AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
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Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Allí entró Berger, aún exhausto. No obstante, la tráquea pareció cerrársele al comprobar el interior de aquel lugar. ¿Serían personas normales, normales?
Sabía que en aquel lugar podía ocultarse el diablo, vestido de piel inocente, esperando al inconsciente para alimentarse de él. Se apoyó en el marco de la puerta en la procura de un poco de aire que inhalar. Vigiló su espalda por si alguien o algo le hubiese seguido. No había nadie sospechoso allí fuera. Sin despegarse de la puerta, dirigió una rápida mirada a cada uno de los presentes. Sabía que su visión podía resultar un tanto estrambótica. Un pantalón ensangrentado y hecho trizas por las agresivas plegarias de un malogrado cazador del averno, acorde con la sucia camiseta vieja que llevaba encima desde hacía un par de semanas. Allí apoyado, con las enormes botas de cámara de hierro, con un sucio rostro y con su pistola atada al cinturón.
Las miradas parecieron concentrarse en él desde el mismo momento en el que atravesó la puerta. Al fondo de la estancia, alguien susurró "Es un borracho". Lo cierto es que le había dado un par de sorbos a su bebida.
Su mirada se detuvo más de lo normal al contemplar una mesa en la que se postulaban dos peculiares personas. El primero, portando una oscura gabardina y un sombrero que abultaba más que él. Había conocido a muchos como ese. Un ser sospechoso.
Pero fue la segunda persona que le llamó más la atención. Una mujer atractiva y con unos generosos pechos. Portaba un vestido de color veis y líneas rosadas. Algo gastada, pero un vestido a fin de cuentas.
Berger al fin se decidió despegarse de la puerta, y con él, lo hicieron también las miradas de los expectantes testigos. Agarró la pistola lentamente, mientras seguía con la mirada los movimientos del hombre que portaba la gabardina. Una vez la tuvo agarrada, la posó sobre una mesa, y tras recobrar el aliento, exclamó: -Soy de los buenos. Mientras lo decía, analizaba dicha frase en su mente. "De los buenos". Nunca se había imaginado diciendo algo tan absurdo. ¿Acaso los de los "malos" reconocen serlo?. En el caso de esta historia, los malos ni tan si quieran muestran su verdadero rostro en publico.
Su instinto le indicó que no se acercase a aquel hombre, de tal modo se quedó contemplándolo un rato. Entonces pudo advertir algo que hasta entonces había pasado desapercibido para él. Algo sonaba, golpes arrítmicos, pero muy diferentes a los que había escuchado un par de horas antes en el bosque. Era música. Bastante mala, pero música. Era la civilización.
Pero su instinto hacía meses que parecía estar atrofiado, así que finalmente, lo ignoró. Comenzó entonces a caminar al fin hacia aquel hombre, cuyo individuo parecía mucho más interesante que el resto. Cogió un trozó de papel y lo frotó en el hombro de aquel tipo desconocido. El contrario levantó el rostro y su pesada mirada. Luego Berger se procuró una vela para encender el papel y alimentar su pipa.
-¿Que miras? -preguntó Berger. Acto seguido, contempló la pistola. La pipa se avivó y un resplandor anaranjado iluminó su rostro bajo el sombrero; dejando a la vista una cara marcada por la lucha, por lo cual no tardarían en marcarle como hombre de problemas.
Rió quedamente y observó los ojos de aquel individuo; guardaba secretos, pero no los que Berger buscaba. Aquel hombre ya no le interesaba, quizá era un despojo sanguinario de la sociedad o de la peor calaña de las calles, el caso es que no era de su incumbencia hacerse cargo de él, sino la autoridad local.
Pero aquel hombre no parecía estar dispuesto a dejar pasar la insolencia de Berger y dispuso su diestra para rendir cuentas en un mano a mano. Pero Berger deseoso de encontrar una verdadera presa, con más rapidez, propinó un puñetazo que tiró sobre las mesas a aquel tipo para perderse entre la multitud atónita. Retiró su pistola de la mesa y agachó la punta del sombrero para despedirse de la mujer de exuberantes pechos.
-Perdonen, los daños corren de mi cuenta -dijo al barman que contemplaba la escena. Había llamado demasiado la atención, ahora debía esperar a que todo se calmase para dejar que su verdadera presa de delatara. Alargó el brazo y se procuró un buen asiento que dejaron libre en cuanto se acercó a la barra. -Sírvame un trago, si hace el favor.
Sabía que en aquel lugar podía ocultarse el diablo, vestido de piel inocente, esperando al inconsciente para alimentarse de él. Se apoyó en el marco de la puerta en la procura de un poco de aire que inhalar. Vigiló su espalda por si alguien o algo le hubiese seguido. No había nadie sospechoso allí fuera. Sin despegarse de la puerta, dirigió una rápida mirada a cada uno de los presentes. Sabía que su visión podía resultar un tanto estrambótica. Un pantalón ensangrentado y hecho trizas por las agresivas plegarias de un malogrado cazador del averno, acorde con la sucia camiseta vieja que llevaba encima desde hacía un par de semanas. Allí apoyado, con las enormes botas de cámara de hierro, con un sucio rostro y con su pistola atada al cinturón.
Las miradas parecieron concentrarse en él desde el mismo momento en el que atravesó la puerta. Al fondo de la estancia, alguien susurró "Es un borracho". Lo cierto es que le había dado un par de sorbos a su bebida.
Su mirada se detuvo más de lo normal al contemplar una mesa en la que se postulaban dos peculiares personas. El primero, portando una oscura gabardina y un sombrero que abultaba más que él. Había conocido a muchos como ese. Un ser sospechoso.
Pero fue la segunda persona que le llamó más la atención. Una mujer atractiva y con unos generosos pechos. Portaba un vestido de color veis y líneas rosadas. Algo gastada, pero un vestido a fin de cuentas.
Berger al fin se decidió despegarse de la puerta, y con él, lo hicieron también las miradas de los expectantes testigos. Agarró la pistola lentamente, mientras seguía con la mirada los movimientos del hombre que portaba la gabardina. Una vez la tuvo agarrada, la posó sobre una mesa, y tras recobrar el aliento, exclamó: -Soy de los buenos. Mientras lo decía, analizaba dicha frase en su mente. "De los buenos". Nunca se había imaginado diciendo algo tan absurdo. ¿Acaso los de los "malos" reconocen serlo?. En el caso de esta historia, los malos ni tan si quieran muestran su verdadero rostro en publico.
Su instinto le indicó que no se acercase a aquel hombre, de tal modo se quedó contemplándolo un rato. Entonces pudo advertir algo que hasta entonces había pasado desapercibido para él. Algo sonaba, golpes arrítmicos, pero muy diferentes a los que había escuchado un par de horas antes en el bosque. Era música. Bastante mala, pero música. Era la civilización.
Pero su instinto hacía meses que parecía estar atrofiado, así que finalmente, lo ignoró. Comenzó entonces a caminar al fin hacia aquel hombre, cuyo individuo parecía mucho más interesante que el resto. Cogió un trozó de papel y lo frotó en el hombro de aquel tipo desconocido. El contrario levantó el rostro y su pesada mirada. Luego Berger se procuró una vela para encender el papel y alimentar su pipa.
-¿Que miras? -preguntó Berger. Acto seguido, contempló la pistola. La pipa se avivó y un resplandor anaranjado iluminó su rostro bajo el sombrero; dejando a la vista una cara marcada por la lucha, por lo cual no tardarían en marcarle como hombre de problemas.
Rió quedamente y observó los ojos de aquel individuo; guardaba secretos, pero no los que Berger buscaba. Aquel hombre ya no le interesaba, quizá era un despojo sanguinario de la sociedad o de la peor calaña de las calles, el caso es que no era de su incumbencia hacerse cargo de él, sino la autoridad local.
Pero aquel hombre no parecía estar dispuesto a dejar pasar la insolencia de Berger y dispuso su diestra para rendir cuentas en un mano a mano. Pero Berger deseoso de encontrar una verdadera presa, con más rapidez, propinó un puñetazo que tiró sobre las mesas a aquel tipo para perderse entre la multitud atónita. Retiró su pistola de la mesa y agachó la punta del sombrero para despedirse de la mujer de exuberantes pechos.
-Perdonen, los daños corren de mi cuenta -dijo al barman que contemplaba la escena. Había llamado demasiado la atención, ahora debía esperar a que todo se calmase para dejar que su verdadera presa de delatara. Alargó el brazo y se procuró un buen asiento que dejaron libre en cuanto se acercó a la barra. -Sírvame un trago, si hace el favor.
Berger Reifenhelm- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/08/2012
Localización : París
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Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Iba casi corriendo, algo que no era propio de una joven de mi clase, y sabía que muchas miradas se volvían a mi paso, contrariados por mis modales. Ciertamente, en una situación normal no haría algo así, caminaría despacio y saludaría a las caras conocidas, como se me había dictado hacer, pero en un momento como aquel requería de actos anormales. Patrick Simons, el hermano de mi padre, visitaba la ciudad. Era un buen hombre, divertido y entretenido, contaba las mejores historias, pero era propenso al licor, y digamos que a veces su carácter se veía modificado por la ausencia de él. Y ese era el caso. Frank, el encargado de las compras, había olvidado completamente la botella destinada a mi tío pero no podía ir a por ella, ya que tenía que ayudar con la preparación de la casa, lamento que por casualidad había escuchado, y sin pensarlo le convencí para que me dejase ir a mi. Pero no era necesario decir que estaría muy mal visto que una joven de mi clase, fuese vista comprando eso, por lo que mis usuales vestidos de colores suaves habían sido sustituidos por un vestido de Claudine, la sirvienta destinada a mi compañía y comodidad, que consistía en una falda marrón oscura y una blusa blanca que en mi vida había visto. Como complemento, una capa de unos tonos más oscuros que la falda que tapaba mi rostro, en caso de que alguien pudiese reconocerme. Para añadir más a la lista, debía ser rápida, pues Patrick estaría en el domicilio en más o menos una hora.
Con ese atuendo, vi la taberna que Frank me había señalado. En mi mente repetí exactamente las palabras que debía decir una y otra vez, esperando no parecer todo lo nerviosa que estaba. Conseguí tranquilizarme para cuando abrí la puerta, aunque mis buenos resultados fracasaron cuando vi a un hombre pegar a otro un puñetazo. Nunca había sido testigo de tanta violencia, me había resultado bastante brusco y me sentía más nerviosa e incómoda que antes. Deseaba volver en seguida a casa. Me dije a mi misma que era por el bien de Frank, a quien le echarían de casa si se enteraban de todo, tanto del olvido como de mi aventura. Me adentré con paso decidido y me dirigí a la barra como me habían indicado, sin ser consciente de que me ponía al lado del hombre que había golpeado a alguien momentos antes. Cuando me día cuenta ya era demasiado tarde, un hombre que supuse sería el barman había acudido a mi presencia y me preguntaba por lo que quería. ¿Qué quería? ¿Salir corriendo? ¿Volver a casa? Ah, licor.-Deme una botella de whisky.-Tercamente, habían insistido en que no fuese demasiado educada ni demostrase más cultura de la que debería, allí era una simple muchacha a la que habían enviado a comprar, no más. Por suerte, al parecer el hombre no dudó de mi y fue a por ella, con lo que pude respirar aliviada.
Intenté con todas mis fuerzas no fijarme en el hombre de mi lado, aunque mis esfuerzos eran en vano, le miraba a veces de reojo sin poder evitarlo. Iba vestido de manera desconcertante, lleno de lo que parecía ser sangre y la ropa desgarrada. Me preocupé, esperando que no estuviese herido, aunque no lo parecía. Era un hombre que intimidaba, yo prefería pensar que había tenido una vida dura, pero que siempre se salía a delante, y eso no era una excepción para él. Ya más relajada, me fijé en mi alrededor. Todo era extraño para mi, las personas, con gestos raros que atraían mi insana curiosidad, e incluso la música que sonaba de fondo me era desconocida. Era un mundo del que no sabía nada, y me producía temor y fascinación a partes iguales. Quería seguir contemplando todo, pero pensé que alguien podía reaccionar a ello, y entonces no sabría qué hacer. Los pasos que me habían dado eran simples: Ve a la taberna, pide y vuelve. Nada más, no un:" y habla con desconocidos." Ya me habían reprendido varias veces mi familia por ello, no entendía bien el porqué, no hacía nada malo conversando con nadie, pero en esta situación no era muy conveniente. Y lo entendía, por eso estaba lo más quieta posible mientras esperaba a que el barman llegase con la botella, aunque comprobé que se encontraba ocupado con otros asuntos, así que simplemente hice lo que mejor se me daba: esperar.
Con ese atuendo, vi la taberna que Frank me había señalado. En mi mente repetí exactamente las palabras que debía decir una y otra vez, esperando no parecer todo lo nerviosa que estaba. Conseguí tranquilizarme para cuando abrí la puerta, aunque mis buenos resultados fracasaron cuando vi a un hombre pegar a otro un puñetazo. Nunca había sido testigo de tanta violencia, me había resultado bastante brusco y me sentía más nerviosa e incómoda que antes. Deseaba volver en seguida a casa. Me dije a mi misma que era por el bien de Frank, a quien le echarían de casa si se enteraban de todo, tanto del olvido como de mi aventura. Me adentré con paso decidido y me dirigí a la barra como me habían indicado, sin ser consciente de que me ponía al lado del hombre que había golpeado a alguien momentos antes. Cuando me día cuenta ya era demasiado tarde, un hombre que supuse sería el barman había acudido a mi presencia y me preguntaba por lo que quería. ¿Qué quería? ¿Salir corriendo? ¿Volver a casa? Ah, licor.-Deme una botella de whisky.-Tercamente, habían insistido en que no fuese demasiado educada ni demostrase más cultura de la que debería, allí era una simple muchacha a la que habían enviado a comprar, no más. Por suerte, al parecer el hombre no dudó de mi y fue a por ella, con lo que pude respirar aliviada.
Intenté con todas mis fuerzas no fijarme en el hombre de mi lado, aunque mis esfuerzos eran en vano, le miraba a veces de reojo sin poder evitarlo. Iba vestido de manera desconcertante, lleno de lo que parecía ser sangre y la ropa desgarrada. Me preocupé, esperando que no estuviese herido, aunque no lo parecía. Era un hombre que intimidaba, yo prefería pensar que había tenido una vida dura, pero que siempre se salía a delante, y eso no era una excepción para él. Ya más relajada, me fijé en mi alrededor. Todo era extraño para mi, las personas, con gestos raros que atraían mi insana curiosidad, e incluso la música que sonaba de fondo me era desconocida. Era un mundo del que no sabía nada, y me producía temor y fascinación a partes iguales. Quería seguir contemplando todo, pero pensé que alguien podía reaccionar a ello, y entonces no sabría qué hacer. Los pasos que me habían dado eran simples: Ve a la taberna, pide y vuelve. Nada más, no un:" y habla con desconocidos." Ya me habían reprendido varias veces mi familia por ello, no entendía bien el porqué, no hacía nada malo conversando con nadie, pero en esta situación no era muy conveniente. Y lo entendía, por eso estaba lo más quieta posible mientras esperaba a que el barman llegase con la botella, aunque comprobé que se encontraba ocupado con otros asuntos, así que simplemente hice lo que mejor se me daba: esperar.
Cyrille C. Simons- Humano Clase Media
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 26/02/2014
Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Berger se acomodó en el asiento y recuperó la calma, al tiempo que miraba con recelo los restos de la bebida que un extraño moribundo había agotado. Demasiado concentrado en saborear ésta mentalmente.
Tras esto, se giró y contempló más detenidamente a los presentes. Pensó incluso en entablar conversación con alguno, nada en particular, después de todo, era un hombre, y eso era lo que hacía antes. Pero entre barrigones y borrachos ninguno le pareció el adecuado. Fue entonces, cuando su instinto tomó de nuevo las riendas y le mostró que aquel camino no llevaba a ninguna parte.
La bebida llegó a sus manos y en menos de lo que una persona tarda en pestañear, el líquido se deslizaba por su gaznate.
-¿Señor, ha estado usted en el frente? -Preguntó el barban, mientras se entretenía limpiando un baso.
Berger echó un vistazo por debajo de sus hombros y sonrió. -Mucho ha llovido desde entonces. Lo único que sé, es que alguien ha intentado comerme. Y otras doscientas personas en tres lugares diferentes, contando con el de esta mañana -afirmó, el solitario bebedor, intentado romper aquella imagen de forastero que inconscientemente había inculcado en aquella gente nada más atravesar la puerta. O no tan gente...
El barman de ojos saltones miró en todas direcciones, pensando que aquel bebedor sería un pirado fugado de algún manicomio, y acertaba.
Se contempló de nuevo su herida, a la que llegó tras seguir la mirada del barman. La sangre se filtraba por los poros del pantalón, hasta tal punto que éste apenas se diferenciaba de la piel de alrededor, también cubierta de jirones de sangre. Comprendió entonces que sus cartas había sido ya vistas por el resto de jugadores. Ya no era lo que el resto de presente pesasen de aquellas herida lo que más le atemorizaba, sino la propia procedencia de ésta. Si alguien intentase abalanzarse sobre el, no dudaría en acabar con su existencia. En ocasiones los que se adelantaban a los demás se les suele llamar héroes ¿o insensatos? Le gustaban los héroes de hoy, con sus debilidades, su falta de rectitud moral y su toque de cinismo. En los tiempos que corren no se puede disparar hasta que no le disparen a otro. Pero si alguien osara intentar matarlo, él le pegaría un tiro por la espalda, y ya esta.
Desde hacía un rato, para Berger, había pasado desapercibida una joven que se había colocado a su lado, y arqueando la ceja la contempló desde la altura de su taburete.
-Es algo inapropiado que una joven como vos beba alcohol -dijo Berger, y sin dejarle responder, continuó: -Pero ya puestos... ¡Barman, sirva un trago a esta señorita, la cuenta corre de mi cargo!
Dio un sorbo al baso y la observó de nuevo, emitiendo un sonrisa. Siempre se había imaginado a su hija tal y como observaba a aquella joven. Aún recordaba algunos momentos con ella, en el campo, hechos de una vida pasada e incapaz de olvidar. Curioso era igualmente comprobar la aleatoriedad de los recuerdos.
Tras esto, se giró y contempló más detenidamente a los presentes. Pensó incluso en entablar conversación con alguno, nada en particular, después de todo, era un hombre, y eso era lo que hacía antes. Pero entre barrigones y borrachos ninguno le pareció el adecuado. Fue entonces, cuando su instinto tomó de nuevo las riendas y le mostró que aquel camino no llevaba a ninguna parte.
La bebida llegó a sus manos y en menos de lo que una persona tarda en pestañear, el líquido se deslizaba por su gaznate.
-¿Señor, ha estado usted en el frente? -Preguntó el barban, mientras se entretenía limpiando un baso.
Berger echó un vistazo por debajo de sus hombros y sonrió. -Mucho ha llovido desde entonces. Lo único que sé, es que alguien ha intentado comerme. Y otras doscientas personas en tres lugares diferentes, contando con el de esta mañana -afirmó, el solitario bebedor, intentado romper aquella imagen de forastero que inconscientemente había inculcado en aquella gente nada más atravesar la puerta. O no tan gente...
El barman de ojos saltones miró en todas direcciones, pensando que aquel bebedor sería un pirado fugado de algún manicomio, y acertaba.
Se contempló de nuevo su herida, a la que llegó tras seguir la mirada del barman. La sangre se filtraba por los poros del pantalón, hasta tal punto que éste apenas se diferenciaba de la piel de alrededor, también cubierta de jirones de sangre. Comprendió entonces que sus cartas había sido ya vistas por el resto de jugadores. Ya no era lo que el resto de presente pesasen de aquellas herida lo que más le atemorizaba, sino la propia procedencia de ésta. Si alguien intentase abalanzarse sobre el, no dudaría en acabar con su existencia. En ocasiones los que se adelantaban a los demás se les suele llamar héroes ¿o insensatos? Le gustaban los héroes de hoy, con sus debilidades, su falta de rectitud moral y su toque de cinismo. En los tiempos que corren no se puede disparar hasta que no le disparen a otro. Pero si alguien osara intentar matarlo, él le pegaría un tiro por la espalda, y ya esta.
Desde hacía un rato, para Berger, había pasado desapercibida una joven que se había colocado a su lado, y arqueando la ceja la contempló desde la altura de su taburete.
-Es algo inapropiado que una joven como vos beba alcohol -dijo Berger, y sin dejarle responder, continuó: -Pero ya puestos... ¡Barman, sirva un trago a esta señorita, la cuenta corre de mi cargo!
Dio un sorbo al baso y la observó de nuevo, emitiendo un sonrisa. Siempre se había imaginado a su hija tal y como observaba a aquella joven. Aún recordaba algunos momentos con ella, en el campo, hechos de una vida pasada e incapaz de olvidar. Curioso era igualmente comprobar la aleatoriedad de los recuerdos.
Berger Reifenhelm- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/08/2012
Localización : París
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Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Me entretuve memorizando los nombres de las numerosas botellas expuestas tras la barra, nombres que nunca había escuchado antes, y sólo muy pocos me sonaban de haberlos visto alguna vez en casa. No lo hacía para recordarlas en caso de volver (tema que estaba claro que no pasaría), sino por simple manera de hacer la espera menos eterna. No estaba segura de si siempre estaban tan ocupados, pero fuese lo que fuese, empezaba a pensar en el paso de los minutos y a inquietarme. Me mordí el labio inferior, distrayéndome ahora contando cuántas botellas seguían intactas. Ni una. Y eso que tapaban casi la completa pared. En algún lugar de mi ser, la idea me hizo gracia, y miré mi alrededor de nuevo con otra mirada. Había muchos más hombres que mujeres, lo cual era normal, pero en su mayoría todos estaban divirtiéndose, hablando entre ellos a risas mientras se inundaban en alcohol. La estampa era curiosa, me producía una emoción difícil de refrenar que sabía con seguridad que disgustaría a mis padres, un sentimiento que era imposible de describir, pero que amenazaba con hacerme correr hasta tierras lejanas y conocer ese mundo tan lejano pero tan tentador, un mundo de cálidos colores y del misterio como brisa. Era tan fuerte y deseado, que me atragantaba.
Dirigí de nuevo mi atención a la barra, a mis manos, a mis dedos demasiado bien cuidados para fingir ser de clase más baja. Aun cuando mi familia era de origen humilde, mis abuelos habían alcanzado una considerable riqueza, que había sido heredada por mi padre, quien aumentó su negocio, lo expandió, y ahora vivíamos sin ninguna clase de dificultad gracias a ello. A mi me habían intentado inculcar toda la cultura y modales de una buena joven, clases que había más que aprovechado, teniendo que luchar por poder trabajar en la tienda, pero había tenido éxito. Me había sentido orgullosa, aunque supiese que esa sería la única cosa que en la que cederían. Pero lo hacían para garantizar mi felicidad, me amaban y eso lo era todo para mi.
Me puse tensa al escuchar las palabras que procedían del hombre de mi lado. Deseaba poder habérmelas inventado a causa del aburrimiento, pero con una sola rápida mirada confirmé que no era una ilusión. ¿Me habría descubierto? ¿Se habría dado cuenta de quién era? No quise ni respirar mientras rezaba por volverme invisible, pero sus siguientes frases me arrebataron el aliento que contenía. Iba a reponerme y negarme, dejarle claro que no estaba allí por mi, pero el barman, tan ocupado para atenderme a mi, trajo en seguida un vaso con un líquido trasparente en su interior. Lo miré contrariada, quería desecharlo, pero por otro lado quería saber a qué sabría. Miré al hombre que me miraba fijamente, y sin esperar nada más cogí el vaso y probé un poco su interior. Casi escupo todo a mis pies, aunque tuve la decencia y valentía de tragármelo (porque tragar esa cosa merecía realmente de valor). Tosí disimuladamente, o por lo menos todo lo que pude disimular, e intenté llamar de nuevo la atención del barman.-Perdone.-No me hizo caso después de intentarlo cuatro veces más, así que lo intenté más fuerte.-¡Perdone!-Quería irme en seguida, temía que el hombre hubiese intentado matarme, porque definitivamente notaba mi garganta desangrar. Creí que debía escusarme ante él, aunque fuese por modales, sin pensar en la regla de no ser demasiado educada.-Lamento lo de... antes.-Me ruboricé un poco al recordar el ridículo espectáculo que debía de haber causado antes. No estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones.-Ahora mismo estoy en mitad de un recado que me han mandado hacer y...- pensé en qué decir. Era demasiado difícil mentir.- y debo volver pronto.-Miré de nuevo al barman, que ignoraba mi llamada.-En cuanto tenga la botella, creo.-Intenté no ser demasiado descarada en cuanto a sus ropas, ni a las manchas de sangre que me revolvían el estómago.
Dirigí de nuevo mi atención a la barra, a mis manos, a mis dedos demasiado bien cuidados para fingir ser de clase más baja. Aun cuando mi familia era de origen humilde, mis abuelos habían alcanzado una considerable riqueza, que había sido heredada por mi padre, quien aumentó su negocio, lo expandió, y ahora vivíamos sin ninguna clase de dificultad gracias a ello. A mi me habían intentado inculcar toda la cultura y modales de una buena joven, clases que había más que aprovechado, teniendo que luchar por poder trabajar en la tienda, pero había tenido éxito. Me había sentido orgullosa, aunque supiese que esa sería la única cosa que en la que cederían. Pero lo hacían para garantizar mi felicidad, me amaban y eso lo era todo para mi.
Me puse tensa al escuchar las palabras que procedían del hombre de mi lado. Deseaba poder habérmelas inventado a causa del aburrimiento, pero con una sola rápida mirada confirmé que no era una ilusión. ¿Me habría descubierto? ¿Se habría dado cuenta de quién era? No quise ni respirar mientras rezaba por volverme invisible, pero sus siguientes frases me arrebataron el aliento que contenía. Iba a reponerme y negarme, dejarle claro que no estaba allí por mi, pero el barman, tan ocupado para atenderme a mi, trajo en seguida un vaso con un líquido trasparente en su interior. Lo miré contrariada, quería desecharlo, pero por otro lado quería saber a qué sabría. Miré al hombre que me miraba fijamente, y sin esperar nada más cogí el vaso y probé un poco su interior. Casi escupo todo a mis pies, aunque tuve la decencia y valentía de tragármelo (porque tragar esa cosa merecía realmente de valor). Tosí disimuladamente, o por lo menos todo lo que pude disimular, e intenté llamar de nuevo la atención del barman.-Perdone.-No me hizo caso después de intentarlo cuatro veces más, así que lo intenté más fuerte.-¡Perdone!-Quería irme en seguida, temía que el hombre hubiese intentado matarme, porque definitivamente notaba mi garganta desangrar. Creí que debía escusarme ante él, aunque fuese por modales, sin pensar en la regla de no ser demasiado educada.-Lamento lo de... antes.-Me ruboricé un poco al recordar el ridículo espectáculo que debía de haber causado antes. No estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones.-Ahora mismo estoy en mitad de un recado que me han mandado hacer y...- pensé en qué decir. Era demasiado difícil mentir.- y debo volver pronto.-Miré de nuevo al barman, que ignoraba mi llamada.-En cuanto tenga la botella, creo.-Intenté no ser demasiado descarada en cuanto a sus ropas, ni a las manchas de sangre que me revolvían el estómago.
Cyrille C. Simons- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/02/2014
Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Berger mostró una sonrisa de tranquilidad, ignorando todo lo acontecido anteriormente. Parecía tener la sarten por el mango, y eso era algo que no solía suceder desde hacía mucho tiempo. Miró de improviso y con lentitud a la muchacha, y sonrió, cuando escuchó los tosidos, "garganta virgen", pensó. Aunque... no fue eso en lo que realmente pensó. Sus pensamientos no solo se detenían en lo que podía decirle o que gestos podía mostrar, iba más allá. Su mente divagó en un par de sus ideas; un movimiento de cartas traidor y roñoso y conseguiría lo que deseaba.
-¿Y por que no? -Musitó, con la mirada sombría.
El nuevo plan requería una acción drástica y dramática, de la cual no eran muchas las posibilidades que aquella muchacha saliese bien parada. Quizá, tiempo atrás, hubiera acogido un buen gesto para llevarla segura a su casa, pero en los nuevos días la mejor forma de conseguir lo que él deseaba era ser un cruel y sin corazón. Lo intentaba, al menos...
-No quería parecer grotesco, pero no sería cortés si no le acompañase hasta su hogar. Allí fuera, entre las sombras pueden aparecer muchos problemas de los que usted no querría ni imaginar. No tengo ningún inconveniente en acompañarla -dijo con gesto cortes y mostrando una faceta que pocas veces reflejaba -.Este tipo es imbécil... -sentenció finalmente Berger, refiriéndose al barmar que estaba desaparecido.
Ahora estaba realmente relajado. El hecho de haber puesto nervioso al intentar sentenciar un plan que se fraguaba en su mente delataba que quizá, en contra de lo que creía, aún lo quedara algo que decir. Quizá no estaban sobre la mesa todas las cartas. Se levantó despacio y vertió el resto del liquido sobre la barra y luego lanzó el baso con un gesto bago, sin alzar más la mirada sobre el canto del sombrero; rodó hasta restallar en mil esquirlas de cristal en el espejo, provocando que éste cayera junto a los pies de un camarero que muchas luces no parecía tener. Todo quedó en silencio, observando la rebeldía de los actos barbáricos del misterioso hombre del sombrero.
-¿Y por que no? -Musitó, con la mirada sombría.
El nuevo plan requería una acción drástica y dramática, de la cual no eran muchas las posibilidades que aquella muchacha saliese bien parada. Quizá, tiempo atrás, hubiera acogido un buen gesto para llevarla segura a su casa, pero en los nuevos días la mejor forma de conseguir lo que él deseaba era ser un cruel y sin corazón. Lo intentaba, al menos...
-No quería parecer grotesco, pero no sería cortés si no le acompañase hasta su hogar. Allí fuera, entre las sombras pueden aparecer muchos problemas de los que usted no querría ni imaginar. No tengo ningún inconveniente en acompañarla -dijo con gesto cortes y mostrando una faceta que pocas veces reflejaba -.Este tipo es imbécil... -sentenció finalmente Berger, refiriéndose al barmar que estaba desaparecido.
Ahora estaba realmente relajado. El hecho de haber puesto nervioso al intentar sentenciar un plan que se fraguaba en su mente delataba que quizá, en contra de lo que creía, aún lo quedara algo que decir. Quizá no estaban sobre la mesa todas las cartas. Se levantó despacio y vertió el resto del liquido sobre la barra y luego lanzó el baso con un gesto bago, sin alzar más la mirada sobre el canto del sombrero; rodó hasta restallar en mil esquirlas de cristal en el espejo, provocando que éste cayera junto a los pies de un camarero que muchas luces no parecía tener. Todo quedó en silencio, observando la rebeldía de los actos barbáricos del misterioso hombre del sombrero.
Berger Reifenhelm- Cazador Clase Media
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Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Su invitación me contrarió. Por una parte, agradecía sinceramente su buena intención, había tomado una imagen que no correspondía con su caballerosidad, y me sentía avergonzada por ello. Sus ropajes no hacían honor a su voluntad. En un sólo segundo, me formé mis propias historias sobre aquel hombre, un forajido que había sido perseguido por todo el país por su sentido de la justicia, y que habría sido atacado de manera deshonrosa por una banda de bandidos, dejándolo con esa apariencia. Lo que me hacía vacilar ante su ofrecimiento era el hecho de que de ser acompañada no sólo tenía el riesgo de ser reconocida, sino que vería dónde vivía y que no era precisamente alguien a quien mandasen a comprar licor a una taberna. Me removí nerviosa, pensando rápidamente mis opciones. No tenía mucho tiempo, mi tío llegaría en cualquier momento y sería difícil de explicar el porqué de mi ausencia y la del licor, así como éste es mis manos.
-No desconozco el peligro de las calles, señor...-Dudé ante cómo llamarle, ciertamente no lo conocía y eso me escandalizaba, normalmente siempre se presentaban antes de dirigirme la palabra, fuese quien fuese. Mi conocimiento ante las calles en general era escaso, por no decir que nulo, ya no hablemos de temas peligrosos, pero ¿qué podría haber dañino en las calles? Absolutamente nada, mis padres nunca lo mencionaron y ellos siempre velaban por mi seguridad, así que de existir, me habrían advertido. Pero eso no quitaba que me sintiese insegura e inquieta ante mi afirmación, aunque intenté moverla lejos con positividad, al fin y al cabo no iba a pasarme nada, porque no había nada que pasar. Me repetí varias veces esa frase, intentando creérmela de verdad, como un credo o un mantra. Pero no debía negar, que en contadas ocasiones había estado sola por las calles, y aunque un latido independentista me decía que era una oportunidad de saborear la libertad, otra parte de mí seguía inquieta ante ello. Así pues, con el apoyo de historias inventadas hace unos momentos del hombre en cuestión, decidí aceptar su oferta.-Realmente podría ser acompañada, aunque insisto sólo hasta la calle, estoy segura de que nada podría ocurrir en el trayecto hasta la puerta.- Esperaba que aceptase mi condición, si me viesen con un hombre con su apariencia, ya fuese Frank, me acosarían a preguntas y me prohibirían volver a salir sin compañía. Y eso, para mis planes, era impensable.
Él hizo gala de su peculiar carácter estrellando su vaso contra el espejo, a espectáculo de todo aquel lo suficientemente consciente para haberlo escuchado, y visto. Obviamente el camarero lo había hecho, porque miraba con una mezcla de furia, confusión y temor al culpable. Todo quedó en silencio, y sin saber si iba o no a dar a algún momento más... violento, decidí romper la tensión. Me dirigí al paralizado barman y llamé su atención, esta vez logrado.-Perdone, ¿podría darme una botella de whisky?- Acto seguido se puso en marcha, creo que prefirió una distracción y algo que hacer al anterior silencio que no auguraba nada bueno. Con una brevedad que me sorprendió dado sus antecedentes de hace unos instantes, me entregó la botella y puse las monedas que sabía que costaba en la barra.-Gracias.-Ya ni seguía los pasos dictados por Frank, después de todo casi nada había seguido el camino trazado.
Me giré ante el hombre y le sonreí agradecida. Estaba segura de que aunque de una manera algo brusca, había hecho aquel espectáculo para que el barman viniese a mi.-Si no le importa, le pediría que fuésemos con prisa, ya me he retrasado más de lo que debería.-Esperaba no llegar tarde, mi primera aventura en el mundo exterior había tenido sorprendentes resultados, y era demasiado para tan poco tiempo. Necesitaba descansar y guardar estos preciados momentos que avivarían mis ilusiones de volar un día muy lejos.
-No desconozco el peligro de las calles, señor...-Dudé ante cómo llamarle, ciertamente no lo conocía y eso me escandalizaba, normalmente siempre se presentaban antes de dirigirme la palabra, fuese quien fuese. Mi conocimiento ante las calles en general era escaso, por no decir que nulo, ya no hablemos de temas peligrosos, pero ¿qué podría haber dañino en las calles? Absolutamente nada, mis padres nunca lo mencionaron y ellos siempre velaban por mi seguridad, así que de existir, me habrían advertido. Pero eso no quitaba que me sintiese insegura e inquieta ante mi afirmación, aunque intenté moverla lejos con positividad, al fin y al cabo no iba a pasarme nada, porque no había nada que pasar. Me repetí varias veces esa frase, intentando creérmela de verdad, como un credo o un mantra. Pero no debía negar, que en contadas ocasiones había estado sola por las calles, y aunque un latido independentista me decía que era una oportunidad de saborear la libertad, otra parte de mí seguía inquieta ante ello. Así pues, con el apoyo de historias inventadas hace unos momentos del hombre en cuestión, decidí aceptar su oferta.-Realmente podría ser acompañada, aunque insisto sólo hasta la calle, estoy segura de que nada podría ocurrir en el trayecto hasta la puerta.- Esperaba que aceptase mi condición, si me viesen con un hombre con su apariencia, ya fuese Frank, me acosarían a preguntas y me prohibirían volver a salir sin compañía. Y eso, para mis planes, era impensable.
Él hizo gala de su peculiar carácter estrellando su vaso contra el espejo, a espectáculo de todo aquel lo suficientemente consciente para haberlo escuchado, y visto. Obviamente el camarero lo había hecho, porque miraba con una mezcla de furia, confusión y temor al culpable. Todo quedó en silencio, y sin saber si iba o no a dar a algún momento más... violento, decidí romper la tensión. Me dirigí al paralizado barman y llamé su atención, esta vez logrado.-Perdone, ¿podría darme una botella de whisky?- Acto seguido se puso en marcha, creo que prefirió una distracción y algo que hacer al anterior silencio que no auguraba nada bueno. Con una brevedad que me sorprendió dado sus antecedentes de hace unos instantes, me entregó la botella y puse las monedas que sabía que costaba en la barra.-Gracias.-Ya ni seguía los pasos dictados por Frank, después de todo casi nada había seguido el camino trazado.
Me giré ante el hombre y le sonreí agradecida. Estaba segura de que aunque de una manera algo brusca, había hecho aquel espectáculo para que el barman viniese a mi.-Si no le importa, le pediría que fuésemos con prisa, ya me he retrasado más de lo que debería.-Esperaba no llegar tarde, mi primera aventura en el mundo exterior había tenido sorprendentes resultados, y era demasiado para tan poco tiempo. Necesitaba descansar y guardar estos preciados momentos que avivarían mis ilusiones de volar un día muy lejos.
Cyrille C. Simons- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/02/2014
Re: Llegando a la jungla humana (Cyrille C. Simons)
Berger miró a su alrededor, observando todos los ojos que lo enfocaban, y con calma, se dirigió a su pistolera, a sorpresa de todos los espectadores que sostenía la posibilidad de que sacaría su arma. La mano pasó de largo y se introdujo en su bolsillo sacando consigo un trozo de regaliz; torcido, terrosa y usada. Acto seguido se
lo introdujo en la boca y observó a la joven y asintió a sus últimas palabras. Quería tormárselo con calma, era posible que su presa lo estuviera observando en ese mismo momento, no quería que pensara que era un manjar correoso. Se quitó el sombrero mostrando el rostro surcado por varias cicatrices bien señaladas. De éste, entre una costura, sacó varías monedas con las que las fue lanzando a modo de lluvia sobre la barra.
-Esto es por los desperfectos, mi copa y la de esta joven... -dijo mientras se colocaba el sobrero en su lugar de origen.
El camarero observó y tragó saliva, esperando algo de violencia de nuevo. No habría más, ya había llamado la atención lo suficiente por esa noche. Berger se ajustó el cuello e hizo un gesto de cortesía para que la joven pasara delante, hacia la salida que despejaban conforme avanzaban en sus pasos. Los bebedores se preguntaban que hacia una joven tan galante en con un hombre tan violento como él. En realidad no sabían que no era por cortesía si no por sacar provecho de la situación que pocas veces se le aparecía tan claras como la de esa noche. Con un poco de suerte, el cazador sería cazado ¿Pero quien era el cazador, Berger o el contrario? El misterioso hombre lo tenía bien claro pero el individuo que se escondía no parecía decidirse.
-Me gustaría ofrecerle un buen corcel, pero por desgracia a mi último equino tuve que sacrificarlo por una herida provocada por un loco de la noche... -Aclaró Berger mientras caminaban entre un pasillo de personas, hacia la salida -. Del cual me vengué...
Cuando las puertas se abrieron dio paso libre para que la joven fuera la primera en salir. Observó las pocas estrellas que su vista cansada alcanzaba. Y recordaba los juegos que con su hija tanto había disfrutados, y añoraba su compañía y la de su mujer, tanto tiempo con ellas para luego desaparecer. La vida era sufrimiento, lo decía él. Otros dirían que volvería a verlas, pero él no creía en esas cosas después de todo lo vivido en sus miseros años sin ellas.
Las ratas de las cañerías se escabulleron cuando las dos figuras atravesaron el umbral luminoso del interior de la taberna. Un vagabundo que esperaba en la puerta con la mano estirada en pos de recibir algo que no fuera un insulto o una patada. Berger le lanzó la última moneda que le quedaba al pobre desgraciado que la agarró al vuelo.
-Que Dios le proteja y le guarde, caballero -dijo el vagabundo.
-No, Dios no tiene tiempo para tipos como yo...
La noche daba cobijo a las gentes de la ciudad, mostrando una extensa calle vacía y oscura, solo iluminada por los candiles en las paredes que poca vida parecía que les quedaba. El sonido de los grillos adornaba el ambiente de vomiteras y gritos de placer de algunas mujeres en los callejones de alrededor. Un rayo surcó el cielo, mientras Berger se volvía hacia la joven, mostrando una imagen escalofriante de su rostro poco cuidado.
-¿Una noche propicia, no cree? -preguntó Berger, mientras le florecía una sonrisa.
lo introdujo en la boca y observó a la joven y asintió a sus últimas palabras. Quería tormárselo con calma, era posible que su presa lo estuviera observando en ese mismo momento, no quería que pensara que era un manjar correoso. Se quitó el sombrero mostrando el rostro surcado por varias cicatrices bien señaladas. De éste, entre una costura, sacó varías monedas con las que las fue lanzando a modo de lluvia sobre la barra.
-Esto es por los desperfectos, mi copa y la de esta joven... -dijo mientras se colocaba el sobrero en su lugar de origen.
El camarero observó y tragó saliva, esperando algo de violencia de nuevo. No habría más, ya había llamado la atención lo suficiente por esa noche. Berger se ajustó el cuello e hizo un gesto de cortesía para que la joven pasara delante, hacia la salida que despejaban conforme avanzaban en sus pasos. Los bebedores se preguntaban que hacia una joven tan galante en con un hombre tan violento como él. En realidad no sabían que no era por cortesía si no por sacar provecho de la situación que pocas veces se le aparecía tan claras como la de esa noche. Con un poco de suerte, el cazador sería cazado ¿Pero quien era el cazador, Berger o el contrario? El misterioso hombre lo tenía bien claro pero el individuo que se escondía no parecía decidirse.
-Me gustaría ofrecerle un buen corcel, pero por desgracia a mi último equino tuve que sacrificarlo por una herida provocada por un loco de la noche... -Aclaró Berger mientras caminaban entre un pasillo de personas, hacia la salida -. Del cual me vengué...
Cuando las puertas se abrieron dio paso libre para que la joven fuera la primera en salir. Observó las pocas estrellas que su vista cansada alcanzaba. Y recordaba los juegos que con su hija tanto había disfrutados, y añoraba su compañía y la de su mujer, tanto tiempo con ellas para luego desaparecer. La vida era sufrimiento, lo decía él. Otros dirían que volvería a verlas, pero él no creía en esas cosas después de todo lo vivido en sus miseros años sin ellas.
Las ratas de las cañerías se escabulleron cuando las dos figuras atravesaron el umbral luminoso del interior de la taberna. Un vagabundo que esperaba en la puerta con la mano estirada en pos de recibir algo que no fuera un insulto o una patada. Berger le lanzó la última moneda que le quedaba al pobre desgraciado que la agarró al vuelo.
-Que Dios le proteja y le guarde, caballero -dijo el vagabundo.
-No, Dios no tiene tiempo para tipos como yo...
La noche daba cobijo a las gentes de la ciudad, mostrando una extensa calle vacía y oscura, solo iluminada por los candiles en las paredes que poca vida parecía que les quedaba. El sonido de los grillos adornaba el ambiente de vomiteras y gritos de placer de algunas mujeres en los callejones de alrededor. Un rayo surcó el cielo, mientras Berger se volvía hacia la joven, mostrando una imagen escalofriante de su rostro poco cuidado.
-¿Una noche propicia, no cree? -preguntó Berger, mientras le florecía una sonrisa.
Berger Reifenhelm- Cazador Clase Media
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