La serpiente y la luciérnaga {Privado}

La niebla cubre, casi en su totalidad, a los pantanos. Se arrastra sobre los alrededores de forma feroz y amenazante, como si siguiese las órdenes de Zadok para mantener su territorio oculto de curiosos. El silencio  resulta abrumador y aplastante si se ignora los sonidos de los insectos y los pequeños mamíferos que, de vez en cuando, aumentan y disminuyen sus decibeles. La tranquilidad que embarga al cambiaformas se puede observar a medida que se produce el cambio y se adentra a las aguas para encontrarse con sus semejantes. Ha pasado ya varios años en ese sitio, haciéndose pasar por uno más de ellos que, de alguna forma, ha logrado lo imposible.  Caimanes, cocodrilos, serpientes y algunos que otros reptiles con los que diariamente convive, comprenden y actúan guiados por su instinto. No es que él los haya privado de su libertad, sino que al pasar la mayor parte de su tiempo en una de sus formas cambiantes, ha tomado a todos como miembros importantes de su familia. La utilidad que le ha encontrado a su lado humano – o a lo que queda de ello – ha sido proteger el medio que habitan. En las orillas de los pantanos, se puede ver su pequeña vivienda, misma que da la sensación de que en cualquier momento se desmoronará. Es evidente que, la indiferencia que Zadok siente hacia el mundo en general, ha  alcanzado y derrumbado al suyo. La muerte de Elazar lo sumió en un estado solitario y violento. No puede recordar – y ni siquiera hace el esfuerzo – para saber si alguna vez pasó el resto de la noche bajo ese techo. Desde el momento en que su labor como sepulturero finaliza y llega a su hogar, el pantalón y cualquier prenda que ha usado termina en un montón al lado del pantano. Su desesperación, incapaz de leerse en su impasible rostro – en contradicción –, proviene de la opresión de saberse esclavo de su cuerpo humano. Es tan así, que su mente ha llegado a conjurar una hipótesis que con los años solo se ha ido reforzando. Su humanidad, en algún trayecto, fue cercenada. Muestra de ello, son los tatuajes que cubren casi en su totalidad su cuerpo para ocultar su falta.

El caimán, camuflado en las verdes aguas y la niebla, parece un ente ajeno, un fantasma, una piedra. Sus ojos están cerrados, pero no los necesita, no es con ellos con que ve lo que le rodea. A lo lejos, oye un sonido que irrumpe en los conocidos. Una nota que no debería alterar a la música de fondo que envuelve su hábitat. Uno de los cocodrilos se mueve hacia la orilla, atraído por la presa que ha osado entrar en su territorio. Zadok se limita a presenciar la improvisada sonata. En uno de los árboles, una serpiente sisea. La siente desenrollarse y bajar por el tronco. Un humano se ha perdido, culpa de la niebla. Lo sabe, no porque pueda leer los pensamientos ajenos, sino por el errático latir de su corazón en su pecho. El cambiaformas abre los ojos en cuanto percibe que en su prisa, éste ha entrado a los pantanos. La maldición que seguramente pugnaba por salir de la garganta del hombre, se vio acallada cuando tropezó con una planta y cayó sobre sus rodillas dentro de las aguas. Es muy tarde. Sus compañeros ya se han alejado de sus posiciones para ir en busca del intruso. Sabe que el actuar de éstos se ha visto un tanto influenciado por él. Una de las habilidades que usó en exceso para comunicarse con ellos desde un principio, fue la telepatía. A esas alturas, es normal que siempre esté viendo a través de los animales. El grito del humano reverbera en el aire por un eterno segundo, quien intenta en vano salir y ponerse a buen recaudo. Pero Zadok los conoce mejor. No es la primera víctima que ha tenido la desdicha de ser alimento y para ser honesto, prefiere que le pongan fin porque de no hacerlo, será él quien tenga que terminarlo. Sus ambarinos orbes se centran en la escena. La niebla no los oculta. Conoce el lugar a la perfección. Justo cuando está decidido a unirse a la refriega, algo más ha capturado su atención. Llega hasta la orilla y toma su forma humana. No se molesta en cubrirse.  Una vez elimine a la nueva amenaza, podrá regresar a la tranquilidad de las aguas. Detrás de él, los cocodrilos luchan entre sí. Solo el cerrar de mandíbulas llena ahora el espacio, el humano ha sido silenciado. Ese pantano no es uno cualquiera, el cambiaformas lo ha hecho especial y su medida de seguridad para cuando él no se encuentra, son ellos, sus compañeros.