Leviatán {Mikhail Argeneau}

por **H. Victoria Kettleburn** Jue Mar 13, 2014 3:46 pm

«Bellum omnium contra omnes»
«Guerra de todos contra todos»

«Homo homini lupus est»
«El hombre es un lobo para el hombre»
Thomas Hobbes

Sangre rica y fluyente, licor quemando gargantas, placeres pecadores. La naciente neófita tenía por cuna un nido de víboras. Nunca más a las mejillas rojizas; se habían vuelto hielo. Adiós primavera; el invierno había llegado para quedarse para siempre. Aún inconsciente, se preguntaba… ¿Por qué?, ¿por qué sentía tanta crueldad a su alrededor? Debía ser porque estaba a punto de descubrir el único ecosistema en donde la fuente resultaba nociva para su propio fruto. Hasta el momento, el cuerpo de la joven eterna se había mantenido inerte desde su transformación, quieto sobre el piso como si los grandes la hubiesen empleado como una alfombra de lujo más sobre la cual pasar. Así se había sentido, como una cosa, porque no se les escuchaba, no sentían ni pensaban, por lo que se podía disponer de ellas destruyéndolas si asaltaban las ganas. Pero entonces, ¿por qué sentía ahora tan lejanos esos sentimientos de vulnerabilidad? Algo se había roto dentro de ella. En su subconsciente, se preguntaba si todavía quedaba algo de Victoria. Si estaba allí, tenía que encontrarla.

Fue así que sin levantar sus párpados ni agudizar sus privilegiados oídos, comenzó a recorrerse superficialmente con sus manos. De abajo hacia arriba partieron, palpando primero sus tobillos reforzados; estaban fríos y tensos, como si fuese a comenzar a correr de un adversario en cualquier momento. Y es que ¿quién le aseguraba que no tenía enemigos potenciales dentro de ese lugar? Después de todo, le habían negado el aliento; quien podía lo más, podía lo menos. Luego siguió recorriendo su tronco hasta posar sus manos sobre su pecho. Cuando no sintió el latir de su corazón, oprimió esa zona con más fuerza, asustada por completo y abriendo los ojos al mismo tiempo su boca sólo por instinto. Intentaba respirar, pero el aire le era ajeno. Las luciérnagas ámbar que reposaban en su rostro se sentían morir.

—¿A través de estas ventanas… qué clase de delirios serán revelados a mí? —sospechaba que no vería a sus padres con ellas. El radar en que se había vuelto su mirada no podía hacer otra cosa sino detectar adversarios y asechar a la presa. Veía los rostros de los vampiros cercanos a ella, cómplices entre ellos. Un amargo saber de decepción del futuro hizo decaer los gestos amables de Helena— Jamás me han mirado así —ni siquiera su antiguo captor. Encontrar rostros más inhumanos que el de él la aterraba—No me premiarán con decirme quién me hizo esto.

De repente, sin más, la espalda de Victoria se arqueó de golpe, obligándola a sentarse. La garganta… ¿qué tenía? Estaba rasposa, la mataba a cosquillas, pero la hacía todo menos reír. No quería toser; eso no la ayudaría. Sentía mucha sed, sí, eso era, pero ¡qué manera de sentirla! Era una sed que no le provocaba solamente debilidad, sino también urgencia y, por lo tanto, agresividad para conseguir ese algo que consiguiera ponerle fin. Sus instintos le decían que varios sonreían a distancia por diversión; el sadismo los movía tanto como el deseo, pero al final resultaban ser la misma cosa: lujuria. Algunos se veían a sí mismos en su primera noche de las infinitas que tendrían para estar despiertos, y se interrogaban sobre cuánto se demoraría la novata en caer por completo al abismo delirante de la omnipotencia. Mientras más rencor tuviese guardado, más fácil resultaría que se propagara a través de ella, pues la sed de venganza surgía tan pronto como se tenía la certeza del poderío.

—Apuesto una virgen a que pedirá agua —comentó uno de los presentes sentado en un distinguido cojín. El que estaba a su lado le contestó aún más seguro.

—Apuesto dos a que intentará beber de ti —rieron juntos, sumergidos en su supremacía tanto que no identificaban a otros a su altura fuera de su núcleo.

—¡Yo no soy como ustedes! —se levantó con una fuerza que no reconocía como suya. Con el mínimo de esfuerzo se había puesto de pié, como una pluma, pero gritar de esa manera hizo que la tráquea le reclamara más. ¿Así que eso era? ¿Esa sería Victoria hasta el fin de los tiempos? Su tono se volvió casi lastimero— ¿Qué me han hecho?

Nadie le contestó. El cuerpo de Helena se encorvó ligeramente hasta que acabar abrazándose a sí misma, buscando entibiar su cuerpo frío para recordar lo que se sentían las temperaturas, pues ya estaba perdiendo su noción. Incluso tocarse se asimilaba a acariciar el papel; no era de ella. No podía serlo. Sus abuelos tampoco lo creerían ¿En qué momento esas criaturas se creyeron con el derecho de…?

Y de pronto, se levantó de entre las piezas del tablero el monarca del mismo, haciendo que la atención se le volcara encima. A Victoria se le ennegreció la mirada al sentirse en peligro. Con un escalofrío atravesando los centros nerviosos de su marmórea piel, el rey le hizo recordar la sensación del hielo calándola hasta los huesos.