Natural Born Killers | Privado

por **Seol Ra Seung** Jue Sep 13, 2018 11:00 am

Hacer cumplir el destino no era una tarea sencilla, requería tanto de paciencia —esa que ella había perdido milenios atrás— como de organización y dedicación, si bien siendo las últimas dos peculiaridades de su carácter, no por ello cualidades que gustaba de utilizar en favor de otros o en susodicha labor. Con el paso de los años la tarea se había tornado más y más difícil de sobrellevar, estaba hastiada, fastidiada y ahora que estaban tan cerca de ser libres y poner fin a ello, había comenzado a picarle la ansiedad.

La verdad poco y nada le importaban las insignificantes vidas de los condenados pues ella sólo veía el lío que la existencia de estos acarreó para los Seung a través de los siglos. Ciertamente, ninguno de aquellos desafortunados seres era santo de su devoción; todos y cada uno de ellos eran culpables no dolosos de la desgracia de su familia y, por consecuente, de la propia.

Había sido resultado de aquella insufrible maldición el que Taeyang se enamorara de Ker, el que Hyun se obsesionara con Enaylen y que Killian congeniara con Lorcan, pero ella, ella simplemente había sido relegada al abandono. Los odiaba, los aborrecía… mas no había nada que pudiera hacer al respecto, o por lo menos, eso continuaban recitándole sus hermanos, quienes a pesar de haber convivido milenios enteros a su lado aún no parecían conocerla del todo... con ella nunca aprendían la lección.

Cada día que pasaba furia abrasiva, como forjada en el noveno círculo del infierno, le carcomía las entrañas. La presencia de Ker en su hogar era insufrible, mucho más después del proceso de conversión al que fue expuesta, ciertamente, la morena era una desgracia como neófita, peor de lo que había sido en vida como gitana, cuando las visiones del fatídico destino que compartía con los descendientes malditos le trituraban la cabeza.

Negarlo no tenía sentido, estaba cabreada, celosa y todo cuanto deseaba para Ker era el mal… era ella quién estaba destinada a ser la mujer de su hermano mayor, la única mujer que debía haber tenido nunca y tarde o temprano se daría cuenta de ello. Hacerle la vida imposible a la morena y deshacerse de ella se habían convertido en las motivaciones principales de Seol y su infinita existencia de ... Después de todo tenía la experiencia y la eternidad de su lado, bien recitaba el dicho que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Sin embargo, sus propios complots llegaban a parecerle exhaustivos y estaba en desesperada necesidad de una distracción, una que sabía exactamente dónde conseguir. Todos sus hermanos habían tenido alguna clase de contacto directo con los condenados ella, por el contrario, había optado por mantenerse a raya, a veces sus instintos asesinos la superaban y no podía dañar lo construido hace ya tanto, mas en ese momento sintió el impulso de salir de entre las sombras.

Karsten, la oveja negra de los Chavanell, por algún motivo que ella misma desconocía, siempre fue su favorito del combo. Era frío, salvaje, sanguinario y no tenía miedo de acoger la naturaleza propia como los demás, todos se habían convertido a sí mismos en mártires de su sino, todos intentaban desafiar a la vida y al destino, pero él… él no, él sabía que era un monstruo, sabía que siempre lo sería y evidentemente sobrevivió aferrándose a esa idea.

Sabía perfectamente dónde encontrar a su presa, lo había estudiado y tan pronto como la capital francesa se sumió en la oscuridad, la vampiresa salió en cruzada. Esa noche su exploración la llevó a las puertas del fumadero de opio, un antro de perdición que reunía tanto a mortales como a submundos de la peor calaña en la búsqueda de uno de los placeres más excéntricos, una alternativa a su desdichada realidad; para un monstruo sediento de sangre era el lugar perfecto de caza, un lobo hambriento entre ovejas.

Había escuchado que el ansia de entender eso que lo perseguía a su linaje desde tiempos inmemorables y la carencia de respuestas encontradas lo tenían al borde de convertirse en un destripador. De todos los condenados, lo concebía a él como el más interesante y no se equivocaba. Una sonrisa traviesa curvó sus labios en un ominoso cuarto de luna cuando el aroma ferroso de la linfa espesa y deliciosa que fluía en los cuerpos mortales invadió sus fosas nasales, un gesto perverso que se extendió cuando captó el rastro de sangre que le indicaba el camino a seguir.

Abrió a puerta con cautela y al otro lado del umbral sus ojos se toparon con una pila de cuerpos inertes, disecados, tendidos como muñecos de trapo sobre el suelo y en el centro de la habitación, la silueta del inmortal, succionando el último trago de vida de una mujer, justo antes de arrancarle la cabeza.

— Vaya, que desastre — Comentó ladeando la cabeza divertida, jugueteando con sus cabellos lacios que se rizaban en las puntas

Karsten levantó la mirada, teñida de escarlata intenso, y la centró en ella, le sonrió cínicamente dejando caer el cadáver decapitado. Él no tenía la menor idea de quién era ella, pero de haberlo sospechado probablemente su reacción habría sido otra.