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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Violante Mar Mar 25, 2014 1:04 am

2 de agosto, París 1804

¿Pesadillas?, ¿a eso le puedo llamar pesadillas?... No lo sé, simplemente no lo sé.

Violante en todo momento lucía inquieto, Aidara ya se había percatado, su prometida era demasiado lista para que no pasara desapercibido esa manifestación de desolación en los ojos del príncipe. ¿Pero acaso le decía algo? Nada. A un mes de la verdadera muerte de Ainara y la derrota de Tiare; él ya no encontraba nada que pudiera tentarlo a ser el ser de antes, aquel que atrajo a Tiare, ya no, él había cambiado, todo los acontecimientos previos así lo habían mancillado o al menos eso pensaba.

Constantemente era asediado por esas imágenes donde Tiare mataba a Ainara, cuando eso sucedía se repetía la misma pregunta y se negaba a que era una pesadilla, a que se encontraba bajo el yudo de un maligno sueño. Pero la realidad era que su personalidad se había desbaratado completamente. Se había creído el no tener un corazón o al menos no en la interpretación que los mortales le dan como amor; pensaba que no podía llorar ni recordar sus tragedias. «¡Soy un vampiro por Dios Santo!» A veces se recriminaba avergonzándose de su humanidad, mas era una vergüenza pasajera, a partir de la muerte de Ainara le era más difícil aceptarse por lo que ya era y él sentía que muchas veces eso deprimía a su prometida. ¿Pero podría revelarle el encuentro de Ainara, de qué le fue infiel? ¡No!, por ningún motivo, y por ese misma circunstancia nunca le sería infiel, nunca más.

Mientras se preparaba la boda, pensaba casualmente en Dragos y su naturaleza vampírica, su papel de un inmortal y se formaba en él una envidia totalmente distinta a las que había desarrollado desde que le dio el don oscuro y Amanda lo apartara de su vida tan radicalmente. Esos pensamientos irremediablemente lo conducían a Amanda Smith, su reina y la única mujer que despertó en él una obsesión de tenerla, poseer su cuerpo y saciarse de su pasión. «¿Dónde te encontrarás reina mía?» siempre se decía disipando su banal evocación a ese capricho que ya era obsoleto, ni siquiera ella podría hacer lo que Tiare no consiguió con su locura y agresión, corromperlo nuevamente.

12 de septiembre, Países Bajos 1804

Los arreglos políticos tenían que hacerse, él era un príncipe y una vez su prometida se convirtiera en su esposa ella también lo sería. Así, sentado dentro del caprichoso salón del palacete de descanso de Dragos, él esperaba, lo esperaba para confesar lo que acontecería en tan poco tiempo, su matrimonio. No lo hacía para obtener su bendición, no sólo para Dragos sería absurdo, sino también para él mismo. De lo único que se tenía que asegurar era que estuviera de acuerdo y finalmente gobernara sobre las tierras que por derecho otorgado por su creador le corresponderían, y por supuesto, acordar nuevamente que no pretendería bajo ninguna circunstancia derrocarlo para alzarse como rey.

Mientras permanecía sentado recordó a aquella puta que le acusó de un complejo de inferioridad, al delatar su apasionado criterio de ser únicamente un príncipe. ¿Cómo lo vería Dragos?, ¿Justo como lo hizo Eugénie aquella noche de un sexo tan distinto al que había experimentado antes?, en el tiempo en el que más argüía sobre el razonamiento bárbaro de Dragos, más perdía la noción del tiempo y entonces le invadió nuevamente la fugaz pregunta. «¿Dónde te encontrarás reina mía?». Y ahora, por primera vez desde que se planteó el propósito de visitar a Dragos se preguntó. «¿Y qué pensará ella al respecto?», él estaba seguro que para ella le sería indiferente toda la situación, después de todo sí los roles se intercambiaran eso es lo que él sentiría sobre la situación, una repulsiva indiferencia.

El vampiro suspiró rememorando su desdén hacía la vida de los mortales, lo patético que le eran los sentimientos justo como sucedía con Tiare y seguramente con Amanda, el gran misterio de su reina. Amanda, siempre Amanda. —¡Todo es una hipocresía banal!— exclamó al salón, confiado de que nadie estaba presente. –Seguramente Dragos no está, ¿por qué no fui responsable para asegurarme de que el encuentro se realizaría esta noche?– pensó llevando su mano derecha a la barbilla mientras tomaba una nueva postura, inclinando su cuerpo hacia adelante descansando su brazo derecho sobre su rodilla mientras que la izquierda se posaba sobre su regazo. Anteriormente eso le hubiera fastidiado, se levantaría y se marcharía refunfuñando como un niño caprichoso, el niño caprichoso que antes era. Pero ahora, tan sólo se dibujaba una sonrisa pícara en su rostro perdiendo sus ojos en el suelo.

Al fin se levantó y caminó a las puertas abriéndolas de par en par, quería ver la noche, imaginarse en la luna la luz del sol. Aunque seguían siendo mortal el gran astro, la sangre de Tiare le había dando la capacidad de retener la energía suficiente para mantenerlo activo en el día, algo que hizo realmente feliz a Aidara, entonces le llegaron absurdas preguntas. –¿Dragos dormirá... O lo hará Amanda?, ¿cuál es su visión del mundo, comparten su apatía hacía los mortales?– resultaban estúpidas y él lo sabía, argüió que siquiera formularlas daría como resultado una marcada apatía sobre él; empero, le servían para sobre llevar el abandonó que sentía. Entonces pensó en Aidara, en el deseo de estar con ella.
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 07, 2014 6:50 am

Los Países Bajos tenían un encanto especial para mí desde la primera vez que los había visitado, hacía lo que parecía una eternidad, cuando aún se encontraban bajo dominio hispánico y los niños se asustaban ante la hipotética visita del cruento Duque de Alba, el protagonista de sus pesadillas e incluso de las de los más adultos que ellos. La mezcla de dos realidades muy distintas, la que era católica y la que se opuso desde el principio a los dogmas romanos por considerar más justos los de Calvino, daban como resultado un mosaico que siempre me resultaba fascinante y que me empujaba incluso a intentar aprender el idioma valón, pues el holandés ya lo hablaba con sorprendente fluidez. De lo contrario, en realidad, la oposición que habría recibido al plantear mi candidatura a la corona hasta hacía unos pocos meses vacía se habría vuelto casi imposible de vencer y habría permitido que otros candidatos se me hubieran adelantado como lo hizo Dragos. Él era el responsable de que estuviera allí, no mis ademanes políticos ni mi legítimo interés por intensificar el comercio del puerto de Rotterdam para brindar al reino sobre el que ejercía mi influencia el mayor beneficio posible; si había terminado siendo una consorte, aunque una que ejercía el poder a la manera inglesa por mucho que fuera mujer, era porque él se me había adelantado, y ese crimen era sólo uno más de los que acumulaba en su haber contra mí y por los que le haría pagar, tarde o temprano. Él había forzado una situación que, por mi parte, estaba encantada de tomarme con calma, pues sabía que los asuntos de palacio requieren de una diplomacia especial que él ignoraba pero que a mí no se me escapaba por mi amplísima experiencia en cortes de diversos territorios a lo largo y ancho del continente. A fin de cuentas, él era un bárbaro con ínfulas de rey y yo era una reina que incluso cuando había sido bárbara ya tenía capacidad de mando y, sobre todo, la legitimidad dinástica para ejercerlo; era sólo cuestión de tiempo que una corona real terminara reposando sobre mis sienes, antinaturalmente jóvenes.

Aquel, demostrar mi valía, era uno de los principales motivos por los que me gustaba pasar mi tiempo en el Palacio Real que me pertenecía legítimamente; el otro era, sencillamente, mi amor por aquel reino, tan pequeño en comparación con otros (el francés, sin ir más lejos) pero tan rico en comparación con la mayoría. Únicamente los ingleses gozaban de una posición mejor en cuanto al comercio, pero nuestras naves se encargaban de mantener un flujo constante e importante a lo largo de las aguas oceánicas de todo el planeta, y por ende nos manteníamos en una posición destacada, nada que pudiera quitarme el sueño o arrebatarme la atención en una noche tranquila como lo era aquella. Apenas portaba un vestido sencillo, de color crudo, que bajo la luz de la luna parecía blanco e impoluto como mi piel, sobre la que se ajustaba de manera elegante. Había ido abandonando poco a poco los excesos rococó a los que aún me gustaba acudir de cuando en cuando, y en lugar de eso el corte imperio, con la tela fruncida bajo mis senos y las faldas largas, sin vuelo, se me antojaba elegante, especialmente en un reino en el que el calvinismo condenaba vivamente un estilo tan católico como el que antes portaba. Podía decirse que cuando me encontraba en Francia me adaptaba a la moda parisina, y cuando me encontraba en los Países Bajos trataba de simplificar lo más posible mi atuendo para reducir las críticas lo más posible, ya que aunque poco importantes no dejaban de ser molestas y podían convertirse en peligrosas si incentivaban a mentes ya de por sí despiertas a investigar sobre mis extraños hábitos nocturnos. A nadie le parecía extraño que solamente saliera cuando no era de día, ya que creían que como extranjera mis costumbres de todas maneras eran opuestas a las suyas y mientras reinara justamente poco importaba lo que hiciera. El hecho, además, de que hubiera frenado mi sed para no hacer desaparecer a demasiados condenados a muerte para que me sirvieran de alimento me convertía desde luego en alguien libre de sospechas, al menos por lo pronto.

La situación, en general, no podía ser más de mi agrado, puesto que me permitía muchos momentos de intimidad sin personal curioso que quisiera satisfacer mis más nimios deseos y pecaran por ello de demasiado insistentes o metomentodos. No me gustaban los correveidiles, era la típica clase de gente que podía convertir un secreto en un tema de pregón de plaza mayor de cualquier ciudad, portuaria o no; por eso, mi soledad la disfrutaba siempre que podía y que me estaba permitido hacerlo sin saltarme el protocolo. Aquella noche yo pensaba que sería una de esas ocasiones, de ahí que me encontrara sentada sobre la barandilla que daba a los inmensos jardines del palacio simplemente pensando, con los dedos trenzando mi pelo de manera distraída como cuando era una niña bárbara, hacía ya más de un milenio. Esos recuerdos no habían perdido casi el brillo desde mi transformación y eran de los que más atesoraba en mi mente, deseosa de volver a vivir la simpleza de un mundo aún intacto por la cultura grecolatina, y en ocasiones me descubría actuando como entonces, aunque con los modales que había adquirido con el paso de los siglos. De hecho, en aquel instante solamente paré cuando me di cuenta de que mi peinado parecía más el de una vikinga que el de una reina, y aquel fue el momento en que dejé de estar sola y me giré hacia el recién llegado, que no era otro que el príncipe Violante, obsesionado conmigo casi como lo estaba yo con Dragos, aunque esperaba que con menos ansias homicidas, por el bien de los dos. Incliné la cabeza como saludo y descendí de la barandilla hasta quedar de pie frente a él. Incluso frente a un hombre que no era mi legítimo esposo, seguía siendo unos centímetros más pequeña, aunque eso jamás me había supuesto un problema a la hora de mostrar mi superioridad.
– Alteza, ignoraba que os encontrabais aquí. Pensaba que estaríais ocupado con los preparativos de vuestro enlace.
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Mensaje por Violante Dom Jul 27, 2014 2:24 pm

La situación comenzaba a exasperar al príncipe, que su actitud con respecto a las uniones y la fidelidad cambió, no quería decir que hubiera abandonado del todo su carácter. No importaba lo mucho que algunos se obstinaran a decir, pero nadie cambia completamente. Estaba consciente de ello y realmente le enorgullecía admitirlo. A veces se preguntaba que si la unión con Aidara no representaba un mero capricho,  un pretexto para experimentar algo que no lo ha hecho como inmortal, ya que, como mortal lo había conseguido. «¿Por cuánto tiempo le sería fiel a Aidara?» comenzaba a preguntarse, sus pensamientos previos con respecto a ella cambiaron inadvertidamente sin que pudiera considerarlo, y cuando al fin lo hizo sonrió. Sentir que la extrañaba y añorar estar con ella con una fuerza que le costaba controlar; y que de pronto sintiera que ella no lo completaría le hicieron comprender que quizás Tiare tenía razón y sus gestos cambiaron  radicalmente a una seriedad que podía ser capaz de destruir el corazón de Aidara.

Entonces ocurrió algo que no imaginó que sucediera, no ahora. Sabía que tarde o temprano se cruzarían y aunque deseaba que fuera antes, ya no tenía esa obsesiva intensión de buscarla «¿o sí?». Llegó sin olvidar el protocolo, pese a todo consideraba que ella tenía mejor facultades para dirigir un reinado que el propio Dragos. Hizo una reverencia dibujando una sonrisa, no altiva, tampoco falsa, simplemente cordial. —Su majestad— no dijo más. Recordó aquel deseo que tenía sobre ella, no sólo el de querer vengarse por separarlo de Dragos, sino también el de amar ese cuerpo; cumplir ese capricho que por siglos fue desarrollándose. Sintió fluir su apatía, convertierse en aquel príncipe odioso, obstinado y totalmente altanero. —Mi enlace está preparado, por ese motivo me puedo dar el capricho de viajar antes de concluir el compromiso. Aunque claro, no estoy aquí sin tener un propósito— informó sin saber si era lo adecuado darle la espalda; después de todo también llevaría a cabo el protocolo. Ella era la reina y él el príncipe.

Volvió a pensar en sus caprichos y no pudo evitar pensar en aquella puta. Sonrió con malicia, tenía razón, envidiaba a Dragos, lo que él quería era justamente lo que su rey no solamente hizo, sino también tenía la intensión de volver a hacer. No era estúpido, sabía que Amanda había tomado la palabra de Dragos por un propósito vengativo. «¿Sería capaz ella de usarlo como una pieza de su partida de ajedrez?», sí, y lo pensaba usar; ella conocía las intensiones del príncipe, todas y cada una de ella. De él dependía convertirse o no en una marioneta. No ayudaría a Dragos por ninguna circunstancia, al menos, lo que tuviera que ver con la reina; pero comenzaba a cuestionarse en atacarlo inspirado por Amanda. Sí él poseyera intensiones de hacerlo, sería por cuenta propia y bajo sus méritos que considera oportunos. —No le puedo mentir, pero realmente me sorprende verle en el Palacio; creí que tendría mayor oportunidad de ver al rey antes que a usted, y, aprovechando mi confesión, agrego que me es muy grato el encuentro— mintió.

Al diablo el príncipe que resurgió tras la caída; si quería encararla en cualquier término lo tenía que hacer como lo fue en el tiempo de su mayor grandeza; arrogante y pretencioso. —Ya hace tiempo tenía el deseo de conocerle, ahora que al fin lo hago espero que no se nos interrumpa— alzó la ceja con arrogancia, estudiándola, era consciente de que ella podía adelantarse a sus intenciones con gran facilidad. Tenía que ser prudente, saber en que momento ser un canalla y en que otro un auténtico caballero totalmente enamorado de su prometida. —Que sea una noche de celebración, tal vez no haya otro encuentro igual en siglos—. Pestañeó lánguidamente. —No soy quien para calificar a una pareja, pero considero que no puede haber mejor reina. Conozco muy poco de usted, pero como muchos, sabemos de su extraordinaria labor comercial. Me avergüenza reconocer que poco he hecho yo en mi vida social. Aunque no es mi intensión convertirme en una celebridad que pase a la historia. Mi padre, el zar Iván IV Vasilievich, logró borrarme de la historia, hace poco descubrí que hizo bien— quiso mostrarse lo más mediocre posible, un ser sin aspiraciones «¿lo creía Amanda?, podría ser», lo había creído aquella puta, aunque no podía comparar la inteligencia de ambas. Si la reina tenía una ventaja, era su frialdad, incluso más que su experiencia.

No es mi motivo cuestionarla, pero soy curioso, lo que me trae en ocasiones disgustos más que problemas. ¿Por qué los Países Bajos?, tiene mucha influencia y poder en varios reinados, Francia por ejemplo; Dragoslav me dio varias tierras que se quedaron al cuidado de mortales mientras hacía lo que quería. Esas tierras aún me pertenecen, soy amo y señor sin estar presente. Puede hacer lo mismo, y sin embargo, no creo que tenga las intenciones de hacerlo. Si estoy aquí es para ordenar mi gobierno, acordar términos diplomáticos con el rey y planificar el traslado a Amsterdam con la futura princesa, mi esposa.
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Mensaje por Invitado Mar Ago 05, 2014 6:40 pm

El contacto de mis pies sobre el suelo desnudo me empujaba violentamente a la realidad, una en la que yo, la reina por derecho propio y no solamente en la categoría de consorte, había recibido la visita del príncipe de su reino, uno al que jamás había tenido la oportunidad de conocer pero que en aquellos instantes se plantaba con firmeza en un lugar al que no había sido invitado. Tenía la potestad de echarlo de allí, por supuesto, ya que mi cargo se situaba muy por encima del suyo e incluso sin tener que recurrir al protocolo humano a nivel vampírico, al ser más antigua, también tenía cierta preeminencia sobre él, esta no obstante en un nivel más teórico. Pese a ello, y pese a que cada fibra de mi cuerpo que anhelaba la soledad quisiera empujarme a ello, me mantuve en la posición en la que hasta entonces había estado, tranquila pero reflexiva, casi perdida en mis pensamientos. Aquella posición que había adoptado me permitía no obstante estudiarlo, analizar sus palabras, tanto su tono como su intención, de manera que no se me escapara el porqué de las frases que había elegido para dirigirse a mí, y aquella extraña mezcla entre arrogancia y educación me resultó tanto o más explícita que si hubiera decidido poner desde el principio sus cartas sobre la mesa en aquella improvisada partida nuestra. Como si él hubiera abierto la veda, opté por la misma falsa actitud a la que había recurrido él, pero en lugar de mostrarme tan sumamente deseosa de su aprobación como parecía Violante, yo abracé por entero el ideal de reina fría y desdeñosa que en ocasiones habían utilizado para describirme, especialmente cuando no se me conocía bien y mis pasiones eran ajenas a mi interlocutor. De aquel modo, reina y príncipe comenzaríamos una farsa en la que solamente era cuestión de tiempo que alguno decidiera exponerse como realmente era. La pregunta, entonces, era otra: ¿quién de los dos cedería antes?

– Únicamente hago lo mejor para esta nación, alteza. Dada la escasez de tierras aptas para el desarrollo agrario y la lentitud en la construcción de nuevos pólders que puedan arrebatarle la tierra al mar, la única solución es volvernos al océano y aprovechar la riqueza del continente americano. Es una mera aplicación de la lógica mercantil, nada que cualquier comerciante avispado no hubiera podido deducir por sí mismo. – repliqué, con una modestia mejor conseguida que la suya, e incluso inclinando la cabeza como si con ello demostrara que no era merecedora de tales halagos, cuando en realidad sí lo era. Si por Dragos fuera, los Países Bajos subsistirían con su mediocre agricultura porque él, como la gran mayoría de habitantes de Francia, pensaban que aquella era la mejor solución para el desarrollo económico, mas yo era diferente. Aquella mentalidad que prosperaba con tanta facilidad en las naciones donde el pensamiento imperante no era el católico, sino el calvinista, me habían contagiado del rechazo al prejuicio de que el trabajo es para aquellos que no poseían nobleza, y yo, que ya desde hacía siglos tenía ambiciones comerciales, me había convertido en una mujer de negocios de primera categoría por mucho que por ser mujer muchos quisieran arrebatarme el mérito. Era una auténtica fortuna que nunca me hubiera importado demasiado qué dijeran de mí, especialmente en un tema tan insulso y masticado hasta la saciedad como lo era aquel; también era una auténtica fortuna que él hubiera comenzado con la modestia, por otro lado, porque fingirla siempre se me había dado particularmente bien.
– Este reino está lleno de posibilidades, tantas que Francia únicamente puede soñar con alcanzarlas. Sin el lastre de la Inquisición complicando el panorama, decidme, ¿por qué no los Países Bajos? ¿Por qué no un lugar tan próspero como este? – inquirí, y le hice un gesto para que me siguiera en el momento en que me dirigí hacia la barandilla de antes para volver a apoyarme en ella.

– Yo también ansiaba conoceros, alteza. Aunque digáis que la historia se ha ocupado de olvidarse de vos, la musa Clío no es tan olvidadiza como pensáis, y permite que ante los ojos de aquel que se interese lo suficiente nadie sea absolutamente anónimo. Lo que he conocido de vuestra reputación me ha parecido fascinante. – afirmé, parpadeando al final con la misma inocencia que aparentaba mi rostro, más semejante al de una virgen de Rafael que al de un súcubo, que era probablemente, siguiendo la analogía bíblica, la criatura a la que más podía yo asemejarme. A decir verdad sí que había escuchado rumores, pero sobre todo acerca de su arrogancia y crueldad, tanto entonces como hacía siglos, cuando él era humano. Para cualquier persona podría ser complicado encontrar a alguien de esas características y a quien se habían esforzado por hacer desaparecer, pero yo tenía una relación particular con los vampiros arrogantes, que había comenzado con mi creador, pasaba por mi creación y culminaba incluso en mi propio marido. Era mi especialidad encontrarlos, igual que era mi especialidad atraerlos a mi lado y mantener su interés despierto; aún no había deducido la razón por la cual poseía ese extraño (cuando menos) talento, mas era un hecho que de él disponía a mi antojo, y a la hora de tratar a alguien como lo era Violante Vilhjálmur era un regalo inesperado pero muy oportuno.
– Si gozáis de tanto tiempo como me habéis indicado, permitidme sugeriros una visita a Utrecht. Es un lugar comercial, pero resulta bastante interesante si deseáis conocer en profundidad los entresijos del reino del cual sois príncipe. – propuse, atrapando un mechón suelto de mi cabello y jugando con él hasta que volví a mirarlo. – También podéis elegir La Haya o Haarlem, si aceptáis mi consejo. He tenido la oportunidad de viajar por todo lo largo y ancho del reino para seguir mis negocios, ese es el motivo por el que me encuentro aquí ahora, así que conozco bastante bien el territorio. Si necesitáis consejo respecto a él, no dudéis en preguntarme. – añadí, sonriendo cordialmente, una nueva fachada en la conversación que compartíamos.
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Mensaje por Violante Lun Nov 03, 2014 11:53 pm

La siguió como ella lo hubo sugerido con esa gracia e inteligencia en sus ojos. —Tiene razón su majestad, viéndolo por esa perspectiva los Países Bajos es una tierra muy rica y como dije anteriormente, nadie podría dirigir mejor este reino que vuestra gracia— le dedicó una cínica aunque bien disfrazada sonrisa, o al menos eso creía él. En lo muy profundo de la mirada de Amanda observaba el brillo de la astucia, era como si no se tragara las palabras " acarameladas" del príncipe y en cierto modo a él le pareció cómoda la situación. –Un año atrás podría haberle dicho que me sería un insulto que no viera en mi una fascinación, pues, el mismo Dios me dio luz y grandeza. Mas el tiempo y las circunstancias que me han conducido a mi matrimonio han hecho de mi un ser que, si le confieso, muchas veces no reconozco— su voz sin querer se había vuelto sincera, tan honesta como le hablaba a Aidara y tarde se dio cuenta de que no podía ostentar ser quien ya no era ante la reina, su obsesión, su rival…

Si su vuestra gracia puede brindarme su tiempo, estaré encantado su majestad. La Haya me trae un viejo recuerdo, algo que marcó mi vida cuando era mortal— dijo perdiendo su vista en la nada. —Mi descendencia ha erradicado ahí desde que abandoné mi tierra tras matar a mi madre— explicó. —Las intenciones que surjan a partir de ahora en torno a vuestra gracia, serán sinceras. No le mentiré, le tenía rencor; perdí a mi familia y después me arrebató a Dragos y sin embargo existía un arraigado deseo de poseerla, de hacerla mía. Deseaba con obsesión probar su cuerpo, su sexo y ahora que lo pienso, recuerdo las palabras de una mujer que me acusaba de seguir los pasos de Dragos, ahora veo que tenía razón— le miró con interés, buscando en los ojos de la reina un algo que le ayúdase a continuar pero en ella no encontró nada, al menos, no aún.

Debe de estar acostumbrada a volver locos a los hombres, y encima soportar su barbarie que inclusive atenta contra su vida— ambos sabían a que se refería con ese diálogo, o más bien, de quién hablaba el príncipe, sólo podía ser más claro anunciando el nombre del autor. Eso hizo que pensara en el hecho de que ella regresará con Dragos, sí, volvió a pensar en ello ya que no era la primera vez que se lo preguntaba, inclusive lo había pensado momentos antes, al inicio de su encuentro y en sus reflexiones desvió su mirada. La enigmática reina, ya estaba demostrando sin hacer mucho la influencia que tenía sobre la voluntad del hombre; el príncipe estaba desarmado y aunque él lo había notado no pretendió hacer nada, ya no tenía la fuerza para encararla, ya no tenía la soberbia para retarla… El príncipe era la mitad de lo que era o incluso menos. Si en algún momento él pudo causarle interés a Amanda, esa época ya había pasado, una vampiro más antigua que ella, totalmente desquiciada había transformado su mundo, lo había derribado, humillado, pisoteado y dejado en la más deplorable y triste situación.

Sin poder evitarlo recordó nuevamente a Tiare, la rubia que bien pudo ser en algún momento su amante si no hubiera llegado a su vida Ainara y quizás con la que pudo haber planeado el modo de llegar a Amanda, conquistarla y después someterla a la vergüenza, a la humillación. La hija de los milenios pudo haber hecho mucho por él, sin embargo, lo único que tenía, no, lo único que le dio fue un dolor y la devastación de su carácter. Se había traicionado y eso ya todo mundo lo sabía, sobre todo Benelope su alguna vez esposa. —Permita que la convierta en mi confidente… ¿Cree que he perdido en lugar de ganar?— dijo de pronto, volviendo a buscar los ojos de su reina, si, su reina porque así la había aceptado, el único que solamente sería para él. —A veces creo que sólo necesito un pretexto, un capricho o un deseo para que esta máscara que llevo puesta se caiga… ¿o será que la llevaba puesta anteriormente y ahora no reflejo más que mi verdadera personalidad?— una falacia, eso era su argumento, no existía nada en las palabras del príncipe que lo hicieran valer algo, demostraba ser alguien vacío, un recipiente valioso que había ya perdido un exquisito contenido y bien sabía que a la reina poco le importaba eso, y no podría ayudarle, no porque no pudiera, sino porque no querría. Al menos eso era lo que creía y tenía fuertes fundamentos para asegurarlo.
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