AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Quinto Mandamiento
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El Quinto Mandamiento
A veces estoy como en un infierno y no me lamento. No encuentro de qué lamentarme.
Antonio Porchia
Antonio Porchia
No se percibía a si mismo como un demonio a pesar de todas las veces que lo había escuchado, no en esos momentos, ni mucho menos después de tampoco reconocerse como un santo. Simplemente sabía que era un hombre y que como tal, dentro de él vivían todos los demonios y todos los santos. Así era para todos, el infierno de Dios era el hombre y Francis lo sabía de sobra. Inclusive ahora que frente a él yacían, casi moribundos, tres hombres. Uno de ellos, esclavo de la luna y los otros dos dueños de sus trasformaciones animales.
El hecho de que llevara un crucifijo al cuello y que hubiese uno más colgado encima de su cama obedecía a una cuestión reflexiva más que religiosa. Francis había adoptado el manto de la inquisición, no por las razones correctas, sino por la mera e insipiente razón de hacerlo. A él le habían ofrecido ser parte de, y de la forma en que uno acepta un regalo de alguien aunque no se le conozca del todo sólo por la “mera e insipiente razón de hacerlo” porque es a fin de cuentas un obsequio, él ahora era un Inquisidor.
Sin embargo, los -motivos- de Francis eran otros, obedecían a líneas diferentes a aquellas que la Iglesia había trazado para sus seguidores hace muchos años atrás. Él tenía su propio Dios, un Dios personal, como todos a fin de cuentas. Se presentaba a sí mismo como Inquisidor y de aquello sólo se creía la mitad. La mitad que le convenía.
Antes de golpear, machacar, lacerar y casi-matar a estos hombres, Francis les había escupido la misma cantaleta que a él le escupieron en alguna ocasión
¿Las razones? Muy simples. Eran sobrenaturales. Y eso era suficiente ¿no? Para qué buscar más si esa era la máxima de todo Inquisidor
La piratería siempre fue interesante para él, le intrigaban sus formas y maneras, la facilidad que resultaba el hablar sobre ella, las historias que se contaban y sobre todo los botines que tan afanosamente prometía. Al final tal afecto lo llevo a investigar más a fondo cuando tuvo la oportunidad. La Inquisición tiene recursos, investigadores, historiadores, dinero, y así fue como entre tantas historias que llegaron a su mesa conoció la de los Leones del Mar, y con ello el nombre de Leónidas seguido de relatos menos favorables y por ultimo un nombre más, Castalia. Aunque este último fue exhalado con las ultimas fuerzas de uno de los torturados. Francis sabía que podía obtener el nombre de una forma menos visceral, al final, la promesa de libertad y de terminar con su sufrimiento fue tan tentadora que Castalia fue la última palabra del Licántropo.
Su descripción física, los lugares que frecuentaba y demás señas las obtuvo de los otros dos. Y fue fácil. Hablaron, se confesaron e incluso dijeron más de lo necesario. Una vez que se ha visto la muerte tan de cerca se le afloja la lengua a cualquiera, el alma parece abandonarse, se entra en una especie de trance. El miedo a morir nunca tuvo tales efectos como los logrados al presenciar la muerte.
Con los otros dos aún respirando hizo que le llevasen una mesa y una silla, papel y tintero y pluma. Se sentó frente a ellos e hizo que lo ayudaran con la carta que le escribiría a ella < Piensen, necesito usar palabras que ella pueda creer. Que le sean familiares > Les dijo. Y así fue cómo escribió la siguiente carta que le termino entregando personalmente después de rastrearla cerca del puerto, en uno de los mercados porteños.
Hola, Castalia
Muy probablemente estas preguntándote quién demonios soy yo y que significa esto. Bueno, te explico.
Mi nombre es Francis y si quieres volver a ver a tu tripulación atenderás a nuestra reunión...
Te veo en los muelles al anochecer, no faltes.
— Un hombre me dio una monedas y me ha dicho que te entregue esto. Y también dijo que si estabas de acuerdo, debo permanecer contigo hasta la hora indicada. — Francis le extendía la carta en sus manos, así, sin más, sin decir nada más que lo dicho y sin revelar otra cosa, ni siquiera su nombre.
Renan Lazerov- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: El Quinto Mandamiento
Estaba sola, sin nadie que pudiera apoyarla, protegerla, sus fieles compañeros, los mismos que sobrevivieron el ataque de la marina al barco de su padre, estaban desaparecidos, eso le ponía los nervios de punta ¿Dónde rayos estaban? Las horas pasaban, se sorprendió cuan rápida podría llegar a convertirse en días, ella trataba de no alejarse en los lugares estratégicos, en los cuales podrían llegar a venir y encontrarse con ellos, aun tenía la esperanza de que estuvieran tan borrachos que no recordaban su nombre, pero ya comenzaba el segundo día de su desaparición, dentro de ella comenzaba a pensar lo peor, aunque trataba de no reflejarlo.
Era oficialmente el tercer día, miraba como el amanecer se extendía por el horizonte, su cólera era más grande que su preocupación, pero decidió que no se detendría por ellos, aun así, volvía a las mismas calles esperanzadas de volver a verlos. Las recorría impacientemente, encontrándolos en todas las esquinas, fantasmas, que la perturbaban, comenzaba a frustrarse, entrecerró sus ojos, mientras dejaba salir un leve chasquido.
— ¿Qué coño? — Al abrir sus ojos tenia alguien al frente de ella, frunció el ceño, mientras cruzaba los brazos — ¿Qué quieres? — Sujeto el pedazo de papel para leerlo, su rostro se distorsiono, tirándolo al piso — ¿De qué se trata todo esto? ¿De un circo? — se aparto del lugar, para comenzar a caminar hacia una dirección, aunque en realidad no tenía planeado llegar a algún lugar — No tengo intensiones de ir a rescatarlos, si ellos se metieron en algún problema, que salgan con sus propios meritos — noto que el hombre no la dejaba sola, estaba caminando a unos pasos atrás de el, así que se detuvo para girar su cuerpo y quedar al frente de él — ¿acaso no sabes la ley de la vida? Al final estas solo! Debes luchar solo — se cruzo los brazos.
Por unos minutos hubo un silencio, era cierto, ellos debían salvarse solos, eran habilidosos, si no tenían una gota de alcohol en su sistema, el sentimentalismo y la preocupación le atacaron, al final era una mujer, con corazón maternal. Pisoteo fuertemente, como si estuviera haciendo algún berrinche — Esta bien, iré… — dijo resignada — pero todos me lo van a pagar muy caro, volveré a estar por aquí a las seis, necesito arreglar algunas cosas antes — sentencio. Para salir en dirección contraria a la que había agarrado.
No era estúpida, había ido a buscar algunos francos, lo suficiente para sobornar a alguien de clase media alta, pero cada, pero casa franco debían devolvérselo o los degollaría ella misma. También busco dos armas de fuego, pólvora seca y una navaja de plata, nunca se sabe cuando necesitaras algo de plata y volvió a las seis. Se encontró al hombre que le había entregado la carta, frunció levemente el ceño, sin decir ni una palabra espero que este se moviera, para ir al punto de reunión, había un oloroso gato encerrado, por alguna parte
Castalia Birdwhistle- Esclavo
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