Aún con la noche caída... [privado]

Libertad. Que hermosa palabra, maravilloso pensamiento, y delicioso sentir. Su ser ahora era libre, lleno de sueños y metas que podría cumplir. Apenas era una chiquilla de 16 años, con una vida llena de posibilidades latentes para ella. Ya no habían golpes de por medio, tampoco gritos, ni amenazas de vida, ahora sólo había amor, uno que le daba un hombre mucho mayor que ella, que podría ser su padre, aunque lo veía como un hermano, y en ocasiones como alguien más… Algo más que no podía descifrar, todo era extraño, nuevo, pero lo disfrutaba a cada segundo. Nadie podría volver a golpearla porqué su brujo la protegía de las adversidades. Estaba segura, y ahora tenía familia, un techo, una cama calidad para descansar, alimento para tener fuerzas, y un corazón que latía esperanzado por la vida que estaba por tener.

Lamentablemente no todo puede ser bueno, y aunque su vida estuviera de maravilla sabía que las cosas con Ichabod no iban bien. Esa mujer de rubios cabellos que los iba a visitar, la hacía sentir en confianza, pero en los ojos de Ichabod se veía un miedo que ella no podía descifrar ¿Acaso estaba haciendo algo malo? Anouk temía por su vida, y también por la de su brujo, quizás por la incertidumbre, por no saber que es lo que estaba pasando en realidad, pero deseaba averiguarlo, y de una semana para acá poco había sido lo que dormía, intentando atar cabos en su cabeza, cabos que no se unían en nada, y que la frustraban por completo. ¿Acaso era su corta edad lo que le impedía poder entender el mundo de los adultos? Ella tenía la madurez para comprender cuando algo no estaba bien, no entendía porqué si brujo no le decía nada claro, no entendía porqué no le confiaba lo que pasaba, y entonces lo decidió, esa noche investigaría que estaba mal con ellos, y podría tranquilidad su inquieta alma.

Aquella noche como de costumbre, había tomado la cena junto a su brujo en la cabaña del bosque, ambos compartieron sus experiencia del día, también lo que sentían, se escuchaban sonrisas estruendosas dentro de aquellas paredes de madera, nadie conocía la sonrisa y el humor dulce de Ichabod como ella lo conocía, y eso le llenaba el corazón de una especie de satisfacción indescifrable. Se dieron un abrazo, un beso en las respectivas mejillas de buenas noches, y partieron en dirección cada uno a sus respectivos sitios de descanso. Por su parte ella descansaba en una amplia cama, y él, bueno él apenas y descansaba en el pequeño sofá de la cocina. La pelirroja se sentía tan mal consigo misma por aquel detalle, pero por más que hiciera y peleará no le ganaría al brujo, y sabía que no se atreverían a dormir juntos, él la respetaba demasiado.

Habían pasado aproximadamente dos horas, las suficientes para que ella supiera que el brujo estaba completamente dormido, escuchaba los apenas perceptibles ronquidos del hombre a causa del cansancio, eso era luz verde para salir corriendo por el bosque. Tenía una idea de dónde podría estar escondida la mujer de cabellos rubios, o más bien, dónde podría tener su hogar; la pequeña avanzaba con rapidez por el bosque, y en un dos por tres ya se encontraba entre las calles empedradas de la hermosa ciudad parisina. Se maravillaba por la belleza que está poseía, y deseaba poder tener los recursos para comprar un estructura grande dónde su nuevo familiar y ella pudieran descansar de manera correcta, pero dado sus dieciséis años, y el desdén que los hombres tenían por las mujeres tenían que aguantarse un poco más. Si deseaba conseguir dinero tendría que esperar al menos unos 5 años más, dónde pudiera contraer nupcias y así, con la persona que quisiera desposarla pedirle la ayuda necesaria para sacar a Ichabod de aquella pequeña y húmeda cabaña.

Anouk tarareaba muy bajo una pequeña canción de cuna, era su único recuerdo de su madre biológica, y esa canción la mantenía tranquila, alejando a cualquier miedo, demonio o lo que fuera que la pusiera nerviosa. Giró en uno de los callejones, y se quedó parada, estupefacta, y con el miedo atorado en su garganta al ver un cuerpo pequeño y delicado tirado entre un callejón oscuro. Notó que era una mujer, pequeña, casi como ella, y no dudo en acercarse. - ¿Señorita? - Musitó, con esa voz demasiado aterciopelada y embriagante, y al no recibir respuesta alguna se acercó para poder examinarla - Señorita - Volvió a intentar llamar la atención de la mujer, lo que fue imposible. Se arrodilló frente a ella, y colocó el rostro de la mujer en su regazo - Estás muy delgada - Susurró, y notó por el color gris de su piel y la falta de brillo de su cabello que no estaba bien alimentada, lo sabía porqué ella estuvo así, cuando Hugo, su anterior dueño, la maltrataba.

Miró hacía todos lados en busca de ayuda, pero al no notar ni siquiera el sonido de algunos pasos acercarse, decidió que lo más prudente sería esperar.