AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
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Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
Jamás hubo una guerra
buena o una paz mala.
Benjamín Franklin
buena o una paz mala.
Benjamín Franklin
Llega ella seduciendo a quien sea, sin pedir permiso apaga las luces y se desnuda. Sus lunares brillan, despejada su piel resopla el aliento dando la bienvenida a su aposento. Señales envía, pues callada se encuentra, abre sus puertas a la inmortalidad; noche seductora, triste e infame existencia, pasiones de sangre y piel, no hay razón para que alguien entienda. Abriendo los ojos estiré mi cuello, la música de fondo sonaba, amaba el clasicismo, el piano. Una sonrisa se dibujó en mi rostro casi de inmediato, tanteé el lugar y segura en el diván me levanté, todo estaba tan tranquilo, justo como me gustaba, hoy no sería una noche más. Mi ropa debidamente arreglada en la cama me esperaba, un vestido rojo carmesí, el cual adoraba por la delicadeza de la costura, la tela de importación y la delgada cintura además del color que jugaba perfectamente con mi piel blanca y pálida haciéndome resaltar más de lo usual. Adoraba ser el centro de atención y máxime cuando todo jugaba mis leyes, siempre tenía el control de lo que quería y nunca había encontrado a alguien que tallara mis expectativas a excepción de mi hermano mayor, él era diferente.
]justify]Mi cuerpo jugó un rato con el viento de la ventana cerrada y en un santiamén estuve sin ropa acariciándome la piel con perfumes y cremas, cepillándome el cabello una y otra vez lográndolo estirar, esta noche iría con éste suelto cayendo a mis hombros como rayos de sol quemando las colinas. El corsé apretado ajustaba mis perfecciones y deslizándome en aquella exquisitez color sangre me miré al espejo. Cuello en ‘’v’’ con un escote bastante pronunciado, guantes blancos de seda, calzado francés y un gran collar de diamantes en el cuello, demasiado pretenciosa, no buscaba ocultar lo que tenía. Mis ojos azules jugaron en contraste con todo el atuendo y dándome ligeros golpes de polvos en la cara, ordené a los sirvientes preparan el carruaje para la noche de beneficencia que mi familia organizaba todos los años.[/justify]
Mi existencia que contaba desde que formé parte de la familia d’ Auxerre era historia de siglos atrás haciendo tradición obras de caridad para los menos privilegiados, cosas que la verdad no me importaba, nunca fui de las que me detuve a ver la necesidad ajena pues nunca la viví. Soy una vampiresa tengo cosas más importantes por las qué pensar. La idea de que Adriel y Dorian estuviesen ocupados para esta noche me ponía de mal humor pues no quería ir sola pero por otro lado sacando provecho sería todo para mí, el centro de atención. En realidad eso era lo que buscaban nuestros Sires, publicitar el apellido, haciéndolo encajar en una sociedad humana repleta de sobrenaturales, al dar órdenes de pomposos eventos que eran más lujo que otra cosa, yo misma era la aberración en cuestión. Todo lo que llevaba puesto podría mantener por un año a medio París, las vanidades son un lujo costoso y nos jactábamos de ayudar a los demás.
Entré al enorme salón y la concurrencia expectante me dio la bienvenida, sin mucha gracia y poca simpatía sonreí a los que de verdad me servirían para futuras relaciones, besé a unos cuantos conocidos pensando en quién podría ser mi victima esta noche, necesitaba sentar cabeza en uno solo o terminaría en un posible desato carnal. Subí al púlpito y la atención toda en mí, di las palabras de apertura de la noche —Bienvenidos sean todos… Esta noche tengo el honor- sentí asco por dentro al hablar de esa manera —De ser la anfitriona de tan importante evento, nuestra familia se siente orgullosa de poder retribuir con un poco de lo que hemos cosechado desde tiempos ancestrales a los que más necesitan- ¿me creían? Era una buena actriz, la persuasión era un don de nuestra especie y sonreí por las caras impactadas de todos, les había convencido. —Por favor, disfruten- llenándose el salón de aplausos y comentarios mantuve la sonrisa una vez más hasta que al final de la multitud un hombre con una aura interesante, diferente a los mortales me llamaba. Bajé del estrado y con sigilo me escabullí entre las personas para pasar desapercibida y entonces todo él me causó sorpresa, olía a plata. Sus manos, su pelo, su piel. Esto significaba una cosa, inquisidor. Y no era uno común y corriente, su aura negruzca con tonos rojo efervescente me indicaban que había algo más que con verle de más cerca lo descubriría no era divertido saberlo todo.
Rodeándole por el lado izquierdo aparecí tras su espalda. No esperaba fingir, me gustaba ser directa. —No recuerdo haber invitado a un devoto del clérigo, los detesto- susurré en el oído del hombre confesando divertida y posando una mano en el hombro ajeno delineé con un dedo su espalda. No esperaba amistad, lo veía como un posible desafío.
Última edición por Denisse d'Auxerre el Lun Sep 08, 2014 2:25 pm, editado 4 veces
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Re: Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
Y arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea.
Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido...
Y en su cabal juicio y tuvieron miedo.
Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado.
Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido...
Y en su cabal juicio y tuvieron miedo.
Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado.
Las órdenes de la santa inquisición, se convirtieron en cenizas en el fuego de mi chimenea, como ya era una costumbre. La misión de ésta noche: Investigar con lujo de detalle – en la medida de lo posible- La razón, y procedencia de una familia recién llegada al país, apellidada d´Auxerre que realizaba una reunión con fines benéficos en un importante recinto parisino. La invitación a tan magnánimo evento – falsa por supuesto, pero exquisitamente igualada hasta en el más ínfimo de sus detalles – descansaba sobre mi escritorio. Una sola invitación, por lo que podía presumir que realizaría mi investigación en completa soledad. Me gustaba trabajar solo y sin nadie más a mi cargo, porque de ésta manera podría hacer todo cuanto me apeteciese sin miradas curiosas y preguntas impertinentes que no me gustaba responder, por considerarlas demasiado estúpidas y obvias.
Sonreí, llevando la copa de whisky hasta mis labios, para mojarlos con el suave y delicioso néctar. Ya en aquel primer instante de haber conocido mis instrucciones, comenzaba a planear la manera en cómo habría de actuar. Un plan mental de cada uno de los pasos a seguir. Paso por paso, punto por punto. Se me había encomendado encarecidamente guardar absoluto silencio al respecto, pero libertad de acción de acuerdo a criterio. Nada podría hacerme resultarme más alentador y satisfactorio que el tener carta abierta. Ante mí se abría todo un racimo de ideas, de oportunidades, de estrategias y posibilidades; lo que me hacía pensar – sin temor a equivocarme – que estaba ante un enorme reto que estaba dispuesto a aceptar aún y cuando no se me hubiese pedido ayuda. Yo mismo habría levantado la mano para involucrarme completamente, pagando el precio que fuere.
- d´Auxerre – Murmuré perdido entre las llamas crepitando en la chimenea. ¿Quién o quienes ostentaban tal título? No recordaba haber escuchado aquel apellido con anterioridad. Fruncí el ceño. ¿Qué misterio habría detrás? No lograría desenmarañarlo hasta no acudir puntual a la cita. Faltaban un par de horas únicamente, por lo que apuré mi copa de un solo trago, abandonándola sobre la superficie lisa de mi escritorio. El eco de mis pisadas me siguió hasta mis aposentos. Soné la campanilla para llamar a la servidumbre, misma que no tardó en llegar más allá de un par de minutos.
-Ayúdeme a vestir.
Una simple orden. Llana, escueta. Mi fiel mayordomo apuró a sacar de mi armario, la indumentaria correcta: Frac negro con solapas de seda blanca. Camisa a mismo tono con volantes al frente y bordado a flores. Fajín. Una pajarita negra con pañuelo blanco, adornada con una pequeña calavera que por ojos llevaba unos pequeños zafiros. Para completar el atuendo: Bastón con empuñadura de calavera en plata, sumado a unos botines de charol, que de igual manera tenía remates en plata. Por último y no menos importante, el inseparable bombín. Sonreí ante la visión que me devolvió el espejo de cuerpo completo apostado en una de las esquinas. Yo mismo me encontraba atractivo y encantador. Entre cerré los ojos. Si no deseaba llamar la atención, habría escogido algo más sencillo y sobrio. Por el contrario, era justamente lo que yo quería; que todos, o la gran mayoría de los presentes reparase en mí. Ya fuere por egocentrismo o porque mi presencia fuese detectada por… “ellos”. Un arma de dos filos.
-Que preparen el carro. No tardo más allá de cinco minutos. No me hagan esperar.
Necesitaba quedarme a solas, para hurgar entre mis pertenencias “especiales” sin que ojos poco conocedores dieran cuenta de mis escondites secretos. Como ya era una costumbre, embolsé el rosario de mi madre. La santa biblia tendría que seguir reposando sobre la mesita de noche de mi habitación, misma que esperaba leer al momento de regresar, con la venia y la bendición de Dios. Besé las sagradas escrituras y salí presuroso de la habitación. Ya el carro esperaba por mí, me fue colocada una capa sobre los hombros, y abordé sin decir una sola palabra.
Mi mente se mantuvo en blanco hasta llegar al pequeño palacete. A las afueras del mismo, se encontraban personajes de alcurnia. Familias muy acomodadas de la sociedad parisiense, que sonreía, saludándose entre sí. La puerta de mi carruaje se abrió, bajé con premura, no tomándome la molestia de ser cortés con ninguno de aquellos que se percataron de mi llegada. No estaba ahí para relacionarme socialmente, ni para hacer nuevas y mejores amistades. Me limité a aproximarme a la recepción, donde se me requirió la capa y algún otro objeto personal para ser depositado en resguardo.
Ya en el salón principal, se me ofreció la copa acostumbrada, que no rechacé. Mientras bebía, recorría discretamente el recinto, observando puertas, ventanas… Posibles rutas de escape en caso de que fuere necesario. Desprecié la compañía de algunas féminas que quisieron entablar algún tipo de charla conmigo. Como bien dije, no me importaba otra cosa más que los d´Auxerre dieran la cara por fin. Luego de algunos minutos que me parecieron eternos, la anfitriona – se trataba ni más ni menos que de una mujer, que en su misma belleza, se veía reflejada lo sobrenatural de su origen – Agradeció a los concurrentes por su asistencia. Un saludo breve únicamente. Tal pareciera que su verdadero interés no era en si el motivo real de la obra benéfica, sino otro más perturbador aún, como el simple hecho de buscar alimento entre algunos de los presentes. Comida gratis al alcance de su mano. Buen truco… Ahora podía comprender el nerviosismo y el interés del gremio inquisitorial. La hermosa mujer rubia de labios carnosos, era una vampiresa. Me puse en guardia enseguida.
Le vi bajar del pequeño estrado, mezclándose entre la concurrencia. Mis ojos perdieron contacto con su escultural figura por breves segundos, apareciendo a mis espaldas; hablando, casi susurrando. Su timbre de voz era completamente cautivador, irresistible, un verdadero deleite. Su mano se deslizó grácil y sutil por mi hombro hasta llegar a media espalda.
-Entonces debo asumir que las presentaciones están de más, madame.- Un pequeño trago, girando lentamente sobre mis talones para encontrar mi mirada con la suya, haciendo una pequeña reverencia, como acostumbraban los cánones de etiqueta.
Sonreí, llevando la copa de whisky hasta mis labios, para mojarlos con el suave y delicioso néctar. Ya en aquel primer instante de haber conocido mis instrucciones, comenzaba a planear la manera en cómo habría de actuar. Un plan mental de cada uno de los pasos a seguir. Paso por paso, punto por punto. Se me había encomendado encarecidamente guardar absoluto silencio al respecto, pero libertad de acción de acuerdo a criterio. Nada podría hacerme resultarme más alentador y satisfactorio que el tener carta abierta. Ante mí se abría todo un racimo de ideas, de oportunidades, de estrategias y posibilidades; lo que me hacía pensar – sin temor a equivocarme – que estaba ante un enorme reto que estaba dispuesto a aceptar aún y cuando no se me hubiese pedido ayuda. Yo mismo habría levantado la mano para involucrarme completamente, pagando el precio que fuere.
- d´Auxerre – Murmuré perdido entre las llamas crepitando en la chimenea. ¿Quién o quienes ostentaban tal título? No recordaba haber escuchado aquel apellido con anterioridad. Fruncí el ceño. ¿Qué misterio habría detrás? No lograría desenmarañarlo hasta no acudir puntual a la cita. Faltaban un par de horas únicamente, por lo que apuré mi copa de un solo trago, abandonándola sobre la superficie lisa de mi escritorio. El eco de mis pisadas me siguió hasta mis aposentos. Soné la campanilla para llamar a la servidumbre, misma que no tardó en llegar más allá de un par de minutos.
-Ayúdeme a vestir.
Una simple orden. Llana, escueta. Mi fiel mayordomo apuró a sacar de mi armario, la indumentaria correcta: Frac negro con solapas de seda blanca. Camisa a mismo tono con volantes al frente y bordado a flores. Fajín. Una pajarita negra con pañuelo blanco, adornada con una pequeña calavera que por ojos llevaba unos pequeños zafiros. Para completar el atuendo: Bastón con empuñadura de calavera en plata, sumado a unos botines de charol, que de igual manera tenía remates en plata. Por último y no menos importante, el inseparable bombín. Sonreí ante la visión que me devolvió el espejo de cuerpo completo apostado en una de las esquinas. Yo mismo me encontraba atractivo y encantador. Entre cerré los ojos. Si no deseaba llamar la atención, habría escogido algo más sencillo y sobrio. Por el contrario, era justamente lo que yo quería; que todos, o la gran mayoría de los presentes reparase en mí. Ya fuere por egocentrismo o porque mi presencia fuese detectada por… “ellos”. Un arma de dos filos.
-Que preparen el carro. No tardo más allá de cinco minutos. No me hagan esperar.
Necesitaba quedarme a solas, para hurgar entre mis pertenencias “especiales” sin que ojos poco conocedores dieran cuenta de mis escondites secretos. Como ya era una costumbre, embolsé el rosario de mi madre. La santa biblia tendría que seguir reposando sobre la mesita de noche de mi habitación, misma que esperaba leer al momento de regresar, con la venia y la bendición de Dios. Besé las sagradas escrituras y salí presuroso de la habitación. Ya el carro esperaba por mí, me fue colocada una capa sobre los hombros, y abordé sin decir una sola palabra.
Mi mente se mantuvo en blanco hasta llegar al pequeño palacete. A las afueras del mismo, se encontraban personajes de alcurnia. Familias muy acomodadas de la sociedad parisiense, que sonreía, saludándose entre sí. La puerta de mi carruaje se abrió, bajé con premura, no tomándome la molestia de ser cortés con ninguno de aquellos que se percataron de mi llegada. No estaba ahí para relacionarme socialmente, ni para hacer nuevas y mejores amistades. Me limité a aproximarme a la recepción, donde se me requirió la capa y algún otro objeto personal para ser depositado en resguardo.
Ya en el salón principal, se me ofreció la copa acostumbrada, que no rechacé. Mientras bebía, recorría discretamente el recinto, observando puertas, ventanas… Posibles rutas de escape en caso de que fuere necesario. Desprecié la compañía de algunas féminas que quisieron entablar algún tipo de charla conmigo. Como bien dije, no me importaba otra cosa más que los d´Auxerre dieran la cara por fin. Luego de algunos minutos que me parecieron eternos, la anfitriona – se trataba ni más ni menos que de una mujer, que en su misma belleza, se veía reflejada lo sobrenatural de su origen – Agradeció a los concurrentes por su asistencia. Un saludo breve únicamente. Tal pareciera que su verdadero interés no era en si el motivo real de la obra benéfica, sino otro más perturbador aún, como el simple hecho de buscar alimento entre algunos de los presentes. Comida gratis al alcance de su mano. Buen truco… Ahora podía comprender el nerviosismo y el interés del gremio inquisitorial. La hermosa mujer rubia de labios carnosos, era una vampiresa. Me puse en guardia enseguida.
Le vi bajar del pequeño estrado, mezclándose entre la concurrencia. Mis ojos perdieron contacto con su escultural figura por breves segundos, apareciendo a mis espaldas; hablando, casi susurrando. Su timbre de voz era completamente cautivador, irresistible, un verdadero deleite. Su mano se deslizó grácil y sutil por mi hombro hasta llegar a media espalda.
-Entonces debo asumir que las presentaciones están de más, madame.- Un pequeño trago, girando lentamente sobre mis talones para encontrar mi mirada con la suya, haciendo una pequeña reverencia, como acostumbraban los cánones de etiqueta.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
Sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos.
Voltaire
Con la ligereza de un gato me moví entre la gente, esperaba no ser retenida, ya mis ojos se habían posado en alguien en específico, los olores eran llamativos, unos más que otros sin duda pero la plata y el estado de adrenalina por la plata era claro que me volvía algo desquiciada por probar. No esperaba ese carmesí bañarme de manera desdeñosa, en su defecto quería conocer qué traía a un perro de la iglesia a la boca del lobo, sólo esperaba que realmente no fuese una estrategia de los de Bordeaux porque juraba por este vestido rojo que adornaba apretadamente mi cuerpo que no tendría compasión de ese hombre. Como niña caprichosa en busca de su premio movía mi piel atreves de la pesadez del baile y la gente. La música sonaba tan elegante y fuerte que ensordecía a cualquiera de mi condición tenía que aprender a agudizar menos los sentidos pero es que me había emocionado tanto el respingo de exaltación que ese inquisidor había dado que se me escurrían por los poros la excitación de querer saber qué más tenía por ofrecer una especie de horror y curiosidad bizarra se dibujó en mis sonrisa. Tenía que ser cautelosa. Lo sabía, por veces pecaba de imprudente.
Finalmente después de una larga –al menos así lo sentí yo- caminata hasta el otro lado del salón su espalda me dio la bienvenida. Mi tacto fue preciso y él lo captó de inmediato. Necesitaba ver los ojos de ese inquisidor, quería delimitar mis movimientos –aunque jamás era necesario- no me gustan las prohibiciones pero quería saber si aquel ser era tan retorcido como mis oscuras intenciones. Su gruesa voz fue eco al sonido, de repente todo se silenció –punto para él- me dije en mis adentros tratando de guardar las ganas de gritar de la emoción, tenía esa muy mala costumbre. —Qué inteligente de su parte…- hice una mueca torciendo la boca tratando de descifrar su nombre aunque estaba por demás saberlo, lo único que me interesaba era esa aberración por su verdadero origen —¿Puedo al menos saber qué trae a un hombre como usted a un lugar como este?- solté una enorme sonrisa señalando con manos el salón —Uhm. Sí, se me olvida el preciso detalle que trabaja para Él- hice una leve reverencia señalando con los ojos al cielo y juntando ambas manos —Aunque claro, no podemos quitar el hecho que, no somos diferentes. Ambos asesinos. Solo que- justo uno delos meseros iba con la mano diestra alzaba y copas en su azafate. Tomando una rápidamente pues no quería perderme nada —Yo lo hago por placer y usted por redención- un sorbo se ahogó en mi garganta.
Fui más cuidadosa con las facciones ajenas, me grabé en los sentidos su aroma, su color de piel, su forma de mirarme y aún más su varonil voz. Delineé de manera malcriada su cuerpo y el fino traje que vestía, un aristócrata más —¿A qué jugamos?- solté un poco de aire que no era necesario para mi condición pero como buena actriz iba bien para la escena y volví a posar los labios en la copa —Porque por lo que veo fingimos bien nuestros papeles. Solo que por veces es aburrido, Monsieur- lo último lo mencioné con un toque de burla y sarcasmo. Él perfectamente debía de saberlo pero buscaba las maneras más prontas para obtener las respuestas que quería. Detestaba al clérigo y todo su séquito de enfermos eclesiásticos devotos a la nada. Cerré los ojos y coloqué la copa de una de las mesas que estaba a un lado y volví a verle.
Ladeé el rostro de manera espontánea y con el rabillo del ojo nota que muchas miradas estaban posadas en ambos, claro, era yo la anfitriona pero él… ¿él quien era? Fruncí el ceño y traté de verme un poco más espontánea y natural así que me acerqué todavía más a él para susurrarle al oído, como si fuéramos viejos amigos, conocidos desde siempre y nos acabábamos de encontrar. Fingí una sonrisa y cubrí la misma con el dorso de mi mano acercándome a su espacio personal y susurrarle —Hable ahora o calle para siempre Monsieur, no tengo paciencia para las cosas que quiero y no querrá saber de lo que soy capaz cuando me pongo irritada-miré por encima del hombro del inquisidor aun sin separarme de su cuerpo y ladeé la cabeza en dirección a su cuello sin rozarlo pero su piel podía despedir aromas y el calor que me llenaba de gusto por la cercanía, sabía que era una clara provocación y que probablemente si me tomase el suficiente tiempo él estaría planeando enterrarme una de sus dagas de plata —Tentaciones van y vienen. ¿Qué hacer cuando tengo tan cerca una y no puedo tenerla? Que yo sepa no he hecho nada, inquisidor... Aún- relamí mis labios y me separé de inmediato para ver sus ojos.
Última edición por Denisse d'Auxerre el Lun Sep 08, 2014 2:02 pm, editado 1 vez
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Re: Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
Ella misma respondía a sus preguntas. Yo, simplemente me limitaba a sonreír permitiendo su acercamiento; alternando la mirada entre ella y alguno que otro invitado que alcanzaba a reconocerme, levantando mi copa a manera de saludo. Aparentando, fingiendo - ya todo un experto en tales menesteres- que todo marchaba a la mil maravillas.
Mientras le escuchaba actuar como yo, activé mi barrera. No por miedo a ella, sino mera precaución. Hombre precavido valía por dos, y sumado estaba el hecho de que desconocía por completo sus poderes y habilidades. Era una mujer sola; seguro estaba que no se atrevería a atacarme por el momento. Mucho menos cuando decenas de miradas estaban concentradas en un mismo punto: En nosotros dos. Ella era la hermosa anfitriona que debía dar la cara ante toda la concurrencia. La que pesar de cargar el instinto asesino por sus venas, era precisamente: Una mujer ególatra. Si era inteligente como esperaba, no le convendría en lo absoluto armar una escena en aquel instante, por mera venganza personal.
Sonreí de lado.
-¿A qué juego? Me gusta jugar madame. Por tal motivo, me veo en la penosa necesidad de proponerle algo fuera de lugar -Susurré-. Juguemos a que estamos disfrutando de una mágica noche de ensueño, disfrutando de la buena comida y bebida que vuestra señoría tan bien ha sabido escoger, si no me equivoco... Juguemos a que somos viejos conocidos que han vuelto a reencontrarse después de años de no saber el uno del otro, o juguemos tal vez... -. Dí un último sorbo a mi copa-. A que vamos a poner las cartas sobre la mesa. ¿Le gusta el juego de cartas? Es fascinante, mucho más cuando se tiene un as bajo la manga-. Sonreí encantadoramente-. Si vuestra paciencia es tan limitada como lo es la mía, dejémonos de palabrerías.-El mozo con la bandeja de bebidas volvió a rondar por uno de nuestros costados. Deposité con gracia el pequeño recipiente de fino cristal sobre la bandeja de plata. Me hice del reloj de bolsillo observando meticulosamente la hora exacta. - Y luchemos en éste preciso momento, delante de todos y cada uno de sus finos invitados, o en soledad si le avergüenza rebelar su verdadera condición. -Alcé una ceja esperando alguna reacción de su parte-. Créame my lady, que no está delante de un improvisado -. La sonrisa desapareció de mi rostro, fulminando a la mujer con la mirada-. Yo no le temo a la muerte. ¿Usted si?
Jugueteé un poco con el bastón entre mis manos perdiendo la compostura. La cadenilla del reloj, se agitaba de un lado a otro dentro del bolsillo de mi pajarita.
-Si Dios nuestro señor ha decidido que ésta sea mi última noche caminando por la tierra, que así sea. Acataré sus designios. Sin embargo quiero hacer de su conocimiento algo importante -. Fue mi turno de acercar mi rostro al de ella. Escasos centímetros nos separaban.
-La santa iglesia no escatimará recursos, no descansará hasta aniquilar a cada uno de los miembros de su pútrida familia. Se declarará una guerra abierta. Se abrirá la temporada de cacería. Muy buenas y jugosas recompensas por cada una de vuestras cabezas y adiós al tan anhelado anonimato, Ma chérie. - Chasqueé la lengua cínico.-Porque, ¿para qué realizar una reunión con fines benéficos, si no es porque quieren aparentar algo que no son? Una perfecta pantalla social. -Guiñé un ojo-. Piénselo bien. Piénselo dos veces, tres...
Le oferté un poco de tiempo, alejándome de su espacio personal, quitando algunas motas de polvo que habían ido a parar a mi elegante indumentaria. Esperé pacientemente por una pronta e inteligente respuesta.
-Entonces ¿A qué vamos a jugar madame d Auxerre? ¿A vivir o a morir? - Hice girar la moldura de plata del bastón, donde se escondía una muy agradable sorpresa.
Mientras le escuchaba actuar como yo, activé mi barrera. No por miedo a ella, sino mera precaución. Hombre precavido valía por dos, y sumado estaba el hecho de que desconocía por completo sus poderes y habilidades. Era una mujer sola; seguro estaba que no se atrevería a atacarme por el momento. Mucho menos cuando decenas de miradas estaban concentradas en un mismo punto: En nosotros dos. Ella era la hermosa anfitriona que debía dar la cara ante toda la concurrencia. La que pesar de cargar el instinto asesino por sus venas, era precisamente: Una mujer ególatra. Si era inteligente como esperaba, no le convendría en lo absoluto armar una escena en aquel instante, por mera venganza personal.
Sonreí de lado.
-¿A qué juego? Me gusta jugar madame. Por tal motivo, me veo en la penosa necesidad de proponerle algo fuera de lugar -Susurré-. Juguemos a que estamos disfrutando de una mágica noche de ensueño, disfrutando de la buena comida y bebida que vuestra señoría tan bien ha sabido escoger, si no me equivoco... Juguemos a que somos viejos conocidos que han vuelto a reencontrarse después de años de no saber el uno del otro, o juguemos tal vez... -. Dí un último sorbo a mi copa-. A que vamos a poner las cartas sobre la mesa. ¿Le gusta el juego de cartas? Es fascinante, mucho más cuando se tiene un as bajo la manga-. Sonreí encantadoramente-. Si vuestra paciencia es tan limitada como lo es la mía, dejémonos de palabrerías.-El mozo con la bandeja de bebidas volvió a rondar por uno de nuestros costados. Deposité con gracia el pequeño recipiente de fino cristal sobre la bandeja de plata. Me hice del reloj de bolsillo observando meticulosamente la hora exacta. - Y luchemos en éste preciso momento, delante de todos y cada uno de sus finos invitados, o en soledad si le avergüenza rebelar su verdadera condición. -Alcé una ceja esperando alguna reacción de su parte-. Créame my lady, que no está delante de un improvisado -. La sonrisa desapareció de mi rostro, fulminando a la mujer con la mirada-. Yo no le temo a la muerte. ¿Usted si?
Jugueteé un poco con el bastón entre mis manos perdiendo la compostura. La cadenilla del reloj, se agitaba de un lado a otro dentro del bolsillo de mi pajarita.
-Si Dios nuestro señor ha decidido que ésta sea mi última noche caminando por la tierra, que así sea. Acataré sus designios. Sin embargo quiero hacer de su conocimiento algo importante -. Fue mi turno de acercar mi rostro al de ella. Escasos centímetros nos separaban.
-La santa iglesia no escatimará recursos, no descansará hasta aniquilar a cada uno de los miembros de su pútrida familia. Se declarará una guerra abierta. Se abrirá la temporada de cacería. Muy buenas y jugosas recompensas por cada una de vuestras cabezas y adiós al tan anhelado anonimato, Ma chérie. - Chasqueé la lengua cínico.-Porque, ¿para qué realizar una reunión con fines benéficos, si no es porque quieren aparentar algo que no son? Una perfecta pantalla social. -Guiñé un ojo-. Piénselo bien. Piénselo dos veces, tres...
Le oferté un poco de tiempo, alejándome de su espacio personal, quitando algunas motas de polvo que habían ido a parar a mi elegante indumentaria. Esperé pacientemente por una pronta e inteligente respuesta.
-Entonces ¿A qué vamos a jugar madame d Auxerre? ¿A vivir o a morir? - Hice girar la moldura de plata del bastón, donde se escondía una muy agradable sorpresa.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Descenso Tortuoso {Antonio de Carvajal}
El instinto dicta el deber y la inteligencia da pretextos para eludirlo.
Marcel Proust
Marcel Proust
¿Hasta cuándo las miradas iban a sustituir las palabras? Sonreí con propiedad sin olvidarme de mi entorno, era lo único que me hacía un polo a la tierra porque si actuaba por instinto serían otras las palabras que estaría usando. Cerré los ojos levemente mirando los pies del inquisidor y poco a poco comencé a ascender por todo su cuerpo, cuando quería ser malcriada lo era. Al parecer no llevaba ninguna especie de arma porque su traje bien confeccionado a su cuerpo no daba lugar a menos que los anduviera tragados en la piel además de eso le sumaba ese aura peligroso que sólo una sola vez había sido capaz de ver, pese a mi corta edad de vampiro consideraba haber visto muchas cosas y ése era el problema, la maldita intriga del inquisidor que no solo era un simple humano tenía algo más que me hacía sospechar altamente en que por su venas corría sangre de hechicero. La luz se hizo un poco más tenue para darle intimidad al baile y los que estaban en la pista pues a su conversación, tal cual él conmigo, sólo quería que todos se esfumaran unos segundos, era una sensación que me placía, anhelar algo y tener que esperar solo hacía quererlo más.
Su voz masculina me trajo de vuelta y le observé con cuidado, había pesadez en su voz, no esperaba menos. —Ya somos dos, creo que he dejado claro que soy amante de ellos- acerté a la aseveración del juego, solo que habían unos más peligrosos que otros ¿A cuál apuntaría el inquisidor? Alcé la ceja a su cercanía sin retroceder ni un solo paso, aprecié la cercanía en la que quise darle un zarpazo con los colmillos en su fina piel, él era algo especial. Muy atrayente como un imán que me pondría en su lugar. Conocía las actitudes de los hombres como él, nada novedoso sólo ese plus que era tan prohibido haciéndolo el momento excitante. Oí cada una de sus palabras tratando de persuadir todas las letras por separado y ver el trasfondo que tenían, no quería esperar menos de él. —¿Viejos amigos? ¿Cree eso posible? Me da un poco de pena si quiera compartir sus gustos por… -cerré mis labios a lo demás, iba a dejar que terminara de hablar para poderle responder correctamente sin vacilar aunque a estas alturas él se había creado una imagen mía que no pretendía cambiar, así como yo de él.
—Me gustan el juego de cartas porque cuando más cree que tiene la victoria asegurada la partida se da vuelta - fruncí el ceño a su hostilidad el cual relajé casi de inmediato sonriendo con una falsedad ensayada tantas veces y mordí mi labio —No provoque lo que no sabrá controlar, inquisidor- se sentía tan bien esa denominación, era como estar queriendo robarle la inocencia a una virgen, una bizarra analogía musité con cuidado mostrándome despreocupada —Me encanta el exhibicionismo, ¿por qué habría de hacerlo en secreto? No hay nada de lo que aún me arrepienta, quizás sí de una cosa…- alcé la ceja y llevé malcriadamente mis manos a las solapas de su traje acomodándoselas como una buena dama que tiene confianza —De seguir dejando que esto continúe con su boom, boom- fundí lo azulado de mis ojos con la profundidad de los suyo negando divertida como un buen chiste —Monsieur. Yo no le temo a la muerte. Ya estoy muerta- ampliamente sonreí besando su mejilla cuando la dureza de su rostro me saludó como si reprendiera mi comportamiento.
Notando su cercanía y el mínimo espacio que nos dividía, podía sentir su respiración rozarme los labios y mis ojos se encendieron manchándose de carmesí por su clara provocación. —No me diga eso- una mueca de tristeza se dibujó seguida de una sonrisa —Usted y su iglesia pueden hacer lo que deseen. ¿Está seguro que nos quedaremos tranquilos? No será más que una masacre en la que inocentes y pecadores pagarán las consecuencias. ¿Qué va a hacer cuando su cuerpo sea incapaz de responder a la resurrección de su señor Jesucristo? Llevará consigo la sangre de quien nunca quiso morir, en nuestro caso. Nuestras almas ya están vendidas al diablo y pertenecen al averno- me separé un poco justo cuando él también lo hizo y sonreí —Pantalla social. Tal cual los feligreses creen en la homilía del papa. No son más que unas ratas ocultándose tras una máscara. Todos son lo que quieren ser mientras encajen en esta enferma sociedad - sonreí con más altivez que de costumbre y solté un poco de aire como si realmente respirase y me fijé en su bastón luego en él. — Inteligente de su parte preguntar. Ni a usted ni a mí nos conviene un escándalo. - volví de nuevo a ver a los demás presentes —Máscaras- le guiñé el ojo —Recuérdelo- negué cuando el mismo mesero pasaba ofreciendo más champagne —Aunque eso no borra mis deseos hacia usted- confesé con malcriadeza soltando una sonrisa —¿Ahora por qué no damos un pequeño por las mesas de donación? Como verá, esa es la verdadera intensión de esta velada. Ayudar a los desamparados- entrecerré los ojos concentrándome en su quieto palpitar, uno que estaría dispuesta a acelerar y no de la mejor manera.
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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