Losing faith

por **Ysolde V. Aelfwald** Dom Feb 23, 2014 10:20 am

Una brisa suave se coló en la habitación cuando aún estaba debatiéndome entre levantarme o fingir que seguía durmiendo. Él se enfadaría. Las ventanas estaban cerradas para evitar que mi hermano se despertase a causa del Sol. Solía ponerse de un humor terrible si alguien osaba despertarlo antes de su hora. Y al mirar el viejo reloj que descansaba en la mesilla, pude darme cuenta de que aún faltaba mucho para ello. Apenas eran las nueve y media. Con el tiempo, me había acostumbrado a vivir en la oscuridad, aunque no terminaba de sentirme cómoda quedándome en la cama durante las pocas horas de luz que podía aprovechar mientras él dormía. El sótano olía a humedad y a quemado. La chimenea hacía rato que había terminado de "desintegrar" las últimas brasas, haciendo que la calidez se fuese convirtiendo paulatinamente en un frío que no invitaba demasiado a salir de la cama. Echaba de menos sentir el calor del Sol sobre mi piel. Llevaba una semana encerrada allí debajo, y me sentía sumamente desgraciada. No entendía por qué mi hermano había considerado tan grave que hubiese ido a la biblioteca. Me aburría sin tener nada que hacer. Necesitaba despejarme, ver a otras personas. Pero no lo entendía. Él nunca entendía por qué quería hacer otras cosas de las que me ordenaba. Y yo tampoco entendía por qué, pese al miedo que me causaba retarlo, me cuestionaba hacerle caso.

Cuando mi vista se acomodó a la oscuridad, pude ver que la puerta estaba entreabierta mostrándome, tentadora, el camino de salida. Era extraño que mi hermano se olvidase de cerrarla con aquella llave que siempre guardaba a buen recaudo colgada de su cuello. Quizá se tratase de una trampa. Una forma de ver si, después de todo, había aprendido algo de aquel castigo impuesto por haberme escapado una semana antes. Si hubiera estado menos deseosa de salir de allí, probablemente me hubiese dado la vuelta y me habría acabado durmiendo nuevamente. Pero estaba francamente desesperada. Y tenía sed. Y hambre. Un ser humano no puede permanecer oculto por tanto tiempo sin volverse loco. Me levanté sin hacer ruido y salí de la habitación cubriéndome con una de sus camisas. La segunda parte de sus castigos siempre solía consistir en humillarme impidiéndome llevar mis bonitos vestidos. Siempre decía que una perra no merecía vestir de gala. Y yo siempre pensé que tenía razón. Aunque no creo que me enseñase demasiado con aquello.

Una vez me sentí segura dentro de la habitación de invitados, rebusqué en los cajones hasta encontrar algo que me valiese. No era precisamente de gala, pero sí era suficiente para que pudiese salir a disfrutar de una mañana primaveral. Al menos, hasta que se despertara. Aunque esperaba no demorarme demasiado en aquella ocasión, y ahorrarme un nuevo castigo por desobedecer sus órdenes. Salí al exterior con una sonrisa de oreja a oreja, sin que pareciese importarme el hecho de que llevaba más de siete días encerrada en un sótano, a oscuras, y sin comida. Internamente, mis emociones eran bastante confusas, pero creo que, por un momento, me sentí feliz. Feliz de ser libre. Aunque debo confesar que esa felicidad hubiese sido mucho mayor si él pudiese apreciar la brisa cálida o el canto de los pájaros de la misma manera que yo lo hacía. Pero éramos bastante diferentes, aun siendo hermanos. Y aún así, yo lo quería. Lo quería porque era todo cuanto tenía, todo cuanto necesitaba. Por él estaba allí, viva. Y tampoco es que conociese una vida diferente a esa, de modo que no había nada que pudiera echar de menos. Compré unas manzanas con el poco dinero que pude conseguir, y paseé por los callejones ajena a todos los demás. Lo único que me importaba era disfrutar del azul del cielo, y de aquellos momentos de calma antes de la tormenta.