidos.
Inspiró profundamente, pero solo podía resollar, definitivamente, había entrado en crisis, le faltaba el aire, las fuerzas le fallaron, la explosión de adrenalina siempre terminaba con un decaimiento que la ponía en serio peligro de vida, pero no había logrado controlarse, aquella mujer la había sacado de sus casillas y ahora pagaba las consecuencias. Respiró una, dos, tres veces y simplemente cayó al suelo desmadejada.
Anna Brullova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 21/01/2014
Edad : 24
Re: Sonríe a la desgracia (Privado
“Sentado en la oscuridad
Ocupado en contar mis defectos
En lo más recóndito del pasillo
Enganchado a un átomo de esperanza “
Maître Gims.
Ocupado en contar mis defectos
En lo más recóndito del pasillo
Enganchado a un átomo de esperanza “
Maître Gims.
Continuó sirviendo la comida junto a aquella nueva señorita, le agradaba ver en ella una versión un poco más joven de sí misma. Tan llena de vida, aunque con demasiada tristeza en sus ojos. Sus sentimientos eran casi idénticos a los suyos, su poder se lo decía. Le gustaría poder tener alguna frase elocuente que animase a las personas, pero lamentablemente no era así. Había veces en que los silencios eran más cómodos que las palabras, como un espacio en blanco bajo el que refugiarte antes de escribirlo con algo nuevo.
Pensó en su nombre, en el maravilloso significado que poseía aquellas cuatro letras. A veces los nombres bíblicos resultaban increíblemente esperanzadores. Sobre todo para almas como la suya, soñadoras y llenas de fe sobre un mañana mejor. Porque ella sabía que así como había una noche, también había un día. Era imposible vivir en una noche eterna.
Se sorprendió al verse sonreír por sus pensamientos, como si eso pudiera realmente hacerla feliz de nuevo. A veces no sabía si odiarse a sí misma o alegrarse de que su estupidez la impidiera ser realmente desdichada por siempre. Dios sabía que ella había intentado todo por vestirse sólo con su tristeza, calzándose dos pares de amargura y decorándose el pelo con varios lazos de soledad. Pero todos sus seres queridos, aquellos que la cuidaban desde que era una niña, dependían de ella para sobrevivir. Si ella perdía su posición, ellos también su trabajo. Serían muchas familias que llorarían a final de mes por no tener un salario. Así que debía seguir. Sólo paso a paso. Sin preocuparse por no saber a dónde iba, simplemente un pie delante del otro.
- ¿ No queda más pan, madame? – Le preguntó una mujer joven, la huella del hambre en su cuerpo era aún más evidente por el temblor que sacudía sus manos, dándole una sonrisa cansada. Agarrada a su falda había una niña, por su pequeño tamaño bien podría estar entre los siete y los doce años, ella sabía que cuando los niños no tomaban los suficientes alimentos, no lo graban crecer y madurar en un adulto. Sus ojos se llenaron de tristeza, pero no dejó que ellas la vieran, sino que les dio una sonrisa y prometió ir a ayudar a la joven que había ido a buscarlo.
- Por favor, esperen en la mesa. Iré a buscar su comida. – Se quitó el delantal y se lo dejó a uno de los jóvenes que esperaban a que las mujeres, la mayoría no acostumbradas a trabajar arduamente, se cansaran de su labor y les pidiera que siguieran su trabajo. Al fin y al cabo, nadie esperaba que ellas realmente se quedaran durante horas allí de pie, mirando la pobreza y el hambre cara a cara, sin querer marcharse lo más lejos posible de allí. Era difícil enfrentarse a la realidad cuando tú vivías un cuento de hadas que muchas de aquellas mujeres jamás podrían llegar a soñar con exactitud, si bien no por falta de imaginación, sino de los detalles necesarios para saber que algunas damas realmente llevaban hilos de oro en sus vestidos. Nadie realmente pobre pensaría algo así en sus sueños, no muchos eran tan egoístas con los recursos que ellos a penas veían.
Caminó por el largo pasillo que llevaba a la despensa, pensando en aquella familia de mujeres. ¿Qué habría sido de sus padres o su marido?. No le era desconocida la idea de que la mayoría de sus criadas sabían de madres solteras. Mujeres que eran señaladas por la sociedad por atreverse a vivir sin un hombre, embarazadas de alguien que seguramente las había abandonado. Los hombres siempre eran crueles con esos asuntos, mucho más los de clase alta. Siempre parecían estar al acecho de las mujeres de la servidumbre. O mucho peor, de las jóvenes vírgenes de alta clase.
El golpe de unos sentimientos llenos de ira y tristeza la golpearon, teniéndose que agarrar de la pared para evitar caerse. A veces le costaba realmente estar cerca de la gente por eso, había creído que realmente podría acostumbrarse a ello, pero no podía. Toda la tristeza del ambiente y la ira, era algo con lo que podía enfrentarse porque ella misma se sentía así, pero cuando recibía un ataque como este, tan directo por la cercanía de la persona que los emanaba, sólo podía aguantar las náuseas y aparentar normalidad.
Respiró hondo, llenando su pecho con todo el aire que le permitía obtener su corsé. Realmente quería que aquella prenda desapareciera, a pesar de las ventajas que le otorgaba estéticamente, para alguien tan delgada como ella, era absurdo el llevarlo. No tenía mucho pecho que mostrar, ni siquiera cuando se lo apretaba lo suficiente como para aparentar que realmente había algo allí dentro.
Caminó con lentitud descubriendo a la mujer, que antes se había presentado, tirada en el suelo. Todo color desapareció de su rostro, dejándola como una hermosa figura de marfil. Corrió hasta ella y se arrodilló, pidiendo un poco de sales con las que despertarla.
- Aguanta querida.- Murmuró mientras colocaba la cabeza de Anna sobre sus piernas y esperaba a que la mujer que estaba con ella le trajera lo necesario para reanimarla. Cuando la doncella apareció de nuevo con un frasco en sus manos, le ofreció un solo asentimiento y lo tomó, abriéndolo y dejándolo debajo de su nariz para que despertara.
- Anna, chèrie, ¿os encontráis bien?- Le preguntó con una expresión preocupada, mirando a la mujer que acababa de abrir los ojos.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: Sonríe a la desgracia (Privado
Cuando la negrura la envolvió, en el instante en que sintió que se desvanecía, puedo comprobar que en ese mismo instante, había dejado aquel lugar en donde la gente menos pudiente se acercaba a comer un plato de comida, a recibir una sonrisa, una palabra de aliento, que la ayudaría a seguir adelante. Ana se dio cuenta que se encontraba de nuevo en su hogar, allí en San Petersburgo, la atmósfera era brillante luminosa, como cuando entraba en aquellas iglesias rusas, cubiertas de oro y piedras preciosas. Allí su padre leía animadamente el periódico, fumando distendidamente su pipa y balanceando suavemente su pierna derecha que descansaba sobre la otra.
Se detuvo, lo contempló con sorpresa, con alegría y el nudo en la garganta se le cerró más, cuanto había deseado éste momento. Pensó que hacía siglos que no lo veía, - ¿pero no estábas muerto? – se dijo, observando el brillo dorado de los cabellos rubios oscuros, en la esbelta figura de su padre. Su mirada recorrió el lugar, era la pequeña sala de costura de su madre, el santuario de sus padres, ésta bordaba afanosa el ajuar que algún día Anna usaría, cuando se casara con un hombre bueno, que la amaría tanto como su amado esposo a ella. Ana no pudo contener las lágrimas y correr hacia ellos. Si eso era una alucinación, una fantasía, poco importaba, el poder verlos, así, sin los signos de la fatal muerte, sin el terror en sus miradas, era lo único que importaba. Si en verdad los podía ver, tocar y sentir, debía ser porque ahora ella también estaba muerta, ¿acaso era para entristecerse?- Claro que no -, se dijo mentalmente – he deseado, durante meses, volver al lado de ustedes, sabía que solo en la muerte volveríamos a estar juntos... querido Papá… mamá… he vuelto – a lo que sus padres, quienes se esfumaron de donde estaban para aparecer de una forma sobrenatural a su lado, le contestaron – no, pequeña, aun no es tiempo, debes volver, debes vivir y aprender a ser feliz a pesar de las desgracias - mientras les escuchaba, la sala, sus padres y todo lo que la rodeaba se fue volviendo negro, para luego de distinguir un olor fuerte y algo desagradable, abrir lentamente los ojos. Le zumbaban los oídos, la boca se le había secado y lágrimas descendían de sus orbes, - hubiera deseado quedarme con ellos – susurró, antes de lograr tener la total conciencia de donde estaba y que había pasado.
Se reincorporó de forma pausada, primero sentándose recta, con una mano apoyada en el piso, y la otra sosteniendo su cabeza que le pesaba y sentía que todo le giraba. Inspiró suave pero profundamente, escapó de sus labios un suspiro entrecortado y triste, solo quien hubiera vivido una pérdida como ella, podría entenderle. Levantó la mirada y allí encontró los hermosos ojos de esa joven que le había tratado tan bien, allí, entre las mesas. Un rubor cubrió su pálida piel – disculpadme, no fue mi intención causar éste alboroto – bajó la mirada, apenada por su débil salud, lamentablemente no había podido mejorarla, a pesar del clima menos riguroso de Paris, tal vez todo era porque no deseaba mejorar, no existía un porque hacerlo, o ¿acaso no le era más atrayente, dejarse ir lentamente? - no, debo intentar seguir lo que me pidieron mis padres – se dijo mentalmente – debo intentar vivir, a pesar de las desgracias pasadas -. Se intentó incorporar, pero necesitó la ayuda de la mujer – gracias, ya estoy mejor, en verdad – le sonrió, mientras su mirada buscaba disimuladamente un asiento donde sentarse y esperar que las fuerzas le volvieran a ella.
Se detuvo, lo contempló con sorpresa, con alegría y el nudo en la garganta se le cerró más, cuanto había deseado éste momento. Pensó que hacía siglos que no lo veía, - ¿pero no estábas muerto? – se dijo, observando el brillo dorado de los cabellos rubios oscuros, en la esbelta figura de su padre. Su mirada recorrió el lugar, era la pequeña sala de costura de su madre, el santuario de sus padres, ésta bordaba afanosa el ajuar que algún día Anna usaría, cuando se casara con un hombre bueno, que la amaría tanto como su amado esposo a ella. Ana no pudo contener las lágrimas y correr hacia ellos. Si eso era una alucinación, una fantasía, poco importaba, el poder verlos, así, sin los signos de la fatal muerte, sin el terror en sus miradas, era lo único que importaba. Si en verdad los podía ver, tocar y sentir, debía ser porque ahora ella también estaba muerta, ¿acaso era para entristecerse?- Claro que no -, se dijo mentalmente – he deseado, durante meses, volver al lado de ustedes, sabía que solo en la muerte volveríamos a estar juntos... querido Papá… mamá… he vuelto – a lo que sus padres, quienes se esfumaron de donde estaban para aparecer de una forma sobrenatural a su lado, le contestaron – no, pequeña, aun no es tiempo, debes volver, debes vivir y aprender a ser feliz a pesar de las desgracias - mientras les escuchaba, la sala, sus padres y todo lo que la rodeaba se fue volviendo negro, para luego de distinguir un olor fuerte y algo desagradable, abrir lentamente los ojos. Le zumbaban los oídos, la boca se le había secado y lágrimas descendían de sus orbes, - hubiera deseado quedarme con ellos – susurró, antes de lograr tener la total conciencia de donde estaba y que había pasado.
Se reincorporó de forma pausada, primero sentándose recta, con una mano apoyada en el piso, y la otra sosteniendo su cabeza que le pesaba y sentía que todo le giraba. Inspiró suave pero profundamente, escapó de sus labios un suspiro entrecortado y triste, solo quien hubiera vivido una pérdida como ella, podría entenderle. Levantó la mirada y allí encontró los hermosos ojos de esa joven que le había tratado tan bien, allí, entre las mesas. Un rubor cubrió su pálida piel – disculpadme, no fue mi intención causar éste alboroto – bajó la mirada, apenada por su débil salud, lamentablemente no había podido mejorarla, a pesar del clima menos riguroso de Paris, tal vez todo era porque no deseaba mejorar, no existía un porque hacerlo, o ¿acaso no le era más atrayente, dejarse ir lentamente? - no, debo intentar seguir lo que me pidieron mis padres – se dijo mentalmente – debo intentar vivir, a pesar de las desgracias pasadas -. Se intentó incorporar, pero necesitó la ayuda de la mujer – gracias, ya estoy mejor, en verdad – le sonrió, mientras su mirada buscaba disimuladamente un asiento donde sentarse y esperar que las fuerzas le volvieran a ella.
Anna Brullova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 21/01/2014
Edad : 24
Re: Sonríe a la desgracia (Privado
Sus ojos miraron ansiosamente a Anna, ella sabía perfectamente lo que los demás sentían. Su poder mágico, o condena para ella, le era terriblemente útil en muchas circunstancias. Así ella siguiera pensando que no era así, lo cierto era que la magia era siempre su salvavidas.
Sus delicados y finos dedos se cerraron sobre la muñeca de la mujer, llenándola del calor inconfundible del amor, alejando de ella todo sentimiento de tristeza o soledad. - Nunca estamos solos, señorita Brullova. El amor de nuestros seres queridos siempre nos envuelve, más allá de toda sombra de dolor. - Le ofreció una amable sonrisa, demostrando ese halo infantil y a la vez maduro que poseía.
La guió con lentitud hacia el objeto que sabía que buscaba con sus ojos, sin poder evitar tratarla de la misma forma en que lo hubiera hecho Zafiro con ella. El espíritu de su amiga siempre parecía perseguirla, recordándole cómo ella le había enseñado el valor de la verdadera amistad. Aquella gitana, tan lejana de su complicado y duro mundo, le había dado todo sin siquiera pedirle algo a cambio por ello. Ahora, cuando trataba a Anna con el mismo cariño, sabía que siempre agradecería a aquella mujer el haberle enseñado lo más hermoso de este mundo; el amor puro de un amigo.
- Debe descansar, no deseo que tenga más incidentes. - Le dio una mirada llena de censura, sabiendo que aquella muchacha no dudaría en volver al trabajo, cuando su cuerpo pedía indudablemente un descanso de aquello que le estaba robando la energía. Así que, como si fuera una niña, y ella una adulta, le acarició el pelo y la empujó con cuidado hacia un asiento.
Sólo cuando se aseguró que Anna estuviera sentada, apartó su mano del cabello para darle una gran sonrisa. - ¿ Te sientes mejor?- Usó su poder para insuflar felicidad dentro de aquel cuerpo tan delgado como el suyo propio, lo que era decir mucho ya que para la época en la que se encontraba, Ruslana solía ser criticada por sus delgados brazos. Era mal visto que una mujer no tuviera la carne suficiente como para decir a gritos a los demás que era capaz de tener numerosos hijos, ya que era una doncella bien alimentada de alta clase. Aunque lo agradecía, ella no deseaba tener hombres a su alrededor, no cuando había enterrado a su amor hacía tan pocos meses.
Sus dedos pálidos se apartaron de la muñeca de Anna, dejando un rastro dorado alrededor de la mano de aquella que se había desmayado, sólo visible para Ruslana o para aquellos que al igual que ella, hubieran nacido con la facultad de la magia. Y, sin más, su poder dejó de fluir, sabiendo que no debía abusar de él y convertir a Anna en una adicta a su presencia, cuando en realidad lo único que quería era sentirse bien, buscando el alivio que le daba su poder.
- Sonría madame, al igual que la oscuridad se aparta ante el más fino rayo de luz, la tristeza mengua ante una sonrisa.- Sus risueños ojos marrones se alejaron de ella para mirar a la criada que se acercaba con una copa de agua para Anna. Le agradeció a la sirvienta aquel gesto y le tendió el agua a la joven.
- Tenga y no se preocupe, estaré a su lado hasta que se encuentre mejor.- La postura de ruslana era lo suficientemente agradable y erguida como si quisiera reflejar que sus palabras eran ciertas, pero a pesar de su orgullosa postura y su sonrisa amable, sólo era una mujer que entendía el poder que poseía la tristeza en los demás. Deseaba ser diferente, alguien más fuerte capaz de soportar aquellos golpes que daba la vida. ¿Cuándo dejaría de sentirse como una hoja mecida al arbitrio del viento?.
Sus delicados y finos dedos se cerraron sobre la muñeca de la mujer, llenándola del calor inconfundible del amor, alejando de ella todo sentimiento de tristeza o soledad. - Nunca estamos solos, señorita Brullova. El amor de nuestros seres queridos siempre nos envuelve, más allá de toda sombra de dolor. - Le ofreció una amable sonrisa, demostrando ese halo infantil y a la vez maduro que poseía.
La guió con lentitud hacia el objeto que sabía que buscaba con sus ojos, sin poder evitar tratarla de la misma forma en que lo hubiera hecho Zafiro con ella. El espíritu de su amiga siempre parecía perseguirla, recordándole cómo ella le había enseñado el valor de la verdadera amistad. Aquella gitana, tan lejana de su complicado y duro mundo, le había dado todo sin siquiera pedirle algo a cambio por ello. Ahora, cuando trataba a Anna con el mismo cariño, sabía que siempre agradecería a aquella mujer el haberle enseñado lo más hermoso de este mundo; el amor puro de un amigo.
- Debe descansar, no deseo que tenga más incidentes. - Le dio una mirada llena de censura, sabiendo que aquella muchacha no dudaría en volver al trabajo, cuando su cuerpo pedía indudablemente un descanso de aquello que le estaba robando la energía. Así que, como si fuera una niña, y ella una adulta, le acarició el pelo y la empujó con cuidado hacia un asiento.
Sólo cuando se aseguró que Anna estuviera sentada, apartó su mano del cabello para darle una gran sonrisa. - ¿ Te sientes mejor?- Usó su poder para insuflar felicidad dentro de aquel cuerpo tan delgado como el suyo propio, lo que era decir mucho ya que para la época en la que se encontraba, Ruslana solía ser criticada por sus delgados brazos. Era mal visto que una mujer no tuviera la carne suficiente como para decir a gritos a los demás que era capaz de tener numerosos hijos, ya que era una doncella bien alimentada de alta clase. Aunque lo agradecía, ella no deseaba tener hombres a su alrededor, no cuando había enterrado a su amor hacía tan pocos meses.
Sus dedos pálidos se apartaron de la muñeca de Anna, dejando un rastro dorado alrededor de la mano de aquella que se había desmayado, sólo visible para Ruslana o para aquellos que al igual que ella, hubieran nacido con la facultad de la magia. Y, sin más, su poder dejó de fluir, sabiendo que no debía abusar de él y convertir a Anna en una adicta a su presencia, cuando en realidad lo único que quería era sentirse bien, buscando el alivio que le daba su poder.
- Sonría madame, al igual que la oscuridad se aparta ante el más fino rayo de luz, la tristeza mengua ante una sonrisa.- Sus risueños ojos marrones se alejaron de ella para mirar a la criada que se acercaba con una copa de agua para Anna. Le agradeció a la sirvienta aquel gesto y le tendió el agua a la joven.
- Tenga y no se preocupe, estaré a su lado hasta que se encuentre mejor.- La postura de ruslana era lo suficientemente agradable y erguida como si quisiera reflejar que sus palabras eran ciertas, pero a pesar de su orgullosa postura y su sonrisa amable, sólo era una mujer que entendía el poder que poseía la tristeza en los demás. Deseaba ser diferente, alguien más fuerte capaz de soportar aquellos golpes que daba la vida. ¿Cuándo dejaría de sentirse como una hoja mecida al arbitrio del viento?.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
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