AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
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Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
El viaje en barco estaba siendo pésimo. El trato que la tripulación le daba era cuanto menos repugnante, si para su antiguo amo no era más que un animal al que debía domesticar, para ellos era un animal al que querían montar. Por suerte para ella, su amo había dejado claro que debía llegar intacta hasta Francia. Allí la recogería el que a partir de ahora sería su nuevo dueño y señor. Las normas para ella eran claras, no avergonzar a quien la había vendido y servir bien al hombre de dios a quien iba a servir. No tenía información de cuales serían sus tareas ni de en qué casa iba a tener que trabajar por lo que su mente valoró las posibilidades. Ella había tratado de escaparse en repetidas ocasiones por lo que aquello podría ser un castigo, sintió un escalofrío de miedo ante la idea de que fuera peor su nueva etapa a la que en ese momento estaba dejando atrás.
La llegada al puerto de "La Rochelle" le hizo chocar de golpe con su nueva vida. El tiempo era infinitamente más frío de a lo que ella estaba acostumbrada, trató de cubrir su cuerpo con la poca tela del vestido andrajoso que llevaba y bajo por la pasarela hasta ser empujada y puesta de rodillas ante un hombre al que aún no había sido capaz de ver la cara. Mantuvo la mirada fija en los pies de este, sin ser capaz de entender lo que decían los marinos y él por la rapidez con la que hablaban. De nuevo unas manos la manejaron hasta hacer que acabara subida en la parte trasera de un carro tirado por caballos, los grilletes se ajustaron a sus muñecas y el traqueteo del viaje comenzó. La voz del hombre llegó ahora pausada, informándole de que se dirigían a París y allí sería entregada a su amo. Con las pausas pertinentes por lo largo del trayecto, agotada, muerta de hambre y sed llegaron al lugar en el que parecía vivir el señor.
Todo era tan diferente a los dos lugares en los que había vivido... En Sierra Leona todo eran bosques y montañas, apenas había edificaciones, en América sin embargo había muchas casas enormes la mayoría de color blanco con grandes terrazas en las plantas superiores y el número de negros era casi igual que el de personas de etnia blanca; sin embargo, en París todo era gris y no había visto absolutamente a nadie más del mismo color de piel que ella lo que suscitaba miradas y susurros que la incomodaban enormemente.
Bajo la advertencia de no manchar nada, fue guiada por el mismo hombre que había conducido el carro desde el puerto hasta allí, por la enorme casa hasta hacerla esperar en lo que parecía la cocina. Todo estaba impoluto y parecía ser realmente caro si se basaba en lo que conocía hasta el momento. Esperó sin moverse del sitio pero sin poder retirar la mirada de un bol de frutas que había sobre una encimera de mármol. Llevaba días sin comer y se le hacía demasiado dificil mantener las manos quietas, pero por desgracia ya conocía las normas para alguien como ella. No tenía derechos, tan sólo obligaciones; por lo que detuvo sus ansias y observó todo lo que la rodeaba hasta que escuchó voces y pasos que se acercaban. Se adentró en la habitación un hombre totalmente distinto a su anterior amo. Este era alto y atlético, nada que ver con el rechoncho amo de los campos de algodón. Olía fresco y sus movimientos al andar eran livianos. Se mantuvo callada dejando que la observara esperando que su aspecto no le desagradase. Los ojos claros siempre la habían fascinado por lo que posiblemente pecara de atrevida al quedarse mirándolos durante un instante. - Mi nombre es Tiaret, amo - se presentó como la habían indicado que debía hacer, su pronunciación aún no era muy buena pero mejoraba con rapidez.
La llegada al puerto de "La Rochelle" le hizo chocar de golpe con su nueva vida. El tiempo era infinitamente más frío de a lo que ella estaba acostumbrada, trató de cubrir su cuerpo con la poca tela del vestido andrajoso que llevaba y bajo por la pasarela hasta ser empujada y puesta de rodillas ante un hombre al que aún no había sido capaz de ver la cara. Mantuvo la mirada fija en los pies de este, sin ser capaz de entender lo que decían los marinos y él por la rapidez con la que hablaban. De nuevo unas manos la manejaron hasta hacer que acabara subida en la parte trasera de un carro tirado por caballos, los grilletes se ajustaron a sus muñecas y el traqueteo del viaje comenzó. La voz del hombre llegó ahora pausada, informándole de que se dirigían a París y allí sería entregada a su amo. Con las pausas pertinentes por lo largo del trayecto, agotada, muerta de hambre y sed llegaron al lugar en el que parecía vivir el señor.
Todo era tan diferente a los dos lugares en los que había vivido... En Sierra Leona todo eran bosques y montañas, apenas había edificaciones, en América sin embargo había muchas casas enormes la mayoría de color blanco con grandes terrazas en las plantas superiores y el número de negros era casi igual que el de personas de etnia blanca; sin embargo, en París todo era gris y no había visto absolutamente a nadie más del mismo color de piel que ella lo que suscitaba miradas y susurros que la incomodaban enormemente.
Bajo la advertencia de no manchar nada, fue guiada por el mismo hombre que había conducido el carro desde el puerto hasta allí, por la enorme casa hasta hacerla esperar en lo que parecía la cocina. Todo estaba impoluto y parecía ser realmente caro si se basaba en lo que conocía hasta el momento. Esperó sin moverse del sitio pero sin poder retirar la mirada de un bol de frutas que había sobre una encimera de mármol. Llevaba días sin comer y se le hacía demasiado dificil mantener las manos quietas, pero por desgracia ya conocía las normas para alguien como ella. No tenía derechos, tan sólo obligaciones; por lo que detuvo sus ansias y observó todo lo que la rodeaba hasta que escuchó voces y pasos que se acercaban. Se adentró en la habitación un hombre totalmente distinto a su anterior amo. Este era alto y atlético, nada que ver con el rechoncho amo de los campos de algodón. Olía fresco y sus movimientos al andar eran livianos. Se mantuvo callada dejando que la observara esperando que su aspecto no le desagradase. Los ojos claros siempre la habían fascinado por lo que posiblemente pecara de atrevida al quedarse mirándolos durante un instante. - Mi nombre es Tiaret, amo - se presentó como la habían indicado que debía hacer, su pronunciación aún no era muy buena pero mejoraba con rapidez.
Leia Fergusson- Hechicero Clase Alta
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
Éxodo 12:43: Dijo Yahveh a Moisés y a Aarón: "Estas son las normas sobre la Pascua: no comerá de ella ningún extranjero. Todo siervo, comprado por dinero, a quien hayas circuncidado, podrá comerla. Pero el residente y el jornalero no la comerán.
No sé por qué maldita sea me dejé arrastrar por la idea de tener una esclava a mi servicio. No la necesitaba. Tenía servidumbre de sobra, pero la maldita curiosidad, la ¡Maldita curiosidad! pudo más que yo y acepté en el primer instante en que me hablaron de las "bondades" de poseer un espécimen - así me fue vendida de palabra en primera instancia- aunado al hecho de que cualquier personaje que se jactase de poseer tierras y un cargo real, debía tener un esclavo - en éste caso esclava- a su servicio para acallar un poco los rumores, que por supuesto me convenía alejar de mi persona. La sociedad Parisina podía ser implacable y más me convenía estar bien delante de todos ellos para futuros tratos.
-Es sumamente fiel. Nunca recibirá un no como respuesta y siempre estará a tus órdenes las veinticuatro horas. Basta conque truenes un dedo y ella vendrá sumisa a ti cumpliendo cualquier capricho o mandato de tu parte. Es una auténtica ganga que no puedes despreciar.
Con tan buenas referencias ¿Cómo negarme? Aunque particularmente me gustaba tener mi propio espacio sin nadie que me lamiera los pies. Ya vería yo de qué manera arreglarme con la esclava africana, dejando muy en claro el qué podía hacer y lo que no. Sobre todo en cuanto al sótano se refería y por supuesto jamás acercarse a Yuri, mi protegido.
Para cuando me fue anunciada su llegada, apuré los pasos hacia la cocina - donde había dicho yo que le llevasen - acompañado de mi fiel y anciano sirviente. Había cierto parloteo a media voz cuando llegué pero terminó apenas puse un pie dentro. Ahí estaba ella, con una figura espigada y su piel oscura circundada por una espesa cabellera. Ni en mis más burdos sueños y pesadillas me imaginé que pudiera existir tal criatura, que dentro de su origen salvaje, poseía una belleza particular. Le osculté de arriba a abajo, previendo que no se le observara enferma. Era bien sabido que los esclavos negros cargaban con distintas enfermedades. No sería mi residencia el recipiente en el cuál se desarrollase una epidemia de dimensiones catastróficas.
-Denle algo para que se asee -Llevé un par de dedos en la nariz -Comida y llévenla al área de criados. -Ella balbuceó algo pero no reparé en nada, simplemente había que despacharla y ponerla a trabajar. - La última habitación, ya saben cuál es. Mientras más lejos mejor. Y.. - Regresé sobre mis pasos ya que había caminado fuera de la cocina que casi nunca visitaba - Manténganla vigilada. Cualquier cosa extraña, debe reportarse inmediatamente conmigo ¿Entendido? - Todos los criados asintieron con prontitud. Sabían de mi mal genio. Salí de ahí tan pronto como había llegado. Había cosas que atender en el despacho y ya había perdido minutos valiosos en la esclava que no terminaba de convencerme.
Ya en el despacho intenté ojear un par de cosas pero mi mente estaba en otra parte. Tan desconfiado era yo, que le consideraba una amenaza potencial. No por nada el vudú iba intrínsecamente ligado a esos hombres y mujeres de raza negra; si lo sabía yo que le manejaba de cabo a rabo al momento de liquidar a mis enemigos de una manera lenta y tortuosa.
-Es sumamente fiel. Nunca recibirá un no como respuesta y siempre estará a tus órdenes las veinticuatro horas. Basta conque truenes un dedo y ella vendrá sumisa a ti cumpliendo cualquier capricho o mandato de tu parte. Es una auténtica ganga que no puedes despreciar.
Con tan buenas referencias ¿Cómo negarme? Aunque particularmente me gustaba tener mi propio espacio sin nadie que me lamiera los pies. Ya vería yo de qué manera arreglarme con la esclava africana, dejando muy en claro el qué podía hacer y lo que no. Sobre todo en cuanto al sótano se refería y por supuesto jamás acercarse a Yuri, mi protegido.
Para cuando me fue anunciada su llegada, apuré los pasos hacia la cocina - donde había dicho yo que le llevasen - acompañado de mi fiel y anciano sirviente. Había cierto parloteo a media voz cuando llegué pero terminó apenas puse un pie dentro. Ahí estaba ella, con una figura espigada y su piel oscura circundada por una espesa cabellera. Ni en mis más burdos sueños y pesadillas me imaginé que pudiera existir tal criatura, que dentro de su origen salvaje, poseía una belleza particular. Le osculté de arriba a abajo, previendo que no se le observara enferma. Era bien sabido que los esclavos negros cargaban con distintas enfermedades. No sería mi residencia el recipiente en el cuál se desarrollase una epidemia de dimensiones catastróficas.
-Denle algo para que se asee -Llevé un par de dedos en la nariz -Comida y llévenla al área de criados. -Ella balbuceó algo pero no reparé en nada, simplemente había que despacharla y ponerla a trabajar. - La última habitación, ya saben cuál es. Mientras más lejos mejor. Y.. - Regresé sobre mis pasos ya que había caminado fuera de la cocina que casi nunca visitaba - Manténganla vigilada. Cualquier cosa extraña, debe reportarse inmediatamente conmigo ¿Entendido? - Todos los criados asintieron con prontitud. Sabían de mi mal genio. Salí de ahí tan pronto como había llegado. Había cosas que atender en el despacho y ya había perdido minutos valiosos en la esclava que no terminaba de convencerme.
Ya en el despacho intenté ojear un par de cosas pero mi mente estaba en otra parte. Tan desconfiado era yo, que le consideraba una amenaza potencial. No por nada el vudú iba intrínsecamente ligado a esos hombres y mujeres de raza negra; si lo sabía yo que le manejaba de cabo a rabo al momento de liquidar a mis enemigos de una manera lenta y tortuosa.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
El nuevo amo parecía no haber conocido a nadie como Tiaret antes, la manera en que analizó su cuerpo y en concreto el rostro de la joven la hizo conocedora de lo nuevo que resultaba aquello también para él. Pero no se podía llevar a engaño, el amo tenía el total poder de la situación y de ella, por lo que el más mínimo fallo la podía destruir. Debía estar atenta a cada gesto, a cada detalle que le indicara como agradar a aquel hombre, a su poseedor. Para empezar no era extraño que le resultara incómodo el modo en que la negra debía oler. Después de todo el trayecto en barco, más la distancia recorrida en carro hasta la casa de Antonio... estaba claro que necesitaba asearse a la mayor brevedad posible. Con la mirada fija en el suelo comprendió todo lo que su amo decía, así como que le sería fácil la relación con él. Por el tono de voz percibió la desconfianza de este hacia su persona, así como el desconocimiento que tenía con Tiaret y los de su etnia. Los demás sirvientes le contestaban con una sumisión que casi rozaba la propia y eso asustó levemente a la morena. Si personas libres, personas que -dentro de lo que cabía- podían escoger irse de allí, tenían miedo a Antonio, ¿qué le deparaba a ella esa casa?
Una vez el de ojos azules dejó la estancia, Tiaret siguió con paso raudo a los sirvientes que le indicaron donde debía acicalarse. Nadie la hablaba, se dirigían a ella con gestos mientras las miradas y los cuchicheos entre ellos aumentaban. No prestaría atención a las habladurías que su presencia despertara entre el servicio, ella tan solo rendía cuentas ante su amo y ahora lo era Antonio. Se libró de sus ropajes raídos y mugrientos y fue recibida por el agua fría que quedaba en la tina. La temperatura no incomodó a la joven si no todo lo contrario, aprovechó ese momento a solas para introducir el cuerpo por completo en el agua y lavarse a conciencia ya que no sabía cuando iba a poder realizar aquella acción de nuevo. Cuando hubo acabado se dedicó a peinar y recoger su pelo en la parte alta de la cabeza, eso lo mantendría más tiempo limpio. Se secó y usó las prendas que habían sido depositadas allí para su uso. Era un simple vestido, liviano y de tonos tierra, bastante desgastado ya, seguramente de alguna de las sirvientas que no lo quisiera.
A continuación, una vez fuera de aquel baño, fue guiada por una de las doncellas a la parte de la cocina que estaba reservada para quienes trabajaban allí. Le indicó que comería después que todos los demás, así como el uso de la tina. Para todo sería la última. Asintió y tomó asiento. Famélica devoró el plato de patatas cocidas a una velocidad poco normal que de nuevo despertó la curiosidad de los demás. Con el estómago lleno pudo relajarse en cierta medida, muchas veces temía por su vida simplemente por lo poco que comía y cada vez que se le presentaba oportunidad para ello lo disfrutaba como si de un manjar de reyes se tratase. La habitación que se le tenía reservada era poco más que un establo con paredes. Había una mesita de madera con una vela encima y una cama hecha de paja. Suspiró cansada pero no dijo nada al respecto.
Notó como todos los sirvientes se ponían en fila para abandonar la cocina, y por inercia se colocó tras ellos. Cuando vio a donde se dirigían bajó la mirada al suelo y se quedó oculta en la sombra en una esquina. Se encontraba en el comedor de la casa y Antonio se iba a disponer a cenar. Contuvo el aliento cuando le vio entrar y mirarla. No sabía si su presencia le molestaría o esperaba verla como al resto de sus sirvientes por lo que tragó saliva y esperó la reacción de su amo.
Una vez el de ojos azules dejó la estancia, Tiaret siguió con paso raudo a los sirvientes que le indicaron donde debía acicalarse. Nadie la hablaba, se dirigían a ella con gestos mientras las miradas y los cuchicheos entre ellos aumentaban. No prestaría atención a las habladurías que su presencia despertara entre el servicio, ella tan solo rendía cuentas ante su amo y ahora lo era Antonio. Se libró de sus ropajes raídos y mugrientos y fue recibida por el agua fría que quedaba en la tina. La temperatura no incomodó a la joven si no todo lo contrario, aprovechó ese momento a solas para introducir el cuerpo por completo en el agua y lavarse a conciencia ya que no sabía cuando iba a poder realizar aquella acción de nuevo. Cuando hubo acabado se dedicó a peinar y recoger su pelo en la parte alta de la cabeza, eso lo mantendría más tiempo limpio. Se secó y usó las prendas que habían sido depositadas allí para su uso. Era un simple vestido, liviano y de tonos tierra, bastante desgastado ya, seguramente de alguna de las sirvientas que no lo quisiera.
A continuación, una vez fuera de aquel baño, fue guiada por una de las doncellas a la parte de la cocina que estaba reservada para quienes trabajaban allí. Le indicó que comería después que todos los demás, así como el uso de la tina. Para todo sería la última. Asintió y tomó asiento. Famélica devoró el plato de patatas cocidas a una velocidad poco normal que de nuevo despertó la curiosidad de los demás. Con el estómago lleno pudo relajarse en cierta medida, muchas veces temía por su vida simplemente por lo poco que comía y cada vez que se le presentaba oportunidad para ello lo disfrutaba como si de un manjar de reyes se tratase. La habitación que se le tenía reservada era poco más que un establo con paredes. Había una mesita de madera con una vela encima y una cama hecha de paja. Suspiró cansada pero no dijo nada al respecto.
Notó como todos los sirvientes se ponían en fila para abandonar la cocina, y por inercia se colocó tras ellos. Cuando vio a donde se dirigían bajó la mirada al suelo y se quedó oculta en la sombra en una esquina. Se encontraba en el comedor de la casa y Antonio se iba a disponer a cenar. Contuvo el aliento cuando le vio entrar y mirarla. No sabía si su presencia le molestaría o esperaba verla como al resto de sus sirvientes por lo que tragó saliva y esperó la reacción de su amo.
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
No había pasado una buena mañana. Intensas pesadillas la noche anterior, mente ocupada en papeleos respecto a la situación financiera de algunas de mis propiedades, mandatos de la iglesia que me trastocaban la mente y muy por encima de todo el tema: Yuri. ¡Cómo me hacia rabiar el hecho de tener que aparentar ser algo que no era! su sola presencia correteando por la casa, sus pequeñas pisadas yendo de aquí hacia allá y ese maldito muñeco que no dejaba ni a sol ni a sombra, poniéndome nervioso. En pocas palabras, la tranquilidad de mi casa se estaba yendo por la borda. Precisamente por ello no había amanecido con el mejor de los humores. Me levanté como todas las mañanas, dando gracias a Dios por los favores recibidos,pero no fui capaz de trasladarme a la capilla, y de ahí a cumplir con mis mandato diarios. Para cuando volví, ya era de noche y llegué directamente al comedor, donde ya estaba todo dispuesto para mis alimentos nocturnos. Ingresé como de costumbre, saludando discretamente a todos, sin poner demasiada atención en ellos. Mi fiel mayordomo se apresuró a sacarme la silla, y subsecuentemente, colocar la servilleta sobre mis piernas, esperando órdenes, colocándose un par de metros atrás de mi espalda como tenía indicado.
Me gustaba el silencio - sobre todo aquella noche - sin embargo, no era una común, ahora recordaba que hasta mis arcas había ingresado un activo fijo: La esclava negra, quien ahora lucía mucho más aseada, vestida con el traje beige de manta. Ahí estaba, justo al final de la fila, casi escondida en un rincón. Al parecer alguien había tenido la osadía de incluírla dentro del mi servicio personal. Gruñí un poco, aún no tenia la certeza de qué hacer con ella, pero una cosa estaba muy clara,no le quería deambulando por la casa como una empleada más; el establo o el granero sería el sitio indicado para ella. De cualquier modo aún sopesaba dejarla en aquel cuarto repleto de muebles inservibles del piso más alto. Ya tendría tiempo de pensarlo con detenimiento.
La cena fue llegando poco a poco. Una comida abundante como solía degustar para tales horas: Frutas, carnes blancas y al finalizar, una copa de vino. Podría faltar cualquier cosa, menos aquel líquido malva que cerraba con broche de oro tan magnífico último alimento del día. Dejé reposar la bebida un par de minutos. Mi vista volvió a centrarse en ese pequeño punto oscuro de la esquina. Ahí seguía ella con la mirada gacha, se le notaba nerviosa y yo un poco curioso a decir verdad. No demasiado.
-Déjenme a solas con la esclava. -Fue la orden escueta pero precisa que dictaminé. No deseaba la presencia de nadie que no fuese ella en aquel instante. Sin proferir ninguna clase de alegato en contra, de uno a uno fueron saliendo de la estancia. -Acércate.. No demasiado, ahí.. Justo ahí quédate. Dije en tono imperativo, en el momento en que olfateaba un poco la copa, dándole un pequeño sorbo segundos después. Ella obedeció enseguida para mi sumo beneplácito. Conocía el idioma, un punto a su favor, ya que odiaría tener que parecer un completo idiota tratando de hacerme entender con señas. De haber sido éste el caso, le habría mandado echar de mi presencia por inútil, porque no habría querido tomarme la molestia de hacerme entender, porque pensándolo un poco, ella no era nadie.
Me levanté, sin separarme de mi bebida. El escrutinio fue descarado, puesto que no era mi deseo acercarme más de lo necesario. Aún pensaba que el simple hecho de rozarla, me significaría la posible posibilidad de contraer alguna enfermedad extraña. ¿Qué maldita cosa iba hacer con ella? Había sido un mero capricho el haberla comprado.
-Abre la boca y muéstrame los dientes-. Dije en tono firme. Por medio de éstos me daría una idea clara y exacta del estado de salud en el que se encontraba. Para mi sorpresa, mantenía todo en sitio. Estaba muy sorprendido a decir verdad. Un sorbo más de vino, dos, tres, hasta que terminé la copa, pensativo.
-¿Tienes algún nombre mujer? ¿Alguno pronunciable al menos?- De buena fuente sabía que los esclavos africanos poseían nombres largos, y ridículos. Esperaba alguno similar para tener una anécdota más que contar en cuanto me reuniese con mi grupo selecto de inquisidores y personajes de alta alcurnia. Las historias de los esclavos y su estupidez, siempre eran una buena fuente de entretenimiento en aquellas reuniones.
Me gustaba el silencio - sobre todo aquella noche - sin embargo, no era una común, ahora recordaba que hasta mis arcas había ingresado un activo fijo: La esclava negra, quien ahora lucía mucho más aseada, vestida con el traje beige de manta. Ahí estaba, justo al final de la fila, casi escondida en un rincón. Al parecer alguien había tenido la osadía de incluírla dentro del mi servicio personal. Gruñí un poco, aún no tenia la certeza de qué hacer con ella, pero una cosa estaba muy clara,no le quería deambulando por la casa como una empleada más; el establo o el granero sería el sitio indicado para ella. De cualquier modo aún sopesaba dejarla en aquel cuarto repleto de muebles inservibles del piso más alto. Ya tendría tiempo de pensarlo con detenimiento.
La cena fue llegando poco a poco. Una comida abundante como solía degustar para tales horas: Frutas, carnes blancas y al finalizar, una copa de vino. Podría faltar cualquier cosa, menos aquel líquido malva que cerraba con broche de oro tan magnífico último alimento del día. Dejé reposar la bebida un par de minutos. Mi vista volvió a centrarse en ese pequeño punto oscuro de la esquina. Ahí seguía ella con la mirada gacha, se le notaba nerviosa y yo un poco curioso a decir verdad. No demasiado.
-Déjenme a solas con la esclava. -Fue la orden escueta pero precisa que dictaminé. No deseaba la presencia de nadie que no fuese ella en aquel instante. Sin proferir ninguna clase de alegato en contra, de uno a uno fueron saliendo de la estancia. -Acércate.. No demasiado, ahí.. Justo ahí quédate. Dije en tono imperativo, en el momento en que olfateaba un poco la copa, dándole un pequeño sorbo segundos después. Ella obedeció enseguida para mi sumo beneplácito. Conocía el idioma, un punto a su favor, ya que odiaría tener que parecer un completo idiota tratando de hacerme entender con señas. De haber sido éste el caso, le habría mandado echar de mi presencia por inútil, porque no habría querido tomarme la molestia de hacerme entender, porque pensándolo un poco, ella no era nadie.
Me levanté, sin separarme de mi bebida. El escrutinio fue descarado, puesto que no era mi deseo acercarme más de lo necesario. Aún pensaba que el simple hecho de rozarla, me significaría la posible posibilidad de contraer alguna enfermedad extraña. ¿Qué maldita cosa iba hacer con ella? Había sido un mero capricho el haberla comprado.
-Abre la boca y muéstrame los dientes-. Dije en tono firme. Por medio de éstos me daría una idea clara y exacta del estado de salud en el que se encontraba. Para mi sorpresa, mantenía todo en sitio. Estaba muy sorprendido a decir verdad. Un sorbo más de vino, dos, tres, hasta que terminé la copa, pensativo.
-¿Tienes algún nombre mujer? ¿Alguno pronunciable al menos?- De buena fuente sabía que los esclavos africanos poseían nombres largos, y ridículos. Esperaba alguno similar para tener una anécdota más que contar en cuanto me reuniese con mi grupo selecto de inquisidores y personajes de alta alcurnia. Las historias de los esclavos y su estupidez, siempre eran una buena fuente de entretenimiento en aquellas reuniones.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
El olor de la comida, como había ocurrido en otras ocasiones, llegaba al olfato de la famélica esclava. Todos y cada uno de los platos que eran presentados ante su nuevo amo se iban con restos de comida que bien atendidos serían de caer en sus manos, lejos quedaban los tiempos en que ella era una de las mujeres más respetadas de su aldea, lejos quedaban sus derechos. Sin poder ocultar la sorpresa que aquella orden le había suscitado, Tiaret esperó a que el resto del servicio saliera de la estancia para situarse justo donde Antonio deseaba. Parecía que la curiosidad de esa hombre no era escasa pero tampoco lo era su recelo ante lo desconocido y hasta ese momento eso era Tiaret para él, un ser desconocido. Como si de un caballo se tratara, la negra se vio obligada a enseñar la dentadura tratando de no parecer desafiante ni molesta por el trato aunque en ocasiones le resultara verdaderamente difícil. ¿Sería capaz de ganar el afecto de aquel hombre y con él su libertad? Mientras en ciertos momentos se creía capaz de recuperar el control de su vida, el resto del tiempo se descubría encarcelada en sí misma y en lo que los blancos la habían convertido. - Tiaret - ya se había presentado el día en que se conocieron pero supuso que en aquel momento no había prestado atención a sus palabras, se podía permitir cualquier cosa con su propiedad e ignorarla era en menor de sus males.
No le pensaba explicar su significado ni contarle nada de su antigua vida a no ser que fuera estrictamente necesario. Además de que no le estaría permitido hablar sin el explícito permiso de Antonio, ella misma estaba tratando de conocerle mediante cada gesto y cada escueta orden que este le daba. Algo en él le helaba la sangre, había una fuerza a su alrededor que Tiaret no podía comprender y no lograba ubicar. Sabía de buena tinta que los blancos en ese lado del mundo eran incluso peores que en América, pues los negros eran más inusuales y por tanto peor tratados, pero no era eso lo que le aterraba sino la forma en que este la miraba. Sus ojos no denotaban deseo carnal, no la veía como mujer pero sí como algo que doblegar y dominar, y eso para una mujer negra significaba peligro. El amo no dudaría en usar el látigo con ella si descubría cualquier acto fuera de lugar o por puro placer, en aquella casa estaría en peligro a menos que encontrara algo que le hiciera inmensamente feliz. Por el momento lo único que podía y debía hacer era mantener el máximo respeto.
Se lo pensó mucho antes de abrir la boca, pero si no lo decía él, debería ser la propia negra quien descubriera cuál sería su lugar y su tarea a desempeñar en aquella casa. - Amo - comenzó con un tono bajo igual que su mirada de nuevo clavada en sus propios pies, - ¿qué desea que yo haga? - preguntó al fin tratando de pronunciar lo más correctamente posible aunque estaba claro el esfuerzo que aún requería para ella el hablar en francés. Dicho esto el silencio reinó en el comedor. Tiaret cerró los ojos con fuerza deseando con todas su fuerzas que Antonio viera aquello como algo positivo, que viera las ganas de trabajar de su nueva esclava y no como un desafío a su autoridad. Las piernas le flaqueaban y el temblor se extendía hasta las manos, que se sujetaban la una a la otra buscando mantener una calma fingida ante él por si aquello le hacía enfadar aún más.
Fue el sonido de un plato roto tras caer al suelo lo que rompió aquel momento. La puerta se abrió y una de las sirvientas entró disculpándose con lágrimas en los ojos. La negra se mantuvo estática en su sitio, abrumada por el miedo que denotaban los ojos de la joven que suplicaba el perdón de un serio y malhumorado Antonio. Parecía, por lo que entendía de la conversación entre ambos, que la joven se había quedado tras la puerta para ver lo que ocurría entre la nueva esclava y su amo.
No le pensaba explicar su significado ni contarle nada de su antigua vida a no ser que fuera estrictamente necesario. Además de que no le estaría permitido hablar sin el explícito permiso de Antonio, ella misma estaba tratando de conocerle mediante cada gesto y cada escueta orden que este le daba. Algo en él le helaba la sangre, había una fuerza a su alrededor que Tiaret no podía comprender y no lograba ubicar. Sabía de buena tinta que los blancos en ese lado del mundo eran incluso peores que en América, pues los negros eran más inusuales y por tanto peor tratados, pero no era eso lo que le aterraba sino la forma en que este la miraba. Sus ojos no denotaban deseo carnal, no la veía como mujer pero sí como algo que doblegar y dominar, y eso para una mujer negra significaba peligro. El amo no dudaría en usar el látigo con ella si descubría cualquier acto fuera de lugar o por puro placer, en aquella casa estaría en peligro a menos que encontrara algo que le hiciera inmensamente feliz. Por el momento lo único que podía y debía hacer era mantener el máximo respeto.
Se lo pensó mucho antes de abrir la boca, pero si no lo decía él, debería ser la propia negra quien descubriera cuál sería su lugar y su tarea a desempeñar en aquella casa. - Amo - comenzó con un tono bajo igual que su mirada de nuevo clavada en sus propios pies, - ¿qué desea que yo haga? - preguntó al fin tratando de pronunciar lo más correctamente posible aunque estaba claro el esfuerzo que aún requería para ella el hablar en francés. Dicho esto el silencio reinó en el comedor. Tiaret cerró los ojos con fuerza deseando con todas su fuerzas que Antonio viera aquello como algo positivo, que viera las ganas de trabajar de su nueva esclava y no como un desafío a su autoridad. Las piernas le flaqueaban y el temblor se extendía hasta las manos, que se sujetaban la una a la otra buscando mantener una calma fingida ante él por si aquello le hacía enfadar aún más.
Fue el sonido de un plato roto tras caer al suelo lo que rompió aquel momento. La puerta se abrió y una de las sirvientas entró disculpándose con lágrimas en los ojos. La negra se mantuvo estática en su sitio, abrumada por el miedo que denotaban los ojos de la joven que suplicaba el perdón de un serio y malhumorado Antonio. Parecía, por lo que entendía de la conversación entre ambos, que la joven se había quedado tras la puerta para ver lo que ocurría entre la nueva esclava y su amo.
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
Tuve ganas inmensas de ahorcar a la criada en ese mismo instante! pero me detuve a tiempo antes de hacer de mi área de comedor un lugar de masacre. Ya aprendería la maldita galopina que husmear, era algo que yo castigaba seriamente. Yuri podía dar fe de ello.
-!He dicho que nos dejen solos!- vociferé encaminando mis pasos hacia la puerta de entrada al comedor, echando a la rolliza mujer de un empellón.
-¡Estoy rodeado de idiotas!
De unos meses a la fecha sospechaba que mis empleadas domésticas, cuchicheaban a mis espaldas. Podía escuchar el sonido de sus voces a través de los pasadizos entre una habitación y otra. Nada desapercibido por mi. No había nada en aquella casa, de la cual no estuviese enterado. Desconfiado como era, había mandado construir aquel recinto con algunos arreglos especiales para obtener la mayor ventaja posible, porque lamentablemente, había que reconocer que no me sentía al salvo ni en mi propia casa. La vida de un inquisidor radicaba principalmente en tener los cinco sentidos en alerta ante cualquier indicio de peligro. Si había conservado la vida hasta el momento, era gracias a que desconfiaba hasta de mi propia sombra.
-En cuanto a ti- -reparè en la esclava -, -¡Quítate la ropa! -- Le ordené con autoridad y soberbia. Para tal momento, yo ya estaba malhumorado y qué mejor que mi juguete recién adquirido para desquitar mi enojo.
Ella no despertaba en mí un deseo carnal, sin embargo estaba seguro que ella titubearía y estaría reacia cumplir con mi capricho. No encontraría motivo mejor para desquitarme con ella, de todas las malditas frustraciones de los últimos días, que me tenían en constante estado de cólera. La negra pagaría los platos rotos que algunos más si habían ocupado en romper: "Que paguen justos por pecadores" era mi lema, sin embargo aquella esclava negra no representaba absolutamente para nada la palabra justicia, puesto que no tenía ninguna clase de derechos; incluso si yo quisiese, podría mandarla quemar en una piara como la bruja que era. Si !era una bruja! ¡Todas las esclavas negras lo era lo eran!
-¡Que te la quites he dicho!
Le tomé por el cabello y jalé hacia atrás atrás. Traspasé el umbral atreviéndome a tocarla, pero el mensaje era muy claro y convincente. Demostrar quién era el amo y señor, podía más que el asco que le tuviese a aquella criatura infernal. El orgullo como noble inquisidor estaba en juego, y de orgulloso, yo tenía bastante.
-¡Ahora!- recalqué. Un mechón de su cabello se enredó entre mis dedos. Asqueado, lo dejé caer al suelo. Inmediatamente me lavé las manos con el alcohol que estaba bebiendo, empapando mis manos, para desaparecer la suciedad de encima. Tenía ganas de matarla en ese mismo instante, sería tan fácil...
-!He dicho que nos dejen solos!- vociferé encaminando mis pasos hacia la puerta de entrada al comedor, echando a la rolliza mujer de un empellón.
-¡Estoy rodeado de idiotas!
De unos meses a la fecha sospechaba que mis empleadas domésticas, cuchicheaban a mis espaldas. Podía escuchar el sonido de sus voces a través de los pasadizos entre una habitación y otra. Nada desapercibido por mi. No había nada en aquella casa, de la cual no estuviese enterado. Desconfiado como era, había mandado construir aquel recinto con algunos arreglos especiales para obtener la mayor ventaja posible, porque lamentablemente, había que reconocer que no me sentía al salvo ni en mi propia casa. La vida de un inquisidor radicaba principalmente en tener los cinco sentidos en alerta ante cualquier indicio de peligro. Si había conservado la vida hasta el momento, era gracias a que desconfiaba hasta de mi propia sombra.
-En cuanto a ti- -reparè en la esclava -, -¡Quítate la ropa! -- Le ordené con autoridad y soberbia. Para tal momento, yo ya estaba malhumorado y qué mejor que mi juguete recién adquirido para desquitar mi enojo.
Ella no despertaba en mí un deseo carnal, sin embargo estaba seguro que ella titubearía y estaría reacia cumplir con mi capricho. No encontraría motivo mejor para desquitarme con ella, de todas las malditas frustraciones de los últimos días, que me tenían en constante estado de cólera. La negra pagaría los platos rotos que algunos más si habían ocupado en romper: "Que paguen justos por pecadores" era mi lema, sin embargo aquella esclava negra no representaba absolutamente para nada la palabra justicia, puesto que no tenía ninguna clase de derechos; incluso si yo quisiese, podría mandarla quemar en una piara como la bruja que era. Si !era una bruja! ¡Todas las esclavas negras lo era lo eran!
-¡Que te la quites he dicho!
Le tomé por el cabello y jalé hacia atrás atrás. Traspasé el umbral atreviéndome a tocarla, pero el mensaje era muy claro y convincente. Demostrar quién era el amo y señor, podía más que el asco que le tuviese a aquella criatura infernal. El orgullo como noble inquisidor estaba en juego, y de orgulloso, yo tenía bastante.
-¡Ahora!- recalqué. Un mechón de su cabello se enredó entre mis dedos. Asqueado, lo dejé caer al suelo. Inmediatamente me lavé las manos con el alcohol que estaba bebiendo, empapando mis manos, para desaparecer la suciedad de encima. Tenía ganas de matarla en ese mismo instante, sería tan fácil...
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
El miedo se adueñó de su menudo cuerpo sin remedio. La manera en que Antonio se había dirigido a la mujer fue arrolladora, como si una fuerza en su interior le llevara a menospreciar y criticar cada paso de los demás. Temía por su propia vida. Aquella mujer era blanca y aun así no parecía tener ni pizca de respeto por parte del amo, por lo que su vida allí no tenía futuro alguno. Ojalá siguiera en América.
Permaneció estática dejando que él se paseara por la sala aun protestando como si fuera un animal enjaulado. Parecía sobrarle todo el mundo de la casa y sin embargo parecía tener más empleados de los que realmente necesitaba. Tragó saliva ante la orden deseando fervientemente que no fuera algo real y tan solo se tratara de un comentario pasajero, pero no fue así. Ante el segundo grito, botó en el sitio por el susto y comenzó a deshacerse del vestido raído que llevaba puesto, aunque no pudo hacer más que desabotonarlo por el jalón en su pelo que la hizo llevar las manos a la noca por el doloroso tirón. Ante todo lo que pasaba permaneció callada e intentando mantener –dentro de lo que cabía – la compostura.
Lo último que deseaba era permanecer ante él y aún más expuesta de lo que ya estaba, pero ¿qué otra opción tenía? Si trataba de irse de la habitación el castigo sería peor, por lo que lo único que podía hacer era ser paciente recibir lo que ese hombre quisiera darla o hacerla y retirarse en cuanto pudiera. La poca ropa que llevaba puesta cayó al fin a sus pies dejando ante él la imagen de Tiaret al desnudo. Las piernas largas y torneadas y el torso delgado. Con la mirada fija en el suelo deseó con todas sus fuerzas que el deseo de Antonio fuera meramente observar si tenía alguna diferencia más que el color respecto a las blancas. Otros hombres habían pedido ver su cuerpo desnudo simplemente para asegurarse de que no era un animal ni un monstruo. El problema era que a Antonio ella le resultaba repugnante y eso no dejaba en buen lugar la relación que iban a mantener.
-¿Quiere más cosa?- si el amo quería algo más se lo pediría pero no soportaba el hecho de estar tanto tiempo en silencio aguantando que él analizara cada parte de su cuerpo con la mirada. Nadir jamás podría valorar su libertad como lo hacía ella recordando su origen. Los blancos no era conscientes de las oportunidades que la vida les brindaba, ni de lo afortunados que eran por tener ese color de piel. Nunca se encontrarían en peligro de ser privados de sus derechos. Suspiró con pesadez por el nudo que tenía en el estómago y la sequedad de su garganta. Sintió impulso de ir a recoger los trozos que aún quedaban esparcidos por el suelo debido al error de la sirvienta pero cuando fue a echar un paso en aquella dirección se lo acabó pensando mejor y esperó a una respuesta de Antonio.
Permaneció estática dejando que él se paseara por la sala aun protestando como si fuera un animal enjaulado. Parecía sobrarle todo el mundo de la casa y sin embargo parecía tener más empleados de los que realmente necesitaba. Tragó saliva ante la orden deseando fervientemente que no fuera algo real y tan solo se tratara de un comentario pasajero, pero no fue así. Ante el segundo grito, botó en el sitio por el susto y comenzó a deshacerse del vestido raído que llevaba puesto, aunque no pudo hacer más que desabotonarlo por el jalón en su pelo que la hizo llevar las manos a la noca por el doloroso tirón. Ante todo lo que pasaba permaneció callada e intentando mantener –dentro de lo que cabía – la compostura.
Lo último que deseaba era permanecer ante él y aún más expuesta de lo que ya estaba, pero ¿qué otra opción tenía? Si trataba de irse de la habitación el castigo sería peor, por lo que lo único que podía hacer era ser paciente recibir lo que ese hombre quisiera darla o hacerla y retirarse en cuanto pudiera. La poca ropa que llevaba puesta cayó al fin a sus pies dejando ante él la imagen de Tiaret al desnudo. Las piernas largas y torneadas y el torso delgado. Con la mirada fija en el suelo deseó con todas sus fuerzas que el deseo de Antonio fuera meramente observar si tenía alguna diferencia más que el color respecto a las blancas. Otros hombres habían pedido ver su cuerpo desnudo simplemente para asegurarse de que no era un animal ni un monstruo. El problema era que a Antonio ella le resultaba repugnante y eso no dejaba en buen lugar la relación que iban a mantener.
-¿Quiere más cosa?- si el amo quería algo más se lo pediría pero no soportaba el hecho de estar tanto tiempo en silencio aguantando que él analizara cada parte de su cuerpo con la mirada. Nadir jamás podría valorar su libertad como lo hacía ella recordando su origen. Los blancos no era conscientes de las oportunidades que la vida les brindaba, ni de lo afortunados que eran por tener ese color de piel. Nunca se encontrarían en peligro de ser privados de sus derechos. Suspiró con pesadez por el nudo que tenía en el estómago y la sequedad de su garganta. Sintió impulso de ir a recoger los trozos que aún quedaban esparcidos por el suelo debido al error de la sirvienta pero cuando fue a echar un paso en aquella dirección se lo acabó pensando mejor y esperó a una respuesta de Antonio.
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No sabía que me disgustaba más, si el hecho de verla desnuda o que se haya desnudado sin mostrar ningún tipo de aflicción - al menos aparente - esto demostraba el hecho, de que no en todas las ocasiones, los negros orgullosos siempre se mostraban reticentes a acatar órdenes directas. Aquí había dos posibilidades: O bien era un esclava demasiada obediente, o lo hacía simplemente para agilizar los trámites. En pocas palabras, para quedar bien ante su amo y no alargar más las situaciones bochornosas y pasar a otro tipo de cuestiones. Me fiaba de lo último, pero seguía pareciéndome bastante molesto, ya que estaba acostumbrado a apreciar el miedo en el rostro de mi servidumbre, y en ella más bien, hartazgo. Era muy probable que sus anteriores amos, buscasen en ella algo más que el simple hecho de tenerla a su servicio. Seguro estaba de que el sexo, era el pan de cada día, porque muy a mi pesar, debia reconocer que poseía un cuerpo escultural, que el resto de las mujeres blancas- con las cuales estaba acostumbrado a acostarme- no tenían. Ese aroma salvaje e indómito que aún podía percibir en ella, no podía ni quería pasarlo por alto. Ya me encargaría de doblegarla, pero de una forma diferente, que ella desconociese, que no le viese venir. Algo nuevo y diferente que me hiciese sentir con el control absoluto sobre su persona; porque si hay algo de lo cuál disfruraba en las mazmorras de mi calabozo, era el doblegar el alma, el espíritu. El cuerpo, la carne, sólo era un medio terrenal, que Dios nuestro señor, nos había proporcionado únicamente para sobrevivir sobre la tierra.
-Tiaret, Tiaret, Tiaret...-volví a mi escrutinio minucioso de su cuerpo.- ¿Qué voy a hacer contigo? - alcé una ceja y me permití sonreír. En ése mismo instante comenzaba a maquinar mi táctica. Mi mente idealizaba ya el momento cúspide del plan. Me gustaba echar a volar la imaginación hacia un futuro cercano, en el cuál, la esclava que aún permanecía desnuda en el comedor de mi residencia, imploraba la muerte y el perdón eterno por ser lo que era: Una negra. Un bicho rastrero que aún respiraba sólo por el simple hecho de que yo se lo permitía.
Me coloqué a sus espaldas y soplé sobre su nuca.
-¿Qué voy a hacer? - repetí hablando en un susurro. Podría matarte, desde luego, pero... - seguí caminando hasta encaminar mis pasos hacia la ventana, observando el paisaje invernal que comenzaba a cernirse sobre la capital.- Quiero escucharlo de tu boca, con tus propias palabras. ¿Qué quieres que haga contigo? No despegué la vista de una golondrina que aún seguía posada sobre la rama del árbol vetusto cercano a la entrada de mi residencia. La golondrina no había emigrado, la golondrina moriría
-Tiaret, Tiaret, Tiaret...-volví a mi escrutinio minucioso de su cuerpo.- ¿Qué voy a hacer contigo? - alcé una ceja y me permití sonreír. En ése mismo instante comenzaba a maquinar mi táctica. Mi mente idealizaba ya el momento cúspide del plan. Me gustaba echar a volar la imaginación hacia un futuro cercano, en el cuál, la esclava que aún permanecía desnuda en el comedor de mi residencia, imploraba la muerte y el perdón eterno por ser lo que era: Una negra. Un bicho rastrero que aún respiraba sólo por el simple hecho de que yo se lo permitía.
Me coloqué a sus espaldas y soplé sobre su nuca.
-¿Qué voy a hacer? - repetí hablando en un susurro. Podría matarte, desde luego, pero... - seguí caminando hasta encaminar mis pasos hacia la ventana, observando el paisaje invernal que comenzaba a cernirse sobre la capital.- Quiero escucharlo de tu boca, con tus propias palabras. ¿Qué quieres que haga contigo? No despegué la vista de una golondrina que aún seguía posada sobre la rama del árbol vetusto cercano a la entrada de mi residencia. La golondrina no había emigrado, la golondrina moriría
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Nuwe liefde || Antonio de Carvajal
Tragó saliva de la manera más disimulada que pudo. No quería hacer ruido alguno, ni moverse, tenía la sensación de que si permanecía como una estatua acabaría por pasar inadvertida a ojos de Antonio. La realidad, claro está, era otra muy diferente. Como juguete nuevo de aquel blanco, como la mayor novedad de la casa, la usaría en su beneficio hasta cansarse; momento en que seguramente se libraría de ella. De vez en cuanto las ganas de explotar regresaban pero siempre se quedaban atravesadas en su garganta. Habían sido tantas las veces en las que había fantaseado con poder ser libre, con no vivir como un animal o algo carente de valor que se había quedado en eso, un sueño. Imaginaba ahora como sería coger el cuchillo de la mesa y rebanarle el cuello, sacarle esos ojos con los que la analizaba como a una res. Por supuesto ninguno de esos pensamientos se vio reflejado en el rostro de la esclava, que permanecía atenta a los movimientos de su amo. ¡No! Interiormente se maldijo por tan inapropiados pensamientos, siempre había sido leal y por ello había recibido menos castigos que sus hermanos rebeldes. En ese caso esperaba que su silencio, discreción, trabajo duro y sumisión fueran suficientes para que aquel hombre tuviera piedad de ella y no abusara de su poder tanto como podría.
Su voz era como una dada cargada de veneno, la suavidad y cadencia con la que mencionaba su nombre hacía que se le erizara el vello. Sus ojos ascendieron hasta los ajenos cuando la llamó, pero viendo que seguía cavilando sobre cómo actuar con su nuevo juguete, la mirada volvió a clavarse en el suelo. No era una pregunta que ella debiera contestar por lo que el silencio reinó una vez más entre ambos. El miedo recorrió su columna por el aire que este sopló contra su nuca e hizo que se encogiera aún más sobre sí misma. La única opción para que Tiaret estuviera algo relajada era que el hombre se alejara y gracias a Dios lo hizo por lo que pudo volver a coger una bocanada de aire. Aquella pregunta, que esta vez sí era directamente dirigida a ella, la dejó descolocada. ¿Cómo que qué quería que hiciese? Era consciente de que no habría opción posible para que la liberara y que en el caso de que lo hiciera podría ser un mero juego para darla caza, pero la idea apareció en su mente dolorosamente. -Debe hacer lo que considere correcto, amo-, contestó alzando la mirada de nuevo pero sin llegar a alcanzar el rostro de Antonio. Esa era la respuesta que debía dar, quisiera o no. La corrección era un punto a favor de cualquier esclavo y ella se esforzaría al máximo para no dar motivo de queja. Quizás tardó un poco en responder pues tuvo que rebuscar en su cabeza las palabras adecuadas en aquel idioma que batallaba en aprender.
-Estoy aquí para servir al amo. Soy buena por eso me dieron a usted-. Arriesgó en aquella declaración pero tenía que hacerle ver de alguna manera que era más valiosa viva y en buena forma que muerta o destrozada a palos. Si su anterior amo se la había regalado a Antonio era por el cariño que le tenía, Tiaret había sido una de las favoritas en la plantación de algodón y eso podría ya saberlo Antonio si tenía correspondencia con aquel que antaño fue el amo de la negra. Debería ganarse su confianza de la misma manera, aunque algo de decía que esta vez su presencia no sería requerida en el lecho del blanco. -¿Qué quiere hacer conmigo, amo?- No podía demostrar más sumisión. La situación era digna de una obra pictórica con la esclava rogando la aprobación del amo y señor.
Su voz era como una dada cargada de veneno, la suavidad y cadencia con la que mencionaba su nombre hacía que se le erizara el vello. Sus ojos ascendieron hasta los ajenos cuando la llamó, pero viendo que seguía cavilando sobre cómo actuar con su nuevo juguete, la mirada volvió a clavarse en el suelo. No era una pregunta que ella debiera contestar por lo que el silencio reinó una vez más entre ambos. El miedo recorrió su columna por el aire que este sopló contra su nuca e hizo que se encogiera aún más sobre sí misma. La única opción para que Tiaret estuviera algo relajada era que el hombre se alejara y gracias a Dios lo hizo por lo que pudo volver a coger una bocanada de aire. Aquella pregunta, que esta vez sí era directamente dirigida a ella, la dejó descolocada. ¿Cómo que qué quería que hiciese? Era consciente de que no habría opción posible para que la liberara y que en el caso de que lo hiciera podría ser un mero juego para darla caza, pero la idea apareció en su mente dolorosamente. -Debe hacer lo que considere correcto, amo-, contestó alzando la mirada de nuevo pero sin llegar a alcanzar el rostro de Antonio. Esa era la respuesta que debía dar, quisiera o no. La corrección era un punto a favor de cualquier esclavo y ella se esforzaría al máximo para no dar motivo de queja. Quizás tardó un poco en responder pues tuvo que rebuscar en su cabeza las palabras adecuadas en aquel idioma que batallaba en aprender.
-Estoy aquí para servir al amo. Soy buena por eso me dieron a usted-. Arriesgó en aquella declaración pero tenía que hacerle ver de alguna manera que era más valiosa viva y en buena forma que muerta o destrozada a palos. Si su anterior amo se la había regalado a Antonio era por el cariño que le tenía, Tiaret había sido una de las favoritas en la plantación de algodón y eso podría ya saberlo Antonio si tenía correspondencia con aquel que antaño fue el amo de la negra. Debería ganarse su confianza de la misma manera, aunque algo de decía que esta vez su presencia no sería requerida en el lecho del blanco. -¿Qué quiere hacer conmigo, amo?- No podía demostrar más sumisión. La situación era digna de una obra pictórica con la esclava rogando la aprobación del amo y señor.
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