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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Vie Ago 31, 2018 10:05 pm

Continuación del tema Burning Bright



¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?

Jorge Luis Borges – Ausencia



Base inquisitorial de París. 9:00 a.m

Yulia Leuenberger durmió poco y mal y culpaba de eso a Eliot Ferrec, líder de la facción tercera y su prometido, pues él se había colado en su habitación la noche anterior para provocarle el placer máximo que jamás había alcanzado. Inmersa en una tortuosa duermevela, Yulia podía sentir las manos de Eliot acariciando sus piernas, sus labios buscándole los senos... y descansar se le hacía francamente imposible.

Sabiendo que ya no podría conciliar el sueño, se levantó al amanecer dispuesta a esmerarse en su peinado y vestimenta. Ahora que conocía qué era lo que de ella le gustaba a Ferrec, Yulia se puso su vestido gris claro –pues poco a poco abandonaba el luto guardado a su maestro- que solo llevaba el escote cubierto por una fina tela de gasa blanca. Colgó de su cuello el brillante rosario que Mauereen Ferrec le había regalado dos días después del anuncio del compromiso y se perfumó generosamente con el dulce agua de rosas que había comprado hacía poco tiempo en la botica. Luego de ver lo que su cabello suelto le provocaba a él, Yulia quería llevarlo siempre así… pero no sería correcto, por lo que volvió a su habitual trenza pesada y apretada.

Estuvo lista para trabajar luego de haber desayunado demasiado temprano en el comedor general de la facción. No importaba, tenía mucho trabajo que adelantar en el laboratorio y solo eso, sumergirse en los inventos que faltaban aprobar, hizo que las horas pasasen para ella.


-¿Has visto a Ferrec? –le pregunto a Guillaume, uno de los novatos de la facción cuando lo vio ingresar. Era cerca del mediodía ya.

-Sí, hace tiempo que llegó, estaba hablando con Eric Belont en el pasillo –le contó él mientras se acomodaba frente a la mesa de trabajo.

Qué extraño le resultaba aquello, cuando Ferrec llegaba a los laboratorios lo primero que hacía era buscarla para dale los buenos días, ¿qué lo habría hecho cambiar esa mañana? Era mediodía y todavía no se habían visto… Yulia esperó algunos minutos para ir en su busca, durante ellos le respondió al novato algunas preguntas –bastante básicas-, mientras en su mente ya saboreaba el reencuentro con Eliot.


-Regreso en un momento, debo firmarle algunas autorizaciones a la facción cuarta. No incendies el laboratorio en mi ausencia –dijo y le sonrió.

¿Qué era eso? ¿Yulia Leuenberger bromeando? Ni ella misma se reconocía… Caminó por el pasillo largo y, afortunadamente, solitario hasta llegar a la puerta de la oficina del líder de la facción, esa que hasta hacía pocos meses le pertenecía a Benedetti, pero que ahora era toda de Ferrec y, por añadidura, de ella también.

Ingresó sin llamar y su mirada encontró la de Eliot, de inmediato supo que alguna cosa ocurría. Algo no estaba bien y, para colmo, él en esos momentos se apresuraba a guardar algo en uno de los cajones como si quisiera ocultarlo de ella. Caminó hasta él para pararse junto a su escritorio y descubrió que lo hacía con miedo. La estabilidad lo era todo para Yulia y pensar que cualquier cosa podía alterar la calma que había alcanzado en esos momentos en su vida la aterraba.


-¿Qué ocurre, Ferrec? –preguntó lentamente-. ¿Estás bien? Luces… cansado –dijo, aunque no era la palabra que habría querido usar. Le acarició el rostro con confianza y le descubrió una marca en el cuello, prueba contundente de que no había soñado nada de lo ocurrido la noche anterior.
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Mensaje por Eliot Ferrec Sáb Sep 01, 2018 7:22 am

Eliot se levantó muy temprano —más de lo habitual— porque los recuerdos de la noche anterior no le dejaban conciliar el sueño con normalidad. El camino de vuelta de la base le sentó bien, pero cada vez que recordaba el sabor de la piel de Yulia, el tacto de sus pequeñas manos sobre su cuerpo y su dulce voz contra su rostro, se le volvía a producir esa tensión en los pantalones que no tenía forma de aliviar.

Maureen lo encontró en el comedor, terminando de tomar su desayuno. Lo saludó con su voz alegre de siempre, a lo que Eliot contestó con una amplia sonrisa y un brillo especial en los ojos. ¿Había algún motivo mejor para estar feliz que saber que vería a Yulia en menos de dos horas?

Llegaste tarde ayer Eliot, pero hoy te veo radiante —comentó Maureen, que nunca perdía detalle de absolutamente nada—. ¿Tenías mucho trabajo que hacer? —Lo miró un momento y se quedó con los ojos fijos en su cuello—. ¿Qué tienes ahí? Es una mancha. ¿Qué te ha pasado?

Eliot se llevó una mano al cuello y se cubrió la marca antes de levantarse de la mesa. Sería mejor que se marchara antes de que su madre comenzara a interrogarlo como sabía que haría.

Es un sarpullido, madre. El trabajo me tiene un poco agobiado —mintió, aunque nadie se creería semejante excusa viéndole la cara, tan radiante que parecía el mismo sol—. Te veré luego. Hoy vendrá Yulia a cenar. Tenemos pensado ir a pasear, así que volveré con ella cuando terminemos.

La mención de la visita de su futura nuera fue suficiente para que la señora Ferrec olvidara el sarpullido de su hijo y comenzara a prepararlo todo para que estuviera perfecto a la hora de la cena. Eliot aprovechó para salir sin poder dejar de pensar en el rostro de su prometida. ¿Qué estaría haciendo ahora? Todavía era pronto para que estuviera ya en los laboratorios. ¿Habría podido dormir algo, al contrario que él? Pasó todo el camino sonriendo al aire y recordando. El mes que faltaba hasta la boda iba a ser una verdadera tortura para él, aunque todo lo que ella le producía no era placer puramente físico; creía que le iba a costar más averiguarlo, pero lo cierto era que la noche pasada le había dejado otras cosas además de un fuerte calentón. Se había dado cuenta de que la quería, de que todo ese odio que habían ido gestando con el tiempo se había transformado, de pronto, en un cariño muy intenso. ¿Cómo, si no, había podido producirse ese cambio tan radical en ellos en ese período tan corto de tiempo?

Llegó a la base y, aunque era muy probable que Yulia se encontrara ya por allí, no fue a buscarla de inmediato. Quería decirle eso que había descubierto, que la quería, pero tenía que pensar primero en las palabras exactas que utilizaría; lo último que deseaba era que ella se asustara y saliera corriendo. Se encaminó a su despacho a buen ritmo y, cuando entró, vio un sobre en el suelo. Alguien había colado una carta por debajo de la puerta, y el primer pensamiento de Eliot fue que el remitente era Yulia. Recogió el sobre y lo abrió con ansiedad, pero la letra no era la de ella, sino la de la persona más odiosa de toda la facción: Jean Vaguè.


He oído que ya han llegado las invitaciones para la boda, así que parece que lo tuyo con Leuenberger va en serio… Te felicito, Ferrec, de verdad. No te imaginas el sabroso pastel que te llevas, lástima que ya tenga dado el primer bocado. Sé que no te crees nada de lo que te digo, pero no me importa porque sé que, cuando leas lo que te voy a decir a continuación y lo pongas en práctica, me lo agradecerás. Yulia puede ser un poco difícil al principio, pero créeme, su cuello es la zona más sensible. Céntrate en él y caerá rendida a tus pies…


La carta continuaba explicando distintas prácticas que se suponía que a Yulia le gustaban, algunas de las cuales Eliot ya había tenido ocasión de comprobar, como por ejemplo, los besos en el cuello o el pudor que le había dado soltarse el pelo frente a él. Vaguè aseguraba que le gustaba que le tiraran de la melena, que eso le daba un inmenso placer.

Arrugó la carta y la tiró a una esquina, pero se dio media vuelta y volvió a estirarla para leerla de nuevo. Aquello no podía ser cierto, Yulia no podía haberse acostado con ese indeseable. ¡Además, él aseguraba que no había sido sólo una vez, sino varias! Eliot no quería creerlo, pero recordó la forma en la que ella lo había acariciado la noche anterior, sin ningún recato para sacarle la camisa de los pantalones, o como le había ofrecido los pechos para que él los besara. Incluso antes, cuando quiso taparse sólo en el momento en el que se dio cuenta de que él la miraba de forma fija, y no antes. Una mujer que nunca hubiera estado con un hombre no se mostraría ante uno con los hombros descubiertos y un escote que dejara a la vista los senos. Él había estado demasiado inmerso en su cuerpo para darse cuenta de esos pequeños detalles, pero ahora, mirando en retrospectiva, se daba cuenta de que algunas de sus acciones no se correspondían con las de una mujer virgen.

Yulia —susurró con voz temblorosa y un nudo en la garganta.

Se sentía un tonto por haber caído en la trampa de sus lágrimas. Dejó la carta sobre el escritorio y pasó la mañana leyendo informes de proyectos y expedientes de posibles nuevos miembros que le llegaban a diario. El trabajo, no obstante, no conseguía hacerle olvidar el dolor que la carta le había producido. Volvió a leerla una y otra vez a lo largo de la mañana, intentando convencerse de que no importaba nada de lo que ahí venía escrito. ¿No era su matrimonio una forma de terminar con unos rumores que iban a hacer caer a Yulia? Ese objetivo se había cumplido, los rumores eran cada vez menores, así que, ¿por qué le dolía tanto saber que todo había sido una mentira?

Había pensado cancelar los planes que Samuele había organizado para él, Massimo y Gino aquella tarde con la intención de llevar a Yulia a la laguna, pero ya no tenía tan claro que quisiera pasear con ella. Ni siquiera tenía ganas de ir a verla, pero el cruel destino hizo que no tuviera otro remedio. La puerta se abrió de pronto y entró su prometida. Tuvo que guardar la carta apurado, pero intentó fingir que nada pasaba. Yulia, sin embargo, era demasiado lista y se dio cuenta de que no era así.

He dormido poco y mal. —Ni siquiera podía mirarla a los ojos. ¿Cómo pensaba ir a pasear con ella?—. Además, ha surgido una reunión de última hora esta tarde, así que no podremos ir a la laguna. Tenemos que ir los líderes de todas las facciones, no puedo mandar a nadie en mi lugar.

Quiso fingir que sus caricias no lo alteraban, pero ¿cómo podía soportarlas si esas mismas manos habían tocado el cuerpo de Vaguè? En ese momento, Eliot quería dormirse y no volver a despertar.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Sáb Sep 08, 2018 12:24 am

Se acercó un poco más, confiada pues en esos meses él no le había dado ni un motivo para dudar, para poner reparos. Se tomó un momento para asimilar la verdad que la envolvía en esos momentos: Eliot Ferrec –su líder y prometido- era la única persona en la que confiaba. No tenía a nadie más. Su padre había muerto hacía muchos años, su madre estaba desaparecida, no tenía hermanos y su maestro descansaba en paz hacía pocos meses. Solo tenía a Ferrec, si él le faltase Yulia estaría sola por completo en la vida. Podría superarlo, sabía que era fuerte y que nunca había necesitado del consejo de nadie para decidir sobre su propio camino, pero Dios le había dado a Ferrec y, aunque con dudas al principio, ella se había aferrado a él.

Se inclinó para tomar la mano de su prometido, la sostuvo un momento con la vista fija en sus venas sobresalientes y en sus uñas prolijas. Sus manos eran el futuro de la facción… Entrelazó sus dedos con los de Eliot y llevó esa unión a su vientre para sentirlo más cerca.


-Cariño, te noto tan abrumado. ¿Ocurre algo más? –Eliot ni siquiera la miraba a los ojos.

¿Cariño? Yulia se pasmó ante la naturalidad con la que esa palabra amorosa había salido de sus labios, siempre negados a decir frases con carga sentimental. Tendría que tomarse un momento –seguramente en la noche- para analizar qué era lo que le estaba ocurriendo con ese hombre. Porque no solo lo admiraba por su inteligencia, tampoco era por como su cuerpo disfrutaba de sus caricias… parecía haber algo más, otro vínculo que Yulia no había imaginado jamás compartir con Ferrec.

Apretó su mano y se inclinó sobre él para acariciar su rostro, sus labios. Le extrañó muchísimo que él no se moviera, que no hiciera nada de lo que ya tenía acostumbrado. En otras ocasiones, solo por una caricia así, Eliot se habría puesto en pie para abrazarla y besarla con intensidad. La noche anterior le había acariciado las piernas… ¿quién era ese hombre que ahora no la miraba siquiera?


-Entiendo, es una reunión muy importante al parecer. ¿Puedo ayudar en algo? Tal vez sería bueno que tengas un informe sobre los cambios que has realizado en la facción en estos meses que llevas al mando, puedo prepararte uno –se ofreció, sin saber bien cómo iba a poder sacar tiempo para aquello, pero quería serle útil-. Descuida, podemos ir mañana a la laguna… debes ocuparte de lo que en verdad importa.

Sabía que era así, que él debía darle prioridad a los temas de la Orden y no a ella, pero de igual modo el cambio de planes le dolió. Ya se había imaginado caminando de su brazo al atardecer, incluso había pensado qué vestido llevaría y tenía previsto ensayar algunos peinados que dejasen parte de su cabello suelto para que él lo viera. Todo eso ya no podría ser y Yulia se entristecía.

-Creo que deseas estar a solas –dijo, ante la actitud de él. Elevó la mano de Eliot hasta sus labios para besarla antes de soltarla-. ¿Te veré en la tarde? Pasa a despedirte de mí antes de ir a la reunión –le rogó-, estaré en el laboratorio, los novatos tienen mucho que aprender todavía.
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Mensaje por Eliot Ferrec Dom Sep 09, 2018 10:01 am

Cariño. Esa palabra, que en otra ocasión habría resultado una delicia para sus oídos, fue como un puñal clavado en la mitad de su corazón. La única persona que lo había llamado así, hacía mucho tiempo ya, era su madre, pero desde que Eliot se había convertido en un hombre no la había usado más. Escucharla ahora en labios de otra mujer para referirse a él le trajo buenos recuerdos, pero dolorosos también.

No ocurre nada. Estoy cansado y tengo mucho trabajo, sólo eso.

¡Con lo fácil que sería todo si de verdad le explicara los motivos que lo habían llevado a ese estado de ánimo! Pero no tenía fuerzas para enseñarle la carta y enfrentarse a lo que sea que ella tuviera que decir. Había una posibilidad de que aquello fuera falso y que todo se convirtiera en un desagradable malentendido, pero había muchas otras, a juzgar por los testimonios de Vaguè, de que todo fuera cierto.  Aunque de poco le estaba sirviendo, Eliot prefería poder tener la duda sobre la veracidad de esa carta antes que enfrentarse a la realidad que su mente había dibujado: Yulia le había mentido. Eso era lo único que de verdad le importaba.

Las caricias de su prometida se incrementaron y se volvieron más íntimas. Eliot no le apartó las manos, pero lo cierto es que estuvo a punto. Su contacto le quemaba, pero no de la misma manera que lo había hecho la noche anterior, sino de un modo desagradable.

Es importante, sí —dijo—, pero no es necesario que prepares nada. Céntrate en los novatos, yo haré un informe cuando tenga tiempo.

Cuantas más caricias le hacía Yulia, más se apretaba el nudo de su garganta. Recordó la noche anterior y una punzada de dolor le atravesó el vientre. Ojalá se hubiera detenido el tiempo hacía unas horas, cuando Eliot todavía tenía la venda en los ojos, pero era extremadamente feliz saboreando sus besos.

Tengo mucho trabajo —contestó, apartando la mano después de que ella la besara—. No lo sé. Pasaré por los laboratorios si me da tiempo, pero no puedo prometértelo.

Se inclinó sobre la mesa y fingió que leía los documentos que tenía delante hasta que Yulia se movió. La miró mientras se alejaba de su escritorio —porque, a pesar de todo, su cuerpo se negaba a ignorarla cuando la tenía tan cerca— y observó los movimientos de su cuerpo con deleite.

Cuando la puerta se cerró, Eliot se dejó caer contra el respaldo de la silla y se cubrió la cara con las manos. El nudo de su garganta estaba demasiado prieto y no pudo evitar soltar un sollozo de impotencia. Apoyó los codos sobre la mesa y la frente en las manos mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. En el funeral de su padre no lloró, como tampoco lo hizo en el del maestro Beaumont, los dos momentos en los que más dolor había sentido Eliot. Hasta ese día.



Cabaret, 19:00 horas

Samuele no le había querido decir el lugar de encuentro hasta el último momento, supuso Eliot que para mantener el misterio. Al final de la jornada, Gino lo visitó en su despacho y le entregó un papel doblado —otra nota más, para su desgracia—, marchándose antes de que la abriera. Cuando la leyó, la dejó sobre la mesa y se dispuso a terminar lo que tenía entre manos antes de marcharse. Aquel día no tenía cabeza para mucho más, así que salió y se encaminó hacia el cabaret, tal y como decían las instrucciones de Samuele.

La calle estaba bastante animada, pero Eliot no tardó demasiado en llegar a su destino. Nada más asomar el rostro, el ambiente cargado del humo y el perfume femenino lo golpearon con fuerza. Tuvo que acostumbrar los ojos a la escasa luz del lugar, pero, en cuanto lo hizo, vislumbró a sus tres amigos en una mesa colocada en el mejor lugar. No pudo evitar sonreír; la elección de la mesa no podía haber sido de otro que de Samuele.

Así que ésta es la sorpresa que me teníais preparada —dijo, palmeando los hombros de su buen amigo y sentándose a su lado.

La camarera enseguida trajo una bebida para él y Eliot no tardó en darle el primer trago. Cuando el espectáculo comenzó, los cuatro inquisidores no perdieron ojo de las bailarinas, pero, nada más terminar, sus amigos instaron a una de ellas a que se sentara en su regazo, alegando que en poco tiempo estaría casado y anclado a su hogar.

No —dijo Eliot, tensando el cuerpo—, no, no, no. Si Yulia se entera, me matará.

No tuvo tiempo de apartarse, puesto que la mujer, experta en el arte de la seducción, lo sujetó de tal manera que sentarse en sus piernas fue cosa de niños. Los senos, más voluminosos todavía que los de su prometida, quedaron a altura del rostro del inquisidor, que no fue capaz de desviar los ojos a tiempo antes de que se volviera a abrir la puerta.
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Sep 09, 2018 10:57 am

Lo entendía. Sabía de la presión que cargaba ahora Eliot sobre sus hombros porque una cosa era tener a cargo un proyecto del laboratorio y otra abismalmente diferente era tener toda una facción por la que responder. Pero, pese a poder comprenderlo todo, Yulia se sentía dolida por su rechazo. Se dijo que era normal, que si compartirían pronto la vida por completo ella tenía que hacerse la idea de que no todos serían buenos días, que tanto él como ella tendrían malos momentos como siempre había sido… solo que si hacía cosa de un año Eliot Ferrec entraba al laboratorio de mal humor, y sin hablarle, a Yulia le daba igual, pero ahora su indiferencia le dolía.

Le había dicho que no se preocupase por armar ningún tipo de informe, pero concentrarse en los diseños que tenía que terminar le era imposible y eso era un problema pues cualquier error que ella tuviese arruinaría el bosquejo y tendría que comenzarlo todo otra vez. Por eso era mejor no meterse con eso si no iba a poder dedicarle su entera atención. Acabó haciendo un listado de ciertos aspectos que le parecían los más destacables de los primeros meses de Ferrec al mando de la facción –no quería que olvidase nada, todos tenían que saber lo bien que estaba manejando las cosas allí, Yulia estaba sumamente orgullosa del hombre al que se uniría pronto-, esperaba poder dárselo cuando pasase a saludarla… pero eso nunca ocurrió.

Cansada de esperarlo, y asombrada por la necesidad que tenía de volver a verlo, Yulia salió del laboratorio rumbo al despacho de Eliot, pero cuando intentó ingresar se topó con que la puerta estaba cerrada con llave. ¿Ya se habría ido? ¿Sin buscarla? Corrió hasta El Salón de los Arcángeles, esperando llegar a tiempo antes que comenzase la reunión, y una vez que estuvo a las puertas de tan icónico lugar –donde se llevaban a cabo las reuniones interfaccionarias- halló a Florence, la bibliotecaria encargada del orden de aquella sala, ella siempre estaba al tanto de los compromisos que se llevaban a cabo en el salón y amablemente le informó que no había ninguna reunión entre los líderes prevista para esa tarde porque, sin ir más lejos, los líderes de la facción primera y segunda no se encontraban en la ciudad.

-Pero acabo de ver al líder de tu facción, Yulia –dijo y sonrió, ya le había confiado que le gustaba mucho el compromiso entre Ferrec y ella-, iba hacia las caballerizas.

Yulia le agradeció la información y partió con paso muy apurado hacia allí. En un primer momento había querido darle el listado que había preparado para que él la sintiese cerca en aquella reunión, pero ahora una mala sensación le ardía en el pecho… trató de desestimarla diciéndose que lo más probable era que los líderes de la cuarta y quinta facción fueran a reunirse con Eliot en otro sitio. Afortunadamente llegó a las caballerizas y halló a Ferrec, aunque solo lo vio de lejos, alejándose. Ella guardó entre sus ropas los papeles que habría querido darle, apurando al muchacho para que le preparase rápidamente el caballo, porque no quería perder de vista a Eliot. Cuando montó al fin siguió a su prometido a lo lejos, a veces dudando que ese caballo fuese el de él porque bien podría haberlo perdido y estar siguiendo a alguien equivocado en las calles que ya comenzaban a carecer de luz. Lamentó no haberse puesto algo que la abrigase, la noche comenzaba a tornarse fría. No había tenido tiempo, se había movido sin pensar demasiado, guiada por sus impulsos y por un mal presentimiento que le pesaba en el pecho. No conocía a ese caballo y dominarlo le costaba, algo más que se sumaba a sus temores de perder de vista a Eliot.

Cuando llegó a la puerta del Cabaret comprobó que se había equivocado por completo, que había seguido a la persona equivocada. Eliot no frecuentaba esos lugares, no era un hombre que encontrase divertimiento en aquellas cosas tan vulgares, Yulia estaba segura. Pero ese caballo, que estaba amarrado justo en la esquina de la calle, era de la inquisición… Yulia dio vueltas sin atreverse a ingresar por el plazo de al menos media hora y cuando al fin lo hizo descubrió que adentro la música era agradable pero el aire estaba viciado, el humo de los cigarros se mezclaba con el olor a alcohol, sudor y perfume. Se quedó en un rincón viendo como uno de los bailes acababa, ella nunca había estado en un lugar así y le pareció un espectáculo de colores privado de todo tipo de vergüenzas. ¿Cómo podían esas mujeres ir con tan poca ropa y sentirse tan seguras de sí? La noche anterior a ella le había ocurrido eso mismo, iba en camisón y se sentía la mujer más poderosa de la Francia, pero solo la había visto Eliot…

Eliot. Debía buscarlo, buscarlo hasta confirmar con sus propios ojos que no estaba allí, que no le había mentido. Dio vueltas por el lugar y recién la tercera vez que pasó por donde se hallaban los inquisidores los reconoció. Eliot tenía una muchacha sobre sus piernas y otra tonteaba con el estúpido y mujeriego de Gino della Rovere.


-Eliot, que interesante reunión interfaccionaria estás teniendo –le dijo, acercándose a ellos. Odió a esa mujer de inmediato, porque era más joven que ella y mucho más bonita, porque era osada y segura, porque estaba acariciando a Eliot Ferrec-. Gino, felicitaciones, ignoraba que ahora eras el líder de tu facción. –Pasó de Massimo porque siempre le había caído bien el bibliotecario, no así el soldado que estaba a su lado-: Oh, miren a Liccari… siempre pensé que una mula tuerta tenía más posibilidades de ascender entre los soldados que él, ¡pero sí ha llegado a líder! Qué equivocada he estado todo este tiempo... Que maravilla, una noche llena de sorpresas, ¿no creen? –No le costó nada mirar a los ojos a Eliot, clavarle su mirada clara pero poderosa fue hasta un disfrute.

Por dentro Yulia se estaba rompiendo, había confiado en él, le había creído… y él la había defraudado. Lo último que quería era desilusionarse de Ferrec y lo había hecho, pero lo peor de todo era sentir que en verdad había creído que algo más que el respeto, la admiración y el pacto los unía. Yulia había pensado que él sentía lo mismo que ella, que un sentimiento poderoso –al que no se atrevía a denominar todavía- los había atravesado a ambos… ahora veía que no era así.


-Les dejo seguir disfrutando, líderes. Lamento haberlos interrumpido. Oh, no, no, quédate –le dijo a la muchacha cuando vio que quiso moverse para levantarse del regazo de Eliot-. Mi prometido sabe cómo complacer a una dama, disfruta mucho de él –le dijo y se giró. Envuelta en una furia casi huracanada salió del lugar, sin importarle chocarse con las personas de camino a la calle.

Odiaba a Jean Vaguè, todo el tiempo. Y a Eliot Ferrec también.
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Mensaje por Eliot Ferrec Dom Sep 09, 2018 1:08 pm

Los turgentes senos de la bailarina estaban bien amarrados dentro del corsé, pero amenazaban con desbordar de un momento a otro. A ella parecía no importarle, al contrario; se movía con una tranquilidad y una seguridad envidiables, restregando su trasero por las piernas del hombre sin pudor. Aunque el cuerpo y la cara de Eliot pudieran decir una cosa —que no era otra que el interés por la joven que tenía encima—, su mente pensaba en otra muy distinta: Yulia.

La línea que dibujaban los pechos de la muchacha le hizo recordar a la noche anterior, cuando él había juntado los de su prometida y los había besado con fervor. ¿Los de la bailarina sabrían igual que los de ella? Estaba seguro de que no, porque no había mujer en el mundo capaz de igualar a Leuenberger. ¡Oh, Yulia! Sí que debía estar pensando fuerte en ella, porque creyó oír su voz hablándole. ¿Es que ni siquiera en ese momento de distracción, que no era otra cosa que su despedida de soltero, iba a poder librarse de su tormento? A pesar del ambiente cargado, del olor a tabaco y el perfume de la joven que tenía en el regazo, el inquisidor captó el aroma que tan loco lo volvía. Fue entonces cuando se giró y la vio: allí, de pie y con un rostro que no auguraba nada bueno, estaba Yulia Leuenberger.

No le dio tiempo a decir nada, puesto que ella se encargó de poner a todos en su lugar, para asombro de los cuatro hombres. ¿Cómo había sabido dónde encontrarlo? Eliot pensó rápidamente y enseguida se dio cuenta de que no le había dicho adiós, tal y como ella le había pedido que hiciera. Estaba tan angustiado con la carta de Vaguè que ni siquiera creyó que eso pudiera llevarlo a esa situación. ¿Acaso se había dejado la puerta de su despacho abierta y había visto la nota de Samuele? Su rostro empalideció; si eso era cierto, también podía haber abierto el cajón donde había guardado la de Vaguè. ¿Y si también la había leído?

Levántate —le dijo a la joven, que obedeció sin necesidad de insistir—. Ahora vuelvo. Pedid una copa cada uno, yo os invito.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete —que dejó sobre la mesa— antes de salir a buscar a Yulia. El aire fresco le sentó bastante bien, pero había tanto movimiento de gente que tuvo que mirar a ambos lados antes de encontrarla. La vio desatando a un caballo, seguro que con la intención de marcharse a la base.

Yulia —la llamó sin alzar la voz demasiado, pero de forma autoritaria.

Se acercó a ella y la sujetó del brazo para obligarla a que se girara. Esta vez no tuvo ningún problema en mirarla a los ojos. Los de ambos estaban llenos de rabia y enfado.

¿Se puede saber a qué ha venido eso? —le preguntó, sin soltarla—. Si quieres insultar alguien, gritarle, pegarle o escupirle a la cara, que sea a mí. Ellos no tienen la culpa de lo que nos pase a nosotros dos. —La soltó, al fin, y la miró durante varios segundos, al contrario que hacía unas horas—. ¿Qué haces aquí?
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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Dom Sep 09, 2018 7:15 pm

¿Qué tienes que me convierte en un hombre constantemente sediento, Leuenberger?

Esa frase rondaba en la mente de Yulia desde la noche anterior, había cerrado los ojos en varias oportunidades ese día y al hacerlo podía sentir la voz enronquecida de Eliot diciéndole aquello con pasión. ¿Qué había cambiado? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué le había mentido? Se sentía traicionada. La caricias que había disfrutado ahora la hacían sentir sucia, como si Ferrec la hubiese marcado con sus besos.


-Vuelve ahí adentro, Eliot, disfruta la compañía porque te aseguro que será mucho más placentera que la mía –le dijo en cuanto lo sintió cerca de ella. Yulia se giró para verlo a los ojos, deseaba golpearlo, provocarle el dolor que ella sentía en esos momentos-: ¿Qué me preguntas? No lo entiendo… ¿acaso crees que debería disculparme? ¿He estado mal yo o tú por mentirme? –volvió sobre el amarre del caballo, las manos le temblaban tanto por el enojo y el llanto contenido que no podía aflojarlo-. Desata eso, Eliot –le ordenó y se movió, pero él no la soltaba.

Odiaba sentir que tenía que volver a protegerse de él, había pasado años enteros cuidándose de Eliot Ferrec y en cambio le habían bastado poco más de dos meses para confiar como una niñita inocente en el que siempre había sido su rival, Ferrec era sinónimo de traición desde el principio... ¡Había bajado la guardia y ahí tenía la primera evidencia del error cometido!


-¿Qué es lo que nos pasa a nosotros? Dímelo, porque yo no lo sé, hasta hace un momento me sentía la mujer más dichosa de París… ¿cuál es tu maldito problema, Eliot? Ya deja de tocarme, hueles a esa mujer y no lo soporto –se sintió a salvo cuando él la soltó-, no quiero que me toques nunca más. Dime, ¿eres tú el hombre que se coló en mi dormitorio anoche para acariciarme como nadie me había acariciado antes? ¿Cómo pasas de esa dulzura a mentirme hoy? Si no querías ir a la laguna podías decírmelo, no me importa –mentía, porque contra todo pronóstico sí que le importaba aquello-, pero estas cosas me desagradan tanto, verte el deseo en el rostro al tocar a esa mujer… es una total falta de respeto y no lo merezco, no veo diferencia alguna entre Vaguè y tú en estos momentos. Los dos son mentirosos y dados a frecuentar estos espectáculos.

Le estaba haciendo un reproche injusto. No había amor uniéndolos, no había un compromiso afectivo y eso había estado claro desde la mismísima noche en la que a Ferrec se le había ocurrido aquel plan para salvarla. De hecho era ella la que estaba en deuda con él que le había dado todo hasta el momento, Yulia aún no había pagado con su parte del trato… pero le dolía, saber que él era como todos los hombres le dolía.

-No puedo con esto, Ferrec. No puedo. No soy así, no me gustan estas cosas… no puedo. –Se quitó el anillo de compromiso y al hacerlo las lágrimas de enojo saltaron de sus ojos. Por respeto a Maureen no tiró la joya, sino que se la dio en la mano-. Sé que todos los hombres asisten a estos lugares para divertirse, pero yo no puedo dormir sabiendo que mi prometido besa otros labios, que se ríe mientras acaricia otras piernas… no puedo, no soy tan fuerte, no soy tan fría. Lo lamento mucho –se secó las lágrimas con un gesto brusco-, pero he de abandonar este pacto absurdo. Nunca tendrías que haber comenzado algo que no sabrías como llevar. Fui irrespetada esta noche y me hice un juramento hace tiempo: no permitiría que nadie me irrespetara, ese juramento vale más que cualquier otro para mí.

Le costó subirse al caballo, pero lo hizo –montaría a mujeriegas, por supuesto-. Lo miró desde allí arriba, se dijo que sería una última vez, para despedirse. Yulia no podía dejar de llorar, por él y por ella, por la facción, por Maureen y por Anna que la creían ya parte de la familia. Por Samuele y Gino, por Massimo. Por su corazón enamorado y traicionado.
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Mensaje por Eliot Ferrec Lun Sep 10, 2018 12:40 pm

Todo aquello parecía una terrible pesadilla. Parecía mentira que la noche anterior hubieran estado tan unidos, mostrándose esa pasión que ahora parecía haber sido un espejismo. Eliot no sabía qué decir. ¿Qué les pasaba? En realidad, a ellos nada. O sí.

«No te imaginas el sabroso pastel que te llevas, lástima que ya tenga dado el primer bocado». Su mente no dejaba de pensar en las palabras de Vaguè escritas en esa nota, leídas con su irritante voz e imaginando esa sonrisa cruel que siempre llevaba en el rostro. «… su cuello es la zona más sensible. Céntrate en él y caerá rendida a tus pies...». Eso ya lo sabía él bien, lo mucho que le gustaba que la besara ahí y lo que él disfrutaba rozando la piel suave y sedosa de ella. La pregunta era, ¿cómo demonios lo sabía Vaguè?

Te he mentido, sí, lo admito —dijo, irritado—, pero te he mentido yo, no ellos. ¿No debía haberlo hecho? De acuerdo, pero tú no tenías por qué haber entrado ahí y decirles todo lo que les has dicho, sobre todo a Samuele. ¿Qué tienes contra él? Que yo sepa no te ha hecho nada.

A pesar de la tensión, de las duras palabras que se decían, Eliot hizo una pausa para soltar el caballo de Yulia cuando ella se lo pidió y le tendió las riendas. No es que quisiera que se marchara, pero no sabía qué otra cosa hacer. Que le dijera que para ella era como Vaguè le dolió, y le dolió mucho. ¿De verdad estaba dando esa imagen de sí mismo?

No la he tocado, y tampoco la he besado —se defendió, molesto—. ¡Joder, Yulia! Yo no soy así, ¡no soy como Jean Vaguè!

Pero dio igual todo lo que le dijera, porque en el momento en el que la vio quitarse el anillo su corazón se rompió en un millón de pedazos. El instante en el que sintió el peso de la joya en su mano fue en el que supo que la había perdido, que su estupidez con todo aquel asunto había terminado con lo que realmente le importaba. Miró la piedra —que, fuera de la mano de Yulia, había perdido todo el brillo— mientras ella se subía al caballo. Todo transcurría tan despacio que parecía que aquel sufrimiento no iba a terminar nunca. Levantó la mirada, húmeda, y la dirigió hacia ella, que hizo lo propio y se marchó hecha un mar de lágrimas.

Eliot se quedó allí, con el anillo en la mano y mirando como la mujer que quería se separaba de él, sin ninguna posibilidad de volver a su lado. Debería entrar al cabaret con sus amigos, emborracharse hasta olvidarse de su nombre y regresar a casa a llorar su dolor, pero ni siquiera tenía ganas de tener a la bailarina sobre su regazo de nuevo. Parecía que la fiesta había terminado para Eliot, que desató su caballo y abandonó el lugar sin siquiera avisar de que se marchaba. No tenía ganas de dar explicaciones sobre las lágrimas que corrían por su rostro.




FIN DEL TEMA
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