Diseased [Privado]

por **Ankhiara Arsenics** Miér Abr 02, 2014 11:59 pm

Eternidad. Muchos matarían por ella y otros, darían lo que fuese por dejar de formar parte de esa mentira. Si el hombre común se cansa de la vida, ¿Por qué alguien con el legado de esa mujer, no lo haría? Su vista se elevó hasta la estatuilla atrapada en la pared. Un hombre crucificado, con clavos en la palma de sus manos, en sus pies. Lacerado en las costillas y coronado con una corona de espinas. No existe hombre más miserable que él. Excepto quizá, una mujer. Su mirada era indiferente, fría, vacía. Estaba ahí sólo porque le pareció divertido quizá, presentarse en un santuario como ese para cuestionar y encontrar respuestas, pero ahí dentro la noche parecía incluso más obscura.

Suspiró y sonrío mofándose de sus decisiones estúpidas, pues no sólo había perdido lo que era, sino que el imperio que construyó después le fue arrebatado por su imposibilidad para ver la catástrofe y por la impertinencia de confiar en los extraños. Pero lo más importante, es que había perdido la única razón por la cual la eternidad le sabía a algo y ahora, buscaría cobrar venganza, una que acabaría con todo lo que conoce, incluyéndola. Necesitaba peones, soldados simples y sencillos que pudiesen abastecerla de información. Hombres sacrificables que al final justificaría o tal vez no. Había buscado entre las calles, olfateado al inexperto y cazado al que creía ser el perfecto para el trabajo sucio. La hembra había estado moviéndose entre las sombras durante casi cien años sin siquiera ser vista, pero ahora, la jugada había cambiado. Era hora de comenzar a actuar, pues las piezas habían encajado a la perfección en tiempo y forma. Él poseía un ejército indestructible, no por la cantidad de hombres, más bien por la fidelidad que estos le habían jurado a su amo, pero ella… mujer derrotada y herida, ella poseía un arma y una estrategia para contrarrestar cualquier ataque que a su enemigo se le ocurriese.

La mente de la hembra se mantenía enfocada en cada una de sus piezas, en las habilidades que poseían y también en sus defectos. No por nada se encontraba presente en ese pequeño santuario. El sacerdote, era un hombre cuyas aficiones era la pedofilia y la zoofilia. Perverso y primitivo; Ankhiara le había conocido en los callejones mientras el morbo hacía de él la víctima perfecta para su descarga emocional, pero la información que el guardaba en sus pensamientos acerca del movimiento llamado inquisición y sus soldados al frente, le pareció más provechosa que un juego sádico. Fue por ello que le engañó. No era estúpida, no iba a ofrecerle a un niño para saciar su hambre, tampoco se acostaría con él e incluso la tortura fue innecesaria. Ella era un fantasma y, como tal, sólo requirió postrarse entre las sombras y observar como el mundo se movía. Les dio libre albedrío a sus peones y ellos habían elegido el camino, unos aceptaron, otros declinaron, pero al final fue su decisión, y la misma regla que acontecía con el clero de la iglesia, lo sería con su cita de esta noche, pero antes tenía que atar cabos sueltos.

-¡Madame! Creí que estaría en…. – La hembra desvió la mirada de la enorme estatuilla hasta el hombre que tenía al frente. –No debes creer en absurdas teorías, William. Estoy aquí por una única razón. ¿Sabes cuál es, cierto?- El hombre se llenó de nervios y comenzó a tartamudear un par de cosas. Ankhiara chasqueó la lengua, negó con su cabeza. –Tuvimos esta plática hace tiempo, te lo pregunté en dos ocasiones y en ambas aceptaste. No puedes decirme que te retractas, pues conoces bien el precio. La quiero a ella y es la última vez que lo repito.- En ese instante, las puertas del confesorio se abrieron de par en par. Había alguien ahí dentro y ella no se percato de eso. Fulmina con la mirada y atrapa al sacerdote entre sus garras. -¿Me tendiste una trampa?- Cuestionó esperando la reacción del extraño. Estaba preparada para cualquier cosa, incluso si sus planes no salían como lo había efectuado.