AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Inverse Midas Touch → Privado
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Inverse Midas Touch → Privado
“It is not a lack of love, but a lack of friendship that makes unhappy marriages.”
― Friedrich Nietzsche
― Friedrich Nietzsche
Los Fripp tenían la capacidad de hacer mierda todo lo que tocaban. De arruinar todo, vidas enteras aunque éstas fueran las de sus propios hijos: Blanche olvidada, y él casado a la fuerza con una mujer exasperante. Su familia, y la de ella también, igual de locos, de idiotas, capaces de sacrificar la felicidad y libertad de su propia estirpe, con tal de mantener un legado limpio, como si eso significara algo.
Benedict leyó una misiva de su padre que había llegado esa mañana, aunque hasta ahora se atrevía a abrirla. Le decía que entre antes dejara embarazada a Harper, era mejor para todos; y se lo decía así, sin adornos, de una manera burda que insultó un poco a Benedict. Tiró el maldito papel a la chimenea que ardía y se quedó ahí mirando el fuego, reflejado en sus ojos de un azul imposible. Como los de su madre, y como los de su hermana, quienes había tenido un destino mejor el suyo: la muerte y nada más. ¿Cómo pretendía el grandísimo imbécil de su padre que dejara encinta a Harper, si ni siquiera la había tocado? No podía, no porque no la encontrara atractiva, era una mujer muy hermosa y eso no podía negarlo ni él. Tampoco es que considerara que el amor y el sexo tuvieran algo que ver entre sí; bien podía acostarse con ella sin siquiera besarla. Había algo mucho más grande que se lo impedía.
La noche de su boda alegó estar cansado, y durmió en una habitación diferente de la casa que su padre había arreglado para ellos dos, una enorme propiedad con más habitaciones de las que iban a usar jamás. Luego, con el pretexto de trabajar hasta tarde, ya no se unía a ella en el lecho matrimonial y regresaba a la habitación que había usado la primera vez; la versión oficial es que no quería despertarla, pero Harper y él sabían que eso era una mentira, porque Benedict no era especialmente fijado en lo que su flamante nueva esposa quisiera o necesitara. Y al final, prefería ni siquiera discutir con ella, ni con nadie, el asunto de que no habían dormido ni una sola vez juntos. Y el pobre idiota de Ernest ya lo estaba presionando con un hijo.
Sabía también que no podía prolongarlo más, aunque aún no tenía trazado cómo se las ingeniaría. Tal vez decirle a Harper que escogiera un sirviente para que la dejara embarazada, aunque ay de los dos si el maldito niño no tenía habilidades de cambiante. Era un problema, definitivamente.
Miró la carta consumirse por las llamas mientras estaba recargado en la repisa de la chimenea, donde descansaban varias figuras de oro y piedras preciosas, todas representando leones, la tradición que se suponía debía preservar. Bufó, molesto y se giró para servirse un poco de coñac. Al hacerlo, se topó con Harper; odiaba un poco que fuera cambiante como él, y que fuera un felino como él, eso la hacía escurridiza, de pies ligeros, nunca la escuchaba acercarse.
—Es tarde —dijo parcamente—. ¿Qué haces despierta? Tengo trabajo que hacer, te alcanzaré en un rato —una mentira articulada, aunque bastante desgastada para entonces. Tampoco creía que a Harper le importara, o que ansiara su compañía. Terminó el recorrido hasta el chiscón de las bebidas, de donde extraño un coñac que había sido regalo de bodas de algún importante socio de los Fripp, o de los Blackraven, o de ambos. Tomó una copa especial para la bebida, se lo pensó un segundo más, y terminó por tomar dos.
—¿Quieres? —Preguntó sin mirarla, concentrado en dejar las copas sobre una mesita y servir coñac en ambas por debajo de la mitad, como la etiqueta indicaba. Alzó el rostro al fin, y la miró. Pensó en lo desgraciados que eran ambos, pensó en que si las circunstancias hubieran sido distintas, incluso podría sentir atracción por ella; pensó en todo eso, pero con el rostro esculpido en hielo, no demostró nada.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Un abismo los separaba. Harper era gélida, distante, sumisa. Jamás se quejaba, jamás pedía nada. Pasaba sus días encerrada, lamiéndose las heridas como la leona que era. Leía y sólo tomaba aire al asomarse por la ventana en los amaneceres y atardeceres. Odiaba aquella casa impregnada del olor de su esposo, ese esposo que era tan indiferente con ella, como ella con él. No quería salir, vivía angustiada y con deseos de llorar. Pensaba en Lydia y su sobrino, del otro lado del mundo, donde tendrían libertad y felicidad, todo eso que ella deseaba pero que nunca conseguiría. Generalmente, comía sola en la gran mesa que tenían, preparada para dos comensales, cuando todos sabían que sólo uno asistiría. Ella no alzaba la cabeza para observar el cabezal vacío, se concentraba en su plato y nada más. Hablaba poco, sólo con el personal de servicio y evitaba recibir las visitas de su familia. Ya no soportaba la presión de quedar embarazada. ¿Cómo les explicaría que su marido nunca la había tocado y que eso la ponía contenta? Benjamin, su padre, le había preguntado si era una leona infértil frente a su madre y hermanas, que se mantuvieron inmutables. Humillada, se había limitado a negar con su cabeza y se mordió la lengua para decirle que ojala lo fuera, no quería parir hijos condenados a la desgracia.
A Benedict lo escuchaba llegar, y si bien las primeras noches contenía la respiración, comenzó a relajarse al notar que él nunca iba a su habitación. Eran dos extraños viviendo bajo el mismo techo, ni discutían –como parecía que iba a ser su relación- pero tampoco se hablaban. Eran pocas las palabras que cruzaban, y podían pasar días sin hacerlo. Tampoco se veían demasiado y la cambiante procuraba evitarlo cuando estaba en la casa. Cada uno tenía su vida, en la que el otro no tenía cabida. Y quizá eso hubiera sido lo mejor si no tuvieran el peso de ambos clanes sobre sus hombros, hostigándolos y clamando por herederos. Era inconcebible que ella ya no estuviera preñada. Tanto los Fripp como los Blackraven, clamaban por crías poderosas que agrandaran la manada.
Aquella mañana recibió una misiva de su madre, en la que le pedía explicaciones de por qué no quedaba en cinta, que Benjamin estaba muy ofuscado y que amenazaba con asesinarla si no era capaz de concebir. Lo peor de eso, era que el cambiante sería capaz de hacerlo. Harper leyó la carta una y otra vez hasta que, finalmente, pudo romper en llanto. Pasó el día encerrada pero se arregló para la cena, siempre lo hacía. No sabía con qué finalidad, pero no había noche que no se enfundara en un hermoso vestido, se peinara y se perfumara. En alguna que otra oportunidad se preguntó si no era para agradar a su marido y entendió que era la única manera que tenía de mantenerse en su eje, de seguir sintiéndose viva. Ese jueves no fue la excepción. Tras comer en completa soledad, se dirigió hacia el despacho de su marido, haciendo uso del sigilo y la liviandad de su condición natural. Observó a Benedict deshacerse de una misiva y apretó la suya con un puño, y luego se quedo parada bajo el umbral.
—Gracias —respondió con sequedad, más por la sorpresa de que le ofreciera un trago, que por hostilidad. Se acercó y, con la mano libre, tomó el vaso. Nunca bebía alcohol, pero lo que la había llevado hasta allí lo ameritaba. Sin mediar más palabras, tomó una cantidad pequeña que le quemó la garganta, y se preguntó cómo demonios podía ingerir aquello. Se repuso a los pocos segundos y miró el rostro de su marido, que la contemplaba de una manera que no podría descifrar. ¿La querría devorar, torturarla, asestarle un zarpazo limpio y acabar rápido con ella?
—Vine a hablarte de esto —le extendió la nota, haciendo acopio de coraje. —Mis padres me están presionando para que tengamos un hijo —no pudo evitar que se le colorearan las mejillas ante aquel planteo. —Sé que ni tú quieres tener un hijo conmigo, ni yo contigo, pero tendremos serios problemas si no les damos un cachorro para su manada —pronunció las últimas frases con cierto asco— Y pensé en la posibilidad de que adoptemos un niño, un bebé, y lo criamos como propio. Yo lo amaría como si hubiera crecido en mi vientre —para Harper todo aquello tenía sentido. Lo había pensado y repensado. Desaparecería un tiempo y, luego, volvería con un pequeño entre sus brazos. Lo único que necesitaba era de la complicidad de Benedict… — ¿Qué opinas? —y bebió un trago más, porque la cambiante siempre cometía actos que le hacían daño.
A Benedict lo escuchaba llegar, y si bien las primeras noches contenía la respiración, comenzó a relajarse al notar que él nunca iba a su habitación. Eran dos extraños viviendo bajo el mismo techo, ni discutían –como parecía que iba a ser su relación- pero tampoco se hablaban. Eran pocas las palabras que cruzaban, y podían pasar días sin hacerlo. Tampoco se veían demasiado y la cambiante procuraba evitarlo cuando estaba en la casa. Cada uno tenía su vida, en la que el otro no tenía cabida. Y quizá eso hubiera sido lo mejor si no tuvieran el peso de ambos clanes sobre sus hombros, hostigándolos y clamando por herederos. Era inconcebible que ella ya no estuviera preñada. Tanto los Fripp como los Blackraven, clamaban por crías poderosas que agrandaran la manada.
Aquella mañana recibió una misiva de su madre, en la que le pedía explicaciones de por qué no quedaba en cinta, que Benjamin estaba muy ofuscado y que amenazaba con asesinarla si no era capaz de concebir. Lo peor de eso, era que el cambiante sería capaz de hacerlo. Harper leyó la carta una y otra vez hasta que, finalmente, pudo romper en llanto. Pasó el día encerrada pero se arregló para la cena, siempre lo hacía. No sabía con qué finalidad, pero no había noche que no se enfundara en un hermoso vestido, se peinara y se perfumara. En alguna que otra oportunidad se preguntó si no era para agradar a su marido y entendió que era la única manera que tenía de mantenerse en su eje, de seguir sintiéndose viva. Ese jueves no fue la excepción. Tras comer en completa soledad, se dirigió hacia el despacho de su marido, haciendo uso del sigilo y la liviandad de su condición natural. Observó a Benedict deshacerse de una misiva y apretó la suya con un puño, y luego se quedo parada bajo el umbral.
—Gracias —respondió con sequedad, más por la sorpresa de que le ofreciera un trago, que por hostilidad. Se acercó y, con la mano libre, tomó el vaso. Nunca bebía alcohol, pero lo que la había llevado hasta allí lo ameritaba. Sin mediar más palabras, tomó una cantidad pequeña que le quemó la garganta, y se preguntó cómo demonios podía ingerir aquello. Se repuso a los pocos segundos y miró el rostro de su marido, que la contemplaba de una manera que no podría descifrar. ¿La querría devorar, torturarla, asestarle un zarpazo limpio y acabar rápido con ella?
—Vine a hablarte de esto —le extendió la nota, haciendo acopio de coraje. —Mis padres me están presionando para que tengamos un hijo —no pudo evitar que se le colorearan las mejillas ante aquel planteo. —Sé que ni tú quieres tener un hijo conmigo, ni yo contigo, pero tendremos serios problemas si no les damos un cachorro para su manada —pronunció las últimas frases con cierto asco— Y pensé en la posibilidad de que adoptemos un niño, un bebé, y lo criamos como propio. Yo lo amaría como si hubiera crecido en mi vientre —para Harper todo aquello tenía sentido. Lo había pensado y repensado. Desaparecería un tiempo y, luego, volvería con un pequeño entre sus brazos. Lo único que necesitaba era de la complicidad de Benedict… — ¿Qué opinas? —y bebió un trago más, porque la cambiante siempre cometía actos que le hacían daño.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Durante la ceremonia y fiesta subsiguiente de su boda, Benedict lanzó amenazas, muchas amenazas de destruirla, de hacerle la vida miserable, y a menos que la soledad a la que la había sometido le pareciera una condena inexorable, no estaba cumpliento nada de lo que dijo para intimidarla. En parte porque todo ello requería mucho tiempo que no estaba dispuesto a invertir. No quería concederle ni un segundo de su vida, quería que supiera lo mucho que repudiaba la unión y ese era el mensaje más claro que podía enviarle.
En el fondo, Benedict comenzó a ver a Harper como una víctima. Igual que él. ¿No debían aliarse? La descabellada idea pasaba constantemente por su cabeza, pero, ¿con qué objeto? Sus enemigos resultaban ser sus propias familias y esa era una lucha perdida. Entonces luego parecía despertar de ese sueño absurdo, y la odiaba todavía más, como si eso fuera posible. Como ahora mismo, que la tenía enfrente.
La dejó hablar, sin tomar el papel que le estaba ofreciendo. La miró fijamente con esos ojos que parecían desgarrar como si se trataran de armas forjadas en acero. Quiso refutar algo, porque había mucho a lo cual revirar de toda la sarta de tonterías que acababa de escuchar, sin embargo, se contuvo y terminó por tomar lo que Harper le estaba ofreciendo. Lo hizo de mala gana, arrebatando con desprecio y leyó rápidamente, para luego arrojar la carta al fuego, como había hecho con la que Ernest le había dirigido a él.
Dio un trago al coñac, para luego dejar la copa en una mesa y se masajeó las sienes antes de responder. Una horrible jaqueca estaba comenzando a formarse en su cabeza, como una tormenta en el mar.
—Deja de decir estupideces —soltó al fin, sin mirarla—. ¿Esa es tu solución? Te creía más astuta. —Levantó la mirada, la encaró. Su rostro seguía sin reflejar nada. Impertérrito como esculpido en piedra antigua.
—Escúchate, Harper. Escucha las cosas sin sentido que estás diciendo. Créeme que comprendo tu desesperación, pero eso que propones es una locura. —Se acercó a ella y la tomó de los hombros, abrió ligeramente más los ojos y la sacudió—. Pero si piensas que eso logrará engañarlos, es porque no conoces a mi padre, ni al tuyo. ¿Qué pasará si el niño no tiene habilidades de cambiante? —La soltó. Era la primera vez que la tocaba desde que se habían casado.
Se giró, y le dio la espalda. Comenzó a caminar por la habitación como el gato enjaulado que era. Estaba pensando, meditando la situación. Pero cualquier posible solución que llegaba a su cabeza se convertía rápido en un callejón sin salida, y al contrario que ella, él no quería soltar cualquier sandez sólo por no quedarse callado.
Además, no iba a aceptarlo, pero la idea de que el hijo que ella cuidara no fuera suyo no le gustó. Era más un asunto de propiedad que de cariño, o lo que fuera. Como león, Benedict era territorial, y aunque su propia posible solución, esa de que Harper se enredara con un sirviente que la preñara, presentaba el mismo problema, esto era diferente, porque lo había propuesto ella.
—No. —Fue contundente—. Si tengo que… si tengo que… —Joder, no tenía que ser tan difícil decir «si tengo que embarazarte, voy a hacerlo».
En cambio, en dos zancadas estuvo frente a ella de nuevo. La tomó una vez más, pero en esta ocasión de los antebrazos y la besó con más rabia que pasión, como si quisiera arrancarle la boca, el corazón, el alma. La llevó contra un muro cercano, la copa en su mano cayó al suelo, derramando el fino coñac, pero sin romperse, gracias al piso alfombrado. La acorraló ahí, aunque sus manos se mantuvieron asidos de los brazos ajenos. Se separó, sin soltarla. Parecía molesto, furioso, y saberse tan colérico sólo provocó que volviera a besarla.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Por supuesto que, luego de escucharse y, peor aún, de ver la reacción de Benedict, entendió la tamaña idiotez que significaba su plan. Harper se anulaba fácilmente cuando se sentía acorralada, y así estaba. Era una leona pugnando por su libertad, que sentía el yugo de ambas familias sobre su columna, impidiéndole moverse. Se veía a sí misma caminando de un lado a otro, veía a las bestias que conformaban sus otras partes dar vueltas en U, desesperadas, angustiadas. Pero la Harper humana no se movía, estaba allí estática, incapaz si quiera de cambiar la mueca de desazón que se le había tatuado en el rostro. Había perdido cualquier brillo en la mirada, y estaba segura que no volvería nunca más. Se estremeció al escucharlo, pues en la voz de su esposo reconoció a su padre y también a su hermano. Ellos también solían dirigirse a ella –y a casi todos- con aquella nota de desprecio.
Quería llorar. Quería morir. Pero no haría ni una cosa, ni la otra. Mucho menos bajó la cabeza. Continuó con el mentón en alto, sosteniendo una dignidad que ya no tenía. También se vio a si misma reflejada en él, pues Benedict caminaba con impaciencia, como los animales que la habitaban. Dichoso de Fripp, que podía expresar su desesperación. Harper, por el contrario, continuaba en la misma posición, tolerando como siempre.
—Tienes razón —intentó consensuar. No estaban llevándose mal, no era necesario terminar todo en una discusión. Nada los unía, solo un papel. Y, de cierta forma, era un alivio para ambos no tener que dirigirse la palabra constantemente. Los empleados también eran discretos, y se preguntó si eso era por la buena paga que se les daba, o porque había lealtad en ellos.
Cuando Benedict la asaltó, solo pudo atinar a soltar el vaso. Sintió la dureza de la pared contra su espalda, y deseó tener la capacidad de traspasarla para huir. Las fieras rugieron, pugnaban por defenderla, por defenderse. Ultrajada, Harper volvió a quedar sin reacción, pero los gritos en su interior eran cada vez más fuertes y contundentes. No. No. No. No la tomaría en aquellas condiciones, no sería violentada de esa forma. Cuando él se alejó, pudo tomar aire y pensar. Solo rogó que él se detuviera de una vez, pero contrario a eso, volvió a besarla con ella furia que la envolvió. La cambiante le apoyó las manos en el pecho, y sintió el sabor salobre de sus propias lágrimas. Finalmente lloraba. Y lo odió. Lo odió por hacerla sentir tan débil y tan pequeña. Pero Harper era una Blackraven, era una leona, y lucharía por su orgullo, por más marchito que este estuviese.
Le mordió el labio inferior, no fue un movimiento suave. Fue brusco. Las bestias carnívoras se deleitaron con el gusto de la sangre. Y lo empujó. Ella también era fuerte. Lo alejó por completo, y fue tal la fuera implementada, que casi lo tumba. Se sintió bien. Oh si… Pudo defenderse, se lo demostró a él, y también a ella. Agitada, desorbitada, se llevó una mano a la garganta y la otra a la boca del estómago.
—No vuelvas a…a hacerme eso —sonaba firma, a pesar de lo entrecortada que le salía la voz. —No me tomarás por la fuerza, Benedict. Si quieres un hijo, te daré un hijo. Les daré un trofeo a nuestros padres. Pero no así. No de esta forma —tragó con dificultad. —Conozco mis obligaciones como esposa, y si debo cumplirlas, mal que me pese, las cumpliré. No debes obligarme a nada —cerró los ojos por un instante. —Créeme, tengo tantas ganas como tú de que todo esto suceda. Pero, al parecer, no tenemos más opciones —fue serenándose a medida que hablaba. No quería discutir, no quería convertir todo aquello en un drama innecesario.
Quería llorar. Quería morir. Pero no haría ni una cosa, ni la otra. Mucho menos bajó la cabeza. Continuó con el mentón en alto, sosteniendo una dignidad que ya no tenía. También se vio a si misma reflejada en él, pues Benedict caminaba con impaciencia, como los animales que la habitaban. Dichoso de Fripp, que podía expresar su desesperación. Harper, por el contrario, continuaba en la misma posición, tolerando como siempre.
—Tienes razón —intentó consensuar. No estaban llevándose mal, no era necesario terminar todo en una discusión. Nada los unía, solo un papel. Y, de cierta forma, era un alivio para ambos no tener que dirigirse la palabra constantemente. Los empleados también eran discretos, y se preguntó si eso era por la buena paga que se les daba, o porque había lealtad en ellos.
Cuando Benedict la asaltó, solo pudo atinar a soltar el vaso. Sintió la dureza de la pared contra su espalda, y deseó tener la capacidad de traspasarla para huir. Las fieras rugieron, pugnaban por defenderla, por defenderse. Ultrajada, Harper volvió a quedar sin reacción, pero los gritos en su interior eran cada vez más fuertes y contundentes. No. No. No. No la tomaría en aquellas condiciones, no sería violentada de esa forma. Cuando él se alejó, pudo tomar aire y pensar. Solo rogó que él se detuviera de una vez, pero contrario a eso, volvió a besarla con ella furia que la envolvió. La cambiante le apoyó las manos en el pecho, y sintió el sabor salobre de sus propias lágrimas. Finalmente lloraba. Y lo odió. Lo odió por hacerla sentir tan débil y tan pequeña. Pero Harper era una Blackraven, era una leona, y lucharía por su orgullo, por más marchito que este estuviese.
Le mordió el labio inferior, no fue un movimiento suave. Fue brusco. Las bestias carnívoras se deleitaron con el gusto de la sangre. Y lo empujó. Ella también era fuerte. Lo alejó por completo, y fue tal la fuera implementada, que casi lo tumba. Se sintió bien. Oh si… Pudo defenderse, se lo demostró a él, y también a ella. Agitada, desorbitada, se llevó una mano a la garganta y la otra a la boca del estómago.
—No vuelvas a…a hacerme eso —sonaba firma, a pesar de lo entrecortada que le salía la voz. —No me tomarás por la fuerza, Benedict. Si quieres un hijo, te daré un hijo. Les daré un trofeo a nuestros padres. Pero no así. No de esta forma —tragó con dificultad. —Conozco mis obligaciones como esposa, y si debo cumplirlas, mal que me pese, las cumpliré. No debes obligarme a nada —cerró los ojos por un instante. —Créeme, tengo tantas ganas como tú de que todo esto suceda. Pero, al parecer, no tenemos más opciones —fue serenándose a medida que hablaba. No quería discutir, no quería convertir todo aquello en un drama innecesario.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Inverse Midas Touch → Privado
El sabor a hierro en su boca y el empujón, inevitablemente lo hicieron separarse. Casi cae, alcanzó a apoyar una pierna hacia atrás para evitar tremendo ridículo. Harper era como él, y como él, poseía una fuerza que se salía de la normalidad. La miró iracundo y luego, con el dorso de la mano, se limpió la boca, ahí quedaron rastros de la sangre que ella alcanzó a arrancarle. ¿Cómo se atrevía? Hizo amago de abofetearla, pero al final, no concretó nada, ni siquiera levantó la mano. Se relamió la boca, el sabor a metal aún en ella, y a sal, de las lágrimas de su esposa.
Qué horrible situación, pensó al verla y al verse, y al notar la mancha roja que había quedado en el puño de su camisa. Qué clase de monstruos eran sus familias, y ellos también. Qué enfermedad era esta que los iba a consumir a todos. Tragó saliva y tensó las mandíbulas.
—¿Entonces qué, Harper? —escupió el nombre como si fuera hiel en su paladar, un gusto amargo que ya no podía aguantar—, ¿te vas a entregar a mí voluntariamente? —Rio con burla y su rostro se tornó malvado, se volvió ese Benedict sin ancla a la realidad en el que se había convertido tras la muerte de su melliza.
¿Cómo esperaba que su padre se preocupara por él, si ni siquiera había querido enterrar a Blanche en el mausoleo familiar?
—Si conoces tus obligaciones, has hecho un excelente trabajo ignorándolas —continuó con ese mismo tono acre en su voz—. Estamos en esto juntos en eso, te guste o no, y me guste o no, y créeme, no me gusta. ¿qué vamos a hacer si nuestras familias nos tratan como peones en sus malditos juegos? —Ese era otro punto que molestaba de sobremanera a Benedict, el sentirse usado, a pesar de ser el heredero de Ernest, éste seguía haciendo su voluntad con él, y con todos. Por lo que sabía, los Blackraven no eran tan diferentes.
Se agachó para recoger la copa. Al erguirse, quedó ligeramente más cerca de Harper, y la miró a los ojos, apremiando por respuestas, porque él no las tenía y odiaba eso. Y si se iba a desquitar con alguien, era ella a quien tenía más cerca. Con un movimiento marcado, alargó el brazo y dejó la copa en una mesa cercana.
Pareció que iba a decir algo, no obstante, en lugar de eso dio media vuelta y se sentó en un sofá de una plaza. Ahí recargó los codos en las rodillas y echó el cuerpo para delante. El fuego de la chimenea delineó sus rasgos apuestos y feroces, no cabía duda que dentro de él habitaban bestias hambrientas.
—Sigo esperando una respuesta. —Alzó el rostro, aunque no cambió de posición—. Has venido muy ingeniosa con tus planes, bien, pues soy todo oídos. —Pausó y suspiró, ensanchando las fosas nasales y mirando a un punto en la nada, con el fuego del hogar refulgiendo en sus orbes.
—Cuando me dijeron que me casaría... —comenzó con un tono mesurado, casi confesional, no la miró—, creí que la esposa que habían elegido para mí sería como lo fue mi madre, una mujer sumisa, que sirve a su propósito y es todo. En cambio, vine a toparme con alguien tan testaruda y empecinada en sacarme de mis casillas que no sé qué hacer contigo. —Al fin giró el rostro en dirección a Harper. Había algo calmo en la furia de su indolencia. Eso casi podía tomarse como un cumplido, si no terminara por complicarle la vida al más joven de los Fripp.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Le ardía la boca del estómago, una sensación completamente nueva. Su condición sobrenatural hacía que jamás estuviese enferma y que no sufriera ningún tipo de dolencia física. A Harper podía dolerle el alma, pero nunca el cuerpo. Llevó ambas manos a ese sitio que la apremiaba e inspiró hondo, soltando la respiración con lentitud. Increíble o no, no temía. Acababa de hacer algo que podría costarle la vida –por mucho menos, Benjamin asesinaría a su esposa.- y, más por tonta que por valiente, no tenía miedo. Entendió que no tenía demasiado que perder. Lydia y su sobrino ya estaban lejos, ya no asistía a la escuela en la que hacía caridad y no era que tenía amigos o relación cercana con familiares. Si moría, nadie la lloraría, ni su madre, que había permitido que asesinaran a sus hijos con tal de preservar el linaje. Estaba sola, no tenía nada, ni tampoco a nadie. La invadió una sensación de paz que no creía que sería posible, y el ardor fue cediendo poco a poco.
Recargó su hombro izquierdo sobre la pared y cerró los ojos cuando Benedict se alejó. Lo escuchó detenidamente, analizando todas y cada una de sus palabras. Harper tenía deberes, no motivaciones, y con los deberes se cumplía. Aunque no quisiera, le habían enseñado que ella ocupaba un lugar en aquella cadena, era el último eslabón, el menos importante, pues si se perdía había otros, pero era una parte del todo, igualmente. Su situación era distinta a la de su esposo, y le parecía increíble que su padre la uniese a un heredero, y aún más que a un heredero lo uniesen con la hija menor del clan. Cualquiera le diría que era una mujer afortunada, de hecho, todos lo pensaban. Ni sus hermanas habían sido unidas en matrimonio de aquella manera; todas estaban casadas con segundones, ricos, pero segundones al fin. Las envidiaba, pues la presión para ellas era menor, y ya le habían dado los benditos cachorros a Blackraven.
—Tú puedes hacer lo que quieras, Benedict —comentó, sin animosidad. —Cuando tu padre muera, para lo cual seguramente no falte mucho, serás libre y dueño de su imperio. Ocuparás su lugar y el mundo te pertenecerá. No eres un peón. Estás equivocado en pensar así —se irguió, pero se mantuvo en aquel lugar. —Yo sí soy un peón. Por más que mi padre muera, está mi hermano, que es mucho peor que él. Tengo una tarea, una sola, que es darle herederos a los Blackraven y a los Fripp, y a esa tarea la comparto contigo. Es lo único que tenemos en común, además del deseo de huir el uno del otro y no vernos nunca más a la cara —caminó hacia él y se plantó a tres pasos de distancia.
—Sí sabes qué hacer conmigo, pero no quieres hacerlo —hablaba con frialdad, con distancia, y se sintió una espectadora de su propia vida. —No sé qué te atormenta, Benedict, pero tienes una tristeza enorme en tu corazón. Aquí las decisiones debes tomarlas tú. Ya no eres el hijo de tu padre, tienes tu propia casa, tienes una esposa, tienes tu trabajo. Dime qué lugar ocuparé en todo esto, para saber qué hacer, porque yo no puedo seguir así —se cruzó de brazos, y estuvo a punto de cortar la conversación e irse, pero se quedó allí. —Estoy acostumbrada a cumplir órdenes, no a darlas. Mi padre, mi madre y mis hermanos, siempre me han dicho qué hacer. Ahora es tu momento de decírmelo. Es tu responsabilidad, no la mía —y de pronto, a Harper se le vació el alma. Hablaba de ella como si se tratase de un objeto inanimado, y comprendió, con tristeza, que la severa crianza había dado sus frutos.
Recargó su hombro izquierdo sobre la pared y cerró los ojos cuando Benedict se alejó. Lo escuchó detenidamente, analizando todas y cada una de sus palabras. Harper tenía deberes, no motivaciones, y con los deberes se cumplía. Aunque no quisiera, le habían enseñado que ella ocupaba un lugar en aquella cadena, era el último eslabón, el menos importante, pues si se perdía había otros, pero era una parte del todo, igualmente. Su situación era distinta a la de su esposo, y le parecía increíble que su padre la uniese a un heredero, y aún más que a un heredero lo uniesen con la hija menor del clan. Cualquiera le diría que era una mujer afortunada, de hecho, todos lo pensaban. Ni sus hermanas habían sido unidas en matrimonio de aquella manera; todas estaban casadas con segundones, ricos, pero segundones al fin. Las envidiaba, pues la presión para ellas era menor, y ya le habían dado los benditos cachorros a Blackraven.
—Tú puedes hacer lo que quieras, Benedict —comentó, sin animosidad. —Cuando tu padre muera, para lo cual seguramente no falte mucho, serás libre y dueño de su imperio. Ocuparás su lugar y el mundo te pertenecerá. No eres un peón. Estás equivocado en pensar así —se irguió, pero se mantuvo en aquel lugar. —Yo sí soy un peón. Por más que mi padre muera, está mi hermano, que es mucho peor que él. Tengo una tarea, una sola, que es darle herederos a los Blackraven y a los Fripp, y a esa tarea la comparto contigo. Es lo único que tenemos en común, además del deseo de huir el uno del otro y no vernos nunca más a la cara —caminó hacia él y se plantó a tres pasos de distancia.
—Sí sabes qué hacer conmigo, pero no quieres hacerlo —hablaba con frialdad, con distancia, y se sintió una espectadora de su propia vida. —No sé qué te atormenta, Benedict, pero tienes una tristeza enorme en tu corazón. Aquí las decisiones debes tomarlas tú. Ya no eres el hijo de tu padre, tienes tu propia casa, tienes una esposa, tienes tu trabajo. Dime qué lugar ocuparé en todo esto, para saber qué hacer, porque yo no puedo seguir así —se cruzó de brazos, y estuvo a punto de cortar la conversación e irse, pero se quedó allí. —Estoy acostumbrada a cumplir órdenes, no a darlas. Mi padre, mi madre y mis hermanos, siempre me han dicho qué hacer. Ahora es tu momento de decírmelo. Es tu responsabilidad, no la mía —y de pronto, a Harper se le vació el alma. Hablaba de ella como si se tratase de un objeto inanimado, y comprendió, con tristeza, que la severa crianza había dado sus frutos.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Por largo rato, se dedicó a mirar el fuego en la chimenea, crepitando y consumiendo la leña. Sólo giró el rostro cuando Harper, su flamante esposa, habló de nuevo. No dijo nada, aunque quería decir muchas cosas. Sólo frunció el ceño más de lo que siempre parecía tenerlo, constantemente enfadado con el mundo, por todo y por nada. Bufó, sin embargo, la dejó terminar y cuando la tuvo cerca de nuevo, se puso de pie en un sólo movimiento, quedando cerca de ella, nuevamente. Esa era la dinámica, al parecer.
—Ah, pobrecilla —dijo con sarcasmo, aunque muy poca emoción en su voz—, déjame tocar el violín más pequeño del mundo para ti —soltó, del mismo modo hiriente, y se relamió la boca. Dio un paso al frente, salvando la distancia entre ambos, para luego hacerlo a un lado, y volverse a alejar. Le dio deliberadamente la espalda.
—Cuando Ernest muera, tienes razón, podré hacer mi voluntad, pero el maldito viejo se niega a morir, y creo que soy demasiado cobarde como para matarlo yo —confesó, aunque su voz sonó dura, furiosa, no especialmente amilanada por aceptar su debilidad.
Entonces rio. Una risa seca, irónica y totalmente falta de alegría. Sus hombros se movieron con esta acción, y agachó aún más la cabeza, al tiempo que recargaba una mano en un muro, como si estuviera herido de muerte. Quizá lo estaba, pero aún no se había dado cuenta. Y esa era la cuestión, Harper al parecer sí, Harper era demasiado inteligente, para su desgracia.
—Eres muy lista para tu propio bien —dijo al fin, ¿era un cumplido? Era eso, y muchas otras cosas más. Se giró levemente para verla por sobre el hombro—. Está bien, vamos a hacer una cosa, pero no te acostumbres —advirtió—, mañana… mañana te vas a alistar para cenar conmigo, ¿de acuerdo? —Aceptar cenar con ella sin duda era un paso, y un símbolo de algo, pues había estado huyendo a esa actividad con bastante ahínco. Terminó por girarse para encararla de nuevo. Lució desencajado, como si estuviera obligado a hacer algo que no quería.
Es que eso exactamente estaba sucediendo.
—Pide lo que quieras, tu comida preferida, no me importa. Vamos a tener una velada como marido y mujer, en santa paz, sin pelear, y luego… luego vas a cumplir tu deber. —La miró a los ojos con una mezcla de culpa y desprecio, que ocultó detrás del odio manifiesto—. Así será. —Terminó y tensó la mandíbula, obviamente insatisfecho con lo que tenía que hacer con tal de complacer a los Fripp, y a los Blackraven, y a todo mundo, menos a él.
Y peor aún, Harper creía que su situación era menos penosa, cuando ni siquiera comprendía el peso de ser el heredero de una estirpe odiosa y maldita como la suya. Se llevó una mano al rostro y talló su frente, una jaqueca amenazaba con desatarse, podía sentirla crecer detrás de los ojos.
—Ahora, largo, fuera de mi vista, te veré hasta mañana en la noche —ordenó, lo hizo como ese que Harper quería ver en él, un monstruo. Iba a empezar a comportarse como uno, si eso les hacía más fáciles las cosas a los dos.
Se odió a sí mismo de encontrar a la Harper sumisa menos atractiva que la Harper feroz y combativa con la que había estado lidiando, pero ese era el menor de sus problemas. Sin prestarle más atención, caminó hasta el coñac, y en una copa limpia, se sirvió un poco más del licor.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Inverse Midas Touch → Privado
Comenzaba a preguntarse con qué clase de perverso la habían unido en matrimonio. Por un momento, pensó en su madre, y en todo lo que debió conceder desde el momento en que se dio cuenta de que Benjamin Blackraven era un monstruo, que la usaría para perpetuar su estirpe y que, ante el menor de los descuidos, la asesinaría sin darle tiempo a explicaciones. Harper, por su parte, se sentía más o menos de esa manera, aunque no creía que su integridad física estuviera en peligro, no por el momento. No creía que Benedict Fripp fuera un asesino, pero sí un manipulador, que la destruiría emocionalmente, que le freiría el cerebro y se apoderaría de su alma. La cambiante, por unos escasos segundos, pensó que prefería estar muerta a seguir conviviendo con aquel hombre, que tanto miedo le infundía. Pero descartó con rapidez de la idea, a sabiendas de que solo viva podría lograr hacer algo por sí misma. Si moría, sería darse por vencida, y si algo había aprendido de sus hermanos muertos, y de su cuñada humana, era a nunca dejarse vencer.
—Hasta mañana —fue lo único que dijo, tras escuchar, en profundo silencio, el discurso de su marido. Hizo una leve reverencia, más con ironía que por respeto, y se retiró de la habitación, cuidando de cerrar sin hacer ningún ruido. Caminó a paso lento, alzó la mano cuando una empleada quiso hacerle una consulta, y continuó el trayecto hacia su habitación, seguida por una doncella. La chica era tan sigilosa que, en ocasiones, Harper dudaba de que fuese humana.
—No entres —le ordenó, imperativa, antes de ingresar a su alcoba. —Para mañana quiero listo mi traje azul, mis zafiros y mis chapines a juego. En mi ajuar de boda, busca mis mejores prendas, mis mejores enaguas, mis perfumes, mis maquillajes y mis aceites. Quiero todo listo para las seis de la tarde. Ni un minuto más, ni un minuto menos. ¿Está claro? —la joven, que no estaba acostumbrada a que su ama le hablara de aquel modo, asintió con cierto miedo reflejado en el rostro. La menor de los Blackraven lo notó e, inmediatamente, suavizó el gesto. —Discúlpame por hablarte así, Molly —descansó la frente en el marco de la puerta. —No ha sido un buen día. Solo cumple con lo que te pedí para mañana, por favor. Y despiertamente luego de que el señor se vaya, por favor.
Harper cerró la puerta tras de sí, y se deslizó hasta el suelo. Dejó que su cuerpo fuera perdiendo la tensión lentamente, y se quedó dormida en aquella posición. Despertó en algún momento, y entre la bruma de la somnolencia, se quitó como pudo las prendas, se puso el camisón y se trepó a la cama. Había hecho lo suficiente como para despabilarse, y se hizo un ovillo cuando tomó noción de lo que se avecinaba. Se abrazó a su vientre y escondió el rostro en la almohada, para llorar amargamente. No quería que la noche terminase, que el día transcurriese, que llegara la hora de la cena. Dejó que el llanto la ahogara, la poseyera, la convulsionara hasta que, finalmente, en algún momento de aquella terrible madrugada, este le dio paso a la serenidad y acabó por dormirse profundamente.
—Hasta mañana —fue lo único que dijo, tras escuchar, en profundo silencio, el discurso de su marido. Hizo una leve reverencia, más con ironía que por respeto, y se retiró de la habitación, cuidando de cerrar sin hacer ningún ruido. Caminó a paso lento, alzó la mano cuando una empleada quiso hacerle una consulta, y continuó el trayecto hacia su habitación, seguida por una doncella. La chica era tan sigilosa que, en ocasiones, Harper dudaba de que fuese humana.
—No entres —le ordenó, imperativa, antes de ingresar a su alcoba. —Para mañana quiero listo mi traje azul, mis zafiros y mis chapines a juego. En mi ajuar de boda, busca mis mejores prendas, mis mejores enaguas, mis perfumes, mis maquillajes y mis aceites. Quiero todo listo para las seis de la tarde. Ni un minuto más, ni un minuto menos. ¿Está claro? —la joven, que no estaba acostumbrada a que su ama le hablara de aquel modo, asintió con cierto miedo reflejado en el rostro. La menor de los Blackraven lo notó e, inmediatamente, suavizó el gesto. —Discúlpame por hablarte así, Molly —descansó la frente en el marco de la puerta. —No ha sido un buen día. Solo cumple con lo que te pedí para mañana, por favor. Y despiertamente luego de que el señor se vaya, por favor.
Harper cerró la puerta tras de sí, y se deslizó hasta el suelo. Dejó que su cuerpo fuera perdiendo la tensión lentamente, y se quedó dormida en aquella posición. Despertó en algún momento, y entre la bruma de la somnolencia, se quitó como pudo las prendas, se puso el camisón y se trepó a la cama. Había hecho lo suficiente como para despabilarse, y se hizo un ovillo cuando tomó noción de lo que se avecinaba. Se abrazó a su vientre y escondió el rostro en la almohada, para llorar amargamente. No quería que la noche terminase, que el día transcurriese, que llegara la hora de la cena. Dejó que el llanto la ahogara, la poseyera, la convulsionara hasta que, finalmente, en algún momento de aquella terrible madrugada, este le dio paso a la serenidad y acabó por dormirse profundamente.
TEMA FINALIZADO
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2015
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