Coeurs trouvés: colère et désolation [Santhiago Morel]

por **Edeinare M. von Percy** Miér Abr 30, 2014 6:25 pm

“Y es la luna plateada, reflejada en aquél charco de sangre color rubí, que demuestra que ya he olvidado quien soy, quien fui y me piensa quién seré”- E.v.P.

Había pasado demasiado tiempo en soledad, ya ni siquiera podía pensar, pues ya no lograba escucharme a mí misma. Mi alma me había abandonado, había huido de mi propio ser, espantada ante la constante atrocidad de mis viles actos, condicionados por mi sed, mi hambre, mi indiferencia hacia la vida humana. Incluso hacia la humana que había sido ya hace tanto tiempo atrás. Ya no recordaba mi pasado, ya había olvidado la infancia de aquella pequeña que se hacía llamar “Edeinare” Total ¿Para qué? Ya no le veía sentido alguno.

Mis pasos resonaban hacia tiempo en aquel suelo al que dignaba de llamar “hogar”, ese suelo que no conocía sino hasta hace poco, en el cual me había adaptado ya sin mucho esfuerzo: a través de los milenios uno aprende a adaptarse cada vez con mayor rapidez. Suponía que era yo quien, por querer olvidar el pasado y borrar todo rastro de mi persona, había sido impulsada a borrarme incluso a mí la memoria, y olvidar rápidamente los lazos formados en ese lapso, haciendo más fácil mi re-adaptación en otros lugares.

Y ahora me encontraba sola en este lugar tan solitario. Necesitaba volver a reencontrarme. No era la primera vez que esto me ocurría… Sin embargo, era la primera vez que volver a mis recuerdos e inicios me costaba tanto. Caminaba bajo la luna, solo escuchando el susurrar del viento y las hojas, absorta en mi propio pensamiento. O más bien, no pensando en nada. Ni en nadie. Caminando, con la mirada perdida en el horizonte, sin rumbo fijo, llegué hasta lo que parecía un lago. Vi a luna reflejada en el mismo. La aglomeración de dudas y pesares me llenó de rabia.

A causa de esto, no sentí ni vi al joven que misteriosamente había salido de quién sabía dónde, quizás con la intención de ayudarme, preocupado de ver una niña en solitario a tan altas horas de la noche. Inconscientemente, lo agarré del brazo, estirándolo en lo que durase un pestañeo y le desgarré la yugular con un movimiento veloz. El liquido carmín, caliente, me quemó la garganta, calentó mis entrañas y calmó mi espíritu-si es que aún lo tenía-. Lo dejé tirado en el suelo. Había muerto al instante. Lo había hecho por inercia, sin conciencia alguna. Y su muerte no pesaría en mi cabeza. Ya no. Era un demonio. Siempre lo sería.

Lo miré atentamente. No pasaba de los 14 años. Era un chico apuesto, de cabellos negros. Pobre niño. Venir a morir a la boca del lobo furioso y hambriento. Su sangre se coagulaba en un charco carmesí, reflejando, con un tinte vino tinto la luna llena. Me tranquilicé. Debía hacerlo. Nunca había perdido el control de aquella manera tan impulsiva. ¿Qué me estaba ocurriendo? Acaso había perdido con tanta facilidad-nuevamente- aquella pequeña chispa, aquel pequeño resquicio de humanidad que había aprendido a salvaguardar a través de los eternos siglos que llevaba sobre tan inhóspita e insufrible tierra. Condenada al desespero y la desolación.

Aún sabiendo que no estaba sola, no podía sentirme más abandonada, más desamparada.

Aquél corazón que había dejado de latir hace ya cuatro siglos, se encontraba lleno de telarañas, seco, oscuro, lleno de odio, rabia. Dolor. Sentía mi interior como una vieja vasija sin contenido alguno. Estaba rota. Me faltaba algo, pero no sabía qué.

Nada me importaba que mis finas vestiduras se embarraran y mojaran por culpa del agua en los pasos que había dado a su interior. Miré a mí alrededor. No había nadie ¿de dónde había salido aquel joven muchacho? Pequeños enigmas que llenaban la vida, grandes ironías que a mi mente ocupaban.

El agua me relajaba. El ir y venir de la pequeña marea generada por el suave viento calmaba mis sentimientos arremolinados. Miré el cielo y comencé a llorar. Suavemente. Lágrimas que yo pensaba secas brotaban de mis ojos como si nunca hubiera llorado.

-Con que esto se sentía llorar…-susurré.

por **Santhiago Morel** Sáb Mayo 03, 2014 5:27 am

Aquellos que poseen alma lo expresan al exterior en sus lágrimas
Quien no tiene pizca de humanidad lo expresa con la muerte.

Entre los pasos alegres de la ciudad de Paris, las personas olvidan que a su lado están seres que pueden acabar con sus vidas, criaturas demoniacas que disfrutan del dolor, agonía y muerte de los seres humanos además de ser ellos los causantes de dicha muerte, una muerte que solo saciar la sed de ellos, una sed que es más poderosa que el hambre y que no se apaga con cualquier cosa que se consuma, solo la sangre calma a la bestia.

Un hombre tomando la mano de una cortesana joven y algo tímida, en un paseo nocturno con promesas de una eterna vida juntos la lleva de paseo por la laguna de la ciudad, aquella laguna con el agua más clara de todas donde la luna se refleja tal cual es mostrando su alma tan blanca sin pecado ni manchas, una luna pura y hermosa que invita a todos a sus hijos a ser libres, y así es, aquella pareja entre sonrisas llegan en un carruaje muy hermoso, el caballero con bastón en mano pide la de la damisela, aun cuando es una furcia, la trata como la reina más grande de todos los tiempos, como si fuera un sueño para ella, el ultimo que tendrá.

Por los verdes pastos humedecidos con la brisa que mece el agua van caminando hasta que de un momento a otro sin esperárselo un beso aquella pareja se dan pero ese beso que va bajando por los labios y el cuello de la muchacha muestran unos colmillos blanquecinos y el gemido de la humana hasta sentir que su cuerpo pierde toda la fuerza y por último la vida, aquel pesado cadáver se desploma a los pies de su asesino, un vampiro que con elegancia y finura limpia los restos de la vida de la joven sobre sus labios volviendo a ser el hombre intachable y correcto de sociedad.

De regreso a su carruaje para buscar otra víctima, el sollozo y susurros de alguien le llegan a sus oídos, prefiere ignorarlos, pero luego el aroma a sangre fresca inunda sus sistema y sabe que no es una humana si no una vampira la que ha ocasionado la muerte de alguien, deja a su víctima, la joven de cabellos rubios en el carruaje indicando a su cochero y fiel servidor que haga lo que tiene que hacer, enterrar el cuerpo bajo tierra muy lejos de las miradas de los curiosos, el sirviente obedece las palabras de su amo sin protesta alguna, es un viejo amigo que juro lealtad a su señor y por eso le sigue como un padre que cuida a su hijo. El vampiro pide que no regrese por él que se quedará unas cuantas horas, que si no regresa antes del amanecer entonces ahí si vayan por él a ese lugar para resguardarlo.

Camina siguiendo el aroma a muerte y a lágrimas, al llegar al apartado de la laguna al otro extremo se percata del cadáver de un joven muchacho, un adolescente y a una niña pequeña, una semejante a él, niega con la cabeza al ver lágrimas.

-Deberías dejar de pensar en lágrimas y ver cómo te deshaces del cadáver, no creo que quieras sospechas sobre los nuestros por este tipo de exabruptos- señala con su bastón el charco de sangre.

Para Morel no era grato encontrarse con niños vampiros, pues los consideraba seres inexistentes y peligrosos, no por fuertes sino porque eran berrinchudos y caprichosos y eso ocasionaba muchos problemas a los vampiros mayores y adultos en cubrir cada una de sus niñerías, dejando a la inquisición tras de todos ellos.

Además él no es hombre de piedad ni misericordia mucho menos sentir compasión por alguien simplemente porque no tiene alma.

por **Edeinare M. von Percy** Dom Jul 20, 2014 6:14 pm

Con la mirada pérdida, con el alma desolada, sin estar en el lugar donde realmente me encontraba, no vi llegar al joven hombre, -vampiro, por supuesto-. Solo observaba al joven niño que desangraba y perdía sus últimas gotas de sangre, arrastradas por el agua, disolviéndola, asesinándola.

Las palabras del hombre no llegaron hasta mí sino hasta segundos después. Lo miré, pero sin mirarlo realmente, mi mirada iba más allá de aquel rostro desconocido, iba más allá de la lejanía de las estrellas. Totalmente ausente. Hasta que el silencio me devolvió a mi realidad.

Suspiré, aun teniendo aquellas lágrimas agridulces sobre mis níveas y suaves mejillas, haciendo caso omiso a las mismas. Se sentía bien el frescor de aquella agua salada sobre mi muerta presencia. No tenía frío, por más de estar casi completamente empapada por el agua, sucia por la iracunda saciedad de sangre que habíase colado por mi garganta, manchando rostro y telares finos.

-Buenas noches, caballero… -omití respuesta verbal alguna ante el comentario del joven, ya que no estaba siquiera de ánimos para responder la obviedad de la situación. Pronto desecharía el cuerpo por algún lugar lejano, y que se lo comieran las bestias del lugar. Pronto. Levanté la mirada e hice una leve reverencia, costumbre mía. Después de todo… Podía darme cuenta de que aquél ser llevaba aun más penas y castigos sobre sus hombros, obligándolo a sostenerse de tan dichoso bastón. O también sería pequeño detalle de lujo, no sabría especificar, bien mi mente podría engañarme.

Lo observé con detenimiento y torcí la mirada.

-¿Puedo preguntarle… qué lo ha traído hasta estos lugares tan inhóspitos y desolados?-arreglé mis faldas e intenté no parecer tan despiadada como de costumbre, pero no tendría éxito. Ya era algo tan arraigado en mi persona… Ese comportamiento austero y vanidoso. Propio de los vampiros, creería yo.

Tomé aire y miré por donde se alejaba el carruaje de dicho hombre, sabiendo que me quedaría mucho más tiempo por esos lugares. Quizá este hombre podría darme alguna pista sobre lo que desgarraba mi corazón y pudría mi alma. ¡Si tan solo quizás alguien tuviera todas las respuestas a mis inquietudes e irracionalidades!

Mire al cadáver del joven puberto y sonreí con ironía.

-Este niño no tendría que haber muerto esta noche…- una pequeña risa brotó desde mi garganta- Pero que se le hará… Momento equivocado con el ser equivocado en el lugar equivocado…-Me limpié por fin las adustas lágrimas de mi rostro y restablecí lo que llamaba restos de cordura.

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