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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Thorna Shapplin1 Lun Mar 31, 2014 6:21 pm

¿Acaso el día podría rodearse con un halo más misterioso aún? El cielo se encontraba totalmente envuelto en grisáceas nubes, atípicas en la primavera parisina que obligaban a las personas a salir de sus hogares con un parasol a mano, pues las gélidas lloviznas intermitentes aparecían cuando uno menos se las esperaba aquel día. Una escasa neblina adornaba el paisaje de las húmedas calles, haciendo del mismo un espacio particularmente enigmático para el ojo que le vislumbrase con gajes de contemplación.

El pequeño reloj de bolsillo que siempre llevaba conmigo me indicaba que aún tenía unos cuantos minutos a mi favor para arribar a mi destino. El chofer conducía el carruaje a una velocidad serena, como si en su mente hubiese quedado grabado el comentario que le había proferido seriamente unas semanas atrás, “Los caballos no son nuestros esclavos, así que no los trate como tal. Nunca sabe si algún día le toque a usted llevar una brida en la boca jalada por riendas de cuero. Y si eso pasara estaría segura que clamaría por delicadeza”.
Unos veinte minutos después de observar tras la ventanilla del carruaje a centenares de personas apresuradas tratando de escapar a las frías gotas que recaían del nublado cielo, el vehículo se detuvo. Abriendo la puerta de éste de manera atenciosa, el chofer colaboró educadamente para que descendiera del mismo, esperándome con un abierto parasol de tonalidad azul oscuro, que tomé de su mango con una de mis enguantadas manos. La otra se ocupaba por un modesto ramo de flores variadas que cumplirían mucho más que el reflejar un simple gesto de cariño y respeto para quien las recibiese.

Con lentos pasos comencé a sumergirme en los interminables caminos del Montmartre. Una peculiar sensación me invadió repentinamente, como si ésta se mantuviese en el mismo aire siempre, impregnándose en cada persona que allí arribara y pasará del inmenso portón del camposanto hacia dentro.
Mi mente trato de dilucidar aquella aflicción o por lo menos encontrarle semejanza con otra ya conocida, pero era casi imposible explicar con palabras aquello que las innumerables lapidas, estatuas y mensajes recordatorios despojaban. Era como si cada elemento presente dentro del cementerio tuviese algo que decir desesperadamente. Tanto así que aquellos gritos se ahogaban en el presente y perpetuo silencio del lugar.

Suspiré profundamente, prometiéndome tratar de anular aquella lapidaria conmiseración para enfocarme en lo que allí me había traído, algo muy distante a visitar el espacio donde el cuerpo inerte de un ser querido se fusionaba con la naturaleza.
Succione mi lengua en un extraño gesto al percatar en mi memoria que nunca había visitado la tumba de mi fallecido padre. Ni siquiera para simular el dolor de la perdida ante los que solían vigilarme seguidamente. De todas formas la falta estaba excusada en que prefería quedarme con el recuerdo de aquel buen hombre en vida y no en lo que sería después de ella.

Finalmente detuve mi andar en una zona algo desierta en comparación con la superpoblación de tumbas que yacían en otros espacios. Mis ojos se posaron sobre la marmolada tumba de Émilie Quincampoix. Solitaria, silente, con formaciones de musgos a sus lados. Un alma olvidada tanto bajo la tierra como en la superficie.
Dejé el ramo de flores dentro de una descuidada vasija que se posicionaba fija junto a la lápida donde se remarcaban las inscripciones de “Que Dios aprecie tu alma en los Cielos, así como nosotros no lo hicimos en esta cruda vida terrenal. Émilie Quincampoix (1710-1742)”. Ella había vívido unos pocos años más que yo. Me fue inevitable pensar que podría morir mucho más joven incluso que ella si no cuidaba cada uno de mis pasos con extrema atención.
Pero tras aquel leve tormento, sonreí recordando que mi presencia en el cementerio radicaba en algo completamente diferente a lo que normalmente las personas venían a él.
Posé la vista hacia un lado, sujetando el parasol con fuerza, esperando que la asistencia solicitada ya hubiese reconocido mi presencia, así como la secreta referencia que demarcaría que yo era la persona que buscaba; el obsequio de las flores en aquella tumba desconocida.
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Mensaje por Deker Lemming Jue Abr 03, 2014 9:57 pm

El aroma a tabaco y alcohol inundaban el lugar llenando las fosas nasales de los presentes, abarrotados de tanto licor como les fuera posible, el inquisidor dio un sorbo a su vaso, sintiendo como la bebida caliente se deslizaba por su paladar, ardiendo en llamas, quemando las paredes de su garganta hasta asentarse en su estomago y solo era cuestión de segundos para que aquella lava liquida hiciera que su cuerpo entrara en calor relajando cada uno de sus músculos en tensión.

En el escenario hermosas mujeres que deleitaban a los hombres con sus suaves movimientos de caderas, gemidos de sus labios que no eran más que fingidos pero que los hombres disfrutaban atentos, Deker por su parte se mantiene sereno, su rostro no muestra ningún cambio, ninguna emoción que lo perturbe, deja el vaso sobre la mesa pulida de rica madera y en su pierna izquierda descansaba una cortesana que intentaba excitar al inquisidor para llevarlo a la cama exigiendo su atención además de sus francos, sobre todo por sus francos… el inquisidor gira el rostro hacia la rubia cortesana dedicándole una sonrisa, apenas una pequeña mueca, una de sus grandes debilidades y gustos eran las mujeres ¿Por qué no darle un poco de lo que ella estaba pidiendo? Lentamente la mano del hombre se deslizo por las entrepiernas femeninas mientras rozaba sus labios contra los de ella.

Aquellas caricias siguen subiendo de nivel, no le importa estar en medio de aquella sala y que todos puedan verlo, ha visto a peores hombres bajo el efecto del alcohol, además la mayoría se encuentra perdidos en la danza de las demás cortesanas. — ¿Algo más, Señor? — Una segunda mujer se acerca a ambos con una voz ronca y seductora a la par que se inclinaba hacia el frente con un brillo en la mirada un tanto familiar, ambas mujeres se observaron mutuamente reclamando su atención por parte del inquisidor, el hombre se limitó a sonreír levantándose casi de golpe de su asiento haciendo que la mujer en sus piernas perdiera el equilibrio. [color:ae43= #38610B]– Gracias pero no, tengo mejores cosas que hacer y tengo una cita con una dama – deposito sobre la mesa un par de francos y se retiro del lugar después de hacerles una reverencia.

El hombre se acomoda una vieja capucha y comienza a andar hacia su destino, sin percatarse el cielo ha oscurecido y la lluvia cae torrencialmente empapando los ropajes que porta, mira a la gente queriendo refugiarse de la tormenta, corriendo de un lado a otro pero él no cesa su caminar hacia el frente y no se detiene hasta llegar a las faldas de Montmartre, el carruaje detenido llama la atención del inquisidor que no tarda en sonreír, está seguro que su acompañante ha llegado.

Desvía su camino solo un poco, no entrara por la puerta principal sabe que hay gente que los vigila a todas horas y en todos lugares, incluso ella misma podría ser una espía pero ambos estaban ahí ya no había razones para dudar, sus pasos lo llevaron hasta aquella tumba donde se habían citado, se mantuvo oculto entre las sombras hasta asegurarse que era a quien esperaba, las flores fueron puestas en su lugar… era ella, sin duda.

– Ahora ella se encuentra en un lugar mejor – se acerca hasta la líder persignándose frente a la tumba por mero respeto, sonríe de medio lado hasta la inquisidora haciendo una reverencia – es un gusto por fin verla en persona – ambos saben que detrás de esos árboles podría haber alguien que los este espiando y es por eso que ambos toman las medidas  justas para evitar un conflicto, primero está tu pellejo antes que el de los demás.
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Mensaje por Thorna Shapplin1 Lun Abr 07, 2014 9:16 pm

Verano, diez años atrás...






- ¿Y cuándo no estés, en quien podremos confiar? Dios puede estar en nuestros corazones, pero sabes que eso no es suficiente para que aquellos engullidores de almas nos perdonen la vida - cuestioné algo tensa, con la mirada fija sobre los grisáceos y atentos ojos paternos, mismos que parecían reflejar como su mente trataba de encontrar la respuesta más certera para aquella sorpresiva cuestión que nacía de mi ya despierto y secreto escepticismo hacia la divinidad cristiana
- "Hija mía, el Señor siempre guiara vuestros pasos por el camino seguro. Más cuando su luz no sea suficiente para aplacar el deseo de sangre de aquellas criaturas sin paz, siempre contaran con aquellos que les defenderán con capa y espada. Esos que dedican su vida a acabar con la miserable existencia de los siervos del mal. Siempre podrás confiar en algún soldado, pues ellos hija mía, defienden mucho más que el rebaño de Dios, ellos velan por toda la humanidad, incluso aquella que con necedad niega la existencia de Dios…" - despojó sereno y esperanzado con su masculina y profunda voz tras posar su mirar en el horizonte, notando como la campiña se bañaba en tonalidades rojizas y naranjas mientras el silencio se hizo en mi persona, como si aquellas palabras hubiesen sido suficientes por el momento para aplacar mi repentino dudar…


Presente...






No sé si me encontraba allí por los consejos de mi padre o simplemente por necesidad.

Había llegado a un punto en mis proyectos en donde ya no podía darme el lujo de ocuparme de ciertas cosas. Y no es que necesitase de alguien que me guiase o tomase junto a mí las riendas en el asunto de buscar el talón de Aquiles de la Iglesia. Todo lo contrario, pues con cada paso, con cada investigación me sentía más segura de poder cumplir mis cometidos de forma individual, sin terceros de por medio.
¿Sería por el simple egoísmo de en un futuro poder acreditarme todas las acciones que llevaron a la Santa Sede a su desmoronamiento? No lo sabría con precisión porque nunca me lo había cuestionado.
Lo único claro en ese momento era la realidad, misma que me advertía de que de ahora en mas no me convenía realizar todos los movimientos que ejecutaba con privilegiada serenidad en el pasado. Los ojos de la Inquisición estaban más atentos que nunca y cualquier paso en falso seria abrirse camino directo hacia la perdición y la horca. Era por ello que necesitaba alguien que cumpliese con las acciones que yo ya no podría. Alguien que fuese mis ojos y mis oídos sin ser descubierto. Una persona que llevase toda información adquirida a la misma tumba por el simple hecho de contar con un espíritu de fidelidad y discreción incomparables. Necesitaba alguien que confiara en mi y viceversa. Una solicitud casi imposible, pero no podía quedarme con la duda de si las palabras de mi padre -quien pese a la sabiduría y precisión de sus consejos jamás fue santo de mi devoción dada su creencia ciega en Dios- estaban en lo cierto.
Me arriesgué, porque mi vida entera trataba de eso también. Dar pasos en un puente lleno de maderadas tablas flojas, tratando de salir airosa, sin miedos en el trayecto, siempre mirando al frente sin importar qué.
Esa era una de las razones por las que estaba allí, bajo la incesante lluvia. Por valentía y necesidad también.

Una sensación negativa se generó en el centro de mi espina ante la particular forma de aquel hombre en captar mi atención ¿Intuición femenina tal vez? No. Más que eso, fue la innecesaria acción con la que mis ojos se vieron obligados a verle.
Y por más disimulada que haya querido ser la intención, no pude verlo como algo fuera de lugar. Algo no requerido. Una acción estúpida.

Evadí comentario alguno ante aquella reverencia con un gesto de mi mano que señalaba sutilmente de pasada las flores obsequiadas a la difunta Quincompoix. Sí esa era nuestra señal para demarcar quiénes éramos ¿Había necesidad de ejercer un saludo y anular la idea de que ambos eramos desconocidos visitando a nuestra difunta en común? Le miré fijamente, aunque su empapada apariencia no reflejaba en absoluto las excelentes recomendaciones ajenas que hacían de el un candidato espectacular para la misión que debía encomendarle.
Supuse que exactamente como en mi caso, las apariencias exteriores del caballero de ocelos penetrantes engañaban claramente al ojo ajeno, o en su defecto todo lo que me habían hablado de su persona no eran más que viles mentiras.

- Pobre Émilie. Descansa en paz ahora sobre el regazo del Universo - proferí con un simulado reflejo de pena por aquella que ni siquiera conocía. El bajar la guardia en cuanto a reflejar lo que no era nunca fue una opción válida para mí, incluso ante aquellos que supuestamente eran o debían ser de mi confianza.
Me acerqué levemente hacia el intrigante encapuchado. Quería denotar en el algún rastro que me confirmase que todo lo que había escuchado era cierto, pero la realidad es que aun no sabía cómo.
- Hay muchos temas en los que debemos ponernos al corriente, Lemming - le proferí seria e indescifrable, dejando aquella actitud impregnada en el aire, reflejando solamente el interés por comenzar lo que sería mucho más que un simple paseo para ambos.
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Mensaje por Deker Lemming Miér Abr 30, 2014 9:33 pm

Los seres humanos pueden vivir sin dioses
pero los dioses le deben la vida a los seres humanos,es decir,
son una extensión imaginaria de la realidad,
el resultado de una insatisfacción.

Luís García Montero



¿Asesinos o justicieros? Deker se pregunta desde que es un niño sin entenderlo,  sus padres le educaron para considerar su profesión como un elegido del señor para cuidar a su pueblo, son parte del régimen de Dios,  los ángeles no son capaces de salvar a todo el mundo, solo una persona que es capaz de vivir en el pecado comprende el dolor y el castigo que trae una vida de pecados y no solo eso,  sino que son capaces de exterminar aquellas criaturas impuras que van contra el mandato del señor… y entonces, si no se equivoca, Dios creó todo lo que existen el mundo en 7 días, entonces si Dios es el dueño de todo lo que habita en el Universo, es el amo de todo lo visible y lo invisible… entonces Dios es un maldito sádico y un egocéntrico que disfruta lanzando las pestes y viendo como su pueblo ruega por su ayuda…

¿No debería premiar a los buenos? Entonces, ¿porque se pudren en las calles de Paris pidiendo una moneda para comprar una mísera rebanada de pan?  ¿Y porque aquellos impuros de corazón se llenan de riquezas y lujos?… ¿Por qué Dios necesitaba probar su fe en Abraham? ¿Y solo porqué se atrevió a llevarse de un modo tan cruel al hermano mayor de Deker? Muchas preguntas y tan pocas respuestas.

Pero hace tiempo que dejo de encontrarle una lógica a todo lo que pasa en el mundo, Dios es como un emperador romano disfrutando como el león desangra, disfruta y devora lo que le ha mandado… el inquisidor no cree ni un poco en “su jefe” y sin embargo es uno de los mejores soldados de su Facción, según la corona inglesa es uno de los inquisidores más fieles a su causa, pero solo el de arriba y él saben que es un excelente mentiroso, no hará nada que no le convenga y es por eso que aunque odia la causa sigue siendo parte del problema.

Observó de arriba a abajo a su acompañante, sus vestimentas, su postura ¿a simple vista? Parece una persona prepotente y muy segura de sí misma, por la forma en que ella lo mira se da cuenta que a sus ojos él tampoco es la gran cosa, pero no dice nada; sonríe de medio lado quitando la gorra que cubría su cabeza dejando al descubierto su rostro.

“- Hay muchos temas en los que debemos ponernos al corriente, Lemming” el inquisidor asiente con un leve movimiento de cabeza, Deker no era de las personas que ponía en riesgo su cabeza sin saber el motivo real de todo eso, pero desde que llego a sus oídos que Thorna Shapplin quería verle, no indago el porqué solo había un par de rumores que ella no era tan unida a la Iglesia como debía ser un inquisidor, mismo rumor que había llamado la atención de un ateo como él que al igual que ella escondía bajo una máscara de religión la verdad.

– Por suerte mi señora…  el tiempo está de nuestro lado – ofreció su brazo hacia su acompañante para comenzar a caminar por aquel lugar aunque aquel lugar no era un parque francés… -  No le negaré que aunque mi curiosidad haya sido más grande que mi sentido común, me intriga el porqué de su invitación, pensé que debía ser algo importante de haberme solicitado mi presencia en este lugar tan poco cotidiano – quitó una hoja que se había adherido a su vestimenta – No lo tome a mal, es un lugar pintoresco, pero de Paris… no creo que sea el mejor  - sonrió con un poco de sarcasmo sin poder evitarlo.
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