AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Some are born to sweet delight, some are born to endless night [Privado]
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Some are born to sweet delight, some are born to endless night [Privado]
El hombre que se empeña saberlo todo termina por no enterarse de nada. Edvin sabía que era joven, que su camino como vampiro —¡su noche eterna!— comenzaba apenas, y aún así, la desesperación trepaba por su garganta. No sabía nada. Nada de cómo se un vampiro, nada de cómo hacerse del conocimiento que buscaba. Y nada era una palabra demasiado aterradora incluso para él, sobre todo cuando se ponía en la balanza en contrapeso a su inmortalidad. Chasqueó la lengua mirando el fuego danzar en la chimenea mientras jugaba con su bastón. Lo balanceaba y lo hacía girar con una habilidad que daba entender que era un excelente espadachín. Una de las enseñanzas que le había dejado el viejo barón Ionescu. Pensaba. Porque Edvin era un hombre que vivía en el mundo de ideas, muy cercano a lo que Platón había propuesto.
De pronto se puso de pie. Hasta ahora vivía solo, aunque más de una vez había contemplado hacerse de algunos sirvientes que fueran eso y esclavos de sangre también. Así que cuando comenzó a avanzar, sus pasos resonaron por la solitaria y lúgubre casona. Los muros estaban repletos de cuadros. De escenas demoniacas y visiones del fin del mundo; extrañamente, también de tranquilos paisajes boreales y retratos de hombres y mujeres olvidados con el tiempo. De mirada muerta y anonimato perpetuo.
Por supuesto, desde que había llegado, no se había cruzado de brazos. Era testarudo. Y ya había investigado respecto a candidatos para acercarse y tratar de hacer “negocios” con ellos. Secretos a cambio de lo que quisieran. Edvin valoraba más el poder de la información que el de oro; eso no quería decir que fuera a renunciar a su fortuna, la que tenía ahora o la que podría heredar si regresara a Estonia. Pero no tenía intención alguna de regresar. No por ahora, al menos. Sin embargo, hasta ahora, no había ido frontal ante ninguno de esos candidatos. Era un tipo desesperado, sí, pero esta vez había decidido aguardar. ¿Por qué? Ah, porque Edvin también era impredecible.
Pero el joven vampiro había llegado a su límite, que no era demasiado, en todo caso. Y se decidió a tomar acción. Cruzó a pie —siempre con su bastón— la ciudad. Tenía mapeados a estos personajes con poderes que le interesaban e iría a por el primero de ellos. Pero, como ya dijimos, no saberlo todo para él era como no saber nada. Y no sabía todo. No tenía la certeza de dónde encontrar a la mujer que buscaba. Porque era una mujer, sólo tenía un nombre: Fiura.
Poco a poco sus pasos lo sacaron de París, aunque el barullo de la ciudad bañada en noche aún repiqueteaba a sus espaldas como una lejana caída de agua. Constante. ¿A qué trato iba a llegar con ella? No lo sabía (y no saber lo enervaba), pero tenía la certeza de que él, como vampiro, como barón, como Edvin por sí mismo, tenía mucho que ofrecer. Sí, seguro llegarían a un trato.
Se detuvo cuando vio a unos jóvenes amantes tumbados en la hierba, con las estrellas como sus testigos. Eran varones ambos, eso explicaba el furtivo encuentro. Por su parte, Edvin lo encontró divertido y se acercó. Carraspeó una vez que estuvo cerca y ambos se pusieron de pie. Eran muy jóvenes se dio cuenta de ellos ahora que podía verlos a la luz de la luna y parecían asustados. Se acomodaron la ropa con premura.
—Tranquilos —dijo Edvin con voz sombría—, sólo quiero direcciones —y sonrió. Esa sonrisa que era una cicatriz curtida en un odio insondable que provenía de ningún sitio.
—No sabemos nada —era evidente que los chicos estaban nerviosos y querían irse.
Edvin arqueó una ceja y dio un paso. El mismo que ellos retrocedieron. El vampiro rio. Rio bajo y quedo. Burlón.
—Ah, pero más que yo, seguro que sí —soltó con sarcasmo y apunto al pecho de uno de ellos, el que tenía más cerca, con su bastón, luego lo golpeó ligeramente—. Fiura, ¿han escuchado ese nombre? —Pero ambos jóvenes negaron con la cabeza—. No me hagan perder la paciencia —aunque ya la estaba perdiendo.
—Pero hay una casa por allá —el segundo de ellos, el que estaba detrás, intervino y señaló una dirección incierta—. Recibe viajeros y la mujer cuida niños, tal vez ahí sepan algo, por favor, señor…
El vampiro giró el rostro. Miró a donde le señalaba y luego de nuevo a los hombres. Éste le caía mejor. Parecía tenerle más respeto. Pensó en beber de ellos, pero la verdad, llevaba algo de prisa y si mal no recordaba, le había dicho que aquella que buscaba hacía eso: cuidaba niños o algo así. No lo entendía y no le interesaba hacerlo.
—Largo —espetó secamente y los muchachos se echaron a correr. Él continuó su camino.
Llegó hasta la casa señalada. Observó su fachada, fijó su mirada de ojos añil en una de las ventanas y se plantó esbelto como espada; aguardando algo. Parecía una figura de mármol, con blancura y su bastón y su altivez. Si acaso algo echaba por tierra esa idea era su gesto que cambió, sonrió ligeramente. Debía ser el lugar —le gustaba creer que así era— y en su enorme vanidad creía que todo saldría conforme a lo planeado. El error era algo que no cabía en su propia visión del mundo que, culto como era, podía ser enorme, pero a veces, en su arrogancia, se estrechaba y era ahí donde fallaba. Pero vamos, era un vampiro en formación. Estaba aprendiendo y aprendía peligrosamente rápido.
Y tras unos minutos de contemplar el lugar, finalmente tocó a la puerta.
De pronto se puso de pie. Hasta ahora vivía solo, aunque más de una vez había contemplado hacerse de algunos sirvientes que fueran eso y esclavos de sangre también. Así que cuando comenzó a avanzar, sus pasos resonaron por la solitaria y lúgubre casona. Los muros estaban repletos de cuadros. De escenas demoniacas y visiones del fin del mundo; extrañamente, también de tranquilos paisajes boreales y retratos de hombres y mujeres olvidados con el tiempo. De mirada muerta y anonimato perpetuo.
Por supuesto, desde que había llegado, no se había cruzado de brazos. Era testarudo. Y ya había investigado respecto a candidatos para acercarse y tratar de hacer “negocios” con ellos. Secretos a cambio de lo que quisieran. Edvin valoraba más el poder de la información que el de oro; eso no quería decir que fuera a renunciar a su fortuna, la que tenía ahora o la que podría heredar si regresara a Estonia. Pero no tenía intención alguna de regresar. No por ahora, al menos. Sin embargo, hasta ahora, no había ido frontal ante ninguno de esos candidatos. Era un tipo desesperado, sí, pero esta vez había decidido aguardar. ¿Por qué? Ah, porque Edvin también era impredecible.
Pero el joven vampiro había llegado a su límite, que no era demasiado, en todo caso. Y se decidió a tomar acción. Cruzó a pie —siempre con su bastón— la ciudad. Tenía mapeados a estos personajes con poderes que le interesaban e iría a por el primero de ellos. Pero, como ya dijimos, no saberlo todo para él era como no saber nada. Y no sabía todo. No tenía la certeza de dónde encontrar a la mujer que buscaba. Porque era una mujer, sólo tenía un nombre: Fiura.
Poco a poco sus pasos lo sacaron de París, aunque el barullo de la ciudad bañada en noche aún repiqueteaba a sus espaldas como una lejana caída de agua. Constante. ¿A qué trato iba a llegar con ella? No lo sabía (y no saber lo enervaba), pero tenía la certeza de que él, como vampiro, como barón, como Edvin por sí mismo, tenía mucho que ofrecer. Sí, seguro llegarían a un trato.
Se detuvo cuando vio a unos jóvenes amantes tumbados en la hierba, con las estrellas como sus testigos. Eran varones ambos, eso explicaba el furtivo encuentro. Por su parte, Edvin lo encontró divertido y se acercó. Carraspeó una vez que estuvo cerca y ambos se pusieron de pie. Eran muy jóvenes se dio cuenta de ellos ahora que podía verlos a la luz de la luna y parecían asustados. Se acomodaron la ropa con premura.
—Tranquilos —dijo Edvin con voz sombría—, sólo quiero direcciones —y sonrió. Esa sonrisa que era una cicatriz curtida en un odio insondable que provenía de ningún sitio.
—No sabemos nada —era evidente que los chicos estaban nerviosos y querían irse.
Edvin arqueó una ceja y dio un paso. El mismo que ellos retrocedieron. El vampiro rio. Rio bajo y quedo. Burlón.
—Ah, pero más que yo, seguro que sí —soltó con sarcasmo y apunto al pecho de uno de ellos, el que tenía más cerca, con su bastón, luego lo golpeó ligeramente—. Fiura, ¿han escuchado ese nombre? —Pero ambos jóvenes negaron con la cabeza—. No me hagan perder la paciencia —aunque ya la estaba perdiendo.
—Pero hay una casa por allá —el segundo de ellos, el que estaba detrás, intervino y señaló una dirección incierta—. Recibe viajeros y la mujer cuida niños, tal vez ahí sepan algo, por favor, señor…
El vampiro giró el rostro. Miró a donde le señalaba y luego de nuevo a los hombres. Éste le caía mejor. Parecía tenerle más respeto. Pensó en beber de ellos, pero la verdad, llevaba algo de prisa y si mal no recordaba, le había dicho que aquella que buscaba hacía eso: cuidaba niños o algo así. No lo entendía y no le interesaba hacerlo.
—Largo —espetó secamente y los muchachos se echaron a correr. Él continuó su camino.
Llegó hasta la casa señalada. Observó su fachada, fijó su mirada de ojos añil en una de las ventanas y se plantó esbelto como espada; aguardando algo. Parecía una figura de mármol, con blancura y su bastón y su altivez. Si acaso algo echaba por tierra esa idea era su gesto que cambió, sonrió ligeramente. Debía ser el lugar —le gustaba creer que así era— y en su enorme vanidad creía que todo saldría conforme a lo planeado. El error era algo que no cabía en su propia visión del mundo que, culto como era, podía ser enorme, pero a veces, en su arrogancia, se estrechaba y era ahí donde fallaba. Pero vamos, era un vampiro en formación. Estaba aprendiendo y aprendía peligrosamente rápido.
Y tras unos minutos de contemplar el lugar, finalmente tocó a la puerta.
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 20/03/2014
Localización : París, Francia
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Re: Some are born to sweet delight, some are born to endless night [Privado]
—Léelo otra vez, Emilien —ordenó Dauphine con autoridad pero también con afecto a su sobrino, mientras repasaban la poesía de la tarde— En voz fuerte y clara esta vez, querido, para que tu tía pueda oírte. No te apures; recuerda que no es competencia de hombría.
El niño se aclaró la garganta sin chistar e infló el pecho para recitar. Ya no cuestionaba las exigencias de su única familia como cuando tenía siete años; los discursos de ella sobre la educación habían terminado por acostumbrarlo a la idea de que sus sueños difícilmente se verían cumplidos sin leer y escribir debidamente, por lo que batallaba contra el cansancio y continuaba perfeccionando sus pausas y énfasis.
—“La joven tarentina”, de André Chénier. —introdujo Emilien—Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad. Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis, pues su vida ha vivido la joven tarentina…
Mientras el varón se encargaba de demostrar sus dotes en el habla, la bruja camuflada miraba por la ventana buscando la causa de sus más recientes inquietudes. Desde el día en que aquel cazador de la mirada arrogante se había detenido por su posada que estaba así. Los últimos acontecimientos le hacían ver que sin importar los resguardos que tomase tanto para su sobrino como para ella, nada estaba en sus manos; no realmente. Podía prepararse toda una vida para enfrentar las sorpresas que trajera, y aún así la tomaría desprevenida. Y si había algo que a Fiura sacaba de sus casillas era no tener un as bajo la manga para una determinada encrucijada.
Sólo de una cosa estaba completamente segura: No importaba qué tan cerca se encontrasen de acusarla de brujería, nunca dejaría de salvar a sus niños del hospital. Eso incluía, desde luego, vender su cuello a los vampiros a cambio de su sangre. Daría hasta la última gota de su sangre, porque cada pizca que recibiera de vuelta significaría la vida, y ella ya había perdido demasiado a la muerte como para permitir más.
—…y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes, golpeándose los pechos y vestidas de negro, en torno de su féretro repiten su lamento. ¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán. —terminó sus versos Emilien, esperando la crítica de su tía.
Cuando Dauphine se volteó a mirarlo, esbozó una media sonrisa intrigada por ella misma; le resultaba curioso que su vida consistiese en sembrar flores en la tormenta, comportarse como un diablo en las sombras y esperar que el actuar como un ángel en la vida que exhibía le trajera de recompensa únicamente soles y bienestares. Entre ellos estaba el hijo de su difunta hermana. ¿Valía la pena armar tan retorcida visión? Al ver al hombre hecho y derecho en que se estaba convirtiendo Emilien, se contestaba que sí.
Pero de pronto, Dauphine cortó su expresión de dicha y la cambió por una de alerta total, mirando hacia el horizonte . Se acercaba un aura oscura, una que despedía todo menos fertilidad. Supo de inmediato de qué se trataba.
—Continuaremos con la poesía mañana, querido. He recordado que tengo algo importante que hacer. Puedes retirarte a dormir. —mintió para ponerlo a salvo antes de que se acercara demasiado su inesperado visitante.
—Pero todavía no me ha dicho---
—Buenas noches, Emilen —terminó así de mandar a su hijo postizo a la cama antes de dirigirse a la puerta.
Se quedó allí, junto a la madera por varios minutos. Contó uno, contó dos y llegó el tercero. Fue entonces cuando escuchó los golpes contra la entrada. Percibía un aura turbia y, sin embargo, conocida. ¿Un dictador de la sangre? La respuesta resultó ser afirmativa cuando abrió la puerta y se encontró con una altiva y blanquecina figura. Esos ojos, esa petulancia que salía despedida por los poros, ese olor a muerte… sólo podían provenir de un vampiro.
—Dudo que venga a pedirme una habitación para descansar, Monsieur —dijo con total normalidad, demostrando que no se sentía amenazada con su presencia, pero que no por ello lo dejaría hacer lo que quisiera— Ambos sabemos que no lo digo por lo ostentosas de sus ropas. Sucede que uno de nosotros ya no puede usar esa palabra ni ahora ni podrá hacerlo nunca. Entonces… ¿a quién debo el honor y en qué puedo servirlo?
El niño se aclaró la garganta sin chistar e infló el pecho para recitar. Ya no cuestionaba las exigencias de su única familia como cuando tenía siete años; los discursos de ella sobre la educación habían terminado por acostumbrarlo a la idea de que sus sueños difícilmente se verían cumplidos sin leer y escribir debidamente, por lo que batallaba contra el cansancio y continuaba perfeccionando sus pausas y énfasis.
—“La joven tarentina”, de André Chénier. —introdujo Emilien—Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad. Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis, pues su vida ha vivido la joven tarentina…
Mientras el varón se encargaba de demostrar sus dotes en el habla, la bruja camuflada miraba por la ventana buscando la causa de sus más recientes inquietudes. Desde el día en que aquel cazador de la mirada arrogante se había detenido por su posada que estaba así. Los últimos acontecimientos le hacían ver que sin importar los resguardos que tomase tanto para su sobrino como para ella, nada estaba en sus manos; no realmente. Podía prepararse toda una vida para enfrentar las sorpresas que trajera, y aún así la tomaría desprevenida. Y si había algo que a Fiura sacaba de sus casillas era no tener un as bajo la manga para una determinada encrucijada.
Sólo de una cosa estaba completamente segura: No importaba qué tan cerca se encontrasen de acusarla de brujería, nunca dejaría de salvar a sus niños del hospital. Eso incluía, desde luego, vender su cuello a los vampiros a cambio de su sangre. Daría hasta la última gota de su sangre, porque cada pizca que recibiera de vuelta significaría la vida, y ella ya había perdido demasiado a la muerte como para permitir más.
—…y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes, golpeándose los pechos y vestidas de negro, en torno de su féretro repiten su lamento. ¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán. —terminó sus versos Emilien, esperando la crítica de su tía.
Cuando Dauphine se volteó a mirarlo, esbozó una media sonrisa intrigada por ella misma; le resultaba curioso que su vida consistiese en sembrar flores en la tormenta, comportarse como un diablo en las sombras y esperar que el actuar como un ángel en la vida que exhibía le trajera de recompensa únicamente soles y bienestares. Entre ellos estaba el hijo de su difunta hermana. ¿Valía la pena armar tan retorcida visión? Al ver al hombre hecho y derecho en que se estaba convirtiendo Emilien, se contestaba que sí.
Pero de pronto, Dauphine cortó su expresión de dicha y la cambió por una de alerta total, mirando hacia el horizonte . Se acercaba un aura oscura, una que despedía todo menos fertilidad. Supo de inmediato de qué se trataba.
—Continuaremos con la poesía mañana, querido. He recordado que tengo algo importante que hacer. Puedes retirarte a dormir. —mintió para ponerlo a salvo antes de que se acercara demasiado su inesperado visitante.
—Pero todavía no me ha dicho---
—Buenas noches, Emilen —terminó así de mandar a su hijo postizo a la cama antes de dirigirse a la puerta.
Se quedó allí, junto a la madera por varios minutos. Contó uno, contó dos y llegó el tercero. Fue entonces cuando escuchó los golpes contra la entrada. Percibía un aura turbia y, sin embargo, conocida. ¿Un dictador de la sangre? La respuesta resultó ser afirmativa cuando abrió la puerta y se encontró con una altiva y blanquecina figura. Esos ojos, esa petulancia que salía despedida por los poros, ese olor a muerte… sólo podían provenir de un vampiro.
—Dudo que venga a pedirme una habitación para descansar, Monsieur —dijo con total normalidad, demostrando que no se sentía amenazada con su presencia, pero que no por ello lo dejaría hacer lo que quisiera— Ambos sabemos que no lo digo por lo ostentosas de sus ropas. Sucede que uno de nosotros ya no puede usar esa palabra ni ahora ni podrá hacerlo nunca. Entonces… ¿a quién debo el honor y en qué puedo servirlo?
Dauphine "Fiura" Sorcière- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 11/10/2013
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Re: Some are born to sweet delight, some are born to endless night [Privado]
La espera no fue tanta como supuso, sin embargo, la sintió eterna. Porque Edvin era un chiquillo (no dejaba de serlo) acostumbrado a recibirlo todo de inmediato, en cuanto lo exigiera. Era por ello que perdía los estribos con tanta facilidad, que vivía perpetuamente encolerizado con absolutamente todo. Si exigía una estatua de él de 5 metros, una vez que estuviera hecha, le parecería que ahora necesitaba una de 8 metros y así, por siempre. Cuando aprendía algo, sentía que debía saberlo todo. Cuando exigía algo, deseaba que otros pudieran leerle la mente y tenerlo preparado para él.
Pero la puerta se abrió al fin y levantó el rostro con ese desdén que parecía exudar. Inherente a él incluso antes de recibir el frío beso de la inmortalidad y vio a esta mujer hermosa y extraña que le pareció fascinante sólo por el simple hecho de su apariencia. Sonrió de lado ante sus palabras y descansó su peso ligeramente al frente, recargado en el bastón. Una sonrisa, en cualquier otro caso, ilumina la expresión de cualquiera, pero no con Edvin, en él se acentuaba su oscuridad. Parecía capaz de matar a Dios si se lo proponía.
—Interesante recibimiento —al fin habló con tono suave y medido, aunque ciertamente más natural, porque con ella no tenía que fingir demasiado, ya se lo había demostrado con esas palabras de bienvenida—. Entonces debo suponer que es usted a quien busco —elevó el bastó y lo agitó un poco, como señalándola con su empuñadura—, ¿Fiura? —Sonó a que preguntaba y afirmaba al mismo tiempo. Alzó ambas cejas, intrigado.
—¿Dónde dejé mis modales? Edvin Pärt, barón de Rumania e intrigado con su trabajo, señorita —su tono esta vez fue más sarcástico, aunque no mintió. Edvin tenía un don para engañar, pero no lo usaba a cada oportunidad que tenía, no era tan tonto. Lo usaba cuando valía la pena. Era un estratega del embuste, economizaba en recursos. Era impulsivo, sí, pero eso era sólo cuando la situación ya estaba dominada. Mataba sólo cuando su víctima ya no tenía escapatoria, pero antes, antes ya había tejido todo un sistema de trampas para hacer caer a quien él quisiera.
—Se preguntará qué me tiene aquí. Supongo que, como muchos otros con sus… habilidades, no tiene en alta estima a los que son como yo, así que iré al grano. Usted tiene algo que me interesa y estoy dispuesto a intercambiarlo. Nunca he tenido necesidad de robar y no pienso comenzar ahora —matar era otra cosa, por supuesto, pero jamás se rebajaría a ser un vulgar ladrón—. Tiene conocimiento, eso es lo que busco —y lo que había buscado toda su vida, por corta que pudiera parecer en comparación a otros vampiros.
Ambos estaban ahí, en el umbral de la puerta, intercambiando palabras crípticas y la escena parecía tan fuera de la realidad que Edvin se sintió cómodo con la situación. Hasta ahora. No sabía contra quién se estaba enfrentando. No esperaba que la mujer respondiera positivamente de buenas a primeras o a qué trato llegarían finalmente. Buscaba perder lo menos posible, hacer un control de daños lo suficientemente eficiente para no verse afectado con los resultados de aquella noche. Como a cualquiera, no le gustaba ser vencido.
—Pero vengo aquí dispuesto a negociar. Sé que nada es gratis en esta vida, o no al menos lo que vale la pena —esa era la parte difícil—. No sé, tal vez nos sentiríamos más cómodos negociando sentados —apuntó con burla, haciendo referencia a que seguían de pie en el pórtico. La culpa no era directamente de su inesperada anfitriona. Ella de inmediato supo qué era él, y eso les evitó tediosas explicaciones, obligándolo a comenzar a entrar en materia casi de inmediato.
Sin embargo no ingresó. No lo haría si no era invitado. No porque respetara a la mujer, a su casa o lo que fuera, sino porque forzar su entrada al lugar significaba reducir, casi anular sus posibilidades de obtener lo que buscaba. Edvin podía ser un vampiro joven, pero no era tonto. Jamás lo había sido.
En cambio aguardó, haciendo acopio de toda su paciencia. Un esfuerzo digno de su nueva condición, porque definitivamente se sentía como un intento sobrehumano. La miró con una mezcla de expectativa y duda, pero en su rostro conservaba la sonrisa que acentuaba toda la vileza de la que era capaz.
Pero la puerta se abrió al fin y levantó el rostro con ese desdén que parecía exudar. Inherente a él incluso antes de recibir el frío beso de la inmortalidad y vio a esta mujer hermosa y extraña que le pareció fascinante sólo por el simple hecho de su apariencia. Sonrió de lado ante sus palabras y descansó su peso ligeramente al frente, recargado en el bastón. Una sonrisa, en cualquier otro caso, ilumina la expresión de cualquiera, pero no con Edvin, en él se acentuaba su oscuridad. Parecía capaz de matar a Dios si se lo proponía.
—Interesante recibimiento —al fin habló con tono suave y medido, aunque ciertamente más natural, porque con ella no tenía que fingir demasiado, ya se lo había demostrado con esas palabras de bienvenida—. Entonces debo suponer que es usted a quien busco —elevó el bastó y lo agitó un poco, como señalándola con su empuñadura—, ¿Fiura? —Sonó a que preguntaba y afirmaba al mismo tiempo. Alzó ambas cejas, intrigado.
—¿Dónde dejé mis modales? Edvin Pärt, barón de Rumania e intrigado con su trabajo, señorita —su tono esta vez fue más sarcástico, aunque no mintió. Edvin tenía un don para engañar, pero no lo usaba a cada oportunidad que tenía, no era tan tonto. Lo usaba cuando valía la pena. Era un estratega del embuste, economizaba en recursos. Era impulsivo, sí, pero eso era sólo cuando la situación ya estaba dominada. Mataba sólo cuando su víctima ya no tenía escapatoria, pero antes, antes ya había tejido todo un sistema de trampas para hacer caer a quien él quisiera.
—Se preguntará qué me tiene aquí. Supongo que, como muchos otros con sus… habilidades, no tiene en alta estima a los que son como yo, así que iré al grano. Usted tiene algo que me interesa y estoy dispuesto a intercambiarlo. Nunca he tenido necesidad de robar y no pienso comenzar ahora —matar era otra cosa, por supuesto, pero jamás se rebajaría a ser un vulgar ladrón—. Tiene conocimiento, eso es lo que busco —y lo que había buscado toda su vida, por corta que pudiera parecer en comparación a otros vampiros.
Ambos estaban ahí, en el umbral de la puerta, intercambiando palabras crípticas y la escena parecía tan fuera de la realidad que Edvin se sintió cómodo con la situación. Hasta ahora. No sabía contra quién se estaba enfrentando. No esperaba que la mujer respondiera positivamente de buenas a primeras o a qué trato llegarían finalmente. Buscaba perder lo menos posible, hacer un control de daños lo suficientemente eficiente para no verse afectado con los resultados de aquella noche. Como a cualquiera, no le gustaba ser vencido.
—Pero vengo aquí dispuesto a negociar. Sé que nada es gratis en esta vida, o no al menos lo que vale la pena —esa era la parte difícil—. No sé, tal vez nos sentiríamos más cómodos negociando sentados —apuntó con burla, haciendo referencia a que seguían de pie en el pórtico. La culpa no era directamente de su inesperada anfitriona. Ella de inmediato supo qué era él, y eso les evitó tediosas explicaciones, obligándolo a comenzar a entrar en materia casi de inmediato.
Sin embargo no ingresó. No lo haría si no era invitado. No porque respetara a la mujer, a su casa o lo que fuera, sino porque forzar su entrada al lugar significaba reducir, casi anular sus posibilidades de obtener lo que buscaba. Edvin podía ser un vampiro joven, pero no era tonto. Jamás lo había sido.
En cambio aguardó, haciendo acopio de toda su paciencia. Un esfuerzo digno de su nueva condición, porque definitivamente se sentía como un intento sobrehumano. La miró con una mezcla de expectativa y duda, pero en su rostro conservaba la sonrisa que acentuaba toda la vileza de la que era capaz.
Edvin J. Pärt- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 20/03/2014
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