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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Miselle Sáb Mayo 10, 2014 3:32 pm

Miselle, nuestra señora te llama. — Pronunció una cortesana tras la puerta en que sus manos picaron, avisándole a la más joven de todas ellas que la buscaban.

Miselle asintió en silencio y asustada siguió arreglando su fino y lacio cabello, que como hebras rebeldes tras permanecer la tarde dormida acariciaban su suave espalda. El que te llamara la jefa de todas las cortesanas, y en casos de la ausencia de la señora, el señor de ella, no era nunca para dar una buena noticia, sino todo lo contrario. La ultima que había terminado riñendo con la señora del lugar, al día siguiente del incidente no se le vio más, hasta que tras unos días apareció su cadáver echado sobre los cimientos de una casa en ruinas, abandonada como la alma de aquella joven que una vez había tenido sus sueños e ilusiones, con salirse a tiempo de aquel lujurioso y tan doloroso lugar. Desde aquel día, que todas las cortesanas del lugar obedecían cada orden, adaptándose a cada situación y cliente, como si les fuera la vida; que en efecto así era. Y así había sido últimamente hasta que Miselle interrumpió aquella calma, al negarse el seguir con un cliente al que le agrava más el dolor, la sangre, las marcas…que el suave y cálido cuerpo de una mujer. Apenas lo había pensado, solo actuó y se escabulló de su agarre, tras las primeras marcas que cruzaron su espalda. Y hoy seria castigada. Tras acomodarse la ropa, un ligero vestido corto de un ajustado corsé, que resaltaba su estrecha y esbelta figura, arrastrando los pies fue hacia la puerta de su habitación, la que abrió pesadamente y como una máscara en la que se resguardaba sí misma de los demás, solo salir dejó que en su rostro naciera aquella suave sonrisa que la hacía parecer más segura de lo que en realidad se encontraba y echó a andar, con la cabeza en alto hacía el pequeño bar del burdel, donde solía permanecer aquella señora, preparando las copas de los clientes de la noche.

La joven demasiado rápido terminó por adentrarse a la entrada del burdel, encaminándose hacia quien la había citado, pasando de largo de los primeros clientes de la noche, que ya conversaban con las cortesanas que llenaban el lugar. A esas horas recién empezaba la actividad y solo entrar, sintió la mirada penetrante de muchos de los hombres, más la de Mary Ann que la esperaba. Suspiró y dándose coraje fue hacia la barra alejada de los clientes, encontrándosela frente a frente. — ¿Me buscabais? — La mirada de la señora la hizo tragar y se quedó enmudecida en lo que sentía como se acercaba más a ella. Se tensó, preparada para la tormenta que estaba por llegar, sin esperar jamás los movimientos de aquella señora sobre ella, cómo si solo se tratará de un inútil animal. — ¡Niña ingrata os llamé hace más de quince minutos! —La jaló del cabello con fuerza y la sacudió con energía sintiendo como unas hebras de su cabello se rompían en su mano. Intentó resistirse, sin embargo de haberlo hecho habría sido peor. —Espero por tu bien que este retraso sea a causa de un cliente o ya puedes despedirte de tu miserable vida después de hacernos perder por tu incompetencia al mejor de los clientes. —Miselle sintiendo las lágrimas acudir a sus orbes, negó con la cabeza afectada y pidió perdón entrecortadamente. La señora mirándola omnipotente, sonrío sádicamente y empujándola al suelo con fuerza la tiró hacia el suelo. La morena terminó cayendo encima de unos cristales rotos que no se habían recogido, tras que algún cliente sin querer rompiera una de las copas. Sus labios se entreabrieron en un quejido silencioso, al sentir como uno de los cristales se incrustaba en la palma de su mano, rasgando su piel hasta verter gotas de su sangre en el suelo, y un hilillo resbalar por su mano. Los demás cristales como puntas filosas los sintió arañar sus piernas sin llegar a malherirla. Solo su mano parecía resentida y la sonrisa de Mary Ann no podía lucir más satisfecha con el dolor ajeno. Muchas veces eran peor los dueños de las vidas de aquellas pobres cortesanas, que los propios clientes a los que se ofrecían y entregaban su cuerpo

Estoy pensando en que podría devolverte al nido del que saliste. Quizás no les importe tenerte de nuevo entre ellos Miselle… ¿Cuántos eran? ¿Ocho...? Ya me contaron lo bien que te la pasaste con ellos, aquella última noche. —Miselle alzó la mirada hacia ella y por primera vez sintió el terror paralizando su cuerpo, empalideciéndolo. Pensar en volver a ellos, a aquellos que desde pequeña la esclavizaron le revolvía las entrañas. No deseaba volver a sentir la desesperación helar su sangre, los gritos de su garganta ahogados por las manos de aquellos degenerados que rompieron su cuerpo pedazo a pedazo. Aún tenía pesadillas con esa noche, los recuerdos la atormentaban aún tras tantos años de ello.

No por favor no… traeré clientes y recuperareis al cliente que molesté, pero dejadme permanecer aquí, no os fallaré de nuevo. — Le temblaba la voz esperando por la respuesta que podría condenarla, y por ello olvidó el dolor de su mano y el cristal que ponzoñoso seguía dañando su tierna y suave piel, extendiendo el aroma de su dulce sangre por el burdel sin saber quién podría sentirla y sentirse atraído por ella. La señora la miró con una mueca descontenta al verla como un cachorrillo abandonado, rogando por que le echaran de una mano. ¿Y qué iba a ayudarle ella? Aquella jovencita para ella no era más que un simple y vil negocio.

Estáis a prueba, así que recoged este estropicio y ¡trabajad!— Le gritó sin contemplaciones.

Enseguida Miselle asintió y procedió a tomar los cristales con las manos, bajo su atenta mirada sin importarle si podría llegar a dañarse más con ello. Lo único que ocupaba su mente era desaparecer de allí por unos minutos y recomponerse lejos de todos, en aquel rincón de su mente que nadie podía dañarla, donde resguardaba toda ilusión que albergaba su corazón; salir de aquel mugroso y lujurioso lugar algún lejano día. Avergonzada siguió recogiendo cabizbaja, sin saber que desde un rincon del burdel, entre las sombras, alguien se había fijaba en ella y se acercaba. Resultando ser, su intento de pasar desapercibida, completamente en vano.



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Mensaje por Vincent de Bordeaux Jue Mayo 22, 2014 10:50 pm

El cielo nocturno se encontraba encapotado y oscuro, sin luna ni estrellas. Una brisa suave y fría recorría las calles y arrastraba consigo una ligera y muy fina llovizna que resultaba más que nada molesta. Algunos de los transeúntes se cubrían un poco, otros muchos simplemente le ignoraban lo mejor que podían. Vincent, por su parte, caminaba con la confianza que le caracterizaba, lento y con gracia, lanzando su bastón con gracia hacia adelante antes de apoyarlo suavemente en el suelo, haciendo caso omiso tanto a los transeúntes como del clima. Sus ropas denotaban la riqueza que poseía y su expresión demostraba una serenidad que en realidad no sentía. Aún no había hecho contacto con los de Bordeaux de París y, por tanto, no tenía mucho a lo que dedicarse. Presumía sobre la presencia de sus enemigos en la ciudad pero prefería no propiciar ninguna acción de índole belicoso hasta no saber la razón de la reunión “familiar”. Así que, en lugar de dedicarse a vagar sin rumbo fijo por la ciudad se dirigió desde donde se hospedaba directamente hacia un lugar donde muy seguramente se entretendría: el burdel. Por lo general prefería que sus encuentros fuesen llevados de la mano del juego de la seducción. Luchar por convencer a alguna puritana dama de abrirle las piernas era su caza predilecta, pero tampoco renegaba en demasía de una bella cortesana que le brindase su cuerpo, y sangre si lo veía conveniente, a cambio de algunos francos. Así, sin mayores preámbulos o vergüenzas absurdas, abrió las adornadas puertas e ingresó al lugar.

Deteniéndose en la entrada aspiró profundamente. Olía a alcohol y sexo, pecado en su estado más puro. Unas manos suaves y comedidas se hicieron cargo de su sombrero, capa y bastón. Avanzó lentamente, observándolo todo, detallando a los presentes. Donde quiera que mirase habían bellezas entregando su elixir, fuese semi-vestidas o, más bien, medio desnudas. La música de un piano sonaba de fondo, y las risas, cuchicheos y sonidos amorosos se confundían unos con otros. – Monsieur, que bueno tenerle aquí esta noche ¿está buscando un poco de compañía femenina? – se trataba de una joven de curvas voluptuosas, piel ligeramente olivácea y cabellos oscuros que le miraba deseosa. Los trabajadores de tales lugares poseían una increíblemente bien desarrollada capacidad para identificar y seguir el dinero, y esa joven, quien estaba estratégicamente apostada a la entrada del burdel, pensaba, seguramente, que era esa su noche de suerte. Lamentablemente Vincent deseaba algo más delicado por lo que le obsequió una sonrisa traviesa antes de contestar – Por supuesto hermosa, pero antes de elegir me gustaría disfrutar un poco de tan magnífico panorama – aunque no sería la elegida él paso un brazo por su cintura y la acercó hasta que sus senos quedaros aprisionados contra el fuerte pecho. – Oh sí, creo que este es el lugar adecuado – canturreó acercando su nariz hasta el cuello descubierto y degustando el aroma de la joven. Le dio una suave palmada en el trasero antes de distanciarse nuevamente – Dame una mesa apartada y tráeme una copa de vino – ordenó dejando de prestarle atención y observando nuevamente en derredor. La chica, por su parte, inclinó ligeramente la cabeza para ocultar un leve rubor ¿vergüenza o excitación? No sabría decirlo y tampoco le importaba en realidad, así que solo la siguió hasta que ella le mostró la mesa.

Sentado en la comodidad de las sombras el vampiro se regodeaba en la lujuria que se desarrollaba a su alrededor. No importaba cuantos años pasaran, cuantos enfrentamientos tuviese o cuantas cosas nuevas viese, siempre su mente volvía al punto de partida, como si lo único que fuera realmente relevante para su existencia fuese el placer carnal. Se encogió de hombros, por él estaba bien, tenia infinidad de años para follarse a infinidad de mujeres así que ¿Qué más daba? Sus ojos vagaban sobre las chicas presentes. Habia una pelirroja menuda y de aspecto fiero que le atraía pero no terminaba de encantarlo. Rubias, morenas, pelirrojas, con una carta tan extensa siempre se complicaba el tomar una decisión. Pero entonces el inconfundible aroma de la sangre inundo sus sentidos, halando de él como si de una cuerda invisible se tratase. ¿Dónde? Pensaba hasta que sus ojos se posaron en una hermosa rubia que se encontraba en el suelo cerca de la barra. Parecía nerviosa y su semblante empalideció cuando una mujer mayor que se encontraba tras la barra le soltó algunas palabras al parecer duras. Solo entonces Vincent se sintió en verdad interesado por lo que, al afinar su oído, pudo captar la última parte de la conversación, la fría y cruel orden de quien debía ser la ama del lugar. Sin chistar la joven obedeció olvidando, al parecer, la herida que goteaba su deliciosa sangre sobre el sucio suelo del lugar.

Una sonrisa cruzó el rostro de Vincent antes de levantarse. Ignorando por completo la copa de vino que reposaba intacta en su mesa se dirigió hacia el lugar deteniéndose frente a la joven. Luego, agachándose, le ayudo a recoger algunos de los fragmentos de vidrio. El olor de su sangre le hacía agua la boca tanto como sus carnosos labios o su delicada figura. Tan dulce, tan vulnerable, justo lo que deseaba para la noche. – Listo, aquí no pasó nada – comentó como quien no quiere la cosa antes de levantarse y, tomándola suavemente por el antebrazo, llevándola consigo. - ¿Puedo asumir que está usted prestando sus “servicios” esta noche hermosa dama? – preguntó sonriendo amablemente pero mirándola como solo haría un depredador mientras depositaba sobre la barra el vidrio recogido – Dame una botella del mejor vino que tengas – ordenó a la mujer tras la barra de manera brusca antes de continuar hablando con la cortesana - ¿Quisiera mostrarme el camino a sus aposentos? – no tenía sentido alguno andarse con rodeos en el lugar en el que se encontraban. Ella estaba allí por una razón y él también, nada más. Solo esperaba que sus instintos estuviesen acertados en cuanto a la joven. Con cuidado de que ninguna de las dos mujeres lo notara, repasó uno de sus colmillos con la lengua… prácticamente ya podía saborearla.



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Mensaje por Miselle Sáb Jun 21, 2014 11:46 am

La joven cortesana se sentía aterrorizada, de solo imaginar que aquellos hombres volvieran a su vida de nuevo, sin huida esta vez de ellos, la sumía en sí misma. En aquel lugar donde se protegía cada noche de aquel mundo cruel e incierto, que solo le había mostrado una y otra vez, su oscuro rostro. Allí nadie podía dañarla, no podían llegar. Era el único salvoconducto en el que mantenía su alma pura, por más que su cuerpo fuera mecido por los cuerpos masculinos que la tomaban. Una y otra noche igual.

Sintiendo la mirada airosa de aquella mujer sobre su nuca, se apresuró a recoger los cristales del suelo en silencio, haciendo muestras del dolor de su mano, solo en ocasiones en que el cristal que recogía se le adentraba en la piel. Sobre todo aquellas pequeñas astillas, los apenas visibles trozos de cristal que la rodeaban y de la que poco podía hacer para salvaguardarse. Tragó saliva y acallando las muecas de dolor, recogió los cristales hasta que bajo su sorpresa y vergüenza un joven apareció de entre los clientes del bar para ayudarla. —No os molestéis... por favor, señor. —susurró bajo para que la mujer no la oyera observando sonrojada aquel apuesto joven que como un ángel pareció bajar a socorrerla. Agradecida de que las manos masculinas tomaran en ellas los cristales más pequeños, con los que le era más fácil terminar dañándose más la mano, siguió en silencio aguardando que la mujer mayor se entrometiera. Dándose para nada aquella situación, ya que la mujer parecía tan silenciada y sorprendida como ella misma. Debía de ser un importante cliente, pensó Miselle al tiempo en que el joven habló, ignorando todo aquel asunto, levantándose tomándola del antebrazo. Miselle obediente se levantó ante la presión masculina, terminando por sonreír al joven. —Gracias, no debió molestarse…—Iba a añadir más que las palabras masculinas la interrumpieron y mientras sus ojos buscaron los de él, encontrándose ante la mirada depredadora de quien ha escogido ya la presa de la noche, asintió. —Cada noche me encuentro de servicio y para usted, esta noche y las que desee. —Le contestó con una dulce sonrisa, sintiendo en cierta parte que sus palabras nacían de la sinceridad. Jamás se había encontrado con clientes así. No era común que los clientes ayudaran a las cortesanas y aún más, tras la situación en la que se había encontrado envuelta, y seguiría estándolo de no ser por su presencia.

Una parte de sí disfrutó de aquella mirada haciéndola sentir hermosa y deseada, aun cuando otra parte de sí sentía los temores de quien había encontrado demasiados demonios en su alcoba y sentía un oscuro y gran respeto, por aquel que aunque caído del cielo, se presentaba ante ella como un ser oscuro. Sintiendo un escalofrío bajar pro su espalda, erizando su piel ante la pregunta ajena, asintió humedeciéndose los labios. —Seguidme… os llevaré a ella. — Dijo mordiéndose el labio inferior, tomando la botella del vino más caro del burdel que la mujer mayor apresuró a poner en la barra para él. Por un instante los ojos de ambas femeninas se encontraron y confiada, Miselle le dedicó una sonrisa sabiendo lo que debería de andar rabiando que su mejor cortesana no hubiera contado con la atención de aquel joven.

Grácilmente empezó a andar delante de él, guiándolo por el extremo del burdel, recortando así el camino para llegar a las escaleras, que llevaba hacia las alcobas. Sentía sus pasos detrás de ella y su corazón parecía acelerarse con solo pensar en tenerle en su alcoba aquella noche. Un suspiró nació de sus labios, en un intento de calmarse y apretando la mano herida, intentó así cesar el leve flujo de sangre, escondiendo la herida de la supervisión del joven. —Acudís mucho por aquí?¿ O es solo vuestra primera visita, señor? —Preguntó volviendo su cabeza lo suficiente para verle y otorgarle una sonrisa coqueta, rompiendo el silencio que había entre ellos, mientras sus pasos les conducían a la última de las habitaciones. A la suya. — No me ha parecido veros frecuentar el lugar, o quizás es que ya andabais con otra joven. —Añadió volviendo la vista sobre sus pasos, para fijar sus orbes en la última puerta y detenerse frente a ella. Un poco nerviosa, sonrío de vuelta a los ojos masculinos en lo que abría la puerta y entraba, preguntándose en cómo podría detener y sanar su herida sin sentirse avergonzada o abochornada por la situación en la que se encontraba. Mordiéndose el labio inferior caminó hacia el centro de la amplia alcoba, alumbrada tenuemente por las velas y viéndose el reflejo en uno de los cristales que adornaba la sala, siendo consciente de su mirada sobre ella, se volvió hacia él, con una sonrisa coqueta tras dejar la botella de vino en una de las mesitas de aquel dormitorio. — ¿Qué servicios deseáis para esta noche? Después de molestaros en ayudarme, dejadme que os pueda colmar de atenciones. —su voz suave rompió la calma y junto unos pasos de ella, se encontró ahora si frente a él, esperando por sus deseos y ordenes que de inmediato, llevaría a cabo.



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Mensaje por Vincent de Bordeaux Lun Jul 21, 2014 12:12 am

En lugares como el burdel en el que se encontraba los aromas solían mezclarse y sobreponerse, saturando su fino olfato e impidiendo que apreciara verdaderamente el aroma propio de las féminas que buscaba para aplacar sus ansias. Lo sabía y lo esperaba, tal vez fuese esa precisamente la razón por la cual esa noche resultó ser especial pues un olor competía contra el alcohol, el cigarro y los fluidos corporales de los presentes, llamando su atención y atrayéndolo inexorablemente. Se trataba de un aroma dulce y a la vez sutil, tan poderoso para el vampiro como para conseguir colocarle de rodillas y ponerle a recoger el desastre de algún descuidado humano. La sangre de la cortesana inundaba su cerebro pero años de autocontrol le proporcionaban la fuerza suficiente para soportar la tentación con la entereza de un caballero, tanto como lo podría ser cualquier libertino que buscase intercambiar placeres carnales por dinero.

– No tiene idea de cuánto me place escuchar eso - una media sonrisa iluminó el pálido rostro del inmortal. Era de esperarse que ella se sintiese un poco cohibida de recibir ayuda, más si esta provenía de lo que podría clasificarse como un “buen cliente”, por esto no comentó ni replicó hasta que ella le confirmó que se encontraba dispuesta para trabajar. Además se había ofrecido gustosa a complacerle en el futuro, era claro que la gratitud persuadía más que el temor, incluso una generada por tan poco. Los labios femeninos esbozaban una amplia sonrisa pero los claros ojos fueron cubiertos momentáneamente por un velo de duda. Nadie que conociese su oficio le culparía, cualquier cosa podría ocurrir en el reducido confín de su espacio de trabajo, infinidad de abusos y temores. Pesadillas condenadas a repetirse noche tras noche sin que existiese el alivio de un pronto despertar. Por medio de una ligera inclinación de su cabeza le dio a entender que le indicase el camino. ¡Oh! Ese pecaminoso labio inferior siendo dulcemente torturado por los blancos dientes. Ella tomó la botella y le dedico una sonrisa a la mujer que tanto miedo le había causado segundos antes de tomar la delantera.

Vincent se encontraba en una posición privilegiada y con todos sus sentidos siendo espoleados. Observando el vaivén de sus caderas, el movimiento de sus glúteos, el contorno de su cintura. Oliendo el aroma de la sangre que manaba tímidamente por la herida abierta en su mano. Escuchando el aumento de sus palpitaciones. Todo su cuerpo se preparaba para lo que vendría a continuación, anticipándose a la liberación, paladeándola. – Tal vez fuese que usted se encontrase con otro cliente – respondió con tono juguetón. Podría dejarlo ahí pero de pronto le pareció que aquella respuesta, aunque disfrazada de broma, encerraba una verdad dolorosa. Así que, tratando de evitar que el ánimo de su “chica” de la noche decayera, continuó hablando - ¿Qué prefiere: la burda honestidad o el embuste galante? Podría decirle que nunca me había atrevido a cruzar las puertas de tan exótico lugar ¿la haría acaso feliz de esa manera? Pero no, no le mentiré. No es la primera vez que vengo pero tampoco soy un cliente habitual. De hecho llegué hace poco a la ciudad así que allí lo tiene, solo soy un cliente casual con mucha suerte de haberle encontrado disponible – llegaban en ese momento a una puerta, la ultima del corredor.

Le observó mientras ella se movía por la habitación. Quería saltarle encima y al mismo tiempo llevar las cosas con calma. Lo irónico del asunto era que cualquiera de las dos opciones sería bienvenida. No bien la tuvo frente a sí, esperando por una respuesta, levantó una de sus manos y rozó apenas la suave piel de su rostro. Sin contestarle se giró, cerró la puerta y se encaminó hasta la mesa en la cual ella había depositado la botella de vino. – Eres libre de darme las atenciones de las cuales me consideres merecedor pero, primero, hay una que debo ofrecer yo – su voz era profunda y calmada, seductora, mientras regresaba a su lado con la botella destapada en una de sus manos. – Es ese un feo corte. No debió apresurarse tanto con aquellos filos – comentó colocando hacia arriba la palma herida antes de bañarla con un pequeño chorro de vino. Aquello ardería, lo sabía, pero en realidad no le importaba. Sin aflojar su agarre inclinó el rostro hasta la palma para luego dar un largo y pausado lengüetazo. El licor tendría dos funciones, se encargaría de disimular el osado movimiento de probar el elixir que le estaba enloqueciendo y diluiría su saliva lo suficiente como para evitar que se cerrase la herida antes de tiempo. Habría preferido probarle pura pero eso probablemente le hubiese asustado. Además, aún camuflado por el dulce licor, su sabor era excepcional.

Un pañuelo que apareció de la nada fue colocado con suavidad sobre la herida – Estará bien en un par de días – le obsequió una sonrisa inocente antes de alejarse nuevamente. Era preciso hacerlo, sentía sus incisivos palpitantes en la boca, pugnando por clavarse en la delicada piel ¿sabría ella sobre su raza? - Tal vez un buen comienzo sea dejar de ser tan formales ¿Cómo debería llamarle? – Desapuntó su camisa antes de sentarse con las piernas ligeramente abiertas en el borde la cama y dar un largo sorbo al vino que continuaba en su mano, sin molestarse en buscar una copa – Quédate en donde estas, hermosa, y empieza a desnudarte- le ordenó humedeciéndose los labios - Quiero apreciar tu belleza antes de poseerla – mantenía los ojos fijos en la joven. Confiaba en que le obedeciera, por supuesto, pero también le retaba con la mirada a que fuese un poco más allá. Solo ordenar no le resultaba divertido. Aquellas que se dedicaban al arte de complacer debían poseer la suficiente desinhibición, iniciativa y experiencia como para hacer arden un leño verde, no esperaba menos de la joven


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